Los hombres de Selwyla : novelas breves / En 2 Vol.

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COLECCION
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UNIVERSAL
N.o677 -----
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HOFFMAN
Cuen
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T0310 II
El Cascanueces y El Rey
Precio:
60
OdDI
e los ratones.
mal
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MADRID.
1922
Este Libro Fue Digitalizado Por la Biblioteca
Luis Ángel
Arango Del Banco De la República,
Colombia
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Hoffmann
CUEN1'OS
TOMO
II
MCMXXll
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ES PROP1EDAD
CO(lyrlght by Calp", Madrid,
1922.
EstePapol
Libroullt61
Fue Digitalizado
por la Biblioteca
Luis Ángel Arango del Banco de la
••meote fabricado
pot LA PI.PIILl':RA ESPASOU.
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HOFFMANN
Cuentos
TOMO JI
El Cascanueces y el Rey de los ratones.
La traducción del alemán ha sIdo
hecha por C. Gallardo de Mesa.
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1922Ángel Arango del Banco de la
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Digitalizado
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Arango del Banco de la
·"Calpe",
Larra, (ó yLuis
8 - Ángel
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EL CASCANUECES
Y EL REY
DE LOS RA TONES
LA NOCHEBUENA
El día 24 de diciembre, los niños del consejero de
Sanidad, Stahlbaum,
no pudieron entrar en todo el
día en el !lail y mucho menos en el salón contiguo.
Refugiados en una habitación interior estaban Federico y María; la noche se venía encima, y les fastidiaba mucho que-cosa
corriente en días como
aquél--no se ocuparan de ponerIes luz. Federico descubrió, diciéndoselo muy callandito a su hermana
menor-apenas
tenia siete años-,
que desde por la
mañana muy teml'rano había sentido ruido de pasos
y unos golpecitos en la habitación prohibida. Hacía
poco también que se deslizó por el vestíbulo
un
hombrecillo con una gran caja decajo del brazo, que
no era otro sino el padrino Drosselrneíer. María palmoteó alegremente, exclamando:
-¿Qué nos habrá preparado el padrino Dros~elmeier?
El magistrado DrosseImeier no era pre::isamente un
homhre guapo; bajito y delgado, tenía muchas arruEste Libro
del Banco
de la
gas Fue
~n Digitalizado
el rostro; porenla Biblioteca
el Ingar Luis
delÁngel
ojo Arango
derecho
!levaba
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6
un gran parche negro, y disfrutaba de una enorme
calva, por lo cual llevaba una hermosa peluca, que
era de cristal (1) Y una verdadera obra maestra. Era
además el padrino muy habilidoso; entendía mucho
de relojes y hasta sabía hacer\::>s. Cuando uno de los
hermosos relojes de casa de Stahlbaum se descomponia y no daba la hora ni marchaba, 'presentábase
el
padrino Drosselmeier, se quitaba la peluca y el gabá~ amarillo, anudábase un delantal azul y comenzaba a pinchar al reloj con ínstrumentos
puntiagudos que a la pequeña María le solían producir dolor,
pero que no se 10 hacían al reloj, sino que le daban
vida, y a poco comenzaba a marchaI y a sonar, con
gran alegría de todos. Siem pre que iba llevaba cosas
bonitas para los niños en el bolsillo: ya un hombre
cito que movía los ojos y hacía reverencias muy cómicas, ya una cajita de la q ue ~alía un pajarito, ya
otra cosa. Pero en Navidad siempre prepara1:>a algo
artístico, que le había costado mucho trabajo, por lo
cual, en cuanto 10 veian los niños, 10 guardaban cui·
dadosamente los pad:es.
--¿Qué nos habrá hecho el padrino Drossdmeier?repi tió María.
Federico opinaba que no decía de ser otra cosa que
una fortaleza, en la cual pudiesen marchar y maniobrar muchos soldados, y luego vendrían otros que
querrían entrar en la fortaleza, y los de den tI'O los
rechazarían
con los cañones. armando mucho estrépito.
Este(1)
LibroAnti~uamente
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se f.bricaban
pelucasLuis
de hiles
de crist.l.
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7
--No, no -Interrumpía Marla a :su hermano.
el
padrino me ha hablado de un helmosq jardin con
un gran lago en el que nadaban blancos cisnes con
cintas doradas en el cuello, los cuaJes cantaban las
más lindas canciones. Y luego venia una niñita, que
se llegaba al estanque y llamaba la atencíón de los
cisnes y les daba mazapán.
-- Los cisnes no comen mazapán - -replic6 Federico,
un poco grosero --, y tampoco puede el padrino hacer un jardin grande. La verdad es que tenemos muy
pocos juguetes suyos; en seguida nos los quitan; por
eso prefiero los que papá y mamá nos regalan, pues
eso:; nos los dejan para que hagamos con ellos lo que
queramos.
Los niños comentaban lo que aquella vez podría
ser el regalo. María pensaba que la señorita Trudi
. -S:J muñeca grande-estaba
muy cambiada, porque.
poco hábil, como siempre, se caía al suelo a cada paso,
sacando de las caídas bastantes señales en la caTa y
síendo imposible que estuviera limpia. No servian de
nada los regaños, por fuertes que fuesen. También se
habia reído mamá cuando vió que le gustaba tanto
la sombrilla nueva de Margarita. Federiço pretendía
que su cuadra carecía de un alazán y sus tropas
estaban escasas de caballería, yeso era perfectamente
conocido de su padre. Los niños sabían de sobra que
sus papás les habrían comprado toda clase de lindos
regdos, C¡Ue se ocupaban en colocar; también estaban
seguros de que, junto a ellos, el Niño Jesús los miraría con ojos bondadosos, y que los regalos de NavidadFueesparcían
ambiente
de bendición.
como
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It ubiese tocado la mano divina. A propósi to recordaban los niños, que s610 hablaban de esperados rega.
los, que su hermana mayor, Elba, les deela que era
el Niño Jesús el que les enviab~., por mano de los padres, lo que más les pudiera agradar. El sabía mucho
mejor que ellos lo que les proporcionaría placer, y los
niños no debian desear nada, !lino esper;lr t~anquila
y pacientemente lo que les dieran. La pequeña Maria
qued6ge muy pensativa; pero Federico deelase en voz
baja:
-Me gustaría mucho un alazán y unos cuantos
h úsares.
Había obscurecido por completo. Federico y María.
muy juntos, no se atrevían a hablar una palabra; parecía1cs que en derredor suyo revoloteaban unas alas
muy suavemente y que a lo lejos se oía una música
deliciosa. En la pared reflejóse una gran claridad, lo
cual hizo suponer a los niños que Jesús ya se había
presentado a otros niños felices. En el mismo momento sonó un tañido argentino: <Tilín, tilín.'} Las puertas abriéronse de pal en par, y del salón grande salió tal claridad que los chiquillos exclamaron a gritos <,¡Ah!... ¡Ah!...» y permanecieron como extasia¿os,
sin moverse. El padre y la madre aparecieron en la
puerta; tomaron a los niños de la mano y les dijeron:
-Venid, venid, queridos, y ve~éis lo que el Niño
Días os ha regalado.
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LOS REGALOS
A ti me dirijo, amable lector u oyente, Federico ... ,
Teodoro ... , Ernesto. o coma te Jlarr.es, rogándoLe que
te representes el último árbol de Navidad, adornado
de lindos ¡egalos; de ese modo podrás darte exacta
cuenta. de cómo estaban los niños: quietos, mudos de
entusiasmo, con los ojos muy abiertos; y sólo después
de transcurrido un buer. rato la pequeña María articuló, dando un suspiro:
-¡Qué tonito!... ¡Qué bonito!
y Federico intentó dar algún salto, que le result6
demasiado a 10 vivo. Para conseguir aquel momento
los niñas habían tenido que ser juiciosos y buenos
durante todo el año, pues en ninguna ocasión les regalaban cosas tan lindas como cn ésta. El gran árbol,
que estaba en el centro de la habitación, tenía muchas manzana~, doradas y plateadas, y figuraban capullos y flores, almendras garrapiñadas y bombones
envueltos en papel~s de colores, y toda clase de golosinas, que colgaban de las ramas. Lo más hermoso
del árbol admirable era que en la espesura de sus
hojas obscuras ardia una infinidad de lucecitas, que
brillaban como estrellas; y mirando hacia él, los ni·
ños suponían que los invitaba a tomar sus flores y
sus frutos. Junto al árJ:,ol, tcdo brillaba y rcsplandecía, siendo imposible de explicar las muchas cosas
lindas que se veían. María descubrió una hermosa
muñeca, toda clase de utensilios monísimos y, lo que
más b-mito le pareció, un vestidito de seda adornado
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con cintas de colores, que estaba colgado de manera
que se le veía de todas partes, haciéndole repetir:
-¡Qué vestido tan bonito!. .. ¡Qué precioso\. . Y de
seguro que me permitirán que me lo ponga.
Entre tanto, Fededco ya había dado dos o tres ve·
ces la vuelta alrededor de la mesa para probar el
nuevo alazán que encontrara en ella. Al apearse nuevamente, pretendia que era un animal salvaje, pero
que no le importaba y que en él haria la guerra con
los escuadrones de húsares, que aparecían muy nue·
vecitos, con sus trajes dorados y amarillos, sus armas
plateadas y montados en sus blancos caballos, que
hubiérase podido creer eran asimismo de plata pura.
Los niños, algo más tranquilos, dedicáronse a mi·
rar los libros de estampas que, abiertos, exponían
ante su vista una colecci6n de dibujos de flores, de
figuras humanas y de animales, tan bien hechos que
parecía iban a hablar; con ellos pensaban seguir en·
tretenidos, cuando volvió a sonar la campanilla. Aun
quedaba por ver el regalo del padrino Drosselmeier,
y apresuradamente
dirigiéronse los chiquilIos a una
mesa que estaba junto a la pared. En seguida des·
apareció ei gran paraguas bajo el cual se ocultaba
hacia tanto tiempo, y ante la. curiosidad de los niños
apareció una maravilla. En una pradera, adornada
con lindas flores, alzábase un castillo, con ventanas
espe¡eantes y torres doradas. Oyóse una música de
campanas, y las puertas y las ventanas se abrieron,
dejando ver una. multitud de damas y caba.lleros,
chiq uitos pero bien proporcionados, con sombreros
de plumas y trajes de cola, que se paseaban por los
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salones. En el central, que parecia estar ardiendo-·
tal era la iluminación de las lucecillas de las arañas
doradas -. bailaban unos cuantos niños, con camisitas Cal tas y enagüitas, siguiendo los acordes de la
música de las campanas. Un caballero, envuelto en
una capa esmeralda, asomábase de vez en cuando a
una ventana, miraba hacia fuela y volvía a desaparecer, en tanto que el mismo padrino Drosselmeier,
aunque de tamaño como el dedo pulgar de papâ, estaba a la puerta del castillo y penetraba en él. Federico, con los brazos apoyados en la mesa, contempló
largo rato el castillo y las figuritas, que bailaban y se
movían de un lado para otro; luego dijo;
-Padrino
Drosselmeier, déjame entrar en el castillo.
El magistrado le convenció de que aquello no podía
ser. Tenía razón, y parecía mentira que a Federico
se le ocurriera la tontería de querer entrar en un castillo que, contando con las torres y todo, no era tan
alto como él. En seguida se convenció. Después de
un rato, como las damas y 10s caballeros seguían paseando siempre de la misma manera, los niños bailando de igual modo, el hombrecillo de la capa esmeralda asomândose a la misma ventana a mirar y
el padrino Drosselmeier entrando por aquella puerta,
Federico, impaciente, dijo:
-Padrino, sal por la otra pucrtaque está más arriba •.
- No puede ser, querido Federico - respondió el padrino.
-Entollces--repuso
Federico-- que el hombrecillo
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verd,~
se rasce con
otro. Luis Ángel Arango del Banco de la
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-- Tampoco puede ser - respondió de nuevo el magistrado.
-Pues qùe bajen los nií',os; quiero verlos más de
cerca -exclamó Federico.
- Vaya, tampoco puede ser-dijo
el magistrado,
un poco molesto -; el mecanismo tiene que quedarse
conforme está.
-¿Lo mismo? ... --preguntó Federico en tono de
aburrimiento -. ¿Sin poder hacer otra cosa? Mira,
padrino, si tus almibarados personajes del castillo no
pueden hacer mas que la misma cosa siempre, no
sirven para mucho y no vale la pena de asombrarse.
No; prefiero mís húsares, que maniobran hacia ade·
lante y hacia atrás, a medida cie mi deseo, y no están encerrados.
y saltó en dirección de la otra mesa, haciendo que
sus escuadrones trotasen y diesen la yuelta y cargaran y dispararan a su gusto. También María se deslizó en silencio fuera de allí, pues, lo mismo que a su
hermano, le cansaba el ir y ve:1ir sin interrupción de
las muñequitas del casti!lo; peyo como era más prudente que Federico, no 10 dejó ver tan a las claras.
El magistrado Drosselmeier, un poco amostazado,
dijo a los padres:
--Estas obras artísticas no son para niños igno.
ran tes; voy a volver a guardar ml castillo.
La madre pidióle que le enseñara la parte interna
del mecanismo que hacía movërse de un modo tan
perfecto a todas aquellas mufíequÍtas. El padrino lo
desarmó todo y lo volvió a armar. Con aquel trabajo
recobró
su Digitalizado
buen humor,
y regalóLuisaÁngel
los Arango
niños del
unos
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cuantos hombres y mujeres pardos. con los rostros,
los brazos y las !)iernas dorados. Eran de Thorn (1) Y
tenían el olor agradable y dulce del alajú. de lo cual
Federico y María se alegraron mucho. Luisa, la hermana mayor, se había puesto, por mandato de su
madre, el traje nuevo que le regalaran, y María, cuando se tuvo que poner el suyo también, quiso contem·
plarlo un rato más, cosa que se le permitió de buen
grado.
E L PROTEGIDO
María q uedóse parada delante de la mesa de los
reRalos, en el preciso momento en que ya se iba a
retirar, por haber descubierto una cosa que hasta
entonces no viera. A través de la multitud de hÚsares de Federico. que formaban en parada junto al
árbol, veíase un hombrecillo, que modestamente se
escondía como si esperase a que le llegara el turno.
Mucho habría que decir de su tamaño, pues, según
se le veía. el cuerpo, largo y fuerte, estaba en abierta
desproporción con las piernas, delgaaas, y la cabeza
resultaba asimismo demasiado grande. Su manera
de vestir era la de un hombre de posición y gusto.
Llevaba una chaquetilla de húsar de color violeta
vivo con muchos cordones i botones. pantalones del
mismo estilo y unas botas de montar preciosas, de
(I) Thorn, ciudad prusiana célebre por sus a!ajus (Pfefferkuchen).
unos bollos hechos con una pasta de almendras. nueces, pan rallado 'l
Este Libro
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por laque
Biblioteca
Luis
Ángel
de la
tostado,
mie! y especia,
tienen un
olor
y unArango
sabor del
muyBanco
marcados.
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lo más lindo que se puede ver en los pies de un
estudiante, y mucho más en los de un oficial. Ajustaban tan bien a las pierneci\las como si estuvieran
pintadas. Resultaba sumamente cómico que con aq uel
traje tan marcial \levase una capa escasa, mal cor·
tada, que parecía de madera, y una montera de gnomo; al verlo pensó María que también €'I padrino
Drosselmeier usaba un traje de mañana muy malo
y una gorra incapaz y sin embargo era un padrino
encantado!. Tambíén se le ocurrió a María que el
padrino tenía una expresión tan amable como el
hombrecillo. aunq ue no era tan guapo. Mientras María contem?laba al hombrecillo, que desde el primer
momento le había sido símpático, fué descubriendo
los rasgos de bondad que aparecían en su rostro. Sus
ojos verde claro, grandes y un poco parados, expre·
saban agrado y bondad. Le iba muy bien la barba
corrida, de algodón, que hacía resaltar la sonrisa amable de su boca.
-' Papá -exclamó
MalÍa al fin··, ¿a quién pertenece ese hombreci\lo que está colgado del árbol?
-Ese, hija mía--respondió
el padre-,
ha de tra·
bajar para todos partiendo nueces, y, por tanto, pertenece a Luisa lo mismo que a Federico y a ti.
El padre lo cogió y, levantá ndale la capa, abrió
una gr.an boca, mostrando dos hileras de dientes blancos y afilados. María le metió en e\la un;:¡ nuez, y ...
¡crac!..., el hombre mordió, y las cáscaras cayeron, dejando entre las manos de María la nuez limpia. Entonces suy.>ieron todos que el hombrecillo perteJ'lecía
a la clase de los partidores y que ejercía la profesión
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IS
de sus antepasados. María palmoteó alegremente, y
su padre le dijo:
,-Puesto que el amigo Cascanueces te gusta tanto,
puedes cuidarle, sin perjuicio, como ya te he dicho,
de que Luisa y Federico lo utílícen con el mismo derecho que tú.
María 10 tomó en brazos, le hizo partir nueces; pero
buscaba las más pequeñas para que el hombrecillo
no tuviese que abrir demasiado la boca, que no le
convenía nada. Luisa lo utilizó también, y el amigo
partidor partió una porción de ,nueces para todos.
riéndose siempre con su sonrisa bondadosa. Federico,
que ya estaba cansado de tan ta maniobra y ejercicio y oyó el chasquido de las nueces, llegóse junto a
sus hermanas y se rió mucho del grotesco hombreci·
110,que pasaba de mano en mano sin cesar de abrir
y cerrar la boca con su ¡cracl, ¡cracl, Federico escogía
siempre las mayores y más duras, y una vez que le
metió en la boca una enorme,. ¡cracl, ¡crac!. .. , tres dientes se le cayeron al pobre partidor, quedándosele la
mandibula inferior suelta y temblona.
-Pobrecito
Casl:anueces-exc!amó
Maria e gritos,
quitándoselo a Federico de las manos.
-Es un estúpido y un tonto-dijo
Federico-;
quiere ser partidor y no tiene las herra mien tas necesarias ni sabe su oficio. Dámelo, María; tiene que partir nueces hasta que yo quiera, aunque se quede sin
todo;; los dientes y hasta sin la mandíbula superior,
para que no sea holgazán.
-No, no-contestó
María 1I0rando-; no te daré
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de la
mi Fue
querido
Cascanueces;
míralc
cómoArango
me del
mira
doloRepública,Colombia
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rido y me enseña su boca herida. Eres un cruel, que
siempre estás dando latigazos a tus caballos y te
gusta matar a los soldados.
-Así tiene que ser; tú no entiendes de eso--repuso
Fedelico
,y el Cascanueces es tan tuyo como mío;
conque dámelo.
María comenzó a llorar a lágrima viva y envolvió
cuidadosamente
al enfermo Cascanueces en su pañuelo. Los padres acudieron ~.l alboroto con el padrino Drosselmeier, que desde l'-1ego se puso de parte de Federico. Pero el padre dijo:
--He puesto a Cascanueces bajo el cuidado de María. y como al parecer lo necesíta ahora, le concedo
pleno derecho sobre él, sin que nadie te!lga que decir
una palabra. Además, me choca mucho en Federico
que pretenda que un individuo inutilizado en el servicio continúe en la linea activa. Como buen militar,
debe saber que los heridos no forman nunca.
Federico, avergonzado,
desapareció, sin ocuparse
más de las nueces ni del part;dor, y se fué al otro
extremo de la mesa, donde sus húsares, luego de haber recorrido los puestos avanzados, se retiraron al
cuartel. Maria recogió los dientes perdidos de Cascanueces, le puso alrededor de la barbilla una cinta
blanca que había quitado de un vestido suyo y luego
envolvió con más cuidado aún en su pañuelo al po:
bre mozo, que estaba muy pálido y asustado. Así lo
sostuvo en sus brazos. meci6ndolo como a un niño,
mientras miraba las estampas de uno de los nuevos
libros que les regalaran. Se enfadó mucho. cosa poco
frecuente
ella, ,",uando
el padrino
Drosselm~ier,
Este Libro Fueeri
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riéndose, le preguntó cómo podía ~cr tan c?rifíosa
con un individuo tan ¡ea. El p;.uecido ron su padrino, que le saltara a la vista desde el principio, se le
hizo más parente aún, y diio muy seria:
-Quién sabe, querido padrino, si tú también te
vistieses como mi muñequito y te pusieses sus botas
brillantes siestaría~ tan bonito como él.
-Maria no supo por qué sus padres se echaron a rdl'
con tan ta gana y por qué al magistrado se le pusieron tan rojas las narices y no se rió ya tanto como
antes. Seguramente habría una razón para ello.
PRODIGIOS
En e: gabinete de! consejero de Sanidad, canfor·
me se entra a mano izquierda, en el lienzo de pared
más gr2nde, hállase un armario de cristales alto, en
el que los niños colocan las cosas boni tas que les regalan todos los años. Era muy pequeña Luisa cuando su padre lo mandó hacer a un carpintero famoso,
el cual le puso unos cristales tan claros y, sobre todo.
supo arreglado tan bien, que ]0 que se guarda en él
resulta más limpio y más bO:1ito que cuando se tiene
en la mano. En la tabla más alta, a la que no alcanz.aban Maria ni Federico, guardábanse las obras de
arte del padrino Drosselmeier; en la inmediata, los
libras de estampas; las dos inferiores reserválJanse
para que Federico y María las llenasen a ~u gusto, y
siempre ocurría que la más baja se ocupaba "on la
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HOHMANN: CUE"TOS.-T.
Il.
2
República,Colombia
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casa de las muñecas de María y la otra superior servía para cuartel de las tropas de Federico.
En la misma forma quedaron el dia a que nos referimos, pues mientras Federico acondicionaba arriba
a sus húsares, María colocaba en la habítación, lindamente amueblada, y junto a la señorita Trudi, a
la elegante muñeca nueva, convidándose con ellas a
tomar una golosina. He dicho que el cuarto estaba
lindamente amueblado y creo que tengo razón, y no
sé sí tú, atenta lectora María, al igual que la pequeña
Stahlbaum-me
figuro que estás enterada de que se
llamaba Marí a -, tendrás como ésta .un lindo sofá de
flores. varias 'preciosas sillitas, una monisima mesa
de te y, 10 más bonito de todo, una camita reluciente, en la que descansaban las muñecas más lindas.
Todo esto estaba en el rincón del armario, cuyas paredBs aparecían tapizadas con estampas, y puedes figu·
rarte que en tal cuarto la muñeca nueva, que, como
María supo aq uella misma noche, se llamaba señorita
Clarita, había de encontrarse muy a gusto.
Era ya muy tarde, casi media noche; el padrino
Drcsselmeiel' hablase marchado hacía rato, y los ni·
ños no se decidían aún a separarse del armado de
cristales, a pesar de que la madre les había dicho repetid?s veces que cra hora dB irse a la cama.
- Es cierto -exclamó al fin Federíco -; los robres
infelices-se referia a sus húsares-·r.ece~ítan
también
descansar, y mientras yo esté aquí estoy seguro de
que no se atreven a dar ní una cabezada.
y :lI decir esto se retiró.
María, en cambio, rogó:
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Mamaíta, déjamc un ratito más; sólo un ratíto.
Aun tengo mucho que arreglar; en cuanto lo haga,
te prometo que me voy a la cama.
María era una niña muy juiciosa, y la madre podía
dejarla sin cuidado alguno con los juguetes. Con objeto de que María, ~mbebjda con la muñeca nueva y
los demás juguetes, no se olvidase de las luces que
ardían junto al armario, la madre las apagó todas,
dejando solamente encendida la lámpara colgada que
habín en el cen tro de la habitación, y la cual difundía una luz tamizada.
--Acuéstate en seguida, querida María; si no, mañana no podrás- !evantarte a tiempo-dijo
la madre,
desapareciendo para irse al dormitorio
En cuanto María se quedó sola, dirígíóse decididamel"te a hacer lo que tenía en el pensamiento y que,
sin :¡aber por qué, había ocultado a su madre. Todo
el tiempo llevaba en brazos al pobre Cascanueces herido, envuelto en su pañuelo. En este momento dejólo con cuidado sobre la mesa; le quit6 el pañuelo y
mirÓ las heridas. Cascanueces estaba muy rálido,
pero seguía sonriendo amabiemente, lo cual conmovió :1 María
-Case"nuececitas
mío·-exclamó muy bajito-o, no
te disgus tes por lo que mi hermano Federico te
ha hecho; no ha creído que te haría tanto daño,
pero es que se ha hecho un poco cru.,] con tanto jugar a los soldados; por lo demás, es buen chico, te
lo aseguro. Yo te cuidaré lo mejor que pueda hasta que estés comYJletamentc bien y contento; te pondré Fue
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glará el padrino Orosse!meier, que entiende de esas
cosas.
No pudo continuar María, puo::sen cuanto nombró
al padrino Drosselmeier, Cascanueces hizo una mueca
de disgusto y de sus ojos salieron chispas corno rinchas ardiendo. En el momento en que María se sentía asustada, ya tenía el buen Cascanl\f~ces su rostro
sonriE'nte, que la miraba, y se diá ceen ta de que el
cambio que sufriera debiase sin duda a la luz difusa
de la lámpara.
-¡Qué tonta soy llsustándome así y creyendo que
un muñeco de madera puede h;J.cerme gestos! Cascanueces me gusta mucho, por lo mismo que es tan
cómico y a un tiempo tan agradable, y por eso he
de cuidaria como se merece.
María tomó en sus brazos a Cascanueces, &cerc6se
al armario de cristales, ~¡;achóse delan te de él y dijo
a la muñeca nueva:
- Te ruego encarecidamente, señorita Clarita, que
dejes la cama al pobre Cascanueces herirlo y te arregles como puedas en el sofá. Pienso que tú estás buena y sana -pues si no no tenddas esas mejillas tan
redondas y tan coloradas -y que pocas muñecas, por
muy bonitas que sean, tendrán un sofá t;Jn blando.
La señorita Clara, muy compuesta con su traje de
Navidad, qued6se un poco conirariada y no dijo esta
boca es mía.
-Esto lo hago por cumplir--dijo
María.
y sac6 la cama, colocó t'n ella con cuidado a Cas·
canueces, le lió un par de cintas más de otro vestido
suyoLibro
porFuelos
hombrospor yla Biblioteca
lo tapÓ Luis
hastaÁngel
lasArango
narices.
Este
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--No qt:iero que se quede cerca de la desconsIderada Clanta--dijo
para si.
Y sacó la cama con su paciente, poniéndola en la
tabla superior, cerca del lindo pueblecito donde es·
taban acantonados los h úsarcs de Federico. Cerró el
armario y dirigió sus pasos hacia su cuarto, cuando ... ,
escuchad bien, niños ... , comenzó a oír un li<:ero mur·
mullo, muy ligero, y un ruido detrás de la estufa, de
las silla'5, del armario. El reloj de par'3d andaba cada
vez con más ruido, pe"o no daba la hora. María lo
miró, y vió que el buho que estaba endma había
dejado caer las alas, cubriendo con ellas todo el re·
10j, y tenía la cabeza de gato, con su pico ganchudo,
echada hacia delante. Y, cada vez más fuerte, decía:
~ITac, ta'è, tac!; todo debe SOlla con poco ruido ... ; el
rey de los ratones tiene un oído muy sutil ... ; ¡tac, tac,
tacl, cantadle la vieja cancioncita .. ; s'len:}, suena,
campanita, suena doce veces.')
María. toda asust2da, quiso echar a correr, cuando
vió al padrino Drosselmeier, que estaba sentado en·
cima del reloj en lugar del gran buho, con su gabán
amarillo extendido sobre el reloj como si fueran dos
alas; y haciendo un e'5fuerzo sobre sí misma. dijo:
·--Pad] ino Drosselmeier, padrino DrosseImeier, ¿qué
haces ahí arriba? ¡Bájate y no me asustes!
Entonces oyóse pitay y chillar locamente por todas
rartes, y un correr de piececillos pequeños detrás cie
las paredes. y miles de lucecitas cuyo resplandor asomaba por todas las rendijas_ Pero no, no eran luces:
eran ojitos \:;rillantes; y Maria advirtió que de todos
Este Libro
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Luis Ángelque
Arango
del Banco de
los Fue
rincones
asomaban
ratoncilIos,
trataban
dela
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abrirse camino hacia fuera. A pOCQcomenzó a oírse
por la habitación un trote<:illo, y aparecieron mu!títud de ratones, que fueron a colocarse en formación,
como Federico solía colocar a sus soldados cuando
los sacaba para alguna batalla.
María avanzó muy resuelta, y como quiera que no
tenía el horror de otros niños a los ratones, trató cie
vencer el miedo; pero empEZÓ a oírse tal estrépíto de
silbidos y gritos que sintió por la espalda un frío de
muerte. jY lo que vió, Dior, mío!
Estoy i>egl!ro, querido lector, de que tú, lo mismo
que el gener?.! Federico Stahlbaum, tienes el corazón
en su sitio; pero si hubieras vbto lo que vió María,
de fijo que habrías echado a correr, y mucho me eq uivoco si no te metes en la cama y te tapas hasta las
alejas. La pobre María no pudo hacerla porque ...
escucha, lector ... : bajo sus pies :nismos salieron, como
. empujados por una fuerza subterránea, la arena y la
cal y los ladrillos hechos pedazos, y siete cabezas de
ratón, con sus coronitas, sc.rgieron ¿el suelo chillando y silbando. A poco aparedó el cuerpo a que perteneclan las siete coronada::: cab~citas, y el ratón grande con siete diademas gritó con gran entusiasmo,
vitoreando tres veces al ejércit.o, que se puso en movimiento y se dirigió al armario, sin ocuparse de
María, que estaba pegada a la puerta de cristales
de él.
El miedo hacíale latir el corazón a María de modo
que creyó iba fi salírscle del pecho y morirse de repente, y ahora le parecía <lue en sus venas se paraliEste
Libro
Digitalizado
por lasin
Biblioteca
Ángel Arango del
zaba
la Fue
sangre.
Medio
sentidoLuisretrocedió,
y Banco
oy6 de la
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un chasq uido ... : ¡prr. .. , prr. ..I: la puerta de cristales
en que apoyaba el hombro cayó al suelo rota en mil
peùaz'lS. En el mismo instan te :>int ió un gran dolor
en (d brazo izquierdo, pero se le quitó uh gran peso
de encima al advertir que ya no aia los gritos y los
silbidos; todo había quedado en silencio. y aunque no
se atrevía a mirar. parecíale que los ratones, awstados con el ruido de los cristales rotos. habianse metido
en sus agujeros.
¿ Qué sucedió después? Detrás de María. er. el armario. empezó a sentirse ruido, y unas vocecillas finas
empezaron a decir: (,¡Arriba ... , arriba .. .!; vamos a la
batalla ... esta noche precisamente ...; ¡arriba ... , arriba ... , a las armas!» Y escuchó un acorde armónico de
campanas.
-¡Ahl-pensó
Maria-.
Es mi juego de campanas.
Entonces vió que dentro del armario había gran
revuelo y mucha luz y un ir y venir apresurado. Varias muñecas corrían de un lado para otro, lev¡mtanào
los brazos en alto.
De pronto, Cascanueces se incorporó, echó abajo las
mantas y. saltando de Ia cama, púsose de pie en el
suelo.
-. ¡Crac ...• crac ... , crac!. ..; estúpidos ratones ... ,
cuánta tontería ...; ¡crac ... , crac!. ..; partida d~ ratones ...• ¡crac ...• crac!. .. , todo tontería.
y diciendo estas palabras y blandiendo una espadita. dió un salto en el aire, y añadió:
-Vasallos y amigos míos, ¿queréis ayudarme en la
<lura lucha?
tresÁngel
Escaramuzas
y de
unla
Este LibroEn
Fueseguida
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24
Pantalón (1), cuatro Deshollinadores, dos Citaristas
y un Tambor:
--Sí. señor, nos unimos a V~s con fidelidad; con
vos iremos a la muerte, a la victoria, a la lucha.
y se lanzaron hacia el entus~asmado Cascanueces,
que se atrevió a intentar el sa:to peligroso desde la
tabla de arriba 31 suek. Los otros se echaron abajo
con facilidad, pues no sólo llevaban trajes de paño
y seda, sino c¡ Uf), como estaban rellenos de algodón
y de paja, cayeron como sacos de lana. Pero el pobre Cascanueces se hubiera roto los brazos y las piernas-porque
desde donde él cstaba al sucio había
más de dos pies y su cuerpo era frágil, como hecho
de madera dc tilo -si en el momento que saltó, la
señorita Clarita no se hubiera levantado rápidamente
del sofá para recibir en sus brazos al hé~oe con la
esp;:¡da desnuda.
--¡Ah buena Clarita!-susurró
María-.
¡Cómo me
he equivocado en mi juicio respecto de ti! Seguramente que dejaste tu cama al pobre Cascanueces con
mucho gu.;to.
La señorita Clara decía, mientras estrechaba contra su pecho al joven héroe:
-¿Queréis, señor, herido y enfermo como estáis,
exponeros a los peligros de una lucha? Mirad cómo
vuestros fi!'.les vasa1l0s se preparan y, seguros de la
victoria, se reunen alegres. Escaramuza, Pantalón,
Deshollinador, Citarista y Tambor ya están abajo, y
Jas figuras de] escudo que está en esta tabla ya se
(1)
Esc;:¡,r.-lmUZ:1
y
Pantalón
eran máscaras c6mi~s
de la antigua
comedia
Este
Libroitalic..na.
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2S
está moviendo. Quedaos, señor, a descansar en mis
brazos, o, si queréis, desde mi sombrero de plumas
podéis contem~lar la marcha de la batalla.
Asi habl6 Clarita; pero Cascanueces mostr6se muy
molesto y patale6 de tal modo que Clara no tuvo
más remedio que dejarlo en el suelo. En el mismo
momento, con una rodilla en tierra, dijo muy respetuoso:
--¡Oh señoral Siempre recordaré en la pelea vUestro favor y vuestr~: gracia.
Clarita se inclinó tanto que lo pudo coger por los
brazos, y lo levantó en alto; desató se el cinturón,
adornado de lentejuelas, y quiso ponérselo al hombrecillo, el cual, echándose atrás dos pasos, con la
mano sobre el pecho, dijo muy digno:
--Señora, no os molestéis en demostrarme de ese
modo vuestro favor, pues .. ,
I nterrumpióse, suspiró profundamente, desat6se rápido la cintita con que María le vendara los hombros,
aprct6la contra los labios, se la colg6 a modo de bandolera y lanzóse, blandiendo la pequeña espada desnuda, ágil y ligero como un pajarilla, por encima de
las molduras del armario al suelo.
Habréis advertido, queridos ler:tores, que Cascanueces apreciaba todo el amor y la bondad que María le demostrara, y a causa de él no había aceptado
la cinta deClarita, aunque era muy vistosa y eiegante, prefiriendo llevar como divisa la cintita de María.
¿Qué ocurrió después? En cuanto Cascanueces estuvo en el suelo volvi6 a comenzar el ruido de silbi':losFue
y Digitalizado
gritos agudos.
Debajo Luis
deÁngel
la mesa
Este Libro
por la Biblioteca
Arangoagrupábase
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el ejército innumerable de ratones, y de entre ellos
sobresalla el asqueroso de siete ~abezas. ¿Qué iba a
ocurrir?
LA BATALLA
-¡Toca generala, vasallo Tamborl---exclamó Cascanueces en alta voz.
E inmediatamente comenzó Tam~or a redoblar de
una manera artístíca, haciendo que retemblasen los
cristales del armario.
En tonces oyéronse crujidos y chasq uidos, y Marla
vi6 que la tapa de la caja en que Federico tenía
acuarteladas sus tropas saltaba de repente, y todos
los soldados se echaban a la tab:a inferior, donde formaron un brillante cuerpo de ejército.
Cascanueces iba de un lado para otro. animando a
las tropas con sus palabras.
-No se mueve ni un perro de Trompeta-exclamó
de pronto irritado.
y volviéndose hacia Pan talón, que algo ¡;álido balanceaba su larga barbilla, dijo:
-General, conozco su valor y su pericia; ahora necesitamos un golpe de vista rápido y aprovechar el
momento opohuno; le confio el mando de la caballería y la artíllería reunidas; usted no necesita cabaHo, pues tiene las piernas largas y puede fácilmente galopar con eHas. Obre según ~u criterío.
En el mismo instante, Pantalón meti6se los secos
dedos en la boca y sopl6 con tanta fuerza que sonó
como si tocasen cien trompeta~,. En el armario sinEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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t¡óse relinchar y cocear. y los coraccros y los drago.
nes de Federico, y en particular los flamar. tes h úsa·
res, pusiéronse en movimiento, y a poco estuvieron
en el suelo.
Regimiento tras regimiento desfilaron con bandera desplegada y música ante Cascanueces y se colo·
caron en fila. atravesados en el suelo del cuarto. De·
lant.e de ellos aparecierrm los cañones de Feàerico,
rodeados de sus artilleros, y pronto se oyó el ¡bum ....
bum!, y María pudo ver cómo las grajeas llovían so·
ble los compactos grupos de ratones, que, cubiertos
de blanca pólvora, sentíanseverdaderamente
aver·
gonzados. Una batería, sobre todo. que estaba a trincherada bajo el taburete de mamá les causó grave
daño tirando sin cesar granos de pimienta sobre los
ratones, haciéndoles bastantes bajas.
Los ratones. sin embargo, acercáronse rr.ás y más,
y ll,)garon a rodear a algunos cañones; pero siguió el
¡brr ...• brrl..., y María quedó ciega de polvo y de
humo y apenas pudo darse cuenta de lo que sucedí".
Lo cierto cra q u~ cada ejérci to p~leaba con el mayor
denuedo y q \le durante mucho tiempo la victoria
estuvo indecisa. Los ratones desplegaban masas cada
vez más numerosas, y sus Dildoritas plateadas, dis·
paradas con maestría, llegaban hasta dentro del al"
mado. Desesperadas, corrían Clarita y Trudi de un
lado para <'tro, retorciéndose 1:1smanitas.
--¿Tendr6 que morir en plena juventud, yo, la más
linda de las muñecas? -decía Clarita.
-·¿Me he conservado tan bien para suc;¡mb¡r en·
Este Libro
Digitalizado
por la -exclamaba
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Arango del Banco de la
tre Fue
cuatro
paredes?
Trud~.
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28
y cayeron una en brazos de la otra. llorando con
tales lamentos que a pesar del ruido se las oía perfectamente.
No te puedes hacer una idea del espectáculo. que·
rido lector. Sólo se escuchaba lb ... , brr!...; ¡pii. ..• pii! ... ;
Itan. tan. rataplánl. ..; ¡bum .... bum ... , burruml .... y
gritos y chillidos de los ratones y de su rey: y luego
la voz potente de Cascanueces, que daba órdenes. al
frente de los batallones que tomaban parte en la
pelea.
Pantalón ejecutó algunos ataques prodigiosos de
caballería. cubriéndose de gloria; pero los h úsares de
Federico fueron alcanzados por algunas balas malolientesde los ratones, que les '~ausaron manchas en
sus flamantes chaquetillas rojas, por cuya raZÓn no
estaban dispuestos a seguir adelante. Pantalón los
hizo maniobrar hacia la izquierda. y. en el entusiasmo del mando. siguió la misma táctica con los coraceros y los dragones; asi. que todos dieron menia vuelta y se dirigieron hacia casa. Entonces quedÓ en peligro la bateria apostada debajo del taburete, y a
poco apareció un gran grupo de feos ratones. que la
rodeó de tal modo que el taburete. con los cañones
y los artilleros, cayeron en su poder. Cascanueces,
muy contrariado. diá la orden al ala derecha de que
hiciese un movimiento de retroceso.
Tú sabes, querido lector entendido en cuestiones
guerreras. que tal movimiento equivale a una huída.
y por tanto te das cuenta exac~a del descalabro del
ejército del protegido de Maria. del pobre CascaEste
Libro Fue
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por la de
Biblioteca
Ángel Arango
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nueces.
Aparta
la vista
esta Luis
desgracia
y dirigela
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29
al ala izq uierda, donde todo está en su 1ugar y hay
mucho que esperar del genero.! y de sus tropas. En
lo más encarnizado
de la lucha salieron de debajo
de ]0. cómoda,.on
mucho sigilo, grandes masas de
caballería ratonil, y con gritos estridentes y denodo.·
do eduerzo lanzáronse contra el ala izq uierda del
ejército de Cascanueces, encontrando una resi:>tencia
que no esperaban. Despacio, como lo permitían las
dificul tades del terreno, pues habían de pasar Jas
molduras
del armario, fué conducido eJ cuerpo dll
ejército
por dos emperadores
chinos y formó el
cuadro.
Estas tropas valerosas y pintorescas, pues en ellas
figuraban jardineros,
tiroleses, peluqueros.
arlequines, cupidos, Jeones, tigres, macacos y monos, lucharon con espíritu, valor y lesistencia. Con e:>partana
valen tía alej ó este batallón elegido la victoria del
enemigo, cuando un jinete temerario, penetrando con
audar.ia en las filas, cortó la cabeza a uno de los emperadores chinos, y éste, al caer, arrastró consigo a
dos tiroleses y un macaco. Abrióse entonces una brecha, por la que penetr6 el enemigo y destrozó a todo
el batallón. Poca ventaja, sin embargo, sacó aquél
de esta hazaña. En el momento en que uno de Jos
jinetes, ansioso de sangre, deJ ejército ratonil atravesaba a un valiente contrario, recibió un golpe e!1
el cuello con un cartel escrito que le produjo la muerte. ¿Sirvió de algo al ejército <:leCascanueces, que retrocedió una vez y tuvo que seeuir retrocediendo,
perdiendo gerlte, hasta que se quedó s610 el jefe con
unos
cuantos delante del arm,¡rio?
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-¡Adelante
las reservas! Pantalón ... , Escaramuza .... Tambor. ... ·¿dónde estáis?
Asi clamaba Cascanueces, que esperaba refuerzos
para que le sacaran de delante del armario.
Presentáronse
unos cuantos hombres y mujeres de
Thorn, cc,n rcstros dorados y sombreros y yelmos;
pero pel~aron con tanta impe:--icia que no lograron
hacer caer a ningún enemigo, y no tardaron mucho
en arrancar la capucha de,la cabeza al mismo general
Cascanueces.
Los cazadores enemigos les mordieron
las piernas. h2ciéndolos caer y arrastrar
consigo a
algunos de los compañeros de armas de Cascanueces.
Encontr6se éste rodeado de enemigos, en el mayor
apuro. Quiso saltar por encima de las molduras del
armario, pero las piernas suyas resultaban demasiado
cortas. Clarita y Trudi estaban desmayadas y no podían prestarle ayuda. Húsares. dragones, saltaban
alegremente a su lado. Entonces, desesperado, gritó:
- ¡Un caballo ... , un caballo ... ; un reino par un caballo!
En aq uel mamen to, dos tiradores enemigos lo cogieron por la capa y en triunfo; chillando por siete
gargantas, <'.pareció el rey de los ratones. María no
se pudo contener.
--¡Pobre Cascanueces! -exclamó sollozando.
Sin saber a punto fijo lo que hacía, cogió su zapato
izq uierdo y lo tiró con fuerza al grupo compacto de
ratones, en cuyo centro se hallaba su rey. De pronto
desapareció todo, y María sintió un dolor más agudo
aún que el de antes en 1:1 hrazo izquierdo y cayó al
suelo
tido. por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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31
LA ENFERMEDAD
Cuando María despertó de su profundo sueño encontróse en su camíta y con el sol que entraba alegremente en el cuarto por la ventana cubíerta de hielo. Junto a ella estaba sentado un señor ¿esconocidC'.
q Ut: luego vió era el cirujano Wendelstern, el cual, en
VOL. baja., decía:
-- Ya despíerta.
AcercÓse entonces la madre y la miró con ojos asustados.
--Querida mam;;íta-murmuró
la pequeñaMaría-,
¿se han marchado ya todos los a~querosos ratones y
est8. salvado el bueno de Cascanueces?
-- No digas ton terias, querida niña -respondió
la
madre-o ¿Qué tienen que v~r los ratones con el Cascanueces? Tú, por ser mala, nos has d<ido un susto de
primera. Eso es lo que ocurre cuando los níños son
voluntaIÍcs0s y no obedecen a ~us padres. Te quedas
te anoche jugando con las muñecas hasta muy tarde.
Tendrías sueño, y quízá algún ratón, aunqu'l no los
suel:'l haber en casa, te asustó, y te diste contr", uno
de los cristales del arrr.ario. rompíéndolo y cart{¡ ndote en el brazo de tal man~ra que el doctor Wendelstem, que te acaba de sacar los cristalitos de la herida, creía que si te l1ubíeras r.ortado una vena te
queclarías crm el brazo sin movimiento o que podías
h<ibt,rte desangrado. A DioS' gracias, yo me desperté
a media noche y te echfi de menos, y me levanté,
díri¡,:i.~ndome al gábinetc. Al!i te encontré, junto al
~rmario. desmayada y sangrando. Por poco si no me
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desmayo yo también del susto. A tu alrededor vi
una porción d~ los soldados de tu hermano y otros
muñecos rotos, hombrecillos de pasta, banderas hechas pedazos, y al Cascanueces, que yacía sobre tu
brazo herido, y, no lejos de ti, tu zapato izquierdo.
-¡Ay mamaíta, mamaÍta! -exclamó MarÍa-. ¿No
vea ustedes que esas son las señ&les "de la gran batalla habida entre los muñecos y los ratones? Y lo
que me asustó más fué que los últim:>s querían llevarse prisionero a Cascanueces, que mandaba el ejército de los muñecos. Entonces fué cuando yo tiré mi
zapato en medio del grUDo cie r1itones, y no sé lo qUe
ocurrió dE!spués.
El doctor Wenc!els"tern guiñó un ojo a la madre, y
ésta dijo con mucha suavidad:
-Bueno, Mjalo esta:', querida María. Tranquillzate: los ratones han desaFarecido y Cascanueces está
sano y salvo en el armario.
En el cuarto entró el consejero de Sanidad y habló
l&rgo rato con el doctor Wendelstern; luego tomó el
puls0 a María, la cual oyó perfectamente que decían
algo de fiebre traum!t tica. Tuvo q lie permanecer en
la cama y tomar medicinas durante varios días, a
pesar de que, ap!irte algunos dolores en el brazo, se
encontraba bastante bien. Supo que Cascanueces salió salvo de la batalla, y le pareció que en sueños se
presentaba delante de ella y con voz clara, aunque
melancólica, le decí;,.: ~Marla. querida señora, mucho
le debo, pero aun puede usted hacer más por mL,)
María daba vueltas en su cabeza qué podía ser ello,
sin lograr dar solución al enigma.
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María no podía jugar a causa del brazo herido, y
per tanto S'Olentretenía en hojear libros de estampas; pero veia una pvrción de chispitas raras y no
aguantaba mucho tiempo aquella ocupación. Hacíansele larguísimas las horas y esperaba impaci~nte que
anocheciese, porque entonces su madre Sl'lsentaba a
su cabecera y le leía o le contab;:;. cosas bonitas. Acababa su madre de contarIe la historiz del príncipe
Facardin (I) cuando se abrió la puerta y apareció el
p~rino Drosselmeier diciendo:
-Quiero ver cómo sigue la herida y enferma María.
En cuanto ésta vió al padrino con su gabán amá.rillo, recordó la imagen de aquella noche en que CascanU3ces perdió la batalla contra los ratones y, sin
poder contenerse, dijo, dirigíéndose al magistrado:
-Padrino
Drosselme;er, ¡qué feo estabas! Te vi
perfectamente cuando te sentaste encima del reloj y
lo cubriste con tus alas dl'l modo que no podía dar li'
hora, porque entonces !os ratones se habrían asustado, y oí cómo llamabas al rey. ¿Por qué no acudiste
en mi ayuda y en la de Cascanueces, padrino malo y
feo? Tú eres el culpab!e de que yo me hiriera y de
que tenga que estar en la cama.
La madre preguntó muy asustada:
-¿Qué es eso, M>ría?
Pero el padrino Drosselmeier puso un gesto extr~:ño y, con voz estrlden te y monótona, comenzó a decir incoherencias que semejaban una canción en la
(l) Quizá sea en recuerdo de la triste história del emir Fakr-Eddin,
conocido con el nombre de Facardinb, Que tué víctima de los éelo. del
sultár.Fue
Amurat
IV, enpor
el la
si¡¡Jo
><Vil.
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HOFfMANN:CUI"rros.-T.
11.
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que intervenían los rcIojes y los muñecos y los ratones.
María miraba al padrino con los ojos muy abiertos,
encontrándolo aún más feo que nunca, balanceando
el brazo derecho como una marioneta. Seguramente
habríase asustado ante el padrino ~i no está presente
la madre y si Federico, que en tr6 en silencio, no lanza una sonora carcajada y dice:
-Padrino
Dr03selmeier, hoy estás muy gracioso;
te pareces al muñeco que tiré hace tiempo detrás je
la chimenea
La madre, muy seria, dijo a su vez:
-Querido magistrado, es una broma un poco pesada. ¿Qué q uierc usted decir con todo eso?
-¡Dios mío! -respondió riendo el padrino-o
¿No
conoce usted mi canción del reloj? Siempre se la canto a los enfermos como María.
Y, .:;entándcse a la cabecera de la cama, dijo:
.- No te enfades conmigo porq ue no sacara al rey
de los ratones los catorce ojos; no podía ser. En cambio, voy a darte una gran ale¡;ría.
El magistrado metióse la mano en el bolsillo y
sacó ... el Cascanueces, al cual habia colocado los dientecillos perdidos y arreglado la mandíbula.
María lanzó una exclamación de alegria, y la madre dijo riendo:
--¿Ves tú qué bueno ha sido el padrino con tu
Cascanueces?
-Pero tienes que convenir conmigo, María-inte·
rrumpió el magistrado -, que Cascanueces no posee
una gran figura y que tampoco tiene nada de guapo.
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35
SI quieres oírme, te con taré la razÓn de que en su
familia exista y se herede tal fealdad. Quizá sepas ya
la historia de la princesa Pirlipat, de la bruja Ratona
y del relojero artista.
