Para no olvidar y combatir donde sea al estalinismo.

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Para no olvidar y combatir donde sea al estalinismo.
Comentario sobre el libro: "El hombre que amaba los perros".
Por Daniel Raventós (*), 31/01/10 El sicario de Stalin que tenía perros
Métete esto en la cabeza de una puta vez: tú no piensas, solo obedeces; tú no actúas, solo
ejecutas; tú no decides, solo cumples; tú vas a ser mi mano en el cuello de este hijo de puta, y
mi voz va a ser la del camarada Stalin, y Stalin piensa por todos nosotros… (p. 341).
Él ve a Rakovsky, hermano querido, quien, principesco, había ofrecido al movimiento
revolucionario su enorme fortuna. Ve a Smirnov, brillante y alegre; a Murálov, el general de
enormes mostachos, héroe del Ejército Rojo… Ve a sus hijos Nina, Zina, Liova, a sus queridos
Blumkin, Yoffe, Tujachevsky, Andreu Nin, Klement, Wolf. Todos muertos. Todos. L.D. está
solo… (p. 361).
Las profecías de Trostky acabaron cumpliéndose y la fábula futurista e imaginativa de Orwell
en 1984 terminó convirtiéndose en una novela descarnadamente realista. Y nosotros sin saber
nada… ¿O es que no queríamos saber? (p. 488).
La editorial Tusquets publicó en septiembre de 2009 la novela del cubano Leonardo Padura El
hombre que amaba a los perros. Se trata de un largo libro de 573 páginas de apretada letra.
Padura era hasta ahora conocido principalmente por sus relatos cuyo protagonista es el policía
cubano Mario Conde. Este libro es sin duda su obra más ambiciosa.
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Los protagonistas principales de El hombre que amaba a los perros son el dirigente de la
revolución rusa León Trotski y el sicario estalinista Ramón Mercader, nacido en Barcelona y
militante del PSUC. Ramón Mercader, por orden de Stalin, asesinó a Trotski en la calle Viena
del barrio de Coyoacán en Ciudad de México el 21 de agosto de 1940, pronto hará 70 años.
Otros personajes importantes en el libro, además de la compañera del exilado, Natalia Sedova,
son la madre del sicario, Caridad Mercader, y su amante, un altísimo cargo de los servicios
secretos estalinistas, Nahum Eitingon, que elige a un Ramón Mercader muy joven para
convertirlo en un asesino al servicio de Stalin. En la novela no sale en ningún momento el
verdadero nombre de Eitingon y sí muchos de los falsos que utilizó: Kotov y Tom, entre otros.
Para escribir este libro Leonardo Padura ha afirmado que se documentó a fondo durante cinco
años. Y el resultado es muy serio. En realidad, en El hombre que amaba a los perros hay tres
novelas. Una está dedicada a los últimos años de la vida del revolucionario Lev Davidovich
Bronstein (que ya de muy joven tomó el seudónimo de Trotski de un vigilante en jefe de una
prisión zarista en la que estuvo preso en los inicios de su actividad política) desde su
deportación a Alma Atá hasta su asesinato. Se trata de un período de 12 años, 1928-1940. La
segunda y más larga, cuenta la vida de Ramón Mercader desde que tenía 22 años (nació en
1914) cuando es reclutado por Eitingon ("Kotov") cuando ya Stalin había decidido acabar con la
vida del creador del Ejército Rojo, hasta su muerte. Esta parte abarca de 1936 a 1978. Y la
tercera, que tiene como principal protagonista a Iván, un escritor cubano fracasado, es una
parte que se desarrolla en La Habana y que sirve para enlazar, con mayor o menor fortuna, las
dos anteriores. Es la parte, con mucho, menos conseguida.
La historia es conocida. La guerra civil del acabado de nacer país de los soviets contra las
fuerzas blancas monárquicas en coalición con los países más poderosos del momento –que
incluye el Reino Unido, Japón, Alemania, Francia, EEUU− ha concluido. Decenas de miles de
cuadros y militantes comunistas han quedado en el campo de batalla o muertos por las
enfermedades que asolan el territorio soviético. Las tierras de la revolución sufren hambre.
Lenin muere el 21 de enero de 1924 impedido físicamente ya desde algunos meses atrás de
poder trabajar. Quiere llevar la batalla para apartar a Stalin de la secretaría general como deja
expresado en uno de sus últimos documentos escritos, pero muere antes de poder hacerlo.
