CIUDAD Y ACCIÓN CULTURAL: ACERCAMIENTO A UN

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Animador Sociocultural: revista iberoamericana
Ciudad y acción cultural
vol.2, n.1, out.2007-abr.2008
Pose
CIUDAD Y ACCIÓN CULTURAL: ACERCAMIENTO A UN
QUEHACER CÍVICO-SOCIAL
Prof. Dr. Héctor M. Pose
Universidade da Coruña
Recebido em 7 de junho de 2007
Aprovado em 14 de agosto de 2007
Resumen
Desde nuestra posición de investigadores de la acción cultural municipal
urbana, ante la complejidad de los tiempos actuales, consideramos necesario
repensar las administraciones públicas y sus políticas en términos de reformular el
papel de sus instituciones culturales, seguir promoviendo la participación social, la
implicación de la industria cultural privada. Optamos por pensar en clave más
actual y eficaz, en definitiva, por redefinir las políticas culturales locales con el
propósito de ser de utilidad a quienes se enfrentan diariamente con el hecho cultural.
Palavras-clave: acción cultural; ciudad; políticas; planificación; desarrollo local.
Abstract
As students on urban cultural action, and having in mind the complexity of the
present time, we should revise the role of public administration and its policies. We
work to place the position of cultural institutions; we also work for the promotion of
social participation and for the involvement of private cultural industries. This is the
reason why we try to find a more effective and present methodology. Finally, we want
to redefine local cultural policies in order to show their utility for the everyday workers
on cultural action.
Keywords: cultural action; city; strategic planning; local development.
Introducción
La reflexión sobre el binomio cultura y ciudad, ocasionó un sinfín de debates y
publicaciones con la intención de pensar su ligazón. La idea es que la cultura ayuda a
dar respuesta a numerosos desafíos de las sociedades urbanas. De ahí los diversos
predicados referidos al sujeto cultura, con temas como la multiculturalidad y la
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integración de la diversidad a favor de la convivencia plural; la promoción de la
creatividad y la innovación; los contenidos para la ciudad del conocimiento; la
protección y promoción del patrimonio cultural; el desarrollo endógeno y la identidad
local; la participación ciudadana, amén de la democratización del saber, la libertad de
expresión y la interrelación personal en contextos lúdicos y de tiempo libre…, unos
aspectos que no se pueden exponer sin tener en cuenta los procesos que acerca la
cultura. Estos contenidos son, por otra parte, fundamentales y conformadores de la
propia Agenda 21 de la Cultura.
Las políticas culturales locales suelen hacer hincapié no tanto en las bondades del
desarrollo individual, sino en la evidencia de que en las sociedades modernas, fuertemente
urbanizadas, las apuestas culturales sobrevinieron en una seria opción económica y en una
línea estratégica de progreso. Es la visión más utilitarista de la cultura, la imperante hoy en
día. Aunque entendemos que la cultura necesita de la economía para desarrollarse y esta
necesita de la cultura como recurso, somos partidarios de un modelo de síntesis que integre
el valor personal, social, comunitario y económico de la cultura, es decir, una visión más
rica e integral, en la línea de lo formulado por la UNESCO a partir de los años 90.
En numerosos planes de acción de naturaleza estratégica, la cultura se recoge
asociada, en demasía, a la revitalización local; al incentivo del desarrollo económico; al
equilibrio del diseño y de la planificación urbana y territorial, fortaleciendo la identidad
de esa comunidad así como proyectando su imagen hacia el exterior o como apoyo a las
industrias culturales, todos ellos referentes que reflejan una concepción amplia de la
cultura para articular políticas que, a su vez, se materializan en iniciativas de diverso
calado.
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A continuación, resumimos algunos de los motivos que pueden explicar tal
concesión de mayor centralidad a la cultura por parte de los gobiernos locales:
a) La percepción de la ciudad-municipio por parte de la ciudadanía como la administración
pública más centrada en sus necesidades habituales.
b) La capacidad de la ciudad como generadora de identidad, como comunidad básica para
reconocer la cultura propia y comenzar a valorarla.
c)
La ciudad como el contexto donde se pueden satisfacer los derechos culturales,
el espacio privilegiado para la participación, el asociacionismo y el voluntariado
cultural.
d)
En busca de una gestión urbana más integral y sostenible, que promueve
nuevos espacios de empleo y un mayor atractivo exterior, que potencia las
interrelaciones con otros aspectos que hacen ciudad, los gobiernos locales intentan
hacer de la cultura un elemento indisociable del desarrollo urbano.
Seguidamente, pretendemos referenciar algunos de estos postulados convertidos
en predicados ligados a la cultura, que ya resulta frecuente encontrar tanto en la
literatura especializada como en el quehacer de un significativo número de ciudades.
