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Memoria Americana 15 - Año 2007: 157-184
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MINERÍA Y METALURGIA EN LA ANTIGUA
GOBERNACIÓN DEL TUCUMÁN (SIGLOS XVI-XVII)
MINING AND METALLURGY. COLONIAL
TUCUMÁN 16TH AND 17TH CENTURIES
Geraldine Gluzman *
* Museo Etnográfico “J. B Ambrosetti”, Facultad de Filosofía y Letras, UBA – CONICET.
E-mail:[email protected]
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Geraldine Gluzman
RESUMEN
La actividad minera y la producción metalúrgica constituyen aspectos
que jugaron papeles cruciales a lo largo del devenir histórico de las
poblaciones nativas del Noroeste argentino. Por un lado, durante los
tiempos prehispánicos, los objetos de metal y la producción metalúrgica acreditaron una alta valorización social. Por otro, la obtención de
ganancias a partir del aprovechamiento minero se desarrolló como la
actividad primordial detrás de los procesos de conquista y colonización del Nuevo Mundo durante los siglos XVI y XVII. Mientras es conocido que la extracción de metal fue uno de los principales espacios de
explotación de mano de obra indígena en el Alto Perú, poco interés
tuvo su análisis en el contexto de las rebeliones indígenas ocurridas en
el valle Calchaquí hasta 1665. El objetivo es abordar los conflictos desplegados en esta región durante los siglos XVI y XVII tomando como
eje la minería y metalurgia en la Antigua Gobernación del Tucumán.
Palabras clave: minería - rebeliones nativas - valle Calchaquí - siglos
XVI y XVII
ABSTRACT
Mining activity and metallurgical production were aspects that played
important roles during the history of the native Northwestern Argentine
population. On the one hand, during the prehispanic times, metal objects
and metallurgical production had a high social value. On the other
hand, profiting from mining was the primary activity during the
processes of conquest and colonization in the New World during the
16th and 17th centuries. While it is known that the extraction of metal
was one of the main elements of exploitation of indigenous labor force
in Alto Peru, little attention has been paid to its analysis in the context
of the native rebellions in the Calchaqui valley before 1665. The objective
is to study the conflicts in this area during the 16th and 17th centuries,
focusing on mining and metallurgy in the Antigua Gobernación del
Tucumán.
Key words: mining - native rebellions - Calchaqui valley - 16th and
17th centuries
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INTRODUCCIÓN
La actividad metalúrgica fue durante los momentos prehispánicos una
de las principales producciones materiales y simbólicas de las sociedades
del Noroeste argentino (NOA) (figura 1). El quehacer metalúrgico exigía un
corpus de conocimiento y de materias primas de difícil acceso y una importante complejidad productiva. La anexión inca pudo deberse en gran parte a
su riqueza mineral y a la mano de obra minero-metalúrgica especializada (A.
González 1982). Asimismo, la presencia de metales fue decisiva en las características que adoptó la conquista española en América. Desde esta perspectiva diacrónica, entonces, la explotación minera fue una actividad que sufrió
una profunda alteración en las sociedades andinas y su disrupción impactó
tanto en la esfera político-religiosa como económica-social. La evidencia arqueológica sugiere que la región del valle Calchaquí 1 fue uno de los ámbitos
más importantes de producción metalúrgica prehispánica de todo el NOA.
De este modo, esta área se presenta como un caso de análisis de doble interés
por el alto desarrollo metalúrgico desplegado durante los momentos
prehispánicos tardíos (siglos X al XVI DC) y la resistencia a la dominación
española a lo largo de casi 130 años.
Mientras que en el contexto de los Andes, el metal precioso estuvo en el
“ojo de la tormenta” de los procesos sociales ocurridos, dadas las condiciones
de explotación indígena que se sucedieron en los socavones de plata; hubo
pocos intentos de detallar la influencia del interés europeo sobre los metales
preciosos en el NOA. El objetivo primordial de este trabajo 2 es indagar el
papel que los metales y las minas metalíferas tuvieron en el devenir de la
historia colonial del NOA. Partimos de la hipótesis general de que existieron
expectativas durante el proceso de conquista y colonización de la región,
1
El valle Calchaquí en sentido amplio se prolonga desde el Abra de Acay (provincia de
Salta) hasta Punta de Balasto (provincia de Catamarca) y puede subdividirse en dos áreas
geográficas: valles Calchaquíes (porción Norte) y valle de Yocavil (porción Sur), articuladas
en el área de Cafayate, donde el río Calchaquí se une con el río de Santa María y forman el
río de Las Conchas.
2
Realizado gracias al financiamiento de la Fondazione Sandra Sánchez, año 2005.
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relacionadas con la búsqueda y descubrimiento de metales preciosos, las
cuales tuvieron impacto en el modo de accionar tanto de indígenas como de
españoles. Se considera que la metalurgia es clave en la comprensión de las
rupturas y cambios en las sociedades nativas y en las decisiones políticoeconómicas españolas desplegadas en el valle Calchaquí, debido a la importancia simbólica de la metalurgia y los bienes materiales por parte de las
sociedades locales, y por la importancia económica de los minerales y metales preciosos para los ibéricos durante los siglos XVI y XVII. Si bien muchas
investigaciones etnohistóricas y arqueológicas han reconocido el interés sobre los metales durante la ocupación española en el valle Calchaquí, tal como
queda expresado en referencias sobre riquezas naturales -presencia de minerales- y humanas -especialización artesanal metalúrgica- tomadas de diversas fuentes históricas, hubo pocos intentos de detallar la influencia de tal
búsqueda en los conflictos sociales y de evaluar qué incidencia tuvieron estos conocimientos y creencias sobre las explotaciones tempranas, una vez
iniciado el control ibérico efectivo del valle.
Para ello, se recurrió a fuentes éditas y a documentación publicada por
diversos autores. Asimismo, se complementó esta información con la evidencia arqueológica recuperada en el área. A fin de ordenar los documentos
consultados y alcanzar mayor rigurosidad metodológica, se realizó una lectura pautada de la siguiente manera: fuentes de índole administrativa y judicial
para la evaluación de intentos de poblar el valle y decisiones de asentamientos
de comuneros españoles posteriores; crónicas tempranas para establecer un
análisis sobre la primera observación española de las riquezas y de sus poblaciones; narraciones de viajeros; referencias de cronistas jesuitas y otros informes eclesiásticos para complementar la información. Se contempló distinguir documentos de primer orden -escritos por testigos presenciales de los
acontecimientos relatados y en el momento en que ocurrieron-, de segundo
orden -escritos por cronistas contemporáneos a los mismos pero que no fueron testigos directos de los hechos referidos- y de tercer orden -escritos con
posterioridad a los hechos- (Raffino 1983), evaluando en cada caso el rol
social del cronista -su condición de clérigo, gobernador, militar, civil. Asimismo se reconoció la importancia de mantener una aproximación temporal
diferencial según se trate de información del período hispano-indígena (15351665, desde las primeras entradas de españoles al NOA hasta la derrota final
de las sublevaciones y erradicaciones nativas fuera del valle Calchaquí) y
colonial a fin de evitar cruzar datos temporales en un momento de rápidos
cambios sociales. Asimismo, los diversos tipos de fuentes fueron contrastados a modo de ir logrando una visión que, si bien parcial, se ajustase a los
objetivos planteados. En los casos en que fueron transcriptas citas textuales la
ortografía fue modernizada para facilitar y agilizar su lectura. Siguiendo a
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FIGURA 1. Localización de los principales yacimientos mineros
del Noroeste Argentino (modificado de A. González 1979).
