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a 90 años de su nacimiento
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ENTRE RISAS Y LLANTOS
VIOLETA
AUSENTE
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La artista chilena más famosa en el extranjero no tiene un lugar para mostrar
su alabada obra plástica, y muchos de sus discos, jamás reeditados en CD,
son joyas de coleccionista. Cantamos de memoria “Gracias a la vida” pero
no sabemos dónde buscar datos biográficos básicos sobre su autora. Chile no
supo apreciar el talento de Violeta cuando lo tuvo al frente, pero tampoco ha
sido justo en el trato póstumo de su legado. Su hermano Nicanor, su hija Isabel, su último aliado y algunos admiradores intentan aquí dar con la razón de
por qué Violeta Parra sigue siendo para sus compatriotas un nombre lejano.
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Por Marisol Garcia C. • fotos fernando krahn
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34 rolling stone, septiembre de 2007
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rolling stone, septiembre de 2007 35
p VIOLETA PARRA P`
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“Ir entendiendo a la Viola y sus
matices ha tenido que ver con
entenderme a mí y a todas las
mujeres” (Javiera Parra).
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36 rolling stone, septiembre de 2007
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un tono inusual de lila cubre las bases
de árboles y de la fuente de agua emplazada
al centro de la Plaza de Armas en el sureño
pueblo de San Carlos. Es un color suave y
atípico, no muy sentador, que al menos ayuda a que el lugar se distinga de los cientos
de idénticas plazas de pueblos de provincia
desperdigadas por Chile. Pero costaría darle
a ese morado pálido un significado cultural
concreto. A no ser, claro, que a uno le cuenten que se escogió como tributo a la ciudadana más ilustre en la historia de esta comunidad de la provincia de Ñuble, 365 kilómetros
al sur de Santiago. “Color violeta, como Violeta”, nos explican. Vaya literalidad: cómo no
habernos dado cuenta antes.
Hay en las manzanas aledañas a la fuente color violeta otros recordatorios físicos
del nacimiento de la autora de “Gracias a la
vida”. Pero no son demasiados, y los turistas extranjeros que alguna vez han llegado al
pueblo buscando pistas biográficas de la admirada artista se han ido decepcionados. Una
figura sencilla de yeso. Un liceo con su nombre. Una anunciada escultura para la Plaza de
Armas que no alcanzará a estar lista este año.
La casa de su nacimiento, en calle El Roble, es
una fachada de adobe sin ingreso al público, y
cuya restauración está recién gestionándose
gracias a un Fondart que permitió elaborar un
presupuesto de trabajo. De ahí habría que esperar dineros del MOP, el Serviu o algún mecenas. Al menos, hace dos años una donación
del Ayuntamiento de Baena (España) permitió salvar la casa de la venta y demolición.
Precisamente esa falta de señas termina
siendo el mejor símbolo de la desidia patrimonial y glorificación vacía en la que hemos
dejado a nuestra mejor cantautora, y no sólo
en su pueblo natal. La primera latinoamericana que expuso en el museo del Louvre,
incansable recolectora de música campesina chilena y promotora de nuestro folclor en
Europa, la compositora de himnos eternos
de la canción en español y primer referente
fiero del canto político. A exactos 90 años de
su nacimiento y 40 de su muerte, esa mujer
no tiene en Chile un museo en el que pueda
mostrarse su obra ni un solo proyecto estatal
con su nombre. Tampoco una discografía en
forma ni con la debida recaudación de derechos. Incluso muchos de quienes la admiran
no logran tararear más que dos o tres melodías suyas. Su rostro en blanco y negro sigue
inspirando más distancia que dulzura, y los
venideros proyectos en torno a su memoria
son apuestas aisladas por regalarle algo de
color. Quizás no haya culpables, y quizás sea
en el silencio del afecto anónimo donde Vio-
leta ha elegido estar. Pero incluso sus cercanos no pueden contener hoy la frustración
por la suerte de ese talento inabarcable que
fue Violeta Parra, tan incomprendido en vida
como abandonado tras su muerte.
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entonces, sin por eso interrumpir la aplaudida labor de cantautora que inició como
adolescente junto a su madre, la hizo estrella
de la Nueva Canción Chilena y hoy la tiene a
punto de publicar un nuevo álbum. A Isabel,
el pelambre en su contra le importa “nada,
Ignorante indiferencia
nada, nada”, y dice que es la propia obra de
isabel parra se encoge de hombros y emite la artista a la que conoció tan íntimamente la
un suspiro cada vez que se entera de un nue- que la anima a diario en su cruzada.
vo obstáculo en los planes que elabora como
directora de la Fundación Violeta Parra. Le –ser hija de la violeta me da fuerzas para
pasa bien seguido. Administrar el legado de volver a creer, para volver a ser confiada, para
su madre le ha granjeado una fama de mujer ilusionarme con que “ahora sí”. Quizás se me
complicada que ella no sólo reconoce sino pase la vida en esto, pero no quisiera morirme
que defiende a la luz de las decepciones acu- sin darme cuenta de que hubo un grupo de
muladas con el círculo local de poder políti- gente que dijo: “Oye, córtenla con esta cuesco y cultural desde que regresó de su exilio, tión, pongan a la Violeta Parra donde se lo mehace veinte años. Sus esfuerzos por recolec- rece”; sobre todo en un país que tiene dinero
tar, preservar y difundir la obra de Violeta para financiar cuanta estupidez existe. No
han ocupado sus mejores esfuerzos desde me gusta la oda al quejido, pero a veces hago
desde su nacimiento, en 1991, la fundacion
Violeta Parra ha sido una organización sin
fines de lucro ni financiamiento estatal de
ningún tipo, y hoy ni siquiera cuenta con
una oficina en la cual gestionar actividades
o atender al público. Su sede original, la casona de Carmen 340 que albergó la antigua
Peña de los Parra, debió ser vendida por falta
de recursos para su mantención. El Partido
Comunista mantiene hoy allí el centro cultural Gladys Marín.
Los logros de la Fundación han sido importantes, pero “no suficientes”, según la propia
Isabel. A la edición de un cancionero y un
venidero catálogo de la obra plástica de Violeta –ni sus recientes biografías ni el documental Viola chilensis, de Luis Vera, han sido
ediciones autorizadas por la Fundación–, se
han sumado antologías de canciones y recientes gestiones judiciales por reparar la lamentable situación de regalías en las que hasta
hoy se encuentra su discografía. Un embrollo
de contratos perdidos y/o abusivos hace que
Violeta Parra reciba hoy un dinero irrisorio
por la venta de sus discos. Hace cinco años,
la sucesión de la artista vino a saber que su
contrato con Odeon consideraba regalías por
el 1,5 por ciento de las ventas, “que si ahora
es increíble, para los años sesenta era inusitadamente bajo”, explica el abogado experto
en derechos de propiedad e intelectuales Tito
Muñoz. El profesional adelanta que a nombre de la familia espera además la resolución
FOTO: IXOIXOIXO IXOXIOXIOXIO
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el ejercicio de analizar todo esto desde fuera,
y desde lejos mirar a mi mamá y la indiferencia
hacia ella; y entonces más rabia me da.