Ciudad y fomento de la creatividad y de la participación social
Entendemos que la clave de la cultura se sitúa en las ciudades, y la materia
prima de aquélla es la creatividad, la capacidad de innovar, transformar y crear otra
realidad. Una creatividad entendida en sentido amplio, no sólo la que surge de las artes
clásicas, sino también la que se junta en la base del patrimonio local, pasado y actual,
que abarca la ciencia, la moda, la tecnología, la gastronomía, etc., y que todavía no se ha
musealizado. Las políticas culturales urbanas parecen ir asumiendo la virtud de
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fomentar la creatividad, posibilitándola de diferentes maneras, en la mayor parte de los
casos, buscando casi únicamente la participación en la experiencia artística de la
ciudadanía a través de la contemplación pasiva de espectáculos y de montajes
expositivos.
Cuando la acción cultural pública se centra exclusivamente de la programación
en detrimento de la creación, es un síntoma de cierta labilidad y dependencia cultural.
Quizá la razón de que la mayor parte de las políticas públicas lleven tal sesgo es debido
a que la distribución es organizable, y a que el fomento de la creación y de la
participación resulta mucho más imprevisible y laborioso. Aún así, conviene procurar
tal desafío. Capacidad creativa y participativa, así como la fuerza de la demanda cultural
por parte de la ciudadanía, suelen ir de la mano porque son expresión de salud cívica.
No nos estamos refiriendo únicamente a procurar una creatividad con nombres
propios que se vinculan a las artes más obvias sino, especialmente, a una creatividad
ciudadanamente difusa, extendida por una amplísima nómina de personas y colectivos
de la ciudad que hacen, proponen e interactúan en busca de soluciones a sus
inquietudes.
El derecho de cada persona a modelar la configuración cultural del lugar donde
vive, se basa en esa participación a través de la expresividad. La cultura de la ciudad
debe, por tanto, estimular la participación –como medio y como fin-, y premiar las
buenas prácticas, la experimentación plástica, científica, artesana, tecnológica,
arquitectónica y estética, incluso alentar la excentricidad de los más pequeños y el
ingenio personal o colectivo de la ciudadanía en general y de los creadores en particular,
pues éstos están dotados de una especial capacidad de sentir y de expresar la condición
humana. Hablamos de creatividad y de participación en la vida cultural como un
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elemento constitutivo del desarrollo sostenible de una comunidad, casi una condición
sine qua non, para influir en distintos grados en las esferas del empleo, de la educación,
de las artes, así como de enriquecer sus horizontes identitarios.
Asimismo, hay que apostar por la sensibilidad y por el coraje en la innovación
política, por reinventar la ciudad permanente en busca del progreso social, sobre todo,
desde la planificación estratégica de la acción cultural. Ésta se debería basar en dicha
capacidad creativa; en las prácticas solidarias y en la igualdad de oportunidades en el
acceso y en el protagonismo cultural ciudadano. Documentos como la Declaración de
Barcelona (2004) 1 , indicando que las ciudades no podrán mejorar si la ciudadanía no
tiene mecanismos directos de intervención en las decisiones que les afectan, son claros
ejemplos de la preocupación política de ir de acuerdo con los tiempos respecto a la
presencia de una ciudadanía y en espacios de decisión local.
La ciudad tiene que ser un foro de igualdad donde las diferencias y las
diversidades sean asumidas no como elementos negativos, sino positivos y
enriquecedores. Todo esto producirá un activo multicultural, un capital social que, en
tiempos en los que parece que toda la producción humana está inspirada por el espíritu
de lo efímero, resulta, entre otros beneficios más tangibles, socialmente beneficioso. La
convivencia multiétnica de culturas, producto sobre todo de la globalización informativa y
de la incesante afluencia de inmigrantes, supone también diversos desafíos, difíciles, tal
vez irresolubles, como la reivindicación de la legitimidad de ciertas prácticas culturales de
colectivos frente al marco jurídico de la sociedad de destino.
El entramado urbano fue expandiéndose y debilitó los tradicionales núcleos de
encuentro, por lo que cambiaron las relaciones sociales. Por tanto, buscar
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. Documento final resultante del IV Foro de Autoridades Locales por la Inclusión Social que se celebró en
Barcelona el 7 y 8 de mayo de 2004.
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posicionamientos realistas, tolerantes e intencionalmente en red –local e intermunicipal-;
aprender a identificar los usos de la pluralidad y la diversidad cultural; equilibrar en la
acción cultural las tendencias cosmopolitas y las comunitaristas, es decir, que la acción
cultural pública renueve su propia arqueología, parece lo más aconsejable. Conviene
saber que aceptar la interculturalidad, perseguir la participación creativa de todos y de
todas, no tiene estructuras fijas y duraderas y demanda un sistema de información, así
como un observatorio, y el establecimiento de unos indicadores que reflejen
periódicamente la situación de aquellos aspectos que un gobierno local y su ciudadanía
estimen claves para el desarrollo de la comunidad en estos ámbitos y aspectos.