Crece una burocracia privilegiada que elimina en pocos años el menor vestigio de democracia
soviética y de cualquier otro tipo. Stalin, buen canalizador y muñidor de los intereses de esta
floreciente nueva capa social, se erige como amo absoluto del PCUS y de toda la URSS. Dos
datos sobre la burocracia cada vez más privilegiada que crece sin freno y que es la principal
base social que explica el triunfo de Stalin. El primero: en 1923 el partido bolchevique tiene
370.000 afiliados de los cuales solamente 35.000 son obreros, las dos terceras partes de la
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afiliación son asalariados del partido, el ejército (aunque Trotski es el jefe formal del mismo y
goza de gran prestigio entre los veteranos de la guerra civil, Stalin ya ha colocado a sus fieles
en los puestos clave para minar su autoridad), los sindicatos, los organismos estatales… El
segundo: ya a finales de 1926, un militante a sueldo del partido del nivel más bajo gana entre 5
y 6 veces más que el salario medio obrero. Pero en 1927 ni aún el propio Stalin se atreve a
asesinar a Trotski pues solamente han pasado 10 años de la revolución rusa y el papel
protagonista en la misma del excomisario de la guerra está todavía demasiado presente entre
la población de la URSS, los cuadros del partido y el movimiento comunista internacional
(Trotski había sido junto con Lenin el dirigente más conocido doméstica e internacionalmente
durante los primeros años de la Tercera Internacional; en todo el mundo el partido bolchevique
es conocido aún por el partido de Lenin y Trotski). Con los preparativos de la Segunda Guerra
Mundial, estos reparos ya no existen y el todopoderoso secretario general decide hacer los
preparativos para asesinarlo. Trotski puede ser un auténtico problema cuando se inicie la
guerra… o cuando acabe (1). Ramón Mercader representa una de las líneas posibles para
liquidar al exilado, puesto que los servicios secretos preparan diferentes planes de asesinato y
completamente independientes entre sí. Para convertirlo en posible asesino de Trotski, Ramón
Mercader es enviado a la URSS y entrenado para tal fin siempre bien vigilado por el hombre al
que Stalin le dio la orden directamente, Nahum Eitingon, omnipresente en la novela de Padura.
Posteriormente, el esbirro se traslada a París y en 1938 conoce –en realidad, también el
encuentro está preparado por la NKVD, las siglas en ruso del comisariado de asuntos internos,
la sucesora de la GPU– a la estadounidense Sylvia Ageloff, una partidaria de Trotski (2), con la
que logrará intimar y tener una relación supuestamente amorosa. Así va introduciéndose en el
círculo más reservado del exilado hasta que puede lograr una cita para permanecer a solas con
él en la habitación en donde acostumbraba a trabajar el revolucionario. Como es conocido,
Mercader, entonces camuflado con el falso nombre de Jacques Mornard y representando el
papel de un apolítico hombre de negocios belga, le atizó un mortífero golpe en la cabeza con
un piolet, esta pieza imprescindible para toda persona que practique la alta montaña. No le
produjo instantáneamente la muerte, pero sí unas horas después.
Esta rápida enumeración de algunos de los hechos más importantes que novela Padura en El
hombre que amaba a los perros está bien desarrollada, pero con una tersura un tanto desigual.
Me parecen especialmente sobresaliente los fragmentos del libro que desarrollan los episodios
sobre la transformación en algún edificio de la NKVD en la URSS del joven Ramón Mercader
en Jacques Mornard (el frío asesinato de un pobre vagabundo acusado de "perro trotskista" es
memorable); la forma de describir lo que realmente preocupaba a la burocracia estalinista del
alzamiento fascista contra la II República española: que no pudiera convertirse en una
revolución (3); la conversión de los partidos comunistas en simples peones de la diplomacia de
la URSS, siendo uno de los campeones de ello el PCE con su servilismo (Dolores Ibárruri
queda retratada en algunas páginas dedicadas a la guerra civil y al posterior regreso del
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asesino de Trotski a la URSS) a los dictados de Stalin y sus recaderos; los momentos en que
se cuenta el secuestro del dirigente catalán del POUM Andreu Nin y el criminal montaje para el
exterminio de este partido; el modo de describir el cinismo de tantos dirigentes de la época de
Stalin, ejemplarizados en la novela por el implacable Nahum Eitingon (4); la dedicación próvida
de algunos secretarios de Trotski, entre ellos el que lo fue de 1932 a 1939, Jean Van
Heijenoort, posteriormente un destacadísimo lógico matemático que enseñó en las
universidades de Columbia y Stanford; el drama increíble que supuso para Trotski tener que
