Premio Único - I.E.S Villegas

Anuncio
XXII CONCURSO LITERARIO
ESTRELLAS
Mª Lourdes Cacho Escudero
nnn
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
I
En la casa donde le habían acogido, le explicaron
que cuando una persona muere, una estrella
adquiere un brillo especial y que es fácil distinguirla
entre las demás estrellas del cielo, así que Inés se
pasó toda una semana sin dormir mirando el
firmamento.
.-“El brillo de Tomás, no está en este cielo francés.- dijo
por fin una fría mañana.- Regreso a España.”
No hubo manera de convencerla y menos aún,
cuando Pierre, el chico de la estación, le explicó
que desde cualquier parte del mundo vemos las
mismas estrellas. “Entonces.- dijo Inés.- Tomás sigue
vivo, he de encontrarle.” A la mañana siguiente se
despidió del mar y tomó el tren de vuelta, con una
incertidumbre más grande de la que dos años antes
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
la había dejado en aquella extraña estación de
aquél lugar desconocido. El mes de enero se cuidó
de que la mañana fuese fría, probablemente el
viento y aquella familia que la había protegido
como a una hija trataron de impedir que regresara.
“Los que regresan ya no vuelven.- le dijo Pierre con
lágrimas en los ojos.- Pero miraré el cielo todas las noches
para asegurarme de que tu estrella no brilla”. La hizo
llorar y en otras circunstancias a lo mejor hubiese
intentado quedarse, ¡quién sabe! Yo también miraré el
cielo Pierre.- le dijo.- Pero Inés no sabía si encontraría
su brillo porque cuando ella llegó a Francia, llevaba
en sus ojos el aroma de la mirada de Tomás y el
pobre Pierre, por más que lo intentó no consiguió
enamorarla.
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
En el vagón, vacío como los brazos del silencio,
Inés recordó el día en que había salido de su
pueblo. Ella era la menor de seis hermanos, la más
alegre, la más habladora, la más sentimental;
precisamente fueron éstas, las tres cualidades que
cautivaron a Tomás una mañana de primavera, de
esas tantas mañanas en las cuales los mozos hacían
fila junto a la fuente para ver florecer a las
muchachas. Inés, con su cántaro sobre la cabeza,
llevaba toda la primavera en su rostro y el aroma de
los cerezos en la piel. Tomás, el más mujeriego, el
más dicharachero, el más embaucador de los chicos
del pueblo, sintió un pálpito en su corazón y no
encontró razones para amar a otra mujer que no
fuese Inés. Ella se dejó arrastrar por aquel
sentimiento nuevo, “la primavera, vuelve mansas las
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
fieras”.- le decía su madre sonriendo.- “¡Qué pesada es
usted con los dichos, madre!”.- contestaba Inés.- y
pasaron los días y las semanas, e Inés aprendió a
deshojar los besos, a desdoblar las caricias y a
caminar sin miedo. Y después tuvo que marcharse
para ayudar a su hermana y más tarde tuvo que
salir corriendo hacia un país desconocido… Dos
años habían pasado, seis meses desde que recibió la
última carta, seis largos meses de incertidumbre y
frío.
II
En el bar de la estación de Cerbère, Antonio, tomó
asiento con su madre, en una pequeña mesa desde
la cual se divisaba el andén y el ir y venir de los
trenes. La estación, abarrotada de gente sin otro
equipaje que el de la memoria, podía compararse a
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
un poema roto, herido por un aluvión de versos que
buscan sobrevivir en alguna estrofa. Él hubiese
preferido morir antes que verse en aquellas
circunstancias pero no quería hacer sufrir a su
madre enferma. Pidió un café y un vaso de leche
caliente y se mantuvo sereno ante la actitud
impertinente del camarero que se negaba a aceptar
dinero español. “Permítame que le ayude”.- una voz, la
más esperanzadora del mundo, brotó a su lado, de
unos labios frescos, tan frescos como se
conservaban en su pensamiento.-
“Yo pagaré”.-
dijo.- “¿Leonor…?”.- musitó Antonio. – “No”.respondió ella.- “Inés. Pero tendré en cuenta ese nombre si
en el futuro tengo una hija”. Él sonrió, con la misma
sonrisa que una vez formó parte de todo su
universo. “Disculpe.- le dijo.- Es un nombre bonito pero
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
trae mala suerte”. “¿El de Inés? No creo que dé mala suerte.