Varias veces dijo Violeta en público que
lo que hacía con su talento –tanto en música como en otras áreas artísticas— era “para
los chilenos”. Isabel a veces repara en tanta
obra aún embodegada, sin aliados influyentes para su difusión, y se pregunta si acaso su
madre no habrá sido demasiado optimista.
“Siempre pienso: todo el mundo adora a
la Violeta, pero la gente que la adora no puede hacer nada por ella, salvo adorarla. Nunca he conocido a un chileno con poder para
este tipo de cosas que tenga otro tipo de mirada o de voluntad como para plantearse y
decir: ‘Es el colmo que la Violeta Parra no tenga
un museo’. Este patrimonio, el valor de esta
obra, no pueden depender de si te cae mal la
Isabel o el Ángel, o si Violeta era comunista,
o si tenía mal genio y le pegó con el bombo
a no sé qué caballero en París. Por eso creo
que, primero, es una indiferencia que viene
de la ignorancia: de no conocerla, de no profundizar en la persona, y de no tener conciencia de que hay un valor tremendo en esta
mujer que está mucho más valorada afuera
de Chile que aquí.
–¿Por qué?
–Yo tampoco puedo contestar esa pregunta. ¿Será la mezquindad que tenemos los
chilenos, la poca visión, la frivolidad, la banalidad que nos cubre? Serán miles de cosas
que nos tienen convertidos en una sociedad
antipática, una sociedad sin identidad, mezquina, conservadora, etcétera. Pero contra
esa indiferencia me he tenido que mover durante este tiempo, porque para mí esto es
muy importante.
Ixoi oxioxox oxox
oxioxioxioxi x ixo ixoi xo
ixoi xoixioxiox
de una demanda de la Sociedad Chilena del
Derecho de Autor (SCD) contra Pedro Valdebenito para también querellarse por lo que
cree fue un “apropiamiento” del master y los
derechos de Las últimas composiciones, el último disco de Violeta Parra y el único que ella
grabó para la compañía IRT. El catálogo de
esa desaparecida firma discográfica –clave en
el movimiento de neofolclore y otros éxitos
musicales de los años sesenta– está en manos de Valdebenito desde el Golpe de Estado de 1973, y hasta hoy nunca ha pagado los
debidos derechos de venta, según los hijos de
Violeta. A nuestro propio Sgt. Pepper’s… (en
el último disco de Violeta venían “Gracias a la
vida”, “Volver a los 17” y “Run Run se fue pa’l
norte”, entre otras) lo envuelve un lío incomprensible para un disco de su importancia.
El museo ERRANTE
como una liebre jabonosa, se ha escapado
una y otra vez la principal meta de la Fundación Violeta Parra, que es contar con un museo que albergue, preserve y dé a conocer la
obra de la universal artista. El frustrado recorrido de esa empresa parece, a veces, una comedia de equivocaciones, y hasta daría para el
sarcasmo si no fuese porque involucra a grandes personajes de la política y los negocios en
la desconsideración hacia tan indiscutible legado patrimonial. Al menos dos alcaldes de
Santiago (Jaime Ravinet y Joaquín Lavín) y
el conocido empresario Carlos Cardoen han
comprometido públicamente su colaboración con el museo, para luego desdecirse.
Lo anterior no son rumores sino promesas de sobra documentadas, y adornadas
con firmas, fotos y abrazos. El 3 de septiembre del año 2003, los diarios del país incluyeron la sorpresiva imagen de Joaquín Lavín,
Carlos Cardoen e Isabel Parra sonriéndoles
juntos a los lentes de la prensa. Confirmaban con esa foto un acuerdo de trabajo por
el cual el edificio a sus espaldas, el llamado
“castillito” del Parque Forestal, albergaría en
menos de veinte meses el primer museo de
Violeta Parra creado alguna vez en Chile. El
alcalde cedía el lugar por treinta años, Cardoen prometía gestionar los 350 millones
de pesos para la ampliación y remodelación
necesarias, y la hija mayor de Violeta les respondía a los suspicaces por tan improbable
sociedad que “estos milagros los produce la
propia Violeta. Mi madre nos enseñó a ser
abiertos de criterio, porque ella se relacionaba con todo el mundo”. La Cuarta creyó conveniente titular: “gracias a la vida,
violeta tendrá su museo”.
de eso han pasado cuatro años. no solo “el
castillito” sigue ocupado por oficinas, sino
que sobre el Museo no hay siquiera discusión. El acuerdo entre las fundaciones Violeta Parra y Carlos Cardoen se anuló “de manera cordial” en julio del 2005 luego de que
los herederos legales de Violeta comprobaran los sucesivos aplazamientos del plan original por falta de recursos. Isabel Parra explicó más tarde su desazón, con la imagen de
“un globo que se desinfló antes de inflarse”.
Lo que se pinchaba en realidad era una
nueva esperanza por darle al legado de Violeta Parra el tratamiento público que mere-
x Su esquiva discografIa z
Las canciones perdidas, reeditadas, reversionadas y por aparecer, además del mejor
álbum de la música popular chilena.
Descubrir la música de Violeta
Parra sigue exigiéndonos
un esfuerzo. El grueso de
sus publicaciones no se ha
reeditado nunca en CD, y
sus versiones en vinilo son
materia de coleccionistas.
A excepción de Las últimas
composiciones (1967), su
más famoso y mejor álbum,
las canciones de Violeta se
encuentran hoy en antologías
no siempre recomendables.
Violeta Parra debutó en
disco como parte del dúo que
mantuvo junto a su hermana
Hilda. De Las Hermanas
Parra los sellos Odeon y RCAVictor publicaron algunos
EPs a principios de los años
cincuenta, todos los cuales
están descatalogados. Violeta
también puede escucharse en
grabaciones de su hermano
Roberto, como Las cuecas
de Roberto Parra (1965), que
EMI reeditará este mes por
primera vez en CD.
En once años, la chilena
publicó nueve discos solistas
y legó varias grabaciones
no oficiales, dándole así
forma a una discografía
engrosada al principio con su
interpretación para canciones
tradicionales del campo
chileno que ella misma había
recopilado en sus viajes por el
país. Es el caso de sus discos
Guitare et chant: chants
et rythmes du Chili (1956,
grabado en París para el
sello Chante Du Monde) y los
cuatro títulos grabados para
Odeon como parte de la serie
“El folklore de Chile”: Canto y
guitarra (1956), Violeta Parra
acompañada de guitarra
(1958), La cueca (1958) y
La tonada presentada por
Violeta Parra (1959). La autora
cerró esa primera etapa de
trabajo con su primer álbum
plenamente autoral. Toda
Violeta Parra (1960) incluyó
sólo composiciones propias,
ya dando luces (“Yo canto a
la diferencia”, “Hace falta un
guerrillero”, “La jardinera”)
de la mezcla de expresión
emocional autobiográfica
y severa opinión social
que caracterizaría sus
composiciones futuras.