La ciudad, enriquece las referencias de la ciudadanía, cuando estas acogen
belleza e interés social y contienen una dosis equilibrada de tradición y modernidad, de
creatividad e innovación. Y ésta depende hoy en día de los conocimientos y de las
competencias comunes e individuales de las personas, de la capacidad de producir
nuevos contenidos de base a los ya existentes. Una ciudad que tan sólo sea receptora de
lo que se crea en otras, reduce su capacidad de sorprender y parte de la de atraer. Por
estas razones, la acción cultural desde el municipio parece manca si no aborda, con más
o menos fuerza, la labor de estimulación creativa.
Proliferan por doquier, muestras, concursos, premios, exposiciones, catálogos y
ágapes inaugurales. Otra cosa bien distinta son las lógicas de la acción. Responsables
políticos y técnicos, cada cual desde su posición, coinciden en que las iniciativas de
acceso y de goce de las artes visuales, por citar quizá las más valoradas socialmente, son
masivamente demandadas por la población si no existen, y apenas se usan si se ofertan.
Confundidos ante la paradoja del fenómeno, ensayan con desigual insistencia y fortuna,
programaciones encaminadas a acercar los productos de los creadores a la población, así
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como, en la línea del ocio activo, fomentar la innata capacidad creativa de las personas.
Lástima que, a menudo, ambos objetivos sean perseguidos con exposiciones y talleres
casi como únicas estrategias de acción, ignorando otro tipo de iniciativas e incluso
actitudes más sugerentes.
La capacidad de crear, de inventar o de interpretar, de producir nuevas ideas
dotadas de valor social, científico o artístico, pertenece a la libre decisión de cada
persona o al ejercicio de capacidades que no se extienden homogéneamente entre la
población. Puede que por su valor simbólico, y pese a las dificultades que implica,
yuxtaponer iniciativas de difusión y socioculturales no siempre resulte fácil de
desarrollar de manera exitosa, cuando menos en términos de rentabilidad cultural y
social. A menudo, las programaciones culturales optan por la reiteración de rituales en
lugar de ponerse a la tarea de inquietar a la ciudadanía. Es demasiado habitual
encontrarse con una amplia lista de dudosa calidad de actividades lúdicas de una
institución para complacer las vanidades de sus responsables, cayendo, más de la
cuenta, en cierto populismo cultural.
La sociedad contemporánea es compleja y multicultural en sí misma, por eso, las
virtudes que se derivan de una fuerte empatía social que prime la tolerancia frente a la
indiferencia y la exclusión; la implicación frente a la estigmatización; la asunción
conjunta de soluciones ante el personismo (Verdú, 2005) alentado desde el consumo y
ciertas políticas, en definitiva, ese hacer pedagogía cívica, encuentra perfecto acomodo
en el binomio creatividad y ciudadanía.
Desde la Pedagogía Social, sabemos de las posibilidades que surgen de la
mezcla de ambos conceptos. Una ciudadanía que no crea e innova como actitud
permanente, que prefiere el valor de la seguridad sobrevalorando el presente, que se
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aferra al conservadurismo y a la prudencia como norma, es una sociedad
pusilánimemente senil. Si rechaza el conflicto y la diversidad, germen del progreso, se
ve abocada a la frigidez de su capacidad para articular propuestas innovadoras ante sus
carencias. De ahí que toda política cultural deba sentar las bases para que surjan
situaciones que estimulen la creatividad y la innovación, fomentar la experimentación
artística multidisciplinar, también de producción y exhibición de productos culturales
que surjan de los creadores, así como tener la vocación de potenciar plataformas válidas
de participación social, lubricante de toda densidad cultural que se precie. Pero es
necesario complementar las propuestas de tono sociocultural dirigidas a la población
en general, a medio camino entre la recreación, la formación y la difusión cultural,
con fórmulas que intenten atender las necesidades específicas del creador artístico y
de los sectores implicados.
Existe una dimensión educativa de las políticas culturales dirigida a fomentar la
participación cultural de la población. Tal dimensión nace de la necesidad de estimular
un comportamiento productor y activo –cultura de la participación-, sobre el de
consumidor y pasivo –participación cultural-, de buscar una competencia cultural en las
personas que supere paternalismos y domesticaciones sociales por parte de
instituciones, y ajustar la acción política a las expectativas reales y sensibilidades de la
ciudadanía. Este desafío necesita de las adecuadas metodologías y estrategias, quizás
más allegadas a la sociocultura que a la preponderante gestión cultural.
Artes visuales
Afortunadamente, la proliferación de experiencias de promoción creativa de base,
de carácter intergeneracional y sin limitaciones de aptitudes artísticas previas, va en
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aumento. Formuladas como una oferta de tiempo libre, garantizan una cualificación
aficionada, con unos objetivos relacionales y bajo la tutela pedagógico-artística de
especialistas en Bellas Artes. Iniciativas, como decíamos, generalmente situadas en un
equipamiento sociocultural de proximidad a través de talleres, deben mantener una
política social de precios y una flexibilidad horaria, así como tener una sensibilidad
especial con los colectivos más activos al respecto, fundamentalmente la juventud. Para
su salud sociocultural, tales propuestas deben procurar un equilibrio armónico entre lo
artístico y lo relacional, puesto que la carencia de éste puede ocasionar problemas tales
como una visión escolarizada de los talleres, una cronificación de los contenidos y
usuarios o la sobrevaloración del producto resultante.