- Escucha, padrino Drosselmeier -exciamó
Federico de pro n to -: has colocado muy bien los dientes
de Cascanueces y l~ has arreglado la mandíbula de
modo que ya no ~e mueve; pero ¿por qué le fcilta la
espada? ¿Por qué se la has quitado?
-¡Vaya-respondió
el magistrado de mala gana-,
a todo le tienes que poner faltas, ohiq uillol ¿Qué ímporta la espada de Cascanueces? Le he curado, y
ahora puede coger una espada cuando quiera.
-Es verdad-repuso
Federico-;
es un mozo valiente y encontrará armas en cuanto le parezca.
-Dime, María-continuó
el magistrado-,
si sabes
la historia de la princesa Pirlipat.
-No-respondió
María--; cuéntala, querido paddno, cuéntala.
- Espero -repuso la madre -, querido magistrado,
que la historia no sea tan terrorífica como suele ::er
todo lo que usted euel'lta.
-En absoluto, querida señora de Stahlbaum-respondió Drosselmeier-;
por el contrario, es de lo más
cómico que conozco.
-Cuenta, cuenta, querido padrino-exclamaron
los
niños.
y el magistrado comenzó así:
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36
E L CUENTO
DE LA NUEZ DURA
-La madre de Pirlipat era espo~a de un rey. y
por tanto una reina, y PirJipat fué princesa desde el
momento de nacer. El rey no cabía en sí de gozo con
aquella hijita tan linda que dormía en la cuna; mos·
traba su alegría exteriormcr:te cantando y bailando
y dando saltos en un pie y gritand0 sin cesar: «¡Viva!...
¡Viva! ¿Ha visto !ladie una cosa má~ linda que mi
Pirlipatita?} Y los ministros, los generales, los presidentes, los oficiales de Estado Mayor, saltaban como
el señor, en un pie, y decían: «No, nunca." Y hay que
reconocer que en aquella ocasión no mentían. pues
desde que el mundo es mundo no había nacido una
criatura más hermosa que la princesa Pirlipat. Su
rostro parecía amasado con pétalos de rosa y de azucena y copcs de seda rosada; los ojitos semejaban azur
vivo, y tenia unos belJísim'ls bucles, iguaies que hilos
de oro. Además, la princesita Pirlipat había traído al
mundo dos filas de dientecillos perlino:;, con los que,
a las dos horas de nacer, mordió en un dedo al canciller del reino, que quiso comprobar si eran iguales,
obJigándole a gritar: «¡Oh! ¡Gemelos!>), aunque algunos pretendían que lo que di je fué: ('jAy, ay!'), sin que
hasta ahora se hayan puesto de acuerdo unos J otros.
En una palabra: la princesita Pirlipat mordió efectivamente al canciller en el -dedo, y todo el encantado
país tuvo pruebas de que el cuerpp.cillo de la princesa
daba albergue al talento, al espíritu y al valor. Como
ya hemos diche, todo el mundo estaba con ten tO me-
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nos la reina, q 'le, sin que nadie supiese la causa. mostráb:¡se recelosa e intranquila. Lo más chocante era
q Ile hacía vigilar con esrecia] clddaJo la cuna de la
princesa. Apc.rte de que las puertas estaban guardadas por alabarderos. a las dos niñeras destinadas al
servicio constante de la princesa agregábanse otras
seis que, noche tras noche, habían de permanecer en
la h,.1:itación. Y lo que todos consideraban una locura, cuyo :;entido nadie acertaba a explicarse, era
que cada una de estas seis niñeras había de tener en
el regazo un gato y pasarse la noche rascándole para
que no se durmiese. Es imposible. hijos míos, que
averigüéis el por qué la madre de Pirlipat hacía estéUl
cosas; pero yo lo ~é y es lo voy a decir.
Una vez reuniéronse en la Corte riel padre de Pirlipat una porción de reyes y príncipes poderosos. y
con tal motivo celebráronse torneos. comedías y bailes de gala. Queriendo el rey demostrar a sus huéspedes que no carecía de oro y plata, trató de hacer
una incursión en el tesoro de 1::1 corona, preparando
algo extraordinario. Advertido en secreto pOi el jefe
de cocina de que el astrónomo de cámara había anunciado ya la época de la matanza, ordenó un banquete, metit.se cn su coche y se fué a invitar a reyes y
r.>ríncipes, diciéndoles que deseaba fuesen a tomar una
cucharada de sopa con él, con objeto de disfrutar de
la sOïpresa que habían de causarJes los platos exq uisitos. Luego dijo a su mujer: «Ya sabes lo quI': me
gusta la matanza.') La reina sabia perfectamente lo
que aq uel;o significaba, y que no era otra cosa sino
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por la Biblioteca
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Arangosedeldedicase
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que Fue
ellaDigitalizado
misma, como
hiciera Luis
otras
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al arte de salchichera. El tesorero mayor mandó en
seguida trasladar a la cocina la gran caldera de oro
de cocer morcillas y las cacerolas de plata, haciendo
preparar un gran fuego de leña d0 sándalo; la reina
se puso su delantal de damasco y al poco tiempo
salía humeante de la caldera el rico olor de la sopa
de morcilla, que llegó hasta la sala del Consejo donde
se encontraba el rey. Este, entusiasmado, no pudo
contenerse y dijo a los ministros: ~Con vuestro permiso, señores míos,), y se fué a la cocina; abrazando
a la reina, meneó la sopa con el cetro y se volvió
tranquilamente
al salón.
Había llegado el momento preciso en quP. el tocino,
cortado en cuadraditos y colocado en parrillas de
plata, había de tostarse. Las damas de la Corte se
marcharon, pues este menester q ueda hacerla la reina
sola, por amor y consideración a su augusto esposo. Cuando empezaba a tostarse el tocino, oyóse una
vocecilla suave que decía: «Dame un poco de tocino,
hermana; yo también q uíero probarlo; también soy
leina; dame un poquito.) La reina sabía muy bien
que quien así hablaba era la señora Ratona, que tenía su residencia en el palaciO real de muchos años
atrás. Pretendía estar emparentada con la real familia y ser reina de la línea de Mausoleo, y por eso tenía una gran corte debajo del fogón. La reina era
bondadosa y caritativa; no reconocía a la señora Ratona como reina y hermana suya, pero le permitÍa
de buena gana que participase de los festines; así es
que dijo: cVenga, señora Ratona; ya sabe usted que
puede siempre probar mi tocino.'> En efecto, la señora
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Ratona se acercó, y con sus patitas menudas fué tomando trozo por trozo los que le presentaba la reina.
Pf'ro luego salieron todos los compadres y las tias de
la señora Ratona, y también sus siete hijos, canalla
muy traviesa, que se echaron sobre el tocino, sin que
pudiera apartarlos del fogón la asustada reina. Por
fortuna, presentóse l:l camarera mayor, que espantó
a los importunos huéspedes, logrando así que quedase algo de tocino, el cual se repartió concienzudamente {:n presencia del matemático de cámara, tocando
un pedacito a cada uno de los embutidos.
Sonaron trompetas y tambores; todos los potentados y príncipes presentáronse vestidos de gala; unos
en blancos palafrenes, otros en coches de crístales,
para tomar parte en el banquete. El rey los recibió
con mucho agrado y, como señor del pais, sentóse
en la cabecera de la mesa, con cetro y corona. Cuando
se sirvieron las salchichas de hígado, vió:;e que el rey
palidecía y levantaba los ojos al cielo, lanzando suspiros entrecortados, como si le acometíera un dolor
profundo. Al probar las morcillas echóse hacia atrás
en el sillón, se tapó la cara con las manos y comenzó a quejarse y a gemir sordamente. Todo el mundo
se levantó de la mesa; el médico de cámara trató en
vano de tomar el pulso al desgraciado rey, que lanzaba lamentos conmovedores . .A.I fin, después de muchas discusiones y de emplear remedios eficaces, tales como plumas de ave quemadas y otras cosas por
el estilo, empezó el rey a dar señales de recobrarse
un poco, y, casi ininteligibles, salieron de sus labios
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esta:;Fuepalabras:
poco tocino\>}
reina,
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salable, echóse a sus pies, exclamando entre sollozos:
f¡Oh augusto y. desgraciado esposo mío! ¡Qué dolor
tau grande debe de ser el tuyo! iA tus pies tienes a
la culpabie! ... ¡Castiga1;;., cClstígala con dureza! ¡Ay!...
La señora Ratona, con sus siete hijos y sus compadres y sus tías, se han comido el tocino y ... " La reina
se desmayó sin decir más. Levant6se de su asiento el
rey, lleno de ira, y dijo a grito:::: *Camarera mayor,
¿cómo ha ocurrido eso?,) La camarera mayor contó
lo que sabía, y ni rey decidió venf,arse de la señora
Ratona y de :¡u familia, qUf~le habían comido el tocino de sus embutidos.
\ Llamóse al consejero de Estado y ~e convino en
formar proce:,o a la señora Ratona y encerraria en
SU!;dominios; pero como el rey pensaba que aun así
seguirían comiéndosele el tocino, puso el asunto en
manos ,iel relojero y sabio de cámara. Este personaje, que precisamente se llamaba lo mismo que yo,
Cristián Elías Drosselmei~r, prometió al rey ahuyentar para siempre del palacio a la señ0ra Ratona y a
su familia valiéndose de un plan ingenioso. I nven tó
unas maquinitas al extremo de las cuales !;e ataba
un pedazo de tocino asado, y Drosselmeier las colocó
en los alrededores de la vivienda de la golosa. La señora Ratona era dema:::iado lista para no comprender
la intención de Drosselmeier; pero de nada le v~lieron las advertencias y las reflexiones: atraídos por el
agradable olor del tocino, los siete hijos de la sp.ñora
Ratana y muchos parientes y compadres acudieron
a las máquinas de Drosselmeier, y en el momento en
que
qucrí:1n
a¡:;oderarse
tocinoLuisveíanse
presos
en de la
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una jaula y transportados a la codna, donde se los
juzgaba ignominiosamente,
La señOia Ratona abandonó, con los pocos que quedaron de su familia, el
lugar de la tragedi~. La pena, la desesperación, la
idea de venganza inundaban su alma. La Corte se alegró mucho; pero la reina se preocupaba. pues conocía a la señora Ratona y sabía que no había de dejal
impune la muerte de sus hijos y demás parientes. Con
efecto, un dia que !a reina preparaba un plato de bofes. que su augusto marido aprecial:>a mucho, apareció ar,tc ella la señora Ratona y le dijo: (¡Mis hijos,
mis tias .... toda mi parentela han sido asesinados; ten
cuidado, señora, de que la reina de los ratones no
muerda a tu princesita ... Ten cuidado.» Y. sin decir
otra palabra. desapareció y no se dejó ver más. La
reina se llevó tal susto que dejó caer a I" lumbre el
plato de bofes. y por segunda vez la señora Ratona
fué causa de que se estropease uno de los mar.jares
favoritos del rey. por cuya razón se enfadó mucho.
Pero basta por esta noche; otro día os contaré Jo que
queda.
A pesar de que María, que estaba pendiente del
cuento. rogó al padrino Drossp.lmeier que lo terminase, no se dejó convencer, sino qut:'. levantándose, dijo:
- Demasiado de U:la vez no es sano; mañana os
con taré el final.
Cuando el magistrado se disponía a salir preguntóle Federico:
'
- Padrino Drosselmeier, ¿es verdad que tú inventast~ las ratoneras?
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de la
¡Qué
pregunta
estúpidal-exclam6
madre.
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42
Pero el magistrado sonrió de un mod') extrafio y
respondiÓ en voz baja:
.
-¿No soy un relojero hábil y no es natural que
pueda haber inventado ratoneras"?
CONTINUAClON
DEL CUENTO
DE LA NUEZ
DURA
- Ya sabéis, hijos mios-continuó
el magistrado
Drosselmeier a la noche siguient~-,
la razón por CJué
la reina hacia vigilar con tanto cuidado a la princesa
Pirlipat. ¿No era de temer que la señora Ratona
cumpliese su amenaza y matase je un mordisco a la
princesita? Las máquinas de Drosselm¡oier no valían
de nada para la astuta señora Ratona, y el astrónomo de cámara, que al tiempo era astrólogo, trató de
averiguar si la familia. del Morrongo estaba en con
diciones de alejar de la cuna a la señora Ratona. En
consecuencia, cada una de las niñeras recibió un individuo de dicha familia, que estaban destinados en
la Corte como consejeros de Legación, obligándolas a
tener los en el regazo y, median te caricias apropiadas.
hacerles más agradable su dificil servicio.
Una noche, a eso de las doce, una de las dos niñe·
ras particulares que permanecian junto a la cuna cayó
en un profundo sueño. Todo estaba como dormido;
no se oia el menor ruido ... Todo yacía en silencio de
muerte, en el que se oía el roer del gusano de la madera. Figuraos cómo se quedaría la jefa de las nilleras cuando vió junto a sí un enorme y feísimo ratÓn
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que, sentado en las patas traseras, tenia la cabeza
odiosa alIado de la de la princesa. Con un grito de
espanto, levantóse de un salto ... Tocios despertaron;
pero en el mismo momento la señora Ratona huyó
-ella era la que estaba en la cuna de Pirlipat-rápi.
damente al rincón del cuarto. Los consejeros de Lega·
ción echaron a correr detrás de ella, pero ... demasiado
tarde. A través de una rendija del sucIo desapare·
ció. Pirlipat despertó con el susto, llorando lastimera'
mente. «¡Gracias a Diosl-exclamaron
las guardianas -. ¡Vive!.) Pero grànde fué su terror cuando la
miraron y vieron lo que habia sido de la linda niña.
En lugar de la cabecita angelical de bucles dorados y
mejillas blancas y sonrosadas aparecía una cabezota
informe, que coronaba un cuerpo encogido y peque·
ño; los ojos azules se habían convertido en verdes,
saltones y mortecinos. y la boca le llegaba de oreja a
oreja. La reina por poco se muere de desesperación,
y hubo que almohadillar el despacho del rey porque
se pasaba el día dándose con la cabeza en la pared
y gritando con voz quejumbrosa: «¡Pobre de mí, rey
desgraciadol» Hubiera debido convencerse de que ha·
bría sido mejor comerse los embutido;. sin tocino y
dejar a la señora Ratona en paz con su familia de·
bajo del fogón; pero esto no se le ocurría al padre de
Pirlipat, sino que echó toda la culpa al relojero de
cámara y adivino Cristián Elías Drosselmeier de Nuremberg. En consecuencia, dictó una orden diciendo
que concedía cuatro semanas a Drosselmeier p¡¡.ra de·
volver a la princesa su primitivo estado, o po,' lo
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menos
indicar un
paraArango
conseguiria,
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caso de no hacerla así, al cabo de ese tiempo sufriría
la muerte más vergonzosa a manos del verdugo.
Drosselmcier asustóse muchó, a pesar de que confiaba en su arte y en su suerte, y procedió desde luego a obrar con arreglo a lo que creyó oportuno. Desarticuló por completo a la princesita Pir]jpat, inspecdonó las manos y los pies y se fijó en la estructura
interna, resultando de sus investigaciones q IlC la prin.
cesa sería más monstruosa cuanto más creciera y sin
hallar medio para evitarle. Vclvió a articular a la
princesa y q ued6se preocupado i un to a su cuna, de la
cual la pobre niña no habría de sali: nunca. Llegó la
cuarta semana; era ya miércoles, y el rey, que miraba irritadísimo al relojero, le dijo amenazador: (.Cristián Elías Dross~lrnejcr, si no curas a la princesa,
morirás.~ Droseelmeier comenzÓ a llorar amargamente, mientras la princesa Pirlipat partía nueces muy
satisfecha. Por primera vez pensó el eabio en la extraordinaria afición de Pirlipat a las nueces y en la
drcunstancia de que hubiera nacido con dientes. Después del cambio gritó de un modo lamentable, hasta
que, por casualidad, le dieron una nuez, que parti6
en seguida" comiéndose la pulpa y quedándose tranquila. Desde aquel momento las niñeras no hací:ln
otra cosa que darle nueces. (<¡Ohdivino instinto de
la Natura!eza, impenetrable simpatía de todos los
seresl-exc1amó
Cristián Elías Drosselmeicr-.
Tú
me indicas el camino para descubrir el secreto.') Pi·
dió permiso para tener una conversación con el astrónomo de cámara y le condujeron a su presencia,
custodiado
varios por
guardias.
Ambos
sabios
se del
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zaron con lágrimas en los ojos. pues eran grandes
amigos; retiráronse luego a un gabinete apartado y
registraron muchos libros que trataban del instinto
y de las simpatías y antipatias y de otras cosas ocul·
tal'. Hizose de noche; el astrónomo de cámara miró
a las estrellas y estableció el horóscopo de la princesa Pir!ipat con ayuda de Drosselmeier. que también
entendia mucho de esto. Fué un trabajo muy rudo.
pues las líneas se retorcían más y más; por fin ...• ;oh
a;legda!. ... vieron claro que para desencantar a la prin·
cesa. haciéndole recobrar su primitiva hermosura, no
tenían mas que hacerle comer la nuez Kracatuk.
Esta nuez tenía una cáscara tan dura que podía
gravitar sobre ella un cañón de cuarentá y ocho libras sin romperia. Debía partiria, en presencia de la
:,rincesa. un hombre que nunca se hubiese afeitado
ni puesto botas. y con los cjos cerrados darle a comer la pulpa. Sólo después de haber andado siete
pasos hacia átrás sin tropezar podia el joven abrir
los cjos. Tres días y tres noches trabajaron el astrónomo y Drósselmeier sin interrupción. y estaba el rey
sentado a la mesa al mediodía del sábado cuando
Drosselmeier. que debia ser .decapitado el domingo
muy de mañana, presen tóse de repen te IIeno de alegría. anunciando el medio de devolver a la princesa
Pirlipat la perdida hermosura. El rey 10 abrazó entusiasmado, prometióle una espada de diamante~, varias cruces y dos trajes de gala. «En cuanto acabe de
comer-dijo-pondremos
manos a la obra; cuide, señor sabio. de que el joven sin afeitar y sin zapatos
estéFue
2. mano con la nuez Kracatuk.
procure
que de
nola
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beba vino, con objeto de que no tropiece al dar los
síete pasos hacia atrás como un cangrejo; después
puede emborracharse si quiere.,> Drosselmeier quedó
perplejo ante las palabras del rey, y, temblando y
vacilante, balbuceó que d~sde luego se había dado
con el medío de desencantar :l la princesa, que consistía en la nuez susodicha y en el mozo que la partiese, pero que aur. quedaba el trabajo de buscar1cs,
pues había alguna duda de sí se encontrarían la nuez
y el partidor. lrritadísímo el rey, agitó en el aire el
cetro y gritó con voz fiera: «En ello te va la cabeza .•
La suerte para el apurado Drcsselmeier fué que el
rey había comido muy a gusto y estaba de buen humor para escuchar las disculpas que la reina, compadecida de Drosselmeier, le expuso. Drosselmeier recobró un poco de ânimo y concluyó por decir que había cumplido su misión descubriendo el medio con
que podía ser curada la princesa, y con ello creía 1':aber ganado la cabeza. El rey repuso que eso era charlar sin sentido; pero al fin decidió. después de tornar
un vasito de licor, que tanto el relojero domo el astrónomo se pusiesen en camino y no volviesen sin
traer la nuez. El hombre para partiria podía hallarse
insertando repetidas veces un anuncio en los periódicos del reino y extranjeros y en las hojas anuncia·
doras.
El magistrado suspendió el relato, prometiendo contar l}l resto al día siguiente.
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FIN
DEL
CUENTO
DE
LA NUEZ
DURA
A la noche siguiente, en cuanto encendieron las
luces, presentóse el padrino Drosselmeier y siguió
con tan do:
-Drosselmeier y el astrónomo estuvieron de viaje
quince años sin dar con las huellas de la nuez Kracatuk. Podria estar contándoos cuatro semanas seguidas los si tios que recorrieron y las cosas rar~.s que
vieron; pero no lo haré ahora, y sólo os diré que
Drosselmeier comenzó a sentir la nostalgia de su ciudad natal, Nuremberg. Y tal nostalgia fué mayor que
nunca un día que, hallándose con su amigo en medio
de ur. bosque en Asia, fumaba una pipa de tabaco.
~IOh hermosa ciudadl-quien
no te haya visto nun·
ca·-aunqlle haya viajado mucho-aunque
haya visi·
tado Londres, París y San Petersburgo -no le ha
saltado nunca el corazón -y sentirá la nostalgia de
ti-Ion
Nuremberg, hermosa ciudad-que
tiene tantas casas y ventanas bellas!» Cuando oyó lamentarse
tanto a Drosselmeier, sintió el astrónomo gran compasión, y comer.z6 a su vez a lanzar tales gemidos
que se podían oír en toda Asia. Logró, sin embargo,
rehacerse, sec6se las lágrimas y preguntó a su compañero: «Querido colega, ¿por qué nos hemos sentado
aquí a llorar? ¿Por qué no nos vamos a Nuremberg?
Después de todo, lo mismo nos da buscar la fatal
nuez: en un sítio que en otro .• «Es verdad., respondió
Drosselmeier, consolado.
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Lo¡¡ dos se pusieron en pie; sacudieron las pipas y
se fueron derechos. desde :.-1bo:;q ue del c~ntro de
Asia, a Nuremberg.
En cuanto llegaron allá. d~rigióse Drcsselmeier a
casa de su primo, el fabricant~ de muñecas, dorador
y barnizador Cristóbal ZacaríHs DrosseImeier, a quien
no veía hacía muchísimos años. Contóle toda la historia de la princesa Pirlipat, la señora Ratona y la
nuez Kracatuk, 10 cual le obligó a juntar las manos
repetidas v€'ces, en medi" del mayor asombro, y necir al cabo: (,¡Av primo, qué cosas tan extraordinarias me cuentas!') Drosselmeier continuó relatando las
peripecias de su largo viaje, de cómo habia pasado
dos años con el rey de la:; Pa;meras, de cómo le despreció el príncipe de los Almendros, de cómo pidió
inútilmente ayuda para sus investigaciones a las encinas; en una ¡:.alabra, de cómo por todas partes fué
encontrando dificultades, sin lograr dar con la menor huella de la nuez Kracatuk. Mientras duró el relato. Cristóbal Zacarías chasq ue6 los dedos vari::lSveces, levantóse sobre un pie solo y murmuró: «Hum ... ,
hum ... , lah!. .. , jah! ¡Eso sería cosa del diablo!» Al fin,
echó al aire la montera y la peluca, abrazó a su primo con entu5iasmo y exclamó: «¡Primo, primo! Estás
salvado; te: digo que estás salvado; si no me engaño.
tengo en mi poder la nuez Kracatllk:,) Y sacó una
cajita. en la que guardaba una nuez dorada de tamaño mediano.
~Mira-dijo enseñando la nuez a su primo-, mira.
La historia de esta nuez es la siguiente: Hace muchos años, en Navidad, vino un forastero con un saco
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lleno de nueces, que vendía baratas. Justament-: delante je mi puerta (;mpezó a reñIr con el vendedor
de nueces del puehlo, que le atacaba, molesto porque
e! otro vendiera
su mcrcancía, y para defenderse
mej:lr dejó el saco en el suelo. En d mismo momento, un carro muy cargado pasó por er.cima del saco,
partiendo todas las nueces menos una, que el forastero, riendo de un modo extraño, me dijo que me
vendia por una moneda de plata del afio 1720. Sorprendente me pareció encontrar en mi bolsillo una
moneda precbam~nte
de aquel año; compré la nuez
y la doré, sin saber a punto fijo por qué habla pagado
tan caro una simple nuez y por qué la guardé luego
con tanto cuidali!o.')
Las dudas que pudieran quedarles sobre la autenticidad de la nuez desaparecieron
cuando el astrónomo r:1iró detenidamente
la cáscara y descubrió que
en la costura estaba grabada en caracteres chinos la
palabra Kracatuk.
La alegrí¡¡, de los viajeros fu~ inmensa, y el primo consideróse el hombre rn.'is feliz
de la tierra, pues Drosselmeier le aseguró que había
hecho su suerte y que, además de una pensión fija,
podlía tener cuanto oro quisie::.e para dorar. El relojero y el astrónomo se pusier~n los gorros de dormir
y se iban a la camÓ., cuando el último, es decir, el
astrónomo, dijo: «Apreciable colega: una alegría no
viene nunca sola: yo creo que hemos encontrado,
juntamente
con la nut,z Kracatuk,
el joven que
debe partirla para que la rrincesa recobre su hermosura. Me refiero al hijo de su primo de usted. No,
no
dorrnir··~ontinuó-.
sino Arango
que vaya
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HorrMANN:CUF.N1"os.-T.
II.
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el horóscopo del joven.» QuitÓse el gorro de dormir
y se puso a hacer observaciones.
El hijo ¿"I primo era un m'lchacho fornido y simpático. que no se había afeitado todavía y nunca
había usado b¿tas. Cuando más joven, fué durante un par de Navidades un muñeco de guiñol. cosa
que ya no se le notaba merced a los solícitos cuidados de su padre. En los dias de Navidad usaba un
traje rojo con muchos dorados, una espada. el sombrero debajo del brazo y una peluca muy rizada con
redecilla. Así se lucia en la t.ienda de su padre. y por
galantería partía nueces para las muchachas. por lo
cual le llamaban el lindo Cascanueces.
A la mañana siguiente cogió el astrónomo al sabio
por los cabezones y le dijo: <<Esé1...• ya lo tenemos ",
lo hemos hallado. Sólo nos quedan dos cosas que prever: la primera es que créo yo se debe colocar al joven una trenza de madera unida a la mandíbula inferior, con objeto de sujetarla bien; y la segunda que
r.uando lleguemos a la Corte debemos ocultar con
sumo cuidado que llevamos con nosotros al joven que
ha de partir la nuez Kracatuk. He leído en su horóscopo que cuando el rey vea que algunos se rompen
los dientes tratando de partiria sin resultado ofrecerá al que lo consiga. y con ello devolver la perdida
hermosura a su hija, la mano de ésta y los derechcs
de sucesión al trono.» El primo fabricante de muñecas q uedóse encantado an te la perspectiva de que su
hijo pudiese ser príncipe y heredero de un trono. y
se confió en absoluto a los embajadores. La trenza
que Orosselmeier colocó a su sobrino resultó muy
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bien; tanto, que mediante aquel refuerzo podía partir hasta los durísimos huesos de los melocotones.
En el momer: to en que Drosselmeier y el astrónomo anunciaron a la Corte el hallazgo de la nuez se
hicieron todos los preparativos necesarios, y en cuanto llegaron con el remedio para la perdida ~elleza,
encontraron
reunidos a una porción de jóvenes, entre los cuaíes figuraban bastantes príncipes que, confiando ell sus fuertes dientes, trataban de desencantar 'a la princesa. Los embajadores
asustáronse
no
poco cuando volvieron a ver a Pirlipat. El cuerpeeillo, con sus manos y sus pies casi invisibles, apenas
si podía sostener la enorme cabeza. La fealdad del
rostru estaba aumentada aún por una especie de barba de algodón que le habían puesto alrededor de la
barbilla y de la boca. Todo ocurrió como estaba predicho en el horóscopo. Un barbilampiño
tras otro,
calzados con zapatos, fueron estropeándose
los dientes y las mandíbulas con l,a nuez Kracatuk, sin conseguir nada práctico; y cuando eran retirados, casi
sin sentido, por el dentista nombrado al efecto, decían suspirando: «¡Qué nuez tan dura!'> En el momento en que d rey, dolorido y triste, prometió al que
desencantara
a su hija la mano de la princesa y su
reino, apareci6 el joven Drosselmeier de Nuremberg,
que pidió le fuera permitido hacer la prueba. Ninguno como él hat-ía agradado a la princesa Pirlipat; asi
es que se colocó las manos sobre el corazón y suspirando profundamente
dijo: «¡Ah si fuera éste el que
partiera 12.nuez y se convirtiera en mi marido!'>
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cortésmente al rey. a la reina y a ia princesa Pirlipa t.
tomó de manos del maestro de ceremonias la nuez
Kracatul~. metiósela sill más entre los dientes. apre·
tó. y ...• ¡crac!, la ('.áscara se partió en cuatro. Limpió
la pulpa de los fragmentos de cáscara que quedaban
adheridos y. con una h umilde reverencia. se la en·
treg6 a la princesa, cerrando inmediatamente los ojos
y comenzando a andar hacia atrás. La princesa se
comió en seguida la nuez y, ¡oh maravilla!. eu el momento desapare0i6 la horrible figura, dejando en su
lugar la de una joven angelical, cuyo rostro parecía
hecho de azucenas y rosas mezclados con capullos de
seda; los ojos. de un brilknte ¡¡7.ul; los cabellos, de
oro puro. Las trompetas y los tambores mezclaron
sus sonidos a los gritos de júbilo del puer.lo. El rey
y toda su Corte bailaron en un pie. como el día del
nacimiento de Pirlipat. y la reina hubo de ser soco·
rrida con agua de Colonia. porque perdió e! sentido
de alegría.
El gran b-arullo desconcertó un poco al joven
Drosselmeier. que :1.unno habia terminado sus síete
pas'ls; logró dcminarse, y echó el pie derecho para
dar el paso sé¡:>timo; e~ el mismo instan te salió chi·
!land" la señora Ratona de una rendija del suelo, de
modo que al dejar C2er el pie el joven Drosselmeier.
la pisó. tropezando de tal manera que por poco se
cae. ¡Qué torpeza! Apenas puso el pie en el suelo,
quedó tan cambiado como antes lo estuviera la prin·
cesa Pirlipat. El cuerpo se le quedó encog~do yapf:'·
nas si podia sostener la enorme cabeza con ojos Sil]·
tones
boca monstruosa
y abierta.
En vez
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trenza, le calgaba a la espalda una carita que estabil
unida a la mandibula inferior. El relojero y el a::;tI6·
nomo estaban fuera de si de miedo y de rabia, vien·
do COli gusto que la señora Ratona yacía <ln el suelo
cubierta de sangre. Su maldad no C; uedaria sin cas·
tigo, pues el joven Drosselmeier le di6 en la cabt'za
con el tac6n de su zapato, hiriéndoJa de muerte. Agonizando ya, q uejábase dll un modo lastimem, diciendo: «IOh Kracatuk, nuez dura causa de mi muerte!
¡Hi. hi, hi! Hermo¡,o Ca.,canueces, también a ti te alcanzará la muerte. Mi hijito, el de las siete coronas,
dará su merecido a Cascanueces y vengatá en ti a
su madre. Vive tan conti:'nto y tan colorado; me despido de ti en las ansias de la muerte.'> Y acabado de
decir esto, murió la señora Ratona y fué sacada del
calen tador real.
Nadie se había ocupad0 del pobre Drosselm~ier; la
princesa recordó :lI rey su promesa de darJe por esposa al vencedor, y e:1tonces se mandó llamar ~.J joven héroe. Cuando se presentó el desgraciado en su
nuevo aspecto, la princesa se cubrió el rostro con las
manos, exclamando; ('i Fuera, fuera el asqueroso Cascanueces!,} El mayordomo
mayor le cogió por los
hombros y ]0 echó fuerfl del salón. El rey se enfuyc·
dó mucho al pensar que le habían q uelido dar por
yerno a un C"scanut;ces; echó toda la culpa de lo
ocurrido al relojero y al astrónomo y los mandó desterrar del reino. Esta parte no fjgurab:l en el horóscopo qUIl el astrónomo leyera en Nuremberg; no poy
eso se abstuvo de observar las estrellas, pareciéndole
leer en ellas que el joven Drosselmeier se portalía
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tan bien en su nueva sitt:~.ción quc, a p~sa!' de su
grotesca figura, llegaría a ser príncipe y rey. Su deformidad no desapareceria ¡,asta que cayese en su
poder el hijo de la scñora Ratona, que después de
la muerte de los otros siete habia nacido con si!:te
cabezas y ahora era rey, y cuando una dama lo amaze a pesar de su figura. Segmameme habrá podido
verse al pobre Orosselmeier en Nuremberg, en Navidad, en la tiend;;. de su padre, como cascanueces
al mismo tiempo que como principe. Este es, queri.
dos niños, el cuento de la nuez dura, y de aqui viene
el que la gente, cuando encuentra difícil una cosa,
suela decir: «¡Qué nuez t<1.ndura!». y también el que
los cascanueces sean tan feos.
Asi terminó el magistrado su relato.
Maria sacó en consecu~ncia que la prinçesa Pirlipat
era una niña muy cruel y desagradecida. Federico,
por el contrario, er:J. d~ opinión que ~i Cascanueœs
quería volver a ser un guapo m070 debia nf) ?ndarse
en contemplaciones con el rey de los ratones y no
tardaria en recobrar su prirr:itiva figura.
TIO
Y SOBRINO
Si alguno de mis lectores '.I oyentes se ha cortado
con un cristal, sabrá por experiencia lo mitla cosa
que es y lo que tarda en C1lT6.rse.María tuvo que pasarse una semana en la cama, porque en cuanto trataba de levantarse sentíase muy mal. Al fin; sin embargo, se puso buena, y pudo, como antes, andar de
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un lado para otro. En el armario de cristales todo cs·
t;¡.ba muy bonito, pues había árboles y flores y casas
nuev'lS y también lindas muñecas. Per0 lo que más
le agradó a María fué encontrarse con su qu~rido
Cascanueces, que le sonreia desde la segunda tabla,
enseñando sus dientecillos nuevos. Conf0rme estaba
mirando a su preferido, recordó con tristeza todo lo
q Ut: el padrino les había contado de la historia de
Ca<;canueces y de sus disensiOnes con la señora Ratona y su híjo. Ella sabía q \le su muñeq uito no podía
sel otro que el joven Drosselmeier de Nuremberg, el
sobrino querido de su p:.ldrino, embrujado por la señora Ratona. Y tampoco le cabía a la niña la menor
duda de que el relojer0 de la Corte del padre de Pir¡¡pat no era otro que el magistrado Drosselmeier.
-Pero ¿por qué razón no acude en tu ayuda tu
tio? ¿Por qué?--exclamaba
tristemente al recordar,
cada vez con más viveza, que en la ba ta!:a que presenciara se jugaron la corona y el reino de Cascanueces-o ¿No eran súb,{jto" suyos todos los demás
muñecos y no e. a cierto que la profeda del astrónomo de cámara se habia cumplido y que el joven
Drosselmeier era rey de los muñeccs?
Mientras la inteligente María daba vueltas en su
cabecita a estas ideas, pareció le que Cascanuecvs y
sus vasallo<;, en el mismo momento en que ella los
cor.sideraba como seres vivos, adquirían vida de ver·
dad y se movían. Pero no era así: en el armario todo
permanecía tranquilo y quieto y María -¡ióse obligada
a renunciar a su convencimiento íntimo, aunque ¿esde luego siguió creyendo en la brujería de la señora
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Ratona y de su hijo. el de las siete cabezas. Y diri·
giéndose al Cascanw':ces le dijo:
--Aunque nI) se pueda usted mover ni decirme una
ralabra. querido señor Drcssdmeier, sé je sobra que
ust::d me comprende y sabe lo bien que le quiero;
cuente con mi adhesión para tl)do \0 que usted necesite. Por lo pronto voy a pedir al padrino que, con
su habilidad, lo:¡ayude en lo que sea precis0.
Cascanueces permaneció quieto y callado; pero a
María le pareció que en el armario so::oía un suspiro
suavisilT'o, apenas perceptible. que al choc;!.r con los
cristalt's producía tonos melodiosos, como de campanitas, y creyó escuch:?r las palabras siguientes: ~Maria. angelito ne mi guarda .... he de ser tuyo y tú mía.~
Muia sintió u~ ~iellestar dulcísímo, en medio de
un estremecimien to que recorrió todo su ser.
Anocheció. El cop.sejero d~ Sanidad entró con el
padrino Dros:elmeier, y a poco Luisa preparó el te
y toda la famili<l se reunió alrededor de la mesa, hablando alegremente. MarÍ:1 fué a buscar su silloflcito
en s!lencio y se colocó a los pies del padrino Drosselmeiey• Cuando todo el mundo se calló, Maria miró
con sus grandes Oj0~ azules muy abiertos al padrino
y le dijo:
- Ya sé. querido padrino, que mi Cascanueces es
tu sobrino, el joven Dr<Jsselmeier de Nuremberg. Ha
llegado a príncipe, mejor dicho a rey, cumpliéndose
la profecía de tu amigo el astrónomo; pero, como tú
sabes perfectamente, está en beha abierta con el hijo
de la señor:< RatoM. ~on el h~rriblf' fP.Y de los ratones. ¿Por qué no lo ayudas?
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María :e volvió a referir roda la hatalla que ella
presenciara. viéndose interrumpida varias veces por
las carcajadas de su madre y de Luisa. Solamente
Federico y Drosselmeier permanecieron serios.
-¿De dónde se ha sacado todas esas tonterías esta
d.iquilla?--dijo
el consejero de Sanidad.
--Es que tiene una imaginación volcánica--repuso
la madre-o Todo ello no son mas que sueños producidos por la fiebre.
-- Nada de eso es cierto -exclamó Federico - -; mis
húsarcs no son tan cobardes. ¡Por el bajá Manelka!
¿Cómo ica yo a consentir semejante cosa?
Sonriendo de un modo especial, tomó Drosselme.ier
en bmzos a la pequeña Ma~ia y le diJO, con más dulzura '1ue nunca:
-Hija
mía: tú p03ecs más que ninguno <le nOsotrcs; rú has nacido princesa, como Pirlipat, y reinas
en un reino hermoso y brillante. Pero tienes q U'3 sufrir mucho si quieres proteger al pobre y desfigurado
Cascanueces, pues el rey de los ratones lo ha de pelseguir de todos modos y por todas partes. Y no soy
yo quien puede ayudarle, sino tú; tú sola puedes
~alv8_rle; sé fuerte y fiel.
Ni Maria ni ninguno de los demâs supo lo que queria decir Drosselmeier con aquellas palabras. Al consejero de Sanidad Je chocaron tanto que, tomando el
pulso al magistrado, le dijo:
-Querido amigo, usted padece de congestión cerebral: vaya recetarle algo.
LI madre de María movió la cabeza, pensativa. y
dijo:
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-Yo me figuro lo que el magistrado quiere decir,
pero no lo puedo expresar con palabras corricn tes.
LA VICTORIA
No había transcurrido m·lcho tiempo cuando I'~a·
ría se despertó, una noche de luna. por un ruido extraño que parecía salir de un rincón de su cuarto.
Era como si tiraran y rodasen piedrec!llas y como si
al tiempo sonasen unos chillidos agudos.
-j Los ratones. los ratonesl-excJamó
Malia, asustada.
y pensó en despertar a su :nadre; pero cesó el ruido
y no se atrevió a moverse.
Por fin vió cómo el rey d~ los ratones trataba de
pasar a través de un1! rendija y cómo lograba penetrar en el cu?rto, con sus siete coronas y sus ojillos
chispeantes, y de un salto se colocaba en una m-:lsita
junto a la r.ama de María. «¡HL., hi..., hi!. ..; dame tus
conii tes ...• dame tu mazapán, linda niña ... ; si no, morderé a tu Cascanueces.» Así dccía el rey de los ratones en sus chiilidos, rechinando ;11 mismo tiempo los
dientes de un modo espantoso y desapareciendo a
los pocos momentos por el agujero. María S'J angustió tanto con aquella aparición que al día siguiente
estaba pálida y ojerosa y, muy conmovida. apenas
se atrevía a pronuncinr palabra. Cien veces pensó
quejarse a su ma':ire, r, Luisa o, por lq menos, a Federico de lo que le había ocurrido; pero pens6:
-No me van a Greer y además se van a reír de mí.
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Corn~rendia claramente que para salvar a Case;!·
nUf~ces Umía que dar confites y mazapán, y a la
noche siguiente ::olocó cuanto poseia en el borde riel
armaria. Por 1" mañan3, 1:1 r.on:¡~jerâ. dll S"nidad
dijo:
- Yo no sé par dónde e;-,tran los raton~s en la casa;
pero mira, María, lo que han hecho con tus confites:
se los han comido todos.
Asi era en efecto. El mazapán relleno no había sido
del gusto del glotón rey de los ratones, de suerte c¡ue
SÓl0 lo había roído eon sus dientes afilados, y por
tan to no había más rt~medio que tiraria. M?ría nu
se preocupó para nada cie :,:us golosinas; al contrario, mostrábase
muy contenta porque creía haber
s;¡lvado así a su Cascanueces. Pero cuál no sería su
susto cuando a la noche síguiente volvió a air chillar j un to a SIlS oídos. El rey de los ratones estaba
otra vez allí, y sus ojos brillaban más asquerosos aún
que la noche an telior, y rcchir.aba los dientes con
más fuel za, diciendo: (,~,Ie tienes que da, azúcar ... y
tus muñecas de goma, nii'íita, pues si no morderé a
tu Cascanuec~s.») y en' cuanto hubo pronunciado
tales palabras desapareció por el agujero.
María quedó afligidísima. A la mañana siguiente fué al armario y contempló sus muñecos de azúcar y de goma, Su d0lor era muy explicable, porque
no te puedes imaginar, querida lectora. las figuritas
tan monas de azúCélr y de goma que tenía María
Stahlbaum, Además de un pastorcillo muy lindo, c;on
su p¡:¡storcita, y un rebaño completo de ovejitâ~
blancas
como laporleche,
<{ueLuis
pastaba
;lcompañado
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u~ perro saltarín y alegre, había dos carteros con
cartas en la mano y cuatro parejas de jovenzuelos
y muchachitas vestidos de colorines, que se balanceaban en un columpío ruso. Detrás de unos bailarines asomaba el granjero Tomíllo con la Doncella
de Orleáns, los cuales no eran muy del agrado de María; pero en el rinconcito estaba un nene de mejillas
coloradas: su predilecto. Las lág. imas asomaron a los
ojos de la pohe María .
._-¡Ay! -exclamó
dirigiéndose al Cascanueces--.
Querido señor Drosselmeier, ¿qué no haría yo por
salvarlo? Pero, la verJad, esto es demasiado duro.
Cascanueces tenía un aspecto tan triste, que María, que creía ver al repugnante rey de los ratones
COll sus skte bocas abierta:; lanzándose
sobre el desgraciado jov~n, decidió sacriiícarlo todo.
Aquelk. noche colocó todos sus muñecos de aZlícar
en el borde del armario, como hiciera la r,oche anterior con los confites. Besó al pastor, a la pastora, a
los borreguitos y, por Último, cogió a su predilecto,
el muñequito de goma de los carrillos colorados, colocándclo detrás de todos. El granjero Tomillo y la
Doncella de Orleáns ocuparon la p~imera Hnea.
-Esto es demasiado-dijo
la consejera de Sanídad
a la mañana siguiente-o. De':¡e de haber anidado en
el armario algún ratón grande y hambriento, pues
todos los muñecos de azécar de la pobre María están
roídos y deshechos.
María no lograba contener las lágrimas, pero al
£in consiguió sonreír, pues pens6: (,Con esto, seguramen te estará salvado Ca;.car:l1ec~s.')
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Cuando po~ la noche la señora con taba rJ magistrado la fccl'toría y manifestaba su creencia de que
en p.1armario detía de f'sconderse un ratón, dijo su
marido:
-Es terrible que no podamos acab",r con el asqueroso ratón que se oculta er. ei armaria y se cerne todas las golosinas dp. María ..
-Mira--exclamó
Federico muy satisíecho-:
el panadero de abajo tiene un magnifko consejero de legaci6n fris; voy a subirio; él pondrá las cosas en orden
.Y se comerá al ratón, aunque sea la misma señ0ra
Ratona o su hijo el rey de las siete cabezas.
·-Si - repuso la madre riendo -, y se subirá endma de las sillas y de las mesas, y tirará los vasos y
las ta,;;as, y hará mil fechoria,> por todas partf)s .
.-.De nin?una manera -replic6 Federico -. El ga to
del'uanadero es n;uy hábil; ya quisiera yo saber andar con tanta suavidad como é! por los tejados.
---No traigáis un gato por la noche --f'xclarTl6 Luisa, que no podía sufrir a tales anirr.ali tos .
. -Realmp.nte-dijo
el padre-,
Fedf'ríco tiene razón; pero también podemos colocar una ratcnela .•:No
tenemos alguna?
_. Nos la puede hacer el p,vhino, que es el inventor
de ellas - dijo Fenerico.
Todos rieron la ccurrtncià; y <.nte la afirmación
de la madre dp. que en la casa no había ninguna r::.Itonera, declaró el magistrado que él tenía varias, y
se fu6 en seguida a su ca:"a a bu~car una de las m
jores.
Federico y María recordaban el cuento de la nuez
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dura. Y cuando la cocinera prepar3ba el tocino. rv:aría comenzó a temblar y a p.sttl:mp.cerse. y dijo:
--Señora reina, tenga cuidado con la ~eñora Ratona y su familia.
y Federico, de~envaina!ldo su sable, exc1arr.6:
--Que vengan, si quieren, qt;e yo los es;-antaré.
Todo permaneci6 tran4uilo debajo del fog6n. Cuando el magiSlrado hubo concluí<io de poner el tocino
en el hilo y coloc6 la ratonerr. ~n ei 2rm;:¡rio, díjole
Fe:ierico:
- Ten cuidado, padrino rel~'jero, no vaya a ser que
el rey de los ratones te juegue una mala pasada.
¡Qué mal lo pasó MJ.ría a la noche siguiente! Una
cosa fria como el hielo le tocaba en el brazo, posándose asquerosa en sus meji1!as y chillando a su oído.
El repugnante rey de los ratones estaba sobre su
hombro, y babeaha de color rojo sanguir.olento por
sus siete bocas abiertas, y castañeteando
y rechinando sus dientecillos murmuraba al oído de Maria:
(I¡SSSS ••• , sss!; no iré a la casa .... no iré a comer ... , no
caeré en la trampa ... ; ¡sss!. .. , dame tu libro de estampas ... , y además tu vestidito nuevo. y si no, no
te dejaré en paz. Has de saber que si no me haces
caso morderé a Cascanue~es. ¡HL., hL., J-:il... l)
M_~ríali ued6se muy triste y apesadum"c.rada, y por
la mañana estaba palidísima cuando su madre le
comunicó:
--El pícaro ratón no ha caido.
y supo'1iendo 1:1buc.na señoril que la catlsa de la
tristeza de M"ría era la pérdida de sus gol03inas,
añadió:
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-Pero pierde cuidado, querida mia, que ya lo cogeremos. Si no valen las ratcner?s, acudiremos al
¡;2 to gris de Federico.
En cu~nto María se vió sola en la habitación. acercóse al armario de cristales y, suspirando, dijo al
Cascanueces:
-Querido
señor Drosselmeier: ¿qué l'uede hacer
por usted e:sta desgraciada niña? Si le doy al asque·
roso rey de los ratones mis libros d., estampas y el
vestidito que me trajo el Niño Jesús, me seguirá pi.
diendo cosas hasta 4ue no tenga ya nada que darle,
y me muerd? a mí en vez de morderle a usted. ¡Po.
bre de mí! ¿Qué haré ...• qué haré?
Llorando y lamentándose, la pequeña María nC't6
que de la noche famosa le quedaba al Cascanueces
una mancha de sallgrc en el cuello. Desde el momento
en que María :supo que el Cascanueces era el joven
DrosselmP.ier. el sobrino del magistrado, no lo llevaba
en brazos ni lo besaba ni acariciaba; es más: por una
especie de respdo. ni se atrevía a tocarlo. Este día.
sill embargo. lo tomó con mucho cuidado de la tabla
en que estaba y comenzÓ a frotarIe la mancha con
su pañuelo. Qué emociÓn la suya cuando observó que
Cascar.ueces adquiría calor en sus manos y empezabz.
a mOVerse. Muy de prisa volvió a ponerlo en el al'·
mario, y entonces oyó que decía muy bajito:
-Querida señorit<l de Stahlbaum. respetada amiga
mî;.¡, ¡cómo le agradezco todo!. .. No. no sacrifique
usted sus libros de estamp;:¡s ni su vesti:lo nuevo ..;
propo~·<:ión(:me una espada ...• una espadó.; 10 demás
Este COrl"P.
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Aquí perdi6 Cascanueces el habla; y sus ojos, que
adq uirie;an cierta cxprc~i6n de melancolia, volvi¡>ron
a quedarse fijos y sin vida.
María no sínti6 el menor miedo; antf.S por el contrario, tuvo una gran alegría al saber un medio para
salvar al Cascanueces sin mayores sacrificios. Pero
¿de dónde podría sacar una espada para el pobre; pe·
queño? Decidió tomar consejo d~ Federico; y por la
neche. luego de habe!'se re tirado los ¡:adres y sentados los dos JUDto al a;mario. le cont6 todo lo que
le había ocurrido Call el Cascanueces y con el rey de
los rat:mes y la manera corno creía poder salvar al
primero. Nada preocupó tanto a Federic.o como el
saber lo mal q ue su~ h úsares se portaron en la ba talla. Preguntó de nuevo 'l. su hermana si estaba segura d~ lo que afirmd.ba. y cuando María le dió su
palabra de que cuan to deela era la verdad, acercóse
Federico al armario de crista:es. dirigíó a sus húsares
un discurso ¡Jatético y, para castigarias por su cobardía y su egoismo, les quitó del quepis la divisa y
les prohibió tocar la marcha de los húsares de la
Guardia durance un año. Después q up.hubv ordenado
el castigo, volvi6se a María :r le dij o:
-. En cuan to a lo de I sab '-e, yo puedo ayudar a
Cascanueces. Ayer precisamente he retirado a un coronel de coraceros. concediénèole una pensión, y por
tan to ya no necesita espada.
El susodicho coronel disfrutaba su retiro en el más
oculto rinc6n de la tabla superior; allí fueron a buscarlo. Le quitaron el sable, con incrustacíor.es de plata, y ~e lo colgaro," a Cascan i.lr:ces.
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Më.ría no pudo dormir aquella noche de puro miedo. A eso de las doce pareció le oír en el gabinete rui.
dos extraÎÍCls. De pronto oyó un chillido.