Ninguno de estos discos
existe en CD, y sólo algunos
de sus títulos aparecen en
antologías.
Cumplida su misión
divulgadora, Violeta cerró
la primera etapa de su
discografía solista para viajar
nuevamente a Europa, donde
afirmó de modo definitivo su
sello autoral. En Recordando
a Chile (Una chilena en París)
(1965) se le nota la nostalgia
por la patria lejana (“Paloma
ausente”), pero también
que su preocupación por
los chilenos no ha decaído
ni un ápice a la distancia,
según se aprecia en “Y arriba
quemando el sol” o “¿Qué
dirá el Santo Padre?”. La
única excepción de autoría
en ese álbum la da el famoso
poema “Defensa de Violeta
Parra”, que recita Nicanor
sobre la guitarra de su
hermana.
A su regreso a Chile, Violeta
publicó dos discos más, ambos
muy diferentes entre sí. Carpa
de La Reina (1966) es una
grabación colectiva en la que
su voz se alterna con las de sus
invitados: Lautaro y Roberto
Parra, la primera formación de
Quelentaro, el grupo Chagual
y el cantautor Héctor Pavez.
El título alude al lugar de
trabajo y presentaciones que
Violeta mantuvo en lo alto de
Santiago, el mismo en el que
eligió morir. El disco, hasta
ahora descatalogado, será al
fin reeditado este mes en CD
por EMI.
Las últimas composiciones
(1966), en tanto, es el único
álbum original que hoy puede
encontrarse sin problemas
en disco compacto, si bien su
edición es precaria e incluye
insuficiente información
de carátula para el que
probablemente sea el mejor
disco de la historia de la
música popular chilena.
Grabado junto a Alberto
Zapicán, y Ángel e Isabel
Parra, el trabajo fue el único
de su trayectoria con licencia
RCA. Editado tres meses
antes de su suicidio, es claro
que aquí concentró Violeta
su talento y afán existencial
pensando en la trascendencia,
en una seguidilla de temas
clásicos que incluyen “Gracias
a la vida”, “Volver a los 17”,
“Run Run se fue pa’l norte”
y “Maldigo del alto cielo”, y
cuya contundencia remece
incluso al auditor aficionado.
La Fundación Violeta Parra
ha confirmado la próxima
edición de una versión de
lujo de este disco, en el cual
se incluiría también un DVD y
canciones antes inéditas.
Ciertas publicaciones
póstumas han permitido
conocer grabaciones no
oficiales de Violeta ya sea en
el extranjero o como parte de
ensayos semi experimentales.
Incluyen Canciones
reencontradas en París (acaso
su disco de mayor contenido
político, y disponible en varias
versiones aunque la mejor es
la de Warner), Composiciones
para guitarra (grabado en
magnetófono, principalmente
instrumental y con algunas
de sus alabadas anticuecas),
Cantos campesinos (folclore
tradicional) y En Ginebra, el
registro de una presentación
suya y del músico suizo,
Gilbert Favre, realizada en
una casa de la capital de
su país en 1965. Décimas
y centésimas, en tanto, la
muestra recitando versos
autobiográficos. Todos estos
discos ya pueden encontrarse
en CD. Se mantiene sin
embargo la deuda con al
menos dos grabaciones de
Violeta en el extranjero: Au
Chili (1963), el disco que
grabaron en Francia Los
Parra de Chillán (Violeta,
Ángel, Isabel y Tita Parra),
parcialmente recuperado
en la estupenda antología
Puras cuecas (2004); y un
ya mítico álbum grabado
por Violeta en Argentina
en 1961 que no llegó a
publicarse supuestamente
por los incendiarios versos
de canciones como “¿Por
qué los pobres no tienen?”.
Son grabaciones que, sin
embargo, han ido saliendo
en compilados y en discos no
oficiales.
Sobre antologías, es
inevitable encontrar en Chile
y el extranjero ediciones
en CD, cassette y vinilo de
calidad desigual. Entre las
recomendables sugerimos
El folklore y la pasión (1994,
EMI), La jardinera y su canto
(1997, EMI) y la edición doble
Antología (Warner, 1999); esta
última, la única que contó con
autorización de la familia.
Quedan aún rarezas sin editar
de la chilena, como las citadas
grabaciones argentinas,
pistas registradas en Londres
y un EP de cuatro temas, El
tocador afuerino, grabado
para Odeon por Violeta y
Gilbert Favre en 1965, hoy
inencontrable.
rolling stone, septiembre de 2007 37
p VIOLETA PARRA P`
algo es algo, pero quien podria decir que
es suficiente. Quedan óleos, esculturas, partituras, fotos, manuscritos y cartas; además
de grabaciones inéditas en vivo y para radios. Todo aquello que ha sobrevivido a viajes, mudanzas, apropiaciones indebidas y
persecución militar. El depósito del valioso
trabajo de recopilación de folclor chileno
que Violeta acometió en los años cincuenta es otro misterio. Cerca de Concepción,
el Museo de Hualpén tiene en exhibición
algunos bienes suyos (su vitrola, instrumentos) donados por ella durante su breve
residencia en la zona. No deja de ser sorprendente que la falta de apoyo que fue matando lentamente a Violeta Parra siga de
modo póstumo y ya con su talento convertido en convicción unánime.
Nicanor Parra bien puede ser el hombre
que mejor la conoció. Se ha escrito muchas
veces sobre la complicidad entre ambos hermanos, la guía artística que le ofreció el poeta
y físico a la creadora, y lo profunda que fue su
relación adulta. “La Viola y yo somos la misma
persona”, llegó a escribir, en su muy personal
antimodo, el autor de El hombre imaginario. A
su vez, de la artista se conoce la frase “sin Nicanor, no hay Violeta”. A él estaba destinada
la única carta manuscrita encontrada junto a
su cadáver, el 5 de febrero de 1967.
—Sobre la marcha, le puedo decir lo siguiente: —Nicanor toma vuelo y se larga,
esta vez para nosotros y desde Las Cruces—
ella sigue siendo una desconocida. ¿Por qué
se lo digo? Hace un par de meses escuché una
canción suya que yo no conocía. Y si yo no la
conozco, imagínese. Se llama “La víspera de
San Juan”. La reduje a dos cuartetas: “Salieron cuatro palomos, volando del palomar / en
ya en 1969 el antipoeta contaba de sus planes de exhibir en su casa de La Reina arpilleras que él había recuperado en Europa. Según la nota de Hernán Miranda, “por aquella
fecha, la acogida de los organismos oficiales
chilenos no había sido muy generosa”. Cita
a Nicanor sobre una oferta suya al escritor
Roque Esteban Scarpa, entonces director
de Bibliotecas y Museos, para que se habilitara una sala especial en el Museo de Bellas
Artes, idea que el funcionario “recibió con
Ioxi oxioxi o ixoxi oiox oxi ox ioxi ox io xi ixoixiox io xoioix.
busca de la semilla, pa’poder desayunar. / Se escuchan cuatro disparos, la víspera de San Juan /
Las viudas de los palomos los salieron a buscar /
Les dicen a sus pichones: no salgan del palomar
/ De nuevo cuatro disparos, la víspera de San
Juan”. Mire qué maravilla.