sobrevivir a la muerte de sus 4 hijos: Nina y Zinaida, las hijas también de Aleksandra
Sokolovskaya, y los dos varones que tuvo con Natalia Sedova (el mayor, Liova, asesinado en
París por un agente de Stalin infiltrado en los círculos trotskistas y que se había ganado la
confianza de la propia víctima, era la mano derecha política de su padre; el menor, Serguei, no
interesado en la política, murió (5) en uno de los escalofriantes campos de trabajo forzado de la
URSS); las caracterizaciones de dos pintores mexicanos: la del cobarde Siqueiros y la del
inconsistente y poco fiable Diego Rivera; la descripción de los momentos en que todo el mundo
se convirtió en un "planeta sin visado", en que derechistas, socialdemócratas (fabulosas las
páginas dedicadas al tornadizo Trygve Lie cuando Trotski está semipreso en Noruega en 1936,
entonces jefe de los socialdemócratas noruegos y después secretario general de la ONU entre
1946 y 1952), fascistas, monárquicos y, por supuesto, estalinistas, se vengan del que ven
como odioso causante del triunfo revolucionario en 1917, hasta que Lázaro Cárdenas lo acoge
en México; el ambiente claustrofóbico en la fortaleza de Coyoacán, y los momentos del
asesinato, con el drama político objetivo que supone el hecho de que Trotski (que no perdió la
conciencia hasta horas después del golpe asestado por el sicario barcelonés de Stalin) exhorte
a sus guardias que han venido a socorrerlo para que averigüen a quién sirve el asesino, si a la
Gestapo o a la NKVD (6). En todo caso, Trotski ya sabía que su fin era cuestión de poco
tiempo y lo dejó más de una vez escrito, convencimiento que también está muy correctamente
desarrollado en El hombre que amaba a los perros.
Pero quizás uno de los momentos de la novela que resulta especialmente imponente por su
gran significado político y por la forma en que está contado es al que voy a dedicarle algunas
líneas a continuación.
Se trata de un episodio bien conocido por los historiadores y biógrafos de Trotski. El
protagonista es Nikolai Bujarin, uno de los más brillantes dirigentes bolcheviques, elegido en
1926 secretario general de la Tercera Internacional y sombra tenue de lo que fue cuando se
convierte en aliado, y después víctima, de Stalin. Estamos a comienzos de 1936 y en Noruega,
Trotski recibe una carta de un viejo adversario Fiódor Dan, un menchevique exiliado en París
con el que había tenido grandes enfrentamientos durante los días que van de la revolución de
Febrero a la de Octubre de 1917. Dan le expresa su extrañeza de que Bujarin haya sido
enviado a Europa para comprar documentos con destino al Instituto Marx-Engels-Lenin. El
menchevique enunciaba su asombro por el hecho de que Stalin hubiera elegido a Bujarin para
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este menester. Estupefacción que se acrecentó cuando también fue enviada pocos días
después a París Anna Larina, la esposa de Bujarin. ¿Estaba Stalin invitando a Bujarin a
desertar? Pocos días después, Bujarin recibe la orden escrita de Stalin de regresar a Moscú.
Sabe que regresar equivale a morir en más o menos poco tiempo (efectivamente, Bujarin fue
condenado y ejecutado tan solo dos años después, en marzo de 1938, en uno de los
depravados procesos de Moscú). Conocidos y exilados le sugieren que si se queda en Europa
podría convertirse en un segundo Trotski y liderar juntos una oposición con mayores
oportunidades de desbancar a Stalin. Pero Bujarin prepara el regreso a Moscú, sigue contando
Dan en la carta. Entonces le preguntan que cómo es posible que después de haber luchado
contra el temible zarismo, se encaminase ahora como un cordero mansamente al degüello. La
respuesta de Bujarin es terrible: "vuelvo por miedo". Bujarin se sinceró: él no estaba hecho de
la misma madera que Trotski y "eso Stalin lo sabía y, sobre todo, lo sabía él mismo". Idea que,
con otras palabras, expresa en su propio proceso cuando declara: "Hay que ser Trotski para no
deponer las armas". "Vuelvo por miedo" Bujarin lo razona, en la carta de Dan, con estas
escalofriantes palabras: "Sé que tarde o temprano Stalin va a acabar conmigo; quizás me
mate, quizás no. Pero voy a regresar para aferrarme a la posibilidad de que no crea necesario
matarme. Prefiero vivir con esa esperanza que con el miedo constante de saber que estoy
condenado." Para Trotski esta revelación fue la certeza de que Stalin ya no quería dejar ningún
superviviente entre los dirigentes de la revolución, por útiles que le hubieran sido en algún
momento, como fue el caso de Bujarin entre tantos otros. Efectivamente, el ¡90 por ciento! del
mítico Comité Central bolchevique que protagonizó la revolución de 1917 fue exterminado
físicamente por Stalin.