Ana María Lorandi (1997), es necesario pasar los datos documentales de esta
región por un “doble filtro de confiabilidad” para reconocer las alteraciones
que produjo el estado inca en el mapa étnico y político y las modificaciones
coloniales ulteriores.
El NOA constituye una región en la que la documentación relativa a las
actividades minero-metalúrgicas durante los tiempos coloniales tempranos y
las referencias sobre la producción prehispánica es acotada y fragmentaria.
Pocas son las fuentes que hacen alusión a las prácticas de extracción y producción de metal en la región para el período abordado. Tampoco se conocen documentos relacionados a visitas generales y circunstanciales, libros de
tasas y de tributos y matrículas de encomienda y padrones (López de Albor-
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noz 1991). Sin duda esta situación se asocia, en parte, a la larga y persistente
resistencia que los pueblos nativos desplegaron frente a los invasores. En
particular, el valle Calchaquí, fue un territorio que sólo pudo ser conquistado
casi un siglo y medio después de la primera entrada española, tras costosas
campañas militares. Es decir, la producción testimonial debe ser observada
en un contexto de conflicto intermitente entre españoles e indígenas y dentro
de cada grupo. Asimismo, el hecho de ser un área marginal durante los siglos XVI y XVII pudo incidir en la calidad y cantidad de la información.
También los cambios jurisdiccionales pudieron influir en la dispersión del
registro escrito.
En cuanto a la información sobre actividades minero-metalúrgicas suministrada por las excavaciones arqueológicas desplegadas en el valle
Calchaquí, debemos mencionar la evidencia material colonial temprana en
dos instalaciones metalúrgicas localizadas en el extremo meridional de la
sierra del Cajón (valle de Yocavil), conocidas como Fundición Navarro y El
Trapiche (figura 1). Estas instalaciones cobran mayor importancia considerando que, en muchos casos, la explotación industrial posterior destruyó las
evidencias materiales, tanto prehispánicas como coloniales, y que sobre estas plantas mencionadas no existían antecedentes históricos conocidos (L.
González 1997).
LA PRODUCCIÓN METALÚRGICA DURANTE LOS MOMENTOS
PREHISPÁNICOS
Las sociedades prehispánicas del NOA alcanzaron un importante despliegue en la esfera de la producción de bienes en metal (A. González 1979).
La alta carga simbólica de la metalurgia y sus producciones quedó reflejada
en el registro arqueológico desde tiempos formativos (600 AC-500 DC) y alcanzó gran despliegue técnico y simbólico durante el período de Desarrollos
Regionales (siglos X a XV). La producción material estuvo fuertemente encauzada hacia objetos suntuarios y ornamentales (A. González 1998) y empleó principalmente aleaciones de bronce (L. González 2000). Debido a la
dificultad del proceso de producción, la metalurgia fue una de las tecnologías de mayor vínculo con los procesos de consolidación del orden social y
mantenimiento de prestigio y estatus en las sociedades andinas. Este desarrollo se sustentó en el crecimiento de organizaciones sociopolíticas complejas con estructuras religiosas formalizadas y en la disponibilidad de potentes
bosques, que proveyeron el combustible para las fundiciones, y de menas
metalíferas. La explotación minera constituyó una de las principales causas
de la conquista incaica en el NOA lo que se puede relacionar con su antigua
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tradición metalúrgica local (A. González 1982) y, en menor medida, con la
disponibilidad de metales. Así, el incremento productivo registrado en esta
época, orientado a los nuevos requisitos del estado inca, estuvo basado en la
existencia de mano de obra local altamente capacitada para llevar adelante
las complejas operaciones metalúrgicas (L. González 2000).
Durante la primera etapa de reconocimiento ibérico en el NOA abundan las referencias sobre la explotación minera incaica. Los yacimientos a
los que aluden las fuentes escritas son de metales preciosos, como oro y plata
y sobresalen Famatina (provincia de La Rioja) y Capillitas e Incahuasi (provincia de Catamarca) (figura 1). No obstante, la documentación disponible no
hace referencia a la modalidad de canalización de mano de obra local hacia
estas actividades, ni a los cambios organizacionales resultado de esta explotación. En cambio, hay cuantiosa información sobre la presencia de mitimaes
destinados a actividades mineras, aunque no se determina su adscripción
étnica. Por otro lado, el oro y la plata eran considerados de propiedad “natural” del Inca lo cual explica la fuerte mención de su explotación en las crónicas españolas. Al respecto, Herrera declaró que en el Tucumán Diego de Rojas
halló buena acogida porque: “el español habría heredado los derechos del Inca”
(Lorandi 1980: 158). Llamativamente, mientras que la extracción del cobre fue
una práctica de importancia para el Inca, ya que la mayoría de su producción
material era en bronce, la alusión española a ésta, y al estaño, es escasa.
MINERÍA COLONIAL EN AMÉRICA HISPANA Y
EL VIRREINATO DEL PERÚ
La búsqueda de metales primero y más tarde la explotación metalífera
fueron elementos primordiales en la fundamentación y el desarrollo de la
conquista española en América. El anhelo de enriquecimiento y acceso al
poder fueron asociados a los metales preciosos por parte de la gran mayoría
de los conquistadores así como por la monarquía española que autorizaba sus
expediciones (Fisher 2000). En el área andina, los españoles se asombraron
no sólo por la riqueza en términos de metales preciosos sino por la maestría
de los artesanos. En esta región, el direccionamiento del proceso de explotación metalífero europeo estuvo guiado por su potencial minero y por su capacidad demográfica. Sin dejar de tener en cuenta la multiplicidad de fenómenos involucrados, religiosos y culturales, los procesos socioeconómicos del
área andina colonial fueron mayoritariamente resultado de la disponibilidad
de tales recursos. La explotación de los metales preciosos, primero oro y más
tarde plata con mayor intensidad y duración en su extracción, así como los
costos de refinación, constituyeron el fundamento del desarrollo de la econo-
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mía de la América hispana, como así también del crecimiento comercial a
escala mundial. No obstante, la calidad de las minas en América era de
menor tenor que las del Viejo Mundo (Romano 1978: 161). La clave para
comprender el impacto de la minería americana es el bajo costo de explotación de las minas logrado mediante la explotación indígena.
Las estrategias y el costo de acceso a los metales preciosos en la América
Hispánica y su naturaleza fueron cambiando a lo largo del tiempo. En un
primer momento, la búsqueda de enriquecimiento fue llevada adelante por
medio de prácticas de extracción que no requerían demasiado esfuerzo como:
el robo de joyas, la violación de tumbas, el trueque de objetos europeos a
grupos indígenas (Palermo 2000) y las prácticas de extorsión -tal fue el caso
del pago del rescate por el Inca Atahualpa. Constituía una situación que se
repetía en cada avanzada hacia nuevos lugares, además estas estrategias
también respondían a la necesidad de los conquistadores de lograr riquezas
tras la etapa exploratoria de un nuevo territorio; de este modo se podría lograr
el financiamiento de una empresa de conquista más sólida.