Mi abuela lo llevaba y murió con ochenta y seis años”.comentó Inés sorprendida.- “No, no, no me ha
entendido, el que trae mala suerte es el de Leonor”.- le dijo
él.- “¿A usted le ha traído mala suerte?”.- preguntó
curiosa Inés.-
“¡Oh, no! A mí no, pero conocí a una
Leonor que no pasó de la edad que tiene usted ahora, es más,
puede ser que ni llegara”-le explicó.- “Mi padre dice que no
se debe decir la edad a nadie y menos aún a un
desconocido.”.- dijo Inés.- “Perdone señorita, no pretendía
saber su edad”.- se disculpó Antonio.- Le ruego se siente con
nosotros” Inés le acompañó hasta su mesa. Por un
momento la mujer le recordó a su abuela. Ella
también la llamó Leonor. “¿Acaso hemos muerto
Antonio?”.- le dijo a su hijo.- Y su mirada se perdió
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
en el rostro de la muchacha durante todo el tiempo
que permanecieron allí.
“Lleva así varias semanas.- le explicó él.- Va y viene en el
tiempo. Es triste viajar sin otro equipaje que el de los
recuerdos”
“Pero ella los hace reales, no solamente recuerda, los trae a la
vida. Es capaz de vivir en dos tiempos.- comentó Inés.- Si
en el presente tiene sufrimiento, puede volver a uno de esos
tantos momentos felices que ha vivido, supongo”
“Parece usted un buen psicoanalista”.- sonrió
Antonio.-“Quizás lleve razón”.
“Cuando mi abuelo murió, mi abuela comenzó a contar
historias de cuando eran jóvenes y se perdió en el tiempo.
Tenía la facultad de conocernos a todos, pero no admitía el
presente y cada día nos llevaba a alguno de sus momentos
felices. Estuve en su boda un sinfín de veces, fui matrona en
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
sus partos, hasta asistí a mi madre en mi nacimiento, pero
nunca jamás acudí a un velatorio.- le contó Inés.- A mí me
gustaba escucharle y muchos días me pareció ver a mi abuelo
sentado junto a nosotras. Estuvo así cinco años. Una
mañana, la mañana en la que yo cumplía dieciséis años, sentí
sus labios en mi mejilla y supe que había muerto. Escribí
todo lo que me contó, por si algún día mi memoria se
desmemoria.”
“Es una historia muy bonita.- dijo Antonio.- ¿Por qué no
intenta publicarla?”
“Oh, no.- dijo Inés.- Yo no escribo bien. Apenas fui a la
escuela. Sé lo justo. Y todavía cuento con los dedos. Pero me
hubiera gustado escribir, contar todo lo que a uno se le pasa
por el pensamiento, tener la oportunidad de cambiar el
destino, eso solo se consigue con la imaginación…”
“¿A usted le gusta leer?”- preguntó Antonio.-
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
“Sí, pero no puedo permitirme el lujo de comprar libros.dijo Inés con sinceridad.- “Leo y releo el mismo muchas
veces; ya me lo sé de memoria. Me lo regaló Pierre, un amigo
que he dejado en Collioure. Él trabaja en la estación de tren y
le gusta leer. Habla bien el español. En realidad no es un
libro, es un cuaderno en donde me apuntó poemas, poemas
muy bonitos, poemas que él guarda con cariño en una libreta.