Pero, ¿hay que dar soporte a un artista por el único hecho de haber nacido,
residido o trabajado en nuestra ciudad? Dejando un margen para el debate, el dilema
puede que se diluya si somos conscientes de que se opera con fondos públicos, y de que
el principal criterio quizá sea la calidad de la obra, primando el apoyo a los jóvenes
artistas emergentes. En general, éstos necesitan espacios de trabajo y que se les
posibilite la conexión con procesos de difusión y de distribución. Sería deseable que los
municipios destinasen, cuando menos, un centro o una plataforma para la creación,
siguiendo experiencias semejantes en otras latitudes –“Fábrica del Vapore” en Milán,
“Delfina Studios” en Londres o “Hangar” en Barcelona. Son equipamientos donde se
combinan básicamente tres tipos de acciones: cesión de espacios y de dotaciones para la
creación, programación de exposiciones y una sección pedagógica para la formación y
el reciclaje de creadores.
Las modalidades de su uso y disfrute son diversas y las contraprestaciones por
parte municipal van desde la oferta de talleres a jornadas de puertas abiertas para
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escolares. Existen otras medidas de apoyo tales como: las bolsas de formación, la
adquisición de obra para un Fondo Municipal de Arte, la convocatoria de concursos
municipales o la elaboración y difusión de un censo de concursos y certámenes. Procede
disponer de espacios expositivos adecuados –con seguridad, iluminación...-, lo que
supondría diseñar una programación de calidad –que alternase propuestas de reconocido
prestigio con otras que asuman riesgos controlados-; variada y equilibrada –cuando
menos, entre producción propia y circuitos de exposiciones-; y coherente –con un
calendario anual, de impronta propia, que se corresponda con la política de apoyo a los
creadores locales.
Además, la ciudad necesita formas y signos que la identifiquen, especialmente
frente al caos de señales e imágenes uniformizadas de la cultura visual del actual mundo
urbano. La socialización del arte debe ser pareja a la calle, puesto que contribuye al
descubrimiento del lugar, y termina por darle otra visión al espacio público. Así, los
concursos de artes visuales al aire libre; las intervenciones en lugares estratégicos para
el imaginario colectivo con propuestas de los artistas locales; la recuperación de
espacios degradados; las visitas guiadas a museos, galerías y muestras de arte, y, en
general, la sensibilidad municipal en la estética y en la señalización urbana, colaborarán
en el acercamiento de la creatividad a la población. Se hace pedagogía cultural con esta
gestión del espacio público, puesto que las maneras de proceder y las formas resultantes
siempre transmiten valores.
Artes escénicas y musicales
La educación musical de la población quizá sea el ámbito de una acción cultural
municipal más compleja por las iniciativas que requiere y lo escasamente vistosa que
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resulta a corto plazo. Si en la música, en el canto y en la danza tradicional parece que la
labor suele ser habitual, respecto a la música moderna y culta, resta camino por recorrer.
Se percibe en los responsables municipales, refiriéndonos específicamente al pop-rock y
a otras músicas que gustan a la juventud, muchas reticencias por su espíritu
contestatario y dudas acerca de si es cultura o simple ruido.
La juventud es indiferente a numerosas propuestas de naturaleza pública, a
veces, con razón. Las posibilidades de transgredir el rutinario vivir, de tener alternativas
reales de esparcimiento y oportunidades para la creación, son escasas y ahogan a los
más inquietos. Esto, junto con otros factores socioeconómicos negativos provoca
evidentes imposibilidades de autorrealización, una baja autoestima y una desvinculación
identitaria con el entorno. Y es que, en lo referente a la música, faltan locales de ensayo;
ayudas para hacer grabaciones o equipamientos básicos para interpretar; inclusión no
anecdótica en los programas festivos locales; se carece de ordenanzas municipales que
regulen, estimulando en vez de impidiendo, la labor de músicos y artistas ambulantes o
que la programación de conciertos en la calle o en locales adecuados tenga una
periodicidad y presencia normalizada en la ciudad.
En lo que respecta al teatro, nos resistimos a pensar que aún haya quien dude de
las múltiples posibilidades de una labor de animación teatral, incluso como factor de
prevención (Pose, 2007). Como plataforma intergeneracional de encuentro, expresión,
lúdica y socialmente terapéutica, las diversas modalidades de aplicación de estrategias
teatrales, sin duda, revierten cultural y recreativamente en la comunidad, entre otras
plusvalías sociales. Centrándonos en aquello que puede mejorar una acción en este
sentido, señalaremos dos aspectos sobre los que edificar tal intervención.