Posteriormente fue necesario un mínimo de esfuerzo sirviéndose de la
organización del trabajo tradicional (Stern 1986) e incluso de la tecnología
indígena prácticamente sin alteraciones sustanciales (Petersen 1970). Las
primeras explotaciones de las vetas metalíferas se desplegaron en aquellos
depósitos de mineral conocidos en épocas prehispánicas, como Porco (sudeste de Potosí). A los pocos años, y al aumentar las exportaciones hacia
Europa, hubo modificaciones tecnológicas. Hasta mediados del siglo XVI, en
lugares como Porco y Potosí, los abundantes depósitos de plata de primera
calidad fueron refinados en hornos de fundición indígenas (huayras) ubicados sobre las colinas para mejorar las condiciones de ventilación. Luego la
producción cayó estrepitosamente, en parte por la disminución de las menas
de alta ley. Así, los peninsulares se vieron obligados a idear nuevos mecanismos de refinamiento, como la amalgamación (método que consistía en la
aplicación de mercurio aprovechando su propiedad de aleación con la plata). Paralelamente hubo una rápida canalización de mano de obra indígena
hacia los incipientes centros de producción minera, lo que hizo imprescindible el desarrollo de un sistema de regulación de la fuerza de trabajo que se
tradujo en la cristalización de la mita española. De este modo, la explotación
de metales preciosos fue una rápida apropiación de riqueza lograda sin demasiado esfuerzo por parte de los españoles.
En este devenir económico, el proceso de conquista del NOA se inscribe en un período anterior a la finalización de los grandes descubrimientos de
mineral y conquistas de territorios. Iniciado hacia 1535, fue un proceso lento
cuyos primeros arribos y expediciones provinieron de la corriente conquistadora del norte, y fue el resultado de las tensiones socioeconómicas y políticas
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en el ámbito de Cuzco y de la búsqueda de riqueza económica reflejada en
dos tipos de posesiones: metales preciosos y naturales.
Las tensiones socioeconómicas se debían, fundamentalmente, a que el
grupo de conquistadores que se enriquecía era un número reducido en relación con los españoles que arribaban: las tierras y los indios en encomiendas
se repartían en orden de méritos. Frente al fracaso de lograr fortuna y posesiones materiales los conquistadores, sin títulos ni encomiendas, se dedicaban a tareas sin rédito económico ni social, esperaban repartos por los servicios prestados, o se largaban a otras expediciones. En este contexto, el adelantado Diego de Almagro obtuvo en 1535 la capitulación para conquistar 200
leguas al sur de los territorios ya reconocidos. El objetivo era liberar Cuzco de
los intereses de Almagro (Lorandi 2002: 52). La empresa no fue considerada
un éxito, no por falta de oro sino por la distancia respecto a las principales
ciudades españolas del norte (Lorandi 2002). Guiados por los yanacona (servidores directos del Inca o de otras autoridades imperiales) del altiplano,
quienes conocían el paisaje, los españoles confiaban encontrar una rica región con abundantes metales preciosos y recursos humanos, bienes muy estimados por los incas y fuente potencial de riqueza para los españoles. En
1543 hubo una segunda entrada al NOA a cargo de Diego de Rojas motivada,
en parte, por las noticias recopiladas sobre la explotación de minas de oro y
plata por el Inca y sobre la existencia de la Sierra de la Plata, rica en metales
preciosos y de la que se tenía noticia por expediciones españolas desde la
costa del Océano Atlántico. De este modo, las incursiones tempranas de Solís
y Caboto tuvieron influencias decisivas en estas dos entradas al NOA debido
a las noticias sobre riquezas minerales recopiladas (Levillier 1948: 259); por
ende, la búsqueda de metales preciosos no sólo estuvo impulsada por los
conflictos políticos y económicos en los Andes Centrales. Larrouy comentaba
que sus expedicionarios “transforman en montañas de oro cualesquiera
relumbrones que divisan” (Lizondo Borda 1928). Una vez en el valle Calchaquí,
el grupo se dividió y parte del mismo continuó más al sur llegando hasta
Córdoba y las costas del río Paraná con el objetivo de encontrar las riquezas
que habían sido comentadas previamente por las poblaciones nativas del Río
de la Plata.
Siete años después, Núñez de Prado realizó una nueva exploración
(1549); se trataba de otra de las conquistas autorizadas para calmar el descontento de algunos capitanes y para alejar a los españoles sin posesiones de las
zonas ricas del Alto Perú (Lizondo Borda 1928).
No obstante estos fracasos iniciales de hallar metal, los territorios desconocidos mantuvieron el anhelo de hallazgo de riquezas. Durante el gobierno
de Gonzalo de Abreu una nueva expedición partió en 1578 rumbo a la legendaria región de los Césares buscando tierras ricas en metales preciosos
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(Lizondo Borda 1928) pero “…descubrió tierra poco poblada y miserable”
(Sotelo de Narváez 1885 [1583]: 152). Más tarde, en 1591, el Gobernador Juan
Ramírez de Velasco fundó la ciudad de Todos los Santos de la Nueva Rioja,
erigida como punto de referencia para la explotación de los metales preciosos existentes en el cerro de Famatina. Muchos españoles habrían visto esta
campaña de conquista y colonización como el medio de enriquecimiento
anhelado que prometía el descubrimiento del “Potosí tucumano” (Boixadós
1997a: 343). Unos pocos años atrás (1586) Juan Ramírez de Velasco también
soñó encontrar la región de los Césares, sin fruto.
Es posible observar que, al aumentar el conocimiento de la región, se
desarrollaron nuevos objetivos de exploración basados en las referencias de
los grupos locales y de las visitas realizadas por los españoles en años anteriores. No obstante, se mantuvo la búsqueda de regiones que, como la de los
Césares, no estaban basadas en el conocimiento reciente de la zona sino que
provenían de viejas creencias y dichos.
Frente a esto, los verdaderos impulsores de la conquista son el oro y
plata y aunque luego otras actividades económicas fueran fructíferas, lo fueron en gran medida como tareas destinadas a alimentar las necesidades de
los polos de explotación metalíferos. Con esto no se pretende concebir que el
oro, primero, y la plata, después, hayan dirigido los sucesos en la Gobernación de Tucumán pero su búsqueda fue un importante promotor de las empresas que guiaron a las primeras entradas al territorio. Si bien la información referida a metales preciosos es escasa, también es continua y poco precisa: “y cuando aparece, sólo es para inducir a las autoridades de España a
que se encomienden nuevas conquistas” (Levillier 1955: 227).