También Nicanor ha pensado muchas veces gestionar un centro de exhibición para
la obra de su hermana más talentosa. Una
nota de febrero de 1982 en el suplemento
Buen Domingo, de La Tercera, consigna que
frialdad”. Al momento de la citada entrevista, Nicanor tenía en mente un museo de Violeta en Conchalí, sobre el cual nunca hubo
luces concretas.
Hoy, al teléfono desde Las Cruces, el poeta resume con gracia su propia aventura por
recuperar parte de la obra de su hermana
luego de su fallecimiento. Cuenta, por ejemplo, que “los cuadros que Violeta expuso en
el Louvre quedaron luego en manos de una
amiga suya, una condesa no sé cuánto que vi-
El recuerdo de “El Albertio”
En la memoria masiva,
Alberto Zapicán quedó para
siempre como “el Albertío”,
el sujeto de una popular
composición homónima de
Violeta, en la que la chilena
se queja de que Dios le haya
regalado “sombrero con
tantas cintas, a quien no
tiene cabeza”.
Zapicán compartió los
últimos meses de la vida de
Violeta Parra en estrecho
contacto, y son su voz y su
bombo los que se escuchan
en el álbum definitivo
de la artista, Las últimas
composiciones. Uruguayo
de pasado tupamaro,
intérprete de folclor en
varios grupos, casado con
chilena y especialista en
terapias alternativas de
salud, a Zapicán hay que
ir a buscarlo a un lugar en
las afueras de Montevideo
38 rolling stone, septiembre de 2007
llamado Neptunia, porque
a las ciudades no se asoma
ni aunque le rueguen.
Vive con Lupe en una casa
construida con sus manos y
con un canelo en el jardín.
Sus intensos ojos calipso
inquietan un poco menos
que sus recuerdos.
Conoció a Violeta en
1965, durante su segunda
visita a Chile. Había entrado
esa vez clandestinamente,
escapando de la cárcel en
Uruguay. Su amigo Osvaldo
“Gitano” Rodríguez lo puso
en contacto con la artista
chilena, de cuyo trabajo
Zapicán ya tenía noticias.
Fue a ayudarla a su carpa
en La Reina, y terminó
quedándose en la casita
aledaña, cuando Violeta
vivía el duelo del fin de su
relación con Gilbert Fauvre.
“Me arrimé de alguna
manera a Violeta porque
ya sentía que ella era una
persona que aportaba al
universo. Y lo que vi y aún
veo en ella es un referente
muy claro, como un faro,
de un acervo vinculado a la
tierra y a lo propio”, relata
Alberto Zapicán. “Uno
tiende a minimizar a una
mujer, y ella era chiquita,
frágil, pero hay que ver
cómo tenía claro lo que ella
era, su identidad. Tanto así
que va a Europa y ella sola
muestra la cultura de una
nación. Ahí ves que alguien
tan firme en su identidad,
sin miedo y sin tener que
buscar nada afuera, puede
más que todo un sistema”.
El uruguayo la asistió
en uno de sus varios
intentos frustrados de
suicidio previos a febrero
del 67. Sabe que sobre
su relación se levantaron
especulaciones de romance,
de peleas, de culpas: “Es
muy fácil hablar después
sin haber estado ahí. Con
Violeta hubo un encuentro
en una búsqueda, como
tantos otros que se cruzaron
en el camino y que uno
incorpora”.
—¿Qué importancia le das
a Las últimas composiciones?
¿Te gustas al escucharte allí?
—Estamos hablando de
un disco en el que ciertas
letras, como las de “Gracias
a la vida”, han dado la vuelta
por el universo hasta ser
casi muletillas de algunas
regiones. Hay en ese disco
todo un canal de enseñanza
que se ha incorporado al
universo; entonces es una
maravilla que no merece
ni una corrección ni una
mirada de juicio.
vía en Suiza, y otros en manos de un galerista. Eran datos vagos, pero yo me propuse dar
con esas personas y recuperar esas obras.
Fui a Ginebra y primero contacté al galerista,
quien al principio negó todo: que él no sabía
nada, que no tenía ninguna obra, que chao
pescado. Entonces yo, como último recurso,
me planté ahí y me puse a recitar el poema a
la Violeta”, continúa Nicanor, en referencia
a su famosa Defensa de Violeta Parra. “Eso impresionó al hombre, quien cambió por completo de actitud y me dijo: ‘Tengo gran parte
de la obra de Violeta. Queda toda a tu disposición. Además, te pondré en contacto con
la condesa’. Y así fue como recuperé todo sin
pagar un peso: gracias al poema”.
–¿Se trajo esas obras de inmediato a Chile?
–Sí, pero tuve que arreglármelas para burlar la aduana. Como eran obras de arte, sacarlas de Suiza obligaba a pagar unos impuestos
altísimos. Entonces las metí dobladas al fondo de unas bolsas de ropa sucia. “¿Y esos
sacos?”, me preguntaron después en el aeropuerto en Chile. Pero abrían, veían los calzoncillos y cerraban al tiro.
Aquella poesía salvadora, por si el lector
no la conoce, es un homenaje inscrito dentro de los más populares textos de Nicanor.
Aunque lo parezca, no surgió como un tributo póstumo, sino como un saludo en vida escrito durante una enfermedad grave de aquel
“corderillo disfrazado de lobo” que describe
su hermano, y que incluso ambos grabaron
juntos –él en la declamación, ella en la guitarra– para algún viejo disco de Odeón. Hoy
Nicanor dice que a Violeta sigue debiéndosele una defensa “porque en vida no se le
hizo justicia”.
–Y en su muerte tampoco, a juzgar por la desprotección de su legado.
–Yo no trabajo con fantasmas. Pero lo que
pasa es que ella sigue siendo una carta del
naipe, y los políticos la usan para beneficio
propio.
Violeta pop
durante su infancia, podria decirse que
Javiera Parra no escuchaba sino que “padecía” la inescapable música de su abuela. “Qué
pena. Saquen a esa señora”, se recuerda a ella
misma rezongando. El aprecio de la música
del mayor talento de su familia paterna fue un
proceso lento y exigente, en el que Javiera se
fue acomodando cuando “el personaje dejó
de ser más grande que la abuela”, según ella.
“Me costaba mucho asumir su historia,
su suicidio; me daba mucha pena”, explica.
