Murcia de Plaza en Plaza

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La certeza de que el mejor conocimiento de las cosas,
cuando son bellas, nos procura su mayor disfrute, es lo
que nos ha llevado a la edición de esta guía de fácil
manejo, en la que, de forma pormenorizada y con un
ameno y evocador estilo literario, se nos propone la búsqueda o el reencuentro con las sensaciones que calles,
monumentos y tradiciones de nuestra ciudad ofrecen al
caminante.
Teniendo como nexo sus acogedoras plazas, que invitan a
la reunión, al descanso, al disfrute de un café o una
buena tapa, en esta guía se nos proponen varios itinerarios por el callejero urbano, para que disfrutemos de
forma pausada de todo lo bello y entrañable que la ciudad y su gente ofrecen a los sentidos.
Espero que la lectura de esta guía sea un estimulo para
visitar y conocer hasta el último rincón de Murcia. Merece
la pena.
Edita: © Ayuntamiento de Murcia
Miguel Ángel Cámara Botía.
Murcia de
de Plaza
Plaza en
en Plaza
Plaza
Murcia
Concejalía de Turismo, Ferias y Congresos.
Texto: José María Galiana
Fotografía: © José Hernández Pina,
© Carlos Moisés García
Diseño gráfico: Paloma Zamora
Imprime: Ind. Gráficas Jiménez Godoy, S.A.
Depósito Legal: MU-2271-2000
Concejalía de Turismo, Ferias y Congresos.
Alcalde de Murcia
Te proponemos una aventura,
un paseo por esta bella ciudad...
Introducción
Del río a la Alameda
De la Merced a la Plaza de San Juan
Del Plano de San Francisco a la Plaza de Santa Isabel
Del Malecón al Auditorio
Tiempo de fiesta
Los contornos
Índice
Introducción
De aquella Murcia de azules alminares, palacios, jardines, baños
públicos, huertos y ensortijadas callejuelas, abrigadas del viento y
silenciosas, aún quedan rincones, adarves y angosturas que regalan el
frescor de lo umbrío...
Murcia, capital de la Región de igual
nombre, se encuentra en el sureste de la
península Ibérica, sobre el fértil valle del río
Segura, al abrigo de las sierras de
Carrascoy, Cresta del Gallo y estribaciones
del macizo montañoso de la Pila. El último
censo revela una cifra de 341.531 habitantes, si bien un 52% de ellos viven en
pedanías. Dista 388 kilómetros de Madrid,
75 de Alicante, 140 de Albacete y 220 de
Almería. Bañada por el río, y casi de
manera permanente por el sol, su clima,
seco y templado, es de los más cálidos de
la Región, registrándose una temperatura
media de 17’5 grados. Encrucijada de
caminos y culturas, a la capital de la llamada Huerta de Europa la rodea un tapiz
de verdes, un collar de flores y frutos de
cuyo olor se impregna la ciudad, fundada
en el año 825 por Abderramán II. Las
obras de la nueva urbe modificaron la
fisonomía de este pródigo valle, cubierto
hasta entonces de almarjos y tarquín. Once
siglos después, la trama urbana del casco
viejo proclama su origen musulmán, y no es
un secreto el trazado de la muralla y sus
características. Autores árabes y cristianos la
consideraron una de las más poderosas de
al-Andalus: tenía un perímetro de 2.700
metros, 14.5 de altura, 6.25 de grosor, revellín, barbacana, 12 puertas y 95 torres coronadas de almenas y matacanes.
Tras la reconquista, las veinte mezquitas de
la ciudad se transformaron en iglesias. Debía
de ser muy hermosa. Alfonso X El Sabio,
quien tanto la amó, dijo que era «la mejor
ciudad de toda Andalucía, quitando Sevilla».
De aquella Murcia de azules alminares,
palacios, jardines, baños públicos, huertos y
ensortijadas callejuelas, abrigadas del viento
y silenciosas, aún quedan rincones, adarves
y angosturas que regalan el frescor de lo
umbrío. También queda la luz, el olor a azahar, nardos y jazmines, la tibieza del invierno, el bochorno de los veranos y la toponimia de las calles: de la Acequia, Aduana,
Zoco, Aladreros, Albudeiteros, de los Álamos,
Alfareros, Almohajar, Almudí, Azucaque,
Caravija, Almenara....
La guía que ha llegado a sus manos le
sugiere un paseo por las calles y las plazas
de la Murcia clásica, por el rico legado histórico-artístico, por las tradiciones, olores,
colores, sabores y sonidos de esta ciudad
antigua, todavía apacible, amanosa, fragante y sensual, una ciudad que encara el tercer
milenio con una manifiesta pujanza.
Del río a la alameda
En el principio, Murcia fue alcazaba, es decir, recinto fortificado
desde el que sus primeros pobladores se defendieron de las crecidas
del río, las epidemias y el asedio de las tribus yemenitas y modaríes.
En ese primer espacio, de unos cien mil
metros cuadrados de extensión, se edificó el
Alcázar mayor, residencia del gobernador
emiral, la torre de Caramajul, dotada de una
gran noria que abastecía de agua a sus
habitantes, la Mezquita mayor y la Casa del
Príncipe o Darajarife. No le extrañe saber
que, once siglos más tarde, gran parte de la
representación política, administrativa y religiosa ocupa los mismos solares. Aquí late,
por tanto, el viejo y gastado corazón de la
ciudad, buen punto de partida para conocerla.
En la Glorieta, remembranza de las frondas,
arriates y surtidores de agua que alegraban
el palacio del Príncipe, el sol acaricia el
bronce memorable del cardenal Belluga
(1662/1743), obispo y soldado que, en
tiempos de paz, vadeaba el río y se adentraba en la huerta a interesarse por las cosechas de los huertanos. A su espalda, como
un mirador hacia el Segura, el ‘martillo’, ala
porticada del antiguo palacio de los
Glorieta. Fachada Sur. Palacio
Episcopal (super.)
San Jerónimo de Salzillo
Museo de la Catedral (Izda.)
Ayuntamiento
Torre de la Catedral (superior dcha.)
Catedral Capilla de los Vélez (dcha.)
Obispos, y frente al río, entre palmeras y
jacarandás, el Ayuntamiento, sobre las ruinas
del palacio del Príncipe.
La calle del Arenal, resguardo de blasones y
palomas, nos lleva a la Plaza de Belluga,
solar del monumento más preclaro: la
Catedral. El obispo Pedrosa puso la primera
piedra en 1388; entonces nadie pensó que
los trabajos finalizarían cuatro siglos más
tarde, largo período que justifica la diversidad de estilos arquitectónicos; el templo
posee 23 capillas de distintas concepciones
artísticas, desde la del marqués de los Vélez,
filigrana del gótico flamígero (1507), a la de
los Junterones (1525), una de las piezas
más originales del renacimiento español; a
ese tiempo pertenece la sacristía, inspirada
en la de San Lorenzo de Brunelleschi. El
retablo de la capilla del Socorro, la sillería
del coro, del siglo XV, y la imagen de San
Jerónimo, tallada por Salzillo, son otras referencias ineludibles.
Con la torre llega a Murcia el renacimiento.