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En primer lugar, hay que crear las infraestructuras imprescindibles para la
actividad escénica, dotadas con equipamientos para la producción. Estos contenedores
culturales han de poseer una programación estable con un criterio de calidad y no sólo
de rentabilidad económica, pues la acción pública teatral debe tener en cuenta que
tratamos de democratizar el acceso a la ciudadanía a las artes escénicas. Por eso,
tampoco hay que caer en la dictadura del gusto o en aquella actitud de los
programadores limitada a ofrecer lo que por costumbre –o por mimetismo respecto a la
industria del entretenimiento-, ya se sabe que funcionará en términos de recaudación.
Hablamos de teatro público con vocación de servicio, que asuma una dosis de riesgo y
la heterogeneidad de públicos, que promocione el teatro de base, la diversidad de
géneros, con una política social de precios. La coordinación y el trabajo en red con los
municipios limítrofes en la programación y en el intercambio de propuestas escénicas;
la coproducción con grupos locales; la permanente atención al público infantil,
normalizando la presencia teatral en sus vidas…, colaboran en la importante tarea de
creación y de fidelización de públicos, no sólo numérica, sino también cualitativa. En
segundo lugar, se debe avanzar en el camino de posibilitar la experiencia de compañías
residentes, tan común en otros países y que convendría, cuando menos, estudiar. Con esta
política teatral, se rentabilizan tiempos y espacios, se apoya directamente a los creadores
locales y se da un sentido de normalidad al hecho teatral en las vivencias de la población.
Volvemos a defender la dosis de riesgo necesaria en la acción cultural, en la
experimentación, tan presente en la industria privada y aún débil en la acción cultural
pública.
Recapitulando, la apuesta en clave de futuro por la innovación a través de la
creatividad de su ciudadanía, la entendemos muy necesaria. Para que ésta sea capaz de
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desarrollarse por sí misma; para que permita pasar de las personas como unas
depredadoras del medio, a comprenderlas como creadores de ese medio; por su
incidencia en los procesos socioeconómicos, de desigualdad urbana y cultural y por su
indudable contribución a la convivencia, se requiere de las administraciones locales:
consciencia, sensibilidad, recursos, labor y plazos racionales.
Cultura y ciudad de contenidos
Las ciudades se ven obligadas a una transformación permanente, a una iniciativa
constante para ser competitivas en el mercado global. Responsables políticos y líderes
económicos deberían, al intentar encontrar yacimientos de empleo y nuevos atractivos para
sus ciudades, reflexionar sobre la potencialidad que en este sentido representan las
industrias culturales.
Aparentemente, para las ciudades las TICs representan la principal e inestimable
ayuda para el futuro económico viable que ansían, y que, por lo general, se concreta en
trenes de alta velocidad, redes de fibra óptica, puertos exteriores, mejora y ampliación de los
aeropuertos. La nueva era de la sociedad de la información se apoya en dichos
adelantos tecnológicos para comunicarse y comerciar, fundamentalmente. Más, algo
está cambiando al respecto. Ciudades que comerciaban hasta hace poco con
manufacturas, sustituyeron esta actividad productiva por la producción de servicios.
No tanto en lo que podríamos denominar hardware –parques tecnológicos, por
ejemplo-, sino en generar contenidos, software cultural. Esto es invertir en creación
e innovación, en creatividad aplicada, promoviendo, a su vez, importantes espacios
laborales.
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En la era digital, un creciente número de ciudades están descubriendo que
pueden explotar con éxito los recursos humanos que allí se asienten a través del
talento y poniendo los medios adecuados para que así sea. La tarea sería la de
inventar, producir y distribuir la creatividad traducida en contenidos, con el mayor
grado posible de conocimiento incorporado, depositado en las personas, en la
ciudadanía. Y todo esto hecho desde la singularidad, lo que implica ser originales e
invertir en intangibles, en procesos que resultan finalmente en contenidos, más que
en lo ya establecido y producido por otros muchos. Ideas, productos originales,
maneras distintas de hacer las cosas conforman ese software del que hablamos.
¿Qué se entiende por contenidos? Los datos, textos, sonidos, las imágenes o
las combinaciones de todo esto, representados en formato analógico o digital sobre
diversos tipos de soportes. También, todo lo vinculado con las actividades y los
productos de las artes visuales, de la artesanía, de la moda, de la música, de la danza,
del teatro, del diseño gráfico, de la literatura, de la arquitectura, del interiorismo y
de las industrias creativas en general. La creación, la configuración y la distribución
de productos y servicios de contenidos es tarea de la industria afín, pero debería ser
una labor de apoyo y estimulación que desarrollasen los gobiernos locales, según
subraya la recomendación 53 de la Agenda 21 de la Cultura. Entendido esto, tiene
sus lógicas que dificultan su implementación.
Por un lado, la dificultad de la creatividad radica en transformarla en innovación.