“Pero con el tiempo he ido endulzando su
recuerdo, comprendiendo a la mujer que ella
era por muchos más lados: frágil, dulce, tierna. Como que entender a la Viola y sus matices ha tenido que ver con entenderme a mí y
a todas las mujeres”.
Su venidero disco, ya en etapa de preproducción, será la prueba no sólo de esa renovada convicción en la profundidad de su
abuela, sino también un símbolo poderoso
para su propia carrera como cantautora. El
primer álbum de tributo a Violeta Parra de
Javiera & Los Imposibles será también el
primero luego del nacimiento del primer hijo
de Javiera y un período de pausa en la banda
que varios interpretaron como una disolu-
FOTO: IXOIXOIXO IXOXIOXIOXIO
ce. Tampoco funcionó en 1992 la promesa
de la Municipalidad de Santiago (entonces
con Jaime Ravinet como alcalde) de reconstruir la Peña de los Parra hasta darle forma a
un anfiteatro y salas de conciertos y exposiciones. El anuncio de ese mismo año de que
la estación San Pablo del Metro se rebautizaría como “estación Violeta Parra” quedó,
también, en nada. Recién el próximo 8 de noviembre, el Centro Cultural Palacio La Moneda inaugurará la exposición de algunas de
las arpilleras con que la chilena hizo historia
en los salones del Louvre, en París. La familia ha cedido en comodato parte de ese legado para su muestra gratuita en no más de 130
metros cuadrados.
ción. Hasta ahora, ella y el guitarrista Cristián López han estado trabajando sobre nuevas versiones de “Arauco tiene una pena”,
“Según el favor del viento” y “En los jardines humanos” (“Es una barca de amores”).
“las canciones de la violeta tienen un
peso específico que es imposible de superar”, confirma Javiera, “y obviamente no es lo
que pretendemos. Las letras le quedan como
poncho a cualquiera, por su intensidad, por
lo demandante que resulta cantarlas. Por eso
creo que hemos ido dulcificando, sintetizando, atreviéndonos a un sonido más pop. Sí
tengo clarísimo que no será un disco de rock,
y hasta nos hemos ido por un lado medio
easy listening. Nunca he escuchado versiones de Violeta como éstas”.
Ya su hermano Angel y su prima-hermana
Tita habían abordado la música de Violeta en
cuanto abuela (ver recuadro con discos tributo), e Isabel y Angel, los dos únicos hijos
del primer matrimonio de Violeta (con Luis
Cereceda), difundieron en los años sesenta
incluso versos que Violeta no llegó jamás a
musicalizar. Se observa entre los cercanos a
la artista casi una compulsión por dejar testimonio de su influencia, pues hay tributos
a Violeta en innúmeros discos, libros, montajes escénicos y poemas. Chile tiene, incluso, un Club Deportivo Violeta Parra. Este
mismo artículo debe interpretarse como un
saludo entusiasta a su estatura artística, que
sirve como un rasero esperanzador sobre la
identidad y la expresión chilenas.
Costaría encontrar músicos latinoamericanos que no la conozcan. “Aun cuando se ponga de moda ser folclórico, Violeta Parra va a
ser inabarcable” escribió Silvio Rodríguez en
la introducción al cancionero Virtud de los
elementos (2005). “Hay cosas que las modas
no podrán alcanzar, ni los ismos ni ciertas corrientes. Se puede poner de moda una manera
de cantar, de hablar, de vestirse y hasta de ser
(o aparentar que se es); pero la tierra, las montañas, el mar y el cielo fueron desde hace mucho configuraciones esenciales, como la Viola
y como ella dejaron su señal”. Según Charly
García, “¡te juro que envidio a Violeta Parra
por haber hecho ‘Volver a los 17’!”.
Como tantos artistas de idea fija y aspiraciones elevadas, Violeta Parra no estaba
para minucias prácticas como la celebración
de su cumpleaños. Isabel, su hija mayor, no
recuerda haber pasado ningún 4 de octubre
con una torta sobre la mesa familiar. Por eso,
las actividades venideras en su memoria son
un modo “de pagar la deuda de noventa cumpleaños”, según ella. Además de la citada exhibición de arpilleras en el subterráneo de La
Moneda, se apresta ya la edición de un libro
de gran formato que cataloga su obra plástica y la reedición de algunos de sus discos (ver
recuadro). Una gran carpa, cómo no, acogerá
ese día de octubre a familiares, amigos e invitados musicales de renombre internacional, y
que la Fundación Violeta Parra ya “selecciona
con pinzas” junto a tres productores profesionales. Por ahora, es algo así como un secreto. Más tarde será un estruendo. “La gente
va a llegar en masa a cantar”, confía Isabel, “y
brotarán muchas cosas”. Al menos ese día, el
canto de todos será su propio canto.
Violeta en la web
www.archivochile.com/
entrada.html: en nombre
de la “memoria chilena”,
se reúne casi un centenar
de archivos vinculados a
Violeta, incluyendo notas de
prensa, ensayos académicos,
entrevistas a familiares, fotos
y registros audiovisuales.
www.letras.s5.com/
archivovioleta.htm: más
textos de archivo, incluyendo
prólogos de sus libros, cartas
a sus cercanos y décimas
autobiográficas.
discosvioleta.blogspot.
com: valiosa recolección
de discos y grabaciones
de la artista y su círculo
cercano para descarga
gratuita. El lamentable
descatalogamiento de la
discografía original de
Violeta sostiene el esfuerzo
de recolección y difusión del
poeta Rodrigo Olavarría.
www.musicapopular.
cl: la enciclopedia online
de música chilena incluye
biografías de Violeta y todos
sus parientes músicos.
www.youtube.com:
casi no quedan registros
audiovisuales de Violeta, y
en YouTube se acomodan
sencillos homenajes
montados por fans con
música y fotos. Sin embargo,
el sitio permite tener acceso
al menos a una joya: la
entrevista con Magdeleine
Brumagne en el taller
de trabajo que mantuvo
Violeta en Ginebra, Suiza
(parcialmente incluido en el
documental Viola chilensis).
El título del video es Violeta
Parra Chile.
rolling stone, septiembre de 2007 39
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Por guillermina altomonte
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S
omos ocho hermanos. Todos, fuera de Violeta y yo, son individuos antisociales, que
no completaron su educación. Sólo ella y
yo hemos logrado una posición estable. Mi
padre, junto con perder el código, el reloj y la mesa,
perdió su posición. Pero de él heredamos la afición a la
poesía y a la música. Todos somos músicos, y cuando
nos reunimos, se forma una gran fiesta”. Palabras de
Nicanor Parra en una entrevista que le hizo el escritor José Donoso, en 1960.
Resulta difícil, en un país donde la historia está
firmada por apellidos largos y poderosos, entender que ocho huérfanos pobres del campo del sur
de Chile hayan fundado una legendaria dinastía.
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Un payaso cantor, una matriarca de vozarrón potente, un guitarrista excepcional y
una deficiente mental completan la primera generación de la familia más prolífica y
popular de Chile. Son los hermanos bajo perfil de Violeta y Nicanor, de Eduardo y Roberto. También son (o fueron) artistas. También dejaron huellas. Esta es su historia.