-¡El rf'lYde los ratones!... ¡El rey de los ratones!exclamó María, y saltó de la cama horrorizada.
Todo estaba en silencio; pero a poco llamaron suave
mente a la puerta y escuchóse una vocecilla tímida:
-Respetada
señorita de Stahlbaum, alra sin miedo ... Le traigo buenas noticias.
María recono('Íóla voz del joven Drossdmeier. Echóse el vestido y abrió la puerta. Cascanueces estaba
delante de ella, con la espada ensangrentada
en la
mano derecha y una bujía en la izquierda. En cuanto
vi6 a María, puso la rodilla en tierra y dijo:
-Vos, señora, habéis sido la que me habéis animado y armado mi brazo para vencer al insolente
que se habí" permitido insultaras. Vencido y revol·
cándos3 en su sangre yace el traidor rey de los ratones. Permitid, señora, que os ofrezca el trofeo de la
victoria y dignaos aceptarlo de manos de vuestro
rendido caballero.
y al decir estas palabras dejó ver las siete coronas de oro del rey de los ratones, que llevaba en el
brazo izc¡uierdo, entregándoselas a la niña, que las
tomó llena de alegría.
Cascanueces se puso de pie y continuó:
-Respetada
señorita de Stahlbaum: ahora que mi
enemigo está vencido, tendría sumo gusto en mostrade una porción de cosas bellas, si tiene la bondad
de seguirme unos pasos. Hágalo, hágalo, querída señorita.
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II
5
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66
EL
REINO
DE LAS MUÑECAS
Me parece a mi, queridos lectores, que ninguno de
vosotros habría vacilado en segt;ir al buen Cascanue·
ces, que no era fácil tuviese propósito de causaras
mal alguno. M:uia lo hizo así. con tanto mayor gusto
cuanto que sabía podía contar con el agradecimiento
de Cascanueces y estaba convencida de que cumpli·
ría su palabra hacié-ndole ver multitud de cosas be·
lias. Por lo tanto, dijo:
--I ré con usted, señor Dross€.lmeíer, pero no muy
lejos ni por mucho tiempo, pues no he dormido nada.
-Entonces
tomaremos el camino más cortn, aun·
que sea el más difícil-respondió
C:iscanueces.
y echó a andar delante, siguiéndole María, hasta
que se detuvieron frente al gran armario ropero del
ree:bimiento. M:uía quedós~ asombran3 al ver que
las ptlert~s del armario, habitualmente cerrada:;, es·
taban ahiertas de par en par, dejando al descubierto
el abrigo de piel de zorra que el padre usaba en los
viajes y que colgaba en primer término. Cascanueces
trepó con mucha agilidad per los adornos y molduras, hasta que pudo alcanzar el hermoso hopo que,
sujeto por un grueso cordón, colgaba de la parte de
atrás del abrigo de piel. En cuanto Cascanueces se
apoderó del hopo, echó abajo una escala monísima
de madera de ceciro a través de la mang3 de piel.
-Haga el favor de subir, señorita-exdamó
CdScanueces.
Marla lo hizo así; pero a¡:enas hahía comenzado a
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6/
subir por la manga, casi en el momento en que empezaba a mirar por en::ima d'?l cuello, quedó deslumbrada por una luz cegadora y enoontróse de repente
en una pradera perfumada, de la que brotaban millones de chi~pas como piedras preciosa~.
-Estamos
en la pradera de Cande -dijo
Cascanuec~s-y
tenemes que p;¡sar por aq~ella puerta.
En tances advirtió M2.ria la hermosa puerta que no
viera hasta aquel momento, y que se elevaba a pocos
pasos de la pradera. Parecia edificada de mármol
blanco, pá.l do y color corinto; pero mirándola despacio descubrió q ue'los materiales de construcción eran
almei1dras garapiñadas y pasas, por cuya razón, según le :lija C;=¡sr;anueces. aljuella puerta por la que
iban a penetrar se llamaba la ('puerta de las almendras y de las pasas'). La gel1te vulgar llamábala la
('puerta de los mendigos,), con muy poca propiedad.
En una galf'.ria exterior de esta puerta, al parecer de
azúcar de naranja, seis manitas, vestidos con c;¡saquitas rojas, tocaban una música turca de lo más
bonito que se puede oír, y M:nia a¡:.enas s: advir:ió
que seguían avanzando por, un pavimento de lajas de
mármol c¡ue, sin embargo, 1',0 eran otra cos;=¡ que
pastillas muy bien hech;=¡s.
A poce oyf.rc.nse unos acordes dulcísim0S, procedentes de un bosq'.lecil!o maravillcso que se extendia
a ambos lados. Sntre el follaje verde habia tal claridad que se veían perfectamente
los frutos dorados y
plateados colgando de las ramas, de colores vivos. y
éstas y los troncos ap8recían adornados con cintas y
ramos
j~ flores, que semejaban
novios
alegres
y dere·la
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68
ciencasados 1lenos de feliCidad. Y de vez en cuando
el aroma de los naranjos era esparcido por el blando
céfiro, que resonaba en las ramas y en las hojas, las
cuales, al entrechocarse, producian un ruido semejante a la más melodiosa música, a cuyos acordes bailaban y danzaban las brillantes lucecillas.
-¡Qué Gonito es todo esto! -exclamó
María, encantada y loca de contento.
-Estamos
en el bosque de Navida:l, querida señorita -dijo Cascanueces.
-¡Ay-continuó
Maria-.
si pudiera permanecer
aquí! ¡Es tan bonitol
Cascanueces dió una palmada y aparecieron unos
pastores y pa~toras, cazadores y cazadoras, tan lindos y blancos que hubiera podido creerse estaban
hechos de azúcar, y a 10s cU31es no había visto María
a pesar de que se paseaban por el bosque. Llevaban
una preciosa butaca de oro; colocaron en e1la un almohadón de malvavisco y, muy corteses, invitaron a'
María a tomar asiento en ella. Apenas lo hizo, empezaron pastores y ~astoras ri baílar una danza artistica, mientms los cazadores tocaban en sus cuernos de caza; luego desaparecieron todos en la espesura.
-Perdone, señorita de Stahlbaum-dijo
Cascanueces -, que el baile haya resultado tan pobre; rero
los personajes pertenecen a los de los bailes de alambre y no saben ejecutar sino los mismos movimientos siempre. También hay una razón para que la
música de 103 cazadores sea tan monótona. J;:I cesto
de] azúcar está colgado en los árboles de Navidad
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encima de su:¡ narices, pero un poco alto. ¿Quiere usted que sigamos adelanter
- Todo es precioso y me gusta muchísimo
dijo
María levantándose para seguir a Cascanueces, que
había echado a andar.
Pasaron a lo largo de un arroyo cantarín y alegre,
en el que se advertía el mismo aroma delicioso del
resto del bosq ue.
-Es el arroyo de. las naranjas-respondió
Cascanueces a la pregunta de María-;
pero, aparte su
aroma, no tiene comparación en tamaño y belleza
con el torrente de los limones, que, como él, vierte
en el mar de las almendras.
En seguida escuchó María un ruido sordo y vió el
torrente de los limones. que se precipitaba en ondas
color perla entre arbustos verdes chispeantes como
carbunclos. Del agua murmuradora
emanaba una
{rescura recon{ortante para el pecho y el corazón.
Un poco más allá corría un agua amarillenta, más
espesa, de un aroma penetrante y dulce, y a su orilla ju~ueteaban una multitud de chiquillos, que pescaban con anzuelo, comiéndose al momento los pececitos que cogían. Al acercarse, observó María que los
tales pececi\1os parecían avellanas. A cierta distancia divisábase un pueblecito a orillas del torrente;
las casas, la iglesia, la rectoral, las alq uerías, todo
era pardusco, aunque cubierto con tejados dorados;
también se veían algunos muros tan bonitamente
pintados como si estuviesen sembrados de corteza ¿e
limón y de almendras.
-Es
la patria por
del
alajú-dijoLuis Ángel
Cascanueces'-,
que
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está situada a orillas del arroyo de la miel; ahi habitan gentes muy guapas, pero "asi siempre están descOnten tas p0rq ue padecen de dolores de' muelas. No
los visitaremos por esta razón.
Luego divisó Maria una dudad peq ueña, compuesta de casitas transparentes y claras, que resultaba
muy linda. Cascanueces dirigióse decididamente a
ella, y María escuchó un gran estrépito, viendo que
miles de personajes diminutos se disponian ¡). descargar tina infinidad de carros muy cargados que estaban en el mercado. L0 que sacaban aparecia envuelto en papeles de color¡>sy semejaba pastillas de chocolate.
-Estamos
en el país d~ los bombones--dijc
Cas·
canueces-,
y acab<l de llegar un envío del país del
papel y del rey del choco!ate. Las C!lsas de! país de
los bombones estaban seriamenk amenazadas por el
ejército que manda el al miran te de las moscas, y por
esta causa las cubren con los dones del país del papel y construyen fortificaciones con los envíos jel
rey del chocolate. Pero en este pais no nos hemos de
conformar con ver los pueblos. sino que debemos ir a
la capital.
y Cascanueces guió hacía la capital a la curiosa
María.
Al poco tiempo notó un pronunciado olor a rosas
y todo apareció como envuelto en una niebla rosada.
María observó que aquello era el reflejo de un agua
de ese color que en ondas armoniosas y murmuradoras corria ante sus ojos. En aquel lago encantador,
que se ensanchaba hast3 adquirir las proporciones de
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un inmenso mar, nadaban unos cuantos hermoso:!
cisnes plateados, a cuyos cuellos estaban atadas cintitas de oro y cantaban a porfía las canciones más
lindas; y en las rosadas ondas, los pececillos diamantinos iban de un lado para otro, como danzando a
compá~.
-IAh! -exclamó María en tusiasmada -. Este es un
lago como el que me quería hacer el padrino Drosselmeier en una ocasión, y yo soy la niña que acariciaría a los cisnes.
Cascanueces sonrió de un modo más burlón que
nunca y dijo:
-El tío no sabría hacer una cosa semejante; usted
quizá sí, querida señorita de Stahlbaum ... Pero no
discutiremos por esto; vamos a embarcamos y nos
dirigiremos, por el lago de las rosas, a la capital.
LA CAPITAL
Casc;J.nueces dió una palmada: el lago de las rosas
comenzó a agitarse más, las olas se hicieron mayores
y María vió que a lo lejos dirigíase hacia donde
estaban ellos un carro de conchas de marfil, claro y
resplandeciente,
tirado por dos delfines de escamas
doradas. Doce negritos monísimos, con monteritas
y delantalitos tejidos de plumas de colibrí, saltaron
a la orilla y trasladaron a María y luego a Cascanueces, deslizándose suavemente sobre las olas, al carro,
que en el mismo instante se puso en movimiento. ¡Qué
hermosura
verse por
enlaelBiblioteca
carro de
embalsamado
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de aroma de rosas y conducido por encima de las olas
rosadasl Los dos delfines de escamas doradas levantaban sus fa'uces, y al resoplar brotaban de ellas
brillan tes cristales que alcan¡:aban a gran altura, 'loI·
viendo a caer en ondas espumosas y chispeantes. Lue·
go pareci6 como si cantaran multitùd de vocecillas.
«¿Quién boga por el lago de las rosas? .. ¡El hada!. ..
Mosquitas, ¡sum, sum, sumI Pececillos, ¡sim, sim, siml
Cisnes. ¡cua, cua. cual Pajaritos, ¡pi, pi, pi! Ondas del
torrente, agitaos, cantad, observad ..• El hada viene.
Ondas rosadas, agitaos, refrescad, bañad.l) Pero los
doce negritos. que habían descendido del carro de
conchas: tomaron muy a mal aquel canto y sacudieron sus sombrillas con tal fuerza que las hojas de pal·
mera de que estaban hechas empezaron a sonar y
castañetear, y ellos al tiempo acompañaban con los
pies, haciendo una cadencia extraña y cantando:
f¡Clip, clap, clip, clap!, cortejo de negros, no calléis;
no os estéis quietos, pececillos; danzad, cisnes; balan·
céate, carro de concha, balancéate. ¡Clip, clap, clip,
cIap!»
-Les
negros son muy alegres-dijo
Cascanueces
un poco sorprendido -, pero alborotan todo el lago.
Con efecto, en seguida se oyó un gran murmuIlo de
yoces extraordinarias
que parecía como si saliesen
del agua y flotasen en el aire.
María no se fijó en las últimas, sino que miró a las
ondas rosadas, en las cuales yió reflejarse el rostro de
una muchacha enc:antadora que le sonreía.
-¡Ah! -exclamó
muy contenta. palmoteando-.
Mire,
señor
Drosselmeier.
allã abajo
está Arango
la princesa
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Pirlipat, que me sonrie de un modo admirable. ¿No
la ve usted, señor Drosselmeier?
Cascanueces suspiró tristemente y dijo:
--Querida señorita de Stahlbaum, no es la princesa Pirlipat; es su mismo rostro el que le sonríe en las
ondas de rosa.
María volvió la cabeza, avergonzada, y cerr6los ojos.
En aquel instante encontr6se trasladada por los
mismos negros a la orilla, y en un° matorral casi tan
bello como el bosq ue de Navidad, con mil cosas admirables y, sobre todo, con unas frutas raras que
colgaban de los árboles y las cuales no sólo tenían
los colores más lindos, sino que olían divinamente.
-Estamos
en el bosque de las confituras- dijo
Cascanueces -; pero ahí está la capital.
En tances vió María algo verdaderamente
inesperado. No sé cómo lograría yo, queridos niños, explicaras la belleza y las maravillas de la ciudad que se
extendia ante los ojos de Maria en una pradera florida. Los muro~ y las torres estaban pintados de co·
lores preciosos; la {arma de los edificios no tenía igual
en el mundo. En vez de tejados, lucían las casas coronas lindamente tejidas, y las torres, guirnaldas de
hojas verdes de lo más bonito que se puede ver. Al pasar por la puerta, que parecía edificada de macarrones y de frutas escarehadas, siete soldados les pre·
sentaron armas, y un hombrecillo con una bata de
brocado echóse al cuello de Cascanueces, saludándolo
con la1; siguientes palabras:
-Bien venido seáis, querido príncipe; bien venido
al
de Mermelada.
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María admiróse no poco al ver que Drosselmeier
era considerado y tratado como príncipe por un ham;
bre distinguido.
Luego oyó un charlar confuso, un
parloteo, unas risas, una música y unos cánticos que
la distrajeron de todo lo demás, y s610 pensó en averiguar su causa.
-Querida
señorita de Stahlbaum -respondió
Cascanueces-,
no tiene nada de particular. Mermelada
es una ciudad alegre; siempre está Jo mismo. Pero
tenga la bondad de seguirme un poco más adelante.
Apenas anduvieron unos pasos, llegaron a la plaza
del Mercado, que presentaba
un aspecto hermoso.
Todas las casas de alrededor eran de azúcar trabajada con calados y galerías superpuestas; en el centro
alzábase un l'ami1\ete a modo de obelisco; cerca de él
lanzaban a gran altura sus juegos de agua cuatro
fuentes muy artísticas de grosella, limonada y otras
bebidas dulces. y en las tazas remansaba la crema,
que se podía coger a cucharadas. Y 10 más bonito de
todo eran los miles de lucecillas que. colocadas encima de otras tantas cabezas, iban de un lado para
otro gritando. riendo, bromeando, cantando ...• en una
palabra. armando el alboroto que Malia oyera desde
lejos. Veíanse gentes belIamente ataviadas: armenios.
griegos, judíos y tiroleses, oficiales y soldados. sacerdotes. pastores y bufones; en fin, todos los personajes que se pueden hallar en el mundo. En una de
las esq uinas era mayor el tumulto; la gente se atropellaba. pues pasaba el Gran Mogol en su palanquín,
acompañado
por noventa y tres grandcs del reíno y
ciento siete esclavos. En la esquina opuesta tenía su
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fuerte e; cuelpo de pescadores, que sumaba quinientas cabezas; y 10 peor fué que el Gran Señor turco
tuvo la ocurrencia de irse a pasear a la plaza, a caballo, con tres mil jenizaros, yendo a interrumpir el
cortejo que se dirigía al ramil1ete central cantando el
himno Alabemos al poderoso Sol. Hubo gran revuelta
y muchos tropezones y gritos. A poco escuchóse un
lamento: erél que un pescador había cortado la cabeza a un bracmán, y al Gran Mogol por poco lo atropella un bufón. El ruido se hacía más ensordecedor a
cada instafltc, y ya empezaba la gen te a venir a las
manos cuando hizo su aparición en la plaza el individuo de la bata de damasco que saludara a Cascanueces (}fi la puerta de la ciudad dándole el título
de príncipe, y subiéndose al ramillete tocó tres veces
una campanilla y gritó al tiempo:
-¡Confitero! ... ¡Confitero! ... ¡Confirero!
Instantáneamente
cesó el tumulto; cada cual procuró arreelárselas como pudo, y, después que se hubo
desenredado el lío de coches, se limpió el Gran Mogol
y se volvió a colocar la cabeza al bracmán, continuó
la algazara.
-¿Qué ha querido decir con la palabra confitero,
señor Drosselmeier?-preguntó
María.
-Scñori ta -respondió
Cascanueces -, confi tero se
llama aquí a una potencia desconocida de la que se
supone puede hacer con los hombres Jo que le viene
en gana; es la fatalidad que pesa sobre este alegre
pueblo, y Je temen tanto que sólo con nombrarlo se
apaga el tumulto más grande, como lo acaba de hacer
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Ángelen
Arango
del Banco de
el burgomaestre.
piensa
Jo terreno,
enla
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romperse los huesos o en cortarse la cabeza, sino que
todo el mundo se reconcentra
y dice para
sí: «¿Qué
será ese hombre y qué es Ic que haría con nosotros?
Maria no pudo contener una exclamación de asombro y de admiración al verse delante de un palacio
iluminado por los rojos rayos del sol, con cien torrecillas alegres. En los muros había sembrados ramilletes de violetas, narcisos, tulipanes, alhelíes, cuyos
tonos obscuros hacían resa:tar más y más el fondo
rojo. La gran cúpula central del edificio, lo mismo
que los tejados piramidales de las torrecillas, estaban
sembrados de miles de estrellas doradas y plateadas.
-Estamos
en el palacio de Mazapán-dijo
Cascanueces.
María perdíase en la contemplación del maravilloso palacio; pero no se le escapó que a una de las torres grandes le faltaba el tejado. A 10 que se podia
presumir, unos hombrecillos encaramados en un andamiaje armado con ramas de cinamomo trataban
de repararia. Antes de que preguntase nada a Cascanueces, explicó éste:
-Hace poco amenazó al hermoso palacio un hundimiento serio, que bien pudo haber llegado a la destrucción total. El gigante Goloso pasó por aqui, se
comió el tejado de esa torre y dió un bocado a la
gran cúpula; los ciudadanos de Mermelada le dieron
como tributo un barrio entero y una parte considerabk del bosq ue de confituras, con lo cual se satisfizo y se marchó.
En aquel momento oy6se una música agradable y
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dulce;
lasFue
puertas
del por
palacio
se abrieron,
dando del
paso
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a doce pajecillos con tallos de girasol encendidos,
que llevaban a modo de hachas. Su cabeza consistía
en una pClla; los cuerpos, de rubies y esmeraldas, y
marchaban sobre piececillos diminutos de oro puro.
Seguíanlos cuatro damas de un tamaño aproximado
a la muñeca Clarita, de María, pero tan maravillosamente vestidas que María reconoció en seguida en
ellis ~ las princesas. Abrazaron muy cariñosas a Cascan ueces, diciéndo]e conmovidas:
-¡Oh principel jOh hermano mío!
Cascanueces, muy conmovido, Jimpi6se las lãgrimas que inundaban sus ojos, tomó a Maria de ]a
mano y dijo en tono patético:
-Esta
señorita es María Stahlbaum, hija de un
respetable consejero de Sanidad y la que me ha salvado ]a vida. Si ella no tira a tiempo su zapatilla, si
no me proporciona el sable dd coronel retirado, estaría en la sepultura, mordido por el maldito rcy de
los ratones. ¿Puede compararse con esta señorita la
princesa PirJipat, a pesaI de su nacimiento, en belleza, bondad y virtud? No, digo yo; no.
Tedas las damas dijeron asimismo mo,), y echaren
los brazos al cuello de María. exclamando entre sollozos:
'-íOh noble salvadora de nuestro querido hermano
el principe!... ¡Oh bonísima señorita de Stahlbauml
Las damas acompañaron a María y al Cascanueces
al interior de] palacio, conduciéndolos a un salón cuyas paredes eran de pulido cristal de tonos claros.
Lo que más ]e gustó a María fueron las lindas sillitas,
las Fue
cÓlT'odas,
losporescri
torios, Luis
etc.,
etc.,
quedel estaban
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o
diseminados por el-salón, y que eran de cedro o de
madera del Brasil con incrustaciones de oro semejando flores. Las princesas hicieron sentar a María y a
Cascanueces, diciéndoles que iban a prepararles la
comida. Presentaron una colección de pucheritos y
tacitas de la más fina porcelana española, cucharas,
tenedores, cuchillos, ralladores, cacerolas y otros utensilios de cocina de oro y plata. Luego sacaron las frutas y golosinas más hermosas que Malia viera en su
vida, y comenzaron. con sus manos de nieve, a prensar las fru tas, a prepa"ar la sazón. a rallar la almendra; en una palabra, trabajaron de tal manera, que
M.3.ría ]õudo ver que eran buenas cocineras y comprendió que preparaban una comida exquisit'l.. En lo
íntimo de su ser deseaba saher algo de aquellas cosas
para ayudar a las princesas. La más hermosa de ellas,
como si hubiese adivinado su deseo, alargó a rv~aría
un mortero de oro, diciéndok:
- Dulce amiguita, salvadera de mi hermano, ma·
chaca un poco de azúcar cande.
Mien tras JVri:iriamachacaba afanosa y el ruido que
hacia en el mortero sonaba como una linda canción,
Cascanueces comenzó a canta:' a sus hermanas la te¡ribl", batalla entre sus tropas y las del rey de los ra·
tones, la cobardía de su ejérc:to, que quedó casi bao
tido por completo, y la intención del rey de los ratones de acabar con él. y el sacrificio que María hizo
de muchos de sus ciudadanos, etc., etc. Malia estaba
cada momento más lejos del relato y del ruido del
mortero, llegando al fin a ver levantarse una gasa
plateada a modo de neblina en la que flotaban las
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princesas, los pajes, Cascanueces y ella misma, escuchando al tiempo un canto dulcísimo y un murmullo
extraño, que se devanecía a lo lejos y subia y subia
cada vez más alto.
'CONCLUSION
¡Brr! ...• ¡pum!. .. Maria cayó de una altura inconmensurable ... ¡Qué sacudidal... Pero abrió los ojos y
se encontró en su camita; era muy de dia. y su madre estaba a su lado. diciendo:
- Vamos, ¿cómo puedes dormir tanto? Ya hace
mucho tiempo que está el desayuno.
Comprenderás. público It"spetable. que Maria. entusiasmada con las maravillas que viera, concluyó por
dormirse en el s::¡lón del palacio de Mazapán, y que
los negros, los pajes o quizá las princesas mismas la
trasladaron a su casa y la metieron en la cama.
-Madre.
querida madre, no sabes dónde me ha
llevado esta noche el señor Drosselmeier y las cosas
tan lindas que me ha enseñado.
Y con tó a su madre todo lo que yo acabo de referir; y la buena señora maravillóse n~ poco.
Cuando María acabó su relación, dijo su madre:
-Has tenido un sueño largo y bonito. pero procura que se te quiten esas ideas de la cabeza.
Ma:'ía. testaI uda, im:istía en que no habia soñado
y que en realidad vió todo lo que contaba. Entonces
su madre la tomó de la mano y la condujo ante el
armario. donde enseñándole el Cascanueces. que.
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como de costumbre, estaba en la tercera tabla, le
dijo:
-¿Cómo puedes creer, criatura, que este muñeco
de madera de Nuremberg pueda tener vida y movimiento?
-Pero, querida madre-re¡:uso
MaIÍa-, yo sé muy
bien que el pequeño Cascanueces es el joven Drosselmeier de Nuremberg, el sobrino del magistrado.
El consejero de Sanidad y su mujer soltaron la cal"
cajada.
-'iAhl-dijo
María casi llorando-o. No te rías de
mi Cascanueces, querido padre, que ha hablado muy
bien de ti; precisamente cuando me present6 a sus
hermanas las princesas en el palacio de Mazapán dijo
que eras un consejero de San~dad muy respetable.
Mayo:es fueron aún las carcajadas de los padres, a
lall que se unieron las de Luisa y Federico.
Maria se meti6 en su cuarto, sac6 de una cajita
las siete coronas del rey de los ratones y' se las enseñó
a su madre, diciendo:
_. Mira, querida madre, aq uí están las siete coronas
del rey de los ratones que me entregó anoche el joven
Drosselmeier como trofeo de su victoria.
Muy asombrada contempló la madre las siete colonitas, tan primorosamente trabajadas en un metal
desconocido que no era posible estuviesen hechas por
manos humanas. El consejero de Sanidad no podía'
apartar la vista de aq ueIla maravilla, y ambos, el padre y la madre. insistieron con María en que les dijese de d~nde había sacado aq ueIlas coronas. La niña
sólo
pudo
responder porlola que
ya habia
dicho,
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quiera que su padre no la creyese y le dijera que era
una mentirosa, comenzó a llorar amargamente,
di·
ciendo:
-¡Pobre
de mí! ¿Qué puedo decir yo?
En aquel momento abrióse la puerta, dando paso
al magistrado, que exclamó:
-¿Qué es eso, qué es eso? ¿Por qué llora mi ahi·
jadita? ¿Qué pasa?
El consejero de Sanidad le enteró de todo lo ocurrido, enseñándole las coronitas.
En cuanto el magistrado las vió, echóse a reir, diciendo:
-¡Qué tontería, qué tontería! Esas son las coronitas que haco años llevaba yo en la cadena del reloj
y que le regalé a María el día que cumplió dos años
¿No os acordáis?
Ni el consejero de Saf'idad ni su mujer se acordaban de aquello; pero María, observando quc sus padres desarrugaban
el coño, echóse en brazos de su
padríno y dijo:
-Padrino,
tú lo sabes todo. Diles que Cascanuocês
es tu sobrino, el joven de Nuremberg, y que él es
quien me ha dado las coroni tas.
E! magistrado púsose muy serio y murmuró:
-¡Tonterías,
extravagancias!
Entonces el padre tomó a María en brazos y le sermoneó:
--Escucha, María: a ver si te dejas de imaginacio.
nes y de bromas; si vuelves a decir que el insignificante y contrahecho
Cascanueces es el sobrino del
magistrado Drosselmeier, lo tiro por el balcón, y con
HQP1'MANN:
CURI<T" •• Luis
-T. Ángel
II.
ó
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Q~
~¿
él todas tus demás muñecas, incluso a la señorita
Clara.
La pobre María no tuvo más remedio que callarse
y no hablar de lo que llenaba su alma, pues podéis
comprender perfectamente que no era facil olvidar
todas las bellezas que viera. El mismo Federico volvía la espalda cuando su hermana quc'ía hablarle
del reino maravilloso en que fué tan feliz, llegando
algunas veces a murmurar en tre diertes:
-¡Qué estúpidal
Trabajo me cuesta creer esto últímo conociendo su
buen natural; pero de lo que sí estoy seguro es de que,
como ya no creía nada de lo e ue su hermana le contaba, desagravíó a sus húsarcs de la ofensa que les
hiciera con una parada en toda regla; les puso unos
pompones de pluma de ganso en vez de la divisa, y
les permi Hó que tocasen la marcha de los h úsares de
la Guardia. Nosotros sabemos muy bien cómo se portaron los húsares cuando recibieron en sus chaquetillas rojas las manch'ls de las asquerosas balas ...
A María no se le permitió volver a hablar de su
aventura; pero Ia imagen de aq uel reino encantador
la rodeaba como de un susurro dulcisimo y de una
armonía deliciosa; lo veía todo de nuevo en cuanto
se lo proponía. y así, algunas veces, en vez de jugar
como antes, se quedaba quieta y callada, ensimismada, como si la accmetiera un sueño repentino.
Un dia, el magistrado estaba arreglando uno de los
relojes de la casa. ;,7.lría, sentada ante el armario de
cristales y sumida en sus sueños, contemplab:¡ al Cascanueces; sin advertirlo, comenzó a decir:
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·-Querido Drosselmeier: si vIvIeses, yo no hana
como la princesa Pirlipat; yo no te despreciaría por
haber dejado de ser por çausa mia un joven apuesto.
El magistrado exclamó:
- -Vaya, vaya, ¡qué tonterías!...
Yen el mismo momento sintióse una ~acudida y un
gran ruido, y Maria cayó al suelo desmayada.
Cuando volvió en sí, su madre, que la atendía,
dijo:
--¿Cómo te has caído de la silla siendo ya tan grande? Aq uí tienes al sobrino del magistrado, que ha
venido de Nuremberg ... ; a ver si eres juiciosa.
iv:aría levantó la vista. El magistrado se había
puesto la peluca y su gabán amarillo y sonreía satisfecho; en la mano tenia un muñequito pequeño, pero
muy bien hecho: su rostro parecía de leche y sangre;
llevaba u.n traje rojo adornado de Oro, medias de
seda bJanca y zapatos y en la chorrera un ramo de
flores; iba muy rizado y empolvado, y a la espalda
eolgábale una trenza; la espada, colgada de su cinto,
brillaba constelada de joyas, y eJ sombrerillo, que
sostenía debajo del brazo, era de pura seda. De·
mostraba sus buenas costumbres en que había traído a :'vfaría una infinidad de muñeq uitos de maza·
pán y todas las figuritas que el rey de los ratones se comiera. A Federico también le traía un sable. En la mesa partió con mucha soltura nueces
para todos; no se le resistían ni las más duras; con la
mane derecha se las metía en la boca, con. la izquierda levantaba la trenza y ... , ¡erael ... , la nuez se hacía
pedazos.
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María se puso roja cuando viÓ al joven, y más roja
aún cuando, después de comer, el joven Drosselmeier
la invitó a salir con él y a colocarse junto al armario
de cristales.
- Jugad tranquilos, hijos míos-dijo
el magistrado -; como todos mis relojes marchan bien, no me
opongo a ello.
En cuanto el joven Drosselmeier estuvo solo con
María híne6se de rodillas y exc:lamó:
-Distinguidísimaseñorita
d{l Stahlbaum: aquí tiene a sus pies al feliz Dros5elm~ier, euya vida salvó
usted en este mismo sitio. U:;ted, con su bondad
característica,
dijo que no sería como la princesa
Pirlipat y que no me despreci<?ría si por su causa
hubiera perdido mi apostura. En el mismo momento
dejé de ser un vulgar Cascanueces y recobré mi antigua figura. Distinguida señorita, hágame feliz concediéndome su mano; comparta conmigo reino y corona; reine conmigo en el palacio de Mazapán, pues
allí soy el rey.
María levantó al joven y dijo en voz baja:
-Querido señor Drosselmeier: es usted un hombre
amable y bueno, y como además posee usted un reino
simpá tico en el que la gente es muy amable y alegre, le acepto como prometido.
Desde aquel momento fué Maria la prometida de
Drosselmeier. Al cabo de un año dicen que fué a buscarIa en un coche de oro tirado por caballos plateados. En las bodas bailaron ventiún mil personajes
adornados con perlas y diamantes, y María se con
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vírtí6 en reína de unRepública,Colombia
país en el que sólo se ven, si se
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85
tienen ojos, alegres bosq ues de Navidad, transparentes palacios de Mazapán, en una palabra, toda clase
de cosas asombrosas.
Este es el cuento de EL CASCANUECES y EL REY
DE LOS RATONES.
FIN
DR£. TOllIO SEGUNDO
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INDICE
DEL
TOMO
SEGUNDO
Pá1:1na •.
El C<!sc¡,nueces y El Rey de los rabnes ..
La nod;ubuena
5
.
5
9
Los regidos ..
13
El prote ;ido.
Prodigi0.;
.
17
La bat.lla
.
26
L.1 enfer nedad
.
31
El cuenlo de l. nuez dur •....
36
Conlinu',ci6n
42
del cuento de la nuez dura ..
Fin del Luenlo de l. nuez dura
.
47
TIo y ~o¡'rino
.
54
La victo ·:a
.
58
El reino de las muñecas ..
66
L. capit ¡l...
71
Conclus!c;n.
79
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COLECCION
UNIVERSAL
N.M 601 Y 602 --'~!
GOTTFRIFD
KELLER
-----
L<>s hombres
de
Seldwyla
NOVELAS
BREVES
TOMO
1
Pancracio el Gruñón. - Romeo y Julieta
en la aldea
Precio:
Una
peseta
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MADRID, 1922
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Gottlried
Keller.
LOS HOMBRES DE SELD\VYLA
TOlllO
[
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ES PIWl'U;DAD
Cop~'ri~ht by Culpe, :lladrld,
lJapel
cxpresnmentc
fabricado
IJur LA
PA1'ELERA
1\)22
ESPA~OLA.
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GOTTFRIED
KELLER
L o s hombres
de
Seldwyla
NOVELAS
BREVES
TOMO I
Pancracio el Gruñón.-Romeo
en la aldea
y
Julieta
La traducción del alemán ha sido
hecha por Luis López Ballesteros
MADRID, 1922
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Talleres "(;alpo",
Harra, OLuis
y 8.-)lAlJIUJ)
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Gottfried Keller nació en Zurich en 1819. Dedicóse
primeramc/de a la pintura de pai.saje y estuvo en
10/[ 1¿,¡ich de 1840 a 1842, entregado al estudio de su
arte. Apremiado por la nœesidad, tornó a su patria, y pronto IIp,gó al cont'encimiento de que habia
errado su camino: la l,oesla y la literatura le atraían
con singular fuerza. En 1846 publicé una colección
de Poesías, que f1té muy bien "ecibida por el público 11 la critica. Vivió entonces varios años en Heidelberg, completando tilt formación litera1'ia con el
trato dc 'l'enerbach 11otros hombres eminentes dc la
época. En 1850 ,ye trasladó a BerUft, y permaneció
en cala ciudad hasla 1855. En 1851 habia publicado Nuevas poesías, y en 1854 dió a la estrunpa tlU
novela Enrique el Verdoso, en la cual refiere ln his·
toria de 8U vocación errada y luego rectificada, con
gran abundancia de dC8arrollos poéti.c08 '!f ,filosóficos. En 1856 publicó el primer tomo de Los £0:11BRES
DE SELIJWYLA,
acaso su obra maestra, 1J01'
la gracia, la ternura, el humor y lo lJrofundo de lf!
invención poética, En 1861· fué nombrado primer
eReribano 7;úblico dei cantón de Zurich, y hastrz 1876
fwJ tanta su activid~d prof€8ional, que apenas podia
atender a la r.reacióft artistica. Poco después dió el
segundo t01no de Los HOMBRr..s DE SELDWYLA y
luego sus Siete leyendas, Novelas do Zurich. En
1886 pu1¡licó la novela :Mnrtín Salandcr. M1trW
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en 11)90 y se han publicado ;/0 lJOcas obras p6st.u1Ila.~.La inslliración
de Keller tiene un carácter nacional muy marr;ado: amó profu nda·rnente a BU país
y a BU pue~lo. Pero sobre esa base ru~cional elévase
a úm ·intere8es universales con extraordinario sentido de la exposición art·tstica, con un humor-intimo
y viril y una fanta-sia ri.quí8ima y muy r¡riginal.
Los HOMBRES DE SELDWYLA' son una serie de nof:elas breves, muchas de las cuales llegan a la lnayor
perfección.
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Seldwyla ~ignifica cn l1uestra antigua Icngua <<lugar soleado y deleitoso», y tal cs, en cfl-cto, la pcq ueña ciudad de este nombre, situada en 1111 rlncón de Suiza. Ccrcada por lus mismas murallas ."
torrcom's que la rodcaban hace trescit'ntoEl año",
sigue siendo aún el mismo nido y eonservando el
üspíritu que presidió su fundación, espíritu del que
nos da buena idca el hecho de que sus fundadores la cinwn tarnll a UClHo
media hora dû un río na·
vegable, despreciando las vent'ljas que hubieru SlIpuesto ci colocarIa en la misma orilla, corno signo
inequivoco do que los habitantes de la ciudad no
habrían de lmct1l' nunca cosa razonablo y de provccho. En cambio sí supieron escoger un bcl!o eUlplaznmicnto. Verdfls montañas rodeall caRi la Cill
dad, protegiéndola por tres lados de los fríos vien·
tos y dejando, cn cambio, libre acceRO por la pu,.to dcl :l\'Iediodía a IURRuaWR brisas y al cálido sol.
Esta privilegiada situación perll1Íte que en toril!>
de los muros de Seldwyla se extiendan f!orcciplltes viiic' los, cuya uva. produce un vina bastank
aceptabln. A (,:nos viñedos suceden, ya mOllte aniba, ('sp('~;os bosques comunales, que son la riqueZll de la ciudad, dáudose el caso original, q\lt, con~tituy', la caractprística
d •. ¡;;eldwyla y quizá RU
dCRtino, de qne, siendo la. comunidad rica, SOlI RU~
ha bitant •.s hasta tal plinto pobl'e~, que nÏng¡.mo de
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ellos posee nada ni sabe de qué viVt) ni de quó
vivieron sus antepasado~o Y, :;in embalogo, viven
alegre y apaciblementf\, considerando el saùer procllrarsv nna cómoda existencia como su mayor
arte y e¡Oitiellndocon durcza, cuando salen de su
nido, la incómoda manera do vivir que, a su juicio, Sf}observa en todos lOf;lugares ::lque urribano
La flor y nata. de Hddwylll está formada pOl' los
jóvenes ele veinte a treinta y cinco o treinta y "ds
años, y ellos son los que imponen la moda, deciden el curso de los sucesos y representan la grandeza de la ciuclado Todos los scldwylcnscs, mientras están dentro de los años que hemos señalado,
;:e dedican a ejercer la profesión, oficio o habilidad que hayan aprendido, pero It ejercerla de un
modo muy original, consistente en dejar, mientras
les es posible, que gente fOloastera trabaje por ellos
y utilizar sus particulares conocimientos propios
en coadyuvar y dar mayor brillallt~z al desenvolvimiento del maravilloso comercio de deudas mutuas, que constituye IS], bftse de In tranquilidad,
bienestar y fortuna de todos los habitantes de la
ciudari, comercio que ¡;:elIéva en ella con una excej¡~nte reciprocidad y un acuerdo nunca roto,
Conviene advertir qne sólo la juvenil Ilristocraeill
goza de este privilegIO df·l ilimitado crédit.o mutuo, porque en cuanto algún seldwylense traspasa
la frontera. de los floridos años ylt citados y entra
en la edad en que los hombres de otras ciudades
comienzan a. afirmar su personalidad o a adqui.
rirIa es cuando precÍsam'3nte la. pi(,rde, con virEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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tiéndase ('Il un vulgo!' ciudadano de¡::provisto dI'
toda 8ignificución y expulsado del pi\raíso del erÓdito. Aquellos que al Ilegal' a este té"nino fatHI
COIlt;ervan li ún algunas energía.,> emigran de SeldWY)¡1 y entran al s('rvicio militar do otros cantnnes, aprendiendo ell ellos las virtudes dd traba.jo
y le, disciplina, y utilizando así para servir li UII
tirano extraI' jero las eualidades quo no han sabido antes utilizar en provecho propio. Estos mel'ccnarios suelen retornar li su patria convortidos en
excdentes soldados, y son entonces los m('jore¡;:
instructorus militares de toda Suiza. Otros seldwylenses, al llegar a los cuarenta años, solen a rceorrer el mundo en busco. de aventurlls, y siempre, en cualquier ciudad de la tierra, se puede
encontrar alguno do dIos, rt'conociéndoselos en
:;eguida por la dcstrezi\ y pulcritud con que parten on la mesa toda clase de pescado, despojándolo de todas sus espinas, para sahorearlo con pIc·
na. comodidad, sea en California, T()xas, París o
Const.nntinopla.
Aqucllo3 otros que, pasados los años juveniles,
pennanecen en la ciudad y en ella se hacen vipjos, tienen que aprendcr entonces a trabajar. l'lIas
no (m llJ'1aprofesión u oficio determinado, fUjO cn
las mil y una ocupaciones insignificantes y de momento que puedan proporcionar algo ql1CIkvarsp
o. la boco. en cI mismo oía cn que se cmprel.den y
terminan. No cxisto, pues, gente más atllreada y
afanoso. en la persecución del céntinlO diario qUf'
los mísero" seldwylenses y sus muje"es e Ilijos cuaIl-
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<10 hUll dejudo trm; de si la époc~ de esplendor ~'
despreocll poción.
Todos lORhabitantes de la ciudad disponen de
la leñ'\ que necesiten, procl~dente de los bosques
comunales, y todavía queda un gl'UIlsobrante, que
es vendido por el Concl:jo, destinando su importe
SI. aliviar la pobreza d(>sus administrados
ya conservar la vieja ciudad cn el mi¡;mo {)stado quo pre·
sentaba cuando su fundación, pues para hacer reformas no lllcall\l:f\ nunca el dinero. A pesar dA
todo, los scldwylcnses se hallan siempl'e alegres y
sati.~fechos, y cuando algwla preocupación enturbia su ánimo o la ciudad atravieso. por epocas de
penuria nlOnC'tllria, entreticllen el tiempo dcsplegando una gran actividad política, la cual es otra
de sus cuulidades caructeristicas.
Durante estos
malos tiempos, todos en Seldwyla se muestran
apasionadoR partidistas, aficionadísimos a las re\ isiones de su Const.itueión y a proponer leyes nuevas: de modo que cuando f;¡>l!ilbla de que algÚI1
miembro del Conl:cjo, empujado por SURcorrcligionarios. ha preRentado un a r)surdo proyecto ùe
ley, o cuando corn,n rumores de que va a modif¡carso la Constitución, puede asegurarse que PI
dinero eSCl\f'C'a.Los políticos seklwylenses tienen,
además, una grau inclinación a cambiar de opiniones y principios, sucediendo siempre que al si·
guiente <lío.(le un cambio de GohierJlI) tOllos los
que a {I han contribuído COlTClla ingrC'sar en las
filas del partido opuesto. Cuando el Gobierno elegido es de teorías radicales, se agrupan, para com-
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Il
batirl(', ('n torno del piadoso párroco de la ciudad,
del cual se mofahan vcinticuatro horas antes ]Jor
sus opiniones conservadoras, y le hacen Jf), corte
.agolpándose con fingido ('n tllsiasmo .m III iglcBiB,
alablUldo sus s(;rmones y pidiéndolo con ardiente
intcr¡"'; sus pequeñas Imblici\ciones rcligim;as y ('1
boletín de la ~ociedad de Misioneros de Basilcll,
todo clio, claro es, sin desembolsar un céntimo.
Mas si, en cambio, se halla en el Poder Ull parti.
<ia do ideas media consc¡'VaàOrl'Hi,el grupo de opo·
siciÓn se forma bfljO la prcsidencia del maestro
<ie eseU(~la,y entonces el párroco tiene qUE' gastar
.su dinero '.)fi reponer todos los cristaks de su Gasa.
Por último, si son los liberuleR los que suben al
Poder y forman Gobierno con unos cllar,tos juri;;eonsultos partidarios de la fiel observancia de IHi'!
formas legale" y un par dc aprovechados financieros, Iluestros splùwylenst:s invaden la ea~a del
primér socialista que •.ncuentrun y, como deelarll.
ción dl:' guerra al Gobiel'llo, le eligen concejal «1
grit{) de: ('¡Abajo la po!ítiea formali¡.;ta! ¡El pueblo
sólo dc-sea que sus illterese" lOaterialm; qucdm¡ llHCgurado:;!l) En su inconstaneiu politica, aspiran hoy
al oU)'(>ohodel veto y hasta al gobierno popular inmediato, ejercitado per una asamblea gencral perman£ntc, institución parlamentaria
a la que ('n
ning¡'m pueblo podrían dedicar tanto ti('rr:po sus
moradorcs como ell Scldwyla, y mañana, ell C>lll~hio, ~e muestran llenos de esci'Plicismo unte la
cosa ¡:..ública, ahanrlona'} la dil'(:eción de las elecciones ¡\ media docella cie viejo" pancistas que
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habiendo quebrado más o menos fraudulentament.e en "Il I",jana juven t.11d,se han ido rehabilitando a trav¿'s ùo los años por el olvido y el Rilencio, y se mofan de ellos cuando, sentados en las
cervecería>" los ven dirigirsll hacia el lugar de la
elección, procedIendo con lógica igual a la de aquel
muchacho que, soplándose loi"dedos de frío, decía
que si se le helaban las manos le estaría muy bien
empleado a. su padre por no habcrle comprado
guantes. Durante algunos días sólo sucñall con la
confederación hclvética, y se indignan de que en
el año 48 no quedase constituída la uniclad total;
pero al poco tiempo se convif'rten en frenéticos
partidarios de ¡fi, sobtrrmía cantonal y f'e niegan
a emitir sus votos (;:0 Ia. c:lecci6n de miembros del
COIISt,jOde la Nación.
Es~a ficbre política les dura hasta que el resto
de la nación fie cansa cie los proyectos de ley y
de las algaradas sddwyknses, en cuyo momento
(>1 Parir!' c.'ntral les manda, coma calmllnte, uno.
comisión investigadora que inspeccione la marcho.
de su administracién y la inversión de los fondos
comunal..,s. Entonces, t{'niendo suficiente ocupa·
ci6n l'n su propia casa, cesan de crear conflict.os
al Gobierno.
Al regocijo que les causan todas est~s marejadas políticas sólo puede considerarse superior d
que invade la ciudad entera todos los otoños cuando después de la vendimia se dedican todos los
seldwylens(;:s a beber el "ino nuevo, que aun no es
ma"
queFue
mosto
en plena.
fermentación.
El añodelquo
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sale ,bneno, nadie puede estar tranquilo nI con la
vida s(:gura en medio del estruendoso ba.rullo que
se arma en toda la ciudad, ni contar con sns ha·
hitantes para nada.
Pero cuanto menos vale un seldwylense dentro
de su ciudad natal, tanto mejor se comporta en
el momento en que de ella sale, sea solo o formando grupo con otros, como suceùió en ptlsadas guelTas, en las que las eOHlparuas eonstit.1.údas por
soldados de Seldwyla se batieron a maravilla.
También como espcculadorcs y homhres de negocios se han di.'\tinguido algunos fup-ra del soleado
y deleitoso valle ell cI que no lograron fructificar.
En una tan' divertida y original ciudad no pueden dejar de existir, ya que la ociosidad es la madI'O de todo vieiCl, las historias más divertidas
y
Jas vidas más originales. Pf'ro no queremos relatar en el presente libra tales historias, que caell
por completo dentro del caráctér de f;eldwyla,
sino otras varias que, apartándose de él, no podrían, sin embargo, haber sucedido en otro sitio.
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PANCRACIO
EL GRUÑO~
.En una trunquila plazoleta r(,tirada, cen'u de
las murallas de la ciudlld, vivía la viuuu. J() un
seldwylense que, habiendo terminado su misión en
este mundo, yocía lllrgo tiempo ha bajo lit tit'rra.
:Ka había sido de los peores, antRs bien, f'e'ntía un
tall fuerte deseo de ser un hombre cumplido y pa·
bal, qua habiéndose ûntregado en su jllvt"lltlld a
la corrienÜ' reinante', a la Cllal no había modo d(
escapar dUl"llnte dicha edad, IUe'go, cuando pasó
su época de esplendor y tuvo, conforme :l la costumbre establecida, quP. retiraŒû de escenn, la
vida se lo apnreeió como un vasto englllÎo y un
desolado sueño, y, enfermando de consunción, murió al poco tiempo.
Dejó a su viuda wu!. pequeña e¡:sllcha ruinof'8,
un campo de patatas delante dE' las pUe'rtlls de la
ciudad, y dos hijos, un chico y una chica. A fuerza de hilar y mlÍs hilar, ganaba la viuda la leche
y la manteca necesarias para guisar las patatas
que cosechaba, y una pequeña viudedad que le
pa:;aha el encargado de IR Beneficencia pÚblica.
tras (le utilizaria él sicmpre en sus negocios particulares dllrante varias semanas despu{,s del ven·
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cimiento, alcanmba justo pllra vestirs0 y algunos menudos gastos má~. Este dinero era esperado siempre con dolorosa ansieda,d, pu~s en las semanas que transcurrían desde d vencimiento, los
pobres tl'ajé'citos de los niños parecian más que
nunca destrozados y el tarro de lu. manteca dejaba. ver su fondo por completo. La aparición del
fondo de la orza era. un fenÓmeno anual tan regular como cualquiera do los eeleRt<:sy transformaba con igual regularidad, por algún tiempo, h
forzosa. resignación de la. familia en un verdadero
descontento. Los hijos atormentaban
a. la madrC'
demandando comida mejor y más abundante, crey&ndola, en su inconsciencia, lo bastante poderosa
para proporcionársela., ya que lo era todo para.
ellos, Sil único amparo y su única autoridad, y la.
madro se dcsesperaba de que su'! hijos no tuvie¡'an más entendimicnto
o más comida, o amhas
casas a. la vez,
Los caracteres de lml herma.nos cran diferentes
en extrC'mo. El chico, un insignificante muchacho
de catorce años, ojos grisl's y fisonomía grave, soJía estarse en la cama hasta muy entrada la mañana; leía. después un poco en un destrozado libro
de geografía e historia, y Juego, fuera invif'rno o
verano, flubía por la. tarde a. algún monte vl'cino
para lisistir desde su cima. a. la puesta del sol, ú1'lico acontDcimiento brillante y pomposo que le era
dado presenciar y que parecia ser para él lo que
la hora del mediodía en la. Bolsa es para los comerciantef', pues de lo que en él sucediera dopendía su
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li
bm'n o mal humor durante todo pl resto dpl día, r
cU!wdo había habido nubes bicn I'ojas qU(' habíun
mani,)brudo en el cielo como grandes ejércitos batall<tndo entre sangrc y fuego, era cuando podía
tenl3l'sel()por verdadC'rarnente satisfecho. De cuando en cllando, pero raras veces, lIcnabu una hoja
de papel con extrafios nÚmeros y listas, y luego
¡'eurlía e..,tus hojas en un paquetito, que ataba con
lUI pedazo de un viejo cordón dorado. Lo mlÍs interesante que aquel paquetf1 contenía l'l'a un Pllademito formado con hajas de papol de plata cuyo
blanco revés estaba lIE'no dc líneas, puntos y figuras E'nvueltas entre nubes de humo surcudas pOI'
bombas que volaban en todas dÍl'eeciones, Contemplaba li menudo este libro con gran satisfueción y añadía nuE'VOSdibujo.~, sobre todo en 1<1
(ípoca en que E'l patata¡' estaba por completo cn
flor. Se tumbaba entonces entre las floridas pluntas, bajo el cielo azul, y cuando había mil'ado .'"
remirado una de Jas blancas hojas del cuaderno,
llena de dibujos, pasaba tres veces más ticnlJlo
con la vista fija en la hoja opuesta, plateada, en
la cual se quebraba el sol. Fuera de esto, era un
muehacho eaprichos9 y muy dado a grLuiir, quP
no ¡'oía nunca y qlle no estudiaba nada ni hllC'ÍU
cosa. de provecho sobl'e esta bendita tierrR.