Los copió en sus clases de español. La verdad es que no se me
quitan de la cabeza, los leo con los ojos del pensamiento”
“¿Le gusta la poesía?”.- preguntó emocionado Antonio.”Supongo que sí”.- suspiró Inés.“Yo.- dijo – Antonio.- dejé mi equipaje a escasos quinientos
metros de la frontera. Allí se han quedado varios poemas que
llevaba conmigo. Pensábamos que podríamos volver a por
nuestras cosas pero el mundo se ha vuelto loco y es necesario
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
salir cuanto antes. ¿He de suponer por lo que ha dicho que
regresa a casa?”
Inés suspiró.-“Regreso a casa. Hace una hora que mi tren
estacionó aquí para revisar los equipajes y los pasaportes.
Apenas viajamos veinte personas. Las
cosas deben andar
realmente mal. Creo que saldremos entrada la noche. Con el
frío de la noche nadie tiene ganas de andar mirando quién
entra y quién sale. Si usted logra ver un brillo especial en
alguna de las estrellas del cielo, sabrá que he muerto;
Camille, la dueña de la casa donde estuve, siempre nos
contaba a Pierre y a mí, que cuando una persona muere, una
estrella adquiere un brillo especial. Por eso regreso”.comentó Inés.“Porque está enamorada y todas las estrellas tienen el mismo
brillo, ¿no es así?”.- preguntó Antonio.- Las estrellas le
han dado a usted la esperanza de verle de nuevo. Pero tenga
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
cuidado. Mire por un momento el andén. Ningún tren sale en
dirección a España.”
Inés miró el andén por unos instantes. Los
gendarmes andaban organizando a mujeres y niños
por un lado y a hombres por otro. Su corazón se
paralizó por un momento. Conoció varios rostros
que bajaron con ella en Cerbère… “Pero yo tengo que
regresar.- balbuceó.- tengo que regresar…”
“No se preocupe.- le dijo Antonio.- Finja ser mi hija. El
camarero no entendía ni una palabra de español, así que no
habrá problema. Estoy esperando a mi hermano y a su mujer
que han tenido que pasar un control sanitario. También nos
acompañan unos amigos que andan realizando una serie de
gestiones con el fin de llegar hasta París. Yo allí tengo amigos
y podría conseguir un trabajo. Quédese con nosotros. Mis
amigos le ayudarán.”
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
Inés admitió que era lo mejor. Se quedó con aquél
hombre desconocido, que a la vez le resultaba tan
familiar. Él le habló de poesía, su gran pasión.
Durante el resto de su vida recordó cada día las
palabras que él le dijo en aquella pequeña cantina
de aquella estación que había perdido el color de la
primavera. “En cada dificultad que nos encontramos
siempre hay versos que logran salvarnos. Solo hay que
intentar buscarlos, en un pequeño gesto de ternura, en una
mirada que creíamos perdida, en una voz que habíamos
olvidado.” Antonio, la distrajo del miedo, la hizo su
musa en aquella extraña hora y media que pasaron
solos hablando ante la mirada perdida de la madre
de él.