El conde Czernin, representante austríaco en las negociaciones de Brest-Litovsk en 1918,
harto de la inteligencia e inflexibilidad de Trotski como comisario del pueblo de asuntos
exteriores y jefe de la delegación soviética, expresó más de una vez su deseo ardiente de que
apareciera una Charlotte Corday que eliminara al jefe revolucionario. Stalin hizo realidad con
Ramón Mercader el sueño del reaccionario conde aunque éste ya no estuviera vivo para
poderlo disfrutar.
El libro del novelista cubano aún no se ha publicado en Cuba. Está previsto que circule en
aquel país en breve. Padura no está muy seguro de cuáles puedan ser las reacciones. Ramón
Mercader, el hombre que según Leonardo Padura "amaba a los perros" especialmente a la
raza de los borzoi, murió el 18 de octubre de 1978 en La Habana, después de haber pasado 20
años en las cárceles mexicanas y de haber recibido, en 1961 al regresar a Moscú, la medalla
de mayor distinción en la URSS desde 1934 a 1991: la estrella de Héroe de la Unión Soviética.
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----------Notas:
(1) Un año antes del asesinato de Trotski, el 25 de agosto de 1939, el embajador francés en
Berlín, Robert Coulondre, intenta disuadir a Hitler de que no invada Polonia. La guerra, como lo
fue la de 1914, puede ser el preámbulo de la revolución y ello encoge algunos espíritus. La
forma de expresarlo del embajador francés ante Hitler es: "Temo que al término de una guerra
no haya más que un vencedor: el señor Trotski."
(2) Increíblemente representada por Romy Schneider en la nada afortunada película de Joseph
Losey El asesinato de Trotski (1972), en donde el papel de Trotski lo desempeña Richard
Burton. Romy Schneider era una actriz sumamente guapa, Sylvia Ageloff era una mujer muy
poco agraciada. Ramón Mercader, quizás adecuadamente representado por Alain Delon en la
película mencionada, era un hombre físicamente atractivo. Mercader siempre que tuvo que
carearse, después del asesinato, con Ageloff debió soportar que ésta invariablemente le
escupiese en la cara para mostrarle el desprecio que le producía por la sucia y bellaca
manipulación de la que había sido objeto.
(3) El 20 de marzo de 1937 Stalin escribe a Rafael Alberti y María Teresa León: "Hay que decir
al pueblo y al mundo entero que el pueblo español no está en condiciones de realizar la
revolución proletaria" (citado por Jean-Jacques Marie en Trotski, FCE, 2009).
(4) Que, como tantos otros estalinistas, también sufrió tortura y cárcel en la URSS, pero la
muerte de Stalin en 1953 motivó su excarcelación. Vivió hasta 1981. Una genial y
estremecedora descripción del terror estalinista que no solamente afectaba a auténticos
trotskistas sino a estalinistas de más o menos luces, escrita por alguien que lo sufrió también
directamente, es El caso Tuláyev de Víctor Serge (Alfaguara, 2007).
(5) Padura menciona en varias ocasiones el recuerdo que tuvo Trotski, a medida que iban
muriendo sus hijos, sus familiares más cercanos, sus colaboradores y miles de partidarios
reales o imaginados por Stalin, de las palabras que el veterano bolchevique Georgy Piatakov
lanzó, después de una sesión del Politburó del 18 de octubre de 1926: "¿Por qué Lev
Davidovich ha dicho eso? Stalin no se lo perdonará ni a sus bisnietos". Piatakov se refería a las
premonitorias palabras de Trotski en dicha sesión del Politburó en donde había acusado a
Stalin de "sepulturero de la revolución".
(6) El judío Trotski fue calumniado ininterrumpidamente por todo el poderoso aparato estalinista
de ser agente al servicio de Hitler… hasta que se selló el pacto Molotov-Ribbentrop el 23 de
agosto de 1939. Entonces las calumnias tuvieron que reencauzarse.
--------------------------------(*) Daniel Raventós es profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de
Barcelona, miembro del Comité de Redacción de SINPERMISO y presidente de la Red
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Renta Básica. Su último libro es Las condiciones materiales de la libertad (Ed. El Viejo Topo, 2007).
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