Su hermRna tenía doce años y era una linoR
muchacha de largos y espesos cabellos negros,
grandes ojos dd mismo color y la más blanca pit'l
quo pueda VI'!"S!'. Silenciosa y tranquila, CUBitodo
Jo parecía
bien por
y laseBiblioteca
enfurl'ufiaba
Este Libro
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SE!.DW\"LA.-T.
r.
2
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IS
nor frecuencia que el muchacho. Poseía una voz
fllllY
clara y cuntaha cOlno nn ruiReñor; pero a
pesar de SH, con todo esto, mucho más agradable
qu~ su hermano, era éste el preferido de la madre,
que le favorecía cuanto podía, lIeyada por la compasión que le inspiraba el pensar que, no pudie!ldo su hijo estudiar ni aprender nada, tendría necesariaml?nte que ser muy (le"lichlldo l'n el P0l'Vfnil', micntras que la muchacha, contentándose con
poco, podría ser más fácilmente dichosa.
Por tal razón, la hermanito tenía que hilar sin
ùescllllso J'ara qne pl rnuchadlO enCOl1traH~más
ubwldantf' comida ni regr('sur de SIlSpasE-os y pudiese esperar con oeiosa tl'anquiJiclad el advpnimiento de su desdicha futura. Ello uccptaba todo,
dcjando, COIl la indiferencia de tm pequeño piel
roja, que los mujeres trabajasen por él, y la muchacha, por su parte, hallaba natural y corriente
este estado de cosas.
La única compensación y 3U 80]a venganzu lu
constituía una extralimitación
que, con astucia cpOI' ]a fuerza, se permitía en todas las comidos.
La madre guisaba por las mañanas Ullas abtllldantes gachas de patatas, sobre Jns cuales vertía
leche sin descl'emar o unn salsa de buena manteca morena. Comían estas gachas en la miRma fuente en que salían a la mesa, haciendo cada uno con
su cuchara de estaño un hoyo en la firme montaña de patatas. El mlichacho, que, por extraña exeepciól'l, mostraba un estrecho sentido de disciplina
para por
todo
aquelloLuis
que
se Arango
referíadel aBanco
la de la
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III
comida y "'0 interesaba mucho en que dieha di,.;ciplina 81' observara rigurosamcute, euidubu siempre de que la. leche o la amarilla mfllltvell que UHdaba por los bordes de la fuente !lfluy',ru por ignu ]
9. las excavaciones
practicadas en la patatu; pero
su hennanu, con la mayor inoccncia, procuraba,
en cllunto se agotaban sus fuentes, guiar hacia su
lado, por medio de toda clase de derivaciones y
canales artificiales, el sabroso al'royuelo, y aun
cuando su hez'muno sc opusicra construyendo también diques artificiales y tapando todo agujero
sospcchoso, encontraba siempre la forma de abril'
lma S:lcreta vena en las gachas, o si no, rompía las
hostilidades abiertamente y penetraba con su Cllchara de estaño, y riéndole los ojos, cn la colmada
mina de su hennano, el cual arrojaba inrr:ediatumenu su cuchara y gruñía y se lamentaba, hasta
que hL bOlldadosl1 mndre inclinaba le. fuente dcl
lado de sus hijos y df'jaba fluir la salsa que le
correspondía f'n el laberinto de eanalcs y diques
por ellos formndo.
Así iba vivicndo la pequeña familia un día tnui
otro y creciendo los hijos, sin que nuda cambia,,!.'
ni se les presentase ocasión favorable de tomar tierra. y Hegar a. scr algo, circunstancill que los hacía
sentirse cada vez más desgraciado>; y descontentos,
Pancracio, ci hijo, eontinuuba sin 11[1('crni aprender nada en absoluto, salvo
llrte enda día mlÍs
desarrollado y perfecto de gruliir y e,,[urrUlÎlIrse,
con C'l cual atornKl\taba a su madre y a su hermana
atormOlJtaba
il sí wismo. Esto cons1.ituíu
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20
para él una verdadera e interosantísima ocupación,
y, dedicado a ella de continuo, aplicaba cuidaùosamente sus ociosas fuerzas espirituales a la un'ención de cien pequeñas tragedia!'; familiares a las
quo él mismo daba lugar y en las fjlll: sabía desempeñar mUI:\istralmentc el p'lpel de víctima de la
injusticia. Esther, la hel'lUani':a, lloraba con amargura en estas ocasiones; pero a través de su llanto
brillaba en seguida el espléndido sol de su alegría.
Tal superficialidad molestaba y mortificaba tanto
a Pancracio que le hacía prolongar más largo tiempo su enfado y lloraba ti escondidos por motivos
que él mismo se creaba.
E.,ta manera de vivir le sentaba, sin embargo,
muy bien, y cada día era mejor su salud y mayores sus fuerzas. Cuanrlo sint.ió acudir el vigor a sus
miembros, extendió su radio dp acción y, con un
palo de escoba o una gruesa raí? en la mano, salía
a recorr<>r los campos y los bosques en bu.sclt de
Jugar donde parler encontrar una gran injusticia y
ser quizá víctima de ella.. En cuanto se presentaba uno do estas cqsos, zUI'J'Ilbalindamente a sus
adver ..;urios, J' adquirió y clemo;:¡tró en esta r~r¡¡
actividad una tal df:;:¡treza y tanta energía y bue·
na táctica, asi en adivinar y descubrir al enemigo
como luego en el combato, quc llegó ao ycncer a
much'lchos que le snperaban mucho en fuerzas y
hasta a tropas enteras de pilas, o, cuando n1enos,
Il lo~rar una retirad",. impune.
AI regresar de una dl' estas fclice;; aventuras je
sabia la comida doble mejor, y su gente podia go-
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ù£' unas alegn's horèl~, Pero lin día le ;;ucedió
que 1m VC'7. dc repurtir golp('f' fué l-] quien los re('ogié, y bien fuertes por cíNtO, y cuando, lleno
dl, V('1'gücllza, de hmnillación y rie cólcra, regrcsó
a su C~~fi, halló que Esther, quP s£' había pasudo
todo el día hilando, no había podido r"sistir a la
tentación de eomer.sc un pedflzo, que a Panerncio
le perzció precisam¡;onte el mt'jor, de Ia comida. rI:'ser\-adn pare él. Tri,:;tc y melancólico, sin poder
apenas rctencr las lágrimas, contempló los insignificantes y fríos restos de su pitanza, mientras la
pern'rsa hermana, vuelta a Sll ruccn, reía sin tino.
Aquello era ya dnmasiado y tenía que provocur
algÚn aco::.tecimiento importante. Sin comer, mul'chó el hambriento Pancracio fi su cuarto, y cuando a la mañana siguiente fué su ma.dre a despertarIe y (j¡'cidirle a acudir al desayuno, había deRap<lr('cido y no hubo medio de halIarlc en park
alguna. El sobresalto Je Sl1 marirc y su hermana cr£'cíá u I notar que St' había llevado consigo Ins CUIItro eo~uehas que le pertenecían, pues ello denoteba que la ausencia no iba II ser corta y que obedecía II Uil plan preconeebído. Toúos los trabajo~
que las desconsoladas mujeres emprendieron para
hallar u 19una.huella del dl'sapareci(lo resultaron illfructuoso~, y cuando transcurrido
medio ario se·
guían sin l1üticia alguna de su parudero, sc entn'·
garull llenas de triste resignación II sU adverso dL~'
tino, que /lhora les jJlll\'cía doblemente miserable
y solita rio.
¡Cuún Iargus no se hacen las semanas ~ lo:; días
ZUt'
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cuando no se sabe dónde Sf~hallan y re¡;;pirun los
que nos son queridos; cHando sobre ellos rcina en
el mundo tal ~ilenr;io qtle en ningÚn lado :;uena
una voz que pronuncie Sil nombre, y sin embargo
"'sp0ramo.~ que no hayan muerto,\" que "inlll y
rpspiren en algún lugar de hl tierm!
Este fué el angustioso estado de ánimo de r~ther y Sil mac..lredurante cinco, diez y ha.'it.(lquince nIlos, día tras c..Iía.¡Aquello sí que constituía un
largo y verdadero enfaùo dol queriùo gruñón! Ell
estos aIlos llegÓ Esther a cOllvt'rtil'se en Ilna preciosa mujer y lllego en una agradable s;>lterona.
pues no quiso separarse de sU madre, no sólo pOI'
amor filial, sino también por curiosidad de estar
presente en el mornentD en que pOl.'fin asomarll
P'lncraeio y enterarse de cómo ello sHeediern. COllfiada, creía firmpmente qw: sU hermano había de
regresar algunll. vez, y esperaba qlle en tal ocasión
habría materia para estar alegre y reír de verdad.
Además, no le había sido difícil pcrmaneccr soltera, porque era inteligente y sabía que los hombres
de Seldwyla nO traían consigo Hna felicidad muy
duradl'ru, mientras que call su Illfldrc viviría sicn,pre Cil Hn limitado bÍPll('star, pero trallquila y sill
penns, tanto má., 'l,hora que teuían una importantf'
boca menos y para ellas no necesitaban elvi nada.
Así la" cosas, llegó una hrrmo"a y dal'n tardl'
de vcrallO, a mediados de seman'l, horas en las
cuales 110 ~e pienf'a en nada y ('Il que !it gente dl)
las ciudades pequeñas S0 dedica con "rdor 3. sus
ncupn.eionPR. POL' lo tUIltil, la juvenil crema de
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n
SeldwylH se encontraba reuniù" bajo el Hal (,fitivaJ
('n las boleras tapizadas de hil'rba quo había jnnto fi las puertao de In ciudad o resguardad!\ en lH>'
frescas tabernas de la misma. En cambio, los vipjas y 100 qut' habían hecho ya bUIlcarrota DlHI'ti!leabun, cosían, tiraban dc la lezna, encolaban, tallaban y aS0rraban afanosamente }Jara a1'rovl'l:h:11'
el largo día, y, cosa que ya. habían aprendido :1
apreciar, llegar a la noche con la satL"facción IIp¡
debp.r cumplido. En la pequeñll. plazoleta en qut'
vivía la madre de Pancracio no se veín li nadie,
fuera del tranquilo sol estival quo i1uminnba el
.empedrado, en cuyas junturas crücía la hicrba;
pero cn lus casa" de alrededor, junto a las ventana" abiertas, trabajaban los nejos y jugaban lo,;
IJ ÏI1 os. Sentada
cn Ull bunco, .detrás ÙC UIlas floridas matas de romero, hilaba la viudn, y Esther
eosin frente a ella. Ya habían pasado varias hora>:
desde el almuùl'zo y nadie de la vecindad había
intl·ntado aún entablar convCl':3ación !'IIglUla,cuando el zapatero, cncontrando que ya era t.iempo dt'
abrir una pcqueIÏll.· pausa para el reposo, estornudó con tar,tas ganus y tal fuerza, ¡uchís!, que la,.;
vidrieras retúmhlaron. El cncnadel'nador, que Cil
realidad no era tul, sino que st> dedicaba a construir toda clase de cajitas de cartón y tenía li su
puerta, ùentro de lIna pequeña urna de cristul,
uou. barra de lacro que se doblaba bajo la acción
del sol, Pl oncuadernDdor, dccíamos, exclamó: (¡iA
\'u('stra salm'!!,), ~- todos lo", vecinos f;e echaron H
reír. Dospués, uno a lino flleron asomando la ('IlEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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2-1
beza por las ventanas, y algunos hasta salieron It
sus pucrta» resp"ctivas, ~. se ofreeiproll rapé nnos
a otros, dando así la ::'eñ:\l pare una pequeña conversación y WI alegre reft·, rnic?Iltrns dcgustabun el
café \'{'spertino, cuyo aromu, mezclado van d de
la achicoria, salía ya do todns las casas. Habían
ya apr(,ndido a dive'rtirse cor. poco, Ell l1le'dio de
este gene-raI eOllte'nto, :" para aUlllf'ntul'lo, llegó
un mÚ~ico extranj~ro ('on un Clrganillo muy puli.
do, ap'lriciÓn rara en Suiza, oue ('S Ull país que
nnnca produjo organilIl'l'os, y tocó lma melancóli·
cn, vanción, en la quv se hnblnba de la patria le·
jAna, quP gustó a todos sobrem>1ncra, ycn espe·
cial a la ,-imia, a la cual Se' le saltaron las lágri.
mas pCllSlJ.lldoen su Pancracio, desaparecido hacia
ya tantos años. El zapatero di,', unos dmtimos al
músico, y éste se fllé~ dejhn.1Clla plaza nuevll.menW en silencio, Pe'ro poco tiempo después llegó
otro vagabnndo, llevnndo l'n Ulla janla un gran
l'ájaro exótico, al cual pinchahr con un palito, sin
<lejar a la triste ave un moment,o de reposo. Era un
águila americana, y la melancolía de la viuda cn,ció a I pensar en lll.s lejanas tierJ'il~ azulcs sobre las
que habría volado en su tie'mp') de libt'rtad, y cn
que dIa no tenía ni siquiera el consUt,lo de sabl'!'
cUlÍles el'fln ¡tquelIas en que su hijo se hallaba. Los
vecinos habían tenino que salir 'Il medio do la plaza para vcr el águila, y cuando su dueño se la
llevÓ formaron un grupo, y con la nariz al vÏentü
<1<0d"ùíCIU'OlI
Il. ~sperar que llegasen más curiosidades, sintiendo ya deseos de no hacer nada ell todo
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25-
el resto dc la tarde, descos que se realizaron, puefl
a poP-a, u;coltado Call gran alga7.ara por todos los
chicos de la pt'queña c¡mlaù, se presentó el mayor
espectáculo de la tarùe. Dos o tres hombres desembocaron t'n la plaz~, conduciendo un calm·lIo
monta,lo por varias monos y tirando de 1m gran
asa ~ujeto Il. una eadpJl¡Lpor una anilla que le tr'lSpasaba la nariz, el cual bailó y mostró todas FilS
habilidades, aSllstando dl' cuando en cuando con
salvnjes gruñidos a los pacíficos curiosos qm' le
contemplaban a r.-spetuo;.:a distancia. Esther rp.í!l.
de nor ùHnzur al asa call SU pala sobre los 1\001·
bra", y la satisfecha fisonomía incxpresiva dt:1 Climellù y lc.s gracias ,k los monos l¡\ regocijabun extremo.damente. ~u madre, en cnmbio, no ('l·saba
de llorar, compadecicndo alosa, cuyo malhwnorado aspecto lo r('cordabll It su hijo desaparccido.
C,,¡mdo también este espectáculo hubo terminado y quedó otra vez tranquila. la plaza, pllOS los
vecinos se agregaron al cortejo del oso, en bnsca
elt: lugar donde echar un trago anteR dû la ct:na,
,:ijo Esther:
-. :VIt:'
da el corazón que Paneracio hu d(~ vO!v'er
('~ta tarde. ¡Hemos visto hoy ya tantA'" co~a" rllraR
t.' inesperadas:
camello>:>,mono~, osos!
La madre se enfaelÓ dl; que juntase !lI pobre
PancrE\eio con todos aquAllos animales y se hurlafle
de {.I de esta nl/mera, y lu. mandó callar, sin
t'uer en que eJla también h!lbía tenido igual pensamiento. Después dijo sollozando:
-So "crê yo su regreso. ¡XO le volveré a ver!
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Diciendo esto, ocurrió el mayor acontecimiento
del día. Un abierto coche de viaje, con un postillón
más de los acostumbrados, entró ruidosamente en
la plaza, iltuninada todavía en parto por el sol poniente. Sentado en el coche vcnía un hombre éuyo
r03t1'o, tostado por el sol y surcado per hl~ellas de
bajas y ;:ablazm;, ostentaba largos bigotes y perilla, que le comunicaban un arrogante llSPl'cto marcial. Cubría su cabeza con una gorra militar y se·
abrigaba con un albornoz ignal al que llevan los
soldados franceses de las colonÍ9B IIfricanas. Sus
pies descansaban sobre una cnlOSfllpiel de león tirada en el fondo del cocht-, y frt-nte a él, encima
de la banqueta, venían coloeados un sanIe, ulla
larga pipa árabe y otros ext~aí'ios Objetos.
Al llegar a la plt\za Sll dilataron SIlS ojos, y,
corr.o quien despierta de un :)rofundo ~;ueño, lanzó una mirada. en torno suyo, hasta fijarla en unf'.
determinada casa. Tamba.lcándose bajó del coche.
que s~ había detenido cn medio de la plaza; pero
se repuso en seguida y, cogiendo Sil sable y la piel
del león, fe dirigió con paso seguro fi la morada
de la viuda, corno si no hici0ra ni una hora. que
hubif'ra salido de ella. Esther y su maùre CO,ltemplaron admiradas todo ¡t(luel manejo y aguzaron el oído para espiar si el dC'seonoeido subiA. la
escalc>ra, pues, aunque acababan de hablar de Pun·
cracio, la sorpresa y la curiosidad que la llegada
del ext.rankro había despertado en ellas alejaron
BUS pensamientos
del ausente, y en aquel momento no" tenían ni la más minima. sospecha de que
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2í
pudiera SN é! prp<:'isumente el rpcié>nllegaJo. Per0
de pronto le recollocieron en la manera de saltar
los último::; l'.~calon~s, I'f'nctrar ell el corto corfl'dor y ngnl'rur el p,e!Otillode la puerta, después dc'
haber introducido rápidamente la IhlVe en sn Cerrudurl1, cosas touas que acostumbrabfl
~ JIIIC('l'
siempre el (ksaparl'eido, que cn SlI antigua (wio:;idad mur:ifesfaba lin cierto amor al orden. Al abrirse la plwrta, lanzaron un grito y quedaron inm(lviles, c!f) pie allte sus sillaR, mirando Call In boen
abicrt,a hacin. la entrada. Bajo el dintel se hulbbll
l'¡¡llcracio, en cuyo grave y sereno rOsiro de hombre do guerra sc trunspurcntilbu lIDa intensa elllOción. La madre permaneció muda c inmóvil de
sorpresa, y Esther, cómpletamellte
azorada ]lar
primera vez ()Il su viùa, no sc atrevió wmpoco a
haecr un solo movimiento. Mas iodo esto dul'¡)
sólo un segundo. Con una cortesía que le hahía
sido enseñada por lu dura necesidad de la vida, sc
quitÓ el señor coronel, quo nada menos habín l[¡,gado a. scr el p'~rdido hijo, la gorra al entrar l'n el
cunrto, cosa que no habíf!. hecho antes jamAs, .r
sc dirigió u lãs cloi>(·stupefuctas mujercl;, abrazándoJas con amorosa compasión. mientl'a'l que, ùcjando ver unos dientes blancos como la nieve, H>
piIltaba. en su arrugado, pero 110 envejcci']('. ru,,tro una sonris.a que pareció algo divino a. Sll madm y sn hermllI1H, tnn poco acostumbradas a. ve¡':c
amable, qUI> ni siquiera habían podido nunca figurál"Selo mas que grm1cndo y con expn>sión enfadada o taciturna.
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Lü madr(', qu(' había tembla-:lo atemorizada ante
Ja apal'icióu del hijo, ul clwl podía sUpoIler aún
perverso, ternbla ba ahora dt, gozo al sentil'se entro sus brazos, tranquilizada por la I'pspetuos't cortesía. qU(' había demostrlldo al entrar y conmovida
por aqudla luminosa afabilidad Qun~a vif'ta ('n el
rostro de su Pancracio. pllt'S antes rie que éste
huhi"" •. cumplido siete años había cornen:l:ado ya Il
>:ubstruerso a IllS cHri<:,iasJIlat<:,rnas, y dt'sue dicha
edad se hllbía guardado, J!pno de esquin~z y despego, de acercarsc a su madre, sin contar las innwm,rab!t's veces que, enfadado, se iba a acostul'
Sill decir siqui(!ra buenas noches, Por Jo tanto, era
para ella algo incomprensiblo y mnra vilIoso, que
compensaba una dolorosa vida, aquel instante cn
que, desl)Ups do casi treinta años, se veía, puede
decirse quc por vez primera, cn brazos dc ~u llljo.
También Esther encontraba tan graVt' e importante aquclla transformación, qllP clla, que se haníu
burlado tantas VeCl$ rie su gl'U1ión hermano, no
pensaba, ni con mucho, reírse dd quo tan àmuble
había regresado, y, por el cOIltrario, fué a sentarse en su sillu con lágrimas en Il's ojos y mirándole
fijaInente.
Pancl'íleio fué el primero que !l los pocos minll
tos supo dominarse. y, como buen táctico, hallar
una trllnsición mandando subir sU equiplljc, La
madre y Esther quisieron ayvd!\r a transportarIo;
pero él, con dulzura, las obligó u sentarse, ;:"sólo
\:ollsilltiú que l';sthrr bajase y cngipso del cochc fi 1gunos de Jos más ligeros ohjetos. Una vez tr'¡n¡;;-
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portado todo a la casa, E"tht'r recobró Sil buen
humor y no pudo cOnteller por más tiempo c] dc·
seo de coger ]a pie] de león por la larga cola y
arr<J.strarla d(1aquí para allá, riendo ha",ta poner>"t>
mala y cxclamando una y otra \'cz:
- :,Qué piel es psta? ¿De qué monstruo (~s?
-Esto-dijo
Pancracio, poniendo un pie sobre
la pid -era hace trcs meses un león lleno de vida,
al qllc yo maté. El fué mi maestro y él me convirtió. Durante doce horas me sermoneó t1m enérgicamenk, <Jue yo, pobrc de mí, sané paru sicnlpre dc mi. manía dc gruñir y enfadarme. Para rccucrdo, su piel no se scparará nunca de mí. ¡FUI',
una bonita historia! -añadió suspirando.
Suponiendo quo su gente, si la eneontraba RÚn
'viva, no había de tener en casa nada de Vil lor,
habíll comprado en ]a última ciudad quc hahía
atravesado unu cesta de botellas de bucn vino y
otra de excelcntes manjaI'cs, con objeto dc que al
Ilegal' no se armara confusión en su casa paru prepo.rur la cena y pudiera sentamo fi cenar en toda
calma alIado ele su madre y ;;u hermana. De (',.;te
modo, aqnéJlas no necesitaron mas que poner la
tncsa, y Pancr'lcio trajo lmas gallinas asadu!'>,un
e!'>tupendo pastel de fiambre y un paquete de fi\loS
bollos. iY aun mÍl.s! En el camino había pensado
lo poco que lucía la lamparilla de aceite quc tenían en su casa y cuánto le enfadaba antiguamente tan eSC1sa iluminaciÓn, que lc impedía encontrur por la nochc ni\lguno de los bárt.ulos de SU
I)cif)~irlad, a pcsar de quc la madre, sin cuidado
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para sus propios ojos, más vIejos que los de él, le
ponía siempre lu lamparilla delante cie Ins narices,
con gran contento do Esther, que Aprovechaba la.
primora ocusión pura retiraria de su lado, Hecordó
que una vez la había apagado llorando de rabia, y
que cuando la madre, entristeeidll, la volvió a cn·
eender, la. apagó Esther de nUl'VOentrc risas, des·
pués de lo cual él corrió a acostars!' con el cora·
zón dt'strozado. Todo esto y algunas cosas má.';
había acudido Il su pensamiento, mf'zclado con un
ansioso temor en el que apenas se atrevía a esperar volvcr a vt,r a las que había aballdonado, y
tales recuerdos lc llevaron 11 comprar también algunas velas, que eneelldió al sentllr~e li comer, dejando a las mujeres estupefactas anto tamaña magnifict'ncin.
De esta mantra se cf'lcbró E 'lucHa noche en la
casita de la viuda lilla fiesta tan alegre como una
boda, aunque con Illayor tranqllilidad y menos baru]]o, Puncracio aprovechó la luz de 1m, velas para
contemplar los aviejados rasgos de su madre y los
ya maduros de su hc--rTnflnll,y ,?sta contemplación
lp conmovió más que todos l(ls pt'ligl'os fi que había miruclo en su vida cara Il cara, y le condujo
a. una profunda meditueión sobl'c la 111anHUde ser
humana y la humana vida, y .;órno precisamente
nue;,;tras pt'queñus eualidades, la aspereza o afabilidad de nueo;tro cUláCter, determinall no sólo
nuestro destino, feliz o desdichado, o;ino también
el do los seres que nos rodt'e.n, haeiéndonos responsables
con ellos
por algo
que
depende
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31
pOeO de nuestra
voltmtaú como nuestro Pl'culinr
caráctcr personal. EH (·,;tHBgrave~ eon"iúeraciOlll's
fué ilJt.errumpido por lo~ vecinos, quc, nu pudicndo refrenar por más tiempo su curiosidad, invadic·
ron la habitación para contemplar de ccrca al ma·
ravilloso hijo pródigo, pue~ ya se había cxtenùido
por toda la ciudad el ;'umor de la llegada de Pancracio, diciéndosc quc regresaba hecho todo un general francés j' ('n un coche de cuatro caballos. Esta
sÚbi:a aparición de nuestro héroe constituía un
intrhcado problemu para los seldwylenscR, a quil'nes había sorprendido la noticia reunido;;, como d('
costumbre, el'llos diversos locales de divcrRión ('xi,,·
l(::ntes en la ciudad. Jóvenes y viejos, llenos d••
confllsión, Berascaban la cabeza sin acertar a COI'Iprender un hecho tan contrario al orden y costumbres cstnblecidos en Seldwyll1 como el de que algún paisano suyo apilTcciese igual que lloviúo dd
cielo, deBpués de haber hecho carrera en d extranjero, JIegillldo nnda menos que hasta general y
prccisamente en la edad límite en que todo flcabnba pata ello.~. ~¿QlIé iba il. hncer ahora en S('ld·
wyII1? ¿ Querría permanecer en la ciudad y COllS('l'var la personalidad adquirida fucra de ella? ¡.Cómu
~e las habíll llrrl!glado para subir tanto? I.Y qué
diablos había hecho aquel insignificante jovenzw"
lo, en qUI! nf\die reparó nunca, para poder hac('1'
algo de provecho en su juventud Ao posar de hn·
ber naeído en Seldwylll. ?l> Tales eran las pregllntlls
que ob>csiolJaban todos Jos espíritus, sin que nfl·
die lograsc darse una contestación sati,.a!\ctorill,
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pues ninguno pOf'icía suficientE' conocimiento de
los hombr£:s y de las almas para comprender qUé
justamente el agrio y fuerte carúcter de Paneracio, que t.antas penas había chusado fi >,u:;ft.uniliares, era lo que le había I';crvídc para hl\cc!' su csmino a fuerza de persevcl'al;eia, apul'tánJolc de
los peligros que traía consigo la edad de f'splemdar seldwylf'nsc y conservánd,)lc d\'spil'l'to y firme como el vinagre consen'p .. iresco y su bro;;o Ull
arenque o una legumbre. Ln {mi('a solución que
encontraron a sus inquietudes fué la tic poner en
duda la veracidad de la noticia, ;y paru confirmarIa despacharon una comisión de viejos qne
habían ya hecho su corresponùiente bancarrota.
Estos se presentaron en la Cllsa, y, como 108 ve·
.(linos quo ya habian aeuditl,) a ella pertenccian
también a la misma honrada clase, se encontrÓ
Pancracio rodeado de macilcnms f¡glJras, qu(', como
:sombras infcrnales en toruo de ur; héroe mitológi,
ea, flotaban en el humo azul de la pipa turca que
había encendido tras la cena, llenando el cuarto
eon el exótico aroma del tabaco oriental. Esther
y la madre admiraron "in C['sar la afable soltura.
con qne ~l reciénllegado diá conversación 1\ los Cll'
riosos, y, por Último, la cortés, pcro firme, destreza con que disolvió la reunión cuando le pareció
llega.do el mome'nto.
Corno las alegrías quI" se ba3ull en la dicha familiar y en alegres acontecimientos entre personas
queridas, aunque lleguen dcspués de largos sufri.
mientos.rejuvenecen
y fOI't'.ficun en vcz de agotar.
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como sucede con aquellas otras excitaciones que
sufrimos en nuestro contacto con los extraños, no
Sl)lltían ni la anciona madre ni sus hijos huclla alguna de fatiga o de sueño, C08a fi quo fidemás
:1 yudaban
la buena cena y cI buen vino ingeridos.
¡\qí, pues, la madre, apoyada por Bsther, demandó a su hijo un relato mlÍs preciso que el referido
II los extrllllOS de lo sucedido en tan largo tiempo.
--No es ésta-comenzó
Pancraeio--oeasión
do
principiar a relataros detalladamente mis aventuras. Tiempo tendró más adelante de eontnro!> pun.
to por pnnto mi calamitosa historia. Por hoy os
daré rl conocer algunos rasgos de ella, los neec,;~.rios para llegar a su fin, esta es, a mi rdorno, y
explicar las ra:lOnes quc lo motivaron, pues este
final de mi historia está. íntimamente ligado con
"U principio,
o sea mi huída do esta eaSIJ, y ambas al:onteeimientos responden a ur.. mismo tono
funda)nental. Cuando me escapé· de aquella mo.llora 1:l n "illana, me hallaba lleno do una gran
pena ~; de lm odio indestructible, pero no eontm
vosotros, sino contra mí mismo, contra toda 03t:l
l'l~gión, contra esta inÚtil ciudad y contra toda, mi
udoleseer.cia. Esto ]0 he comprendido después. Si
lo que más me irritaba y cnfadaba y por lo qu:;
lilás gruñía cru ]a comida que me dabaL'I, la ocult:L raz,ín de ello era el remordimiento
do quo 110
ganaba mi pan, dado quo nada hacía ni estudiaba
nada y ni siquiera sentía inclinación hacia trabajo alguno, no pudiendo, por tanto, abrigar la espernnzf1, do qne Jas circunstancias cambiasen para
J,os
HO)(IlRBS DR SF.I,DWYLA.
-1",
1.
3
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mí algún día. Todo lo que vda hacer a los demás
me parecía tan estÜpido y :,;ill objeto, que hasta
vuestro eterno hilar se mû hacía insoportable y
me produeía dolores d" eab(·z~, fj, pesul' de ser lo
que sostenía mi ociosidml. A"l, Unit noche huí poseído de hondos sufrimiento:'>, y corrí hasta el amanccer, qne mc sorprendió fi '.mas F.ietA,horas d"
e,;t[t ciudad. Al salir el sol el' contré unos campe·
sino,; quc c,;taban segando la hierba de IJna t~xtcnSil. prad':)ra. Sin preguntar
nada, ni dceir palabra,
dcjé mi hatillo cn el suelo y cogí Ul\ rastrilJo CI
una horca, poniénclome fj, trabajar como un poseído y con la mayor dcstr('zIJ, pues en mis paseos
por estos campos había observado cuidadosamente los movimientos de los C[t',e trabajaban y hasta Il voccs había meditado sobre sus maneras ele
trabajar y criticado la forma en quc cogían cstA_
o aquel apero, pcnsando quc para poder trabajar
con mayor rendimiento debían arrcgl~rsclas de
muy dL<;tinta manera.
Los campesinos me miraron asombrados, pero
ninguno pensó cstorbarmc en mi labor, y cuando
!legó la hora del dc¡;ayuno fui invitudo a participar de él. Tal ora lo quo .yo me proponía y, por
tanto, se¡,ruí trabajando
hllEta la llegada del lIImucrzo, qne también devoré con grail apetito. El
asombro de los campesinos ~u hizo luego mayor al
ver que tras el almuerzo, l'n vez de ponerme a
trabajar ùe nuevo, me limpiato. la bOCll, cogía mi
hutillo y, sin pronunciar una sola palabra, seguía
mi camillO. Una confu.~a cl1J'cajada resonó tras ùe
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mí. Al llegar a un fresco y espeso bosqlle de hayas
me tumhé en pl sucIo y dormí hasta el anoehp.eer.
Salí entonces del bosque y miré al cido, en el que
empezaban a aparccer la;; priIneras estrellas. Ln
posicióu de éstas era también una de las poea¡.;
;;as quo yo había obsorvado durante mi ociosidad_
La regularidad y plmtualidud quo mostraban me
cau:;aba. U1;1 grnn placer, tanto mns cuanto que
aquclla" osplendentes criaturus no cjl'rcitaban tales virtudes para ganarso un jornal o su r3ciím de
patatas, sino que cumplían cor¡¡.;eeuentementll su
misión como si lo hicieran por puro placf~r y no
pudicran dejar de hacerlo. Aunque mi librito de
Geografía ora harto elomental, su continua lectura, en la quc poco a poco lo aprendí do memoria,
me habia clado algunos eonocimit'ntoi'; sobro la Tierra y, por tanto, saGia la dirección qllo debía tamal' para llpgar a un lugar determinado. En aquel
momento dccidí Seguir cflminando hacia el Norto
para llegar hasta el mllr, atravesando toda Alemunia. Duranto la noche anduvo sill descanso unas
ocho horas, y con el sol mañanero llegué a un
salvajo y apartado rincÓn del H.in, soh¡'e el cunl
vi un barco cargado de sacos de trigo quo, habienelo tropczado en un oscollo, estaba de tal manera
(,soc'l'ado que el agua saltaba por cncima de una
parte dol cargumento. Como cn el barco no sc cncontraban rn~" CJuc trH'; hombres y no cra de esperar auxilio alguno en aquel apartado lugar y tan
de mañana, fuí admirablemente
acogido cllando
echú malla al Uabajo, ayudando a tramportar
u
C(J-
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la orilla Ill. VL'sad~ cargll. y a poner de nuevo el
barco a flote. El trigo qlle se había mojado lo pu"huas al sol sobre unas tablas y lo revolvimos concienl.udamente hasta que, seco, pudimos volverIa
a cargar. Toda eRto.fuena nos oeupó ln mayor parte del día, y durante él tuve neasión de partici.
par en las copiosas eomiùas de los tr('s marineros.
Cuanùo terminamos nuestra labor me dieron algún
dinero, y a pet.ieión mía me pasaron él, la orilla
opuesta en una pequeña lancI~a que a Jemolque
Ilevaball .•
Al arribar Il tierra mc encontré en Ull bosque
qun se extendía sobre las laùems de una montaña,
y en él dormí hasta la noche, que me levanté y
anduvc hasta la siguiente mÚÎÍnnn. Para no extendermo mucho, 08 diré qlle de esta manera llegué
Il Hamburgo
en poco más de dos meses, trabajando durante el día en lo que primcro cncontraba y
dejando la lahar cn euullto satisfacía wi apetito,
para ùGranto la noche continuar mi vinje. :'IIi manera de ponerme li. trabajar sin decir nada a nadie sorprendía dé tul Illanera a· la gente, quP. Ilunea pensaron en impedírmelo, y cuaLdo se acordaban de mostrur curiosido.d o ¿ isgusto, estaba yo
ya. lojas. Como ovitaba entrar en la~ ciudades y
sólo buscaba trabajo en lOllabiertos campos, ell las
montaihs
y en los bOi>qucs,<lond!) no h"bito.ban
mas que homhres sencillos y prlmitivos, pucde decirse que viajaba como on tiempos do los patriarcas. No llegué Il enterarmo ni do lo más mínimo
sobre la forma de Gobierno de los Estados que
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atravesaca. Todo mi I1fán era salir do ellos sin haber mendigado una sola vez ni tener que agradt,cel' a 1UHliomi necesario alimento eotidiano, y.
fuera ele est.o, hacer ia que hien me pareciese, so·
bre todo descansar enando CJuisiesey viajar cuon·
do me viniese en gana. l\-IÚsadelante aprpndí a~lmismo a somctBrme a una regla independiente d(·
mi vn]ulltad y a. nna labor regular, y corno antes había aprendido de repente a trabajar, nprcn·
di lnego, cUlIndo llegó el momento en quo fué np·
cesario hacer]o, a sujetarme a un orden predi.,,·
puesto, sin quo ello me costase tampoco un grnn
esfuerzo.
E::;ta vida al aire libro. e] continuo cambio de
trabajo, las fuertes comidas y ]a tranquilidad exenta de cuidados, me sentaron a maravilla. lUis miembros se fortificaron con e] ejercicio, y cuando Ileguó a la gran ciudad comercia] de Hamburgo e,,·
taba. hecho nn recio y activo mozo. En cuanto entré en ella me dirigí a] puerto, mezclándome con
los marinos que por él discurrían ocupados en la
carga de sns buques. Como yo los ayudaba siempre que encontraba. ocasión y lo observaba todo
con cnidado y no como mirón ocioso, pronto rnn
toleraron aquellos ásperos y cullados hombre" en
RU I:ompañía y pude enrolarme
a horda de un buque mercante inglés, cuyo capitán mo tomó a Sil
servicio para que le auxiliase en un nt'goeio pa \"ticular que él hacía durante sus viajes. Este rwgocia con¡;istía on ensamhlar nuevamente 1m. pif'Ws
sueltas
de viejas
pistolASLuis
y armas
de fuego
dede toEste Libro
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:l8
das clases que en grandt"5 ()!lntidades compraba
durant;} la estancia de su barno en el viejo continente. Dc Œta man(,ra fabricllba los más raros y
fabulosos instrumentos mortíferos, que luego eran
trocados pn Jus costas salvajEs por valiosos productos pacíficos y dulces frutos de la Nl.\turaJeza.
Yo me dediqué ao tal trabajo, me ejercitó en él, y
muy pronto me encontré lleno todo de aceite, grasa y Jimaduras, como el arll.lero má.q entregado a
su oficio. Cuando sc lograba m3dio reconstituir alguno de aquellos pistoloneé', se le probaba disparÍtndolo una vez, pero sólo una. La segunda se dejaba Il riesgo cid comprador de negra o rojiz~ piel,
habitante de las apartadas costas. En nuestro primer viaje sólo fuimo;; Il Nueva York, desde dondù
rl:grcsamos a 111glatcl'1'a,en la cual nación, y slIIÏcientl:rnento enterado do la. fabricación de arrnHS,
desembarqué, y, clcspidiéndoll e elol C'apitán, me
alist.ó en seguida en till regimiNto quc ibe. a partir
para III lndia oricntal.
En Nueva York había saltado a tierra y contemplado por fllgunas horas la vida americana, qne
dehía habcrme complacido lnueho,' pnes allí cada
cual hacía ]0 que quería y trab.ljaba segÚn su humor y su necesidad, pasando do una ocupación a
otra corno mejor le parecía, sin avergonzarse de
ninguna Jabal' ni considcrar mÍls nobles unas que
otras. PeTO no sé lo quo me [J"Só; el caso es que
voh'í a ('mbllrcnr H tod!l !Jris:J, y en vc?: de per.
manecer en el Nuevo Mundo resulté cn la parte
mns
viPja
y soñadora
la tierra,
enArango
la Tndia
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3U
,~t'culat· y ardiente, deutro de un rojo uniforme, 1m
ealillaù de l'ileneioso soldado inglé;.:.No puedo decir 'lue me disgustase mi nueva vida, que empezó
ya II bordo del gran transporte en que se hallaba
embarcado el regimiento. El hecho de que tol!m-,
aun siendo muchos, fuéramos alimeot!ldos con lu
mayor puntualidad y regularidad, teniendo cada
uno sn ración tan segura. como la l'alida. ùe las CR
trcllas en {Il cielo nOl'turltO, rCl'ibiéndola todos po.
igual y "in preferencias ni.excepciones, era ya para
mí algo muy agradable; tanto mús, cuanto qll"
nadie tenia que dar las gracias por W1a cosa que
cort'espondia al orden establecido y debido a nuestra profesión. La instrucción militar, que ya en el
barco empezamos a practicar y ejercitar fi diario,
fuó también de mi agrado, ya quo al esgrimir diestramente la bayoneta no lo hacíamos p!lra pincha,con habilidad 1ma patata, sino que Ci'U un ejercicio
desinteresado que Iln.da tenía que \'('1' con lu comida, y lo Único que habia que hacer (·ru ser puntual y estar atento a una cosa ya ]a otra, sin tener que ocuparse do nada. mús. Ya al segundo d itl. do
naYcgación vi azotar a un soldado que había murmurado contra un superior después de haber com('tido ankriormE'nte otras varias irregularidades,
y t'Il el mismo momento me propuse que aquello
no mI' sucediera. nunca, para lo cu1l1mo vino muy
bien mi caráctBr áspero y seco, pues él me facilitó ~I conservar una excelente puntualidad y ateneiór\ silenciosas y no caer en la tentación de di,,trllcrmc
por cualquier
enusa.
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!lO
De l'sta manera llegué a sel un perfecto soldado. Me complacía en comprc:1.derlo todo bicn y
ejecutarlo como estaba prescrito y so nos enseñaba, y como Uegué a conseguirIa, mo oncontré por
fin un poco satisfecho de mí mismo, sin que por
ello me diera fi hablar más que do costumbre. Sólo
de cuando en cuando mo scntla un poco alegre y
brom('uba algo o gastaba algnna chanza a mis
COmpal1erOS,cosa quo complE:ta.ba mi tipo dc soldado c impedía que los demús me encontrascn antipático y no me pudiesen suldr. De este modo,
apenns transcurrido el primer año do mi c8taneia
en aquella extraña y ardienk 1iorrn, empecé a ai;cender y llegué Il eneontrarme h('eho todo un s('_·
ñor suboficial. Pasados algunos añoi:', era ya, en
mi clase, un pcrsonaje de importancia y pasaba
la mayor parte del tiempo en las oficinas de'! jefe
de mi regimiento, donde me distinguí como btl('n
gerente, dominando las artes J],;ees!lI'ias para ello,
o sea la escritura y la contabilidad, artBR que
a.prendí sin grandes dolores do cabeza, siguiendo
la marcha de las cosas confonnc se iban presentando. Todo iba para mi p('l'fectarnente y yo nl(>
hallab!], satisfecho de vivir l'lin penas ni grandes
quehaceres bajo el cálido cielo azul. Todas mis
faenas parecían hacerse ellas so.las, y no encontraba diferencia entro estar ocupado u ocioso. La comida no constituía ya para mí euestión importante, y ca"i no me enteraha de lo que comía ni CUlÍlIdo collÚa. Durante estos tiempos os mandé por dos
veces
míasporylaalgún
dinero
que
habio
10- de la
Este
Libronoticias
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41
gracIo "horrar; pero, por extraiia casua/Jùad, los
daí', barcos en que ello veuía so fueron a pique'.
pereciendo todo bicho vivíel?te en ambos naufra··
giœ, en vista do lo cual, y disgustado por la dH·
graciarla coíncidenC'ia., desi"tí do Iluevos envío>"
dec!dicndo retorna r en persono. en ctlan to fuE'1'U
factible, para pod •..r llplienr en mi patria IRS faeul·
tades de trabajo y la firmf' oríentaciólJ adquirida".
Con ello pensaba llevar a Seldwyla algo ml:jor que
si llevase Ull millón, y)TIe figuraba ya de qut: moJo
iba a pasar por ('n cima de los vagos funfarrom's
que intentarun
cerrarmc el puso. Pero uun m('
querlaI:a que recorrt'r mucho camino y quo aprcll'
d •..r cosas qlle transformaron
y conmocionlil'on mi
carácter hasta quitarmo por completo las ganas dl'
atropt'llllr nunca. a nadie. El corom'l de mi r£'gi·
miento me había convertido en su factótum y u
su lado wnía que pusar casi todo mi tiempo. Ern
mi jefe un hombre muy raro, de unos cincuenta
años, y cllya esposa, que dehía ser aún más l'ura
que él. si es que tal cosa era posib!"", vivía en un
viejo castillo de Irlanda, Mientras vivieron junto~
se habían pelcado de cont.inuo como dos g!ttos salvajes, y ambos padedan con la id('a. fija de quc se
habÍ!m engañado mutuamente sobre sus rt'spcctivas cualidades, aunqne en realidad parecían huh('l'
nacido el uno para el otro. Sip.mpro Call tf>ta id('ll
fija, sin la cual no hubiesen t~mirlo en qué entrt'tenersf', vivían contentos, gozando de buena salud,
y cuando estaban separados, se informabun uno
de otro can la más cariñosa atención. La únicü
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hija que knían, Lydia de nombre, vivía la mayor
parte del ti"mpo con su padre, y se dedicaba amorosamente fl. él. La dif('renci:~ de sexo hacía q\lC
Lydia sintiese mayor cariños3- compasión por él
que por BU madre, aunque ambos cónyuges fueran
igualmente culpables en la po: ellos supuesta infelicidad de su vida matrimonial.
El coronel habitaba en las afueras de la c'iudad
una casa aireada y encantador:l, situada en un Vallecito cubierto de palmeras, cipreses, sicomoros y
otros árholes. Bajo ellos se extendían, cn derredor
de la blanca ca!õita esbelta, amplios jardincs y
hucrtos, que producían lindas f!ort's y frescas verduras durante todo el año. Aquélla15 crecían allí
~spontúncamente en todos los rincones, pero el viejo .coronel gustaba de agruparias en la mayor cantiàad y lo más cerca de él posible; así es quc bajo
la fresca sombra do los árboles había sjenJpre una
r(~splandeeiente alfombra de l'ojns y blancas flores.
En mi calidad de hombre do confianza dpl coronel era yo el encargllClo, euando terminaba. mis
obligaciones milita.res, de cuidar aquellos jardines.
También. y quizá para qUI) esta oeupaeÍón no
ablandase mi dureza milita]', Rolía acompañar al
coronel en sus cacerías, COll lo cual llegué a ser un
diestro cazador. ])('trá.<; dd vallecito que rodeaba
a la caSll empezaba una región ;:alvaje y estéril,
que terminaba (>11 una espes,), selva montañosa, la
cual no sólo albergaba. gramles rebaño" de inofent'ivas reses, sino también de tiempo en tiempo alguna
fiera
que emigraba
de una.
región
o. del
otra,
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IJrineipalmellte grandes tigres. Cuando so encontrabuD hUl:'llas de alguno de 63tOS so organizabu
una gran batida, y durante ellas aprendí Il encontrarme ante el peligro antes de haber entrado
nUllCUen batalla contra los hombres. En los díaH
en que no so presentaba ninguna de e~tas ocupaciones tenía que hacerle a mi viejo jefe su partida de ajedre:f., en la que substituí fi su hija Lydia, que no poseía condición ni habílidad alguna
pn l'a ello y, jugando infantilmente, proporcionaba
II su padre eSCRsa distracción.
En cllmbio yo lile
ejp.rcité pronto en el juego, pouiéndomo en condieiones do hacer ft'ente a mi jde, aunquo sin quitarIe muchas veces la victoria, y si mi cabe:la no
sc hubiora embrollado con otras COSRS,
pronto hubicra llegado Il adquirir supcrioridad sobro él.
Dc esta manera habí<l.llegado a ser casi una instituci6n, y ,'ostido con mi uniforme escarlata, me
paseaba grave y silencioso bajo Jas palmeras, llevando on In muna un ligero junco yon la cabcza
un blanco paño que me protegía del ~rdíente sol.
Rra soldado, administrador, jardinero, cazador y
amigo encargado de di"Lra('r a mi jefe, Este último cargo lo desempeña.ba de una. manera muy singular, pues no hablaba nunca wla palabra. A pe,.lir de que mi antes continuo malhumor había coRado ya y de encontrarme casi satisfecho y contento, me había acostumhrlJ.do de tal manera a.1
silencio que s610 "0 abrían mis labios para dar una
\'oz de mando o lanzar un juramento contra los
Este Libro
Fue,.olùados.
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do servirle plal'ía <>nsumo grado a mi jefe, y con
él pEœnlanecÍ así einco afio,,; UIl día trllS otro, plldiendo disponer del tinmpo Clue me quedaba libre
como bien mo venía en gana. Empleaba.'estos ratos de ociosidad en leer y rdeer la docena de grul"sos libros que el corond poseía y sacar de ellos d
conoeimiento de algunas casas de este muncio. Er9
yo un atento y tranquilo lector flue se estaba haciendo can nna snbidllríl~ de la que ignoraba si
luego Jo servida en el Inundo, pues a pesar df) hllber experimentado y visto ya muchas cosas no t(,Ilia la experiencia de la vida qno despué:; me hicieron adquirir determinados sucesos,
:Mi coroncl fué al fin nombrado gobprnador de
la región en que residíamos, y desœudo rùtenerme a su lado, hizo que me trasladanm de mi rpgimiento, quo partía para la metrópoli, al regimiento quo para rfllevarle H('gaba, continuarido yo.
por tanto, bajo sus órdenes como soldado y conservando además todos mis restantes cúrgos ya.tribuciones, cosa quo me compla.ció mucho, porqUt·
de esta manera. seguía. siendo en cierto modo independiente y sin tener sobre mí otro señor que
mi bunde-ra.