Levantada sobre otra torre más modesta que
a la vez reemplazó al minarete de la mezquita, el primer cuerpo se debe a los hermanos Florentín, que lo construyeron entre 1521
y 1525; el segundo, enriquecido con capiteles jónicos, guirnaldas y hornacinas, se terminó en 1645, y aún habrían de transcurrir 120
años para abordar el tercero; hasta la linterna que corona la bóveda octogonal hay 92
metros de altura. No obstante, la joya más
hermosa y preciada de todo el conjunto es
el imafronte (1736/1754), bellísimo retablo
de piedra debido al escultor y arquitecto
Jaime Bort. Alarifes, pintores, doradores,
escultores y ensambladores murcianos del
Siglo de Oro colaboraron en un proyecto
catalogado obra maestra del barroco internacional.
Catedral. Imafronte (super.)
Palacio Episcopal. Patio (inferior)
Escultura. Detalle
Capilla Marqués de los Vélez (dcha.)
Como es preceptivo, el imafronte se orientó
al occidente, frente al Palacio Episcopal, edificado entre 1748 y 1768, en un solar cedido
por los Fajardo, adelantados de Murcia
desde el siglo XV. De estilo rococó, sobre el
balcón principal de la fachada norte, revocada en rojo, campea el escudo del obispo
Rojas y Contreras; hay más barroco en la
portada meridional de la Glorieta, destacando en el interior el patio de planta cuadrada
y la capilla del obispo. A su costado se
suceden el seminario de San Fulgencio, hoy
Escuela de Arte Dramático, el Colegio de
Teólogos de San Isidoro, ocupado por el
instituto
Licenciado Cascales, y la iglesia museo de
San Juan de Dios, en la que se expone
imaginería religiosa de los siglos XVI al XIX.
Anejo al Consistorio hay un edificio reciente
con la firma de Rafael Moneo. La Plaza de
Belluga, amena y soleada, es un espacio
de culto y esparcimiento, referencia obligada
de visitantes que al salir del templo buscan
acomodo en las terrazas, a la sombra de los
naranjos, y admiran por enésima vez la
belleza del imafronte catedralicio, esa alga-
que se alinean cientos de sillas y parasoles
que no se recogen hasta la noche.
Siempre hay tiempo para demorarse por
callejones y replacetas, participar del bullicio
ciudadano, recrearse en los escaparates o
seguir el rastro oloroso de bares y restaurantes en cuyos fogones humean los guisos de
cuchara, las verduras, las carnes o los pescados, a la par que se exhibe en pizarras un
extenso muestrario de tapas frías y calientes
en el que no puede faltar el zarangollo, las
habas fritas con jamón, el boquerón en
vinagre maridado con la anchoa, la morcilla,
el tomate y la lechuga en perdiz, la llanda
con patatas asadas, el ajo, los salazones y
embutidos, la oliva partida, los michirones o
las pencas de acelgas con piñones, lo cual
Habas fritas con jamón
Plato típico murciano
Catedral y Plaza de Belluga.
Vista desde el nuevo edificio del
Ayuntamiento.
rabía de columnas, medallones, capiteles,
basamentos de piedra negra, hornacinas,
angelotes, balaustradas e imágenes de piedra que se recortan en el azul.
En torno a la Catedral hay otras dos plazas
de diferente tamaño y configuración: la de
los Apóstoles, que toma el nombre de una
de las puertas de la catedral, de estilo gótico florido, y la de la Cruz, donde se encumbra la torre. Las plazas son un espacio consustancial a la ciudad; recuerdan a los viejos
patios de vecindad, lugares propicios para el
descanso, la charla o la contemplación
mientras se saborea un café con tostadas,
un zumo de naranja natural, un vino con la
ineludible tapa o unos “espaguetis” a la
carbonara, que de todo hay en estos contornos de la Catedral y de la Glorieta, en los
confiere al casco histórico una impronta
menestral y provinciana.
En la plaza de la Cruz nace Trapería, calle
apretada y bulliciosa con aires de zoco,
memoria de la ciudad. Ganada Murcia a los
musulmanes, el rey Jaime I ordenó abrirla y
le puso por nombre Troncada. Trapería es un
río de gente que viene y va; otras veces
aminoran el paso o se detienen frente a las
peceras del Casino, decimonónica institución
en la que laten antiguos esplendores:
barandas de vitola, divanes, cornucopias,
dorados querubines, molduras, estofados,
terciopelos, esbeltas columnas pompeyanas y
salón de baile estilo Luis XV, obra de Ramón
Berenguer. A Trapería afluyen calles cortas,
angostas y torcidas que parecen no llevar a
ninguna parte pero que permiten acudir con
prontitud a cualquier sitio, íntimas replacetas
y solitarios callejones que en verano procuran sombra; en ese laberinto surge el rococó
Palacio de Fontes, frente a una plaza que
fue cementerio musulmán, las casas neoclásicas de los Cerdá y de Guillamón, el palacio de Puxmarín y la iglesia de San
Bartolomé que atesora imágenes de Salzillo.
Sede del gremio de plateros, desde la puerta se alcanza a ver Platería, cuna de orfebres judíos y tejedores, estrecha calle salón a
la que Azorín comparó con el corredor de
una casa. En torno a la Gran Vía, Platería,
El Casino. Patio Ponpeyano (super.)
El Casino. Salón de Baile (inf.)
Trapería y plaza de Romea se halla el
comercio tradicional, agrupado bajo el logotipo Murcia, Centro Abierto; la antigua calle
de la Jabonería, alfombrada y verdecida de
abetos, es una referencia.
Platería y
Trapería se
abrazan en las
Cuatro Esquinas,
y parece una
premonición,
pues en tan
breve espacio
se prodiga el
beso, la enhorabuena, el
pésame o el cotilleo. Paseantes de toda condición se dan cita en esta encrucijada que
huele a café, a huevo hilado y a tortas de
El Teatro Romea (sup.)
En la calle Trapería (izda.)
Dorada a la sal (derecha)
chicharrones. Apenas un suspiro separa las
Cuatro Esquinas de la plaza de Santo
Domingo, pero es obligado desviarse a la
izquierda y descubrir la de Romea, que
antes fue plaza del Esparto, donde se evoca
la figura de Fernández Caballero. La efigie
del compositor murciano, obra de Planes,
mira al Teatro Romea, inaugurado por la
Reina Isabel en 1862; víctima de dos incendios, arrastra la maldición de un tercero por
haberse edificado sobre un cementerio de
frailes; la sala, de estilo isabelino, luce un
hermoso telón de boca pintado por Emilio
Sala. A poniente del teatro está el Palacio
Vinader, ejemplo de la arquitectura de finales del XVIII, y a oriente el de Fontanar, cuna
del actor F. Díaz de Mendoza, enfrente el
Palacio de González Campuzano. El Romea
imprime carácter a la plaza; flanqueado por
las más altas casuarinas de la región, se
suele ver a reconocidos actores o músicos
sentados frente a un café o un plato combinado, y en las noches de estío se programan espectáculos que concitan una notable
afluencia de público, si bien, en todo tiempo, es plaza muy concurrida por las numerosas tiendas, restaurantes, mesones y cafeterías del entorno.
