Apuntes de aquí y de allá Don Luis Alfonso, Cronista Musical de la

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Apuntes de aquí y de allá Don Luis Alfonso, Cronista Musical de la Ciudad Ramón Sosa Pérez En esencia, el cronista documenta hechos y costumbres y, como relator de primera mano, tiene el privilegio del retrato perecedero del acontecimiento o suceso inmediato. Tal puede considerarse a Don Luis Alfonso Martos, músico, poeta, creador y afortunado historiador del arte merideño. La inexorable ley del universo le pidió el fin de su periplo vital y al rendir el tributo de su existencia física, se nos marchó. Ejidense de nacimiento y merideño de corazón, este cantor admirado por varias generaciones de paisanos y amigos, sedujo con la maravilla de su poesía y la brillante ejecución de su guitarra. Su canto fue siempre lisonja a lo menudo, a lo sencillo, a los valores del pueblo, como lo recuerdan sus versos sempiternos al calcar la angustia de la madre campesina: “la andinita paramera/ para tener el sustento/ se levanta de mañana/ a vender sus pensamientos” o cuando advierte el final de la larga jornada: “y llegando despacito/ a su ranchito nevao/ en el pollero retoza/ lo poquito que ha llevao”. Don Luis Alfonso Martos fue de niño inquieto en el hacer, ya canturreando familiares melodías que aprendía en el regazo materno o improvisando la práctica en algún cuatrico cedido para la ocasión. A otros lares debió enrumbar su inspiración y desde la capital venezolana escribiría en la añoranza de sus días merideños: “te canto a ti, mi Sultana/ reina de la tradición/ a tus flores que engalana/ la voz de mi corazón/ mi Zambita merideña/ nacida de un frailejón/ muchachita de la sierra/ que en mi alma se hizo canción”. En los inicios de la radio merideña se alistó en la propuesta y pronto ingresó como técnico, luego musicalizador y hasta llegó a presentar programas de aficionados, con amplia resonancia entre los nuevos valores de la canción local. Se improvisaba el cancionero con valses, bambucos y contradanzas, al tiempo que exploraba talentos del arte para luego ser mostrados como grandes fortalezas de la música. Cualquier ocasión era buena para la musa del maestro, como por ejemplo el cuarto cumplesiglos de la ciudad, en 1958, que le permitió la topada con una Mérida que a poco se diluía en sus imágenes más habituales: “volviendo a mi ciudad natal/ después de andar la capital/ encuentro que ya no es igual/ que todo cambia y nada más/ la neblina cesó de juguetear/como antes me extasiaba contemplar/el tiempo que de novia/vestía mi ciudad”. De Don Luis Alfonso Martos Rivas, heredero y legatario a su vez de grandes valores artísticos en la región nos queda la impronta de su hacer, pensando siempre en las estampas del costumbrismo, en esas viñetas bucólicas que nos hablan de la Mérida con imagen de pueblo grande, tal como lo expresó el verso casi pastoril del telegrafista oriental Fidel García: “los mensajes se cruzaban/ sin encontrar una rima/preguntando dónde estaban/ tus cantares que me animan/. Con las cuerdas lloriqueantes/ de tu guitarra encantada/ las cumbres quieren mirarte/ componerle otra tonada/. Con el numen ungido/ por la pasión lugareña/ le cantaste a tu Ejido/ y a Preciosa Merideña/”. El recuerdo del poeta Fidel hacia su contemporáneo y amigo se trocaba en filial reclamo por la musa que desde siempre le cantaba a la sencillez de lo raigal y así don Luis retornó al canto por su Ejido natal: “escuché tu llamado, pueblo mío/ a cantarle mis ansias he venido/ hoy que veo, mi jardín más florecido/ y en el patio de ayer, recuerdos míos”. Fue acaso el más egregio de los músicos ejidenses de los últimos 50 años, pues a la distintiva voz que atrajo a tantos por generaciones, sumaba el maestro los acordes de su guitarra cuasi ingénita, pues se había convertido en cardinal compañera de cuitas y bohemia. Hoy hemos de decir que se marchado el Cantor de la Sierra, el cultor musical de mayor raigambre en la Mérida contemporánea y el poeta de lo sencillo. Su musa de inspiración estuvo abrazada a la siembra de lo bueno y a encumbrar los rasgos de hondo contenido social en sus elogios a la ciudad, al citar personajes como Petrica, Amador, Venturita, Amalia, Mática y en el canto a sus beldades, referidas en el inmortal “Trigales”, en el descriptivo “Mucuchíes” y en el iluminado vals a la Virgen de Las Nieves, entre decenas de inspiraciones. Eran sus merengues, aguinaldos, danzas y milongas, la mejor expresión del amor al suelo que vio la luz primera. Eterno fue su canto a Mérida y eterno será el recuerdo de esta tierra por su cantor, por su Cronista Musical. Un vals de su autoría debería ser epitafio en su bóveda de reposo eterno: “Cómo te extraño../ tierra querida/ con tanto tiempo/ lejos de ti../ anhelo siempre/ ver tus paisajes/ que cuando niño/ yo conocí”. [email protected] 
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