Por aqucl cntonccg IkgÚ, desde su vi('jo castillo
irland{g, la. hija del cOTond, quo proyectaba. vivir
ya pn adelante alIado de su padre. Era Lydia extremadamente
bella; pero no era éste su único
atrtlcti,'o, sino que poseia ad¡o,mÍl.:; un caró'ckr tan
indcpendicntfl 8 original y una personalidad tan
Este
Libro Fue
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Luis
Ángel
Arangomujeres,
del Banco de la
propia
gut',
diforenciándola.
las
demás
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¡c permitÜn destacarse ent.re todas ullas, haciendo
SUPOlH:Tque para aquel que de pHu se enamorase
no t'crja fácil turca, oi no conseguía rcndirla a su
nmor, cncontrar otra que bonus'! en él su rccuerdo. Tan elevado carácter parecía ir aparejado Cil
ells. COOl
unu pur~ ingenuidad, noble y sinccra franqueza y bondadoso coruzón, así como con una ru"uelt.(\. y decidida firmeza, cualidades todas quc
ullund(), unidas, se dan nuturahnent<.' en \ma persona, lu rcvisten dc ulla verdadera supcrioridad,
prestundo li lo que en elln cs inconsciente y espontlUteO III apariencia de algo const.ruído seglÍn
un ideal do alt.a ética cspiritulll y conseguido a
fuerza de estrecha yigilaneia sobrc sus propios !l':tos y gran dominio db las pa"iones. Como suele
hacersc con tales criaturas de lujo, la habían familiar;:mdo def:de su niñez con todas aqucllai'> nrtes dc udorno quc pudieran contribuir a. dar má,
brillalltpz a su actuación cn sociedad, y ac!<:mÚs
ùOIllil1aba los cuatro o cinco prineipules idiom/ls
europeos, De toùas est.as habilidades \Lsabll. cen
prudoncia y f;in dpj:lrlas truslucir mueho, para no
abrumn.r ton su superioridad a hombrcs mcnos
educados que (-Ila. En general demostraba poseer
una Í1Jteligencia muy fina. y accrtadamente
orientada "n los juicios quo omitíu sobro lus cosas y
los suceso", importantes o no, ('[no acontecían c<'l'ea ùe ella, haciéndolo además con palubrai'> tan
claras, precisas y elegantes como el tono dc su voz
y todlls lOll movimicntos de su cuerpo. Con todo
<'sto, (ru, como ya dijc anks, ta') infantil que !la
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ftló posible hacerla aprender Il jugar con sentiùo
una partida de ajedrez, y tan poeo presuntuosa
que, a pesar ùe ello, no rehusoba IlWlca jugar cuan·
do su padre so lo proponía, y pcrmanecía largas
horas anto cI tablero siendo continuamente venci·
da y sin amoscarse por la" burlas del viejo corollel. Esta su manera do ser hacía que uno se sintiera en seguida Il gusto junto a ella y que al cubo
de poeu tiempo pensase quI"'aquella sí que era una
vf:rdadera mujer y, sin duda, la mejor entre todas
las existentes. Sus bollos ojos, de un profundo nzn!
y mirada serena y franca bajo los dorados rizos
que enml\renhnn la pura frente, confirmaban la
buena opinión que sobro el alma. de Lydia se formaba Ulla, tunto mítS ClIunto que su bdleza e,,plendorosa se hallaba suavizaria por una dulee modestia y un ndorable pudor, qll<' envolvífln su figura cn un delicado ambiente, privativamente
sUyt>
y sin nada do común con el resto de las Il1njerf's.
.Así, por lo menos, me parecía a lllí cn aquella época. ¡Sabe Dios ;;i todo eUo no eran mas quP. imaginaciones mías Call lus que yo la adornaba! En fin ...
Al llegar aquí ,,;e olvidó Pancl'acio de" seguir BU
relato y cayó en un melanec)]ieo ensimismamientc.
Su rostro perdió la serena firm"zo. militar par ••
adoptar una expresión de bobería amoro,-a. Lr.s
velas 1"0 h9.bían consumido hasta la. mitad, y la madre y la hermana, borraclws de slleí'ío, daban eabezadas, sin oír ya ni ver nada. DesdI' que Pancracio comenzó la descripción d<)Jo.que, según todos lo," signo,", lIf'garía más adelante dc su histoEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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l'la a ser su amor, habían
comcnzaùo arnbas finjeres a adormilarse, y por último le dejuroll Cil la
estacada dunnióndosc dd todo. Para suerte de
nuestra cu1Ïosidad, el coronel no se dió cuenta d,>
ello. En r,~alidA.dhabía olvidado a quién dirigía su
relatu, y lo prosiguió sin levantar los ojos del sudo
ni reparar en las dormidas mujeres, como alguien
que )la puede ya contener la necesidad de eomllnicar lo durante mucho tiempo callado.'
-Nllnca
hastlt entonces-continuó-me
hauía
yo aproximado a una mujer, y tenía tanto conocimiento d,~ ellas como puede tener un rinoceronte
del urte de tocur la cítara. Sin embargo, hacía ya
mucho tiempo que me era muy grato contemplarIas ('.uando podía hacerla sin que lo notasen y sin
gusto ni trabujo alguno; pero me r('pugnab~ sobl'omanero. entrar en relación con ellas, pues abrigaba
dc' IInt.igtlo la arraigad!t creencia de que era inútil
intentar tl'atar con tale>, St,rcs de nada razona};I",
recto ygincero, teniéndolas por incapaces dc hablar
euat 1'0 pdabras seguidas con sentido sobre lU) Dbunto serio, y si lo hacían por casualidad era para pOdCl·
cometcr luego más impunemente algún grave error
o ligerezu. que, atrib\!ídos a sn graciosa movilidad
fern~njlla, pasaban sin protesta, valiùndose ellas ele
esta perversa tiÍetica para )lUc(>r triunfar ~i"Jllrrc
sns malos instintos y sus caprichos femeniles. l'or
todas estas razones yo me mostrab!l esquivo y huraño con todo el pueblo femenino, sill cOIlcûd"rl"
siquicra w¡a miruclu, hasta que cn la India, hallúnclome más satisfccho y cont<:'nto, se mitigó un
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poco mi avpr;ión y comencó a fijul'me ulgo en las
lIluchas nlujeres qlIe cn dando yo mo hallaba de
guarnición
h!lbín, pues IHkmAs de las indí~cnas
vivían allí much'ls inglesas, ,;sposas o hijas de comcrcianks,
ofieides y SOlÙlldos. ]'los las indias,
quo crall lilldas como flores y do ¡;ultve mirada y
c1illcfl}¡,\blar, carecían en absoluto de pCl"SOllùlidao
y do carácter, y mc asusta.ba el pensar que si hacía
mía a alguno. de ellas no sería nunca capaz de haecI' frent.o a Tni continuo malhllmor y vi\"iría a mi
lado COJllOesclava resignada Il las durcZ3R de su
dlh)ño. En cUnlbio, Jas curop'~us que veía, originarías en su mayor pUTto do la erHIl Brciuiiu, si me
parecían m!Ís cupaces dc impon,!!· su propía ]ll'l"SOnulidad, pero tIlmbi6n ml'nos bondadosuR, y aun
cuando lo fuoran Cil gr'ado sumo, debían teller un
concepto muy limitado y casero do la bonddd y la
honradez, llsí como de Ja propia feminidad, lmrn
la cual, sin úmhargo, l'xigían del sexo masculino
un tUll gran resppto. Además, tOlias aquellas occidcnt.ales, fuoRcn o no bonita", adokeían de llQ Illismo ddoeto: el tip la vulgaridad, que const.ituye el
mal de nuestro sigla, y C'ontngiaban de 6J a las índigewlR, robáudoJos "li {¡'esea y graciosa originalidad. ¡Desdichados tiempos aquellos ell que lus rul1:US se transmiten
unas a otras sns enfermedades y
se comunicAn mutuamente
SIL'; innatos
dcfectos!
Tales erun los ingenuos, pcnsamientos
hipocondríacos que motivaban mí conducta para con las
mujeres y mo hacían seguir por mi camino ::coJitario sin ocuparme de ningnna do ellas.
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Pero toda esta mi sabiduría recibió un fuerte
golpe y cayó por tierra. con la lIcgada. de la bella.
Lydh y mi obligado trato diario con ella. Sin suber cómo, llegué en scguida So encontrar agradahle
su presencia, maravillándome
no sentir aversión
ni de<:precio por aquella mujer y sí, en cambio, t'Stimación y casi afecto. Hasta cntoIlccs no había
fijado mis ojos detenidamente en ninglma perRona
de su sexo, y Lydia hizo el milagro de que yo me
decidiera a mirarIa fmnca y abiertamente, lIunque
sin descaro, cada vcz que alguno de mis mÚltiples
oficios me llevaba !lo su prcsencia. l\'fiposieiÓnaute
clla era para mí tanto más descmbarHzndlt cuanto
qllC, cn mi pobre situación
de soldado, no necesi·
taba dirigirle la palabra sin ser preg¡mtado, y mi
conducta no podía ser otra que la de-un gravc suboficial que sabe mantenerse en su puesto I>inpermitir;;e la más ligera extralimitación.
Además, el
silencio, sobJ'p todo para con las mujeres, había
Ikgado a constituir en mí una segunda nat,uraleza.
Ni aun poniendo en juego toda mi bucna voluut!td hubiera podido romper para con Lydia mi tacitul'lla y esquiva costumbre si lOehubiera prc:scntado ocasión de ello. Sin cmbargo, sentía en mí una
dcsacostumbruda
benevolencia hacia su persona.
Mi corazón se complacía en estimarIa, y por cauRa suya modifiqué mi mnla opinión sobre las mujeres, pensando que no dcbía ser todo cn ellas tun
pcrvcr,~o como yo me figuraba, o que, por lo mcnos, cn obsequio fi ést-a, debían huilaI' las domá."
alg(m favor cn mi alma. Una gl'an alegría se apoEste Libro Fue
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Los
HO~IBRES DE SELDWYI.A.-T.
I.
4 la
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deraba de mí cuando Lydia estaba presente o encontraba yo media natural de trasladarmél a Jandt'
ella se hallaba. Mas nunca forcé las cosas para lograrIa, ni una vez junto a ella le dirigí una soI~
mirada sin causa que lo justificase plenamente.
DurantB esta época, mi espíritu gozab(l, de una Sl'r.ena calma, comparabIc a la de Ias a~as del mHl'
cuando no hay viento que las agite y luce sobre
ellas el ardi('nte sol, mitigando su natural frialdad_
En este ùstado pasé cerca de medio año, o quiz{¡
un año entero, no lo sé a punto fijo, pues el transcurso dl·J tiempo se perdió cntonces para" mí, y todos aquellos días flotan aún en mi espíritu conI<'
una 50111. dcnsa tarde estival poblada de ensueño;;.
El caso es que durante este prólogo de mi amor,)sa historia, cuya corta o larga duración no acierto ya a prccÍHar, todo marchaba con una sereno
apacibilidad exenta de sobresaltos. Lydia, aunque
me vf'Ía COllfrecucncia, 110 tenía mucho que tratar ni hablar conmigo; mas cuundo lo hacía era
siempre con afabilidad extraordinaria y jamás Sl'
dirigb Il mí sin una inocl'llt~3sonrL<;a.infantil en su
lindo rostro. Yo, a¡,rradecido, la. correspondía. poniendo una cara aún más rc;;petuostL y sin sonrisa,
alguna, y call testaba: <,Está bien, seriorita. Lydia>},
o l'ectificùba francamente sus palabras cllnndo s('
f'quivocaba en algo, cosa que sucedía r:uas ve(-(',_
En ansencia suya pcn~aba yo casi continuloIrnent('
en ella, mas no como un enamorado, sino como un
buen amigo o IJaríente que su interesa.ra por ella
deseándolo toda dase de feliciùad y prosperidade!".
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E"too scnt,imielltos produjeron una modificación ('Il
mi conducta para con to'lgobernador su padre, y
fuó la de que extremé mi actitud de subordinad"
de 61 como soldado y administrador, oficias pOI'
los cuales recibía mi paga, h'Jciendo en camhio l'Pealtar mús rui indepelldeneia en todos los domá,_
que ojercía como hombre do confiam:a y casi amigo. Do esta manera vivía contento y tranquik.
cosa rara dado mi carácter.
Así las cosas, un día que estaba yo jardineand(,
bajo los árboles vino Lydia a situarse a mi lado
por tres veces en el espacio de una hora, sin quP
nada ni nadie la llamase hacia aquellos sitios. Lfl
primera vez cogió un canasto que por allí rodaba,
o invil'tiéndolo se sentó sobre él, comenzando H
comerse unas cerezas que consigo traía dentro de
un cestillo, mientras hablaba sin cesar, tratandc
do hac('rmc charlar Il mí más de lo que era mi
costumbre. La segunda colocó el canasto al pie
del ros:11que yo estaba podando, y sentándose de
nuevo, se dedicó a coser un lazo de blanca seùa
sobre un precioso' gorrito de dormir o lo que fu('se, pues esta. su segunùa aparición me azoró 11n
tanto y ni la hico caso ni casi me atreví a mirarIa. Volvió a marcharse, para retornar de nuevo Il)
poco tiempo, trayendo un rompecabezas chino arti<;;ticullIcntelabrado en marfil; cogió el canasto y,
lIevúndo"elo a cierta dist/wcia, se entregó a. la solución del juego de paciencia vuelta de espalda~
a donde yo estaba. Todo este manejo no me pareció muy claro y mi alma lo halló un tanto sospe-
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choso; pero desde aquolla hora quedé enamorado
de Lydi<l.
pm;eído de una dulce inquietud, abandoné mi
rosal, y cogil~ndo WIll. escopeta salí a vagar por el
bosque hasta él anochecer. Muchas piezas pasaron
ante mis ojos; mas, embebido en mis pensamientoR
!-;obre lA.conducta de Lydia, cuando me acordaba
de diRpnrar estaban ya aquéllas fuera de alcance.
f¿ Qué pretende de ti? ¿ Qué significan sus actos de
~Stfl
tltrde 1»,me preguntaba sin cesar, sintifmdo una
inmensa gratitud por todo lo que do posible o imposible pncorraran aquellos SIlCCSOS, que mi SE'utido
de la jerarquía y el eOJloeimiellto de lo poco amable de mi pcrsona !la me consentían int¿rpretar
favorablemente para mis amorosas imaginaciones.
y como de esta lucha entre mis deseos y mi Luen
sentido no lograra sacul' nada en limpie, caycron
mi.,; pensll.mielltos en la peor do las soluciones: la
de que aquella mujer tun hOllesta y pudorosa Cll
apariencia no fuera sino ligera y ellurnoTl'.diza y
-capaz ùe no retroceder ante wla equívoca aventura con un humilde subofieial. Esta muldita idea
surgió COIl enorrrw rapidEZ en mi pensamiento,
eau~úndome tanto daño que, I1"no de cólera, derribé Lieun balazo a un enorme jabalí que tuvo la
mala fortuna de aparecer eu aquel momento por
entre tmos matorralt's. :l\'Iibala. debió do entrar en
BU cerebro casi al mismo tiempo y tan dolorosa. e
inf"spera<iamentc ('amo la baja e indigna idea en
el mío, y aun creia yo que su situación era más
-envidiable que la mía. Lleno de agitación me sen-
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té sohro el muerto animlll, y en mi imaginlleión
surgió la figura de Lydia tun clara y precisa que
110 faltaba
ni WIO solo de los movimientofl, gestos y palabras qua había yo visto en ella o escuchado de 1'11 boca en las trcs veces que u mí lie
hubía acercado. 1\las lo que a mí mismo llegó Il
t)xtrañarmû es que tan claro recuerdo no so limita bu B, los sucesos de aquella tarde, flino también
iL todos los días anteriores,
llegando hasta d primero en que la vi, y comprendiendo todu aquella
época de mi vida en la que, sin embargo, no había
sentido yo ninguna preocupaeión por ella y ha biu
gozado de la má.'l perfecta tranquilidad. Así eOn1(~
en la atmósfera pura. y transparento de los días
que precedon a las !,'Tandes lluvias se perciben lo~
más pequeños detalles de la lejanía, ocultos de ordinario a nuestra vista, o como en la noeho silenciosa llega hasta nmwtros el sonido de alejadas
campanas, asi se presentaron ante mí todos los
ge.3tos, movimientos y palabras de Lydia, aun los
más insignificantes, que dcsdo su Ileguda habían
ido grn bándose dentro de mí sin que me diese la
menor cuenta de elJo. Todo esto se había ido conservando oculto y silencioso ~n mi intcrior, y el
suceso de aquella tarde le había infulldido vidH.
siendo corno una enct'ndida antorcha arrojada sobro un montón de paja. Este descubrimiento me
hizo olvidar mi cólera y eomencé a buccal' t'n el
claro mar do mis recucrdos, no perdonando a mi
memoria ~l menor rasgo que pudiera ayudarme fi
completar en mi imaginación la figura de Lydia.
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-54
Abandonándome
alojamiento;
a esta dulce tarea rt'gresé a mi
mas en adelante
no me fué posibl!'
·conservar anto Lydia la misma tranquila serenidad
·que hasta entonces, y como no sabía. qu6 partido tornEtrni en realidad se me hal,ía pasado por las mieetes hacer nada, evitó en lo posible todo trato con
·ella para, en cambio, pensar en mi adorada eon un
afán tanto mayor. Así transcurrieron tres o CUHtro semanas sin qne nada nuevo sucediera, salvo
una modificación que observé en la conducta de
Lydia, consistente en que, guardándose ahora de
dirigirse directamente a. mí, no despordiciaba en
.cambio ocasión de decir algo en mi fuvor o elogio
y hablaba siempre de modo que me complaciese,
esto es, usanùo algunas eXpl'ei;Íones que me eran
acostumbradas y juzgando los sUcesos 6C¡¢n mi
propia manora de ver. Esto no mo extrañó enton·ces sobremancra, pues hacía ya algÚn tiempo que
me complacía yo en descubrir en ella opiniones y
juicios semejantes a los míos; mas como comenzó
en aquellos días a exagerar la nota riendo de las
mismas cosas y enfadándose por las mismas faltas
-que yo y dando a entender claramente que, ya
·que no lograba sacar de mí una sola palabra, se
-dedicaba ella a vivir pensando tan 6610 en eoroplacerme, acabé por caer en una horrible confusión y no saber qué hacer ni qué actitud tomar.
Por fin resolví acogerme al sencillo recurso de abro.quclarme tras de roi antiguo malhumor taciturno,
cosa. que roe fué tanto más fácil cuantQ que, como
.puede suponerse, no me fientía yo por aquellos
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días uaùa feliz ni satisfecho. Ante esta actitud mía
pareció dia realmente preocupada y decaída, manifestúndose en mi presencio. Ilcno. de timidt,z y
apocamiento, transformación
que, sabiéndola yo
tan yoluntariosa y resuelta, mo conturbó hondamente, pues lo general es que las mujeres que pretenden atraerse el amor de un hombre pongan en
juego, Bun siendo insignificantes, una brillnntc
desenvoltura y hasta un descarado impudor, P('J'U
no la dulce y tímida humildad que mostraba Lydia p¡;ra conmigo. Para mi máxima confusión, el
viejo gobernador pareció haber adivinado lo que
sucedía y comenzó a burlarse de mí y za}¡cril'lnc
de 'mil. manera poco delicada, diciendo a su hija.
veinte veces al día en mi presencia: «Lydia, hija
llÚU, la ycrdad es que parece que te has em1JllOrado de Pancracio.') Esto era ya demasiado, ;\"me
parecía una bien pesada broma, de escaso gu.<;to
con respecto a Lydia y poca conciencia tocanto a
ml. En más de Una oca¡;:ión estuve tentado de dccirsalo claramente así al padre y no preocuparmo
más del asunto. E..,to Último casi lo hice, pues logré dominarme, y me encerré en un mutismo ab,,;oluto. La actitud de Lydia se convirtió entonces
on suplicante, y ella pareció empalidecer y enfermar, cosa. que aumentó mi turbación sin darme
tampoeo solución ninglma. Mas cuando fi. pesa.r de
llÚ conducta
comenzó ella de nuevo a ir trus de
mí y hallar siempre algún quehacer en los sitios
t.n que yo me encontraba, llegué o. la desesperación, y empecé a. tejer con Lydia cortos y desma-
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ñados diálogos. Lo que habláhamos carecía de todo
sentido y era algo casí tan inarticulado y lastimoso como una conversación f'ntre dos perturbados; mas no nos dábamos cucnta de ello y nos
sonreiamos mutuamente como dos chiquillos, pups
yo también había olvidado todos mis propósitos .v
me sentía alegre dl' poder entablar con ella aqut·lIas cortas charlas. Ahora, que mi feliC'idad no du.
raba arriba de dos minutos, porque nuestra común inquietud y falta de reflexión hacía quo 110
pudié>;emm;coordinar d03 ideas scguidas, parecióndonos a dos niños que hubieran roto el hilo de un
collar y vieran asustados desparramame por (,1
suelo las bellas pcrlas. Estos diálogoR sólo tenían
lugar cada dos o tres semanas, pues yo me guardaba mucho de provocarlos y tenía buen cuidadlJ
de nO dar ningún paso en falso ni cometDr ninguna tontería que luego volvieran contra mí aqul'lIas extrañas personas. Cien veceS estuve por p'-dir mi traslado o dur por terminado mi servicio;
pero el tiempo transcurría para mí tan de prisa que
siempre me parecía prematu!'ll tul decisión. Además, mis pensamientos se hallaban ta·n concentrados en un solo objeto, que fuera ele él y de mi
servicio, que efectuaba casi mecánicamente, todo
lo elemás me parecía extraño a mí en absoluto.
Había terminado de Jeer todos los libras que el
gobernador poseía, y nada me quedaba ya que
aprender en ellos. Lydia, que sabís. mi afición a
la. lectura, aprovechó la ocasión para prestarme
a.lgwlOSde los suyos. Entre ellos había uno, grue-
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so como una Biblia, y que, encuadernado en 11t'gra pie], con fiJetes dorados, prcsentaba igual aspccto ()c]csiá.'4ico. Mas ]0 quo contenía eran dramas y comedias impresos en diminutos caracteres.
Este libro cra llamado «(el Shakespeare.), por ser
éste el nombre de Sll autor, cllya cabeza tenia dibujada en una de las tapns. Estc tentador falso profcta me metió con sus obras en un bonito atolludero, pues describiendo tal y como son todas 1m;
facetas del alma humana, lo hacc, sin embargo, escogiendo para 8US personajes hombres que en lo
bueno o en lo mala cmnplen completa y totalmente con su carácter fundamental y su especial
idiosincrasia, sin apartarse de ella nunca, y de este
modo son, cada uno en su estilo, claros y transparentes como el cristal de más pura limpieza. Así
resulta quo mientras los malos oscritores lo que
dominan y describen es el munùo do la incolora.
modiocridad, induciendo it errar con sus obras a
los hombres de cerebro débil, Shakespeare domina
en cambio el mundo de lo perfecto y lo aeabaùo,
y al pintarlo hace que ]os cerebros fuertes so equivoquen, creyendo posible hallar en esto mundo vidas y caracteres tan rectilineos y categóricos como
los shakespearianos. Y no es que éstos 110 existan
en absoluto; pcro son tan pocos, que nunca los
hallamos cn el lugar cn que vivimos yen ]a época
en que transcurre nuestra existencia. Aun hay en
el mllndo mUjeres audaces y perversas, mas sin el
emocionante y bello vagar nocturno do Lady :Mfíebeth ni e] temcroso lavoteo de su linda mano. Las
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envenenado ras quo hoy hallamos carecen de pudor
y de remordirnif'ntos, Jlegando hasta a escribir su
historia criminal o abriendo, cuando cumplen su
condena, una pequeña tienda, a la que todo el
mundo acude lleno de malsana curiosidad. Tarrbién existen tipos que se creen Hamlet redivivos,
sin tener ni idea de las razones sentimentales que
atormentaban el coraz6n ciel desgraciado principe.
Puede que hallemos hombrps sanguinarios, pero
carecerán de la demoníaca y sin embargo tan humana virilidad de Mácbeth, y también encontraremos algún Hicardo III, pero sin ingenio ni elocuencia. Poreias hay muchas, mas una 110 será bella, ni otra inteligente, y la que lo PS f'abe hacer
la desgracia de los demás, pero no su felicidad propia. Nuestros Shylock'> so complacerían en cortarnos las carnes, mas no arriesgarían un préstamo
80bro tal garantía, y nuestros mercaderes de Venecia no exponen su dinero en auxilio de un amigo pobretón, sino en fraudulentos agios poco hábi·
les, y cuando reciben el castigo no suelen pronunciar discursos bellamente melanc61icos, sino que
se c~llan y pallen además cara de tontos. Vemos,
pues, que, si bien ha.y por el mundo gentes corno
las que Shakespeare describe, no son, ni con mucho, tan perfeetas en su género. Un acabado bribÓll no encuentra nunca un hombro honrado por
completo, ni tampoco un perfecto loco alguien del
todo cuerdo, y de este modo no puede resultar
nunca una verdadera. tragedia ni una. buena comedia.
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todas estas reflexiones las hice mucho despuós. Entoncos me cautivó de tal mancra Ilquel
libr:o, y tan profundo, original, elevado y vcrdadero me parccía, que pasé muchas.noches en claro
loyendo sus páginas. Todo lo que en ól se del:lcribía lo aceptaba yo corno la más exacta pintura de
las pasiones de este mundo, y con esta confiunza
me dejé guiar por él en mi amoroso conflicto personal, creyendo que sus enseñanzas iluminarían mi
confusión, resolviendo mis dudas y poniendo fin a
mi tormento.
«Si mujercs tan perfectas como Desdémonapensé-, o como Helena e Imógene, renuncian a su
independencia para dedicar su vida a hombr('s a
veces bien poco atraetivos y los siguen sin reserva
alguna como inocentes corderillos, nobles y fuertes como heroínas y fieles e invariables cual las
estrellas del ciclo, ¿por quó Lydia, que vale tanto
o mÍls quo ellas, no ha de hallarso en un caso scmejal1te y sujeta a un tan poderoso apasionamiento? ¿No es acaso ella también un sólido y esbelto
navío que sigue invariable su recto camino hasta
echar el ancla para siempre en el puorto a que He
encaminaba?~ Esta idelJ,ruó para mí corno un cálido y brillante sol, a cuya luz mo pareció clara y
transparente toda la oondueta de roi bella amada,
no pal>ando mucho tiempo sin que su imugen sobrepujara en mí a todas las mujeres creadas por
el excelso poeta. inglés, dado que ln.,>figuras de su
poderosa. imaginación no eran para mi sino pálidos fantasmas, y en cambio tenía ante mis ojos a
PCl'O
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Lydia en carne y hueso, con un corazón que latía
a.pasionadamente y un flexible, y gracioso cuello,
sobre el qne caían dorados ricillos.
Mi tenebroso problema hubía hallado, pues, su
solución, y ya nada me quedaba que hacer sino
sumirme en aquella rlivinu bienaventuranza
que
Shakespeare me había ayudado ll. descubrir y eRforzarrne en hacer digna mi insignificante y poco
amable perRona de aquel capricho dd DeRtino l)
aquella real generosidad de un alto carácter femenil. Mil y mil planes y propósitos asaltaban mi
cerebro, yéndose a agrupar en torno de mi maravilloso castillo a{·reo. El agradecimiento infinito y
la infinita adoración que sentía por Lydia tenían
su fundamento, más que en el halago que su amor
suponía para mi vanidad, en el hecho de quo la
solución que yo había terminado por dar a su conducta era la única que me permitía Reguir amándoIa sin tener que despreciada y compadecerIa al
mismo tiempo. Era tan alta la estimación y tall
gr'lIlde el respeto qUI' yo profesaba a mi amada,
que ambas cosas habían llegado a constituir para
mí una necesidad vital, y mi corazón, qUBno había. temblado ante ningún hombre ni ningún animal salvaje, temblaba a su sola presencia.
Así pasó medio año, en un Bstado cercano al sonambulismo y con el cerebro tan colmado de ensueños como un manzano en otoño de manzanas.
pero sin progresar ni un solo paso en mi situación
con Lydia.. Me asustaba dcl más pequeño suceso
que pudiese va.riar este ",stado de cosas, como œmE>
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til
el uuen cristiano la llegada de la mucrte, que lo
honor'iza o. pesar de saber que tras de ella ~' por
ella misma va a entraI' en la eterna bienavent.uranza. J\Ias en mi imaginación se agolpaban los
más rnul'uvilIosos acontecimientos, claro es que to
dos eIJos satisfactorios y conducentes 11 Ull mismo deseado desenlace. Llegué hasta descuidar mis
obligaciones y a no servil' pal'a maldita la cosa.
Lo mlÍs cnfadoso para mí cra tener quc jugar todliS Jas tardes durante varias horas al ajedrez call
1'1viejo, pues me veía obligado a concentrar toda
mi atcneiún en el juego, y únicamente podía dejar suelto. mi fantasía amorosa en los intervalos
entro partida y partida, mientras colocaba de nue·
va las piezas sobrc cI tablero. Así, pues, me dejaba dar mate lo antes posible, aunque procurando
no extrañar con elIo a mi adversario, y me entretenía luego tanto rato con lo. co]oeación de rey y
reina, torres, alfiles, caballos y peones, trasladálldolos cicn veces de un lado para otro, que el gobernador creyó qllo ~'o había vuelto a la infancia
y me distraía jugando con las figuritas.
Por último, mi entera existencia amenazó convertirse en un ocioso nirvana y corrí el peligro de
Ilegal' a ser digno huésped de un manicomio. Entrc tanto, a pesar de mis dorados sueños, me hallaba. en extremo desalentado y trÍJ.;te, pues euaudo nuestras fantasías no se rt'alizan nos desconsuola más la realidad contrastando lúgubrementc
con dIas. Cuanto mlÍs amable y complaciente se
mostraba Lydia, más inseguro y dudoso volvía yo
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a. estar, sabie~do como sabía, por experiencia propia, lo difícil que es demostrar a medias tm verdadero amor sin llegar a descubrirIo por completo. Sólo cuundo la veía tristn y doliente hallaba
en ello motivo para esperar con algún fundamento razonable; pero al mismo tiempo, el verla así
me atormentaba mucho más, no considcrándomp
digno de quc clio. pasase por mi causa un solo in,,tante de amargura. A veces me œ'altaba el pcnsamiento de quo quizá espcrasc ella quc yo dejase
mi serena actitud para comportarmc como aquellos locos enamorados a quienes la pasión hace cometer mil extravagancias, y no haciéndolo yo así
se figuraba que no me ocupaba do ella ni había
llegado fi adivinarla, no atreviéndose a más por
no recibir un vcrgonzoso desaire. En fin, so armó
tal confw;ión en mi cerebro, quc me imposibilitó
para haccr nada con sentido comÚn, y bordeé el
peligro dc retroceder en mi carrerll y hasta de ser
expulsado dc la. milicia y tel',er quo salir de la India, si no quería permaneccr adlwrido al servicio
doméstico dC'1 gobernador en calidad dc viejo tra!'·
to in útil.
Por aqÜellos días so amotinaron los indios de aJgunas regiones contra los ingleses, y éstos comenzaron Ulla campaña que hubo de costarleR bastante sangre. Con rápida deci8ión pedí, como buen
soldado, abandonar cl servicio burocrá.tico quc venía desempeñando y ser agn'gado a las tropas que
partían a las províncias sublevadas. BI gobernador
no quería consentirlo, y me rogó, halagó y hasta
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aduló para quc pl'rlllanccifse a su lado, cosa muy
gCll"ral en estas- pcrsonas, quc creen quc todo ('I
mUlldo está cn cuerpo y alma, con todas sus penas o alegrías, a su completa disposición para elltret<m()rlas, servirIas y contribuir a su mayol' comodidad. Lydia, en cambio, apenas se dejó vel' en
los j,l'es o cuatro días durante los que se trató de
mi partida, y cuancIo aparecía no me miraba o
mo eehaba una corta mirada llena do cólera. Pero
sólo sus ojos sc mostraban airacIos; su andar y todos sus demás movimientos seguían siendo ton s('..
renos, noblcs y mesurados que, embellecicmlo IR
oxaltación dc su mirada, hacían quc mi COrl1ZÓll
se d,·sgarrasc más bajo sus rayOR. Oí tombién dl'cil' que se levantaba muy tarde, signo de que no
dormía por los noche~, y quc SU" familiarcs /:;('
rompían la cabcza sin averiguar la causa cIo taks
insomnios. El día quc precedió a mi partida, pasnndo casualmente antc su ventana, miré al int('rioI' y la vi, creyendo notar que sus ojos estaban
rojos y hÚmedos como de haber llorado. Al V('J'mo S0 ocultó con rapidez, huyendo al fondo dc la
habitación. Yo seguí ondando sin pararme e hi('('
Jo g\lO por aqucllos lugares tenía que hacer, )lO
volviendo a dirigil' la vista hacia. la ventam\. Al
anochecer volví a pasear por el jardín, acompañli.
do de un muchacho a quien iba explicando ci clli·
e1ado de las plantas, para tratar de hacer de 61 \lll
jardil1ero provisional que rnc substituyese
mieJltras so encontraba otro más conocedor dcl oficio.
En csta fuena llegamos a un lindo bosquecillo d(~
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rosales que yo había plantado y cuidado. Los esbeltos arbolillos alcanzaban la altura de una persona, y estaban tan juntos que, paseando entre
elIas, las rosas le rozaban a uno cn la nariz, cosa
que había agradado en extremo al gobernador,
viéndose libre do la molestia de inclinarse para
olcrlas . .Estaba yo dando mis instruccioncs al muchacho, cuando llegó Lydia y le envió a no sé qu{·
l'Ccudo, parcciendo después qucrcr alejarse con él,
pcro deteniéndose a los pocos pasos para eort3r
unas rasas hasta que aquél se perdió de vista. Yo
me entrctuvc también unos momentos enderezando el tronco de uno de los arbolitos, y cuando di
media vuelta para marcharme mc halIé cura a
cara con Lydia y vi que de sus ojos caían silenciosamcnte gruesas lágrimas. Pudc, con gran esfucrzo, .dominar mi cmoción, y, como si no hubiera reparaùo en nada, scguí mi camino. l\fas apenas
había dado diez pasos, sentí que ella venía tras de
mí, corricndo y parándose cuando iba a a '.canzarme. Este manejo continuó durante algunos momentos, hasta que me fuó imposiblc contenermf'
más, y volviéndome de rcpente, la vi a tres pasos
detrás de mí y exclamé:
-¿Por qué mo sigue usted, señorita?
Ella se detuvo en seco, como aterrorizada ante
la vista de una scrpicnte, y b~jando los ojos enrojeció como las brasas. Después palideció, temblando con todo su cucrpo, mientras alzaba sus
azulcs ojos del suelo y los posaba en mí sin dccir
palabra. Por último, murmuró con voz en la que
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t'l orgullo indignado luchaba can lIDIl humillación
que so ha recibido voluntariamentc:
. ¡Crco quc en mi jardín puedo ir a. donde bien
IIlC plazC'a!
-- ¡Claro! - respondí Call timidez, y prosC'gllí mI
camino. Ella cchó li andar a mi lado, sin quedul'f-o
atrá'ó a pesar del esfuerzo que tenía que hlléer para
seguir mis pasos, que la excitación en que me hallaba hacía más largos y rápidos que de costumbre. Varias veces la miré de reojo, y vi que SUB
ojos, humildement~ clavados en cI suelo, se habian
cubierto otra vez de lágrimas. Mi rostro ardia y
mis ojos empezaban también a humedecerse. La
situación había llcgado de tal modo a BU punto
culminante, que yo me hallaba ya al borde de collIeter una pcrversidad o una tonteria sin estar inclinado a perpetrar ninguna de las dos cosas. Pero,
en m..Îmísera confusión, pensaba yo mientras undaba junto a ella: «Si esta mujer te ama y llegas
algwl:l vez honradamente a alcanzar su mano, tl'Ildrás que servirIa hasta tu muerte, aunque después
rC'sultase ser el mismL"imo demonio.~
A todo esto llegamos a un lugar en que crecían
Ulla o dos docenas de naranjos, aromando con sus
flores la pura brisa, dulce y fresca, que hacía temblar sus gráciles l'limaS de nobles líneas. Cuando
pienso en aqucllos instantes, creo aún scntir aquel
hálito de embriagador perfume. Probablemente su
inten.,idad exaltó también cn Lydia la rar~ pasión
que la po:;cía, j' que no era mas que un tan vivo
amor y tan ferviente culto a su propia persona,
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Lo, nOllllRES DE SELDWYLA.-T.
I.
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que llegaba hasta exteriorizarse en forma de unn
ardiente pasión hacia un hombro. Dejándose caer
sobre un banco bajo los naranjo!:', cubrió su rastro
con sus manos, a travos dB euyos dedos fluyeroll
abundantes lágrimas.
De pie anto ella, le preguntó ca~i sin aliento:
- ¿ Qué le pasa a usted, señorita? ¿Qué es lo que
desea de mí?
-¿Y llsted mo lo pregunta?-replicó--.
¿Se ha
vísto nunca atormentar y maltratar de tal suerte
a una infeliz mujer? ¿En qué bárbaro país ha nacido usted? ¿Qué duro leño tiene lIsted en lugar
de corazón?
-¡Cómo!, ¿la atormento? ¿ Porqué dice usted que
Id. maltrato?-rcpll.';e
yo, indeciso y sobrecogido
ante aquel lenguaje, que, aunque podía encerrar
un recto sentido, no me parccía eJ mús apropiado.
-Es usted un hombre sobl'rbio y grosero-me
dijo sin levantar los ojos.
Al llegar aquí no pude domina.rmc y exclamé:
-No diría usted eso si supiera cuán poca soberbia y cuán poco orgullo abriga mi corazón para.
con usted. Precisamente mi gran estimación y mi
gran humildad son las quc ...
La. emoción me hizo enmudecer, y Lydia, con
el rostro iluminado por una dolorosa sonrisa 1'11plieant<', dijo presurosa: 1'¿Y bien?,)... , y al decirlo
posó sobre mí sus ojos con una dulzura que me
privó dcl resto dI: reflexión que aun me ql1lèdaba.
Yo, que no había creíùo nunca posible cuer a los
pies de una mujpr, caí, no só cómo, II. los suyos,
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y com¡,lctnmente
rendido y contrito cntRrró mi
cabc?..a t~ntl"l~los plicgucs de su {nIdo, rnojál doIa
con mis Júgrimos. Ella me rechr zó instantúnca·
rnentt', h"eióndomc levantar; pero HI ponermc cn
pio vi quc su sonrisa ertt aún más dulce y bollu, y
exclElmé: «¡Sí; ahom lo sabrá usted todo!. .. '>, y le
conté mi l}istDl'ia, con una fogosa c]ooucncia de la
quo IIWlca mo hubi('rD creído capaz. Lydia eseul'habIt ansiaRa y yo no le oculté nada dc lo quc en
mi ef'píritu ha bín pasado dcsdc su llegada h.:sta
aquclla hora, poniendo sobre todo ante sus ojos la
acabuda imagen quo dc ella. guardaba en )0 más
íntimo de mi alma y cómo desde hacía meùio año,
o quizá más, la había yo ido perfeccionando
y
completando afanosa y ficlmentc. Ella sonreía, con
los ojos perdidos ('n la azul lejanía y lu burbilla.
apoyuda en la mano, espiando con satisfacción
mis ardientes palabras y parecida a un nÍIïo a qui,'n
por fin hEn entregado un juguete mucho ti( mpo
deseado, sobre todo cuando oyó que ninguno do
sus encan tas ni una sola de sus palu bras ha bían
sido perdidas para mí. Dcspués mc alargó su mano
y, ruborizándose, dijo con acento satiRfecho y scguro:
- Lo agradezco infinito su cariñosa inclinación.
Crca usted que me duele haya. pasado u.'\ted tanto
ticmpo preocupado pOI' mi causa; pero he visto
que es usted todo un hombre digno dc estima.
ción, por œr copaz dc una pasión tun profunda y
tan bella.
Estas serenas palabrai! cayeron como un trozo
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de hielo en mi hirviente sangre. Mas en seguida
pensé que quizá quisiera. darse ahora. a.ires de mujer correcta y que sabe dominar los impulsos de
BU corazón, y dccidí plegal'mc a su voluntad
y
adaptarme al tOllO quc cscoger quisiera.
Sin embargo, algo preocupado y aun dudoso, lo
dijf):
- ¡Quién piensa en lo que yo pueda o llO haber
sufrido, bellísima Lydia! ¡Qué significaría. ello y
todo lo que pueda quedarmc por sufrir ante un
solo momento de dolor o angustia que usted haya
pasado por mi culpa! ¿Cómo podré yo, insignificante o intratable sujeto, compensar uno solo de
esos instantes?
-Dcbo
confcsar-contestó
ella, siempre Bonriente y con la vista fija Cil ci sucio, pero yu. call
exprcsión dístin ta -quc Sil í18pera y ruda conducta me ha hcrido mucho y hasta llcgó a atormentarme, pues no cstaba acostumbrada a hallar tal
csquivez en torno mío, sino, muy al contrario,
agasajo y rendimiento por dondequiera que fuese.
Su aparente insensibilidad mo irritaba tanto mós
cuanto que mi padre y yo lc profesamos Ull VCI'dadero afecto. Así es que a,hora me satisface ell
extremo ver que tambi6n tienc usted un poco de
alma y, sobre todo, quc no hay razón para que yo
siga dudando de mi propio v~ler, quedando desva.
necida la duda que comenzaba, a alzarst' cn nú sobre mi propia persona. Por lo demás, mi buen
amigo, yo no siento inclinación alguna hacia UEted, Libro
como
tampoeo por
hacia
ningÚn
otro Arango
hombre,
y de la
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C!}
espero CIlIP, con todo ci rpnùimiento y cortesía q1:C
acab:J. de d"nlostrarme, ¡,abrh usted resignarse a lo
irrt'mediablo, sin odiarme por no poder corr('¡;ponoer l\ S1I bello scntimi('n to.
Si había creído que después de esta francn. f'Xplicación iba yo a qucdar fulminado antc clin, sin
Rabel' qué hacer ni qué decir, so había cngañ!:do
de mNHa a medio. :Mi ccr¡¡zón había tcmblado
ante la. apasionad!!. mujcr quo yo creí llena do
Rrnor; mas ante aquel fcorcz y pdigroso egoLcn~o
no t<lmblaba ya, pues estaha Rcostumbrado a hahér!ielas con tigres y serpienœs. Por d contrario,
l'n vez de permanecer confuso y des('sperado, Rin
quercr salir de mi error, cosa quo ¡;uele suceder CrI
situaciones semejante!i, me hallé do repente tnn F('r"no y reflexivo como puede estarIa un hombre n
quien 11C acaba de ofend"r y ¡¡frentar ignominioRarnente, o un cazador quo eRperando una mcdroFa
y noblo corza ve aparecer ante él uno feroz jabp-lina. Estos fríos sl'ntimientos se mezclaban fi h~
extrnñ<:za de que, habiendo descubierto su pcrversidad, siguiera ella ante mis ojos tan bella o má"
que nunca. Pero tal C!iel misÜ'rio de Ia beIlez!!.
Entre tanto, si mi rastro no hubiera estado tun
tostado por el sol, hubiera aparecido más blanco
que las flores del naranjo quo nos cobijaba. DeEpués de una corta pausa, exclamé:
- ¿Do manera. que tan sólo paro. restablecer Sll
fe en StlS propios atractivos lo ha sido a usted pcsible fingir durante tanto tkmpo y con tal arte
los más apasionados signaR de un puro Rmor des-
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interesado hacia mi humilde persona? ¿Para alcanzar de mis labios la. confirmación de su bcllez.a.me h3 seguido usted como el inocente niño que
bU3ca IL su madrl', ha palidccido usted y enfermado y ha tratado ustcd constantemente
de ugradarme, no hablando ni haciendo cosa que no fuera
a ello dirigida y'mo.,trando una tan grande alegría
cuando eonseguíu saearme dos palabras seguidas7
-Posible
es qne tal 11:1yasido mi conductar"spondió ella sin perder la sel'enidud -. Mas lo
que de ella le duele a usted, hombre vanidoso y
egoL3ta, es no haber si,lo en realidad el objeto de
un tan humilde e ilimitado amor, y que yo, pobre
de mí, no sea el apasionado corderito que su 01'gnllo so complacía en suponerme.
-)lo orll tal mi pensllmiento-repuse-.
AdeIIlls, aunque así fuese, si los dioses, hasta Cristo
mismo, se han entregado siempre a los homhres con
inmenso amor y, recíprocamente, la Hmnunidad ha
encontrado desde los tiempos primitivos su mayor
goce en hflccr.~e mcrccclora de un tul amor, ¿por
qué m() había. de avergonzar el erecrIne amado do
parecida mancra? ¡Ka, señorita Lydia, no! Cuento
corno una honra para mí el hubcrmc dejado engañar por llc;tcd y haber cr(~ído con ingpnuiùud en
un sincero amor que tales muestras daba de su ardorosa realidaù, en vez de figurnrme maliciosamente que todo aqupllo no cru mus que una perversa y además cándida comedia. j Pues todo su
fingimiento no es mas que pura candidez! ¿Qué
garantía puede constituir para su fe en sí misma.
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el hab()r llegado Il rendir y enamorar a ur¡ pobr •.
solùado, cu~ndo pura cOlls('guirlo ha tenido usted
que emp]('¡;r durante tan largo tiempo los lllás
fuertes medios de seduet'ión ùe que podía di"po.
ner? ¡Usted, la bella y distinguida dama inglesa!
¿Qué garantía mayor-l'cHpondió
Lydia, que
dlll'untc mis últimas palabras había paliùceid{l.
perdiendo su gesto satisfecho-puedo
t<:ner de ITti
pel·..wna que esa. pa~ióll que Hl fin le he forzado ti
decla.rarmo? No quel'r{~ usted negAr ahora qUI',
COlUOIlcaba de confesar, qucdó prendado elo mí
desde el nlÎsmo día. ùe mi lIcgada. ¿Por qué no lo.
dejó traslucir un poco Il travÉ's de su nRtural rudeza, como debo hacerla todo hombrc cnamorado.
por humildc que sea, aunque sea. un inculto pastor? Nos hubiéramos ahorrado ambos osto qu£'
usted !lama ulla pervcr:;a comedia y yo Ille hu1>il'ro
contentado con dIo.
-Si uSÍ(,d me hubiera dcjado tranquilo-repuse -, quizá. fuera ahora mejor para usted. ¿I~nora
lL'oteclacaso que lo que p.or usted he sentiùo tien!>
que transformarse desde ahora, PU).'11 mayor sufri·
miento mío, cn un sentimiento opuesto por COInpleto?
- Xo importu -dijo - . Sé ya que he Jugmdo
{'!lamoraI'll' y que me lleva. usted muy dentru de
:<11 corazón.
Ho oído bicn sus palabra!; y estoy 1'1"
~l/ra c~.emi eonr¡uÎf;ta. Toùo )0 demás me I'S indif('rent<:. Así son castigados, mi querido señal' Pan"I">ll:io, IOHquo delinquon dentro del n'ino de ln
Bdlez!l,
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- Un reino-con testé-que
pal"(~cemós bien una
tribu de gitanos ladrones. ¿Cómo puede usted adornar
su sombrero
con una
pluma
que ha robadc>,
como la más vulgar ratera de tiendas? ¿Cómo P\wde vanagloriarse de lo que se ha apropiado contra
la voluntad de su dueño?
-En ese reino-replicó-lo
robado constituye la
gloria de la ladrona. Su cólera de usted prucùa que
hc dado bien el goipe.
De este modo discutimos con durns y amargr.s
palabras por espacio de media hora. En V8no illtentB hacerle comprender quo áquel amor tan de
mala fe conquistado no podía poseer el valor que
elh le concedía. No perseguía con ello mitigar d
dolor de mis heridas, sino ver si despertaba 01
Lydia Ill. conciencia de la injusticiR y de la inmoralidad de su conducta. ¡Pero todo fué inútill Sf'
obstinó en no comprender que un enamoramiento
no se convierte en verdadero y rendido amor hasta tanto quo cree hallar una esperanza de ser cc>rrespondido, y que dur 1\1enamorado esta ('sPe'ranza con pleno fingimiento era un gro:;cro e inmoral engaño, tanto más sin conciencia euanto
más sencillo, honrado y cándido fuera el engañado. Sin prestarme oídos volvía siempre al hecho
consumado de mi dE'claración, y además, ella, que
parecía poseer una tan clara. inteligcncia, adujo
los más confusos, absurdos e inmorales argumentos, demostrando una vcrdudera cabeza de chorlito. Durante todo el año que había. pasado viéndola a diario no había. jamás hablado con el/a tanEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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¡:J
to como en la hora qUE' duró nuestra diRcu~iún, y
entonces, joh Dios mío', vi que no l'l'a mas q\lC una
criatura dc lujo, cuya cuidada edueación le había
prestado los signos ext<'ríorcs de un elevado y 1:0blc espíri tu femenino, p('ro quc su Cfre bru , nt Y
,;eguia siendo el de una vulgarísima 8oubTette, tal
y como lucgo las vi a docenas en los vaudel'illes
de Pari<;. Lo que no se alteró a mis ojos fué -;u
infinita belleza, que en aquellos momentaI' me parecía incomprensiblo pudiera coexistir eon tanta
vana liviandad y que seguía atormentando mi C(lrazÓn en competencia con nuestro amargo delatl'.
Por Último, profirió eooas tan ~in sentido y tan
desvergonzada8, que, Call lágrimas en los OjOR.le
disparó el siguiente improperio:
--¡Ay, Lydia! jEs ust('d la burra más g;l'ande
quo he visto I'n mi vida!
Al oírme, sacudió con fuerza su l'abeza, haeit'lldo
estremecerse los dorados rizos que formaban Uti luminoso nimbo sobre ella, JI me miró pálida y usomhracla, con un rictus ün la boca quc quería ser unn
sonrisa dc burla dpspreciativa y sólo fué un ~ign().
de su eonfusión ante mi inesperada brutalidad.