La Antigua Gobernación del Tucumán y las periferias concéntricas
El estudio de los complejos procesos sociales ocurridos en la antigua
Gobernación del Tucumán requiere tener presente la situación de confinamiento social y geográfico de esta porción de los Andes, en el contexto mundial de los siglos XVI y XVII. Se propone un enfoque de análisis regional que
contemple el contexto más amplio que condicionó la historia de la región. Se
busca entender los procesos ocurridos desde una perspectiva global, partiendo de la concepción de la sociedad colonial como un todo construido históricamente a partir de las luchas y la interacción permanente entre indígenas y
españoles (Boixadós 1997b). El NOA constituía una región periférica dentro
del Virreinato del Perú. Su distancia geográfica respecto de la capital y los
centros urbanos principales, sus recursos naturales factibles de explotación y
el continuo conflicto con las poblaciones locales fueron delineando su situa-
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ción dentro del marco sociopolítico más amplio. Asimismo, la región mantuvo un carácter marginal si la comparamos con la riqueza natural y humana
de otras regiones americanas. Según nuestro punto de vista, es importante
considerar no sólo la distribución natural de los recursos sino también su
percepción por parte de los agentes sociales involucrados. El carácter de
frontera se observa en el número de españoles y su modo de distribución en
las ciudades, las que actuaban como cerco contenedor del valle Calchaquí,
lugar donde se articularon -a lo largo el tiempo- estallidos de rebeliones indígenas junto con sus correspondientes sucesos de represión. Estos conflictos
continuos se tradujeron en dificultades para establecer la frecuencia de la
mita y otras formas de extracción de la fuerza de trabajo, así como para lograr
el establecimiento de poblaciones de españoles. Si el Tucumán constituía
una periferia en el interior del virreinato, el valle Calchaquí constituía -en
términos relativos- una región de periferia interna a la misma gobernación,
en tanto contaba con la presencia de los calchaquíes que resistían la ocupación y explotación españolas. En este sentido, hasta mediados del siglo XVII
dos sectores económica y políticamente distintos se encontraban distanciados a pocos kilómetros: uno “civilizado”, colonizado bajo el sistema de “encomienda de servicio personal” y otro “bárbaro”, que sobrevivía en condiciones autónomas pero soportando la presión sobre sus fronteras y la intrusión
de refugiados que escapaban a la coacción hispana (Lorandi 1997: 50). De
este modo, el espacio geográfico y social de la gobernación en el interior del
virreinato se puede entender como periferias concéntricas de mayor nivel de
peligrosidad, marginalidad y distanciamiento cultural. Su lejanía de los principales centros económicos y políticos también contribuía a que los gobernadores y encomenderos no respetaran las políticas virreinales. Pero al mismo
tiempo, como periferia, el valle Calchaquí se volvió promesa de riquezas
materiales ante la visión de los españoles. Las abundantes referencias sobre
el carácter de la ocupación inca en el NOA y su vinculación con actividades
extractivas influyeron ampliamente en esta situación y pudieron contribuir a
alimentar el imaginario sobre la presencia de minerales en gran cantidad.
Almagro se habría encontrado con una caravana de mitimaes que transportaba metales hacia el Cuzco desde el valle de Quire-Quire (parte del valle
Calchaquí); sin duda Ramírez de Velasco, más de 50 años después, iba en
busca de estos dichos sobre riquezas mineras al fundar La Rioja.
Sotelo de Narváez comentaba que “en estas tierras hay minas de oro
descubiertas y se han hallado entre los naturales muchos metales de plata
rico” (1885 [1583]: 147). Esta afirmación pone en evidencia tanto la preocupación, en la etapa de reconocimiento del territorio, sobre la presencia y tipo de
metales preciosos como la existencia de objetos terminados. Asimismo, destacaba que “tiénese noticia de muchas minas de plata, y hanse hallado gran-
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des asientos de ellas del tiempo de los incas” y que existen referencias “de
indios vestidos Incas, que se sirven de oro y plata” (Sotelo de Narváez 1885
[1583]: 146-147).
En 1589 el capitán Hernán Mexía Miraval declaró que el gobernador
Juan Ramírez de Velasco habiendo salido a la “dicha jornada de Calchaquí”
tuvo “nueva que había unas minas de plata que labraba el inca en un cerro
muy alto que está sobre el valle de Salta” y agrega que “las personas que
subieron a lo alto trajeron cuatro cargas de metal de que se sacó plata blanca
la cual vio este testigo y no se labran porque la dicha ciudad [Salta a doce
leguas del mencionado cerro] tiene que acudir a otros ministerios” (Levillier
1919-1920: 423-424). Estas ocupaciones aludidas se habrían relacionado con
sus intentos por calmar los continuos enfrentamientos entre españoles por
motivos jurisdiccionales y de poder. En este caso, los factores políticos se
habrían utilizado para explicar los fracasos en la explotación de las minas
metalíferas. En 1564, según el Capitán Alonso Díaz Caballero, vecino de Santiago del Estero:
la tierra de Tucumán es buena y fértil donde hay muchos naturales [...]
donde hay muchos metales de oro y plata y vístolos yo y por la mudanza de
tantos capitanes como ha habido y fines que han tenido no se ha sacado oro
y plata y no a entrado gente para hacer posible de españoles (Levillier 19191920: 431).
Así se observa que los conflictos iniciales entre las autoridades de Chile
y aquellas enviadas desde el Perú conducen a un bajo nivel de aprovechamiento de las riquezas de la región: “suplico humildemente sea servido de
proveer de gobernador propio y solo para esta tierra sin que lo sea el de Chile
porque por las grandes nieves de la cordillera que hay en medio no se puede
pasar pos seis meses del año” (Levillier 1919-1920: 428).
A través de estas referencias vemos que los españoles reconocían el
potencial minero de la zona y probablemente tenían algunos datos sobre una
previa explotación, durante la ocupación incaica. Cabe preguntarse qué impacto tuvo la visita inicial con yanaconas altiplánicos en esta configuración
del ambiente de la región. En este sentido, “los cronistas iniciales crearon
una nueva geografía a lo que podríamos agregar que ésta primero reproduce
y se adapta a la invención del espacio previamente efectuado por los incas”
(Lorandi et al. 1997: 213).
El análisis y la interpretación de estas fuentes permite observar que existía
una esperanza de hallar grandes riquezas ocultas, ideal que se mantiene en
el tiempo y que constituyó, por otro lado, un importante elemento en el discurso español para fomentar la ocupación y explotación de la mano de obra
en las zonas aún no efectivamente pobladas.
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Con respecto al valle Calchaquí podemos mencionar que “se podría
conseguir de camino hallar una gran riqueza de minas de plata y oro, de que
se dice haber antigua noticia” (Carta del gobernador Albornoz al Rey, 1630,
en Larrouy 1923: 58).
TUCUMÁN COLONIAL Y SUS CONEXIONES ECONÓMICAS CON
EL ALTO PERÚ
El NOA comenzó a cobrar importancia económica tras el inicio de la
explotación de Potosí (1545), cuando el área adquirió un valor estratégico
pues se ubicaba entre la región del Alto Perú y el puerto de Buenos Aires. Las
incursiones realizadas en 1549 por Núñez de Prado (alcalde de minas de
Potosí) respondieron en gran parte a los intereses de los propietarios de las
vetas mineras potosinas quienes deseaban hallar una apertura al Atlántico e
instalar ciudades-postas que constituyeran el nexo con el Río de la Plata
(Rodríguez Molas 1985). La economía se canalizó hacia la producción
excedentaria de recursos de subsistencia y de productos básicos para ser transportados a Potosí y otros centros mineros del sur de Bolivia, empleando el
servicio personal de indios. Mientras tanto, en el valle Calchaquí salvo algunos ingresos de encomenderos en búsqueda de “piezas”, la reducción de los
indios fue lograda recién a partir de 1664 y, una vez terminadas las guerras,
las poblaciones fueron segmentadas.
Las principales actividades económicas de las encomiendas en el NOA
hasta comienzos del XVII se vinculan al obraje de ropa de algodón (paños,
frazadas, sombreros) exportada hacia Potosí. Fue importante además la venta
de mulas, altamente cotizadas como animal de carga en las tareas mineras.
De este modo, la producción regional no estuvo basada en la explotación de
minerales; las fuentes sólo sugieren la existencia de metales preciosos pero
no hubo un real interés en el reconocimiento de su potencial minero. A partir
de la segunda mitad del siglo XVII en la jurisdicción de San Miguel de
Tucumán, el auge de la producción ganadera, sea como ganado en pie o
como productos derivados (suelas), reemplazó a la tradicional exportación
de textiles, cuestión que se debió a las fuertes demandas de los mercados
internos regionales (Cruz 1997). De este modo, la “desnaturalización” y pacificación de los valles no condujo al desarrollo de un nuevo tipo productivo en
lo que hace a modificaciones en la relación encomendero-encomendado, ni
a la naturaleza de la producción. El ideal toledano de tributo en especie
nunca se desarrolló, ni hubo un auge de la producción minera: la única riqueza provenía de la explotación de la tierra por medio de la agricultura y del
ganado.