Un arco separa la plaza de Romea de la de
Santo Domingo, antes del Mercado, escenario de ceremonias reales, torneos, ejecuciones, corridas de toros y juego de cañas.
Creada en 1547 con vocación de plaza
mayor, una encuesta ha desvelado que es
la plaza más querida por los murcianos.
Apetece transitarla sin premura, comprar
unas flores, un periódico y sentarse a tomar
el sol que dora la cúpula de la casa Cerdá,
pedir una carta y elegir algún plato del recetario tradicional: lo propio es el guiso del
día, la verdura reciente, el asado de cordero
o el pescado a la sal, rubricados con postres
tan murcianos como el paparajote o la leche
frita. A la Plaza de Santo Domingo la hace
más grata y amena un espectacular ficus
plantado en 1893; entre sus raíces, rodeado
de palomas, hay un busto de Ricardo
Codorníu, el bien llamado Apóstol del Árbol.
El Palacio de Almodóvar, edificio manierista
reconstruido en 1908, está en línea con la
iglesia conventual de Santo Domingo que
muestra dos fachadas: a la de poniente le
Página izquierda:
Plaza de Santo Domingo
Claustro de las Claras. Detalle
Paparajotes. Postre típico.
Página derecha:
Teatro Romea. Interior
Plaza Circular
falta un cuerpo, y a la que se eleva sobre la
plaza, revestida de ladrillo, la rematan dos
torres y espadaña.
Al norte se advierte una larga y tupida alameda que ocupa parte de los legendarios
jardines del Alcázar menor, palacio de recreo
de los reyes árabes. A la izquierda del
paseo se alzan las torres con celosías de las
Claras, primer monasterio de Murcia fundado por el propio rey Alfonso X. En el patio
hay restos mahometanos y un bellísimo
claustro de tres arcos carpenales de cantería
(siglo XV), galería ajimezada en la planta
superior y un pequeño ventanal, uno de los
pocos testimonios de arquitectura gótica que
se conservan en Murcia; las columnas, primorosamente labradas, evidencian la huella
mudéjar. Sobre restos de viviendas islámicas
de los siglos XII y XIII, de las cuales perdura
el artesanado de madera original, se ha
abierto un centro cultural. A la derecha, en
línea con ‘las Claras’, sobre lo que fue
morada y baños de la reina mora, está la
iglesia conventual de Santa Ana fundada
en 1490; algunas imágenes y retablos son
de especial belleza. Las madres de Santa
Ana son exponente de la mejor repostería
monacal; compre o encargue alguno de sus
manjares.
La alameda de Alfonso X presume de un
paseo central con plátanos de Indias a cada
lado, y es una delicia caminar bajo la espesura de sus ramas. La feria del Libro y algunas muestras artesanales han encontrado
aquí el espacio idóneo por su claridad,
tibieza y sosiego. A espaldas del colegio de
Jesús y María también hay árboles de gran
altura, y un poco más adelante, el Museo
Arqueológico exhibe piezas del período
neolítico y, en mayor número, de las culturas
argárica, ibérica, romana e islámica, incluidas
las cerámicas y yeserías policromadas del
convento de Santa Clara. La avenida se prolonga hasta la gran Plaza Circular, pero en
torno suyo deja un reguero de comercios
especializados, franquicias de moda, bancos,
marisquerías y restaurantes en los que
puede degustar desde un codillo berlinés
con choucroute a un asado de cordero, un
festival de verduras o unas berenjenas a la
crema, suculenta especialidad de la tierra.
Murcia es sensual, barroca y generosa,
señas de identidad que se manifiestan en
los mostradores de los bares y restaurantes;
en cualquiera de ellos, y los hay a cada
paso, encontrará poderosos atractivos para
contentar su apetito.
De la Merced a la Plaza
de San Juan
En la Plaza de Santo Domingo nace la Calle de la Merced,
que es un continuo ir y venir de estudiantes...
Al fondo, la Universidad, en un convento de
mercedarios construido en 1628; vale la
pena asomarse al claustro de dos plantas y
airosa arquería. A su lado, la iglesia de la
Merced, ennoblecida en 1713 con grávida
portada barroca de José Balaguer. El templo,
rococó, tiene capillas laterales y dos interesantes retablos: el central y el de la Virgen
de los Remedios, también llamada la Virgen
del Cuello Tuerto, imagen en piedra esculpi-
da en el siglo XVI; una leyenda dice que
apareció flotando sobre las aguas del
Segura. El costado sur de la iglesia da a la
plaza del Beato Imbernón, cuajada de bares
y tabernas, y es que la cercanía de la
Universidad ha generado en torno suyo una
zona de ocio en la que, apenas cae la
noche, se dan cita miles de jóvenes que
pasean, conversan y rinden culto a la amistad, al tapeo y al vino de la tierra, mientras
Claustro de la Merced (Universidad)
(superior)
Típica ensalada murciana
(Izquierda)
colapsan las calles de la antigua judería.
Murcia es ciudad hospitalaria; lo evidencia el
desarrollo de la comunidad judía desde la
dominación musulmana, que luego gozó de
la protección de los monarcas castellanos. A
Alfonso X se debe el establecimiento de la
judería en el recinto amurallado; abarcaba
las calles de Santa Quiteria, Selgas, Sardoy,
Mesegueres, Horno, Paco, Victorio, Mariano
Vergara, Luisa Aledo, Trinidad, Amores,
Sémola, Torreta, Santa Rosalía, Rosario,
Lomas y Cigarral. Su trama urbana no ha
cambiado de manera sustancial; aquí los
callejones son más angostos y curvos, los
azucaques anuncian que, cerca de allí, bajo
el suelo, hay un trozo de muralla, y a cada
paso brotan, como por encanto, apacibles
recovecos, tibias placetas bañadas por una
luz que al atardecer parece de oro. Junto al
mercado de Saavedra Fajardo repican las
campanas de San Lorenzo, una de las siete
parroquias construidas intramuros de la ciudad; la iglesia actual fue proyectada por
Ventura Rodríguez en 1810.
En la Plaza Balsas aparece el palacio del
poderoso Pérez Calvillo (siglo XVIII), y más
adelante, en la calle Obispo Frutos, el
Museo de Bellas Artes muestra en su exte-
rior las dos portadas del Contrastre de la
seda, de principios del XVII; el museo alberga, entre otros, lienzos de Ribera, Rosales,
Orrente, Romero de Torres y Picasso, y de
creadores murcianos desde el renacimiento
a las últimas tendencias escultóricas y pictóricas.
La judería lindaba al sur con la iglesia de
Santa Eulalia, Santa Olalla en origen, pues
con ella se satisfacía la devoción de los
catalanes llegados a Murcia con Jaime I. Un
monumento a Salzillo preside una plaza en
la que se sigue festejando a San Blas y a
la Candelaria; como las del barrio de San
Plaza Cetina y Calle Alejandro
Seiguer (sup.)
Cafetería La muralla. Visite la muralla árabe mientras toma café o una copa.