-Sí, Lydia, sí -continué,
secando mis lágrimas
con los puños ccrrados -; ~ólo nosotros los hOlllbrei! podemos ser tan ininteligcntes como el bUlTO
en ctlcstiones dc amor; es ésa una prerrogativa
nttp.stra. Y todavía el haberla llamado a¡:í es un
honor que le hago. Si fuera usted un poco mú.<;
vulgar Il insignificante, mc hubiera limitado a dl'cirle que era una perv~rsa ganRa.
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74
Con estas palabras
f;in dirigirle
la mirada,
me s(·paré por fin de clIo.,
pero con lo. certeza
d" que
dejaba tras de mí todo lo que de pmu fe]ieidad
me podía haber sido dpstinudo pUTa mi vida entera y s('guro de h,lber perdido para siempre la fe
(m d arnor f(,rnenino.
(li Esta
te sucede por tu desdichada insociabilidad!-Ille
dl'CÍl1 yo a mí rni..;mo-. Si desde los
primero:'> días hubieras hablado con dIo. ufable·
mente la mitad dpl tiempo que ahora lo has hecho, no hubiera quedado oculto a tus ojos su mezquino valor espirituul y no hubieras sufrido tan
grosero cngaiio. ¡Deja, pues, uhora que tu falsa
ilusión se desvanezca y no sufras por dlo!»
Cuando, lleno aÚn de dolorosos pensamientDs, fuí
a desppdirme ciel gobernador, noté que me miraba
burlonarnente, Call un gesto en'tre taimado y piacentero, y adiviné que canada toda nUCRtra historia y que la había ido siguil'l\(lo dc~d(' que pmpezó, sirviéndolc de diversión mis apuros y sufrimientos. Como era un hombre bondadoso, ~' en
general hi(mintcncionado,
~\l
regocijo no podía
achacarse a la perversidud qllc goza con el dolor
ajeno, sino más bien fi la estÚpida ak'grín del filisteo que ha eonspguido dar con todo éxito 1Ina pesada broma. En tiempoR pa:-;ados Re divertían lo~
grnndcs señores !'mborrllchnndo
It S1l<;bufones,
rrwninos o Rervidor!'s para sumergidos r1espué;; en
agua hcla(la o maltratarIas
('II otra formu cnulquiera. Los sei'íores actuaks,
má" cultos, no encuentran ya placer en causar daños físicos, pero
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r'n cambio les divierte mueho inspirnr li sus inferiores toda elas!' de sutiles ]ocurm;, y CIJIlIltomás
illcapact·s son dc ~entir por sí mi..·;)lIOSUlla de"ada
y liable pasión, tanto mí~'5go:¿;an en tJ"spcrtadas,
por medias más o menos lítÜtos, en aqucIlo¡.; que
sc prcst::m a caer en las ratoneras quc con tun enu I
habilidad Jcs prepamn. Ko cabía, pill'S, prot<·star
de nadA cuando el mismo gobernarlor 1'0 ]lllbín
"~,sde1Ïudo cmplcar a Sll propia hija como cebo
quC', atrayendo a los simples, le proporci<llllll'¡' Ull
l'lit::> de diversión.
Por tanto, sin dccir IJllluLru,
me cchó a la espalda mi pCf'ada mochila, sill siquiera darme cucntn de que tcnía un carro para
transportar los bagajes de mi compulÏíll, y III frente de ella salí al cerrar la noche puru incorporarme fi mi regimicnto, que había partido aquella
mañana.
'J'ras lIlla pen Of'a ma l'cha fi tra "és de lu sof OC!lnte no()]¡o india, (,lItró en el eampamcnto dt) In columna expcdicionaria y mo cncontró como transportado fi un mundo nuevo. Comellzó la cumpaiia, y nuestras tropll'5 rompieron Ins ho~tilidlldeB
eontra los golvajes montafíeses que vi"íun ('II los
límites del imperio indobl'itúnico. Hahirnùo anlll'1.'1<10
un día con mi sección Il la descubilTtll, nos
cneontralrlos de repente cercados por el ennnigo,
COllstituído por una maE!~ dc jinctes de H~l'eeto
,le bandidos, numerosos dcfHntes de ~lt'rrH y VIIriu . ; canos cubiertos de extrañas pinturHf;, '/1 lus
qu,', inmóviles y rígidos, venían vurios ulTogllnt<$
príncipes indios, llevados nllí como muñeeof; deco-
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rativos por los salvajes cabecillas rebeldes. Todo.9
nuestros oficiales murieron en aquel encuentro, y
la sección quedó reducida fi su tercera parte. Yo
tuve ocasión de distinguirme y alcanzar el grado
de primer teniente. Al terminar la campaña fuÍ
hecho capitán, destinándose me a mandar la. guarnición de un pequeño puesto limítrofe que habíamos conquL<;tado. Durante dos años permanecí III
frenro clù ciento cincuent~ hombres, como jefe SIlpremo de aquella pagana. selva y más aislado y
solitario quo nunca en mi vida. Desconfiaba de
toùo y me mostraba muy SOVOI'O en los aSlmtos
del servicio, pero sin ser nunca duro ni injusto .
.Mi principal mlliión era ir introduciendo poco lJ.
poco las costumbres europeas en mis dominios y
prestar ayuda a los misioneros para que pudieran
llevar la suya a cabo sin peligro, Sobre todo debb
impedir que las viudas indias fuesen, según costumbre, qucmadus vivas junto al cadáver de HL
esposo, y como todo el pueblo mostraba decididoempeño en no prescindir n1illeA. de este homenaje
a la. fidelidad conyugal, teníamos que correr constantemente de un lado a otro para impedir taks
estériles e inhumano-s sacrificios. Cuando llegábnmos a tiempo, se mostraban tan dL<;gustados y
apenados como los europeos que ven disuelta por
la. Policía. una ilícita diversión. Una vez habían
preparado la ceremonia tan aEtuta y secretamente en un lejano pueblo, que ya ardía la pira funeraria cuando llegué yo ti. todo el correr de mi
caballo y disolví la. rewlión popular. Sobre el f1leEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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go yacia el cadáver de un seco y consumido viejo,
que comenzaba ya a socnrrarse. Junto a él, una
precio_~amujprcita que apenas tendría diez y 8ci~
arios cntonaba uno. p'egaria con voz u1'w·ntina y
!Joco.sonricnte. Por fortuna. las llamas no habían
llegado aún hasta ella, y tuve tiempo para saltar
del ca baIlo y, cogiéndola por su::; diminutos pie",
arral1(:81'll\ de la pira. Ella, sin embargo, se debatió como loca, queriendo a toda costa ser qucnmda junto 8.1 cadáver do Sil hediondo viejo, y ¡ne
-costó mucho trabajo reducirla y apaciguarla. En
realidad, las pobres viudas no ganaban mucho
-salvándose dd fuego, pues luego Jos suyos laE de::;preciaban, dejãndolas en el mayor abandono, .Yel
Gobierno inglés tampoco hacía. nada por mejoral'
Sll situuciÓn. Pero en este caso que os he relatado conseguí que la joven viudita rccibh,ra UIlU
dale y se casant de nuevo con un indio bautizado
que a nuestro servicio teníamos, y al cual tOI\1Ó
gran cariÙo.
Lo mulo fuó que todos estos maravillosos suceso,; ú.cspertaron en mí el deseo de gozar de una
parecida fidelidad femenina. Mas ya que no tenía
l'Il mi ai~lada guarnición mujer ninguna que satisficiera mis amorosas ansias, tal deseo se tra!l~formó ell el de ser yo quien observara una semcjante fidelidad a alguien, y, cama era de esperar,
mi imaginación se volvió de nuevo hacia Lydia.
Ahora que había llegado El. una posición decoro::;l\
y tCllía aute mí un buen porvenir en el ejército,
!lO Fue
meDigitalizado
parecía. por
della Biblioteca
todo imposible
llegardelaBanco
cOnseEste Libro
Luis Ángel Arango
de la
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guir Sil mano, si nun se hallaba librc. Esta lacs
idca arraig6 l'n mi cerebro, fortificada por d pensamionto
do quo algún
valor
debía yo tener
a
los
ojos do Lydia cuando tun to trabajo se ha bía tomado en trastornar mi cal'czól. Asi, pues, caí on
Is idea fija do casarme con ella, a pe:::ar de todas
:::us malal'\ cualidades y sólo por su incorupklrable
belleza, amándola fielml'nt"", sin límites ni objeto.
y considerando Sil falsedaù c ínintdigcnci!l. como
otras tantas virtcdes. De tal modo se exaltó otra
vez mi fantasía, quo todas sus faltas y hasta su
feroz egoísmo se con virtieron pa l'a. mí en los ruRs
doseables bienes do la t.ierra, y llegué a imaginarmo que con habilidad y discrceión podía ir transformanùo los defectos do mi adorcda en amables
sentimientos. Sube Dios de dónde sacaba yo una
tal potoncia imaginativa. Probablemente, todada
del dichoso Shakespeare que la hcrhiceru. me había
dado pura ace bar ùo trastClrnarmc. Lo que aun
me admira es quo elJa lo hubiera leído alguna vez.
En fin, cuando yo llevaba algún tiempo embriagado con tun absurdos sU('Í'íos,fuí relevado do mi
alejada guarnición, y pidiendo lila licencia, me
dirigí Il toda prisa a la resídPllcia del gobernador.
Nada había cambiado en su medo de vivir. Fuí
recibido con gran agasajo, y por Lydia con mayor
amabilidad de la que yo espcruba. Apenas la vi
de nuevo y lo hablé un par do veces, volví a enloq'wcl'r por cIJa, y encastillfÍndomc en mi obl"(,sión, me propuse cons~guir sn mano.
Lydia
llcva ba
hllcia
sus
EstePero
Libro Fue
Digitalizado
por ahora.
la Biblioteca
Luisadelante
Ángel Arango
del maBanco de la
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nejos COlluna morbosa sobreexei tución, en tn·gán.
dos" sill rl'8erVo. ni pudor alguno Il su df'~diclH«I()
t'gníslllo. Una numerosa corte de vanidosos OîÎcialcs giraba en torno suyo, ubrumándolu con tri·
vialef: y hllt'ros cumplimientos,
que dclt'itHb/l1l ¡.;,,~
aidas. Las galan tcrías más fa !tas Je ingeT\ia y
oportllnidad cran lleeptadas con placer si pr.1'lcilll1
saJir de nn rendido corazón, y coadyuvaban Il man·
tener viva en Lydia lu confianza cn Sil poder atractivo, Además de estos adorudol'cS habia trustornado con una sola mirada it un infeliz taml;or dcl
rcgimiento, que, hinchado rie orgullo, la salía cons·
tnntcment.e al paso, dirigiéndole t¡ernf's y tímidas
ojcadas. y a un zapatero que, por cempleto enloquecido, ~e detenía, cada vez que iba a Ileyarle
unos zapatos, en el corredor du la casa, y Rucm:do
un espcjito y un peine ~e acicalaba
pl'imoro'amente, como un presumido
gato, confiando (n
que Ilquella sería la entl'evista deci¡.;iva, CuuIIdo hy('ían Ilegal', se trasladaba toda la corte a lIna p:nlería desde lu. que podían sin s('r vistos pre~( ne-illr
ci ridículo manejo del pobre diablo (IH:morndo.
Lo más (,xtraordinario
cs que esta eondl1cta de
Lydia no disgustaba a. nadie, pareciendo que r,;uguno esperaba de ella C081\ mejor, y:;ienclo yo ci
Único que tenía una más {'levada opinión ùe eIlu .
.Rcsultaba ùe este modo que aquellos que la d('spreciaban procedían tomímdola tal cual era y ti
modo ùe pllsaticmpo mucho más inteligenteIlllllte
qne yo con mí empeño ele ennoblecerla y mi plOflmda pa~ión. ('¡Pero no-pensaba
yo, rebe)Úllùcrne
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.so
contra tal idea -; ella es como yo me la imagino,
que no saben lo que en su alma exist.e, y que queda oculto
tras esa coquetería superficial!>} Temhlando, ansiaba que llegase el momento en que poder presentar dc nuovo ante sus ojos el espejo donde Rf'
reflejaba únicamente lo mejor quc había cn ella,
desapareciendo
lo que yo me figuraba defectos
puramente oxhn'ioreR y Rccidf'ntales. Mas mi acostumbrada reserva, quo a pe.;;ar de los mayores csfuerzas me fué imposible romper, no rop consintió
roezclarme con aquellos vanidosos micos que 1'0<ieaban a Lydia y Ilcercarnle Il ella. Volví a sentirmtl impacÍfmte y desdichado, y pidiendo mi
separación del ejército angloindio huí con rumbo
a Europa, decidido a olyjdar a aquella funesta
mujer,
Llegado a París, y viendo ci gran n {¡mero de
mujeres inteligentes y bellas que en la gran ciudad había, decidí permanecer algún tiempo en
ella, pensando que cI mejor media dc libertarm!'
de mi desdichado recuerdo cra ver muchas caras bonitas, Por tanto, íuí de teatro Cil teatro y
me mce prcscntar en varias reuniones distinguidas. Vi, en efecto, muchas bellas figuras f~·meni·
nas de extraordinaria. eIcgllncia y cuyos ojos dejaban adivinar almuR do bclk:za correspondiente a
la. exterior; mas todas ellas no hacían sino recol'darme mi insensato amor y reavivar su fuego. No
me era posible olvidar a. Lydia. y mi destino parccía
ser cI de arrastrar toda mi vida la cadcna
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y los quc la rodcan son unos imbéciles
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quc· a ella me liguba. ·Cuando pensaba (m ella, mil
invadía la extraiia ~l'nsaeión de quo induÙ1.lble1l1elltl· tenía que exi"tir en el mundo una mujer
([UC' pos"yera su belleza física y fuese su vivo retraLo, pero que udemás reuniese tambi6n ]B>; eua]idades ;ooraJes ele que ella carecía, no clf,biendo
yo volver a hallar mi tranquilidad y mi alegría
hasta que encontrase a esta perfecta Lydia. En
una palabra, enfermó de nuevo, y como no nie
era posiblo retornar a la India, quise buscar otra
vez la actividad militar, el peligro y los arùorcs
de un so] meridional, y me alisté en el ejército
colonial francés. Fuí dŒtinado a Argelia, y pronto
me hallé en el límite do aquella provincia africana, m(lrchando sobre las abrasadas arenas del desierto, bajo un sol de fuego y peleando call los
cabi]eñœ.
Al llegar nuestro héroe a este punto de su relato, Esther, ]a hermanita, que siempre había de
comptor alguna illconveniencia, dió un Falto en la
silla, soñando que caía rodando por una escalera,
y al ruido que hizo levantó por fin Pancracio los
ojos del suelo y se dió cuenta de que su audito.
rio dormia a pierna suelta. Al mismo tiempo cayó
en que hasta entonces no había relatado mas que
lUla historia de amor y, avergonzado, deseó quo
hubil'rílll dormido lo suficiente paru no haber]a
oido en absoluto. Despertó a las mujeres, haciéndolus acostarse, y también él bur:;cósu Jecho, durmiéndose después de exhalar un profundo, pero
satisfecho suspiro. Permaneció en la cama tllnt0
l"lS Digitalizado
HOMBRES DE
Este Libro Fue
porSELDWYLA.-T.
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tiempo como cuando era el inútil y perezoso Pancracio, e igual que en aquellos tiempos, tuvo su
madre quo ir a. despertarle para. haeerle acudir a
desayunar. Reunidos ante el café matinal, prosiguió Pancracio su relato, diciendo:
-Si no os hubierais dormido, habríais oido
cómo estuvo a punto en la India oriental de dejar
de ser un insoportablo regañón para convertirmc
en un hombre bondadoso y afable, todo clIo por
causa de una bella muchacha., y cómo mi esqui.
vez me jugó una mala pasada no dejándome conocer íntimamente a la que me engai'íó. Hubierais
oído también cómo, vuelto a mi desapacible y taciturno natural, mo traslaùé desde la Inùia al
Africa frances!!, dedicÚIldome allí a dei'truir Jas
ridículas chozas, on forma de torres, de los beduí.
nos y a hacerles a éstos buenos chichones en sm;
duras cabezas, cO~'asque llevé a cabo con tan furioso afán que también ascendí con rapidez entre
los franceses y llegué a coronel, grado que es el
quo hoy ostento.
De nuevo era yo tan monosilábico y melancólico como en épocas anteriores, y sólo había dos cosas que me distrajeran: el cumplimiento de mi deber de soldado y la caza de leones. Para esta última salía solo y armado con una buena escopeta
en busca do la. fiera, y toda la. cuestión estaba en
herirla gravemente del primer. tiro o perecer entre
sus garraR. La. continua repetición de este peligro
y la. probabilidad de que por fin algún día me fallase un disparo, eran cosas que me apasionabnn.
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g;J
~unc[\ nle sentía mejor que CUAndo, sin ,"cr alma
vivil:'ntc en todo el horizonte que abarcaban mis
ojos, iba tra~ de las huellas de uno de aquellol-;
salvajc·s y vigorosos animales, atravesando las du\las que formaba la candente arena del desierto.
Una vc'z apareció en aquellos parajeR, dcvastándcJlos dUl'ante cuatro largos meses, un león que re dccía era dc extraordinario tamaño. ErE!este cuya pie I
yace uhí entre vosotras, y quc por entonces diezmaba los rebaños de Jas beduínos sin que naclie
pudiera clarlc cuza, pues se trataba de un aEtuto
vit'jo que hacía a diario largas marchas en cli<;tintas direcciones, embrollando la pista de tal modo
que cuando salí en su busca me di tremendas caminatas ~in mús resultado que verle desde muy lejos. CUllndo esto hubo succdido dos o tres vecC's
fin que nunca se me pusiese Il tiro, creo quc llegó
a conOClTmc y a adivinar las malas intenciones
q \le respecto a él (\briga ba, porquc en cuan to me
venteaba desde lejos lanzaba un rugido ensordecedor y desaparecía trotando. Así anduvimos uno
tras otro muchos días, mudo yo como un sepulcro
y rugiendo él salvajemente de cuando en cuando.
Un día salí con el alba y me rlirigí en direcci6n
contraria a la. que había visto tomar al león la
!loche antes, pues sabía quc los beduínos habían
retirado sus re·baños de aquel sitio, y no habiendo
podido el hambriento señor "a ciar 1m apetito durante la. noche, volvería por lo. maiïana sobre sus
pasos. Al salir el sol atruvesaba yo una región
llena de nllíltiples colina>l, que proyectaban sobre
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la dorada arella largw; sOlllbrl\,;, cuyo profundo color azul mB recordó los ojol;<de Lydia. En la lejanía. Be clevaban azule¡; lllonta1Ïas, al pic do ¡""
cuales se hallaba la árabe ciudad en que yo residía., y por cIlada opuesto S(l veían al~unos bosques
y verdes llanuras, sobre las que flotaba el hwno
Kaliando do las tiendas de los bcduínos, que f;e divi.;aban como diminuto,; puntos negros. Un silencio de mUerte reinaba sobre todo aquello, ycn torno mío no se veía una sola persona. D(l pronto
m:, halló al borue de un barranco que no se PPTcibia hasta Ilegal' a su misma orilla. Por su fondo
corría un fresco y alegre lllToyuelo. junto al cual
cr"CÍaIl floridas matas de adelfas. Xada más bello
a la vista, despuós de la uniforme arfma dorada,
que el suave fluir del arroyuelo y el fresco verdor
de a.quellas matas, sobre pl que resaltaba cI rojo
vivo do sus flores. Aquel espectáculo hizo surgir
en mí antiguos descoK, y olvidando el objeto de
mi vagùr por aquellos campos, dlJjÓ mi escopeta
en el suelo y me deslicé hasta el fondo de la cortadura, calmando mi sed en el arroyo. Luego me
tumbé bajo las adelfas, pensando en la bella Ly<.lia y en lo que lUluria sido de ella. Dc repente,
muy cerca. de mí, oí un "ugido que hizo temblar
h tiorra. Como ]oeo, ml~ pusc en pie de un salto
y trepó por el terraplén; mus al Ile·gar arriba me
qucdé clavado en el sucio al vcr la fiera a diez
pasos de mí y sobrc el lugar en quo reposaba mi
escopeta. Pudo dominarme y permanecí inmóvil,
con mis ojos fijos en los dol león, que al v('rme
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se había prt'parado Il ,,¡¡Itar "obre mí, y lo hubiera
hecho al mlÍs ligero movimiellto mío. En esto. ¡;itUllción resi~timos largas hor'us, sin upart-ar los ajes
WlO de otro. El sol ascenùió en el cielo, a tonnentándomc con su espantoso fuego, y el tÍ( mpo
truIl~curría tan lentamente coma la ctcmidad Cil
el infierno. Sabe Dios lus COFasque pamron por
mi cert bro. Maldije u Lydia, cuyo solo reeuerdo
me había aearn'udo tal desgracia, haeiéndcme 01vidHI"In esc::>peta, y cicn veces estuve tent!Jdo de
saltar sobre la fiPra sin má.o;arma que mi,; manos;
pero ci amor a la vida venció <:nmí y me mantuv!'
en pic, inmóvil como la petrificada mujer de Loth
o como la varilla de un reloj ùo sol, pues con el
pMa r de las hOnls iba mi sombra girando pn torno
mío, aeortándosc hasta dcsapart'eer cuando llegó
d mediodía y empezundo luego a alurgnrsc de
nuevo ('n dirección contraria. Fuó éste cI más lvrgo y silencioso enfado que había tenido en tocla
mi vidn, ydurante
él prometí y juré, si escapaba
de la mucrte, ser cn lo sucesivo afable y campIn.
ciente y volver u esta cnsa puru pasar mi vida lo
más agradablemente
que pudiera y ~lUciéndl)sP(a
ngraduble a los demás. El sudor c::>rJ'Í1lpor todo
mi cllerpo y mis picl'nas temblaban, agotadas pOI'
el esfucrzo que tenía que hucer para pprmUlll'eCl'
inmóvil. En cuanto hacía el menor llIovimit'nto,
aunquo Hólo fueHe para humedecer con la lenguu
mis rl'S"COSlabios, se levunwba el león y, doblando sus pataH, so sentaba sobre los cuartos traseros, (~chando chispas por los ojos y rugll:ndo hasta
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que yo cerraba la. boca y apretaba los dientes. En
este angustioso vivir, teniendo que ganar uno tras
otro los eternos minutos, fué dcsapareciendo en mí
toda la cólera y todo el réncor hasta para con el
león mismo, y cuanto más me iba debilitando, má,';
fáeil me cra conserva.r y cjNcitar una resignada paciencia, llcgando así a la c:onclusióll de qlW, Ri ('Scapaba. con bien del peligro, aquolla virtud que en
él había. aprendido dulcifiearía mi vida de tal manora que podría. dar por bien empleados los dolorosos sufrimientos que me atormentaban.
Cuando
mi situación no podía ya prolongarse mneho más,
por estar yo a punto de caer desfallecido al Ruela,
llegó un incsperado socorro. La fiera y yo estábamos tan embebidos en nuestra mutua contemplaeión, que ninguno nos dimoR cuenta de la llegada
do dos soldados hasta. que éstos se hallaron a unos
treinta pasos. Era una pareja que había sido enviada en busca mía por haberse presentado asuntos que reclamaban mi presencia en la ciudad.
Llevaban los fusiles al hombro, y los rayos que el
aecro despedía III scr herido por el sol brillaron
ante mis ojos como una luz celestial, al mismo
tiempo que mi advorsario oyó el andar do los soldados en el silencio de los campos. Desde lejos se
habían dado cuenta do que' algo extraño me ocurría, y habían ido aproximándose con el mayor silencio y cuidado posibles. De repente echaron a
corwr gritundo: .jEl león, el león! ¡Auxilio al coronel!~ La fiera se volvió hacia ellos llena de c6lera,
abriendo
pcrmaneció
un de la
Este
LibroyFue
Digitalizadouna
por laenorme
Biblioteca boca,
Luis Ángel
Arango del Banco
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segundo dudando sobre quién arrojan;e antes. Mas
cuando lo,; solùados, como valientes e impulsivos
franceses que eran, se lanzaron contra él, dió un
salto y atrapó a uno dl' cllos entrc sua garras. Mal
10 hubiera pasado el caído si su compaíicl'o no hubicse disparado su fusil, dándole al mismo tiempo
cuatro o cinco bayonetazos al león en un costado.
Pero tampoco hubieran podido dominarlc si, tamhaleúndome, no hubiera acudido yo, después de
recuperar mi escopeta, cuyos dos tiros disparé a
boca dû jarro en el oído dl' la fiera, que cayó en
tierra, volviéndm:c aún a incorporar y siendo ne{;l'sario ott'O disparo y varias culatazos para arrancade la ~alvaje y dura vida. Afortunadamente.
lunglulO de nosotras recibió grave daño, inclu.so (.j
·que I:ayó bajo las garras del león, que escapó con
el uniforme destrozado y una buena garfada en el
homhro. Asi, f;alimos con bien y cazamos al tan
buscado y temido león. Un bocado de pan y un
trago de vino me dcvolvieron las fuerz<'ls, y ùurante rui regreso a la ciudad charlé y reí con los
do" buenos soldados, dejãndolos maravillados de
la amabilidad de su Severo y hosco cororl(~I.
En la misma semana pedi mi retira, me lo con.cedi¡·ron, y aquí estoy.
Til I era la historia dl' la vida y la convcrsión de
Pancracio, que dejó maravillados a eus familiures.
A poco abandonaron iodos la. pequeña ciudad dt,
SElldwy'a, trasladándo"e a la capital deI cantón,
dando
Pancrucio
lugar
ser,
condelsu
expeEste Libro
Fue Digitalizado
por latuvo
Biblioteca
Luis de
Ángel
Arango
Banco
de la
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ricncia y conocimiento", muy útil a su patria, sielldo muy considerado y querido por todo (·1mundo,
tanto por su valer corno por su inagots bIe y bon.
dadosa amabilidad, pues jamás reca yô en s u an·
tigua nlallOrl\ de ser.
E"ther y la maùro lument,aron habor dpjado escapar In. historia de Lydia y solicitaron rcpetidm.
veces un llueva relato; pero Paneraeio respondía
siempre qun ellas su tenían la culpa por ha ber"~
dormido y quo aquella habia Fido la primera y la
últimu. VC'z que había contado la historia de sus
desdichados amores. A esta a¡¡adia que ]11. mom·
leja do su historia era ReneillamentD cómo en leja.
na" tierras le habían curado dd vicio de enfadarse entre una mujer y un león.
Entonces quisieron saber por lo menos cómo se
llamaba aqudla mujer, cuyo lIombre, pxtranjero.
habían olvidado; mas Pancracio r,'plicó a todas
sUS
prcgunws diciendo: «Haber atBndido. Jamás
volveré a pronunciar ese nombro.,; Y mantuvo su
palabra. Nadie lo oyó pronunciaria nunca, y pOI'
fin pareció quo él mismo lo había olvidado.
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ROMEO Y JULIETA
EN LA ALDEA
El relatar esta hi;:;torio.no pasaría Je constituir
IIlla ociosa imitación si dicho relato no fuese el
do un sllcedido l'cal y al mismo til ropo ulla d,
most,raeién de lo hondamente arruigad9s que ""tún
en In vida humana tOdHf<aquellas fábulas que han
servido do trama y fundamento Il las grandI"~
obras clásicas. El número do tales fábulas ('S a~nz
limitado, pero de tiempo en tiempo sUlgen nuev>'
mento cn la tierra, adornadas con nuovas vest.iduras, y fuerzan al escritor a sujetarlas y transcribidas en este su llueva aspecto.
Junto al bello río quo corre fi Ilna mediu ham
de Sc!dwyla so levanta una oxtensa y bien cuHivada elevación de terreno, que descienc:k luego
hasta pc¡'derse on la fértil llanura.' A su pie PC a Iza
Hna aldea que contiene algunos cortijos importantes, y sobro ci ancho lama de la colina existían
haco algunos años tres largas y espléndidas tic·
l'ras de labor, ql10 se extendían junta y pal'alcIamente, como tres gigantescas bandas. En una soleada mañana de septiembre labraban dos de es·
tas tierras senùos campesinos, ocupando uno cada
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una de las bandas exterior(lS, pues la del centro
parecía estar abandonada desfie hacía muchos
años y se hallaba cubierta de pedruscos y de altas
hierbas salvajes, sobro las quo zumbaba libremente un enjambre de pequeños insectos, Los dos
campesinos que en las hazas laterales caminaban
cada cual tras de su arado (·ran altos y huesudos;
parecían tener unos cuarenta años, y ;;u aspecto
denunciaba al labrador acomodado. Vestían fuertes pant.!llones do cutí, que lcs llegaban hasta la
rodilla y cuyos pliegues t-enían y conservaban cada
uno su lugar fijo e invariable, como si estuvieran
tallados en piedra, Las mangas de la burda camisa con que cubrían sus torsos temblaban cuando la reja del arado tropezaba con algún obstáculo, transmitiendo el choque a los brazos de los labradores, cnórgicamente apoyados sobrc la mancera, micntras que, con un gesto grave en sus bien
rasurados rostros, seguían con serena atención el
trabajo, parpadeando un poco cuando ]('s daba el
sol de cara o mirando hacia atrás cuando algún
ruido rompía el silcncio dc 10H campos. Lentamente y cor) una cierta elegancia natural iban haciendo su labor, y ninguno do los dos pronunciaba palabra, salvo para dal' alguna indicación al criado
que conducía. del dicstro los dds gallardos caballos. Dcsde a.lguna distancia, las figuras de amboi';
labradores parecían cxactamE'nte iguales y representaban el primitivo carácter de aquellos parajos.
A primera vista sólo podía distinguírselos en que
elEste
uno
cchada.
<ll'lante
la Arango
puntadel del
Librollevaba.
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por lahacia
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Luis Ángel
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hul.I1Cogorro con que se tocaba, y en cambio el
otro lo llevaba colgando hacia la nuca. Poro ('stas
posicionl's del vérticc del gorro cambiaban cntre
¡.;í st'gÙn el lugar a que sus
dueños llegaban ('n
f;ll facna, pues al encontrarse ambos labradorN; en
ln lllás alto de la colina y seguir cnda uno su CHlllil1iJ, el gorro de aquel que marchaba contrfl f'l
viento fresco del Este se doblaba hacin a tnís, lllif'll'
tras que el del otro, que caminaba con el viento de
espaldas, caía sobre su frente. En este mundo había también un mOI1ll"nto intermcdio cn que !lru·
bos gorros se alzaban verticales en el aire y vibraban hacia. el cielo como dos blancas llflmuR. Así
iban labrando sus campos con toda calmn, y era
lin bello espectáculo el verlos en el dorado y 14('reno paisuje otoñal encontrari'C y cruzarse en la
cima de la colina y seguir luego tranquilos y silenciosos su camino, alejándose poco a poco uno
de otro cada vez más, hasta descender, como elos
astros que van hacia su acuso, la suave curvaturn
de la colina y desaparecer por últ.imo tras de ella,
para volver a aparecer después de un bupn rat.o
en dirección opuesta. Cuando encontraban alguna
piedra en el surco, la arrojaban con fuerte impulso a. la. t.ierra intermedia; mas ello sucedía raras
veces, pues aquel barbecho estaba ya sembrudo
con todp.s las piedras que habíun podido encontrarse en las tierras laterales. Había ya transcurrido la mayor parte de la larga mañana, cuando
se vió acercarse desde ('I v('cino pueblo un pequerIo y cuidado cochecillo que apenas podía divisarEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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se al empezar a subir la SlIltvc pcndien te d(· la
colina. Er¡, un carrito infantil, pintado de veH!p,
en el que lo!; respectivos hijos de ambos
lubrado-
res, un muchacho y una niíiita, truíun juntos un
renteempié para sus pnd¡'cs, antes dd almuerzo.
Para cada uno de' ellos había en el carrito un sabroso pan envuelto ¡~1Iuna selTilIet!-l, ulla eanturita con vino, vasos y quizá algÚn boc!ldo mlk:,
puesto allí por la eariÜosa labradora para su afanoso dueño. Además venían en el car'rito Ulla porción de peras y manzanas, !I(,nus dc rnordi'iCo~,
que los muchachoR habían cogido por el c!lmino y
habí'ln ¡'oído, dúntlo]es las más extrañas formas.
Dominánrlolo totlo vení'l. una muI1cca completa.
mente dpsnuda, falta de una pierna y con la cara
sucia, que so dejaba lJevar en el coche como una
señorita. El pcqueI10 vehicula se detuvo, dE'spué~
de algunos tropiezos y deteneionef, en lo alto dl'
la colina, a la sombra de un bosquecillo de tiNnos
tilos colocados al borùe del \¡'lza, y entonct's pudo
verse bien a sus dos conductores. Eran éstos ur.
chico cie sieto ai'íos y una niíia de cinco, los do~
sanos y alegres, y sin nacla más dc pRrticular I'H
sus personas quo el iener limbos muy bonito,: ojos,
y la mila, adcmás, una preciosa tez morE'na y pelo
muy rizado y obscuro, todo lo cual le daba un aspecto resucito y ardiente. J,os labradores, que habían llegado a la altura casi al mismo tiempo,
dcsenganeharon sus caha1\os, echánùolŒ un poco
de trébol como pienRo, y, dejando los arados en el
surco,
se dirigieron hacia ('I desayuno, saludú,ndoEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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In
entonc('s, pues hasta aquel mOlIwnto lIa habíall
eambiado la paJabra en toda la mañaJ1a.
lUil'lltrus Call toda calma iban dundo fin fi Sil
desayuno, partiéndoJo ellriI1of'amclltc con los pcque1Ïos, que JlO se apartaron de ellos CIl tanto que
hubo algo que comer y beber, dcjaron "¡¡gUI' >'tI»
miradas por los campos hasta la lejana l'leldw:,;l¡¡,
que rc~o,;aba entre sus montañas,
cubintl1 }lOI'
lIDa blanquecina niebla producida por el hum"
qne, saliendo de la chimenea de cada caSH, on las
que, scgtm costumbre de Se.ldwyla, se pl'cparul:u
lill copioso a Imucl'zo, se unia luego sobre los tejados de ]¡3, ciudud, formando una densa nuLo pluteada.
- ¡Buena comida preparan los bribones de t;dd.
wyll1!-dijo lVlanz, qU(' así se llamaba uno (k lo"
labradores. Y Pl otro, llamado .:Uarti, responùi,,:
- :\yor estuvo fi verme lino ùe ullL
¿Un concejal? También cstuvo en mi casu.
¿Para decirte también que cultivoras cst(~ tl'nCllo de en mpdio pagúndole la renta a sus dtl('lÏo~ '!
--Sí, Y dejándola en depósito haEtu qlle FC dccidiera Il. quién pertenecía la 1 ierra. Pcro yo Je dije
qUll sería mejor qlle vendie~pn la tierra y guardusen el importe hasta hallar a su dueño, lo cual no
succderÚ jamás, plies lo que cue en manos de 111
ju.sticia de Seldwyla tarda mucho en soliI' de dlus,
y 8demlÍ~ la cucstión no cs nada fácil de resolver.
Entre tanto qui>;.Ícl'l1nlos muy pillos ir cmbolsándose el ¡'enta, co"a que desde luego hur{¡n también
call el importo de la venta;
mus en cst€' caso ya
Re
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nos arreglaríamos para que el precio no subiese
mucho en la subasta., y eft'ctuada. ésta, sabríamos
de una v<>zlo que pOS<>ÍIlIDOS
cada uno y quién
era en adelante el dueño de la tierra.
-Lo mismo pienso yo, y también he dado esa
respuesta al que vino a. sonsacarme.
Hicieron una pau.~a, y al cabo de un rato dijo
'Manz:
-De todos modos, es llÚ'tima que tUla tierra
tan buena esté tanto tit'mpo y de tal modo abandonada, Han pasado ya voint<, uñas sin que nadie
la. reclame. En el pueblo no hay quien crea tener
derechos sobre ella y nadie sabe lo que ha sido de
los hijos del arruinado trompeta.
-¡Cosa más rara!-replicó
!\Iarti-,
Cuando me
echo a la cara al violinista ese que anda tocando
eu los bailes de los pueblos o viviendo con los
húngaros vagubtmdo¡.;, juraria que es Ull nieto ùel
trompeta, pero que no sabe que todavía le queùa
una heredad. Yaùemús, ¿qué haría con ella? Venderia y emborracharse luego un mes con 10 que le
dieran. ¿Y quién se atreve a hacerle ningtma indicación ;;in tener seguridad de quc es él?
-Sí-dijo
1\1an7.-, poùía armarse un buen lío,
y harto quehacer tenemos COllest.ar siempre ne·
gando áI tal violinista el derecho de avecindarse
en nuestro pueblo, derecho que de continuo está.
solicitando. Puesto que SIlS padres sc fueron del
pueblo con unos gitanos vagabundos, debc él se·
!';uir COll HU tribu y tocar el violín mientras
los
::>tros hacen calderos ¿Cómo habríamos dc saber
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nosotros gue era él el hijo del hijo del trompeta?
Por mi parte, aun cuando en su bronceado rostro
me pllrece estar viendo ci de su abudo, me digo
que es muy fácil equivocarse y que el pedacito
más pequeño de una partida de bautismo aseguraría fifí.'! mi conciencia que veinte parecidos.
-jClaro'-replicó
:Marti-.
Pero a eso dice él
que no tiene la culpa de qnc no le hayan bautizado. De todos modos, no hay qte hablar de concederlo el derecho de vecindad. Sobra ya gente
en nuestro pueblo. Dentro de poco tendremos que
hacer venir otro maestro de escuela.
Con esto dieron fin al desayuno y al diálogo, y
se levantaron para terminar su faena de la mañnna. Los muchachos, que habian decidido no regresar a casa hasta que sus padres lo hiciesen, dt·jaron cI carrito entre los tilos y emprendieron una
excursión 'por cI barbecho abandonado, quo con sus
hierbas salvajcs, sus crecidos a I'bustos y sus montones de piedras les parecía una agreste y m!lravillosa selva. Después do recorrerIa en todas direcciones, entreteniéndose, cogidos de la mano, en hacer pasar bajo el arco formado por RUSbrazos laR
arbustos pequeños, se sentaron a la sombra de uno
más alto, y la muehachita empezó a vestir u Sil
mulÏccll con las larg<ls hajas de espino, haeiénclolu
III momento
un 'precioso tl'l1jc verde todo acuchillado. Una solitaria amapola que aun florecía en
el abandonado campo fuó utili:œdn como cofia,
sujetándola en la ea bew de la muñeca por medio
de un tallo de hierba, y de este modo el pequeño
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personaje quedó Jonvertido on unu ciegan tÍl·;Ïma
huda, principalmente
cuando a todo aqucllo Rtl
agregó un collul' y Un cinturón clt' pequeños frutos
l'OjOS. Después colocaron la nHlÍÏecù sobre una alta
rama de cardo, dedicándose a admirarla, hasta que
el muchacho se hartó y la derribó con una certera pedrada. Tul violencia dE'sordcnó RUSbellas vestidul'UH, y la muchacha la desnudó purn n'o;til'la
nuevamentc; mas euand" h\ hubo dejado desnuda
por entero, conscrvand) ~Ùlo EU roja cofia, se la
arrancó de las manos SU travieso compañero y la
arrojó con fuerza hacia lo alto. La niña, protestando, corrió a cogerla; pero el mllcha.~ho la atrapó antes quo ella y la volviÓ a lanzar alaire, ha·
eiendo rabiar así durante un l'a to a la pequeíia. Mas
bujo sus munas la pobre muíieca voladora sufrió
múltiples daíios, el muyor dc ellos en la rodilla de
su única pierna, en la que se hizo un agujero, por
donde apareció un poco de aserrín. Apenas advir·
tió el mnrtiri7..ador nqudla herida, ;;c calló como
un mucrto y comenzó li agrandarla con sus UÍÏ3S
para huilaI' el origen de aquella fucIltc~ dd amari·
llento polvo. Su silencio pareció a la pobre muchaehita cm extremo sORpechoi'o, y acercándose com·
probó la fechoría. «¡l'l'lira!'),le gritó su compañero,
haciendo bailar l!\ muíieca ante sus ojos dc manera que le saltase un chona dc uscrrín a la cara; y
cchando a caner cuando ella ;;c lanzó a cogerla,
no se dió punto de reposo hasta que toda la pier-
na de la muñeca colgó vacia )'
í1~cciÙ(l. como ''''
mísf~ro pingajo. Dl!RPllés tiró al suelo el maltrutaEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia
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do jugueto y adoptó uno. actitud illdift'ronte y descur'lda, mientras qne la ppc]ueña se lanza ba fi recogerlo, lo envolvia en su delantalito, pam sacaria
al poco rato y romper de nucvo a llorar al observar ol destrozo cllll:óado. Este def'oonsolado llanto
ablandó por fin el corazón del autor del desaguisado, que, lleno de penosos remordimientos,
se
accrcó a la muchacha, la cual, al verla a su alcance, cesó de llorar y le pegó con la muñeca en la
cabeza, hasta que, juzgando satisfecha su vengf\nza por los fingidos aycs del castigndo, sc alió Il él
para continuar la comenzada obra de destrucción,
rivali7..ando ambos en la turca. de agujerenr ci mnrtirizado cuerpecillo y apilando sobre una piedra
plana, hasta formar con éllill mantoncito, el nscrrin quc fluía por las múltiples heridas. Lo único
que de la muñeca quedaba aún int.acto e!'a la cabeza, yen ella se concentró la fi tención de los dest¡'uctol'es, que, separándola del descuartizado cadáver, miraron Ilcnos de curiosidad su hueeo interio!'. Al ver aquella cube7..llvacía y junto él ella el
montoncito de a>ic1'l'in,fué, natw'alrnente, su pl'imcm idca llenarla. con él, operación que sus ligeros dedos llevaron a cabo en un instantc. Por primera vez en su vida tenía la muI1eca algo dentro
de :m cabecita. Mas el muchacho, no contento con
esto, quiso infundirle vida, y ordenando a !ill ('ompaflera qlle la vaeiase del aserrín que en ella ha bill.
introducido, atrapó una gran mO!ica azul, manteniéndola. prisionera en el huceo fOl'mado por RUS
dos manos haRta quo Rtl mandato se vió cumplido,
Este Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
Los HOMBRESDERepública,Colombia
SELDWYLA.-T.
r.
7
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Y enccl'rándolll. entonces en III hueca cabeza, cuyo
agujero tapó con un pui'iaùo de hierbll. La mosca
zwnbaba en su pri~ión, quc, eubierta aÚn por la
roja amapola y colocada solcmncmente sobre una
piedra, parecía una mágica cabeza parlante, CUYll!>
predicciones y fábulas escucharon los niíios abrazados y en un profundo silencio. Pero todo profeta despit'l'ta temor c ingratitud. La vida que parecía existir en aquella figura despertó la humana
crueldHll de los niños, y decidieron cnterrada.
Abrieron, pue¡;, una pcqueña fosa y, sin preguntar
su opinión a Ia mosca. prisionera, colocaron en su
fondo la. cabeza de la muiïeca y la cubrieron con
tierra, elevando después sobre aquel sitio un monumento sepulcral con guijarros y hicrbccillas.
Después les acometió el micdo por haber enterrado algo que tenía humana forma Y parecía además poseer vida propia, y se alejaron de aquel lúgubre paraje. La niña, cansada, se dejó cacr sobre
la hierba, junto a unos matorrales que le daban
sombra, y empezó a canturrear una monótona cancionceja en Ia que aparecían siempre las misma¡¡
palabras. Su acompañante se detuvo junto a ella,
sintiéndose asimismo lleno de una dulce pereza y
también con ganas de tumbarse en el suelo. El
sol daba de lleno en Ia entreabierta,. boca de la
niña, iluminando su blanquísima dentadura y sus
redondos labios purpúreos. El muchacho vió aquellos dientes, y cogiendo la cabeza de la niña >;6
puso It observarIas cuidadosamente.
<,¿A que no
sabes-dijo-cuántos
dientes tenemos?» La niña
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meditó un instante, como si los estuviese contando mentalmente, y dijo después, al buen tuntún:
«¡Cier1to!')«Nada de eso-respondió
él-o Treintn y
dos. Verás, voy a contar los tuyoS'), y se puso a
contarlos; mas como nunca hallaba los treinta y
dos que había anunciado, cmpezó la cuenta variaB
veces, hasta que la niña, cansada de su silenciosa
inmovilidad, se puso en pie de un salto, exclamando; «Ahora voy yo a contar los tuyos.» El muchacho so echó entonces en la hierba, con la cabeza en
el regazo de la niña, abrió la boca cuanto pudo, y
ella empezó a contar; «Uno, dos, siete, cinco, dOB,
uno», pues nuestra pequeña belleza no sabía aún
el orden de los números. El otro la corregía y le
indicaba cómo tenía que contar, y de este modo
empezó también la cuenta innumerables veces,
pareciendo que este juego era el que más ha bía
complacido a ambos entro todos los que habían
inventado aquel día. Por fin el cuerpecito de la
niña se dobló sobre el de su pequeño maestro de
cálculo, y ambos so durmieron bajo el claro sol de
mcdiodía.
Entre tanto sus padres habían acabado de arar
sus propiedades, transformándolas en obscuras superficies, de las que emanaba un fresco olor a tierra removida. Cuando el criado de uno de los labradores detuvo la yunta al final del último surco, le gritó su amo: «¿Por qué te paras? Tienes que
abrir j,Qdavía otro BurCO.&
«Ya está todo arado»,
exclamó el criado. <<Túcállate y haz lo que te
Este digo,),
Libro Fuerespondió
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Luisarado
Ángel Arango
Banco
de la
el laamo.
Y el
abriódel un
anRepública,Colombia
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cha snrco en la. tierra abandonada, haciendo saltar las piedras Y cortando los matornlle". El labrador no se I)ntretuvo en separar los l:,TUijaITos
Y
limpiar el nuevo surco, penf'ando sin duda que ya
habría tiempo para ello, y cont<mtándose por aquel
día con dejar marcado un tal ensanche de su propiedad. DI) este modo llpgó ('11 seguida el arado a
lo alt.o de la colina, y cuando en la cumbre dobló
hacia atrás el vientecillo la punta del gorro de
nuestro labrador pudo vel':;c al otro que, con la
puntu. de su gorro doblada hacia delante, por el
mismo vientecillo, trazaba tambi6n su ancho surco en la parcela sin dueño, haciendo sa.ltar las
piedras a ambos lados de la reja de su arado. Uno
Y.otro se habían percatado de su común maniobra.,
pcro ningl1no pareció darse cuenta, Y se perdieron
de vista al descender por opuestas pendientes de la
colina. No de otro modo se cntrecruzan los husillos
del Dèstino, Y do que éste teje, no hay tejedor ninguno que lo sepab.
* * *
Pasaron los años, vino una cosecha tras otra, y
nuestros peqneños héroes estaban caùa vez más crecidos Y i?elIos, al revés de la abandonada tierra,
que cada veZ disminuía mús entre las de los dos
labradorcs. COllcada labor dc arado perdía el barbecho un pedazo a uno y otro lado, sin que se hablara una palubra do ello ni nadie se dieso por enterado del hurto. Las piedras que los arados hacían
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so.lta1"al abrir el surco so amontontlban cada vez
mlÍs juntas, formando ya una especie do espina
dorsal a Jo largo do todo el baldio, y los matorrales habían crecido tanto, que los niños, no ob>;tHnte
haber aurnentado también en estatura, no se podian
ver cuando paseaban cada uno pór la tiel'm de su
padre, pues ya no eorreteaban jlUltos por el CUlEpO,
dado que Salomón o SaJi, como se le llamaba familiarmente, que había llegado ya alas diez ailOs,
se había agregado a Ja pandilla de muchachos mayorES y casi hombres, mientras que la IrlOl"CI1a
Vrenehen, a pesar de ser una fogosa muchachita,
teni.'-\'quo conservarse bajo la {.,'11arda.
de sU propio sexo para no merecer que Jas demás le ¡¡plicasen el dictado de marimacho. Sin embu¡'go, Jle-gada la recolección, Cllando todo ci mundo cstaua
en los ea,mpos, encontraban la oportunidad de CI-;cabr el montón de piedras que separaba las propiedades de sus padres, y llegados u. la cumbre,
so empujaban recíprocamente para vcr quién hacía
caer d otro. Ya qllc no sc trataban cfJsi nunca,
conservaban cuidadosamente esta anual ceremonia, que tenía siempre lugar en ci mismo sitio, pues
allí era donde únicamente se hallaban vecinllK Jas
tielTas de sus padres.
Entre tanto llegó el tiempo de ventler la abandonada propiedad pura depositar su importe I'll el
Ju:<:gado. Lu subasta se vcrificó sobre la tiona en
cut,stión, y fuera de nuestros dos labradores, Manz
y )Iarti, sólo asistieron algunos curiosos, ya que
nadic entró en ganas de adquirir aquel extraño
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campo, y mucho menos de avecindarse entro los
dos labradores, pues aunque éstos pertenecían a
los mejores y mús considerados del pueblo y no
habían hecho nada quc cn las mismas circUTlHtancias no hubieran hecho casi todos los restantes, se
los rlÚraba ahora con cierta prevención y nadie
deseaba encontrarse metido corno una cuña ('ntre
ambof'. y mezclado en la historia del menguudo
barbenho. La mayoría do los hombres son capaces
o estún dispuestos a comet~'r una injusticia que
flota en el aire en cuanto tropiezan do narices
con ella; pero tan pronto como otro la ha cometido, se alegran los demás do no haber sido ellos
los que han tropezado con la tentación y consideran al elegido con cierto piadoso y tierno horror, como un objeto elegido por los dioses para
apartar de ellos el mal, haciéndoscles al mismo
tiempo la boca agua ante las ventajas que ci otro
ha sacado. Manz y Marti cran, pues, los únicos que
deseaban seriamcnte adquirir la tierra. Después de
mucho pujar venció Manz, y Il él le fut>adjudicada. Los empleados y curiosos volvieron ul puebln,
y sólo quedaron rezagados los dos contrincantes,
que aprovecharon la ocasión para echar un vistazo Il sus reRpectivas tiorras. Camino deI puebla
Reencontra¡'ol1, y Marti dijo a Manz:
-Supongo que ahora agregarás la llueva tierra
ao la oha y luego la dividirás en dos partes iguales. Si me la hubieran adjudicado a mí, lo hubiera hecho de ese rHodo.