Aquella noche la pasaron en un vagón de un tren
estacionado en una vía muerta. Los amigos de
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
Antonio prometieron ayudar a Inés y ella les habló
de su familia en Collioure, que le había enseñado a
leer el cielo y a distinguir el brillo de las estrellas, y
de Pierre, el chico de la estación con el que hablaba
de poesía. “Si deciden quedarse allí hasta que todo esté
mejor, ellos les ayudarán como si los conocieran de toda la
vida. Son personas extraordinarias.” En el andén, aquella
noche de enero los viajeros se convirtieron en
“refugiados” comenzando así para ellos otra
agonizante etapa de su vida. Por la mañana, los
amigos del poeta consiguieron para Inés
un
salvoconducto y una ambulancia que esperaba al
otro lado de la frontera; a escasos quinientos metros
de ésta, ya en tierra española, un taxi abandonado
se hallaba en el arcén. Inés mandó parar al
conductor y recogió los equipajes de Antonio y su
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
familia. “Es imposible regresar con todo eso, señorita. Le
ruego los deje ahí.”.- le dijo el conductor.- Pero Inés
buscó el maletín del que le había hablado Antonio,
en el que llevaba los poemas que más quería, y se lo
llevó con ella con intención de mandarlo a
Collioure en cuanto tuviese la más mínima
oportunidad. Nunca la tuvo. En aquel viaje, la
poesía de Antonio le llenó de esperanza y nunca
jamás olvidó su voz, sobre todo cuando vio por
primera vez su nombre completo: “Antonio
Machado”. Inés hubiera dado todo lo que tenía por
saber escribir y dedicarle la vida. Ya en su pueblo,
en brazos de Tomás, tuvo que deshacerse de todos
aquellos papeles con la mayor rapidez y los
emparedó en su casa durante años, hasta que volvió
la calma. El miércoles de ceniza de aquel mismo
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
año, al anochecer, Inés miró al cielo y junto al
lucero de la tarde vio pasar dos estrellas fugaces que
desprendieron un brillo especial y que se perdieron
juntas en el universo, y supo que Antonio había
muerto. A su primera hija la llamó Alba, solamente
porque él le había dicho que Leonor daba mala
suerte.
“Yo ya no podré volver. En cuanto tenga usted ocasión,
cuando los tiempos estén mejor, quizás al cabo de unos
años… En Soria tengo enterrado una parte de mi corazón,
deje allí una rosa blanca. Sé que no servirá de nada, pero a
mí me hará bien”.- le había pedido él.
III
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
La ambulancia, ella se lo había pedido al conductor
por favor, la llevó hasta Soria. La nieve vestía el
cuerpo de las montañas con su luz radiante. No le
fue difícil encontrar una rosa blanca, ni en el Alto
Espino encontrar la tumba de Leonor. “De Antonio”
podía leerse; allí dejó la rosa, como si hubiese sido
él quien la dejara, y entonces, solo entonces se dio
cuenta de que lo que estaba haciendo era poesía,
aunque no la escribiese, aunque no pudiese
transcribir sus actos al papel en forma de versos, y
entendió todo lo que el poeta le había contado.
Envió un telegrama a Collioure, a Pierre, con la
esperanza de que se hubiese tropezado con sus
nuevos amigos, él seguro reconocería a Antonio.
“Dejé la rosa.- escribió - Dile que dejé la rosa. Inés.” No
podía escribir más, el dinero de un café y un vaso
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
de leche, apenas daba para unas pocas palabras.
Seguro que él lo entendería. Nunca más pudo
escribirle, primero por las circunstancias y después,
por la inmensa lejanía con la que nos viste el paso
del tiempo.
Hacia las tres y veinte de la tarde llegaron a
Collioure. Pierre los vio apearse del tren y se acercó
hasta ellos conmovido por la tristeza que se
reflejaba en sus rostros. Les dijo dónde podían
alojarse y que dijeran que iban de su parte. Uno de
los hombres, el que llevaba del brazo a la que
parecía su madre, le sonrió, y una ráfaga de viento
posó en sus labios la sonrisa de Inés. “Ella está bien.le dijo el hombre.- Consiguió pasar la frontera.” El
grupo salió de la estación en dirección al pueblo; la
X
X
lluvia
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
prácticamente había dejado el camino
inaccesible y en una pequeña tienda, justo enfrente
del hotel que
les había recomendado Pierre
y
separada de éste por el río tuvieron que pararse
para pedir ayuda. Camille, que así se llamaba su
dueña y su marido les dijeron donde conseguir un
coche para poder entrar al hotel por el otro lado del
pueblo, puesto que el río se había desbordado y era
imposible entrar por la placeta. La tarde oscurecía
con triste rapidez y Camille, mirando el cielo, le
dijo a su marido que no parecía noche de estrellas
y que seguramente tendrían que esperar hasta la
noche siguiente para asegurarse de que la estrella
de la niña no brillaba. Antonio entendió entonces
que aquella fue la casa de Inés durante su estancia
en Collioure y contó al matrimonio todo lo
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
sucedido en la estación de Cerbère y que Inés había
conseguido pasar la frontera. Les dejó más aliviados
pero no consiguió quitarles el peso de la
incertidumbre.