Antón, son las últimas fiestas menores,
memoria de un barrio que engalana sus
balcones y se cuelga del cuello una réplica
en barro cocido de aquel obispo sanador
de gargantas, el popular San Blas, que este
día luce penachos de plumas rojas, verdes y
amarillas. No falta la procesión, la banda de
música, los rollos, el olor a churros, la tóm-
Plaza de San Juan (super.)
Típico arroz con verduras
bola, el tiovivo, la cascaruja, los tramusos ni
el párroco protegiendo las gargantas de los
niños con dos velas en forma de aspa.
La Plaza de Santa Eulalia fue parada y
fonda de diligencias, y a ese tiempo debe
cumplida fama de bien surtidas tahonas,
figones y tabernas; tras la iglesia, en el
paseo de Garay, el campo de fútbol y la
plaza de toros llevan el nombre de una
acequia próxima: La Condomina. El estadio
va a cambiar de emplazamiento pero el
coso taurino acaba de remozarse; proyectado por Justo Millán e inaugurado en 1877,
tiene consideración de monumental por su
aforo y dimensiones: ruedo de 53 metros de
diámetro, 18 metros de altura y capacidad
para 18.000 espectadores. Frente a la Puerta
grande está la calle de San José que muere
en la Plaza de San Juan, donde Jaime I
acampó su ejército antes de reconquistar la
ciudad. Aquí vivió el Conde de Floridablanca,
primer ministro de Carlos III, cuyo palacio y
huerto daban a la plaza; obra de Ramón
Berenguer, el edificio, rehabilitado como
hotel, es prototipo del palacio neoclásico
murciano del XVIII (en este siglo, la historia
de la ciudad va ligada a tres hombres fun-
damentales: el cardenal Belluga, el escultor
Salzillo y el político Floridablanca). La parroquia de San Juan se remonta a los años de
la reconquista, pero el edificio es de finales
del siglo XVIII; en su interior hay imágenes
de Roque López, Sánchez Tapia, Porcel y
Nicolás de Bussy.
En torno a la plaza hay restaurantes de
comida internacional y bares típicos que
ofrecen una gastronomía muy variada. Es
una tentación sentarse al aire libre, degustar
algunas de las tapas tradicionales y dejar
que discurra el tiempo en esta plazuela
apacible y luminosa, a la que se accede por
el arco que comunica con la calle de
Ceballos, que antes se llamó de Caramajul
por estar allí, en el solar de la actual delegación del Gobierno, la gran noria que
abastecía de agua a la alcazaba.
La Condomina (super.)
Rosas (derecha)
Calle por medio, la Convalecencia, edificio
de inspiración renacentista abierto en 1915 y
sede del rectorado de la Universidad. Ocupa
el solar del hospital creado por el chantre
Ribera en el siglo XVIII para dar asistencia y
asilo a sacerdotes enfermos o convalecientes.
Sus ventanas miran al río y a los altos eucaliptus del desaparecido parque de Ruiz
Hidalgo, paraíso vegetal con paseo de
carruajes y andenes para peatones. En escenario tan propicio se celebraba la batalla de
Flores y se feriaba el ganado. Hasta 144
especies de plantas catalogó Ricardo
Codorníu, autor de una guía del parque. En
las noches de verano, hay un temblor de
rosas bajo los eucaliptos, y el jardín se
aroma con el incienso de los galanes de
noche.
Del Plano de San Francisco a
la Plaza de Santa Isabel
Las plazas de Santa Catalina y de las Flores son como un
calendario; cuando alborea noviembre las aceras se
encienden de crisantemos y amarantos,...
La apertura de la Gran Vía, mediado el
siglo XX, supuso la fractura de aquella
Murcia de cúpulas doradas y blancas
azoteas; se demolieron los baños árabes y
el Contraste de la seda, suntuoso caserón
del seiscientos, y se salvaron el palacio del
conde Roche, antes feudo de la Inquisición,
y el Almudí, edificio de origen árabe destinado a granero en 1275; en el siglo XVI se
agregó una planta y después se incorporó a
la fachada el relieve de la Matrona que
simboliza la generosidad del murciano; del
conjunto cabe señalar las columnas del
zaguán y el artesonado del siglo XVIII.
El Almudí da prestancia al Plano de San
Francisco, denominación que ha perdurado
pese a la desaparición del convento que le
La Plaza de las Flores (super.)
El Almudí (izda.)
El edificio, reconvertido en Centro de Arte,
acoge el Archivo Histórico de la ciudad.
dio nombre:
antes se
llamó de la
Carretería, y
es una de
las calles
más antiguas de
Murcia; en
una rinconada se yergue, altivo, uno de los 95 torreones
que trababan la muralla, oculto durante
siglos en la iglesia conventual de Verónicas,
reutilizada como sala de exposiciones y centro de restauración. Compite en altura con el
concurrido mercado de Verónicas, en cuyos
puestos se ofrecen las mejores verduras y
hortalizas de la huerta, jugosos solomillos,
embutidos, salazones, pescados y los afamados langostinos del Mar Menor. Al sur,
ceñido por el Malecón, verdean las frondas
del Jardín Botánico; a la variedad de especies se suma un pequeño lago, fuentes,
estanques y la portada del Huerto de las
Bombas, labrada en el siglo XVII.
El Malecón es una sucesión de muros levantados desde 1420 para contener los desbordamientos del Segura; también es una privilegiada atalaya sobre la huerta desde la
que se avista la sierra de la Cresta del Gallo
y estribaciones de las de Carrascoy y la Pila,
macizos montañosos que abrazan la ciudad.
Donde se asentaron los primeros pobladores
del valle, se halla el Santuario de la
Fuensanta, integrado en el parque natural de
El Valle. Desde la línea de sus cumbres se
divisan el Mar Menor y el Mediterráneo.
Espacio idóneo para caminantes por la
ausencia de obstáculos, el Malecón mide
1583 metros hasta la estatua de José María
Muñoz y 553 hasta la Sartén, anchura o
plazoleta desde la que se baja al convento
de las Clarisas Capuchinas, donde se venera
La muralla árabe de Verónicas
(super.)
El Mercado de Verónicas (dcha.)
Plano de San Francisco
Pasarela del Malecón. (abajo)
un Jesús Nazareno de Bussy, y una imagen
de Santa Clara esculpida por Salzillo.
Singular es la procesión que parte de aquí
la noche de Jueves Santo y recorre los carriles de la Arboleja; los penitentes, con lujoso
atuendo huertano, portan un boceto de
Salzillo de la Virgen de las Angustias y
hacen sonar castañuelas.
Varios poetas han evocado las mañanas de
ese Malecón rodeado de
naran-
jos, bancales de lechugas y huertos fragantes: «En aquel malecón entre los huertos,
sublime ante el poniente...» escribió Jorge
Guillén tras su estancia en Murcia, que a la
vuelta del paseo solía cruzar el Plano de
San Francisco y la murciana intimidad de las
calles Arco de Verónicas y Aduana, buscando la alegría de la plaza de las Flores, que
no fue tal hasta 1630, cuando un rico
hacendado, Macías Coque, vendió al
Concejo el edificio de las Carnicerías. La
Plaza de las Flores presume de miradores y
El Malecón y el Jardín Botánico.