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40 rolling stone, septiembre de 2007
FOTO: IXOIXOIXO IXOXIOXIOXIO
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x PARRAz
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LOS OTROS
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Ioxiox iox ixo ixoi xo ixoi xo ixo xio ixo ixo ixoi xo ixo ixoi xo ioxi
Ioxiox iox ixo ixoi xo ixoi xo ixo xio ixo ixo ixoi xo ixo ixoi xo ioxi
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B
Oscar, el payaso
“(mi padre) era un tarambana. lo
poco que heredó de mi abuelo lo gastó
muy rápido, porque era aficionado ‘al
vino, las mujeres y el canto’. Era poeta
y cancionista. De joven, trabajó en un
circo. Supongo que será por eso que la
familia Parra siempre tiende al circo.
En la actualidad, uno de mis hermanos
es tony musical en un pobre circo de
barrio; un individuo sombrío, melancólico, hermético, muy distinto a mi
padre, que era dicharachero y alegre”,
le dijo Nicanor a José en el 60.
Casi medio siglo después me encuentro con el individuo sombrío. El
Parrayaso, el Tony Canario. Más bien:
Oscar René Parra, con 76 años es el
menor del clan, que se defiende del crudo invierno con una manta que cubre
sus rodillas y un gorro de lana que baja
hasta los lóbulos de las orejas. Está esperando a su representante. Dejó el
circo hace más de una década.
Sobre la manta escocesa tiene una
carpeta llena de papeles: sus cuecas y
coplas, que dice haber rescatado hace
poco del polvo. Las hojea y repara en
una: “Mire, esta es una décima: Soy
Oscar Parra, el cantor / hermano de la
Violeta, de Roberto el gran chucheta, de
Lautaro y Nicanor / y soy hijo del amor
/ primo cercano de un vaso / y hoy mando un abrazo de cuecas y fantasía / en un
jarro de alegría / les presento el Parrayaso. Cuando me toca actuar, empiezo
con esto”.
A Oscar el terremoto de 1939 lo pilló
en Chillán. Llegó a Santiago poco después, en la segunda tanda, junto a Elba,
Lautaro y Roberto. Tenía 5 años cuando desembarcó en Estación Central; ya
oscurecía y alojaron en un hotel llamado Chile-España. Después empezó el
peregrinaje –común a los retoños Parra– por distintas pensiones y casas.
En realidad no quería ser músico
como sus hermanos. Primero le llamaron la atención otros hábitos. A los 16
ingresó a un seminario para prepararse para ser cura. El entusiasmo le duró
hasta que, durante las misas de domingo, las chiquillas le empezaron a hacer
señas con las manos mientras él trataba de concentrarse en el coro. Dejó los
votos y empezó a trabajar de acomodador de platea alta en el Teatro Metro,
hasta que una orden de la Metro Goldwyn Mayer prohibió las propinas para
los acomodadores. Fue entonces cuando intentó el servicio militar en la Marina: al año se cansó del camino militar
y se escapó de Valparaíso; lo encontraron y lo encarcelaron por desertor;
mamá Clara tuvo que hacer malabares
para sacarlo.
Por entonces tenía 20 años. Una novia lo había dejado y decidió empezar a
cantar en un circo. Después conoció a
su señora, Iris, cuando ella pasó a tomarse una bebida al restaurante donde
él trabajaba. Cuando se casaron, ella
le hizo ropa de huaso para que Oscar
hiciera su número. Se empezó a pintar
de tony, a escuchar y aprender de los
demás payasos. Se empezó a defender
con coplas picantes.
“Las tengo todas escritas acá”, y acaricia su carpeta. “Esa niña que está ahí /
se miraba en un espejo / con la tijera en la
mano / cortándose los pensamientos. Y
los huasos se reían pa´l mundo. Ese joven que está ahí / es un joven de mucha estaca / las chiquillas no lo pescan / porque
tiene el mismo gusto que las vacas. ¡Más
aplausos todavía!”
–¿No le daba susto el escenario?
–¿Susto? Al principio sí. Después
nada. Acá le recito otras coplas… Esta
es muy buena: ‘Sueño de un loco’– y
Oscar Parra empieza a cantar de memoria, con las fotocopias sobre la falda
y los ojos entrecerrados.
–Qué memoria la suya.
–76 años ya y nunca me ha fallado.
Hay otras mejores… ‘El zancudito’, esa
se la recito más ratito.
–¿Tiene hijos?
–Tengo tres: dos varones y una mujer. Dale duro al amor, dale duro… si me
dices que sí, será mucho mejor... Mi hijo
mayor se llama Oscar Manuel, después
viene Nicanor Arturo, que le puse así
B
Los Buendía chilenos: reconstruir su
árbol genealógico es casi tan difícil
como rastrear el de Aureliano.
De la enredadera de nombres hay
cuatro que se han llevado las palmas:
Violeta, Nicanor, Roberto y Eduardo.
Gracias a ellos sabemos, por ejemplo,
que los ocho Parra Sandoval fueron
hijos de una costurera y un profesor
de música. Ha sido descrita la infancia
mísera en Chillán y la migración paulatina de los hermanos a Santiago, liderados por Nicanor, así como el debut
de cada uno en esferas artísticas cuando ni siquiera eran púberes, en las calles, en las estaciones de ferrocarril, en
las plazas. Ya empezaban a escribir su
destino.
Pero el clan no se agota en cuatro estrellas y su descendencia. La primera
generación Parra la completan los hermanos Hilda, Lautaro, Elba y Oscar.
Los hombres todavía viven; las mujeres han muerto. Al igual que otro hermanito, Caupolicán, que murió a los
dos años y que casi ningún Parra alcanzó a conocer.
Los cuatro fueron músicos. Todos
intentaron brillar. Algunos todavía lo
intentan.
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FOTO: IXOIXOIXO IXOXIOXIOXIO
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rolling stone, septiembre de 2007 41
p Los otros PARRA P`
Sus sobrinos la trataban como a una niña: la molestaban, le tiraban los vestidos,
la bombardeaban con migas de pan y ella los perseguía y les pegaba suavecito.
Se paseaba de un lado a otro cantando “Mambrú se fue a la guerra” o canciones
de cuna. Todo el día. Hasta que le daban “sus ataques epilépticos” y había que
ayudarla.
Elba Parra era deficiente mental. Nació con un tumor en la cabeza, vivió toda su
vida con la abuela Clara y murió joven. Sus hermanos y sobrinos no recuerdan bien
cuándo. Sí tienen recuerdos de ella cantando. La Yuca, le decían. “Ella tarareaba a
su gusto, cruzada de brazos: Queremos ver a Ibáñez / colgando de un farol / con
tanta lengua afuera / pidiéndonos perdón. Después aplaudía y cantaba canciones
de muñecas”, dice su hermano Oscar.
