Iraq, un año después

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LA VANGUARDIA 29
O P I N I Ó N
SÁBADO, 20 MARZO 2004
OBSERVATORIO GLOBAL
MANUEL CASTELLS
Movil-ización política
L
os acontecimientos del fin de semana
del 14 de marzo en España, marcado
por la victoria electoral del partido socialista, quedarán en los anales de la comunicación política. Creo útil recordar la secuencia de los hechos antes de analizar su significación. Una semana antes de las elecciones, el sondeo de Noxa para “La Vanguardia” apuntaba hacia una situación de empate técnico entre los dos
grandes partidos. Tres días después, los sondeos
internos del partido socialista situaban al PSOE
con una ventaja de entre 2 y 4 puntos sobre el
PP. Por tanto, Zapatero tiene razón cuando señala el deseo de cambio político en el país como
causa fundamental del giro electoral. Pero la amplitud de la victoria del PSOE sí parece estar relacionada con la movilización ciudadana durante
el fin de semana. Y esa movilización fue absolutamente espontánea y protagonizada por jóvenes. Fueron manifestaciones convocadas mediante mensajes por teléfonos móviles y, en menor medida, por internet. Y el manejo de SMS es
una práctica habitual entre los menores de 30
años, menos difundida en el resto.
El sábado 13 el tráfico de mensajería móvil aumentó en un 20% y el domingo en un 40%. Es
plausible que esa movilización influyera en los
dos millones de nuevos votantes que generalmente se abstienen más que sus mayores, y que esta
vez participaron activamente en las elecciones
con un objetivo claro: derrotar al PP. Eso gritaban los manifestantes en la calle Génova de Madrid: “Mañana votamos, mañana os echamos”.
Y lo hicieron, votando “útil”, es decir, socialista,
pese al poco entusiasmo que la mayoría de los
jóvenes tiene por un partido que aún los tiene
que convencer de que es capaz de cambiar con la
sociedad. Los jóvenes, y otros menos jóvenes, reaccionaron contra la realidad de una guerra a la
que se opuso la inmensa mayoría y que ahora ha
llegado a nuestra casa. “Vuestra guerra, nuestros
muertos”, le decían al PP. Pero también, y sobre
todo, protestaban contra la manipulación informativa del Gobierno, que intentó suprimir información y aseverar la autoría de ETA por lo menos hasta “el día después”, confiando en sacar
renta electoral.
Cuando algunos medios de información, en
particular la Ser y “La Vanguardia”, consiguieron romper la desinformación (escandalosa en el
caso de TVE) y plantearon la hipótesis islámica,
la indignación se hizo clamor: “¡¡¡Mentirosos!!!”,
decían miles y miles de ciudadanos entre el estruendo de las cacerolas de protesta. Ha sido,
pues, una protesta ética, contra la política del
miedo y la mentira, al tiempo que la continuación del gran movimiento pacifista despreciado
por Aznar en su momento. Pero sin la capacidad
autónoma de comunicación instantánea que proporcionan los móviles e internet, esa indignación generalizada no se hubiera traducido en movimiento colectivo, en ocupación del espacio público, sin esperar a consignas de nadie. Ahora se
empiezan a entender los extraordinarios efectos
políticos que puede tener la construcción de redes de comunicación autónomas.
Las consecuencias de esta movilización y de la
elección de Zapatero como presidente del Gobierno son profundas. Primero, en la forma de
hacer política. Creo que Zapatero ha entendido
ese mensaje de regeneración de la política. Pero
debe saber que los ciudadanos, y los jóvenes más
que los demás, estarán atentos al cumplimiento
de la palabra dada. Por eso, ha mantenido la promesa electoral de retirar nuestras tropas de Iraq
mientras se mantenga una ocupación militar al
margen de la autoridad de las Naciones Unidas.
Esa decisión golpea la línea de flotación de la coalición política en torno a Bush. Porque, en cierto
modo, concuerda con la argumentación de Ke-
SE EMPIEZAN
a entender los
extraordinarios
efectos políticos
que puede tener
la construcción
de redes de
comunicación
autónomas
rry: para combatir eficazmente al terrorismo hay
que actuar multilateralmente y contando con la
legitimidad de las Naciones Unidas. La derrota
de Aznar puede prefigurar la de Bush.