Cisnes. Jardín Botánico (izda.)
barandas con geranios, de naranjos en flor
y de una palmera que se espiga hasta el
azul. De espacio urbano tan vivo, barroco y
sensual se ha contagiado la aledaña Plaza
de Santa Catalina, pues también luce un festón de naranjos y jacarandás; en mayo, tras
los racimos de
flores azules,
se ve la
fachada color
albero de la
Casa Palarea
que acoge el
museo del
pintor Ramón
Gaya, hijo predilecto de la ciudad, que ha
reunido más de 150 obras del titular y de
pintores murcianos de su generación.
Hasta el reinado de Felipe III, Santa
Catalina fue la plaza de más relieve, testigo
de fastos y conmemoraciones, juicios de
aguas, distribución de puestos públicos,
autos de fe y proclamaciones reales. La iglesia, pequeña y modesta, ocupa el solar de
una mezquita levantada bajo la advocación
del poeta cartagenero al-Qartayanni, quien
desde el exilio en Túnez escribió: Con tanto
amor, amigo mío, amé el jardín que era mi
tierra, que lejos de ella muere mi corazón.
Fundada por el propio Alfonso X, perteneció
a los caballeros del Temple y fue reconstruida
en el siglo XV; la imagen de Santa Catalina
es obra de Nicolás Salzillo, y a su hijo pertenece una espléndida Dolorosa con el rostro
transido de dolor. La torre es de 1579; tenía
reloj y desde sus almenas se hacía la centinela y la atalaya para advertir de las incursiones de la piratería berberisca; el monumento a la lnmaculada es de González
Moreno.
Las plazas de Santa Catalina y de las Flores
son como un calendario; cuando alborea
noviembre las aceras se encienden de crisantemos y amarantos, el aire huele a buñuelos
y en la vecina plazoleta de San Pedro, frente
a la iglesia medieval, las nuevas generaciones de artesanos venden arrope, calabazate
y gachas. Otras veces es el tiempo de la
mona con huevo y del confite procesional, y
siempre, a cualquier hora, es tiempo del
pastel de carne, cuyo modo de elaboración
está recogido en las ordenanzas de 1691
que promulgó Carlos II.
En las callejas que afluyen a la plaza perviven hornacinas y viejos rótulos de lanería,
La Plaza de las Flores (super.)
Casa Palarea. Museo Ramón
Gaya (izda.)
La Plaza Santa Catalina (abajo)
mantas, cuchillería o vaciador. A uno y otro
lado de la calle Ruipérez hay tabernas
repletas de parroquianos que rinden culto al
tapeo, uno de los hábitos más arraigados
en la ciudad, y es tanta la variedad de las
tapas que, con frecuencia, suplen a la comida en una suerte de menú largo y estrecho.
Aquí reina la despensa de nuestros ancestros: el haba refrescante, el tomate partido,
la patata cocida con ajo, la morcilla, el
zarangollo, los michirones, el caldo con
pelota, la sangre frita, el breve panecillo con
queso y sobrasada, o con boquerón, o de
atún y mayonesa, o mejor una marinera,
fruto del maridaje de ensaladilla y anchoa, y
para qué hablar del atún de ijada, de la
hueva y de la mojama, ambrosías al alcance de cualquier paladar.
Tras el obligado paréntesis, nos aguarda
San Nicolás, calle de próceres y de casonas;
una lápida recuerda que aquí, en 1812, el
General Martín de la Carrera murió acribillado por las tropas del mariscal francés Soult,
al intentar detener su avance con unos
pocos soldados. La iglesia de San Nicolás,
del siglo XVIII adorna su portada con dos
medallones de Jaime Bort. Enfrente, en
una esquina de la calle Aistor campea
un escudo de armas, y más adelante,
frente a la tapia de un umbroso jardín,
se descubre el callejón Brujera, adarve
que anuncia la cercanía de la muralla,
uno de cuyos tramos se ha recuperado en
la cercana calle del Pilar, junto a la Puerta
de Vidrieros por la que entró en 1541 el
emperador Carlos V. Con los años, la histórica puerta fue sustituída por el Arco del Pilar,
que a causa de su estrechez se derribó en
1863; de ese año data la fachada de la
actual ermita del Pilar, fundada dos siglos
antes junto a un pequeño hospicio de peregrinos por el corregidor Pueyo, un aragonés
que financió las obras tras salir indemne de
una emboscada que le tendieron cuando
hacía la ronda.
Al poniente, la Murcia amurallada se extendía hasta la calle Sagasta, y al espacio
comprendido entre las iglesias de San
Antolín y San Andrés se le decía de la
Michirones (super.)
Iglesia de Jesús (dcha.)
Alberga en su interior el Museo Salzillo
Centro Regional para la Artesanía
(izda.)
Arrixaca, donde los cristianos permanecieron
reducidos hasta que Aben Hud entregó el
reino a Castilla. Cuando en 1243 Alfonso X
llega a Murcia, se proclama a la Virgen de
la Arrixaca patrona de la ciudad, y su imagen es colocada en una capilla de San
Andrés, donde todavía se venera, aunque en
el siglo XVIII dejó de ser patrona.
Desde lo que fue arrabal murado de la
Arrixaca, salen aquí al paso, para sorpresa
del paseante, plazas de muy dispar geome-
El Beso de Judas. Obra de Salzillo.
Jardín del Salitre (inferior)
Al fondo el Museo Taurino.
tría y superficie:
San Antolín,
cuya iglesia fue
destruida prácticamente en
1936, San Ginés,
Sandoval,
Yesqueros o San
Agustín, la más
espaciosa y
habitable por el jardín que la engalana. La
parroquia de San Andrés perteneció al convento de San Agustín; la fachada actual,
finalizada en 1762, la sustentan dos columnas corintias procedentes del castillo de
Monteagudo. Paredaña, la iglesia de Jesús,
de planta elíptica. Es el lugar más visitado
por los que vienen a la ciudad, y es que el
museo muestra la obra más preciada de
Francisco Salzillo, desde el popular belén a
los grupos escultóricos que desfilan la
mañana del Viernes Santo. Excepto el titular
de la cofradía, Jesús Nazareno, las restantes
imágenes fueron esculpidas por Salzillo entre
los años 1752 y 1777. No hay en Murcia
mañana más hermosa que la del Viernes
Santo. Apenas amanece, la ciudad huele a
flor, y un polvillo de oro se esparce por los
tejados; hay una emoción contenida ante
ese fluir de capuces morados y grupos escultóricos irrepetibles, en especial, cuando la
procesión recorre la Murcia barroca.