Se pueden dar ambos procesos separadamente, pero lo deseable es que se
complementen y coincidan, para transformar la riqueza intelectual y artística, en avance
social y desarrollo económico. Nos estamos refiriendo, por un lado, al arte como
herramienta de innovación y progreso, que juega un papel esencial en la trasgresión de
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pensamientos y comportamientos que van quedando caducos en la sociedad de la
información. Y por otro, a la creatividad como motor de desarrollo local desde el punto
de vista económico y laboral. El sector industrial de la cultura requiere infraestructuras,
recursos, dotación de equipamientos y ayudas como cualquier otra industria: apoyos
económicos y soporte técnico a pequeña escala para creadores y pequeñas empresas;
profundizar en la relación y vinculación entre ciudad y universidad; inversiones en
educación permanente; promoción del asociacionismo cultural profesional; o, por
último, aplicación de estrategias de mercadotecnia y comunicacionales.
De este modo, irán surgiendo políticas incentivadoras por parte de algunos de los
gobiernos locales dirigidas a crear las condiciones que estimulen la creatividad y
faciliten la producción de contenidos, otro de los ámbitos donde la cultura encuentra su
reforzada razón de ser. Las ciudades han de saber invertir bien en conceptos –nuevas
ideas y capacidades de innovación-, competencias –en términos de capacidad de
producir y consumir adecuadamente- y conexiones –vías de acceso y comunicación con
otros centros de actividad a mayor escala. No obstante, existe una visión muy
tradicional de contenido creativo. Casi siempre, los departamentos municipales de
cultura obvian productos del audiovisual tales como documentales, dibujos animados,
producciones multimedia, nuevas formas de creatividad artística que surgen por el
cambio tecnológico. Por todo ello, las políticas culturales locales deben hacer un
esfuerzo de innovación y de adaptación a los nuevos tiempos y necesidades, no sólo en
su diseño, sino también en la delimitación del objeto.
Dicho esto, otras iniciativas oportunas en este sentido son: poner en marcha de
agencias y programas de apoyo a las industrias culturales locales, definir planes
estratégicos sectoriales, facilitar puentes entre industria y cultura y la instalación de
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infraestructuras técnicas avanzadas, alentar la conexión con territorios exteriores, poner
en marcha de políticas integrales, etc. Centros de investigación, universidades y sus
campus urbanos, la diversa tipología de espacios de arte, son recursos localizados en la
comunidad que los gobiernos locales no deberían obviar y sí intentar establecer algún
tipo de colaboración con ellos en esta línea. Asimismo, abogamos por destinar
inversiones al establecimiento de acuerdos, de convenios, y a la creación de redes que
favorezcan la existencia de sinergias verticales en los sectores de la creación,
producción y difusión cultural, así como horizontales, es decir, entre las diversas artes.
Un claro ejemplo de estas políticas es lo que representa la puesta en marcha en
numerosos países y ciudades en el ámbito audiovisual –EUA, Irlanda, Barcelona o
Santiago de Compostela- de las Film Commissions, un canal organizativo para la
industria audiovisual con un clara función económica, con repercusiones en el sector
servicios y en el empleo indirecto evidentes.
Los resultados de estas políticas se pueden vislumbrar en términos de variedad
en la oferta de cabeceras de la prensa escrita; en editoriales y creaciones literarias; en la
calidad y cantidad de la producción de espectáculos artísticos de variedades; en la
producción y en la distribución de arte visual; en la generación de obras
cinematográficas; en cadenas de radio y productos televisivos diversos; en la moda y en
el diseño; en la producción gastronómica; en la creatividad publicitaria de las
respectivas agencias; incluso en la relectura del sector de la cultura tradicional y festiva,
etc.
Desde tales posicionamientos, cualquier ciudad que aspire a decir algo en la
geografía de la creatividad habrá de mimar y construir su propia estructura productiva y
de distribución. Incluso redefinir su acción pública en materia cultural para que se
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adecue a los anteriores requisitos. Esta dinamización de iniciativas culturales avanzadas,
complementariamente con otros recursos endógenos, es un reclamo importante para la
economía de la ciudad y el enriquecimiento cultural local. El reto del gobierno local está
en compaginar crecimiento económico, capacidad emprendedora, innovación,
creatividad y formación con la cohesión social y el bienestar colectivo de la vecindad,
desde la seguridad de que no hay soluciones generales para todos los contextos y sí
consideraciones de las especificidades locales como marco de respuesta, ahora sí, a los
desafíos generales.
Cultura como factor de desarrollo local y proyección exterior de la ciudad
Vivimos inmersos en un cierto movimiento de retorno hacia lo local, y en esta
revalorización de lo territorial, son las ciudades de tamaño medio o intermedias las
que parecen reunir mejores posibilidades. En nuestro ámbito, estimamos que pueden
concertar y consensuar mejor la acción cultural conjunta con otras instancias públicas,
privadas y administraciones con incidencia en el entorno territorial próximo.