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REALIDAD Y FICCIÓN: IMAGINARIOS SOCIALES EN TORNO
A LOS METALES
Cómo la economía de la gobernación giraba en torno al abastecimiento
de materias primas y manufacturas a zonas mineras próximas, debemos preguntarnos acerca de la importancia del potencial de explotación de las minas
metalíferas y del papel que jugó la misma en los desarrollos históricos de la
región. Esta cuestión también nos induce a plantearnos el impacto que tuvieron los modos de ver una nueva realidad; es decir, a preguntarnos por el
interjuego entre una realidad “objetiva” de riqueza y la manera de interpretar esa realidad. ¿Fueron los metales parte de una situación concreta o simplemente un espejo de los anhelos de los europeos en América? En este
contexto, es importante reconocer que los mitos formaban parte del bagaje
científico de la cristiandad europea (De la Riva 1991), constituían un modo de
explicar -y de enfrentarse cognitivamente- al mundo nuevo que observaban.
A estas “fantasías” hay que sumarles la ambición material, la cual condujo a
la difusión de los antiguos mitos europeos y a su readaptación y asimilación
con aquellos americanos. Se conjugaban las creencias originadas en la Europa Medieval con la presencia fáctica de piezas en oro y plata en uso a la
llegada española a la región andina: el español llega entonces a considerar
que el metal precioso está en todas partes, aunque en todas las ocasiones
permanece oculto por los indígenas (Blanco-Fombona 1919).
En la historia de la conquista del NOA, los españoles se movieron llevando consigo dos grandes fantasías íntimamente relacionadas, expresadas
en términos tales como ciudad de los Césares y Sierra de la Plata. El mito
sobre la Sierra de la Plata se originó tempranamente cuando Juan Díaz de
Solís inició una exploración con el objetivo de hallar un paso que comunicase los océanos Pacífico y Atlántico. En esta ocasión, el contacto con indígenas de la cuenca del Río de la Plata llevó al conocimiento de que más al norte
existían tierras con oro y plata en donde había guerreros con armaduras plateadas. Si bien la campaña resultó un fracaso, la curiosidad y ansia de metal
generaron la leyenda de la “Sierra de la Plata” y años más tarde, Sebastián
Caboto (1526) envió a Francisco César a seguir la ruta de la expedición de
Solís, reforzando el mito. Francisco César salió desde el fuerte Sancti Spiritu
para explorar los alrededores y posiblemente llegó hasta la pampa santafesina.
Aunque no halló una tierra con riquezas, logró recaudar información sobre
ésta y retornó con muestras de plata labrada. La leyenda de la “Ciudad de los
Césares” se mantuvo en el imaginario de los conquistadores generando nuevas expediciones. Estas fueron realizadas en las cercanías de Córdoba, el
valle Calchaquí, las pampas de San Luis e incluso en Mendoza, Neuquén y
otras regiones de la Patagonia. Esto puede deberse, en parte, a que tras pocos
Memoria Americana 15 - Año 2007: 157-184
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años de haberse iniciado la conquista del territorio, y frente a la realidad de
que el oro y la plata no habían colmado a todos los españoles que llegaban en
forma continua, el ideal de la riqueza fácil no se extinguió sino que se redirigió
hacia aquellas tierras aún no ocupadas.
Al mismo tiempo, posiblemente la mención de Potosí y la posibilidad de
que se iniciara la explotación de yacimientos similares producía temor entre
las sociedades locales. En 1593 el corregidor Juan Ortiz de Zárate menciona
que los indios en Potosí “padecían malos tratamientos en sus personas, azotándolos y haciéndolos otros malos tratamientos porque no cumplían las grandes excesivas tareas que les daban cada día” (Rodríguez Molas 1985: 193).
Más tarde, los caciques de los indios mitimaes de Potosí enviaron una carta
al rey quejándose del “trabajo tan malo como el peligro de las minas”
(Rodríguez Molas 1985: 250). Asimismo, los recursos humanos del Tucumán
eran “llevados” de diversas formas (Rodríguez Molas 1985: 138), lo cual implicaba un conocimiento directo del sometimiento en las minas. Vemos, por
un lado, que los españoles conocían las duras tareas mineras y que los indígenas evitarían esta forma de explotación y; por otro, que los indios temían
formar parte del grupo de los mitayos potosinos o trabajar en otras minas.
Estos pudieron ser importantes factores para que los españoles pensaran que
las poblaciones del valle Calchaquí ocultaban gran cantidad de riquezas.
Según Lozano, hacia 1609 los indios quisieron matar a los Padres Juan
Romero y Gaspar de Monroy debido a que el teniente de gobernador de la
ciudad de Salta solicitó a los caciques que enviasen indios mitayos para la
labor en minas “que es trabajo más aborrecido por esta gente haragana y que
adora su libertad” (Lozano 1755, en Amigó 2000: 33). ¿Cómo pudieron incidir
en el imaginario de los calchaquíes los hechos de explotación inhumana en
las minas que fueron conocidos y vistos en sus viajes? No es posible disociar
el análisis de su condición social y de su imaginario del momento histórico y
de los intereses económicos más generales. Frente a lo visto y relatado en las
minas de otras zonas -Potosí, Chile, sur de Bolivia- se formula, como hipótesis, que los calchaquíes pudieron haber optado por la rebelión y la resistencia
armada como estrategia explícita contra la labor en las minas, entre otras
formas de explotación. De esta manera, las sociedades locales pudieron haber contribuido a alimentar la idea de ocultamiento dado el temor a ser sometidas a las actividades de extracción de mineral.
DISCUSIÓN: METALES EN LA ANTIGUA GOBERNACIÓN
DEL TUCUMÁN
Ahora bien, ¿por qué se mantuvo el discurso sobre la búsqueda de riqueza de metales en el valle hasta bien entrado el siglo XVII? Como espacio de
172
Geraldine Gluzman
frontera de la frontera, el valle Calchaquí mantenía vigente esos mitos porque
era una zona aún no explorada territorial y conceptualmente. Entonces, se
observa una relación recíproca entre ficción y realidad: los hallazgos de metal, sea en forma de piezas o mineral, contribuyeron a crear y mantener la
creencia de riquezas metalíferas en la región. A esto hay que adicionar el
contacto previo de los primeros conquistadores con otras realidades, el cual
influyó en la creación de expectativas proyectadas sobre la región del Tucumán
aún no conquistada (Quarleri 1997), como también aquellas realidades de
descubrimiento de metales en otras regiones al iniciarse un período de exploración sistemática (ejemplo Potosí). De este modo, no se trataba simplemente
de que los conquistadores conocieran o no la real distribución de riquezas en
relación con otras regiones sino que sus propios intereses -sociales, económicos y políticos- estaban alterando la percepción de las riquezas.
Podemos considerar, a través de una serie de referencias documentales,
que los indios temían el potencial hallazgo de riquezas mineras pues pondrían en movimiento las explotaciones minero-metalúrgicas en el valle. Frente
a esta realidad, los grupos indígenas habrían optado por diversas estrategias
de ocultamiento llegando, en ciertos casos, al asesinato de españoles exitosos
en la búsqueda de minerales (ver más adelante). Posiblemente, estas estrategias dieran forma y acrecentaran tanto el imaginario español sobre las riquezas como el ocultamiento que estuvo presente desde los tempranos descubrimientos de las tierras luego conquistadas.