La versión del Tío Lalo es que Elba se cayó de la cuna cuando guagua y por
eso “quedó mal de la cabeza”. Lalo siente algo de culpa: la Yuca siempre fue algo
marginada. “Nosotros no nos dábamos cuenta que ella podía cantar, y bien. Así
que la dejamos a un lado, que fue una maldad. La dejamos sola; no se nos ocurrió
decirle: oiga, cante con nosotros también. Fuimos malos en ese aspecto, como
orgullosos”.
Y eso es todo lo que se sabe de ella.
42 rolling stone, septiembre de 2007
Hilda, la del vozarron
maria hilda parra, la mayor de las mujeres, tuvo a su primer hijo en una fonda
de Curacaví, un 20 de septiembre de 1937.
38 años después murió de un cáncer gástrico. Sobre todo lo que pasó entremedio, su
FyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyF
“La Violeta era pesada. Tenia
un genio muy re malo. Asi como
tenia mal genio era buena
escritora”.
F
yyyyyyyyyyy
Elba, la enferma
clavas y con platos. ¿Me saca la foto con
gorro o sin gorro? Me saco la manta mejor… soy tan friolento yo; todos los Parra
lo somos. Duermo con guatero.
a la Negra Ester. Era encachada de cuerpo
pero fea de cara. ‘Y para qué le voy a mirar la cara’, decía Roberto. Era muy buena
gente la Negra.
–¿Su mujer no lo retaba?
–Uf, todas las noches. Acá hay otra copla más: se llama ‘Señores, yo les presento’.
También hice malabares. Con pelotas, con
F
hijo Juan Orlando Báez –alias Nano, el que
vino al mundo en plenas fiestas patrias– es
tajante: es interminable de contar. Le pido
que haga un esfuerzo.
“Mi mamá era una mujer gordita, de lentes, pero que se imponía ante todos los hermanos. Le tenían un respeto absoluto, hasta la Violeta. Si alguien le faltaba el respeto
FOTO: IXOIXOIXO IXOXIOXIOXIO
“parratango” en Europa. ¿Y usted no me
va a sacar ninguna foto? Nos comunicamos por Internet. Roberto era uno de los
mejores hermanos. La Violeta era pesada. Tenía un genio muy re malo. Así como
tenía mal genio era buena escritora. ¡Era
mandona! Ahora quedamos sólo cuatro
Parra Sandoval.
–¿Al Lalo y a Nicanor los ve?
yyyyyyyyyy
por mi hermano, y la lola se llama Patricia
del Carmen Parra Gajardo. Hay varios Nicanor en la familia: el antipoeta, el hijo de
la Hilda, mi hijo y mi nieto. Cuatro Nicanores. Bueno, los hijos de la Hilda se ponen Parra por nosotros, aunque son Báez.
¿Quién le daría bola a Nano Báez? Nadie.
–¿Con cuál de sus hermanos se veía más?
–Con mi hermano Lautaro, que hace
–Con Nicanor hablamos por teléfono.
Cuando lo iba a ver, él se tomaba su vaso
de leche y yo de tinto. Ahora todo lo contrario. Ahora hace 12 años que no tomo
nada, nada, ni una pilsen… Me bajaron los
achaques. Dolores por todos lados… Con
el Lalo tomábamos harto, con el Roberto
también, en San Antonio; él se crió allá en
los cabarets y cuando yo pasaba con el circo nos íbamos de parranda. Estaba en el
cabaret “Las luces del puerto”, ahí conoció
yyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy
Ioxiox iox ixo ixoi xo ixoi xo ixo xio ixo ixo ixoi xo ixo ixoi xo ioxi
FOTO: IXOIXOIXO IXOXIOXIOXIO
a mi abuelita, mi mamá meta charchazos.
Esa era Hilda Parra”, aventura.
El Nano espanta las moscas de la mesa, sobre la que aún flotan algunos restos de combinado de la noche anterior. Esta es su creación: la Peña de Nano Parra, que funciona
hace 16 años en Ernesto Pinto Lagarrigue, en
pleno barrio Bellavista. Llega todos los días a
eso de la una de la tarde y se va recién cuando
termina la tertulia. Dice que en las tardes penan. Él escucha ruidos, pasos, las copas que
se mueven, pero no tiene miedo porque cree
que es un alma buena. Nano es el mayor de
la segunda generación Parra. Tiene casi 70
años y buena memoria.
Hilda se casó con Joaquín Báez, un músico de circo y trapecista. Buena persona,
según su hijo. El padre de Joaquín tenía un
circo y el matrimonio se fue a trabajar con
él. Después volvieron a Puente Alto, a vivir
con la madre de Hilda y 25 personas más.
“Yo conocí a una familia grande, densa,
en una casa que para mí era gigantesca. Ahí
vivía mi abuelita Clara con su segundo marido Roberto Arenas, mi tío Nicanor con
mi tía Ana, su primera esposa, con la Panchita y la Catalina que eran sus dos hijas y
su hijo Alberto. También vivía mi tía Violeta con mi tío Pepe, su primer marido, y
el Ángel y la Isabel que eran chicos. Mi tía
Clara con mi tío Lalo, y el hijo de la Clara
que era Humberto Moreno, de otro matrimonio. Vivía mi tío Roberto, soltero, Lautaro, soltero, y Oscar, soltero. Mi tía Yuca,
que era la Elba, mi bisabuela, mis papás y
mi hermana Gladys. Más tres o cuatro pensionistas. Harta gente”, recuerda Nano.
“Tipo seis de la tarde, todo el mundo se empezaba a arreglar. Las mujeres se pintaban,
los hombres se bañaban y se afeitaban. Y se
iba cada uno a su trabajo. Volvían tipo seis
o siete de la mañana y se armaba un bullicio
extraordinario: los hermanos todos buenos para la talla y con traguitos en la cabeza, entonces todo el mundo se despertaba,
reclamaban los pensionistas, los vecinos,
mi abuelita se levantaba con un sable y a
sablazos los hacía callar”.
El matrimonio dormía con sus dos hijos,
todos juntos en una cama. Cuando el padre
salía a trabajar en la mañana, los niños se quedaban con la mamá y ella decía: Nano, pásame
la guitarra por favor. Él se la llevaba y uno a
cada lado, extasiados, la escuchaban cantar.
Así se fueron aprendiendo las canciones y
cuando a Hilda la contrataban para cantar en
fiestas o cumpleaños, los llevaba con ella. El
Nano la acompañaba desde su silla, sentadito. Cuando creció cumplió su sueño: el Trío
de los Parra con su hermana y su madre. Grabaron un LP en el año 67.
“Los recuerdos de mi madre como cantora popular para mí son los más hermosos; toda la gente que escuchó a mi madre
y a la Violeta y a todos los Parra está de
acuerdo en que mi mamá era la que tenía
un vozarrón increíble. En esa época no se
usaba micrófono y cuando ella se ponía a
cantar se producía un silencio total; ella
con su imponente voz hacía que todos la
escucharan como si estuviera en una iglesia”, dice su hijo con devoción.