Tales urbes, en su acción cultural, deben enfocar su oferta, además de cara a sus
habitantes, con base en el atractivo exterior que busquen, en su entorno inmediato. La
ciudadanía se mueve según las ofertas que recibe, obviando a menudo los límites
administrativos que señalan los municipios. La coordinación y concertación de las
actuaciones públicas locales en cultura deberían de ser parejas a la pretensión de muchas
de estas ciudades de contar, de hecho, con un área metropolitana para conseguir mayores
colaboraciones desde tal perspectiva supramunicipal.
Consonante con esta intencionalidad, hay que buscar una acción cultural
metropolitana que tenga sentido para la ciudad y para los municipios circundantes, así
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como para la ciudadanía que habita en ese territorio. Sería así un territorio policéntrico
desde la perspectiva de la atractividad y de la acción cultural. Concebirlo de este
modo pasa por asumir los postulados de la coordinación intermunicipal y del trabajo
en red, así como partir de un amplio concepto de cultura como el que manejamos
donde integramos las múltiples formas en las que se manifiesta la cotidianeidad, al
aceptar que todas las políticas públicas contienen una dimensión cultural que las
transversaliza. Y, de esta manera, afrontar desde una perspectiva integradora,
decisiones que conciernen a la planificación urbanística, a la participación
comunitaria, a los servicios sociales, al turismo, al medio ambiente, a la promoción
del empleo, etc., es asumir que estas áreas poseen un sesgo que también las convierte,
de algún modo, en culturales.
El desarrollo cultural de una comunidad debería basarse en parámetros de
cultura ecocentrada que incidan en la formación, en el fomento de la participación, en la
identidad local, en la capacidad crítica de la ciudadanía y de sus agentes, en la voluntad
de innovación y en la disponibilidad de apertura hacia la modernidad. En esta línea, el
Informe Mundial sobre la Cultura (UNESCO, 1999), recomendaba la necesidad de
reformular la cuestión de las relaciones entre desarrollo y cultura, y se alejaba
únicamente de la valoración estadística del éxito económico, a favor de una gama de
intereses más amplia: la capacidad de consenso social, de los niveles de convivencia
comunitaria, de cultura política, de niveles de seguridad ciudadana, etc. Pensamos que
existe pues, con seguridad, un evidente link entre cultura y desarrollo local.
A mediados de los años noventa, la cultura se fue contemplando como un
elemento capital para el desarrollo económico de los territorios. Fue la época de la
revitalización de la imagen de muchas ciudades, pues se extendió la cultura como un
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activo en el proceso de reconversión de los espacios urbanos y como uno de los
principales vectores del desarrollo económico y social en las grandes urbes. La cultura
se convirtió en algo estratégico para la regulación y potenciación de las economías
locales, hasta tal punto que se llega a afirmar que la cultura comienza a ser ya
demasiado importante como para que siga en manos de las políticas culturales. Una
cultura que va mucho más allá de lo que estas acostumbran a tratar (Mascarell, 2005).
Si durante décadas, el concepto de desarrollo ha estado basado únicamente en el
crecimiento cuantitativo y material, la posterior toma de conciencia ha entendido que
el desarrollo cultural no sólo es un factor de progreso económico y social, sino que es
uno de sus principales objetivos, “el cuarto pilar”, según Hawkes (2001: 47).
Un modo de vincular el patrimonio endógeno con el atractivo y la proyección
exterior de la ciudad son los derivados de iniciativas de carácter proteccionista, las de
naturaleza artística y creativa y las de potenciación de las festividades locales
singulares. Nos referimos, en primer término, a las declaraciones de conjuntos urbanos
o parte de ellos como Patrimonio de la Humanidad. El peligro de las ciudades que
cuentan con un amplio patrimonio histórico –casi siempre centralizado en un único
casco antiguo- es la banalización del mismo, a través de una excesiva comercialización,
que convierte la ciudad en un producto hiperreal, un parque temático lleno de hoteles
con encanto, digerible por las masas y con la consiguiente pérdida de identidad cultural,
puesto que, probablemente, la cultura del presente y del futuro se desarrolle en otros
lugares más proclives a ella.
En segundo lugar, iniciativas en España como los Festivales de Cine de San
Sebastián, de Jazz de Vitoria-Gasteiz, el Festival Mozart de A Coruña, el Are-More en
Vigo o, por citar casos que tienen lugar en otras ciudades europeas, el Festival Internacional
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de Teatro de Avignon e incluso el afamado Festival de Edimburgo pretenden, con
seguridad, acercar las diversas artes a la ciudadanía local, pero también, seguramente,
generar focos de atracción que hagan de las respectivas ciudades, unos destinos anuales
inexcusables para muchos aficionados en estos casos, al teatro, la danza, la música clásica,
el canto o el cine.