Si el oro y la plata fueron importantes en instancias iniciales de la conquista americana, también lo fueron en determinadas circunstancias dentro
del desarrollo social de la gobernación, como los momentos relacionados con
el aumento de conflictos dentro de una sociedad plural en continuo estado
de alerta.
El Gran Alzamiento Calchaquí
Durante el “Gran Alzamiento” (1630-1643) se observa una relación entre
el inicio de los conflictos y la presencia de metales. Su primer foco de rebelión fue el centro del valle Calchaquí pero pronto su epicentro se trasladó a
Andalgalá, Londres y La Rioja (Lorandi et al. 1997); es decir, al centro
catamarqueño y riojano. Fue así que en 1630:
acudiendo los dichos indios a sus acostumbradas traiciones, mataron atrozmente a un encomendero suyo llamado Juan Ortiz de Urbina y a Lorenzo
Fajardo, su cuñado, con sus mujeres y a un molinero español y a Diego
de Urbina, hijo del dicho Juan Ortiz de Urbina, y a un indio de su servicio
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173
que estaban en una hacienda suya en dicho valle (Carta del gobernador
Felipe de Albornoz al rey, 1630; en Rodríguez Molas 1985: 259).
La principal causa detrás de tales muertes se relacionaría con el descubrimiento de minas en el extremo sur del valle Calchaquí:
la causa de muerte [...] fue haber descubierto el dicho Juan Ortiz de
Urbina unas minas (que es tierra de mucho oro y noticias de ellas) que
los indios quieren tener ocultas huyendo de su trabajo por saber y haber
visto el que pasan en el Cerro de Potosí y en las minas de los Chichas,
sus circunvecinas, donde han salido muchas veces con ganados y harinas (Carta del Gobernador Felipe de Albornoz al rey, 1630; en Rodríguez
Molas 1985: 260, el destacado es mío).
Según Montes (1959: 86), estas minas se ubicarían en las serranías del
Macizo de Capillitas y se trataría del descubrimiento de las minas de oro de
Farallón Negro.
Años atrás y luego de ingresar al valle Calchaquí (1622), el obispo Julián
de Cortázar comentaba “[que los calchaquíes] quieren más morir peleando
que ver forzadas sus hijas y mujeres y verse todos en una perpetua galera”
(Levillier 1926: 42).
Autos de Bohórquez: riquezas ocultadas pero reconocidas
La principal información sobre la riqueza presente en el valle Calchaquí
y el ocultamiento por parte de los nativos proviene de los documentos relativos a los Autos de Pedro Bohórquez, durante el período conocido como la
última rebelión calchaquí (1559-1564). Para esta sección también fue tomada
la narración del Padre Torreblanca.
Pedro Bohórquez fue síntesis de una compleja realidad social, donde
los distintos actores tuvieron poco o ningún contacto. La versatilidad del discurso de Bohórquez pudo influir en los ánimos de los diferentes actores; así
su presencia en el valle canalizó deseos fuertemente contrapuestos, incluso
su abrupto final puede ser entendido como el resultado de la tensión entre
españoles e indios durante más de 120 años. Para los habitantes del valle,
como para las autoridades coloniales eclesiásticas y gubernamentales, la presencia de Bohórquez constituía un mecanismo para lograr objetivos específicos. Haciéndose pasar por un Inca legitimado por las autoridades coloniales
y usando paralelamente un título real prometió a las autoridades y mercaderes españoles que revelaría dónde estaban escondidos los tesoros materiales
174
Geraldine Gluzman
y la ubicación de los yacimientos mineros. A los encomenderos de las ciudades vecinas les prometió indios para las prestaciones de trabajo, a los jesuitas
les permitiría la conversión de los indígenas mientras que a los indígenas les
brindaría posibilidad de la liberarse del yugo español sirviéndose, entre otros
argumentos, de las explotaciones a las que eran sometidos los indios en el
Alto Perú. Detrás de estos episodios se observa vigente el deseo europeo de
descubrir ricos yacimientos mineros, lo cual era aún ansiado por varios grupos sociales dentro de la sociedad española. Los españoles confiaban en que
los indios entregasen sus riquezas ocultas de modo tal que Bohórquez “ofrecía a S.M. hacerle dueño de las riquezas, tesoros, y labores ricas que con
prontitud le entregaban” (Torreblanca 1999 [1696]: 26). Frente a esto, “el Sr.
Gobernador se impresionó de suerte con la promesa de tesoros, y riquezas
fantásticas que le hacían” (Torreblanca 1999 [1696]: 28). Una vez en el valle,
Bohórquez no cumplió con lo estipulado: organizó la defensa del valle contra
los ibéricos, estableció alianzas con grupos indígenas externos al valle y
transgredió las normativas religiosas y morales europeas.
En una carta de Bohórquez, quien buscaba un acuerdo con el gobernador escribe:
Me enseñarán las minas todas que en si encierra esta tierra y para principio me han mostrado dos entierros de los capitanes del inca que verdaderamente prometen tener alguna cosa de consideración por las muchas figuras de piedra y estatuas de madera que sobre sí tienen y otros
lavaderos de oro que también prometen enseñarme diciendo que como
heredero de su inca no quedará cosa oculta que no se me manifieste
(Archivo General de Indias, Carta del Cáp. Bohórquez al Sr. gobernador,
abril-1657. Autos, I, el destacado es mío).
La lectura de los Autos muestra que según los dichos de Bohórquez,
reproducidos por el gobernador, los jesuitas, los vecinos y las autoridades
militares, existían riquezas por doquier. Estas estaban ocultas pero permanecían en la tradición y memoria de los calchaquíes y, no obstante este ocultamiento, se tenía noticia de las mismas a través de los relatos de los conquistadores:
le muestran [los calchaquíes] los descubrimientos de guacas,
enterramientos, tesoros, minas y demás riquezas del valle de Calchaquí y sus
confines tan seguras en la memoria de los indios y en las noticias de esta
provincia (AGI Testimonio del título de teniente que se le despachó al Cáp.
P. Bohórquez, agosto-1657. Autos, I, el destacado es mío).
Asimismo se observa la variedad de formas en que los metales eran
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presentados y cómo ellas tenían valor económico, tales como lavaderos de
oro, entierros, minas:
[los indios] han le ofrecido mostrar la Casa Blanca 3, minas y lavaderos
de oro en cuyo testimonio se que le han mostrado ya dos guacas y habiendo hecho el Cáp. D. Pedro Bohórquez que cavasen la una de ellas
sacaron dos estatuas [...] y haciendo cavar más abajo a poco espacio se
halló una manilla de oro que pesaría tres onzas (AGI, Carta del Cabildo
de S. J. Bautista de la Rivera con aviso de la entrada del Cáp. D. P.
Bohórquez al valle Calchaquí y de aquellos naturales de él le aclamaban
por su inca, mayo-1657. Autos, I, el destacado es mío).
