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ABRIL 30, 2015
EL PREGONERO 3
REFLEXIONES
COLUMNA DEL EDITOR
Ni homilías aburridas
ni celebraciones apuradas
N
i homilías aburridas, ni celebraciones apuradas. Fue la recomendación principal del papa Francisco
a un grupo de sacerdotes a los cuales
les confirió la ordenación sacerdotal,
el pasado domingo, en la Basílica de San Pedro. A
ellos les advirtió: “Palabras sin ejemplo no llegan al
corazón, pueden incluso hacer mal, mucho mal”.
Diecinueve seminaristas recibieron el orden
sagrado de manos del pontífice. Serán sacerdotes
de la diócesis de Roma. Trece provienen de los
seminarios diocesanos. Nueve del Colegio “Redemptoris Mater”. Tres del Seminario Mayor y
uno de la Virgen del Divino Amor. Cuatro de la
Congregación de la Familia de los Discípulos. Uno
al Orden Franciscano de los Frailes Menores Conventuales y uno del rito siro Malabar de la diócesis
de Thamarassery (India).
De todos ellos, dos son peruanos: Adolfo Sergio
Izaguirre Leocadio y Cristiano Crispin Montalvo
Jiménez de la Familia de los Discípulos. Ninguno
de los nuevos sacerdotes supera los 40 años.
“Vuestras homilías no sean aburridas, que
lleguen al corazón de la gente porque salen de
vuestro corazón, porque lo que ustedes les dicen a
ellos es lo que ustedes tienen en vuestro corazón.
Así sea la palabra de Dios y así vuestra doctrina
será gozosa y sostén a los fieles de Cristo. El ejemplo edifica, las palabras sin ejemplo son palabras
vacías sin ideas, no llegan jamás al corazón, es más
pueden hacer mal, muy mal”, dijo el Papa durante
su mensaje en la celebración.
No se trató de una verdadera homilía preparada.
El pontífice prefirió tomar frases del ritual de la
ordenación de sacerdotes en la edición italiana del
Pontifical Romano y a partir de ellas realizó una
reflexión.
“Cuando celebren la misa, reconozcan lo que
están haciendo. ¡No lo hagan a las apuradas! Imiten
lo que celebran –no es un rito artificial, un ritual
Papa Francisco
artificioso- porque así, participando al misterio de
la muerte y resurrección del Señor, llevan la
muerte de Cristo en vuestros miembros y caminan
con él en la novedad de la vida”, señaló.
Aseguró que con el bautismo, los sacerdotes
agregarán nuevos fieles al pueblo de Dios y
exclamó: “¡No se debe negar jamás el bautismo
a quien lo pida!” Sobre la confesión, les llamó a
“jamás cansarse de ser misericordiosos”. Y apuntó:
“En el confesionario ustedes están para perdonar,
¡no para condenar! Imiten al padre que jamás se
cansa de perdonar”.
También les pidió ser conscientes de haber sido
elegidos entre los hombres y constituidos en su
favor para “atender las cosas de Dios”, e instó a
ejercitar “con serenidad y la caridad sinceras” la
obra sacerdotal de Cristo, preocupándose únicamente de Dios y no de sí mismos. “¡Es feo un sacerdote que vive para el placer de sí mismo, que se
pavonea!”, precisó.
Insistió que, participando a la misión de Cristo,
jefe y pastor, en comunión con el propio obispo,los
sacerdotes deben empeñarse en unir a los fieles en
una única familia. “Tengan siempre ante los ojos el
ejemplo del buen pastor, que no vino a ser servido,
sino a servir, no para quedarse en su comodidad,
sino para salir y buscar y salvar aquello que se
había perdido”, acotó.
FOTO/JACLYN LIPPELMANN
Niña reza en ceremonia de ordenación. A sacerdotes recién ordenados, el Papa les advirtió que las “palabras sin ejemplo no llegan al corazón, pueden incluso hacer mal, mucho mal”.
