En el asunto de Bader y otros contra Suecia

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Caso Bader y otros contra Suecia. Sentencia de 8 noviembre 2005
En el asunto de Bader y otros contra Suecia,
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos (Sección Segunda), reunido en Sala
compuesta por el señor J.-P. Costa, Presidente, los señores I. Cabral Barreto, V.
Butkevych, las señoras A. Mularoni, y E. Fura-Sandström, la señorita D. Jo#ien#, y
el señor D. Popovi#, jueces, así como la señora S. Dollé, Secretaria de la Sección.
Tras haber deliberado en privado el 18 de octubre de 2005,
Dicta la presente
SENTENCIA
Procedimiento
1. El asunto tiene su origen en una demanda (num. 13284/04) presentada
contra el Reino de Suecia ante el Tribunal al amparo del artículo 34 del
Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades
Fundamentales del Hombre ( RCL 1999, 1190 y 1572) («El Convenio»), por
cuatro ciudadanos sirios, el señor Kamal Bader Muhammad Kurdi, la señora
Hamida Abilhamid Muhammad Kanbor y sus dos hijos menores (los
demandantes), el 16 de abril de 2004.
2. Los demandantes, a los que se concedió ayuda letrada, estuvieron
representados por el señor K. Larsson, un abogado con ejercicio en
Karlskrona. El Gobierno Sueco (el Gobierno) estuvo representado por su
Agente, la señorita E. Jagander, del Ministerio de Asuntos Exteriores.
3. Los demandantes afirmaron que si eran deportados de Suecia a Siria, el
primer demandante se enfrentaría a un riesgo cierto de ser detenido y
ejecutado, en contra de los arts. 2 y 3 del Convenio ( RCL 1999, 1190 y
1572) .
4. La demanda le fue asignada a la Sección Cuarta del Tribunal (art. 52.1 del
Reglamento del Tribunal). Dentro de dicha Sección, la Sala que consideraría
el asunto (art. 27.1 del Convenio [ RCL 1999, 1190 y 1572] ) se constituyó
tal como establece el art. 26.1.
5. El Presidente de la Sala y con posterioridad la Sala decidieron, el 16 y el 27
de abril de 2004 respectivamente, aplicar el art. 39 del Reglamento del
Tribunal e indicar al Gobierno que era preferible, en interés de las partes y
del adecuado desarrollo del procedimiento, no deportar a los demandantes
mientras estuviera pendiente la decisión del Tribunal.
6. En una sentencia fechada el 26 de octubre de 2004, el Tribunal declaró la
demanda admisible.
7. El 1 de noviembre de 2004, el Tribunal modificó la composición de sus
Secciones (art. 25.1). El presente asunto le fue asignado a la Sección
Segunda de nueva composición (art. 52.1 del Reglamento del Tribunal).
8. El Gobierno presentó sus observaciones sobre el asunto (art. 59.1).
Hechos
1
I
Las circunstancias del asunto
9. Los demandantes nacieron en 1972, 1973, 1998 y 1999 respectivamente y
actualmente se encuentran en Suecia.
10. Llegaron a Suecia el 25 de agosto de 2002 y al día siguiente presentaron
una solicitud de asilo ante el
Departamento de Inmigración
(Migrationsverket). El primer demandante afirmó que era de origen kurdo,
un musulmán suní, que vivía con su familia, y trabajaba en Beirut (Líbano)
desde 1995. Afirmó que en diciembre de 1999, él y tres de sus hermanos
fueron detenidos por la Policía de Seguridad Siria y que le encarcelaron en
Halab durante nueve meses porque la policía deseaba obtener información
sobre otro de sus hermanos, que había desaparecido mientras hacía el
servicio militar en 1998. Afirmó también que fue torturado y maltratado en
prisión y que tan sólo se le liberó después de haber sido hospitalizado como
consecuencia de los malos tratos. Después de su liberación, regresó a Beirut
para permanecer con su familia. Entre 2001 y 2002 fue detenido en cuatro
ocasiones por la Policía de Seguridad, se le interrogó acerca del paradero de
su hermano y fue golpeado. Sin embargo, en cada una de aquellas
ocasiones, fue liberado pocos días después. En 2002 los demandantes se
trasladaron a Halab, donde permanecieron hasta abandonar Siria en agosto
de 2002.
Los demandantes afirmaron que abandonaron Siria legalmente, volando
desde Damasco hasta Turquía y desde allí hasta Estocolmo. Viajaron
utilizando sus propios pasaportes, pero los destruyeron cuando llegaron a
Suecia.
11. El 27 de junio de 2003 el Departamento de Inmigración rechazó la solicitud
de asilo de la familia y su petición de permiso de residencia, y ordenó su
deportación a Siria. En primer lugar señalaron que la situación general de
los kurdos en Siria no era tal que les hiciera acreedores de recibir asilo, ya
que, inter alia los kurdos, con nacionalidad siria, gozaban de los mismos
derechos que el resto de los ciudadanos sirios. Además, la mayoría de la
población de Siria eran musulmanes sunitas. El Departamento de
Inmigración averiguó que los demandantes no habían demostrado que se
hallaran en situación de sufrir una posible persecución si eran deportados a
Siria. Observó que, excepto en la primera ocasión en 1999, al primer
demandante se le había liberado poco después de cada interrogatorio
llevado a cabo por la Policía de Seguridad. Además, como los interrogatorios
tenían por objeto a su hermano y no él mismo, el Departamento de
Inmigración consideró que no era él personalmente quien necesitaba
protección. Señaló al respecto que el primer demandante no fue capaz de
explicar por qué su hermano había abandonado el ejército, o por qué la
policía de Seguridad estaba tan interesada en él. El Departamento de
Inmigración observó también que los demandantes habían abandonado Siria
legalmente.