Por otro lado, también existen múltiples referencias a que estos tesoros
estaban escondidos desde la época del dominio inca:
procurará [Bohórquez] [...] cómo inquirir la parte de dicho valle o sus
confines donde se ocultó el tesoro y mita que se llevaba de estas provincias al inca (AGI, Instrucción de lo que ha de obrar el Cáp. D. P. Bohórquez
en el gobierno y mandado de aquellos indios de Calchaquí y demás
dependencias que lleva a su cargo, agosto-1657. Autos, I)
Lo que llama la atención durante esta última rebelión fue que la importancia de la riqueza metalífera de los valles, sumada a los objetos presentes
en las sepulturas antiguas, cobrara nuevo vigor. Significativamente, no hay
mención de estas riquezas tras la ejecución de las campañas definitivas de
pacificación de 1659 y 1665, inclusive cuando el sucesor en la Gobernación,
Gerónimo Luis de Cabrera, recogió testimonios solicitados por el virrey del
Perú sobre el engaño que sufrió el gobernador Mercado y Villacorta por
Bohórquez.
3
Siguiendo a Lorandi y Boixadós, la prestigiosa huaca llamada la Casa Blanca que aparece
en los documentos haría referencia a las estructuras edilicias que se encuentran en la cumbre
del cerro donde se emplaza el sitio 1 de Rincón Chico. Esta localidad arqueológica albergó
durante los momentos prehispánicos tardíos un taller de producción metalúrgica que funcionó hasta el momento de contacto hispano-indígena. Hasta el momento, las evidencias no
permiten comprender qué tareas fueron realizadas en el taller entre mediados del siglo XVI,
cuando se produjo la primera entrada española a la región, y 1665, momento en el cual el
régimen colonial se instaló en forma definitiva. Posiblemente haya habido una disrupción de
ciertas actividades por ruptura de las cadenas de obtención de materia prima de zonas
alejadas, como el estaño, cuyas fuentes más cercanas se encuentran aproximadamente a 150
km al SO, en las sierras de Belén y Fiambalá (L. González 2000).
176
Geraldine Gluzman
De este modo, en ciertas situaciones de tensión que culminaron en rebeliones indígenas el tema de la presencia de metales resurgió en el discurso
español. Cabe destacar que en Chile la explotación de oro en superficie tuvo
cierta importancia al iniciarse la primera etapa de conquista, en parte esto
pudo incentivar la búsqueda y generó confianza en la presencia de este metal en el valle Calchaquí. Lo mismo pudo ocurrir con la existencia de los ricos
yacimientos de plata en el centro y sur de Bolivia. Sin embargo, si “el imán
de los conquistadores fue el oro” (Gandía 1946: 109), y gran parte del modo
de ocupación giró en torno a su ubicación y posibilidad de usufructo, también es cierto que el oro, y más tarde la plata, fue una metáfora de ascenso
social, fama y riqueza, más allá de su real valor. Como representación significativa, el oro generó fantasías de valentía y heroísmo, no solo ansias de enriquecimiento. A partir de esta lectura se propone emplear el concepto de
“mito de frontera” entendiendo por este término una creencia que se
retroalimentó en un espacio liminalmente significativo en términos simbólicos y materiales. Dentro del NOA, el valle de Calchaquí pudo constituir un
verdadero ámbito de frontera cognitiva y material.
CONCLUSIONES
Con la colonización hispana de América, las tareas vinculadas con la
búsqueda, explotación y refinación de metales preciosos constituyeron unas
de las principales actividades económicas. Estas tareas fueron adquiriendo
diferente naturaleza de acuerdo a cada área, dependiendo principalmente
del potencial metalífero y de las características de las sociedades locales capacidad demográfica, resistencia a los españoles. La explotación de los
metales preciosos; primero oro y más tarde, y a mayor escala, plata constituyó el motor económico mundial. El metal durante la conquista fue un recurso
altamente redituable en términos económicos, además de una metáfora de
riqueza, acceso al poder y acrecentamiento del estatus social.
Los movimientos de avanzada hacia el NOA fueron el resultado de conflictos por poder y riqueza desplegados en los Andes Centrales y de las permanentes oleadas de inmigración desde el Viejo Mundo, en particular de la
Península Ibérica, que comenzaron a surgir desde el inicio de la conquista
del Perú. Las continuas referencias a los metales preciosos reflejaron un conjunto de necesidades políticas y económicas diferentes en cada momento de
la conquista española. De este modo, en una primera etapa de exploración y
asentamiento en la región se indicaba la existencia de oro y plata, aunque el
reconocimiento estaba poco interiorizado y se entendía a la región como rica
en metales preciosos. Gran parte de este conocimiento provenía de las refe-
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rencias sobre la presencia incaica, el rol de los mitimaes en la explotación de
las minas pero, en parte, también se debía a la propaganda para fortalecer los
recursos destinados a la conquista. Luego, con el tiempo y la ocupación de
gran parte de la gobernación, la presencia de metales fue un mecanismo
discursivo que condensó los conflictos con los indígenas, amén de la riqueza
y del ocultamiento de los mismos. Sin embargo, en lo que respecta a la etapa
de sojuzgamiento del valle Calchaquí la extracción de metales y la minería
no se desarrollaron a gran escala, lo cual no implicó que cesaran las referencias a estas posibles actividades.
La ocupación del NOA y, en líneas generales, las avanzadas desde esta
región hacia el sur estuvieron fuertemente condicionadas por la búsqueda de
la ciudad mítica de los Césares. Sus conflictos jurisdiccionales con Chile, la
creación de la gobernación del Río de la Plata, así como la ausencia de metales en los territorios efectivamente ocupados, reorientaron la expansión territorial hacia riquezas poco precisas en ubicación pero reconocidas en cuanto
a su valor económico. Durante las épocas de mayor conflicto, especialmente
durante las últimas dos rebeliones calchaquíes (1630-1643 y 1659-1666), se
hizo alusión a las actividades de extracción de los minerales. La máxima
expresión de la búsqueda de metales fue durante la última resistencia
calchaquí, cuando los conflictos en una población multiétnica cobraron materialidad a través del imaginario del ocultamiento y la presencia de metales
en el valle Calchaquí. Esta búsqueda de metal se habría desplegado como
excusa para lograr la ocupación efectiva de este espacio aún no conquistado.
La posterior falta de explotación sistemática no respondería únicamente a los
desenlaces de la guerra, ni al sorpresivamente escaso potencial de las menas
en el valle sino a una política de explotación basada en otros recursos más
redituables en el contexto de la gobernación hacia mediados del siglo XVII.
Tras la desnaturalización de los calchaquíes, Torreblanca (1999 [1696]: 108)
comentaba que se mandó a realizar un cateo a “las cumbres de los cerros
más noticiosos que había en Calchaquí”. La búsqueda de minerales resultó
exitosa pero Torreblanca agregó que “hízose tal diligencia, pero sin fruto; no
porque faltaban metales, que de las primeras serranías los trajeron; sino que
los que iban tenían otras cosas que les tiraban”. La narración no aporta más
información sobre qué otras cosas “tiraban” pero es posible considerar que se
trataba de actividades económicas orientadas al comercio con las regiones
septentrionales. En el momento en que la ocupación del valle se tornó
acuciante, las autoridades convocaron a las fuerzas requeridas para lograr la
entrada exitosa. Lo que originó, en definitiva, el tercer levantamiento calchaquí
no fue simplemente el rechazo de Bohórquez a abandonar su plan de engaño
sino la necesidad de mano de obra indígena. En este contexto, la presencia
de minerales fue secundaria tal como lo demuestra el relativo silencio final
178
Geraldine Gluzman
sobre éstos tras la desnaturalización de las poblaciones originarias. Cuando
se inicia el proceso de reasignación de tierras, el trabajo indígena siguió siendo una de las fuentes de rentabilidad más inmediata, con bajo costo de inversión. A pesar de ser la riqueza metalífera el objeto principal de búsqueda y
referencia, la mayor parte de las veces, la solicitud en las cédulas aludía a la
tierra y a la mano de obra indígena.