Hilda cantó durante mucho tiempo jun-
to a Violeta: eran número fijo en las fondas
de Renca o Pudahuel. Eran muy cercanas;
cuando Violeta estaba en Santiago no pasaban más de dos días sin verse. Después,
Violeta dejó el dúo y la Hilda siguió cantando en la Quinta Las Brisas en el paradero
22 de Gran Avenida; en el Parque Rosedal
en el paradero 18, en Las Higueras en el paradero 17, en La Nave, en el restaurante El
Banco de San Pablo, y en Matucana.
“La Hilda fue muy conocida”, asegura el
Tío Lalo. “Tenía su conjunto infantil, de niñas todas vestidas de huaso, y tuvo gran
aceptación. Eso fue en el tiempo de Frei
Montalva. Era muy amiga de la señora de
Frei; un día me llevó a mí con su conjunto
a La Moneda a conocer personalmente al
Presidente de la República y a su señora…
¿Cómo se llamaba? No me acuerdo. La Hilda murió en el tiempo de la dictadura, así
que nadie supo. Ni los diarios ni la televisión, porque estaba todo restringido. Yo la
alcancé a ver en el hospital. De ahí desapareció la Hilda Parra, después de ser tan famosa. Como la Violeta… bueno, no tanto”.
Según lo que recuerda Nano, su mamá
era un poco distante con Lalo “porque él
siempre trataba de pasar por arriba de todos sus hermanos”. Adoraba a Oscar y a
Lautaro y, sobre todo, a Roberto: “Mi madre era la mamá de todos sus hermanos.
Con el que se entendían muy bien en lo
artístico era con Nicanor; fueron muy unidos pero más hacia el final. Porque él esta-
ba en otra, en sus estudios, en su cuento.
Era un poco frío para lo demás; él siempre
ha dicho hasta el día de hoy: ‘Cada uno tiene que rascarse con sus propias uñas’. Eso
lo dice todo”.
A partir de la muerte de Violeta, el 5 de
febrero de 1967, Hilda se hizo cargo de la
carpa de La Reina durante un año junto a
Lautaro y Roberto, pero pronto desistió.
Sus siete hijos siguieron ligados a la música. “Yo creo que los hijos de la primera
generación Parra, todos cantamos”, dice
Nano. “Nuestros hijos también: yo tengo
seis hijos y todos hacen música, pero son
profesionales. Yo no les permití que siguieran mi rumbo. En este país no se puede vivir de la música”.
Lautaro, UNA CHARLA CON EL principe via msn
PRINCIPE dice:
¿Guillermina?
Guillermina dice:
Hola Lautaro.
PRINCIPE dice:
¿Cómo sabes mi nombre?
Guillermina dice:
Le pedí a Violeta su correo
porque quería hablar con
usted… Bueno, me presento:
soy periodista de la revista
Rolling Stone.
PRINCIPE dice:
Qué gracioso el título. Yo
soy del diario “CARLOS
GARDEL”
PRINCIPE dice:
Fuera de broma, estoy de
buena hoy así que vengan
las preguntas
Violeta, su hija, lo había
advertido: a Lautaro Parra
le encanta hablar por
Messenger. Nano también
había adelantado que
es bueno para las tallas:
cuando era joven y vivía
en Santiago, les contaba
cuentos de terror a los
sobrinos hasta que ellos
corrían despavoridos
a la cama.
Los que lo conocen
coinciden en que es un gran
guitarrista. Su hermano Lalo
se deshace en elogios: “Es
un gran músico y escritor.
Escribe de la misma manera
mía, en décimas. Se tuvo
que ir en el tiempo de la
dictadura y está instalado
en Suecia con residencia
para siempre. Ha venido
varias veces a Chile pero no
lo conoce nadie. Dos veces
que yo estuve mal, grave,
vino a verme. Y me hizo muy
bien. Él me decía ‘yo soy el
doctor Parra, porque con mi
presencia te mejoraste’”.
Lautaro Parra tiene 79 años
y diez hijos. Cuatro viven en
Suecia con él y su segunda
mujer, una periodista sueca.
El mayor vive en São Paulo
y los otros cinco en Chile.
Ixo ixoiox ioxioxiox iox
iox ioxi xo ixoi xxix ix xo
oix ioxi oxi oxioxioiox.
Entre ellos Violeta, que en
julio del año pasado lanzó
su carrera musical. Nunca ha
ido a visitar a su padre pero
se mantienen en contacto:
“Hablo con él todos los días
por Internet, con cámara y
todo. Es chistoso porque se
llama ‘El Príncipe’”.
Guillermina dice:
¿Por qué se fue a Suecia?
PRINCIPE dice:
Salí de Chile por que me
separé de mi esposa y me
arranqué con una lola para
acá.
Guillermina dice:
Ah... yo pensé que era por
temas más bien políticos
PRINCIPE dice:
Aborrezco la derecha y la
izquierda, son las misma
mierda pero con colores
distintos. Son los mismos
comerciantes de siempre.
No me meto con ellos.
Guillermina dice:
¿Y desde chico que usted
canta?
PRINCIPE dice:
Sí, desde pequeño
Guillermina dice:
¿Con sus hermanos?
PRINCIPE dice:
Algunas veces, otras con
diferentes personas. Yo soy
un ave de alto vuelo, no me
mire en menos.
Según Violeta, Lautaro ha
hecho de todo: es escritor,
compositor, pinta, hace
trabajo en arpilleras y ha
estado en los festivales
más grandes de Europa.
Ahora está terminando su
último libro, Jacinto Laguna,
que cuenta la historia
de un personaje chileno
de pueblo. También es
autor de La Pacha Mama:
“donde habla de toda la
familia: las verdades de la
familia, porque hay mucho
cuento. El Tío Lalo lo leyó
completo y dijo que estaba
espectacular, a la Isabel no
le pareció chiste porque en
realidad son verdades que
muchas veces la familia
no quiere divulgar”, dice
misteriosa la Violeta. “Mi
papá me puso este nombre
porque cuando falleció mi
tía dijeron: la primera hija
que nazca de cualquiera de
los hermanos le ponemos
Violeta. Y fui yo. Es un peso
grande, porque de repente
vai a un evento y dicen ‘aquí
presentamos a la sobrina
de la Violeta Parra, ¡Violeta
Parra!’ Trato de no utilizar
mucho el nombre, pero
igual tenís que dejarlo bien
parado”.
“Ese nombre es muy
grande”, reprueba el Tío
Lalo. “A este Lautaro se le
ocurrió ponerle Violeta,
y me aconsejaba ‘pónele
Violeta a alguna hija que
venga en camino’. No, le
dije, yo por nada. Es un
atrevimiento. Violeta Parra
hay una sola”.
rolling stone, septiembre de 2007 43
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