12. Los demandantes apelaron ante la Mesa de Apelación de Extranjería
(Utlänningsnämnden), aduciendo las mismas razones que habían presentado
ante el Departamento de Inmigración y añadiendo que los kurdos estaban
siendo perseguidos y discriminados en Siria. Adujeron también que habían
pagado 6.000 dólares americanos por unos pasaportes falsos de los que
luego se deshicieron. Además, la segunda demandante había sido ingresada
2
en una clínica psiquiátrica de urgencias durante tres días en julio de 2003,
debido a unos ataques de pánico.
13. El 16 de septiembre de 2003, la Mesa de Apelación de Extranjería rechazó la
apelación por los mismos motivos aportados por el Departamento de
Inmigración, y afirmó que los nuevos motivos aducidos por los demandantes
no alteraban su postura. La orden de deportación fue ratificada.
14. Los demandantes presentaron una nueva demanda ante el Mesa de
Apelación de Extranjería que fue rechazada el 27 de noviembre de 2003.
15. Además durante el otoño de 2003, el Tribunal del Distrito (tingsrätten) de
Blekinge condenó al primer demandante por comportamiento violento en
contra de su hija de cuatro años y de un vecino. Dictó contra él una condena
en suspenso y emitió una orden ejecutiva de deportación de Suecia. Sin
embargo, el demandante apeló ante el Tribunal de Apelación (hovrätten) de
Skåne y Blekinge, el cual ratificó la condena el 24 de febrero de 2004 y la
sentencia provisional, pero anuló la orden de deportación ya que no
consideró que dicho delito fuera por sí mismo merecedor de una
deportación.
16. Debido a la decisión de deportación del Tribunal del Distrito, las autoridades
policiales comenzaron los preparativos para ejecutarla. La Embajada de
Suecia en Damasco averiguó, en relación con dicho asunto, que los
demandantes habían abandonado Damasco de forma legal el 17 de agosto
de 2002, utilizando sus propios pasaportes, pero que en realidad viajaron
vía Chipre y no vía Turquía.
17. En enero de 2004, la familia presentó una nueva solicitud de asilo ante la
Mesa de Apelación de Extranjería y solicitaron una suspensión de la orden
ejecutiva de deportación. Hicieron referencia a una sentencia que se les
había entregado el 17 de noviembre de 2003, dictada por el Tribunal
Regional de Aleppo (Siria) en la que se afirmaba que el primer demandante
había sido condenado, in absentia, por complicidad en un asesinato y había
sido sentenciado a muerte, de acuerdo con el art. 353.1 del Código Penal
sirio.
18. El 9 de enero de 2004, la Mesa de Apelación de Extranjería concedió una
suspensión de la orden ejecutiva de deportación en contra de los
demandantes hasta nuevo aviso, y les solicitó que le enviaran un original de
la sentencia y otros documentos relevantes con los que probar su petición.
19. El 26 de enero de 2004 los demandantes presentaron ante la Mesa de
Apelación de Extranjería una copia certificada de la sentencia en la que se
afirmaba que el primer demandante y su hermano habían amenazado, en
varias ocasiones, a su cuñado, al considerar que éste había maltratado a su
hermana y que había pagado una dote demasiado reducida, deshonrando así
a su familia. En noviembre de 1998 el hermano del primer demandante
disparó contra su cuñado tras haber planeado el asesinato con el primer
demandante, que fue quien le suministró el arma. El tribunal sirio, que
afirmó que ambos hermanos se habían fugado, los consideró culpables de
los cargos y les condenó a ambos a muerte. También se les ordenó pagar
1.000.000 de libras sirias a la familia de la víctima, y fueron privados de sus
derechos civiles, además de ver congelados todos sus bienes. El primer
demandante, que había sido también acusado de posesión ilícita de arma de
fuego militar, un cargo por el que el tribunal sirio había ordenado al fiscal
militar instruir una causa. Finalmente, el tribunal llegó a concluir: «Esta
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sentencia se ha emitido en ausencia del acusado. La causa podrá reabrirse».
Al parecer la sentencia ha devenido firme.
20. Los demandantes también presentaron otra documentación relacionada con
el proceso en Siria, incluida una citación fechada el 10 de agosto de 2003,
por la que se requería al primer demandante que se presentara ante el
tribunal en el plazo de diez días, en caso de no hacerlo, se congelarían sus
derechos civiles y se harían con el control de sus bienes. El primer
demandante afirmó que no había estado involucrado en el asesinato, ya que
se encontraba en Beirut en el momento de los hechos. Explicó también que,
de hecho, pasó nueve meses detenido entre 1999 y 2000 bajo sospecha de
complicidad en el asesinato y que fue liberado bajo fianza el 9 de septiembre
de 2000. Insistió en que no había mencionado estos hechos antes, porque
afectaban al honor de su familia y a la humillación de su hermana. El
demandante estuvo representado por un abogado en Siria, cuyos datos de
contactos fueron proporcionados al Departamento de Apelación de
Extranjería.