Pierre llegó al hotel entrada la noche. Preguntó por
el grupo de españoles y la dueña
le dijo que se
encontraban bien, descansando en sus habitaciones.
“Llegaron exhaustos.- le contó.- el exilio agota al cuerpo y
al alma”
Antes de acostarse Pierre miró el cielo,
pero aquella no era noche de estrellas.
IV
A la hora de comer, Pierre se acercó hasta ellos y
entregó a Antonio un telegrama. “Las rosas blancas
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
nunca se marchitan, y sin embargo, nadie las quiere”.- le
dijo a Pierre con los ojos empañados por la
emoción.-
Yo siempre llevo rosas blancas en el
pensamiento, al igual que tú.” Pierre se sentó junto a él
y hablaron del amor durante un buen rato. Dos
días más tarde, el chico le preguntó si era por
casualidad el poeta español Antonio Machado y él
le respondió que sí. Entonces le habló de sus clases
de español y de los poemas escritos en su cuaderno
y desde aquel día todas las tardes, a la hora del café,
charlaban animadamente de poesía y de lectura,
incluso Pierre le dejó unos libros al poeta. Algún
que otro día, Antonio y su familia pasaban a visitar
a Camille y en un par de ocasiones, el poeta visitó
la playa, pero el mar le hacía ir y venir en el
tiempo, como lo hacía su madre, solo que él,
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
siempre regresaba a la tristeza. Miraba el cielo
todas las noches para asegurarse de que aquella
muchacha que tanto bien le había hecho a sus
recuerdos, seguía viva, y una madrugada encontró,
seguramente siempre había estado ahí, un pequeña
estrella que brillaba junto al lucero del alba y creyó
sentir a Leonor a su lado; aquel amanecer, su salud
empeoró considerablemente y ya no tuvo fuerzas
para seguir luchando. Murió el miércoles veintidós
de febrero a la hora de su tertulia con Pierre.
Inés, nunca le habló a nadie de su encuentro con el
poeta, hasta que años más tarde, muchos años más
tarde, su nieta, que llevaba su nombre, leyó un
poema de Machado en el funeral de su abuelo.
Después de aquello
no pudo contener por más
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
tiempo todos los recuerdos y decidió traerlos por fin
a la vida. Todas las tardes le contaba a su nieta
historias maravillosas y se perdió en el tiempo. En
todos los lugares a donde la llevó encontraron
poesía. Jamás acudieron a un velatorio.
El día en que Pierre cumplió ochenta y tres años
compró una rosa blanca y se dirigió al cementerio.
Desde que murió el poeta se había impuesto este
ritual, pero presentía que aquel año sería el último,
porque en diciembre había visto el brillo de la
estrella de Inés. En el cementerio, una joven que
llevaba un maletín en la mano ya había depositado
su rosa blanca y su poema.
“Buenos días señorita”.-dijo Pierre en español.-
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
“Buenos días Pierre.-contestó Inés.- Me alegro de volver a
verte”
Pierre murió veinte días más tarde, al lado de
aquella joven Inés que había desempolvado sus
recuerdos. Cerca de la tumba del poeta, se plantó
un rosal de rosas blancas en cuyas raíces se
esparcieron las cenizas de Pierre. El maletín del
poeta fue enterrado al lado de su tumba, justo
debajo de un pino que fue llevado por petición de
Inés desde Soria. Ella aprendió a ver poesía en
todas las cosas y aprendió también a escribirla
porque sus pensamientos llevan el aroma de las
rosas blancas y las rosas blancas, nunca se
marchitan.
X
X
I
I
C
O
N
C
U
R
S
O
L
I
T
E
R
A
R
I
O
A Antonio Machado, por vivir…
A Ian Gibson, por despertarlo a mi lado…
A mi abuela, por volver…
Descargar