A la Plaza de San Agustín se asoma el
convento de las Agustinas, que data del
siglo XVIII. Preside el retablo mayor la imagen de San Agustín, de Salzillo, pero hay
otras tallas valiosas, como la de Santa
Cecilia, de Roque López, y un San Miguel
de Antonio Dupar. Hace siglos, las armas
del escudo de Murcia fueron la torre y la
palmera, emblemas del Museo de la
Ciudad (foto supr.) instalado frente a las
Agustinas. El edificio, remodelado en 1868,
perteneció a Gil Rodríguez de Junterón, secretario del papa Julio II. Rodeado por un
huerto de origen árabe, su estructura res-
Jardín de Santa Isabel
ponde al concepto de huerto dividido en
arriates con abundancia de plantas aromáticas y frondoso arbolado del que destacan
un espléndido magnolio centenario y diversos tipos de palmeras. A su espalda, el
Museo Taurino, con interesante cartelería,
trajes de luces, biblioteca, óleos y esculturas, y
a la izquierda, el Centro de Artesanía, donde
puede comprar desde un belén a un cobertor,
bordados, esteras, una reja de buche de
paloma o algún juguete de cartón piedra. Al
salir conocerá el espacioso Jardín del Salitre
que perteneció a la Fábrica de la Pólvora;
bajo las alas de los eucaliptos, palmeras,
naranjos, acacias, pinos, abetos, jacarandás y
cipreses, juegan los niños, conversan las
madres y entornan los ojos los jubilados.
En la acera opuesta está la iglesia medieval
de Santiago, la más antigua de las edificadas extramuros de la ciudad, y detrás la
calle Jerónimo de Roda que nos lleva al
Jardín de San Esteban y a la plaza de la
Fuensanta, donde confluyen las grandes
avenidas (de la Libertad, Jaime I,
Constitución y Gran Vía), centro neurálgico
del comercio. Compiten aquí las luces de
neón de los centros más relevantes y las últimas franquicias. Sus destellos iluminan el
mercadillo artesanal que ha tomado carta
de naturaleza en el jardín del Palacio de
San Esteban, sede de la presidencia del
Gobierno Regional. La iglesia y colegio de
San Esteban, «el más bello florón de la compañía de Jesús», se fundó en 1555 por
donación del obispo Esteban de Almeyda; la
portada de la iglesia, convertida en sala de
exposiciones, es plateresca, y la nave del
interior, de esbeltas proporciones,
tiene bóvedas
Vasija árabe
Museo de la
Ciudad
Palacio de San
Esteban (super.)
góticas apuntadas con florones; dos ventanas geminadas, junto a la portada y en la
parte posterior, le confieren una especial dulzura. Del palacio sobresale el hermoso patio
de arcadas renacentistas y una escalera
monumental en mármol blanco.
La calle de Acisclo Díaz, músico alhameño,
le separa de la iglesia de San Miguel, edificada en la segunda mitad del siglo XVII.
Posee una espléndida colección de imágenes y retablos: el mayor, una de las mejores
muestras del barroquismo murciano, se
encargó en 1731 a Jacinto Perales y Francisco
Salzillo, autor a su vez de los cuatro ángeles
y del grupo del coronamiento; también realizó el conjunto de la Sagrada Familia y un
San José con el Niño, tarea ésta compartida
con su padre Nicolás Salzillo.
Por Acisclo Díaz se sale al bullicio de la
Gran Vía; en la esquina está la delegación
de Hacienda, y a la derecha, frente al edificio del Banco de España, el moderno y evocador Jardín de Santa Isabel, que en un
deseo de aunar presente y pasado ha recuperado la filosofía de los arriates y la silueta
del popular arco del Vizconde.
Del Malecón al Auditorio
La pasarela del Malecón, obra de Manterola, representa un faro
y una escollera. Salva el río desde el Plano de San Francisco
a la Plaza de la Ciencia…
La Pasarela del Malecón, obra de
Manterola, representa un faro y una escollera. Salva el río desde el Plano de San
Francisco a la Plaza de la Ciencia, que toma
el nombre del Museo de la Ciencia y el
Agua, ubicado en las grandes cisternas que
abastecían de agua a la ciudad; la actividad del museo se desarrolla en torno al
agua, el sistema solar y la capacidad de
percepción de los niños; cuenta con un planetario infantil y se programan muestras
temáticas y exposiciones temporales. Junto al
museo, las tapias del antiguo Cuartel de
Artillería, al que se accede por la calle
Cartagena. Tras el cuerpo de guardia y la
puerta principal se halla el espléndido patio
de armas, rodeado por cuatro pabellones de
tres alturas y frondosos jardines; todo el conjunto está incluido en un ambicioso proyecto
de integración en esta zona urbana, que
prevé nuevos equipamientos culturales, lúdicos y deportivos.
La calle Caballero se extiende hasta la avenida de Floridablanca, y de ahí a la plaza
González Conde, antes de la Media Luna,
sólo hay unos pasos. No hay constancia
pero los cronistas citan la mezquita de
La pasarela del malecón (sup.)
Al fondo la Torre de la Catedral
Museo de la Ciencia y el Agua (izda.)
Alhariella y la ermita de San Benito como
antecedentes de la arciprestal iglesia del
Carmen. Lo cierto es que los carmelitas se
establecieron en 1586 en sus inmediaciones.
Reconstruida varias veces, las obras de la
iglesia actual comenzaron en 1721 bajo la
dirección del arquitecto carmelita José Chover.
Dos torres flanquean la portada, y en el
interior se venera una Inmaculada de Salzillo
y el Cristo de la Sangre, obra de Nicolás de
Bussy, que forma parte del Museo de la
Sangre en el que se exponen de manera
permanente las imágenes de la cofradía de
la Preciosísima Sangre, esculpidas por Roque
López, Nicolás de Bussy, González Moreno,
Dorado, Hernández Navarro y Sánchez
Lozano.
El barrio del Carmen es prolongación del
caserío de San Benito, formado en la margen derecha del Segura, junto a los conventos de Carmelitas y Capuchinos. El auge económico registrado a mediados del siglo XVIII,
que trajo consigo el empedrado e iluminación de las calles, y la construcción de la
carretera de El Palmar, el Reguerón y el
Puente Viejo (1740) impulsó el traslado de
vecinos a la otra orilla. Era el tiempo de las
alamedas, bajo cuya sombra se celebraban
ferias y mercados. Díaz Cassou recuerda que
en el invierno de 1787, entre los conventos
del Carmen y de Capuchinos, se inauguró
una de ellas: era el preludio del Jardín de
Floridablanca, el más hermoso de la ciudad
y el primero de carácter público abierto en
Interior del Auditorio (super.)
Jardín de Floridablanca
España. La última remodelación le ha
devuelto la filosofía del jardín hispano
musulmán con andenes de flores, rumor de
agua y un paseo con dos cortinas de cho-
en 1848, el jardín se dedicó al Conde de
Floridablanca, cuya estatua, obra del escultor
Santiago Baglieto, se alza sobre un sencillo
monumento. Los gigantescos ficus fueron
pos que evocan la primitiva alameda. Le
dan olor y color una rosaleda de 1.400
ejemplares y numerosos galanes de noche,
romeros, retamas, jazmines, lavandas y mirtos, el arrayán de los muslimes que dio
nombre a Murcia. También hay bosquetes de
cañas de bambú, con un sugerente juego
de luces y sombras, helechos, retamas amarillas, esparto, jaras y ruscos, planta autóctona que crece en sierra Espuña. Inaugurado
plantados en 1914, y el jacarandá de
poniente es el más antiguo de los jardines
murcianos.
Da empaque al jardín la portada del
Matadero que hubo en la Plaza de la Paja.