21. El 16 de febrero de 2004, la Mesa de Apelación de Extranjería solicitó a la
Embajada de Suecia en Siria que verificara si la sentencia era auténtica, y, si
así fuera, que investigara si era posible apelar o hacer que se reabriera la
causa. Solicitaron también saber si era posible el indulto y si las sentencias
de muerte se llevaban normalmente a cabo en Siria.
22. En una carta fechada el 14 de marzo de 2004, la Embajada de Suecia en
Siria informó a la Mesa de Apelación de Extranjería que habían contratado a
un abogado local (förtroendeadvokat) y que éste había confirmado que la
sentencia era auténtica. Habían investigado en la Ley penal siria con relación
a las sentencias por asesinato y homicidio con premeditación, y sus
conclusiones se adjuntaban a la carta de la Embajada.
23. La Embajada proporcionó la siguiente información en su carta al
Departamento de Apelaciones de Extranjería. Según el abogado local era
probable (sannolikt) que el asunto fuera reabierto por parte del tribunal una
vez localizado el acusado, y entonces era muy probable (troligt) que se
convocara a nuevos testigos, y se volviera a examinar el asunto completo.
Además, el hecho de que el asunto «tuviera relación con el honor» solía ser
considerado como una atenuante que tendía a reducir la dureza de la
condena. La Embajada afirmó que el abogado también había confirmado que
no era inusual que los tribunales sirios impusieran la mayor pena posible,
cuando un acusado no acudía a un juicio, tras haber sido requerido a
presentarse. Añadió que, según sus fuentes, parecía que el acusado debía
encontrarse presente para poder obtener una revisión del caso. El sistema
legal sirio estaba marcado al respecto por una dosis considerable
(betydande) de arbitrariedad, y las sentencias de muerte se ejecutaban en
delitos graves como el asesinato. Sin embargo, toda ejecución debía ser
aprobada por el Presidente. La Embajada no disponía de información fiable
sobre la frecuencia con la que se ejecutaban las sentencias de muerte, ya
que normalmente se llevaban a cabo sin ningún tipo de escrutinio público o
de informe previo. Sin embargo, el abogado local afirmó que era muy raro
que los tribunales sirios impusieran ninguna sentencia de muerte en la
actualidad.
24. El 4 de marzo de 2004, en respuesta a la información proporcionada por la
Embajada, los demandantes señalaron en primer lugar que el primer
demandante era requerido en Siria en virtud de la sentencia. Observaron
que el abogado local había dado simplemente su opinión sobre el asunto, y
4
acerca de lo que consideraba que era probable que pasara. Sin embargo, no
había garantía alguna de que el asunto fuera reabierto y que el resultado del
mismo fuera diferente. Afirmaron también que ahora sería muy difícil para el
primer demandante encontrar ningún testigo que testificara en su favor, y
que, dado que la familia del hombre asesinado era muy rica, podrían
sobornar al fiscal y a los testigos, y, ya puestos, al mismo juez. El primer
demandante afirmó que el hombre asesinado no era su cuñado tal como
afirmaba la sentencia siria (párrafo 19 supra), sino que la familia del hombre
había presentado ante los tribunales sirios unos documentos falsos en los
que se afirmaba que la hermana del demandante estaba casada con él. De
este modo, el asesinato era considerado uno de los más serios. Además, el
hecho de que el primer demandante fuera de origen kurdo también le
expondría a la discriminación del jurado, y posiblemente a recibir una
condena más dura. Los demandantes afirmaron que, precisamente debido a
que el sistema legal sirio era arbitrario y corrupto, albergaban un miedo
objetivo a que el primer demandante fuera ejecutado si era devuelto a Siria,
y a que la familia, por tanto, fuera destruida.
25. El 7 de abril de 2004, la Mesa de Apelación de Extranjería, rechazó por dos
votos a uno, la petición de asilo del demandante. La mayoría consideró,
basándose en el dictamen del abogado local, que se había demostrado que
si el primer demandante regresaba a Siria, la causa contra él se reabriría y
volvería a considerarse todo el asunto, cuya conclusión, en caso de ser
condenado, tendría como resultado una condena distinta de la pena de
muerte, ya que el asunto estaba «vinculado con el honor». En tales
circunstancias, la mayoría consideró que el miedo de los demandantes
carecía de fundamento y que no precisaban protección.
26. El miembro de la Mesa de Apelación de Extranjería en desacuerdo, consideró
que teniendo en cuenta todos los elementos del asunto, los demandantes
tenían razones objetivas para temer que el primer demandante sería
ejecutado si regresaba a Siria, y que por tanto debía concederse un permiso
de residencia en Suecia a la familia.
27. El 19 de abril de 2004, de acuerdo con las indicaciones del Tribunal según el
art. 39 del Reglamento del Tribunal, el Departamento de Inmigración,
concedió una suspensión de la orden ejecutiva de deportación hasta nuevo
aviso. La suspensión sigue en vigor.