En esta línea, la de aprovechar el patrimonio cultural como reclamo, los museos en
su múltiple tipología o los espacios públicos musealizados están convirtiéndose en fuentes
clave de la revitalización y del diseño urbano de esas ciudades, de evidente atractivo
turístico. Su papel de promotores e intercambiadores de cultura allí donde son creados
y potenciados tales equipamientos, viene desarrollando una importante labor en el
fomento de la cultura, como dinamizadores de las economías urbanas.
Como tercer ejemplo, hablamos del potencial cultural y económico del
patrimonio etnográfico que suponen las fiestas populares. Entendemos que por medio
de la fiesta reconocemos la cultura que nos es propia y que nos identifica con las
características que la definen y la explican; se trata de un instrumento de cohesión y de
integración social; un elemento visualizador de conflictos, un paréntesis del tedio
cotidiano para la catarsis colectiva, posibilitador de la sociabilidad. Es una disculpa para
el consumo, para la inversión en el hogar o en el propio negocio, como sugerentes
atractivos para los foráneos, de ahí su sesgo como factor cultural y de desarrollo. Fiestas
como las de San Fermín en Pamplona, las Fallas en Valencia, o el San Cibrán en Lugo,
provocan una gran afluencia de público a la ciudad que trasciende su exclusivo sentido
de celebración local para convertirlas en un factor económico mimado por los
responsables políticos. Son ejemplos de fiesta como reclamo turístico, como campaña
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de promoción exterior de la ciudad –dos de las citadas fueron declaradas Fiestas de
Interés Turístico Nacional.
Tan bien es cierto que estamos siendo habituados a gozar de las prácticas de
festividades tradicionales y de otras de corte más de ingeniería festiva, producto de la
caducidad de modelos organizativos desfasados y con la intención de satisfacer
demandas ciudadanas que apenas comulgan con los parámetros de la fiesta más
tradicional en los contextos urbanos. Por tanto, parecen necesarios nuevos criterios
organizativos, también, si las ciudades desean conjugar ambos sentidos de las fiestas
locales de mayor impronta, para que éstas sean un reflejo social –de participación,
interfamiliar, con propuestas culturales contemporáneas, que primen el espacio público,
etc.-, además de una atracción turística.
Este último objetivo se persigue, cada vez más, utilizando la cultura como
recurso para promover el desarrollo del turismo. De este modo, a través de la creciente
tendencia a acoger mega eventos itinerantes de carácter deportivo o cultural en sentido
amplio, que está convirtiendo a muchas ciudades en city as event, siendo éstos los
principales parámetros de su política turística-cultural –muy pensada en clave
mercadotécnica-, lo que provoca diversas críticas y mucha suspicacia, especialmente
por parte de las entidades sociales y culturales de base. El coste de estas celebraciones y
estrategias turístico-culturales no es su mayor problema -pues seguramente se recupera
en el gasto de los visitantes-, pero sí lo es la ausencia de la mediación o de la actividad
cultural implicadora y comunitaria, siempre más recomendable como objetivo
sociocultural.
En resumen, la pretensión consiste en convertir la ciudad en un sugestivo emisor
de mensajes lúdicos y culturales, capaz de introducirse en lo posible en la denominada
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cultura universal. Esta intención no se consigue tan sólo con la organización de actos
más o menos lúdico-culturales, sino, principalmente, con políticas que comprendan la
articulación paralela de estructuras y de estrategias de apoyo a los creadores, que doten
el territorio de infraestructuras de proximidad, que generen y participen en redes,
implicando a las industrias culturales privadas y demás agentes sociales e instituciones
en la tarea. Y recordando que para avanzar por esta senda, estimamos que los
profesionales de la educación y de la cultura deben trabajar más estrechamente,
buscando un compromiso mutuo entre acción cultural y educativa a nivel local.
Bibliografía
Axenda 21 da Cultura (2004): interea visual 02. Deputación da Coruña: A Coruña.
Separata. Tamén en www.dicoruna.es/cultura/interea
Hawkes, J. (2001): The fourth pillar of sustainability. Culture´s essencial role in public
planning. Culture Development Network: Melbourne.
Mascarell, F. (2005): La cultura en la era de la incertidumbre. Sociedad, cultura y
ciudad. Rocaeditorial: Barcelona.
Pose, H. (2006): La cultura en las ciudades. Un quehacer cívico-social. Grao:
Barcelona.
Pose, H. (2007): “A animaçao sociocultural e o teatro e as súas potencialidades
pedagógico-sociais para a prevençao no municipio”. En Lima, J.; Vieites, M. e De
Sousa, M. (coords.): Animaçao, artes e terapias. Intervençao: Ponte de Lima.
UNESCO (1999): Informe Mundial sobre la cultura. Cultura, creatividad y mercados.
Fundación Sta. María/UNESCO/Acento: Madrid.
Verdú, V. (2005): Yo y tú, objetos de lujo. El personismo: la primera revolución
cultural del siglo XXI. Debate: Barcelona.
Datos del autor
Héctor M. Pose
Universidade da Coruña
Facultade de Educación
Campus de Elviña, s/n
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