Esta política no es una rendición frente al terrorismo, sino la aceptación democrática del deseo de los ciudadanos a quienes se deben los gobernantes. La gran mentira es la asimilación entre terrorismo islámico y guerra y ocupación de
Iraq. Se sabe desde hace tiempo que Al Qaeda no
tenía conexión con Saddam y que Saddam ya no
tenía armas de destrucción masiva. Y que la guerra de Iraq, y subsiguiente ocupación, se debe a
la voluntad de dominación geopolítica en una zona clave del mundo, asegurando de paso el control del petróleo iraquí. Por tanto, la guerra de
Iraq ha perjudicado la lucha contra el terrorismo
islámico, porque ha alimentado la hostilidad a
Occidente en los países musulmanes, proporcionando caldo de cultivo para la reconstrucción de
las redes fundamentalistas. Salir de Iraq no es ceder al chantaje del terror, sino evitar caer en la
trampa de Bin Laden. La trampa que consiste en
identificar su lucha a la lucha de todos los musulmanes humillados por Occidente. Lo esencial es
desligar Iraq de Al Qaeda para concentrarse en
destruir las redes terroristas islámicas y establecer políticas de cooperación y diálogo con los países musulmanes, privando al terrorismo de bases
de recomposición.
Si en los próximos meses las posiciones dialogantes francesa y alemana ganan terreno en Europa y Kerry restablece el respeto de Estados Unidos a la legalidad internacional, la historia recordará que el detonante de ese proceso fue la elección de Zapatero. Una elección marcada por la
movil-ización autónoma de la gente contra la
mentira como forma de gobernar. Una mentira
que se hizo insoportable cuando se mezcló con
nuestros muertos.c
KENNETH WEISBRODE
Iraq, un año después
L
a intervención en Iraq dirigida por
EE.UU. no tiene visos de finalizar
pronto, a pesar de todas las promesas públicas de “transferir la soberanía” el 30 de junio a un gobierno iraquí aún
por determinar. El Consejo de Gobierno iraquí ha aprobado una nueva Constitución; por
su parte, la fuerza de ocupación –la Autoridad Provisional de la Coalición (APC)– ha cedido muchas tareas de mantenimiento de la
paz a la policía y las nuevas fuerzas de seguridad iraquíes. Aunque todo saliera como estaba previsto en junio, no hay garantías de que
el país alcance la paz en un futuro inmediato.
¿Cuáles son las alternativas? Básicamente,
Iraq podría “seguir tirando”; es decir, continuar más o menos en calma con sólo algunas
bolsas de resistencia violenta hasta que la situación mejore o empeore drásticamente y degenere en un guerra civil. Esto último es, por
supuesto, la otra posibilidad. Durante su visita a Iraq en febrero, Lajdar Brahimi, el antiguo diplomático argelino que hizo maravillas
en nombre de las Naciones Unidas en Afganistán, afirmó que la guerra civil no era una
eventualidad descartable en Iraq. Sin embargo, ¿cuál es su probabilidad? ¿Es posible que
un informe sobre los progresos realizados sea
radicalmente diferente el año que viene?
La respuesta a esta pregunta depende de
quién sea el interpelado. Por un lado, la recuperación y reconstrucción de Iraq parece progresar lenta pero pacientemente. A pesar de
las inmensas dificultades económicas y personales, la mayoría de los iraquíes ha empezado
a reanudar su vida cotidiana. Sin embargo, el
país continúa siendo, en términos políticos,
un caso perdido. Sigue sin haber un gobierno
legítimo y son pocas las esperanzas de que
tras el 30 de junio haya algo parecido a una
autoridad central reconocida y eficaz.
La principal cuestión a corto plazo en Iraq
no es si la situación degenerará en una guerra
civil entre kurdos, suníes, chiitas y otros, sino
más bien si la incertidumbre acerca del futuKENNETH WEISBRODE, asesor
del Consejo Atlántico de Estados Unidos
ro político del país alcanzará un punto de no
retorno. En lugar de una guerra civil declarada, podría aparecer algo así como un Estado
fracasado semipermanente atrapado en una
rutina de desengaños y frustraciones.
Ninguno de los dos escenarios supone que
se vislumbre un final de la ocupación. Al invadir Iraq hace ahora un año, derrocar a su gobierno, encarcelar a su máximo dirigente, desmantelar el ejército y establecer nuevas leyes
e instituciones, EE.UU. ha tomado sobre sí
una pesada carga que no se puede sacudir con
facilidad. Los cínicos sostienen que Bush desea ardientemente desentenderse de Iraq antes de las elecciones presidenciales de noviembre con el fin de reafirmar su imagen como
liberador de Oriente Medio. Sin embargo, las
presiones sobre el terreno quizá sean demasiado grandes para que eso ocurra; sin duda, el
caos en Iraq sería algo mucho peor que el statu quo que a Bush, según parece, le molesta.