II
Ley interna aplicable
28. Las provisiones básicas relativas al derecho de los extranjeros a entrar y
permanecer en Suecia, se encuentran recogidas en la Ley de Extranjería
(Utlänningslagen, 1989: 529). Un extranjero que pueda ser considerado
refugiado o un individuo que necesite protección tiene derecho, salvo
determinadas excepciones, a un permiso de residencia en Suecia (Cap. 3
sección 4 de la Ley). El término «refugiado» se aplica a un extranjero que se
encuentra fuera de su país de residencia y que alberga un miedo objetivo y
fundado de ser perseguido por motivos de raza, nacionalidad, pertenencia a
un determinado grupo social, o religioso o de opinión política, y que es
incapaz, o alberga un miedo tal que no desea, proporcionarse protección
dentro de su propio país. Esto se aplica al margen de si dicha persecución se
lleva a cabo o no por parte de las autoridades del país del cuestión, y
cuando no se confía en que dichas autoridades puedan ofrecer protección en
contra de la persecución por parte de individuos particulares (Cap. 3,
5
sección 2). El término «un extranjero o cualquier otro individuo que necesite
protección» se hace referencia, inter alia, a una persona que ha abandonado
su país de nacionalidad debido a que alberga razones objetivas y bien
fundamentadas para pensar que va a ser condenado a muerte o a padecer
castigos corporales, o torturas u otros tratos o castigos inhumanos y
degradantes (Cap. 3, Sección 3).
29. Además, en el momento de ejecutar una orden para rechazar la entrada o
deportar a un extranjero, debe tenerse en cuenta el riesgo de torturas y de
otros tratos o castigos inhumanos o degradantes. Según una provisión
especial acerca de los protocolos de ejecución (Cap. 8, sección 1), un
extranjero no debe ser enviado a un país en el que existan motivos
razonables (skälig anledning) para creer que él o ella se encontrarán en
peligro de padecer castigos capitales o penas corporales, o de ser objeto de
torturas, o de otros tratos o castigos inhumanos o degradantes.
III
La pena capital en Siria
30. Según el artículo 535 del Código de Procedimiento Criminal, una persona
condenada por haber matado intencionadamente a otra persona debe ser
condenada a la pena capital.
31. En sus conclusiones, correspondientes a su tercer informe periódico sobre
Siria, y de conformidad con el art. 40 del Convenio Internacional Sobre
Derechos civiles y Políticos ( RCL 1977, 893) (CDCP/CO/84/SYR, fechado el
28 de julio de 2005), el Comité de las Naciones Unidas para los Derechos
Humanos expresó su preocupación acerca de la naturaleza y del número de
delitos que conllevaban la pena capital en Siria. Además se encontraban
«profundamente preocupados por la restitución de facto de las condenas a
muerte y de las ejecuciones en 2002», y señaló que Siria había
proporcionado una información insuficiente con relación al número de
personas cuyas sentencias a muerte habían sido conmutadas, y sobre el
número de personas que se hallaban esperando su ejecución.
32. De acuerdo con Amnistía Internacional (Informes País 2005: Siria), las
autoridades sirias anunciaron, el 5 de julio de 2004, que habían ejecutado a
16 personas en 2002, y a 11 en 2003. Además, el 17 de octubre de 2004,
se informó de que dos personas habían sido ejecutadas en Aleppo, pero no
se hicieron públicos más detalles.
Fundamentos de derecho
I
Sobre la violación de los artículos 2 y 3 del Convenio
33. Los demandantes se quejaron de que si eran deportados de Suecia a Siria,
el primer demandante se enfrentaría a un riesgo real de ser detenido y
ejecutado, contraviniendo los artículos 2 y 3 del Convenio (RCL 1999, 1190
y 1572) , ya que la sentencia de muerte dictada contra él en Siria, había
devenido firme.
Art. 2
6
«1. El derecho de toda persona a la vida está protegido por la Ley. Nadie
podrá ser privado de su vida intencionadamente, salvo en ejecución de una
condena que imponga pena capital dictada por un tribunal al reo de un delito
para el que la Ley establece esa pena. ...».
Art. 3
«Nadie podrá ser sometido a tortura ni a penas o tratos inhumanos o
degradantes».
A
Observaciones de las partes
1
Los demandantes
34. Los demandantes afirmaron que se había demostrado que el temor del
primer demandante a ser ejecutado si regresaba a Siria, era real ya que la
sentencia era auténtica y ejecutable. Pusieron énfasis en señalar que la
carta remitida por la Embajada de Suecia en Damasco y el informe emitido
por el abogado local que ésta había contactado, eran inciertos e imprecisos,
y que utilizaban términos como «probable», «posible» al mismo tiempo que
indicaba que el sistema legal sirio era arbitrario y corrupto. Además,
también se había probado que no existía información fiable acerca de la
frecuencia con la que se ejecutaban penas de muerte en dicho país, ya que
las ejecuciones se llevaban a cabo sin informar al público. El primer
demandante expresó también serias dudas sobre su capacidad de sobrevivir
al arresto y la reclusión que seguirían a su llegada a Siria. El hecho de haber
solicitado asilo en un tercer país, y su origen kurdo, eran circunstancias que
le exponían a un riesgo adicional ante una posible repatriación forzosa.
Además el primer demandante replicó que le resultaría muy difícil encontrar
testigos y pruebas con las que establecer una defensa, si el asunto se
reabría en Siria, ya que hacía más de seis años desde que sucedió el
supuesto asesinato.
35. Los demandantes señalaron el hecho de que la Mesa de Apelación de
Extranjería no fue unánime en su decisión, sino que uno de los tres
miembros de la Mesa, consideró que el temor del primer demandante de ser
ejecutado si regresaba a Siria era objetivo y que a los demandantes debería
por tanto concedérseles protección en Suecia.