El cambio
empieza contigo
L
as discusiones sobre una
reforma migratoria integral que reforme nuestro
anquilosado sistema migratorio
–del que están plenamente
conscientes los políticos y la sociedad en general– gira en torno,
la mayor parte de las veces, de un
estéril e insultante debate sobre
la ‘ilegalidad’ de los inmigrantes
sin detenerse a reflexionar –ni
tener un ápice de consideración
sobre la suerte de millones de familias– que ningún ser humano
es ‘ilegal’. Sobre el particular, el
nuevo arzobispo de Santa Fe,
John C. Wester, hizo una medular acotación ante una Liga de
Mujeres Votantes en Utah donde
sirvió hasta hace poco: “Antes
que los políticos aprueben una
reforma migratoria, los ciudadanos ‘americanos’ necesitan
reformarse a sí mismos y ver a
los inmigrantes indocumentados
no como ‘ilegales’, sino como
hermanos y hermanas”. Vale
decir: “La reforma migratoria
tiene que comenzar conmigo
(con uno mismo)”.
Ese cambio que pasa por el
aro del buen juicio y la toma de
consciencia del precepto fundacional de EEUU y de lo que significa ‘ser americano’ –libertad e
igualdad de oportunidades para
todos– equivaldría decir: “Los
que desean un mayor entendimiento en la vida deberían
ser más comprensivos con el debate inmigratorio. Y los que
piden que los otros les muestren
respeto y dignidad deberían
mostrar esa misma actitud por
los inmigrantes”. Cosa que no
sucede con los indocumentados
quienes –refirieron a Wester–
son tratados como “animales o
insectos por algunos residentes
de Utah quienes se ven a sí mismos como buenos cristianos”.
Actitud que se replica en
muchísimos lugares, donde sus
residentes hacen gala de una
memoria selectiva cuando
hablan con orgullo de sus raíces
obviando las circunstancias
apremiantes en que llegaron sus
ancestros: huyendo de guerras y
carestías. Los inmigrantes de hoy
migran de sus países por las mismas dificultades que enfrentaron
los inmigrantes europeos decimonónicos y del siglo XX. Al
igual que ellos, muchos salen de
sus países por la violencia
endémica y por las amenazas de
muerte de las pandillas.
Un primer paso para el cambio –urgen muchos– es usar un
Rafael
Roncal
lenguaje más respetuoso en el
debate migratorio, que incluye
no llamar ‘ilegal’ al inmigrante
indocumentado que es una manera degradante y peyorativa de
referirse a una persona. La experiencia de vida nos dice que el
diálogo nace muerto cuando se
‘rotula’ o ‘etiqueta’ al interlocutor. Por el contrario, el diálogo
implica una manifiesta actitud
de escuchar atentamente al otro,
sin la fijación de que estoy en lo
co-rrecto, pero si con la idea
constructiva de encontrar una
solución. Abrazar el diálogo es
acercarse al hermano o hermana
con la intención de integrarle al
sistema, para empoderarles –en
este caso a los inmigrantes– en
aras de promover una mejor
comunidad y de compartir
nuestros valores. Aquí no
hablamos de integración como
asimilación –de que uno prime
sobre el otro–, sino de compartir
nuestras culturas: de enriquecernos mutuamente.
Para identificar y atacar las
causas socioeconómicas de la migración, que es global, es imperativo mostrar el rostro humano de
la migración, que escuchemos
sus historias, que no difieren
mucho de las nuestras, a
sabiendas, además, que viven
en nuestros vecindarios. Solo
cuando conocemos a nuestros
vecinos y vemos la belleza que
hay en ellos aprehendemos a
apreciarles y respetarles, que no
pasa lo mismo con un rostro
anónimo. Esa aprehensión implica el ineludible compromiso
de promover la integración.
Integración entendida como
humanizar y evangelizar, vale
decir, buscar la unidad en la diversidad, no uniformidad o asimilación a la cultura dominante.
Más bien, promover el desarrollo
integral de cada persona para
que florezca social y espiritualmente. En ese sentido, la inmigración nos ofrece
inmensurables posibilidades,
donde cada país extranjero es
un hogar y cada hogar un país
extranjero.
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