De todos modos, existe información sobre actividades minero-metalúrgicas en el sur del valle de Yocavil cuando a inicios de la década de 1680 el
gobernador del Tucumán, Fernando de Mendoza Mate de Luna, le concedió
una merced de tierras en la zona de Puna de Balasto a Juan de Retamoso,
quien además compró unas tierras vecinas, y en 1688 el gobernador Tomás
Félix de Argandoña dictó un auto de merced de unas tierras linderas a las
minas que Retamoso había descubierto en 1687 (Rodríguez 2003). Estas tierras fueron denominadas como la estancia de San Juan de Ingamana y en ella
se instaló la mina de la “Purísima Concepción y San Carlos de Austria”,
manteniendo durante un tiempo una jurisdicción territorial y política independiente a la jurisdicción de Catamarca pero según Salvatierra (1960), dicha mina fue abandonada en 1710. Paralelamente, los estudios arqueometalúrgicos indican que las condiciones técnicas de fundición de plata en dos
asentamientos coloniales tempranos instalados en el sur del valle de Yocavil
-El Trapiche y Fundición Navarro- fueron pobres, con problemas de temperatura y de ventilación (Gluzman y González 2005). La evidencia material, grandes rocas de molienda del tipo rueda y un horno de fundición de cuba construido en piedra en el sitio El Trapiche; un canal recubierto con lajas, de
cerca de 1 km de longitud, que captaba las aguas del río Santa María y las
llevaba hasta el sitio de Fundición Navarro, sumada a la modalidad de ocupación ibérica en la región permite estimar que estos sitios habrían operado
desde la última mitad del siglo XVII hasta mediados del siglo XVIII (L. González 1997). La disponibilidad de combustibles, elemento clave de toda instalación pirometalúrgica, era fácilmente accesible en el área hacia fines del siglo
XVII. La modalidad constructiva de los recintos del sitio de Fundición Navarro se distingue por su carácter expeditivo, lo que junto a la escasa cerámica
tosca hallada sugiere un bajo nivel de inversión de fuerza de trabajo. Estas
características contrastan notablemente con la prolijidad de una superficie
despejada al pie de la sierra, pavimentada con lajas y que habría conformado
una cancha para el depósito y la trituración de minerales de cobre. Las limitaciones técnicas y humanas no fueron acuciantes; por el contrario, a partir
de las desnaturalizaciones, lejos de la explotación de metales preciosos, una
de las principales actividades económicas redituables fue la venta de mulas
cuyo destino era, como en los momentos anteriores, abastecer las necesidades del Alto Perú. La economía del Tucumán se mantuvo sujeta a las demandas de otras áreas metalíferas de potencial altamente superior a la del valle
Memoria Americana 15 - Año 2007: 157-184
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Calchaquí. En lo que respecta a la población calchaquí desnaturalizada, la
visita de Luján de Vargas de 1683 permite observar que la población vallista
aportaba el 59,33% del total de la población encomendada en la jurisdicción
de la ciudad de San Miguel (Noli 2003). Además, en el sur de la jurisdicción,
aprovechando las ricas maderas del piedemonte tucumano, se seguía trabajando en la actividad tradicional del distrito desde el siglo XVI fundamentalmente relacionada con la extracción y trabajo de la madera (Noli 2001). Se
producían carretas y maderas para la construcción de viviendas y edificios,
destacándose las vigas y los cerramientos de cedro y nogal dirigidos a satisfacer los requerimientos del mercado.
Un empadronamiento de indios de 1688, sólo un año más tarde del auto
de merced sobre las tierras del sur del valle, muestra que el curaca don
Francisco y varios indios de tasa de origen ingamana se encontraban trabajando en las minas de la “Purísima Concepción y San Carlos de Austria”, las
cuales se asentaban en las mismas tierras de las que ellos eran originarios
(Rodríguez 2003). Esto implica que, a pesar de las prohibiciones de las autoridades españolas, los calchaquíes en ciertas circunstancias retornaban al
valle con aceptación de sus encomenderos. En otras ocasiones ciertos grupos
vallistos, como los amaichas y colalaos, retornaban sin permiso debido a la
cercanía respecto a sus nuevos asentamientos y a la capacidad de negociación colectiva de estos grupos con la sociedad colonial (Noli 2003). Es posible
manejar la hipótesis de que la asignación de ingamanas para estas actividades no fuera casual sino que se debiera a los conocimientos previos que pudieran manejar sobre las mejores localizaciones y modos tradicionales de
extracción mineral, en tanto hubo explotación de las minas de este sector del
valle en tiempos prehispánicos.
Los intentos de explotación minera no se limitaron a las minas de Juan de
Retamoso. Hacia 1705 se observa en un documento 4 que se solicitaban los
cerros de Famatina, los de Punta de Balasto y Aconquija donde se realizaba un
cateo de minas de oro de las que se tenía noticia, como así también de las
guacas o enterramientos que fueran hallados (ABNB, Min-62.5, 1705). En este
caso se pide también, “llevar seis indios de la Villa Imperial de Potosí por
tiempo de un año por no haber los peritos en el trabajo”. La fuente agrega que:
pedimos se nos conceda el llevar en nuestra compañía algunas personas con armas para nuestra defensa por los peligros manifiestos que
han experimentado yendo a estos descubrimientos respecto de que la
mayor parte de los ind[ios] son opuestos a que se hagan y así impiden
matando y robando a los españoles. (ABNB, Min-62.5, 1705, el destacado es mío).
4
Agradezco a Lorena Rodríguez quien me facilitó esta documentación.
180
Geraldine Gluzman
Esta última referencia estaría indicando que mediante permisos o regresos clandestinos aún perduraba el intento calchaquí de evitar la explotación
minera como una estrategia activa.
A pesar de que los españoles lograron una mayor interiorización del
territorio con el tiempo, no hicieron, la mayoría de las veces, una precisión
sobre la localización de las minas, aquellas sólo fueron el objetivo idealizado
de la conquista y el motor para continuar la avanzada incluso ante el fracaso.
Con las desnaturalizaciones perduraron las creencias sobre los tesoros ocultos y las minas de oro, como también la resistencia calchaquí para evitar su
usufructo. En definitiva, la economía de la gobernación del Tucumán mantuvo su carácter de intermediaria en el eje Potosí-Buenos Aires tanto por la
comercialización de la producción excedentaria como por su papel en la
redistribución de productos ultramarinos y americanos, circuito que se tornó
más complejo hacia mediados del siglo XVIII y que hacia finales de ese siglo
y principios del XIX se orientó, mayormente, al puerto de Buenos Aires (López
de Albornoz 2001).
Fecha de recepción: 15 de julio de 2007.
Fecha de aceptación: 9 de noviembre 2007.
FUENTES CITADAS
ABNB. Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, Min-62.5, 1705, Sucre.
Los capitanes don Mateo y don Miguel Sopeña, pidiendo se les adjudiquen
los cerros de Famatina y Alancan, términos de La Rioja y los de Punta de
Balasto, Aconquija y Cacallanca, términos de Catamarca.
AGI. Archivo General de Indias. Charcas 58 y 126 sobre los Autos de don
Pedro Bohórquez. 1657-1959. Instituto Ravignani, FFyL - UBA.
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