36. En conclusión, los demandantes sostuvieron que el primer demandante se
enfrentaba a un riesgo real de ser ejecutado si era devuelto a Siria, lo cual
violaría los arts. 2 y 3 del Convenio ( RCL 1999, 1190 y 1572) .
2
El Gobierno
37. El Estado demandado observó que el art. 2 del Convenio ( RCL 1999, 1190 y
1572) no prohibía la pena capital, sino que la protección en contra de la
pena de muerte se garantizaba en el artículo 1 del Protocolo núm. 13 del
convenio, un Protocolo al cual Suecia estaba adherida. Por tanto, el
Gobierno no puso objeción alguna a que se examinara el presente asunto
7
tanto según el art. 3 del Convenio, como del art. 1 del Protocolo num. 13, y
a ello se atendrían en sus observaciones.
38. Reconocieron que la situación de los derechos humanos en Siria continuaba
siendo problemática, y señalaron, inter alia, que la pena de muerte estaba
indicada para, entre otros delitos, el asesinato. Sin embargo, dado que
nunca se habían hecho públicos los detalles sobre la ejecución de las penas
capitales, resultaba difícil determinar si dichas ejecuciones tenían lugar o no.
El Gobierno señaló también que la Constitución siria establecía la
independencia judicial, pero que las conexiones políticas y los sobornos
influían a veces en los veredictos de los tribunales ordinarios. Los acusados
en procedimientos penales tenían derecho a solicitar el pago de una fianza
así como su puesta en libertad, basándose en su propio compromiso. Sin
embargo, muchos sospechosos de delitos penales permanecían detenidos en
prisión preventiva antes de los juicios durante meses. Los acusados por los
tribunales de lo penal, eran, además, supuestamente inocentes, y tenían
derecho a la elección de su propio representante legal, y podían presentar
pruebas así como interrogar a sus acusadores. Además, los veredictos
podían ser apelados ante un tribunal provincial de apelación y en última
instancia, ante el Tribunal de Apelación.
39. Basándose en lo que antecede, el Gobierno consideró que las circunstancias
en Siria no podían ser por sí mismas suficientes, como para probar que la
repatriación forzosa del primer demandante conllevaría la violación del art. 3
del Convenio ( RCL 1999, 1190 y 1572) y del art. 1 del Protocolo núm. 13.
Desde el punto de vista del Gobierno, para que existiera violación de
cualquiera de dichos artículos, debía probarse que el primer demandante se
hallaba personalmente en peligro de ser objeto de un trato contrario a
dichas provisiones.
40. Teniendo en cuenta la información obtenida por la Embajada de Suecia en
Siria y por el abogado local que se contrató, el Gobierno hizo referencia a la
conclusión de la Mesa de Apelación de Extranjería, en la que se afirmaba
que no podía considerarse que el primer demandante pudiera albergar un
miedo objetivo a ser condenado a muerte o ejecutado a su regreso a Siria.
Por tanto, ni el primer demandante ni su familia necesitaban protección. El
Gobierno señaló que dicha conclusión fue alcanzada por la Mesa de
Apelación de Extranjería en aplicación de las provisiones relevantes de la
Ley de Extranjería, las cuales eran conformes a las correspondientes
garantías del Convenio ( RCL 1999, 1190 y 1572) .
B
La opinión del Tribunal
1
Principios relevantes
41. Los Estados Contratantes tienen derecho, como cuestión bien fundamentada
por la legalidad internacional y de acuerdo con las obligaciones que les
imponen sus tratados, incluido el Convenio, a controlar la entrada, la
residencia, y la deportación de extranjeros. Sin embargo, la deportación de
un extranjero por parte de un Estado Contratante podría dar lugar a un
asunto según el art. 3; y por ello a dicho Estado, sujeto al Convenio, se le
impone una responsabilidad cuando existen razones objetivas y
fundamentadas para creer que dicha persona en cuestión, si es deportada,
8
se enfrentaría a un riesgo cierto de ser sometida a un trato contrario al art.
3 en el país de acogida. En tales circunstancias, el art. 3 conlleva la
obligación de no deportar a la persona en cuestión a dicho país (véase, entre
otras autoridades, H.L.R. c. Francia, sentencia de 29 de abril de 1997 [TEDH
1997, 28] , Repertorio de Sentencias y Decisiones 1997-III, pg 757, aps.
33-34).
42. Además, el Tribunal no ha excluido en asuntos anteriores, la posibilidad de
que la responsabilidad de un Estado Contratante, pueda también ser objeto
del art. 2 del Convenio ( RCL 1999, 1190 y 1572) o del art. 1 del Protocolo
núm. 6, en aquellos asuntos en los que un extranjero es deportado a un país
en el que está seriamente amenazado de ser ejecutado, como resultado de
la imposición de una condena a muerte o por otros motivos [véase, entre
otros, S.R. c. Suecia (dec) núm. 62806/00, de 23 de abril de 2002; Ismaili
c. Alemania (dec), núm. 58128/00, de 15 de marzo de 2001; Bahaddar c.
Países Bajos, sentencia de 19 de febrero de 1998 ( TEDH 1998, 56) ,
Repertorio 1998-I, opinión de la Comisión, pg. 270-271, aps. 75-78].