La otra probabilidad es que Bush resulte
sustituido por John Kerry, que éste proceda a
reexaminar la situación iraquí desde una escarmentada perspectiva de la época de Vietnam y se proponga llevar a cabo justo lo que
Bush había deseado, a saber, una retirada precipitada. Eso coincidiría con lo aconsejado a
John F. Kennedy, el héroe de Kerry, con respecto a Vietnam poco antes de su asesinato:
instalar un gobierno títere cuya primera medida oficial sería pedir a EE.UU. que abandonara el país. Aunque también eso parece harto
improbable. Cualquiera que haya luchado en
Vietnam reconocerá la diferencia entre una
sangrienta guerra civil y una ocupación interminable. El problema real es lograr una salida
estable más que una victoria completa. En un
sentido muy real, el “enemigo” es la prolongación de la propio ocupación.
Ahí reside el problema. Las razones para
ocupar Iraq siguen lejos de estar establecidas.
Porque ahora es una cuestión de compromiso
y prestigio. Bush dice: “No nos iremos hasta
que hayamos hecho el trabajo”. Sin embargo,
en un plano más profundo, las razones para la
intervención siguen sin estar claras para la
mayoría de los estadounidenses y ciertamen-
JOAN CASAS
te para muchas personas en otras partes del
mundo, por no hablar de los propios iraquíes.
Sabemos ahora que no había ningún programa de armas biológicas, químicas o nucleares
a gran escala. Sabemos ahora que no había arsenales de tales armas, o por lo menos que no
los había en los lugares donde se suponía que
tenían que estar. Sabemos ahora que el gobierno de Saddam Hussein era un régimen ineficaz y tambaleante y no una poderosa amenaza para la paz regional y mundial.
En otras palabras, sabemos ahora que la intervención armada en Iraq podrá o no parecer justificada algún día como medida preventiva, pero que nunca fue ni podía ser una
guerra “anticipatoria” en los términos en los
que fue desencadenada el año pasado. Y, por
lo tanto, sabemos ahora que la legitimidad
subyacente de toda la misión –desde la intervención hasta la ocupación y luego la reconstrucción– sigue siendo de lo más cuestionable
a ojos de gran parte del mundo.
Los defensores de la guerra sostuvieron con
frecuencia que los fines justificaban los medios: un Iraq libre, pacífico y próspero serviría de modelo para Oriente Medio. En caso
de que uno no compartiera esa idílica visión,
al menos podía sostener que el derrocamiento de Saddam inclinaría el equilibrio regional
de poder hacia una dirección prooccidental.
Sin embargo, ese resultado tampoco está claro. A corto plazo, el ganador neto de las intervenciones de 2002 y 2003 en Afganistán e
Iraq parece ser Irán, que hoy controla la mayor parte de la economía y la política de Afganistán occidental (la única parte verdaderamente estable del país) y parece dispuesto a
ejercer una gran influencia sobre la política
de Iraq, suponiendo que los dirigentes chiitas
de ese país sigan jugando sus cartas hábilmente. ¿Dónde deja esto a los inseguros estados
árabes de Oriente Medio? ¿Está destinado
Irán –y podríamos añadir un Irán nuclear
dentro de poco– a desempeñar de nuevo el papel de gendarme regional?
Una hegemonía estadounidense-iraní sobre Oriente Medio no aparece a corto plazo
en las cartas. No obstante, la posibilidad
de una alianza en la zona septentrional entre
EE.UU., Irán, Turquía e Israel no puede ser
algo demasiado remoto en las mentes de los
paranoicos regímenes árabes, por no hablar
de quienes luchan hoy en las calles de Iraq.
Semejante cambio de alianzas constituiría
una tremenda ironía: a pesar de la retórica wilsoniana en las semanas y los meses que precedieron a la guerra el año pasado, lo que está
surgiendo en Oriente Medio parece mucho
más un equilibrio de poder radicalmente nuevo que una comunidad de seguridad estable.
Iraq tenía en el 2003 poca relación con lo antaño defendido por Woodrow Wilson como paz
sin victoria, pero quizá estemos cada vez más
ante algo parecido a una “victoria” sin paz.c
Traducción: Juan Gabriel López Guix
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