Por ella se sale a la Plaza del Marqués de
Camachos, obra del activísimo Jaime Bort,
que concibió para la celebración de festejos
taurinos, y disponía de balcones privados
para los cabildos catedralicio y municipal. Se
inauguró en septiembre de 1759 con una
corrida de toros, cuando el barrio de San
Benito era en su mayor parte huerta y solares. Ahora, ribeteada de moreras, conserva
su configuración y el arco de Camachos que
comunica con el Museo Hidráulico de los
Molinos del Río, instalado en el célebre
Molino de las 24 piedras, que en 1808
reemplazó a los anteriores del Batán y de
las Coronas; memoria de los molinos fluvia-
La plaza de Camachos (sup.)
Museo Hidráulico de los Molinos
del Río (izda.)
Puentes sobre el Segura (dcha.)
les que había en la huerta, guarda varias
piedras con la maquinaria completa y los
utensilios para moler grano. Sorprende, por
su hermosa bóveda y arquería de piedra, la
vecina Sala de las Caballerizas (1794) en la
que se programan exposiciones temporales.
Hasta 1901, cuando se inauguró el Puente
Nuevo, el barrio del Carmen únicamente
estaba unido a la ciudad por el Puente
Viejo o de Piedra. Inició la obra en 1718
Toribio Martínez de la Vega, maestro mayor
del Ayuntamiento, y a los tres meses ya
estaba cimentada, pero la falta de recursos
impidió su continuación hasta la llegada de
Jaime Bort en 1740, año de su inauguración.
El Puente Viejo es un mirador sobre el río y
una clara devoción por la Virgen de los
Peligros que mira a los transeúntes desde el
retablo neoclásico de Cayetano Ballester. El
Miércoles Santo, de atardecida, de la iglesia
del Carmen sale la popular procesión de los
Coloraos, así llamada por el rojo vivo de
sus túnicas. La cofradía se fundó en 1411 y
Auditorio. Palacio de
Congresos (sup.)
Puente Viejo o de los
Peligros (izda.)
es la más antigua de Murcia; entre los años
1701 y 1744, debido a la inseguridad del
puente de madera, se trasladó provisionalmente a la iglesia de Santa Eulalia. Es costumbre verla cruzar cada primavera por el
Puente Viejo cuando ya ha anochecido, los
pasos se reflejan en el río y las tulipas parecen racimos de luz.
Todo tiempo es bueno para apoyarse en las
barandas del Puente Viejo, pues desde allí
se obtiene una panorámica muy hermosa: el
Malecón, la Pasarela de Manterola, el Plano
de San Francisco, la Glorieta, el
Ayuntamiento, el antiguo Palacio de los
Obispos, la Torre de la Catedral, el antiguo
colegio de Teólogos, la Convalecencia y el
espectacular puente y pasarela peatonal
sobre el río proyectados por Santiago
Calatrava. A lo largo del Segura, río abajo,
se ha formado una suerte de corredor o ruta
verde, libre de tráfico y otros obstáculos
urbanos, idóneo para el paseo por la
amplitud y la sombra de los eucaliptos, palmeras y jacarandás que bordean las riberas
del río. Durante el recorrido descubrirá una
ciudad acogedora y moderna, de amplios
jardines y avenidas, con espacios donde
descansar y reponer fuerzas. Tras la muy
sugerente arquitectura del Puente del
Hospital y Pasarela Jorge Manrique, como
una nave encallada en la orilla, aparece la
inconfundible silueta del Auditorio y Centro
de Congresos, obra de los arquitectos
García de Paredes y García Pedrosa, revestido con piedra de Abarán. Dispone de dos
salas con capacidad para 1.800 y 500
espectadores. Se alza más allá: entre el verdor de la huerta.
Antiguo Cuartel de Artillería (sup.)
Sala Caballerizas.Museo Hidráulico
Los Molinos del Río. (inferior)
Tiempo de fiesta
La Semana Santa y las Fiestas de Primavera constituyen el eje
más popular y participativo. El ciclo pasional se inicia el Viernes
de Dolores y finaliza el Domingo de Resurrección; ...
El ciclo pasional se inicia el Viernes de Dolores
y finaliza el Domingo de Resurrec-ción; la belleza de las imágenes, el adorno floral de los
pasos y la costumbre de dar caramelos, habas
o monas con huevo, determinan sus rasgos
diferenciadores. Dos días después se festeja el
Bando de la Huerta, evocación de una época
de zaragüelles, monteras, refajos, esparteñas,
delantal y corpiño. A mediados del siglo XVIII,
el pueblo convino en llamar bandos a los edictos sobre arbitrios y contribuciones reales
que se fijaban en las puertas de las ermitas y
suscitaban las quejas y mofas del
vecindario. Un siglo
después, aquellos
edictos de carácter
inquisitorial hallaron su réplica en
bandos populares
anónimos que ridiculizaban los hábitos de la clase dirigente, haciendo incluso crítica
del dialecto murciano deformado que los propios huertanos denominaron panocho, término
derivado de la panocha o mazorca de maíz.
Al popularizarse el Entierro de la Sardina, se
sumaron al festejo algunas personas vestidas
Viernes Santo
Oración en el Huerto (sup.) Salzillo.
La Dolorosa (derecha). Salzillo.
Procesión de Los Coloraos
Miércoles Santo (izq.)
de huertano; la iniciativa prosperó hasta el
punto de que, a finales del siglo XIX, se desgajó del desfile original convirtiéndose en una
manifestación costumbrista de confraternidad
entre la ciudad y la huerta. No faltan los foráneos que se suman a la fiesta, saborean la
comida que se elabora en las numerosas
barracas distribuidas en la ciudad y a la tarde
asisten a un cortejo que escenifica las labores y
costumbres de la huerta.
Dos días después del Bando de la Huerta se
celebra el floral y colorista desfile de Murcia en
Primavera. Y es también en estas fechas cuando tiene lugar en la ciudad el Certamen
Internacional de Tunas “Costa Calida”.
El sábado concluyen las Fiestas de Primavera
con el desfile del Entierro de la Sardina. Data
de 1851, año en que un grupo de universitarios
murcianos se propuso revivir el festejo que los
madrileños celebran el Miércoles de Ceniza. Tras
reunirse en una botica de San Antolín, formaron
el cortejo fúnebre presidido por una sardina,
símbolo del tiempo de ayuno y abstinencia, y
recorrieron algunas calles de la ciudad.
Entierro de la Sardina
Espectáculo de fuego, charangas y
carrozas repletas de juguetes.
Bando de la Huerta
Los murcianos se visten de huertanos.
Banderas y estandartes, carrozas alusivas a los
dioses del Olimpo, charangas, gigantes y cabezudos, comparsas, grupos de carnaval, dragón
chino, teatro de calle, hachoneros y fuegos de
artificio dan vida a un desfile espectacular que
finaliza en el Puente Viejo con la quema de la
Sardina, y convoca a miles de espectadores de
toda la Región, ávidos por atrapar los juguetes
que se lanzan al aire.
noche y madrugada del sábado hasta que
nace el día y en vísperas de algunas festividades, como Jueves Santo, frente a la iglesia de
Jesús, o el 30 de abril, cuando entra el mes de
mayo.
Otras dos manifestaciones de fuerte arraigo en
la primavera son: el Festival
Internacional de Orquestas de Jóvenes, que
durante una semana congrega en las calles,
plazas y jardines de la ciudad a formaciones
de Europa y América, al igual que el Festival
Internacional de Jazz.