En el asunto Öcalan c. Turquía ([GS] núm. 46221/99, 12 de mayo de 2005),
la Gran Sala del Tribunal hizo notar que los territorios rodeados por los
Estados Miembros del Consejo de Europa se habían convertido en una zona
franca para las penas capitales, y que podía afirmarse que las penas
capitales en tiempos de paz, teniendo en cuenta inter alia, el hecho de que
todos los Estados miembros habían firmado el Protocolo núm. 6 y que tan
sólo dos (Rusia y Mónaco) tenían que ratificarlo, eran de todo punto
inaceptables como forma de castigo y que ya se podía considerar que el art.
2 del Convenio las permitiera (íbid, ap. 163; para un estudio de la postura
del Consejo de Europa con respecto a la pena capital, véase la sentencia
Öcalan, aps. 58 y 59). Sin embargo, la Gran Sala consideró que:
«Por ahora, el hecho de que haya todavía un elevado número de Estados
que tengan que firmar o ratificar el Protocolo núm. 13, impide al Tribunal
considerar que es práctica común de los Estados Contratantes, contemplar la
aplicación de la pena de muerte como un trato inhumano o degradante
contrario al art. 3 del Convenio, ya que no se han producido derogaciones de
dicha provisión, ni siquiera en períodos de guerra» (párrafo 165).
La Gran Sala se abstuvo de emitir ninguna conclusión definitiva respecto a si
podía considerarse que se había modificado el art. 2 del Convenio de forma
que prohibía la pena de muerte en cualquier circunstancia (íbid. ap. 165).
Entretanto, consideró que sería contrario al Convenio, incluso si se
interpretaba que el art. 2 todavía permitía la pena de muerte, imponer una
pena de muerte tras un juicio poco equitativo, ya que cualquier privación
arbitraria de la vida, estaba prohibida (íbid. ap. 166):
«... De las exigencias del art. 2.1 se desprende también que la privación de
la vida debe efectuarse con motivo de la "ejecución de la sentencia de un
tribunal", y que en el procedimiento criminal, tanto en primera instancia
como en apelación, deben observarse los más rigurosos criterios de
equidad».
Además, imponer la pena de muerte a una persona, tras un juicio poco
equitativo, generaría, en aquellas circunstancias en las que exista una
posibilidad real de que la sentencia sea ejecutada, un nivel de angustia y
miedo, que provocaría una situación susceptible de ser contemplada dentro
del ámbito del art. 3 del Convenio (íbid. aps. 168-169).
9
Debe señalarse también en relación a todo ello, que el Tribunal ha
corroborado que un asunto puede dar lugar a una demanda según el art. 6
del Convenio, cuando se trata de una decisión de extradición adoptada en
circunstancias en las que el fugitivo ha padecido o corre el riesgo de
padecer, la situación de verse enfrentado a la flagrante denegación de un
juicio justo en el país en cuestión (véase Mamatkulov y Askarov c. Turquía
[GS], núms. 46827/99 y 46951/99, ap. 88, 4 de febrero de 2005; Soering c.
El Reino Unido, sentencia de 7 de julio de 1989 [ TEDH 1989, 13] , Serie A
núm. 161, pg. 45, ap. 113).
De todo ello se deduce que cuando un Estado Contratante deporta a un
extranjero que ha padecido, o corre el riesgo de padecer, la situación de una
privación flagrante del derecho a un juicio justo en el estado que lo va a
acoger, cuyo resultado es posible que sea la pena de muerte, la situación
puede dar lugar a un asunto según los arts. 2 y 3 del Convenio ( RCL 1999,
1190 y 1572) .
2
Aplicación de dichos principios en el presente asunto
43. El Tribunal señala desde el inicio que los demandantes no han presentado
ante el Convenio sus observaciones iniciales ante la autoridades suecas de
inmigración, en las que se afirmaba que el primer demandante estuvo
expuesto a la tortura antes de abandonar Siria y que corría el riesgo de
volver a padecer dicho trato si era enviado de vuelta allí. El Tribunal no
examinará el asunto por iniciativa propia.
Por tanto se limitará a examinar la queja de los demandantes de que existe
un riesgo real de que el primer demandante sea ejecutado si es deportado a
Siria, ya que ha sido condenado a muerte por una sentencia ejecutiva.
44. El Tribunal concede, al respecto, una particular importancia al hecho de que,
según la sentencia de 17 de noviembre de 2003, dictada por el tribunal
Regional de Aleppo, Siria, el primer demandante fue condenado, in absentia,
por complicidad en un asesinato y sentenciado a muerte según el art. 535.1
del Código de Procedimiento Criminal en Siria. La autenticidad de la
sentencia, la confirmó la Embajada de Suecia en Siria. El Tribunal subraya
nuevamente que aunque tal vez no sea un acontecimiento corriente, la pena
de muerte por delitos graves está en vigor en Siria.
Además, se afirma en la sentencia que el primer demandante podría solicitar
la reapertura de su asunto y solicitar que fuese nuevamente sometido a
juicio. Sin embargo, ello implicaría necesariamente que se rindiera ante las
autoridades Sirias, y regresara, y entonces casi con toda probabilidad, sería
detenido mientras esperase la decisión del tribunal acerca de si se reabría o
no se reabría su asunto.