-Eso pienso hacer yo-respondió l\funz-, pues
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para una sola labor resultariu dcmn:-;iado gl'iln,'p.
Pero por ,thora tc dir6 que he visto qU(~el otro
día cortaste de esta tierra que ahora es mía lin
gran triángulo, haciendo un surco ohlicuo en la
parte de abajo. Quizá lo hicieras pensando que t<ibas a quedar con toda e] haza y quP, por tauto,
cru igual 10 que antes hicicses en ella. l\1as como 110
ha sucedido así y il quicn pertenece uhora es a mí,
comprcnderás que no estoy dispuesto a tolerar qllC
te metas de esa manera en ]0 mío y no tendrás in·
-conveniente en que ese surco oblicuo que hus hecho
]0 endercce yo. Por eso creo que no hemos de reñir.
lVIarti œp]icó, con igual frialdad que ]a do su /llttagonista:
-~o veo yo tampoco por qué habríamos de £le·
learnos. Tú acabas de comprar ]a tierra tal y caIlla
está en esto momento; la hornos recorrido juntos
antos de ]a subasta sin que nadie rcc]amaRe nada,
y do entonces a ahora ningullíl variu('ión ha habido on ella.
-Ta, ta, ta-dijo
Manz-; no nos ooupemos de
Jo quo sucedió antos. Pero ]0 quo está ya de más
es lo que has hE\cho tú Últimam('nte, y tieno que
ponérscle remedio. Estas tres tieI'l'as han sido
siempre, y todo el mundo lo sabe, purulelas como
si ]os hubiesen tirado u cordel, y sería una mala
broma. tuya querer destruir este tra7.ado can ese
feo entrante que bas marcado. Se hlU'larían de
nosotros y nos inventarían mi] apodos si dejásemos subsistir ese pingajo. ¡Hay que hacerla des.apal'eenr!
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Marli se echó a reír exclamando:
-¡No tienes tú ahora poco miedo a lo que diga
la gente! Pero cOlno todo tien" arreglo y
fi
mí no
me molesta quo mi tierra esté torcida, si a ti te
incomoda quo lo esté la tuya, pueùes trazar un
lindt'ro recto donde quieras, siempre que no toqlle~ Ilada de lo mío.
- No digas ton terias - dij o Manz -. Borra remos
el triánglùo que has hecho tú y harcmos derecho
el sureo que tÚ hm; tra7,udo torcido.
-Lo veremos-replicó
1I'fP.rti,y umbos hombres
se separaron sin mirarse, fijando sus ojm; en la lf)janín. azul, como si vieran en ella maravillas cuya.
contemplación embargara todas sus potencias espirituales.
Al día siguiente envió ::\J;mza un muchacho que
a. su servicio estaba, n. la hija de unos jomaleros
y a "U propio hijo Sali call la misión de arrlU1ear
las hierbas y los arbu:;tos dd barbecho y reunirIas
en un monMn, con objeto de facilitar la labor do
limpiar luego do piedras çl terreno. Fu6 ésta la
primera v('z en que, contra su costumbre y contra
la opinión de su mujer, encargó de un trabajo a
Sil llijo, que acababa de cumplir los once alÏos y
no hAbía estado hasta ('ntollC,",Ssujeto a labor ninguna. Parccía que con esta nupva severidad para
con sll proria sangre quisiera compcn.',ar lu injusticia corm-tida, y que siIPneio~amentc empezabu ya
Il producir SlLSconsecuenc:as.
La trapu infantil es(~ardó lllf'grenlcnte las hicrbas y arrolleó todo" laB
mil y una. matas que habían crecido en el transEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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curso de tantos años. Como no constituía taJ turea
Wl trabajo
cuidadoso y ordenado, fué para elloR
un placer. Las mataI< salvajes, secas por el BOj,
fueroJl amontonadas y RC ICB prendió fUtgo, (:xtendiúndose hasta muy lejos una densa humareda
y danzando la pequeña tropa con loca alegría cn
Lorno dc la hoguera. Esta fué la última fiesta que
so celebró sobre la tierra maldita, y la pequeña
Vrenchen, la hija de Marti, !legando sigilo,anll'nte, se adhirió a ella y ayudó valientemente a la
tarea. Lo extraordinario de este acontecimit'nto y
la bulliciosa algazara eran buena ocasión para
acercarse de nuevo a su antiguo compañno do
juegos infantiles, y ambos muchachos la apro,-echaron, pasando junto a la hoguera unos minutos
alegres y felices. Acudieron del pueblo alguno;; 11mchaehos más, y se formó una regocijada reunión.
Sali, en cuanto se veía separado de Vrenchl'n,
buscaba y encontraba el medio de ponersc nuevamente a su lado. Elh, por su parte, procuI'uba
también hallarse junto a él, mirándole sonrientr, y
ambas criaturas g07..aban, pensllndo que aquel ¡¡legre día no podía ni debía acabar jamá.c;. Pero a la
cuída de la tarde llegó l\ianz para im;pcccionar la
labor eiectuada, y aunque la halló terminada, torció el gesto ante aquel alboroto y disolvió rápidamente la reuni6n. Al mismo tiempo apareció Marti
en la tierra de su propiedad, y viendo a HU ruja.
desde ellh, lanzó, llevando sus dedos a la boca, un
silbido tan agudo y con tal tono de mando, que
Vrcnchen, asustada, corrió hacia Stl padre, el cual,
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al tener]a junto a ~í, ]e administró un l'al.' do moquetes. Con todo ello regrN;aron los niños a sus
respectivas casas llorando dolorosamente y sin suber por qué so sentían tun tristes, como ante;;
tampoco habían ,.;abido la causa de su oxaltada
alegría, pues ]0. rudeza de ~us padres, aun siendo
relativamente nueva para ollas, no traía conRigo
BU propia explicación, que rcve]ándoles lu enemistad de RIIS progenitores los hubiera conmovido
aún más.
E] trabajo de los siguientos días fué ya más penoso y más propio do hombres que de chiquillos.
Man?: dispuso quo se limpiara de piedras el terreno, hbor que creyeron no poder terminar nunca,
pues parecía que todas las piedras del mundo ha.
bían vonido a reunirse en aquel sitio. Poro no qui<;0 que dichas piedras fueran sacadas
de aquella
¡ierra por completo, sino q\lO, deRpués rie reetifical.' por medio ùe \ln surco recto la frontera obje.
to de su discusión con Mart,i, ordenó se volcason
sobre el triángulo quo de su nuova propiúdad le
había. usurpado su vecino todas la.s piedruH reeogidas, las cnales formaron lUla altísima pirámido
!labre aquel pedazo de tierra que Marti, tcniéndolo ya. por suyo, hahía escarda.do y limpiado con
todo esmero, dejando Manz al cuidado de su a.dversaria el volverlo a lirnpi:w, desembarazándolo
de aquel terrible montón do piedras. Marti, que
no esperaba. tal arreglo, y pensando que Manz
trataría· de quítar/e aque! pedazo de tierra como
antes lo habían hecho ambos, o sea a surco do
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araúo, !~speraba verle salir call las YlUlta~, no S('
enteró de la cosa hasta que, estando ya ca~i terminuda, oyó hablar del precioso mOllumento que
M:anz había erigido. Al saberIa, salió a toda prisa
y lleno de ira para el lugar del suceso, y una vez
que hubo eomprobado con sus ojos el desaguisado, volvió nI pueblo a buscar al notario, que diese
Cc do lo ocurrido e hiciese constar por lo pronto
su protesta por el montón do piedras, sin perjuicio
de entablar desde aquel instante un pleito por la
posesión del dichoso triángulo. Desde aquel día
pleitearon incansablemente ambos labradorüs, y
no descansaron hasta arruinarse por completo.
En tal contienda perdieron todo su anterior
sentido común ~' f\Jeron poseídos por till estrechísimo y riguroso concepto dcl derecho, del cual
hemos visto antes quc no t-enían ni la menor
idoa. Ninglillo de ellos podía ni qucría comprender
cómo el otro se obstinaba en apropiarse dc una
manera tan injusta aquel insignificante pedazo de
terreno. M:anz se vió acometido además por lil
maravilloso amor a la simetría y a las líneas paralelas, y lo ofendía grandemente el disparatado
empeño de Marti de conservar aquella irregularidad que dcstruía la armonía geométrica del sembrad<). En lo que si coincidían ambos era OIl lu.
convicción d!! que pam. quc el contrario quisiera
estafù.rle do aquella burda y descarada manora
era necesario que le considerase bien tonto, pues
tales ongaños sólo podían llcvarse a cabo con Wl
pobre diablo desamparado, mils no con un homEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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bre listo y dispuesto a defenderse, y ('sta idea los
hería profundamente en su amor propio, haeiéndolo>;en tn'garse Rin consideración ulguna a la [Jasión de la contienda ya la ruína subsiguiente. Su
vida transcurría como una pesadilla o como el
martirio dc dos condenado" que, arrastrados sobre
una estrecha balsa por un obscuro rio, luchasen
entre ¡,sí y se destruyesen mutuamente,
creyendo
ver uno en otro la causa. de su desdicha. Como
ninguno de los dos había obrado bicn, cayeron
ambos en manos de los máq peligrosos bribones,
que Bxaltaban su enferma imaginación con los mayores absurdos y la" má'l peligrosas cxcitaciones.
Tales amistades procedían en su mayor parte de
la vecina ciudad de Sc,}dwylll,~uyos avispados <:speculadores encontraron con este asunto ulla mina
que explotar, y pronto tuvo cado. uno ele los contendientes un séquito de consejeros, proc\lradoret>
y a.uxiIÎ!lfCS,que supieron huilaI' cien cuminos pal'!l
saearles el dinero. El pedacito de tierra cubierto
por el montón dc piedras, entre las cU'lies nació
bien pronto un bosquecillo de ortigas y eurdos,
fuó t:m sólo la semilla de la. que surgió una pmbrollarlisima y n\leva maneI'll de V1vir para los dos
labradores, los cua.les, aunque ya. cincucntoncs,
tuvieron que plegarse a nuevas costumbres, adoptUl' una nlleva moralidad y nuevos principios y
abrigar con r('spt'eto u. lo por venir esperanzas a
que jltmá.<;huhífl.Il dado anteR entrada en su peello. Cuanto má., dinero perdían, má" anf'iosamente
deseahan tenorlo, y cuanto menos poScí¡ln, tanto
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más p'Jnsabo.n cn enriqucccrse para vcncer ul adversario. S~·hallaban prall tos Il todo. clase dû fccho.
rías, y no dejuban pasar unl1 sola lotoria de Jas
muchas, nacionales o extranjeras, cuyos biJJetes circulaban en S:Jldwyla, sinudquirir alguno de éstos.
Mas Ilunca toparon con un premio y sí ¡;ó)o JJegllban 11SIB aidas los nombres de los premiados o
veían cómo hubieran ganado ellos por pocos número". Entre tanto, esta pasión mermaba consid.~rublemcnte sus ya menguados capitules. De cuando en cuando los seldwylcnses les gastaban la broma dc~,sin que ellos lo supicran, dar a cada \lno
medio billete de un mismo número, de tal suerte
que umbos fundaban su esperanza en la de¡;trucción y pérdida del adversario sobre una misma
probabilidad. La mitad do su tiempo la pasaban
on S:Jldwyla, dando cada uno tenía. su cuartel general en una taberna, y a ella acudían susparásitos r{'spectivos a calentades la cabeza, haciéndolcs
!levar a eabo los mayores disparates y organizundo a su costa las más abyectas francachelus, a las
que dIos asistian con el corazón traspasado, péTa
"in atreverse a poner coto a los que los saqueaban. De esta forma, ellos, que sc habían lunzado
a la contiC'nda sólo por no pasor por tontos, habían llegado a ser do,; acabados ejemplares de
tontería, y tacto el mundo Jas señalaba como tales.
La otl'a mitad do su tiempo se cllccrrubun cn bUS
casa.", siempre irritados y de mal humor, o dirigían las Ia.bores de sus tierras, tratando con durclos que por
en laellas
trabajaban
y exigiéndoles
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má.ximo esfuerzo, pues creían así ganar lo perdido.
Mas lo único que consiguieron
fué que ningún
bu{'n
labrador quisiera trabajar con ellos. De este modo
fueron hundiéndose cada dia más, hasta que al
cabo de diez años se encontraron cubierf,os de deudas y sosteniéndose en un pie, como las grullaH,
en los umbrales de sus propiedades, de las cuaks
ya Pl mú..'l leve vientecillo amenazaba echarIos.
Cuanto peor les iba, tanto mayor era su recíproco
odio, ya que el uno consideraba al otro como la
causa de su mala estrella, su eterno enemigo e injusto antagonista, creado de propósito por el mismísimo demonio para perderlo y arruinarIo. Escupían despreciativamen te III verse de lejos, y na·
dio de la familia podía hablar ni una sola palabra
con la mujer, rujas o parentela del contrario, 80
pena de ser después severamente maltratado.
Las
respectivas mujeres observaron en csto empobrecimiento y abyección do sus hogares conductas
completamente
distintas. La de Marti, que era
de buena condición, no pudo resistIr la decadencia y, consumiéndoso, murió antes de que su hija
cumpliera los catorce uños. En cambio, la mujer
de Manz se acomodó a la nueva vida, y para convertiftio en una arpía no tuvo mas que soHal' las
riendas Il los defectos fcmeninos que de antemano
poseía, dejándolos crecer hasta convertirse en vicio,;. Su afición a la buena mesa se trocó en des.
atad •• gula;
!lU
ligereza
de lengua,
en un verda-
dero arto para mentir, adular y calumniar, dicienEstesiempre
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LuisloÁngel
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do
todo lo por
contrario
queArango
pensaba,
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cncmi",tI\ndo fi sus vecinos unos con otros y Ile.
gando a hacer ver a su propio marido lo 1l(,~1'0
blanco. Su natural franqueza, que anteR gURtaba
en la charla inoceutc, convirtiósc ahora en ab.~o.
luta ùesvergüenza para fabear todo aque·llo de
quo tL-fitaba, y de este modo, en vez de sufrir bajo
el mal hwnor continuo de su marido, añadia a él
nuovos di,,¡gustos, engañándole cuando llegaba Il
encolorizal'se y convirtiéndose, en £in, en la dil'Pctara. del arruinado hogar.
Bajo estas circunstancias no podía ser peor la
situación de los váswgos do ambos matrimonios,
quo ni podían abrigar ninguna. esperanza consoladora en el porvenir ni gozar do una trRnquila y
alegre juventud, rodeados como estaban de luchas, penas y cuidados. La suerte de Vrenchen era
aún peor que la de Sali, pues, muerta su madre,
se hallaba sola cn su desierta casa. y entregada li
la. tiranía de un padre iracundo. Al llegar a los
diez y seis años era ya Vrenchen una esbelta muchacha llena de encantos; sus obscuros cabellos
caían en suaves rizos sobre su frente y llt'gaban
caRi hasta sus brilIantes ojos negros; roja sangre
coloreab9. laR redondas mejílIas de su mOreno rostro y resplandecía luego como profunda púrpura
en su,; frescos labios, de tal manera. rojos, que daban e toda la cara de la. muchacha una persomtlísima expresión. Una fogosa. alegría de vivir palpi.
taba !ln cl1dfl.una de sus fibras, haciéndola rC'Ír y
jugar en cuanto el tiempo se mostraba. algo propicioFuea Digitalizado
ello, por por
poco
que fuere,
estoArango
es, cuando
sula
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padrt' no lo. había atormentado mucho o no pesaba Robre t'JIll.algún gra.ve euidlldo. Por desgracia,
tales ocasiones cran bien raras, pues ndemás de
tener quo llevar f<obre sí las penas y la. creciento
miseria de su hogar, tenía 'lile guardarsc Il ¡;í misma y tratar do vestirse .Y eomponcr>;c lo mÚs decento y limpiamente posible, sin qua ('1 padre quisiera proporeiona.rla medio ninguno para ello. De
este modo, eost.aba gran trabajo a Vre/lchen adorn:lr I1lgo su graciosa perROrla, conquistRl'se un modestÍ3imo vestido para los domingos y conservar
~lgtmos pañuelos de abigarrados colon's con que
rodellI' su cuello. Todo ello humillaba y obscw·ceia.
la jovcn y fogosa bellc7.a de lu. muchllcha, impídiéndolo envanecerse de ella. Además do esto, había. prc:,enciado, teniendo ya edad suficiente para
darse Cllenta do las c.osas, la enfermedad y mllerte de su madre, y este recuerdo constituía para
ella. algo que sujetaba su ímpetu juvf'nil, modificando y dulcificando su fogosidad y haciendo de
ella una criatnra conmovcdorllmente amable, que
se regocijaba y reía anle el menor rayo do sol qU()
haRta elJa llegara.
No era tan dura la situación de Sali. Con el
transcurso de los años se hr.bia convertido ('n un
fuerte y esbelto muchacho que sabía ddcmkrse y
.cuyo aspecto exterior hacía imposible pensar quo
consil1tiera que nadio le maltratase. TmY.bién él se
daba cuenta de la mala posición de su familia, y
vagBmrmte recordaba que DO sip.mpro hubía sido
así.
en su Luis
memoria
la antigua
Este
LibroConservaba.
Fue Digitalizado aÚn
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figura de .qU padre, labrador honrudo, tranquilo e
inteligente, tun distinto del envejecido loco, camorrista y ocioso que ahora veía ante sí, emprendiendo una tras otra las más absurdas o iltlsoria~
empresas y hundiéndose más en el cieno cada día,
sin que el desconocimiento en que Sali estaba dt·
lo pasa.do le permitieso darse clara cuenta de cómo
habían podido llegar las cosas a este extremo.
Mas cuando el triste espectáculo de su hogar llenaba su corazón de amargura y vergüenza, estoH
sentim:entos eran al punto adormecidos por 103
halagos de quo lo colmaba su madre, la. cual,
para a.l;raéruelo y teniéndolo a su lado coma partidario suyo poder continuar cómodamente su ùesordenada vida, apoyaba sus menoros caprichos y
cuidab9. de que pudiera vestirso no sólo limpia,
sino h~\sta presuntuosamente. Sali se dejaba hac~r
sin gnn ltgradecimienio, entreviendo todo lo que
de fa!;îa encerraban aquellos halagos. Ka sintiendo tampoco ulegría ninguna por la libertad en
que se lo dejaba, hacía lo quo le venía en gana,
sin que ello fuera, no obswnte, nada malo, pues
todavía no estaba corrompido por el ejemplo de
sus padres y conservaba aún el juvenil dOFeo
de emprender una actividad honradamente ordenada. Era Sali igual a como su padre había sido
en su juventud, y ante este vivo recuordo de sus
bueno~ años, que despertaba su adormecida conciencia, se sentía el padre invadido por un involunuuio respeto para con su hijo. A posar de esta
libertad de que gozaba, no se hallaba Sali contt'nEste Libro Fue
porSELDWYLA.-T.
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HOllIlRES DE
8 de la
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to de su vida. Veía que su porvenir no aparecía
muy claro y ¡;e duba cucnta de quo iba pasando
su juventud sin aprcnder rlllda de provecho, pues
en su casa no existía ni huella de trabajo alguno
perseverante y concicnzudo. Su único ccnsuolo era
enorgullecerse de su presell1;<'independc!lcia., en la
que de na.da se le pedían cuentas, y sin prcocuparso de más, iba dejando pasar descuidadamente
los días, cerrando los ojos u lo. vil6ión de lo por
venir.
La única cosa que limitaba su indcpt'nclencia
era la enemistad de su padro pa.ra con todo lo que
oliero. Il Marti o se 10 recordase. Pcro Sali sabia
solamente que :;\:lartihabía eausado grlHTs p{>rjuicios fi su padre y quc Cil ce.sa de aquél abrigabon
todos sentimientos de enemistad para con ellos,
no siéndolc, por tanto, nada difícil priVal'8e dc
ver a .Marti y a su hija y hasta mostn.r,;e como
enemigo de ellos, aunque con toda templanza. En
cambio, Vrenchen, cuya. vida cra. más penosa que
la de Sali y que estaba. mucho más abandonada
que él por los suyos, se sent·ín menos inclinada a
una formal enemistad y se imaginaba. despreciada
por Sali, bicn vestido y aparentemente ft-liz. Cuando le veía desdc lejos huía dElél, Y Sali ni siquiera
se preocupaba de seguirIa con la mirada. De esta.
manNa sucedió que l;lacíu ya \ln par de años q\le
no había. podido verla cie cerca y no suponía siquicra cuál era el aspccto cie su figura. Mas, sin
t'rnbargo. sif'mpro que se huhlaba de lVIllIti, pen¡;aba inyohmtariamente en su hija, de la cual no
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Il •••
sabía ni cómo cra en aquellos moml'ntos, pero
cuyo ,'ecucrdo no le era importuno,
Fu{: su padre, Manz, el primero de los dos enemigos que, no pudiendo resistir por más til'mpo,
tuvo que abandonar su." bienes y su casa en las
garra~; de ios acreedores. El que su caída :;e anticipase a la del otro rué debido a quo Manz tenía
a su lado a su mujer, que ayudó a ella, y a lOU
hijo, que, aunque poco, también gastaba HIgo,
mientras (ÁuoMarti era solo a devorar su vacilante hacienda :r 11 su hija no lo era permitido hacer
el más pequeño gasto :r sí sólo trabajar como un
animalillo doméstico. Consumada la ruina de Mallz,
no encontró éste cosa mejor que trasladan;-c a
Seldwyla y, siguiendo los consejos de SllS JavOl'(~eedores en aquel1a ciudad, abrir en elIa una hostería. ¡Triste cosa es ver a un hombre de campo,
eneaDeeido en el cultivo de la tierra, emigrar a
la ciudad y establecer un figón o taberna, buscando su salvación en atraerse parroquianos a fuerza
de tener quo poner Il todos cara alegre, disimulando su amargura y sU ansiedad por el inseguro porvenir! Al abandonar :M:anzsn casa se vió bien 01
extremo de pobroza a que habían llegado. Su
ajuar, viejo y estropeado, denotaba a las cIurus
que hucía muchos años que en aqucJJa CIlSU no so
había comprado ni rcnovudo nada, No ob¡;tante,
la mujcr vístió sus mejoros galas para ('fectuar el
viaje, y spntucla ('n el carro sobre el montón do
trastos viüjos, se IDostl'aba muy ('spcrBnzllda y orgullosa, com;Îd('rándose ya como habitlllltc de la
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ciudad y mirando despreciativamente
a sus paisanas pueblcrinas, que, asomadas a las burdas de sus
corra.les, veían pasar, lIenus de compasiÓn, el miserable cortejo. Fundaba sus esperanzu:; en conseguir atraerse con su amabilidad y li~teza una
gran parroquia, en cuanto se viese al fr€nte de lo
quc clla !le figuruba importante hostería. Pero ésto
110 era mas quc un lÚgubre tabernuehe,
situado
en un apRrtado callejón y ctiyo dueño aca baba de
arruinarse, tomándola 1\1anz en traspaso por consejo dA sus amigos de Seldwyhl, quc hailaron así
el medio dc hacerla desembolsar sus últimos recursos, que no llegaban ya a, cien escudos. Con la
taberna compró Manz un par de toneles de un
mal falsificado vino y todo cI moblaje, constituído por una docena de botellas de vidrio blunco,
otros tantos vasos y varias mesas y banquetas de
pino pintadas de rojo. Ante la velltanll, balanceándose rechinan te, colgadn de un ga IJ(~ho,pendía la muestra, consistente en un aro de tonel, y
en su jnu'rior una mano de latón que, cogiendo un
jarro. escanciaba vino tinto en un vaso. Ademús
de todo esto, pagó Manz, como comprendido en el
traspaso, un seco ramo de accbo que adornaba la
entrada. Conocedor ya de su nuevo domicilio, no se
dirigía .Manz hacia él con tan buen ánimo como
su mujer, RinO quc, lleno de amargura y renCOI:CS,
conducía el carro guiando los dos flacos caballos
que había pedido prestados al nuevo dueño de su
casa y sus ticrras. Nadie había podido ayudarle a
cargar los mueblcs cn el carro, pues el último
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criado que había quedado a su ¡:;erV1C¡O
se había.
despedido hacia ya varias semanas. Estando en tal
faena, vió a Marti que, haciéndose el cncontrndizo, }¡~bía salido, lleno de burla y gozo, a pre.-enciar su partida, y le colmó de maldiciones, como
única causa y principio de su desventura. Sali,
en cambio, permaneció silencioso, y en cuanto
el carro se puso en marcha, apresuró el paso
y, adelantándoso, se dirigió por el atajo hacia
Seldwyla.
-Hemos llegado-dijo
Manz, deteniendo el carro It ]11. puerta de la taberna, de cuyo aspecto
queèó asustada la mujer. Era aquélla, en verdad,
\lna bien triste hostería. Los vecinos, deseosos de
conocer al nuevo tabernero campesino, se asemaron aprc:;uradamerite a puertas y vcntana¡:;, mi·
rándolos, desde su superior altura de ciudadanos
do Seldwyl,\, entre compasivos y burlones. Llena
de cólera y a punto de llorar, saltó la mujer de
Manz a tierra y entró en la caRa, avergonzada de
que la. gente viesc' sus viejos muebles y derrengadas camas y dispuesta a no volver II. dejarse ver
en todo aquel día, pero afilándose dc antEmano la
lengua por si alguna vez había ocasión de hacer
pagar u los importunos vecinos su insolente curiosidad. SHJi, también avergonzado, tuvo, sin embargo, que ayudar a. su padro a descargar lOf muebles en medio de ]0. calleja, formándose a poco en
derrodor \ln corro do chiquillos que saltaban pOI'
<:imu de ollaR y se burlaban del harapiC'nto !ljuar
Este Libro
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por la Biblioteca
Ángel
Arango
del Banco
campesino.
El interior
de ]aLuis
casa,
que
tenía
todo deella
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lIS
a.spceto de uno. cueva. do bandidos, era aÚn má" desconsolador. Las paredes, malamente encaladas, chorreaban humedad, y aplute de la sala de la obscura
e inho~pitalaria taberna sÓlo existían otros dos
cuartuehos, que el anterior inquilino hllhía dejado
llenos de mugro y de basura.
Tal {LIÓ el comienzo de la llucva vida de Manz,
y Hsí había <le seguir sin experimentar mcjora alguna. Durante la primera semana, la curiosidad de
conocer al nuevo tabernero y ver si se encontraba
en su establecimiento algo que fuera rnateria de
diversión o burla atrajo a la taberna por las noches a algunas personas, aunque no más de las
suficientes
para sentar>;c en torno de lUla mesa.
El tab('rnpro wnía poco que ver, pues Manz se
mostraba torpe en el servicio, poco amable, melancólico, y no sahía ni quería aprendel' el modo
de Qon(lucirse COll sus parroquianos.
Con gesto
malhumorado llenaba. Jas Vl?,<;OS lenta y desmañadamente, intentando, sin conseguirlo nU::1ca.,decir
a.lgunas palabras a los consumidores. En cambio
su mujer se lanzaha doeididamente er.tre elias,
tomando parte en· las conversaciones y logrando
retener è1 la gente durante albyunosdías, mas no por
los motivos quo olla se figuraba, sino por otros bien
distintos. La buena mujer, que con los afias había
perdido toda su esbeltez, engordando eonsidera.blernente, se hahía improvisado, para. rocibir a los
cliontes, un tocado con el que se creía irresistible,
compuesto de una bJanca saya de lino, una vieja.
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blusa de seda verde,República,Colombia
un delantal de algodón y un
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H9
~'stropelldo (:ueIJo blanco. Sus ya escasos cabellos
caflill, coquftamente rizados, a ambos lados de su
cara, y por detrás ostentaba una corta y delgada
trenza, en cuyo nacimiento clavó una alta peineta. Con estos arreos iba de mesa en mesa, dando
saltitas que querían ser graciosos y elásticos, achicando la boca ridículamente para poner un gesto
ingenuo y diciendo sonriente al servir el vino o la
menguada. ración de queso salado: «¡Muy bien, señores míos; pero que muy bien!», y otras cosas del
mismo ingenio, pues a pesar de no tener pelos en
la lengua, le era imposible deeir nada a aquellas
personas desconocidas para ella y entre las que ¡;e
sentía completamente extraña. Los scldwylenses
que e. la t:~berna acudían, y que eran, como es natural, de la peor especie, se tapaban la cara para
reír l~ sus anchas, y haciéndose señas pOl' debajo
de la mesa, exclamaban: «¡Vaya una tabernera dcIiciosa! Sólo por verla valc la pena de venir a envenenarse con este vino. ¡En nuestra vida hemos
visto facha semejante!» Todo esto lo notaba el
marido, lleno de cólera, y dando a su mujer un
buen metido en las costillas, le decía: «¡Cálla.te y
estate quieta, vieja idiota!') liras cIJa le replicaba,
sin hacerla Cf\.<;O: «¡Déjame en paz, inútil! ¿No ves
cómo me afano por servir a los parroquianos y lo
bien que sé tratarias? Lo quo pasa cs que toda
ésta es gentuza de tu calaña. Déjame a mí y ya
verás cómo pronto tenemos parroquia más distinguide..~ La débil luz de dos malolientes velas de
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Luis Ángel
Arango
del Banco de la
sebo
iluminabaporRepública,Colombia
estas
escenas.
Sali,
asqueado,
se
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refugiaba en la obscura cocina y, sentado junto a]
fogón, lloraba por sus padres.
Pronto se hartaron los parroquianos del espectáculo que la mujer do l\[anz les ofrecía, y fueron
a rcuni~e a otros lugares más acogedores, en los
que poder reírse a su gusto de la l'idiculez de los
nuevos taberneros. Sólo de cuando en cuando aparecía por casa de Manz algÚn cliente, que aburrido se dedicaba a bostezar mirando al sucio techo,
mientras bebía su vaso de vino. Muy de tarde en
tarde invadía la taberna un grupo de bromistas,
quo vcnían a reírse de los pobres campesinos, metiendo mucho ruido y haciendo poco gusto. Encerrado el infeliz matrimonio en aquel lÚbrego rincón, al que IHIDCallegaba el sol, se sentía cada
vez más triste y desesperanzado. Hasta para Manz,
que estaba acostumbrado n pasar mucho tiempo
en la ciudad, era ya intolerable el encierro entre
aquellos sucios muros. Cuando pensaba en la libre
extensión de los campos, dirigía una mirada colé·
rica y rencorosa al techo o a los suelos, igualmente
sucios, de su nuevo hogar, y se lanzaba il la calle,
para' volver a refugiarse inmediatamente en su
rincón, huyendo do las curiosas miradas de sus
vecinos, que ya le habian adjudicado el mote de
«el tabernero malo&. No transcunió mucho tiempo
sin que desapareciesen los Últimos recursos de que
aun disponían, y entonces tuvieron que esperar
algunos días, para poder comer, a que llegase alguien que consumiese un poco del vino que aun
Jes Libro
quedaba,
y si por
se leArango
ocurría
al de la
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cliente pedir algo que comer, aun'que R610 fuese
una salchicha ahumada, se veían y se de;;eaban
para poder proporcionárnelo, tomándoJo al fiado
de algllna tienda veeina. Lleg6 un momento en
que también se les acabó el vino, y tuvieron que
mandar a otra taberna. por él en pequeñas cantidades, ya que no tenían dinero para adquirir un
nuevo tonel. De esta manera tenían que abrir flU
establecimiento sin existir en él vino ni comida, y,
sin haber probado bocado en muchas horaR, mostrarse amables y sonrientes con In poca gt:ntc que
entraba. Casi se alegraban el día en que no aparecía ni un alma por su casa, yen esta agonía pasaron mucho tiempo, sin poder vivir ni acabar de
morir de una vez. Esta triste experiencia hizo RUfrir o. la mujer de Manz una nueva transformación.
AEí como antes dió rienda suelta. a sus defectos
femeninos, supo ahora poner en práctica Jas virtudes propias de su sexo para. mitigar los sufrimientos de su marido. Armándose de paeirneia.
trató de infundirJe é.nimrn; y de com;ervar a. su
hijo en el buen camino, sacrificándose ella por RU
parte todo 10 posible. De este modo consiguió ejercer, a su manera, una influencia benéfica sobre el
arruinado hogar, influencia que, llunque pequeña
e insuficiente pura endere7.f\r el rumbo de las cosas, siempre representaba
algo, y por 10 menos
ayudaba a aquella pobre familia a. pasar su miseria con menor desesperación. En las situaciones
apuradas, aconsejaba 10 que mejor creía a su marido ya su hijo, y cuando su consejo resultaba equi.
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vacada o no producía buenos resultados, aguantaba eon paciencia los reproches. Puso, CD fin, en
obra, cuando la. situación había llegado a lo peor,
aquella actividad que emprendida años antes hubiera. sido mucho más bClwficio::;a. Pura tener por
lo menos algo que llevarse li lu boca y distraer sus
trÜ.;ws penSlimientos, se dedicaron pudro e hijo a
pescar con caña en cl vecino río, cosa permitida. a
todos los hubitantes de Seldwyla y ocupación principal do aquellos que habían ya perdido hasta el
último céntimo. Cuando lwcía buen tiempo y los
peces picaban mucho, acudían a docenas a. las orillas del río los pcscadores, provistos do su caña
y su cubo para. guardar la pesca. No so podía
dar diez pasos junto al río sin toparse con alguien
dedicado a tan pacífica tarca. Los había de todas clases y ca.taduras. Aquí aparecía uno vistiendo una larga. levita ob:.;eura y con los pies desnudos metidos cn el agua. :l\lás allá otra con un
viejo y puntiagudo frac azul, en pie sobre el ca.ído
tronco de un viejo sauce y cubriendo su cabeza
can los restos de un destrozado sombrero de fieltro. Otro se había venido a pescar envuelto en
una. desgarrada. bata. con grandes flore3 estampadas, única. vestidura que aun poseía, yen tal guisa se pasaba. las horas muertas en la orilla con la.
caña lén uoa mano y una la.rga pipa en la otra.
En un recodo que hacía el río se colocaba. siempro, sobre una piedra que sobresalía en medío casi
de las aguas, un hombrecillo calvo y barrigudo,
completamente en cueros y cuyos pies. a. pesar de
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tenerlüs en el agua, se veían tan negros que parecía no haberse quitado las botas. Cada Ulla de
~stos pescadores tenía a su ludo un tiesœeito II('no de lombrices y otros gusanos, que antes de venir li pescar había ido ¡cacando dI' la tierra call
ayuda de una pcqu('ña azada. Cuando el cielo SI'
llenaba de nubes yeJ tiempo bochornoso anunciaba lluvia, aumentaba
el número de pescadores,
colocados como inmóviles figurones fi. todo Jo Jurgo de la orilla, que de este modo semejaba una
galcJ'ía de cstatuas de santos o profetas. LaR cumpesû108 pasaban li su Jada sin hacerles C8S0, conduciendo sus carros o su ganado, y los ocupantes
de Jns pequeños barcos que navegaban por el río
no los dirigían ¡;iqlliera una mirada, haciendo caso
omi:;o de las maldiciones que dedicaban a aquellos importunos quc espantaban la pcsca.
Mal hubiese escapado quien doce años antes,
cuando ilfunz araba con una valiente yunta Jus
ticrras quc junto a la orilla poseía, le hubiese predicho que llegarían días cn que él !'c uniese a aqucIlos figmones para pescar como ellos. Ahora que
por necfsiclad tenía que hacerlo, corría prCSU1'ORO
río arriba, pasando por detrás do sus compañeros
Canto la sombra de un condenado que fuera bUl;cando cn el infierno un solitario y cómodo lugar
donde purgar aisladamente sus culpas. Pero ni él
ni &u hijo tenían paciencia. para permanccer largo
tiempo inmóviles con la caña en la mano, y ::;ól0
la llevaban para no revclar su v£'rdadera mancra
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de pescar, que República,Colombia
consistía en coJocar pequeñas rcdes>
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en los arroyos afluentes al río, en los cuales vivílln
sabrosas truchas, que luego de pescadas alclln7..aban un alto precio cn el mercado.
Marti, quc había pcrroanôcido en cI pueblo, iba
también dc mal en peor, y de puro disgustado y
aburrido, en vc? de ocuparse en trabujar las po·
cas tierrRs que le quedaban, l'Oededicó asímismo
a la pcsca para ahuyentar sus tristes ideas, y Re Je
veía pasarse el día cntero a. la orilla del río. VreIlchen tenía que acompañarle constantemente, pOI'teando los trcbejos de la pesca y andundo con
ellos de un lado parll otro, metiéndose en los arroyos y en el río, lloviese o hiciese sol, con lo cuul
la casa quedaba abandonada y sin quc nadie se
ocupase en ella de las más neccsarias laborcs. Ya
no les quedaba nadie que los sirviera, ni en reali·
dad 10 ncccsitaban, pues :Marti había ideoperdiendo todas sus propiedades, qu€'dándole tan sólo alguna pequcña tierra, a cuyo cultivo atendían corno
podían él y su hija, o no atendían en absoluto. &si
las cosas, sucedió que y('ndo l\fllrti un día, bajo
un obscuro cielo quc presagiaba tormcnta, por la
orilla de un profundo y rápido arroyo en el que
saltaban multitud
de truchas, Se topó de munos a boca con Manz, su enemigo, que llegaba.
por la opuesta orilla. En CUllnto lo vió, se sintió
poseído por el rcncor y la cólera.. Hacía uños que
no so habían encontrado frentc a frente mus que
ante los jllP.Cp.s. lugar en que no les estaba permitido insultarse. Sin poder contenerse, exclamó
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Marti:
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-¡Perro! ¿Qué vienes a bu~car aquí? ¿No puedes qucdarto en tu guarida de Se!dwyla?
-Tambión
tú tendrás algún diu que vcnil'te a
la ciudad. ¡Bandido! POI' lo pronto, ya ticnes quo
dedicartc u pescar. Scñal dc quc no andas muy
sobrado-respondi6
Munz,
-¡Calla, ladrón!-rcplic6
Marti, gritando para
domin;lr cI ruido del torrente-,
Tú roe has traído
la desgracia.
Los sauces que en ambus orillas se alzaban empczaron a agitarse a impulsos de un fuerte vicnto precursor dc la tormenta, y :Manz tuvo quc csfo.'zur uún más la voz pura decir:
- ¡Si eso es verdad, me alegraré con toda roi
.aIm!!, miserable idiota!
-¡Pcrro!-grit6
Marti en su orilla.
-jlmbécil!-ch.i1l6
Manz des do la suya.
y ambos empezaron a corrcr pOI"las márgenes
del río, buscando un pa¡;;oque les permitiera cruzur
el arroyo. Marti se hallaba aún más excitado quo
su adversario, porque pensaba quo éste en su taberna tendría por lo menos comida y bebida suficientes, y además gente con quien matar el tiem·
po, que a él se le hacía tun largo entre las pare·
des de\;u arruinado hogar, Entre tanto, Manz buscaba wmbién con afán un paso para aproximarse
Il su enemigo, llevando tras él a su hijo Sali, que
en vcz de atender a lu enconada pelea miraba.
roara,"illado a Vrenchen, que corría t.ras de su padre llc-na de vergÜenza, con la. vista fija en el sucIo, la cubeza inclinada hacia delunte y cayéndole
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los morenos rizos sobre la cara. Llevaba en una
mano lma herrada de madera para echar en eBa
los peces, y en la otra sus media,,; y zapatos, que
se había quitado para no mojárselos. Con el mismo objeto habíasc recogido la falda; mhS al aproximarse Sali por lu orilla opuesta. la habia vuelto
a dejar caer pudorosamentL Dc este modo se hallaba tl'iplementc embarazada por los trastos que
llevaba en la mano, las faldas, que le impedían
correr con libcl'tad, y la vergücmm quc aquella
odiosa pelea le producía. Si hubiera levantado sus
ojos del suelo para dirigirlos hacia Sali, habría
podido descubrir que éste, no tenía ya su anterior
aspecto clegante y orgulloso. y quc además parecía también sufrir mucho COll aqucl suceso. Mientras que Vrcnchen miraba el suelo avergonzada c
intimidada y Sali no veía ya, de todo lo que le
rodcaba, mas que aquclla pobre figura esbelta y
graciosa que tan humilde y confusa se alzaba- al
otro lado del arroyo, no se dieron cuenta de que
Su.c;padres habían cesado de insultarse y corrían
llenos de ira hacia lm puenkeillo que se divisaba
a poca distancia de ellos. En esto empezó a relampaguear, iluminándose fantásticamcnte
aquellos lugares. Resonó ci trucno, y peRadas gotas de
lluvia empezaron a caer de lus negras nuhes cuando ambos enloquecidos adversnrios lIegaI'on al mismo tiempo al estrecho puent,;cillo, que vaciló bajo
sus pasos, y, agarrándose mutuamente, cmpezaron
a ¡:roIJleRT"So
('Oil los puños c('rrados en los rostros,
pálidos y temblorosos de ira. Nadu ha;y nIenos
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acertado y juicioso ni más desagradable de presl'nciar que el hecho de que dos hombres que ¡<onrazonables lleguen, guiados por la irB, lB irreflexión
o lu necesidad, a golpearsc en público. Pero Clllilldo esto :sucede a dos hombre!> ya viejos, que ¡.;e
han conocido toda su vida, y sucede a eonspcuCIIcio. do una enemistad que los ha separado mucho
tiempo y que ha constituído la ruina de entnlIllbas, ello constituye tan sólo una. pueril y ridícula
protesta contra el Destino. Y esto estaban lleVAIldo a cabo los dos encanecidos labradores. Siendo
muchachos habían andado a. golpes alguna. vez,
mas ùo esto ya habían pasado cincuenta aíios, en
los cuales no se habían tocado mas que para darse
la. mano cuando aun no había comenzado su querella., y Mm esto había sucedido raras veces, dado
el seco y poco expresivo carácter de ambos. Después de administrarse algunos golpes, se agarraron
fuertemente, luchando silenciosos y anhelantes
para VPl' quién conseguía arrojar al otro al agua
por "n cima de la crujiente barandilla. En efite
punto Jlegaron sus respectivos hijos y vieron el
abyecto espectáculo. Sali se puso de un salto junto a su padre para auxiliarlo, ayudÚndole fi ùominar al odiado enemigo, el cual ya antes de su llegada parecía flaquear y estar Il punto de ser vencido. Pero también acudió Vrenchcn, que arrojando aJ suelo, con un grito ùc espanto, todos los trebejos de que iba cargaùa, se abrazó Il su padre
para pr'otegerlc, con lo cual sólo logró estorbarlo
e impedir sus movimientos. Con lágrimas en los
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ojos miró suplicante a Sali, que cn aquel momento se disponía a completar la victoria cie su padre llrrojúnnoso también sobre el de Vrenchen;
pero ante aquella mirada, quizá invohmt81'iamcntc,
cambió ùe intención, y sujewndo a su padre, procuró ca/marIe y separarJc de su contrinC't:ntc. Durante un momento, el grupo formado pOI' los cuatro vaciló para uno y otro lado sin deshacerse, y
en esta pugna, mientras que los dos hijos procuraban interponerse cada vez más entrc sus padres, llegaron a estar SllS cuerpos CIl estrecho contacto. En aquel preciso mon1í'nto se desg~rró Un
poco una nube, dejando paser aJgo de la claridad
vespertina, que iluminó el rostrO de Vrcllchen y
permitió a Sali ver de cerca aquella cara tan conocida para él, pcro tan embellecida en BI transcurso de lo;; afios. Vrcnchen notó su sorpresa, y
una rápida sonrisa se dibujó en su rostro entro Jas
lágrimas y el espanto. Sali, llamado a la realidad
por las sacudida:,; quo su padro daba pura deEprenderse de sus brazos, dominó su impresión, y
con firmo esfuerzo y apremiantes ruegos logró separarlo del do la muchacha. Los dos viejos locos
respiraron con fuerza y comenzaron de nuevo a
insuItarsc a gritos, mientras se alejaban uno de
otro. En cambio sus hijos a~'nas podían respirar
y guardaban un mortal silencio. Mas al separarse,
sin qUEllos viejos los vieran, se estrccharon con
rapidez las manos, frías y húmedas del agua y de
Jos
poccs.
Las nubes se cerraron otra vez sobre los fatigaEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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dos combatientes; la obscuridad se llizo más densa
y una lluvia torrencial comenzó a caer furiosamcnte. :lTanz comenzó Il andar a grandes pusos
por el enchurcado cumino. Bncorvado y con las
manos en los babillas, marchaba bajo la lluvia,
temblando y castaIÎeteándole los dientes, mientras
que gruesas lágrimas, quo no enjugaba por no dolatarlas, surcaban su rostro para perderse entre la
descuidada barba. Sali, perdido en fdiees imaginaciones, no veía ni observaba nada. Sin darse cuenta de la Iluvia ni de la tormenta, e indiferente a
la ob;curic1ad ya su situación miserable, todo, dentro y fuern. de él, le parocía fácil, luminoso y Ileno de calor. So sentía tan rico o ilustre como un
príncipe. Tenia de continuo ante sus ojos la rápi.
da sonrisa que había brotado en el hello rostro
estando ten cercano al suyo, y correspondía. a ella
a.hor(1,sonriendo a la amada figura de la mucha..
cha, que se le aparecía. en la obscuridad entro la
lluvia, pcnsando que su sonrisa tenía que llegar
hasta Vrenchen y adontrarse en ella, penetrando
hasta su alma.
* '" '"
Al día siguiente, Mallz, como si la escena de la
víspera lo hubiese despojado del resto de encrgíal'
que aun poseía, no quiso moverse do su casa. La
miseria y los locos afanes de tantos años tomaron
pare. él desde aquel día un nuevo aspecto, más
concreto y preciso, constituyendo un a modo de
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SEJ.DWYLA.-T.l.
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fantasma quc >õC extendió l'TI la pesada atmósfera
del tabcrnllcho. Huyendo de él, se refugiaba el in.
feliz matrimonio en los obscuro;; cuartos de la trai"
tienùa, pasando lnego a la cocina para retornar en
seguida, en un cspantado :r casi inconsciente vagar, Il la taberna, por la que no as()mabl~ ni un Bolo
cliente. Por último, se embutía cada \;110 en 1111
rincón y comenzaban ulla fatigosa y casi muerta
disputa, que duraba todo el día, quedándo~e a lo
mcjor dormidos entre reproehe y reproche, COli un
sueño inquieto y poblado de las mismlls miserias
de la vigilia, que ni aun dormidos podían espantar de su imaginación. Unicamente Sali Et' libraba
de la. melancolía. Pensando en Vrenchen, no oía
ni veía lo que pasaba en tQrno suyo. Seguía sin·
tiéndose no sólo inmensamente rico, sino como ha.
bicndo descubierto algo muy verdadero que ]e
permitía llegar al conocimiento do muchas 'cosas
bucnas y bellas. Esta ciencia había penetrado en
él como llovida del ciclo, y d fausto suceso le admiraba, lIenándolo de felicidad; mas pareciéndole,
no obstante, que siempre había sabido y conocido
todo aquello quc ahora le colmaba de una tan ma·
ravillosa dulZUra.. Nada hay que igualo o. la magnificencia y arbitrariedad de aquclla dicha que St:
acerca al hombre en una clara. y precisa Lgura fcmenina ba.utizado. en una iglesia y provjRta dE' un
nombre propio quc Ruena diferente a todo otro
nombre.
r",rl}, Sali dcsapareció desde aquel día todo motivo de sentirse infeliz, pobre y desesperanzado.
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HOI'Il trl<; hora ùC'jaha correr el tiempo, dedicado
a I'I'cordl-lr la figlU'a y el rostro do Vrenchen. Mas
la cxcitllción producida por el esfuerzo verificado
para precisar \;'n Sl1 imaginación
aquellos rélsgos
aea há por hae61'Eelo8 confundir y casi olvidur, de
manera que llegó a no poder evocarlos con clnridlld. Poseía en su memoria una reprcEcntación general do la figura do Vrenchcn, mns no le l'l'Il posible dei<cribirla con todo detalle, Aquclla imprecisa figum flotaba de continuo ante SlIS ojos, p€'nl'tránùole con su (!t.lee influencia y siendo para
él como una vaga potBstAd a cuya merced w lw,
Hahn, sin saber Iii podcr definir claramente en quÓ
consistia aquella fuerza, Al querer traer a su ima~inacién la cara de Vrcncllfn tal y cerna el día
anterior so le había aparecido, sólo logl'al::a hacer
aendír a ella los rasgos ùe su infantil compaÎin!l
de juegos, was no los que tan rápidamente había
vi,;to durante la lucha sobre el puente. Si no hubiera tenido probabilidad de volver a vcr jumá"
a Vl'ellchen, sus potencias imaginativas habrflln
acabado por lograr reconstituir el amado rostro;
. pt'ro como los ojos reclamaban su dcrecho al plvcel' de contemplarIa nuevamente,
esta su inter,
vcnción debilitaba 10. acción do dichnR potcnci8~.
Obediente li estos impulsos, abandonó Salí su C¡¡Si
a la hm,'a cn que el cálido sol vespertino ccmenzuba ¡¡, iluminar los últimos pisos de las casas, y se
dirigió hacia "u antigua patrio., que le parecía ahora llnl\ cl'lf'stilll Jerusalén con doce reliplandecicDy su por
corazón
polpitaba
conEste tes
Libropuertas,
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Luis Ángelalborotado
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forme se iba acercando a ella. En el camino topó
call el padre de Vrenchcn, que parecía dirigirse
hacia la. ciudad. Vestido dcscuidada y miserablemente y con las encanecidas barbas sin recortar
desde muchas semanas antes, realiwba. por completo rl tipo del labrador que ha. abandonado l'US
tierras y tiene quo dedicarso pura. vivir a toda cia·
se de sospechosos manejos. Al cruzarse con él,
Sali le mirá sin odio y más bien respetuoso e inti·
midado, como si su propia vida estuviese a mer·
ced del anciano y prefirie~;e implorar de él su PNdón fi obtenerlo pOl' la. fuerza. En cambio Marti le
miró rencorosamente de arriba abajo y siguió despuós su camino. El ver quo Marti sc auscntaba del
pueblo aquella tarde regocijó a Sali y le hizo darse
clam euenta (le euál era su propia. intención al dirigirse a él. Por senderos harto conocidos desde su
niñez, continuó su camino, y entrando en el pueblo por las calles menos frecuentadas, se halló en
¡;eguida frente o. la granja del padre do Vrcnehen.