Ligadas a las festividades de la ciudad están
las campanas de Auroros, agrupaciones corales que conservan un legado musical de siglos
adaptado a sus fines y sentimientos religiosos.
Los textos datan de finales del siglo XVI y la
Correlativa, de origen bizantino, podría remontarse al siglo VI. Cantan a la aurora en la
A Alfonso X debe Murcia su Feria anual. El privilegio está fechado en Sevilla el 19 de mayo
de 1266: «Hagan feria cada año una vez, para
siempre, que comience el día de San Miguel y
que dure hasta quince días», dijo el buen rey.
Comienza a principios de septiembre y termina
con la romería de la Virgen de la Fuensanta,
que es llevada a hombros a su santuario entre
vítores y pétalos de rosas. Durante los días de
Feria se programan desfiles de Moros y
Cristianos, un ciclo taurino al que acuden los
espadas de más renombre y el Festival
Internacional de Folklore en el Mediterráneo
que convoca a numerosos ciudadanos, residentes o visitantes. En el recinto del jardín Botánico,
las peñas huertanas recrean huertos y ventorrillos en los que se degusta el recetario tradicional. En el paraje de La Azacaya tiene lugar la
Feria del Ganado.
El Entierro de la Sardina (super.)
Hachoneros al pie de una carroza
Desfile de Moros y Cristianos (inf.)
Los Contornos
La fundación de Murcia se pospuso por los continuos desbordamientos del río Segura, lo cual obligó a seguir habitando
las estribaciones de las sierras del Gallo y de Carrascoy...
Algunos historiadores estiman que, donde
hoy se encuentra la ciudad, hubo un pequeño asentamiento romano, pero todos coinciden en que fueron los árabes quienes hicieron factible la vega al sujetar las aguas en
la Contraparada,
verdadero prodigio de ingeniería
situado a 7 kilómetros de Murcia,
en Javalí Nuevo:
un azud o presa
recoge el agua
del Segura y lo
distribuye a través
de dos grandes acequias, la Aljufía, al
Norte, y Alquibla, al Sur, que a su vez se
ramifican en numerosas acequias y brazales.
En el trayecto pueden visitarse dos de las
El Valle. Santuario de la Fuensanta
La ciudad al fondo (superior)
Rueda de la Ñora (izda.)
Monasterio de Los Jerónimos
(dcha.)
numerosas norias que había en el valle: la
llamada Rueda de Alcantarilla, junto a un
museo etnográfico, y la de la Ñora, que
saca agua de la acequia de la Aljufía.
La noria es de origen griego pero la difundieron los árabes. En Guadalupe, una pedanía próxima, se halla el monasterio de Los
Jerónimos, al que la voz popular reconoce
como el Escorial murciano. Acabó de construirse en 1783 y fue declarado monumento
nacional en 1981; actualmente lo ocupa la
Universidad Católica San Antonio.
Al Este, en la antigua carretera de Alicante,
se alza el Castillo de Monteagudo, que fue
morada estival de Alfonso X y dispuso de
guarnición real hasta el reinado de Carlos I.
Se edificó en el siglo XII por orden de Ibn
Mardanix, apodado el rey Lobo, aguerrido
militar que disfrutó de otro palacio de recreo
en Los Alcázares y de un pabellón de caza
en el Castillejo, yacimiento situado a 400
metros de Monteagudo.
para hacer senderismo; cuenta con excelentes
accesos, zonas de acampada, áreas recreativas, albergues y casas forestales.
Cresta del Gallo
El Santuario de la Fuensanta está en la
Sierra de la Cresta del Gallo, emblemática atalaya del valle del Segura y escuela
de alpinistas que han aprendido a escalar
en la Panocha.
Las obras del Santuario de la Fuensanta
comenzaron en 1694. La edificación, característica del barroco murciano, consta de una
amplia nave con crucero y cimborrio; la churrigueresca portada, flanqueada por dos
torres, la trazó Jaime Bort. Las pinturas de la
cúpula son de Pedro Flores y los relieves
bíblicos del escultor González Moreno. Se
encuentra en lo que hoy es Parque Natural
del Valle, conjunto montañoso de 1.900 hectáreas de extensión y de gran valor paisajístico, ecológico, cultural, histórico y recreativo.
No presenta grandes alturas y es idóneo
A unos 500 metros, se ha descubierto un
templo ibérico junto al eremitorio de La
Luz, lugar de romería de las poblaciones
cercanas con iglesia abierta al culto; es
proverbial la amabilidad de estos hermanos de la Luz que han ganado su sustento fabricando escobas y chocolate.
Desde la edad del Bronce se han documentado en esta serranía restos arqueológicos de la época argárica, ibérica, romana, visigoda y árabe, siendo habitual la
existencia de espacios sagrados, como el
templo ibérico, el eremitorio de la Luz, la
basílica visigoda de Algezares, el convento de Santa Catalina del Monte y las
ermitas de san Antonio el Pobre y de
San José de la Vega.
Salvando el Puerto de la Cadena, en
la sierra de Carrascoy, se encuentra el
parque municipal El Majal Blanco,
Castillo de Monteagudo
Sus ruinas ocupan la cima
de un escarpado cerro en cuyas
laderas se han documentado
restos de un poblado argárico
y de una necrópolis ibérica.
finca de 636 hectáreas que guarda importantes valores naturales, especies protegidas
y diversos microclimas. El pino carrasco es la
formación boscosa más extendida, pero el
tesoro son siete alcornoques, los últimos
ejemplares autóctonos de la Región. El parque ofrece aula de naturaleza, centro educativo de medio ambiente, equipamientos e itinerarios señalizados. Desde estas serranías
se domina el Valle del Segura. Al amanecer,
entre la neblina, se despereza Murcia rodeada por un collar de flores y de frutos. En las
noches cerradas el cielo es un bullir de estrellas; otras veces, una luna mora surca el firmamento y lo tiñe de un azul misterioso.
La huerta de Murcia.
Muestrario de frutas que se cultivan en
los contornos de la ciudad.
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Plaza Santa Eulalia
25 Universidad
Plaza de San Juan
26 Iglesia de la Merced
27 Iglesia de San Lorenzo
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la Gerencia de Urbanismo
29 Museo de Bellas Artes
30 Iglesia de Santa Eulalia
31 Muralla Árabe
131 Plaza de Toros
32 La Condomina.
33 Antiguo edificio de Correos
34 Palacio
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36 Convalecencia.
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5 Instituto Licenciado Cascales
6 Museo Iglesia San Juan de Dios
7 Comunidad Autónoma
8 Delegación del Gobierno
9 Casa Guillamón
10 Palacio de Fontes
11 Iglesia San Bartolomé
12 Casa Almansa. Cámara de Comercio
13 Casino
14 Casa La Alegría de la Huerta
15 Palacio Almodovar
16 Iglesia de Santo Domingo
17 Teatro Romea
18 Monasterio Santa Clara
19 Iglesia conventual Santa Ana
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20 Casa Cerdá
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23 Palacio Fontanar
24 Museo Arqueológico
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