45. El Tribunal está de acuerdo con el demandante en que la información
contenida en el informe emitido por la Embajada de Suecia en Siria es vaga
e imprecisa con respecto a si el asunto sería reabierto y si, en el caso de una
condena en un nuevo juicio, el demandante podría zafarse de la pena
capital. El informe tan sólo contenía suposiciones, y no respuestas
definitivas con relación a lo que ocurriría si el demandante fuera deportado a
Siria. El Tribunal encuentra sorprendente al respecto, que el abogado
encargado de la defensa del primer demandante en Siria, no fuera al parecer
contactado por la Embajada de Suecia en ningún momento, ni siquiera
10
durante la investigación del asunto, aun cuando los demandantes habían
proporcionado a las autoridades suecas su nombre y su dirección, y a pesar
de que con toda seguridad, hubiera podido proporcionar informaciones útiles
acerca del asunto y del proceso ante el tribunal sirio. Y lo que es más
importante, el Tribunal señala que el Gobierno sueco no obtuvo garantía
alguna de las autoridades sirias de que el asunto del primer demandante
sería reabierto, y de que el fiscal no solicitaría la pena de muerte en ningún
nuevo juicio (véase, entre otros, las ya citadas Mamatkulov y Askarov c.
Turquía, ap. 76; Soering c. el Reino Unido [ TEDH 1989, 13] , aps. 97-98;
Nivette c. Francia (dec) núm. 44190/98, TEDH 2001-VII). En tales
circunstancias las autoridades suecas estarían enfrentando al primer
demandante a un riesgo serio al enviarlo de vuelta a Siria, directamente a
las manos de las autoridades de dicho país, sin la seguridad de que se le
aplicaría un nuevo juicio y de que la pena capital no sería ni reclamada, ni
impuesta.
46. Por tanto, el Tribunal considera que el primer demandante albergaba un
miedo justificado y objetivo de que se ejecutara la pena de muerte dictada
contra él si se veía obligado a regresar a su país. Además, ya que las
ejecuciones se llevaban a cabo sin ningún tipo de escrutinio público o de
informe previo, las circunstancias que rodean a dicha ejecución provocarían
en el primer demandante un miedo y un angustia considerables, mientras
que el resto de los demandantes se enfrentarían a una incertidumbre sobre
cuándo, dónde y cómo se llevaría a cabo la ejecución.
47. Además, en el presente asunto, se deduce de la sentencia siria que no se
examinaron pruebas orales durante la vista, y que todas las pruebas
examinadas fueron presentadas por el fiscal, y que ni el acusado ni su
defensa estuvieron presentes en la vista. El Tribunal considera que, debido a
la naturaleza de su sumario y a la absoluta falta de respeto por los derechos
de la defensa, este procedimiento debe contemplarse con una denegación
flagrante de un juicio justo (véase, mutatis mutandis, la ya citada
Mamatkulov y Askarov c. Turquía, ap. 88). Naturalmente esto debe conllevar
un grado significativo de incertidumbre y angustia añadidas para los
demandantes, con respecto al posible resultado de cualquier nuevo proceso
en Siria.
A la vista de lo que precede, el Tribunal considera que la pena de muerte
impuesta al primer demandante tras un juicio injusto, provocaría
inevitablemente en los demandantes un miedo y angustia adicionales con
respecto a su futuro si se veían forzados a regresar a Siria, ya que existe
una posibilidad real de que la sentencia sea ejecutada en dicho país (véase
Öcalan c. Turquía, ap. 169).
48. Por tanto, teniendo en cuenta todas las circunstancias del presente asunto,
el Tribunal considera que existen razones sustantivas para creer que el
primer demandante se vería expuesto a un riesgo real de ser ejecutado, y
de ser objeto de un trato contrario a los artículos 2 y 3 si fuera deportado a
su país de origen. Por tanto, el Tribunal considera que la deportación de los
demandantes a Siria, si se llevara a cabo, supondría una violación de los
artículos 2 y 3 del Convenio ( RCL 1999, 1190 y 1572) .
49. Tras haber llegado a esta conclusión, el Tribunal considera que no es
necesario examinar el asunto según el Protocolo núm. 13 del Convenio, tal
como sugirió el Gobierno que debía hacerse.
III
11
Aplicabilidad del artículo 41 del Convenio
I
50. El artículo 41 del Convenio ( RCL 1999, 1190 y 1572) establece:
«Si el Tribunal declara que ha habido violación del Convenio o de sus protocolos
y si el derecho interno de la Alta Parte Contratante sólo permite de manera
imperfecta reparar las consecuencias de dicha violación, el Tribunal concederá a
la parte perjudicada, si así procede, una satisfacción equitativa».
51. Tras declarar la demanda admisible, el Tribunal solicitó a los demandantes
que remitieran sus peticiones en concepto de justa satisfacción. No se ha
recibido petición alguna. Por tanto no procede hacer concesión alguna.
POR ESTAS RAZONES, EL TRIBUNAL, UNÁNIMEMENTE
Declara que la deportación de los demandantes a Siria supondría una violación
de los arts. 2 y 3 del Convenio ( RCL 1999, 1190 y 1572) .
Redactada en inglés y notificada por escrito el 8 de noviembre de 2005, de
acuerdo con el art. 77.2 y 3 del Reglamento del Tribunal
S. Dollé, Secretaria
J.-P. Costa, Presidente
De acuerdo con el art. 45.2 del Convenio y con el art. 74.2 del Reglamento del
Tribunal, se adjunta la opinión coincidente del Juez Cabral Barreto.
J.-P. C.
S.D.
Opinión coincidente del Juez Cabral Barreto
Estuve de acuerdo con la mayoría al considerar que se había producido la
violación del art. 2 del Convenio ( RCL 1999, 1190 y 1572) , ya que no hallé
otra forma de expresar mi opinión de que se había producido una violación no
de dicha provisión, sino del art. 1 del Protocolo núm. 13.
Permítanme explicarme.
En mi opinión, ésta es la primera ocasión en la que el Tribunal ha afirmado lisa
y llanamente que la extradición o deportación de una persona a un país en la
que corre el riesgo de padecer un juicio injusto al que seguiría una pena capital,
violaría el art. 2 del Convenio.
En la sentencia Öcalan, el Tribunal (constituido en Gran Sala) examinó ese
asunto en profundidad. En el párrafo 166 de su sentencia, la Gran Sala adjuntó
la siguiente afirmación realizada por la Sección:
«... Incluso si la pena de muerte estuviera permitida por el art. 2, el Tribunal
considera que una privación arbitraria de la vida, de acuerdo con una condena a
la pena capital está prohibida. Ello dimana de la exigencia de que "El derecho de
12
todo el mundo a la vida debe estar protegido por la Ley". Un acto arbitrario no
puede ser legal según el Convenio...».
Sin embargo, a pesar de haber señalado que «[D]e la mencionada
interpretación del art. 2 se desprende que la imposición de la pena capital a una
persona que no ha gozado de un juicio justo, no estaría permitida», la Gran
Sala declinó considerar que se había producido la violación del art. 2, y prefirió
en cambio examinar el asunto según el art. 3.
Y continuó afirmando:
«167. Dicha conclusión relativa a la interpretación del art. 2 en asuntos en los
que el juicio ha sido poco justo, debe servir de aviso a la opinión del Tribunal
cuando éste pase a considerar, según del art. 3 la cuestión de la imposición de
la pena de muerte en tales circunstancias.
168. Tal como ya ha señalado con anterioridad el Tribunal... la forma en la que
la pena de muerte se impone o ejecuta, las circunstancias personales de la
persona condenada y la falta de proporcionalidad con respecto al crimen
cometido, así como las condiciones de su detención mientras espera la
ejecución, son ejemplos de los factores susceptibles de hacer que el trato o
castigo recibido por el condenado, sean contrarios al art. 3 (véase la ya
mencionada Soering [ TEDH 1989, 13] , pg. 41, ap. 104).
169. Desde el punto de vista del Tribunal, imponer la pena de muerte a una
persona tras un juicio injusto supone insuflar erróneamente en dicha persona el
miedo a ser ejecutado. El miedo y la incertidumbre ante el futuro que genera
una pena de muerte, en circunstancias en las que existe una posibilidad real de
que dicha pena sea ejecutada, debe conllevar un grado significativo de
angustia. Dicha angustia no puede disociarse de la falta de equidad del proceso
origen de dicha sentencia, y el cual, teniendo en cuenta que lo que está en
juego es la vida humana, es un proceso contrario al Convenio».
El Tribunal afirmó en su conclusión en el párrafo 175:
«En consecuencia, el Tribunal debe concluir que la imposición de la pena de
muerte al demandante tras un juicio injusto por parte de un tribunal, cuya
independencia e imparcialidad eran dudosas, conllevaron un trato inhumano que
supuso la violación del art. 3».
En las provisiones operativas de dicha sentencia, la Gran Sala se limitó a
considerar que se había producido la violación del art. 3 del Convenio ( RCL
1999, 1190 y 1572) con respecto a la imposición de la pena de muerte tras un
juicio injusto.
A pesar de las conclusiones de la sentencia de Öcalan, me parece (y por esta r
azón he votado con la mayoría), que la Sección tiene derecho a ir un poco más
allá tomando como punto de partida el razonamiento de la Gran Sala con
relación a los Protocolos núms. 6 y 13.
Tras señalar que puede considerarse que el Protocolo núm. 6 señala ya «el
acuerdo de los Estados Contratantes en derogar, o al menos modificar, la
segunda frase del art. 2.1» (ap. 163), la Gran Sala aceptó que el Protocolo
num. 13 podía ser considerado como «la confirmación de la tendencia
abolicionista de dicha práctica en los Estados Contratantes. Ello no va
necesariamente en contra del punto de vista de que el art. 2 ha sido modificado
en la medida en que permite la pena de muerte en tiempos de paz» (art. 164).
13
Los Estados que ya han ratificado el Protocolo núm. 13 deseaban reemplazar la
obligación que les imponía el art. 2 del Convenio por otra más fuerte, es decir,
por la obligación de abolir la pena de muerte en toda circunstancia.
La segunda frase del art. 2 tal como era, ha sido derogada, o al menos se ha
vuelto redundante con la entrada en vigor del Protocolo núm. 13.
Los Estados que han ratificado el Protocolo num. 13 se han comprometido no
sólo a no imponer nunca la pena capital, sino también a no colocar a nadie en
una situación en la que corra el riesgo de sufrir dicho castigo.
Por tanto, no es necesario examinar el juicio o la situación de la persona
condenada a muerte antes de que dicha sentencia se lleve a cabo, porque
siempre existirá una violación del art. 1 del Protocolo núm. 13.
Suecia ha ratificado el Protocolo núm. 13.
Yo hubiera preferido por tanto considerar que en el presente asunto, la
expulsión de los demandantes a Siria hubiera conllevado la violación del art. 1
del Protocolo núm. 13, además de una violación del art. 3.
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