Hll.Cía.muchos años que no se había. ac(,rcado tanto ll, ella, pues aun en aquellos en que todavía ha·
bitaban todos on el puoblo SI) guardaball rouy mucho los adversarios do aproximarse unos a otros.
Por esta razón lo admiró ver que en casa. de Marti
había sucedido lo mismo que antes en la suya, y se
quedó e¡;pantado ante )a ruina que denotaba el
aspeeto de la. granja. Su dueño habíl'. sido despo.
Rflido dfl todas SllS tierrllS una tras otra, y ya sólo
le quedaba la. casa con 1Ul poco de huerta. anejo.
a.
ella.,Fue
y Digitalizado
el haw por
situada
sobre
éolma
nIde la
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la Biblioteca
Luisla
Ángel
Arangojunto
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río, de la cual no quería desprenderse y la defendía hasta lo último.
Mas ni aun esta último. tierra quo le quedaba po.
día deci,'Se que la cultivase seriamentc, y sobre ella.
no ondulaba ya como antes, al llegar la época do
III roco¡¡'cción, liD hermoso mar de espigas. I{Cbuscando l\Iarti en las arcas y graneros los restos do
semillas quo en ellos habían quedado olvidadas,
las sembró todas. y unllS junto a otras crecieron
las cosas más distintas, patatas, remolachas y zanahorias, semejando aquel campo una descuidada
huerta o lID muestrario, del cual se arrancaban un
día, para satisfacer cI hambre, unas cuantas patatas, y al siguiente un puñado de zanahoria", dejando que lo que no se necesitaba inmediatamente
creciese a su guisa o se pudriese sobre el terreno,
Todo el que quería entraba y recorría aquel cam·
po, quo acabó por presentar igual aspecto quo el
abandonado barbecho causa de tanta desdicha. En
toda la casa no se veía ni rastro de que su dueño
se dedicm;e a labrar o cultivar nada. El establo se
hallaba vacío y la puerta colgaba sujeta sólo por
uno de sus goznes. Innumerables arañas habían tejido en el establo sus telas, cuyos hilos brillaban
a la luz del sol. A lo. puerta. de la granja, por lo.
cual habían entrado en otro tiempo los ricos dones de la tierra, colgaban ahora. unos viejos y remendados utensilios de peRCal',que dcnunciu1::an la.
nueva y miserable ocupación del antiguo labradol'.
En el eorrlll no se veia. ni una sola gallina, ni una
paloma., y ni perro ni ga.to asomaban su hocico por
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aquellos tristes paraJes. Lo {¡nico ''¡va qUE' ¡¡un
oxistía allí cru. la fucnt,e, y pOl'll "So t.anlpo('o celmba. el ¡¡gUll por el eaflo, sino que la dejaba salir
por Ulla l't'ndij:t junto lil suelo, de mano'a que,
formando lin pequoño sw,t¡dor, subía IH¡Stl\la altura dd Cllño y se dcspurranlllba lu('go formulIdo
peqlleiios charco:,. Esto Cl'B,la "t'liaI Irás clara del
descuido y la pereza que NI lu. cu,..a reinuhan, pues
Marti hubiera podido COll poco trubrjo tupnr la
gl'i"t-a y urn>glnr cI cafio, evitando qUf' su hija tuviera. qne lanl,r en los po('o profundos charcos del
suelo, en voz de hacerla cómodamentl' en la pila,
que no recibía ahora IIi gota. do :'g\H'. El aspecto
de la. casa. cra igualm('nü) lamenti.lblc. En las ventanas quedaban pocos cristales sanos. UnOB se sostt'llían aún, unid06 sus pedazoR por tiras do pupd,
y otros faltaban por compl<'t.o. Pero u un a~í, oran
laR ventanas lo más agradable u la ,-¡sta de la
casa toda, pues rolucían y brillaban, H fuerza de
limpieza, como ]0:;; ojos de Yrcnchen, y como a éstos sentahan y udornaban los obscuro" ¡'icillos qlHJ
sob,'c ellos caían y pl rojo y amarillo pui'iuolo ùo
algodón, adornaban
y akgrabllll las rdul'Íente:;;
ventanas las matus trepadoras que hllsi;n ellllS llegaban :;;ubiendo por IllS pm>cde>sde la caRli: una
verde enrcdadem y una olorosa mata do al!leIÍC>s
encllrnaùos y amarilloR. L,"l. enredadera cr('cía al
pie de la casa, y para subir por :;;u,;paredes tenía.
diversos apOYaR Y puntos de partida. Aquí ('l'a un
rastrillo cuyo mango se apoyaba en Jo;.; 1\1\.1I'OS;.
más
allá,
el palo de>tina
vic)jaLuis
esoobu,
y lu('go,
Ullde la
Este
Libro
Fue Digitalizado
por la Biblioteca
Ángel Arango
del Banco
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C;;polltón o ,l/uuurù", todo cubierto fie orín, quI'
había Pf'rt('II('('ido nI abur'lo dl' VrenclHll cllll1I<lu
fué t'a I'gento. ror último, una ulta escalera Je
mano, que no Si' hubía movido dcl sitio ('n que :;('
halluba des61' hucía. muchos años, permitía Il la
erlredaùeru. f;ubir hasta por encima de las ventanas y dejar caer sus ,'erdes ramas 60bl'(, dlus,
corno los rieillos negros do Vrenchell ,.,obr(' su';
ojos. l'Ides casa y granja, de aspccto mús pinto.
rosco qno lahorioso, no tl'nían ninguna otra en su
vecindad y tampoco asomaba en aquel día por
allí alma. viviente, de manera que Sali pudo si·
tuarse I' une trcintcna de pasos de ella, apoyado
en un viojo y medio dorruído hórreo, y dedicarse,
sin que nadie le estorbase, a la conkmpJación de
uquollo~ ,;ilp.neiœos y dcsiertos lllgllres. Llevaba yu
algún tiempo d('dicado a ella, cuando /lpurceió
Vrenehen en la puerta y miró durant(' largo rato
hacia fliera, como elllbarguda por un pensamil'nto
fijo. Sali, sin upartar la "ista dl' la nlu('haeha, pel"
maneeió inmóvil en su sitio. Por fin miró olla cal"ualmcnte hacia el lugar en que él,,;e hallaba. Sus
miradlls se encontraron, y por unos minutos P('l'·
manecicl'on fijas una en otra, como si ambos Call·
templasen una aparición ilusoria, hl1sta qU!' S,di
('cite"> H Ilnrlal' lentamcntc
hacia Vrench,m, atro.\"('·
¡;ando la calle y cI jarrlín de la casa. Al aproximarso a Vrcnchen, le t<:>ndióésta las mano!;, px,
clllmando:
-¡Sali!
El eogió aquellas manf'citas sin apartar sus ojos
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de los de ella, que se llenaron de lúgrimas. Enrojedcndo bajo la mirada de Snli, dijo la muchacha:
-¿Qué
vienes a hacer aquí?
-Nada
más que verte-respondió
él-.
¿Ka
quieres que volvamo>; a Rer bueno>;umigos?
-¿Y nuestros padl'<'S?-prcgunt6 ella, inclinando haeia tierra su llorosa cara, ya que no pedía
cubrírsela con las manos, que Sah retenía aún entre las suyas.
- ¿Qu6 culpa tenemos Il osotros de lo que han
hecho dlos?-replic6
Sali-. Quizá todo se arn'gle
uniéndonos nosotros fuertemente y queriéndonos
mucho.
- Lo pasado no tiene YIL arreglo pcsible -suHpi1'6Vr'~nchcn -. Sigue tu camino.
-¿Estás
sola?-prcguntó
el muchacho-o
¿No
puedo entrar lm momento en tu caEa?
-Padre fué a la ciudad, y según me dijo, a tratar de jugarlc alguna mala partida al tuyo. Pero
no debes entrar en CllSll; nhora no huy quien nos
vea, mas quizá luego te viera alguien al salir. 're
ruogo que te vayas ahora que no hay nadie rn el
camino.
-No puedo irme así. Desde ayer no he podido
dejar de pcnsar en ti un solo momento. Tenemos
que hablar por lo menos media hora. Estoy seguro que ello nos hará bien a los dos.
Vrenchen reflexionó un momento y dijo:
-Todas las tardes, al anochecer, vaya recogcr
WillS cuantas ¡,.,gumbres a nuestro campo. Ya. sabes tú cuál, pucs no nos qucda mas que CHe.Hoy
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no habrá nadie por aquellos sitios; la gente está
toda ocupada spgando cada cual lo suyo. Si qui,~res, vé (t espcrarme allí. Pero ahora vete y cuida
de que nadie te vea. Aunque nadie del pueblo nos
tra!,a ya, armarían tanto ruido y tanto chi-me,
que mi pudre acabaría por enterarse.
Se soltaron las manos, pero volvieron a cogérse1c.s en seguida, y ambos se dj¡'igieron a un tiempo la misma pregunta:
- Ya ti, ¿c<?mote va?
Pero en vez de contestarse, repiticron la prcgunta de nuevo y la respuesta sólo se vió cn sus
ojos, que hablaron eloeuentemente, ya que ellos,
a. usanza. de enamorados, no encontrabal1 paJa.bras. Por último se separaron, medio venturosos y
medio tristes.
--En seguida. iré yo-le dijo aún Vrenehen-.
Vete tú allí directamente.
Suli subió a. la silenciosa y bella coJina. sobre la
cual se extendian las dos tierras. El magnífico sol
de julio, las blancas nubes que pasaban con lentitud sobre el ondulante trigo maduro, y el brillante río azulado que corría rumoroso al pie de la colina, produjeron, por primera vez desde hacía muchos años, en cI ánimo de Sali un sentimiento de
serena felicidad en lugar de melancolía. En los limites del campo de Marti se tumbó en el sudo, a.
la semisombra transparente de los trigos que crecían cn ci campo vecino, y contempló el ciclo, lleno de paz y de ventura.
Aunque apenas había transcurrido un cuarto de
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hora cnando llegó Vrenchen y durante
(~te tiem-
po no había he •.ho él otra cosa que pen"" r en ella
y ell >.U felicidad, sc sorprcndió, sin nnha¡'go, al
vcrla snrgir de repente a su lado y sonrcírlc inelinálldoH~ hacia él. AlpgremPIlte sobrecogido, sc lt'vantó ele nn salto, exclamando: (I¡Vreeli!l)y le cogió las lIlDIIOS,que dIa le tendía sonriéndule en silencio, Sin Eoltarsc de la muno evharon a andar a
lo largo del trigo, que ondulaba con ,",ua\'C mw'mullo a impulsos dd vipnto, y, sin hablar apt'nas,
descpndicron hasta el río, paro. despnés volver a
subir por los flancos de la colina, Dos o tn-s veces
recorrió la ventnrosa pareja :lquel eallliJlll se~na
y silenciosamente, f\cmcjando t'n f;\l puso sobre la.
suave curva de la soleada colina u lUla constelación quc n-alizaro. su cotidiano call1ino, {omo un
día lo habiDn "emt'jado en sn marcha ,a'gura los
arados c1(' J\fanz y J\hrti. 1\Ia."icuando ('Il uno de
sus pH~posa]zaron.los ojos de las flzulinas [Oncuya
contemplación sc habían absorbido. vipT'on que
dclante cie ellos marchaba una obscura est.relln, un
hombrE'cillo vestido de ncgro, que había surgido
qe pronto ~jn qno cllos supicnlO por dóndf'. Probablemente había cst.ado ha,.;ta aquel n:omcnto
oculto t'n trc los trigos. Vrcnehl'n se estremeció, y
Sali ('xclmnó asustado: «jEl violinista lH'gro!&El
hombrecillo llevaba, en efecto, bajo el brazo un
violín eOIl t;U arco correspondipnt(', y su llspcctO
gencral era casi llegrO en absoluto. Vestía un casacón de color de hollín y se t.ocaba con un negro
sombrcrete de fi('ltro. Nl'gros como la pez eran
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iillS c-abcllos y su descuidaùa y larga barbu, y }IIlSta BU cara y SIISmuna" estaban l'nnegreeidHs por
la clase de trabajos Il quc sc dedic-aLa, (·oTlsish 11tf'S,
a mí,s ùl,l arreglo y limpieza dl' (·ald(·l'Of', <'Il
ayudal' fi los carbom,roo deI bOFlj1Il'. El violín lo
llevuoa siempre consigo por Bi se presc-ntaba O('àsión (le S9car proneeho de su habiIidad ('n alg1lllu
fiesta eampesina. Klli y Vrene!H,Jl llndu\'i('J'OIl sin
hablar palabra dl'trlÍ.s de él, pensamlu qlle acnbo.·
ría por salir ùe aquellas tierras y d.esapal'l'cel' sin
mirnr hacia atrás, cosa que parccíll pl'Obab!e, dildo
que hasta aquel momento no habia dado s"Ùal
alguna de haber deseubierto la presencia de los
amantes. Estos }JaJ'l'cían hallarse bajo el poder de
una extraña influencia que les impedía huir apuro
tÚn,!ose de la estrl'cllll senda que sCg1Jía ,-I extruíi.o hornbreeillo, al cual siguieron invo!lIl1tal'iun'l'l1'
to hasta llegar al extremo del campo soure pl Cjuo
:-e levf\l1taba el famoso mont.Ón dl' pj('dra~ que eubríc el trozO de tierra ea m~a y principio del ruilloso lit.igio. Una infinita cantidud dl' amapolas y rojas ::dormideras hahí¡;n creeido cutre la~ piedrus,
dando a toùo el montón un urdil'lIw color dc· [Ul"
go. Df' un rápido salto subió l'! negro \"iolini>;ta
sobre la roja I'il'nmiuc de piedra>;, y desuo ~;ueima
dirigió la vista en derredor suyo. La amorosa parejt;. se detuvo, mirando cmbaraz¡;,du al hornhl'f'<:Ï!lo negro. No se utreYÍan Il volvl'rlc la ('spaId" !li
podían seguir ade!o.ntc, PUl'S d camino se 'H,ercabu. ya al pueblo. Al verlos, gritó eI violinista:
.- ¡OS conozco: sois los hijos de llquello¡.; <¡uume
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han robado este suelo que piso y que era mío!
Mas, para mi alegría, ello os ha traído la desgracia. Aun he de veras seguir, antes de que mo llegue a mí el turno, el camino prescrito Il toda carne perecedera. ¡Miradme bien, estúpidos! ¿Os gusta mi nariz?
En realidad, el negro violinista poseía una nariz espantosa, que surgía como una puntiaguda escuadra de la enflaquecida y negra cara. Bajo tal
monstruoso apéndice aparecía la boca, un redondo
agujero pequeñísimo, arrugado y recogido como si
siempre estuviera silbando, soplando y cuchicheando. El repulsivo aspecto de este rostro se hallaba
aún reab;ado por el negro sombrero de fieltro, que
no era ni redondo ni puntillgudo, sino de una tan
extraño. forma que sin mOVE'rseparecía cambiar
de figura a cada momento. De los ojos <.leIhombrecillo no so divisaba mas que lo blanco, pues las
pupihls se movían veloces de uno a otro lacio, como
liebres perseguidas, sin pararse jllmás en un punto.
-¡:\firadmo bien!-eontinuó-.
Vuestros padres
saLon perfectamente
quién soy, y todos los del
pueblo lo saben también con sólo mirar mi nariz.
Hace años anunciaron que el dinero producto de
la venta de esta tierra estaba a disposición de los
herederos del que fué su dueño. Veinte veces me
ho presentado a reclamarIa. Pero me fllltaba la
partida de bautismo, me faltaba el certificado de
mi nacimiento, y mis amigos,.Ios vagabundos sin
patria que lo habían presenciado, no podían servirme ele testigos. Así ha transcur¡'ido el plazo, mi
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derecho ha prcscrito y yo me he quedado RID el
dinero, que podIa haber cmplcado en emigrar Il
puíses mús hospitalarios. Roguó fi vucstros padres
<Iue atestiguaran mi derecho. En su conciencia sabían que era yo el hercdero de esta tierra, pero
mn arrojaron de sus cusas. ¡Y ahora ellos también
van camino del infierno! Así es el mundo, y yo no
he do guardaras rencor por ello. ¡Si queréis, toca:.-é el violín para haceros bailar!
Con estas palabras saltó de] montón de piedras
y HO alejó camino del pueblo, en el que aquella
tarde al anochecer se iba. a cclebrar la bendición
do la cosecha y había gran fiesta con tal motivo.
Cuando desaparoció, Sali
Vrenchen se dejliron
caer sobre el montón de piedras, turbudos y confusos, soltándoso las manos y apoyando en ellas
sus ontristecidos rastros. La aparición dol violinista y sus palabras los había.n sacado de la fdiz
inconsciencia en la que habían estado mientras
paseaban arriba y abajo como dos chiquillos. Sentados ahora sobre aquella dura tierra, eau.".O.y
origen do su desgracia, sintieron entenebrecerse la
luz interior que había iluminado sus corazones durante toda la tarde.
En esta so acordó Vrcnchen do reponto de la
-extraño. figura del violinista y de su monstruosa
llaril<, y cchá.ndose a reír sin poderlo remediar, ex-
y
clamó:
-¡El pobre hombre es ridículo de veras! ¡Vaya
una nariz!
y una graciosa alegría llena. de luz volvió Il
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Epareccr pn su rostro, como si el apéndice na~al
del hombrecillo hubie",e hecho huir !lnte ella Jas nE'~rrasnubes que hacía un instante la eIlsombrecían.
Sali miró Il Vrcnchen y observó aqllella alcgríe" PE'ro
dia había olvidado ya la causa que la produjo, y
ahora reía aún má.., de la asonlbrada cara de su
"ompallero, ci cllal acabó por reírse también in',-oluntul'iamentc, y sin apartar do ella los ojos,
~turdido y ansioso como un hanllJriento que eneontrase de pronto unte sí UDa blanc'a hogaza candeal,
exclamó:
-¡Dios mío, Vrenchen, qué bonita eres!
La muchacha siguió riendo II más y mejor, y de
su garganta salieron a borbotoncs gracioso,.; uceDtos y trinos quo parecieron Il Sali bellos ermo el
canto del ruiseñor.
-¿Dónde has aprendido a rpÜ' así?-lo
dijo-o
¡Qué brujerías son esas con quc me cstás hechizando?
-¡Ay, Dios mío!-respondió
ella con dulce voz
y cogiéndolc una mallo-.
l'iIi risa no ti(~lle naùa
de brujería. ¡Si vieras cuánto tiempo hace que telIía ganus de poder reír a mi gusto! Estando Rala
reía alguna vez, mas ello no mc satisfacía como
ahora. Ahora quisiera reírme siemprc que estuvierus a rui lado, y qui·;iel'a qll(~lo ('stuvi('ses 8iemprc.
¿ y tÚ? ¿ ~fe quieres también un poco?
-¡Oh, Vreeli!-excIamó
Sali, mirándola rendida y amOl'osamente a los ojos-o :Kunca, cerna si
supieso ([lIP llegaría a quercrtc un día, ho l'l'parada
ninguna
ot.rapormujer.
~in
ni de la
Esteen
Libro
Fue Digitalizado
la Biblioteca
Luis C}u('rerlo
Ángel Arangoyo
del Banco
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durme euenta de ello, te he llevado siempre dentro d':l mí.
--También yo a ti-replicó
Vrcnphf'Tl-. y tanto rnús cuunto que tÚ ni :;;iquil'ra ~ubía:;; cómo había llegado yo a "l'r con los UIlOR,pues nunca me
rniIa~te, y yo l'Il cambio te nlira bu sifmprc desde lejos, y UlgUllllS veeeg, a escondida:;;, muy de
cerr~n. Así supe siempre cómo NOS. ¿Te lleuPl'das
cuántas veces vinimos de niños a este mismo ¡.;itia? ¿ Y de nuestra cochecito? ¡Qué pequerlos éramos cntonces y cuánto tiempo hace! Se diría que
somos ya vie-jos.
- ¿Cuántos años tienes ahora ?-prcguntó
SilJj-.
¿ Dipz y siete?
-y mc:dio-rcspondió
Vrenchcn-.
¿ y tÚ? Pero
no tienes que décírme1o; lo sé yo. Vas a el'mplir
los veill te,
-¿De dónde lo sabes?-preguntó
Sali.
-. ¡Adivínalo!
- Dímdo tÚ.
- No quiero.
- :.\1e Jo tendrás que decir por fuerza.
- ;,:\10 vas a obligar?
--jAhola lo vcnís!
Estas simplezas conùujeron a Sali il fi/lgil'H~colérico, y simulando querer eastigur u ]11 muchucha
pa.ra obligarla a contestar, la acarició tímiCiamCllte.
Ella, defcr:díéndosc, respondía sonriente Il aquellas
tonte,'Ías, que para ambos estaban llenas de gracia y de dulzura, hasta que Sali sintIÓ vlI¡or >-uj'.ciente para apoderarse de sus manos y, (IIl!'t:jÚIl-
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doIa, hacerla cacr sobro la rojf. alfombra de amapola>:, dcjándolll. eehuda en el ~uelo. El sol la daba
do !lona en t\l rost.ro, hariénrlola parpadcnr rápidamente; sus mejilla<.;estaban rojas como la pÚrpura
y en su boca scmiabierta brillaban dos hileras de
blanqllí3irnos dicnt<>s, Las bien dibujadas ccjas
trazaban sus negrí.simos rasgos puz' cima de los
ojos, y su pecho juvenil subía y bajaba retozón
bajo sus manos, que c:ontra él mantenían sujetas
las de Sali, a. pesar de los intnntos que ella hoeía
por libertãrse, dando ocasión a un cariñoso juego,
en el qU(l tan pronto forcejcaban como se acariciaban. Sali no sabía Jo ql10 le pasaba nI ver ante Ri
(l. la bella
y esbelta. criatura y saberla suya. Le
parecía haber conquistado un reino.
-Tienes los mismos dienws y tan blancos como
antes-dijo
él riendo-o ¿'fe lleucrdas cuántas veces los contamos en otro tiempo? ¿Has aprendido
ya a contar?
-¡No son los mismos, tonto!-cxclamó
Vrenchen-.
Aquellos se mo cayeron hace ya mucho
ticmpo.
Sali, lleno de ingenuidad infantil, quiso renOVllr
aquel antiguo juego y contar las perlitas de la.
boca de Vrenchen; mas ella cerró de pronto 6US
rojos labios c incorporándose comenzó a tejer una
corona de amapolas, que luego colocó sobre su ea.
beza. La. COrona era grande y con mnchas flores
y daba a la. muchacha un aspecto lleno do un encanto fantástico. El pobre Suli, en aquel momento
tuvo vivo entre sus brazos algo que los ricos hilo
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bieran pagado muy caro sólo por contemplarIa
pintado sobre sus muros. A 108 pocos momentos
sO puso la muchacha
en pie de un l'alto y ex·
clamÓ:
-¡un Qué calor hace aquí. Somos tontos en
dejarnos abl'asar de esta manera por el sol. Vamos
a sentarnos entre los trigos.
Sin dcjll.r huella de su paso, entraron por medio
del trigal y se sentaron, como en un estrecho calabozo, entre las doradas espigas, que, sobresaliendo por cima de HUS cabezas, ocultaban a sus ojm;
el mundo ontero, no dejándoles ver mas que el
profundo azul del ciclo. Allí se abrazaron y besa· .
ron sin ce!iar hasta cansarse, si eg que puede llamarse cansancio aquel momento en que en las caricias de 103 enamorados aparece un beso que se
sobrevivo eo sí mismo uno o dos minutos sin ser
!<ub,;tituído por otro, dejando adivinar en medio de
I ~ embriaguez del pleno florecimiento la instabili'
dad do las cosas humanas. Sobre sus cabezas oye·
ron el canto de las alondras. Sus jóvenes ojos penC)o
trantes escudriñaron el cielo para divisarIas, y cada
v.;Jz que lograban ver pasar una de ellas rápida.
m3ntl' ant6 el sol como una errante C)strella que
encendiéndose de repente surcase el celeste azul,
:'<0 b3.-;aban on premio, tratando
de aventajarse
y
nngañarse mutuamente en el número de alondras
que lograban ver.
-Mira, ahí va una-murmuraba
Sali.
-L~ oigo, pero no la. veo-respondía
Vrenchen,
también en voz baja.
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Los 1I0MRRF.S DE: SELDWYLA,
-T.
J.
10
República,Colombia
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--Fíjate bien. Allí, al bor·de de aquella nubecita
blanca; un poco hacia lu <-krecha.
y de antemano avunzaban y entreabrían
sus picomo pequeñas codornices en su nido, para
juntarIas uno contra otro en cuanto 81." fignraban
haber llt·gado a ver a In al<'ndra. Una dc ('StllS veces se quedó inmóvil Vrl'nchcn y cxclamó:
- ¿Dc modo que Cl:itoes hecho? ¿TÚ tiencs ya.
una novia y yo Un novio?
- Eso parece - respondió Sali.
-¿Y quó te parece tu novía.?-preguntó ella-o
¡Cómo COi? ¿Qué tienes quc decir de ella?
, -:Mi novia es una casita muy mona- re¡;pondió
el muchacho-o
Tiene ojos negros, Ull.!l boquita
muy encarnado. y anda en dos pies. Pero de 10 que
es por dentro sé tanto como dcl Papa que vivC'
en Roma. ¿Y tú, qué tienes que d('dr dC' tu
novio?
-::'tri novio tiene los ojos azules, una boca mllY
pícara y dos brazos muy fucrtes y muy atrevidos.
Mas sus pensamicntos mc son tan conocidos como
el emperador de Turquía.
-Ln. verdad es-repuso
Sali-que nos conocemos t:\n poco como si nunca nos hubié.semos visto.
El tiempo que hemos estado separados nos ha hecho extraños el uno al otro. ¡Cuéntame las cosas
que han pa."ado por tu cabcp,itu, niña mía querida!
-¡Ay, muy poca.'i! Míllocuras llenaban mi imagu ••••
cíClO, pero mi vida ha sido siempre tan trisre
que nunca h(' podido hacer ninglUlll.
COS,
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- ¿y piensas hacer toda vía alguna?
-Si ine quieres mucho, ya lo irás vicndo.
-¿Cuándo?
¿Cuando sea,,; mi mujer?
Vrenchen tembló ligeramente al oír esto y l!'e
aprct.ó aún má." contra Sali, besándole de nuevo
tierna y largamente, mientras se le Haltaban las
lágrimafl. Ambofl se entristecieron al acudir a su
pensamiento el recuerdo do la enemistad de RUS
padres y la idea de su porvenir, tan pobre en esperanzas. Vrcnchen sollozó y dijo:
-Lcvántllt~.
Tengo que irme.
y ambo!> salieron del trigal cogidos de la. mano.
hallándose dc'l¡-epf'Dteunte el padre de la mucha.cha, que estaba acechándolos. Con la penetración
que du. la ociosidad miserable, había Marti comenzado a reflexionar, al cruzarse con Sali CDel camino, qu" es lo que le llevaría. hacia el pueblo, y COIltinuando sU marcha hacia la ciudad recordó los sucesos de la víspcra. El rencor y Ü\ ociosa maldad
quede poseían iluminaron su inteligencia, acabando
por ponerle sobre 10.pista de lo que realmcnte Hucedía, y en cuanto SllS ¡w!>pechas tomaron cuerpo
se vol\"ió desde las primeras calles de Seldwyla,
a. las que ya había llegado, corrió hacia la aldea
y buscó a su hija por la casa y lORcampos de alrededor. No hallándola, se dirigió, lleno de creciente
unsia de comprobar SllS sospechas, Il la única tierra que 1" quedaba, y viendo en ella el cesto qU{l
VrenchC'n Rolía llevar para reeop;er las lcgumbrf's,
mas sill divisaria li pila por ninguna part~, se dedieÓ
a rcgiRtrar el vecino campo de trigo en el momento
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en que surgía la asustada. pllreja, quedimdo,e ante
él como petrificada.
Marti, pálido como un muertO, los miró lleno de
ira y comenzó a gesticular y bla¡;femar como un
poseído. Luego se lanzó contra el rnuchacho para.
ahogarle entre sus brazos. Sali, lleno de pavor
ante 11queI loco, esquivó sU acometida y huyó algunos paso.,; mas volvió a acercarfle al vcr que el
viejo labrador cogía a su hija y, dándole uno. bofetada. quc hizo volar la corona de amapolas, lo.
aganaba por los cub~llos para arrastrarla tras de
sí y seguir m:iltrJ. tándola. Sin reflexionar, lleno de
angu3tia y de il'a al vcr a Vrench<..~ así atropello.d'l, alzó del sucio una piedra y la lanzó contra
la Ca.b3Z" ciel ancia.no. Esto se tambaleó al recibir
el golpe y cayó luego sin conocimiento sobre el
montón de piedras, arrastrando en su caída a su
'hija, que gritaba. empavorncida. Sali, aproximándose, soltó los cab~llos de la muehacha de la mano
que aun los mantenía asidos, la ayudó Il levantar80 del RUelOy qucdó luego en pie, inmóvil como
una estatua, junto al caído, sin saber qué hacer y
con el p,msarniento vacío. Vrenchen, al ver a su
padre en tierra y como rnllorto, ocultó su pálida
cart. entre las manos, y dirigiéndose a Sali le dijo:
- ¿Lü has matado?
Sali asintió en siloncio. Ella gritó:
-¡Ay, Dios mío! ¡Era mi padre! ¡Pobre padre
mío!
y descsperada, so arrojó al suelo junto a él, 0.1·
zlÍ.ndole del suelo la caheza, en la que no se noEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia
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taba. herida ni sangre algwla. Luego la volvió a
dejar sobro el suelo. Sali :;e arrodilló al otro lado
del caído y ambos contemplaron silenciosos y paralizados su rostro sin vida. Por fin exclamó Sali,
por decir algo y romper aquel mortal silencio:
-¡No puode haber muerto lisí tun de rcpenu'!
QuizÍLno haya. acabado aún.
Vrenehen cogió una hoja de amupola, la colocó
sobre los labios de su padre y advirtió que se movía ligeramente.
-Aun respira-gritó-.
Corre a. la. aldea y pide
socorro.
SalI se levantó e iba a echar a COrrer, cuando
ella lc detuvo con un gesto y le dijo:
-Pero tú no vuelvas por aquí, ni cuentes nada
de lo pasado. También yo lo ca!lliró, y nadie logrará sacarme una palabra.
Al decir esto volvió sus ojos hacia el pobre muchacho y las lágrimas Hurcaron ::;tI bello rostro,
mientras añadía:
- Von; bésamc por última. vez. Pero no, no puedo ;;01'. Vete. Estamos separados para siemprp.
y lo rechazó lejos de sí.
Suli corrió hacia el pueblo. AI !legar a él en·
conLró a un muchacho a quien no conocía, y le
encargÓ rIe ir a buscar auxilio a laR ell~as mú" próximas, ;;eñalándole el sitio en que la ayuda era.
necesariu. Luego huyó desesperado y vagó toda
aquella noche por el cercano bosque. A la mañana
se ucereó a los campos pèlra averiguar lo que había pasado, y oyó decir a los labradores que con
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el alba. se dirigían a SUl; faenas que Marti vivía.
aún, pero sin dar cuenta de sí y que ern muy extraño el caso, pues nadie sabía cómo había sucedido Ia. desgracia. Después de esto regresó a. la
ciudad y se ocultó en la. obscura misería. ele su casa..
•. * *
Vrcnchen cumplió su palabra y nada se pudo
sacar de ella, fuera de que también había. encontrado u. su padre tumbado en el suelo sin conocimiento, ignorando lo que hasta aquel momento
hubiera. sucedido. Y corno a.l día sigui(:ntc ya estaba Marti fucra. de peligro, respirando y moviéndOSElcon fU5rza, aunque sin haber recobrado por
completo su conocimiento, y no había adorná..,quien
so querellase de nada, se admitió por toùos quo el
anciano había vuelto bonacho de la ciudad, hiriéndose al caer sobre las piedras, sin que nadie
se ffi:Jl.ioscen má.s averiguaciones. Vrenchen le
cuidó con tod¡' esmero, no sepa.rá.ndose de su cabecera mas que para. ir en busca. de IllS medicinas
quo el doctor prescribía o preparar para sí misma.
una mala sopa de coles, que era su única comida,
a. pesa.r de tener que egtar en vela noche y día,
sin nadie que le prestase ayuda. Transcurrieron
cerca de seis semana.s ante,; lftl que él enfermo llegara a salir de la..inconsciencia completa en que
el golpe le ha.bía sumido, aunque ya [.ntes de este,
tiempo pudiera cerner e incorporarse algo en el
lecho. Mas con las primeras palabras que pronun-
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151
ció, VIOSO que su ra",ón había huido para siempre,
siendo sub<tituída por una extraña loclIra. Recordaba muy obiCuramento lo pas~do, y lo recordaba
como algo muy rogocijante con lo cual ya. no tuviera él nada que ver. Reía dc continuo y parecía
tranquilo y de buen hurnor. Sin levantarse aÚn de
la cama, 110 dejaba de hablar inêohcrcntemente,
diciendo toda clase de tonterías y chanzonf'tas,
haciendo muecas y calá.ndose hasta cI cuello cI
negro gorro de punto, bajo cI cual tomaba RU nariz la form'], do un ataÚd cubierto por un paño
'mortuorio. Vrenchen le escuchaba con pacicncia
infini ta, vertiendo lágrimas ante aquella locura,
,que la angustiaba. aún más que la anterior dureza.. Mas cuando su padre decía o hacía algo demasiado cómico y extravagante,
no podía l'eprimirs,) y soltaba. la carcajada en medio de f;U hondo
doIOl', pues su oprimida naturaleza estaba como
un arco cm tensión, siC'mprc dispuesta a soltur la
flecha. de su inagotable alegría. A estos momcntos
seguía ur.a mÚ,s hunda turba.eión. Cuando Ikgó ci
día en quo Marti puna abandonar cI lccho, no
hubo ya medio do hacer carrera Je él. Riendo y
haciendo mil simplezas, vagaba en derredor do la.
cusa, so sentaba al sol con la. boca abierta y la
lengua colgando o dirigía largos discursos fi las
ma.tas do judías que trepaban por las tapiœ; dpla. huortu.
Por aquellos dias pcrdió los últimos restos que
de "us antiguas propiedades le quedaban. Su ruina
llegó
hasta elpor
punto
de anunciarse
la del
subasta
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dicial del último pedazo de tierra que pOiScíay dE'
la misma casa cn que se alberga ban él y su hija,
todo ello hipotecado hacía ya mucho tiempo. A
este total despojo contribuyó mucho un labrador
que, ,habiendo comprado Il. Manz sus dos tierras
de i50bre la colina, quiso, aprovechándo;sc de la 10curll de Marti," haccrse de la última que aun qUI'daba en pOù('!' de éste, colindante COnaquéllas, y
para conseguirlo dió un nuevo impulso al plcito
pendiente sobre el pedacito en que se erguía el famoso montón de piedras, terminando el litigio con
un fallo desfavorablc para el infortunadod€Inente,
al cual, dcspué::; que fueron subastadas su tierra y
su casa, se recluyó en un manicomio sostenido pOl'
el Municipio. EstB establccimiento se hallaba situado en la capital de aquel territorio, y allí rué
trasladado Marti, ti, quicn lit locura parecia habcl'
devuelto unu fuerte salud y un insaciable apetito.
El traslado so vcrificó en una carreta de bueyes,
conducida por un pobre labrador a quien sc pagó
por ello, y que aprovochó la ocasión para cargar
un par dc sacos de patatas y tratar de venderIas
en el mercado. Vrenchen subió con su padrc a la
carreta, para acompañarle en su último viaje a la
sepultura en quo iba a quedar enterrndo vivo. Fué
aquél un triste y amargo viaje; mas Vrel1chen cuidó solícita de su padre, sin impacientarse ni volverso a mirar atrás cuando la gente de los lugares
por quo atravcsaron, atraída por los gef't,os y cabriulus del demente, seguía a la carreta en tre grandes
risas.Fue Por
fin llegaron
al amplio
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]53
constituía el final de su jornada. Los anchos corredores, el amplio patio y el alegre jardín por los
quo cruzaron estaban habitados por una multitud
de pobres diablos semejantes a Marti, vistiendo todos nn blanco blusón y cubriendo sus duras cabezas eon un irrompiblo gorro de cuero. También
Marti fué trajeado de esta guisa, cosa que le hizo
regocijarse como un niño y salir cantando y bailando por los corredores, en los cuales, al cncontrarso con sus nuevos compañeros, exclamó:
-Salud, señores. iVa~a una casa bonita que tenéis! Vuelve al pueblo, Vrenchen, y dile a la madre que yo estoy aquí muy bien y no pienso volvel', ¡Viva! Un erizo cruza cI montc,-lo
he oído yo
ladrarj-no
beses, niña, a los viejos,-que
olIos no
~aben besar.-Todas
las aguas se vierkn en el
ltil\;--la de los ojos verdes me gusta mucho u
mí. ¿Te vas ya, Vreeli? ¿Por qué está,~ tan triste?
Yo estoy muy alegre y lo pasaré aquí muy bien,
La zorra \'u por el campo,-miradla
qu6 triste va.
¡Hop, hop, hop! ...
Un vigilante le impuso silencio y le cncomend6
un ligero trabajo. Vrellchen regresó a la carreta, y
después de comer Ull mendrugo de pan se durmiÓ
hasta que llegó el labrador, y emprendieron la vuelo
ta hacia la aldea, a la que llegaron cerrada ya la
noche. La muchacha se dirigió a la caRa ell que
había nacido y en la cual sólo podía permllnecer
ya un par do días. Por vez primera se halIaba sola
en ella. Encendió la lumbro para hacer un poco
de cllfé caliente y se sentó junto al hogar, sintiénEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia
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dose miscrable y abandonada. Estando así, eon la
cabeza. apo;yada. entro las manos, penetró alguien
en la obscura casa, cuya puertti había quedado de
par en par.
-¡Salir-gritó
al ver al visitante, y Re abrazó a
su c\lello ('OIl rápido ímpulso. Ambos se miraron
asustado:; y l,xclamaron li lIDa: -¡Qué maja cara
tiene~!
Sali esÜotbano menos pálido y de::;encdjado que
su amaela. Esta, olvidándo!o todo, "le llevó hacia
la lumbre y le dijo:
- i,Has estado enfermo? ¿O es que estas últimos días han sido tan malaR para ti como para mí?
-No-respondió
Sali--; si algo tengo es tan
sólo el deseo de volverte a vI'r. Prccisamente ahora marcha todo muy bien en mi casu. Mi padre se
ha hecho una clientela de gente maleante, y sospecho que se dedica a ocultar y vender objetos"
robados. Dc cste modo, la taberna cstá. siempre
llena de llna chusma asquer(lsa. Esto durará has·
ta el día en quc la cosa sc descubra y t.odo acabe
desa4rosa.mente.
Mi madre, llevada por ci ansia
~lVariciosa de verso por fin con algún dinero, ayuda a los negocios y cree hacedos lícitos poniendo
orden en ellos y tratando de que la casa eRté limpia y arreglada. A mí nada me han dicho ni consultado, COSIlo
en que hall hecho muy Lien, pues
nadlot do este mundo me importa. y no hago mas
que pensar en ti ~ía y noche. Como a hora tene·
mas siempre la casa llena de vagabundos de todos
lados, hemos sabido lo que os ha pasado en estos
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días, y mi padre. al oír/o, se regocijaba como un
niño. Hoy nos ellteramos también do que el tuyo
había sido llevado al manicomio. Ro pem;ado lo
sola que estarías y ho vcnido a verte.
Vrcnchcn le contó entonces todo lo que había
sufrido, mas de una manera tan sencilla y Gonfiada como si le estuviese relatando grandes dichas,
pues, cn decto, ella se sentía feliz en aquel instante de tener a Sali a su lado. Entre tanto quedó hecho el café, y lç. mucho.cha obl.igó a su amado a compartirIa COllella.
-¿Do modo que pasado mañana tienes que
abandonar la casa?-dijo
Sali-.
¿Y qué va a ~er
do ti, Dios mío?
-:ifo lo sé-respondió
ella-o Tenùré que irme
ùe la aldoa y poncrme a ;;crvir en algún IlIdo. Lo
que no podré rcsi,,;tir es estar lejos de ti. Y, sill
cmbargo, sé que nunca. poùró tenertc para siempre il. mi lado. AlUlque nada se opusiera u ello,
bastaría ol haber sido tú quien heriste a mi padre,
sien<lo C&UHaùo q\le perdicra la razón. ¡;:lIaIpresagio para nuestra boùa! NUllca podríamos estar
tranquilos y satisfechos ninguno do los dos.
- También yo-repuso
Sali su::;pirando-he querido cien veces son tal' plaza o irme a tra bujar muy
lejos de estas tierras. Mas no podré marchar mientras t¡ú estés en ellas, y después toùo me tenùrá sin
euidado. Creo que mi misma miseria hace mayor y
más doloroso mi amor hacia. ti. Mi amor en lu
vida y en la muerte. ¡Nunca pensó que pudiera
quererse
comopor
yola Biblioteca
te quiero!
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Vrenchen le miró sonriendo amorosament€,
y
ambos callaron, entregándose
a la felicidad de
amar y sentirse ama.dos, que dominaba todos sus
sufrimientos. Recostados contra lt1 dura pared, sin
almohadas ni colchones, se durmieron tan apacible y tranquilamente
como dos niños en sus cunas. Sali despertÓ el primero, cuando ya apuntaba In mañana. Intentó despertar con suavidad a
Vrenchen; pero ésta, borracha de sueño, Fe doblaba entre sus brazos, sin acabar de de¡:pabilarH'. Por
último la besó apretadament{~ en la boca, yentonces ella so incorporó sobresaltada, con los ojos muy
abiertos, exclamando al verIe:
-jDios mío, Sali! Estaba. en este memento 1'0ñando contigo. Soñaba que cra el día de 111Kstra
boda y que babíamos estado bailando muchas,
mnchlls horllS. Eramos muy felices. Estácamos
muy bien vestidos y nada 1I0S faltabu. Al final
queríHmos besarnus y lo deseábamos con teda el
alma, poro siempre había algo que nos lo impedía,
scpaninùunos con violencia uno de otro. jY eras
tú al moverme queriendo de~pertarmc! Pero a.hora estoy muy contenta de Vf'rte a mi lado.
y con ansia se a.braz6 a sv cuello, besándole sin
acabal' nunca.
-¿Y tú?-preguntó
ella a su vez, acariciándole
el rostro-o
¿Qué has soñado?
-Soñé que andaba por Ull camino sin fin que
atrllvesaba un bo¡.;quc,y tú ibas a· lo lejos, siempre
delante de mi, volviéndote de cuando en 'cuando
paraLibrosonrcíl'me
y hacerme
señas
que
te ;;iguieEste
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Yo lT'e sentía como en el cielo. Y esto es
todo.
Por la puerta de la cocina, que había quedado
abierta, salieron al aire libre, echándose ambos a
reír nI verse las caras a la suave luz matinal. La
mejilla doreeha de Vrenchen y la izquierda de
Sali, que durante el suefio habíanse apoyado una
en otra, presentaban un subido color rojo, realza':lo aún más por la blancura de la mejilla opuesta,
empalideeida por el frío de la noche. Tiernamente
se frotaron uno a otro la mejilla fría y blanca pura
ponerla a tono con la otra. El fresco aire de la
mañana" Ia sileneiosa paz que I'einaba sobre los
campos da alrededor, cubiertos do rocío, y el naciente rosicler del alba ale,graron su ánimo, haeiéndolos olvidarse de todo, hasta de sí mi!;mo~.
En par:;icular, Vrcnehcn parecía estar poseída <lc]
espíritu de la indiferencia.
-:\1:añana por la tarde-dijo-tendré
que ubandonar esta casa y buscar albergue en otro lado.
Pero antes quisiera pasar un día alegre, claro es
que Il tu lado, y que bHi]ásemos juntos en cualquier fiesta. N o puedo olvidar 10 que me gusta ba
en slloños bailar contigo.
-De todos modos yo no me separaré de ti-respondió Suli-hasta saber dónde encuentras abrigo.
También yo quisiera bailar contigo, nifiita querida. ¿Pero dónde?
-Ma.fiana hay fiesta en dos aldcns cercanas a
ésta--repuso Vrenehen-, y en las que nos conocen
poco y no se extrañarán de vernas juntos. Te esl'a.
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peraré abajo, junto al río. Luego nos iremos donde
nos par(,zca a divertirnos todo lo que podamos.
¡Por rulO.vez! Pero-continuó
entristecida-no
es
posible. No tenemos dinero.
-Eso no te preocupe-dijo
Sali-; ya traeré yo
alguno.-Pero no del de tu padre ...• del robado.
-No. Tranquilízate. Venderé mi reloj de plata,
que hasta ahora he conservado, y algo me darán
por él.
-Bueno.
No puedo deeirte que no-replicó
Vrenchen enrojeciendo-porque
creo que me moriría si mañana no pudiesc bailar contigo.
-Eso sC'ría ]0 mejor. ¡Que ambos muriésfmos
de una vez!-dijo Sali.
Y se abrazaron trist€s y llenos de dolor por t{,ner
que separarse; mas en seguida volvieron a sonreírse,
ante ]a segura esperanza. de verse al siguiente día.
- ¿ Cuándo
vendrás a buscarme? - pregwl t6
Vrenehen.
-A las once de ]a mañana ]0 más tarde-respondió 61-. Almorzaremos jUlltos en cualquipr
lado.
-Bueno; pcro mejor será que vengas Il las di~z
y media.
Ya había Sali echado a andar cuando Vrenehcn
le llamó de nuevo, y con gesto deResperado rompió a llorar amargamente, diciendo:
-Ko podré ir contigo a ningÚn lado. No tengo
botaR 'lU" poder llevar a ]a fiesta. Ayer, para ir Il
la ciudad, tuvo <¡Ileponerme estas tan viejas y
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ùestrozada;;.
jY no tE'ngo dinero
para
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comprar.
otrlls!
to
Sali "0 qlledó COnfllf'O,sin encontrar remedio Il
tan gran desgracia.
-En Último caso, lIevll esas miRmas-le dijo.
- No podría bailar con ellas.
-Entonces
hay quc comprarte otraR.
-¿Dónde?
¿Y con qué?
-¡Bah! En Seldwy]a hay bastantes zapaterías
y dinero tendré yo dentro de dos horas .
. Pero yo no pUEdo ir Il Scldwy]a, y adcmás tu
dinero no alcanzará para todo.
_. Sí alcanulrá. Te compraré unas botas y te lu~
traeré mllñllna.
-¡Loco! No me Rervirán las que me comp¡'f'!'.
Rin saber ]v' medida.
-Pues damc unas viejas. O si no, no. Te tomaré yo mismo ]as medidas. No creo que sea ninguna CaRatan difícil.
-E." verdad. No había yo caíùo cn ello. Ven;
voy Il buscar una cínta.
Volvieron Il entrar on la cocina. Vrcnch(n fe
sentó de nuevo junto al hogar, y recogiéndofc un
poco la falda, so quitÓ una bota, mostrando su
pie cubierto por una blunca media, que no Fe había descalzado dE'sde que se la puso el día anterior para ír a la ciudad. Sali se arrodilló y tomó lo
mejor '111(' pudo ]a medida del fino pkcecito, 1'0dE'iíndolo Il lo largo y fi lo ancho con la cinta, ('n
la que ita haciendo nu,loR paru señalar las dj,,,tint.as medidas. :Ella se inclinaba >;obre él, sonriéndole
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ruborizada. También Sa/¡ enrojeció y mantuvo entre sus manos el piececito más tiempo dcl quo necesitó para dar por terminada su faena, hasta que,
notándolo la muchacha, lo retiró, poniéndose aún
más colorada, y despidió a RU novio, después de
haberle besado y abrazado do nuevo.
En cuanto Sali llegó a la ciudad vmdi6 su reloj
a un relojero, que le dió por él seis o siete fIorines y otros tan tos por la cadena, de pla ta. Con
esto so encontró suficientemente rico, pues nunca
había poseído tanto dinero junto. Su único deseo
rué dcsde aquel momento el de que llegara en seguida el siguiente día, que t;anta felicidad pensaba
él que había de traerle. La obséura inReguridad de
los días que a aquel feliz mañana habían de seguir no turbaba para nada I;U contento, antes bien,
realzaba extraordinariament(~ el brillo y esplendor
.de la tan dcseada alegría próxima. Entre tanto, la
adquisición dc los zapatitos dc Vrenchcn le nyudó
a pasar cI tiempo, pareciéndole aquella ocupación
la m.ís grata a que cn su vida sc hubiese dcdicadQ.
Fué de tienda en tienda, hl\Cicndo que le enseñaran todo el cal7..ado femenino que cn Scldwyla había, y, por último, compró un par de zapatos ligeros y elegantes, má...,bonitos que todos los quc su
novia había tenido nunca. l,os escondió debajo de
su chaqueta, no abandonlÍndolos en todo el resto
del día, y cuando se acostó. los metió debajo de la
íllmohada. Como había visto a RU novia aquel día.
y pensaba volveria a ver al siguiente, durmió con
proíunoo sueño tranquilo husta qllC' en las pri-
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meras horas de la mañana se levantó y comenzó
a. limpiar y arreglar lo mejor que pudo su modesto traje dominguero. :gsta. faena. extrañó Il. su madre, que, no habiéndole visto hacía. mucho tiempo
poner tanto cuidado cn,su arreglo personal, lo preguntó qué es lo quc pensaba haccr aquel día. El
le contestó que iba a darse un pascu por los pueblos vecinos para distraerse un poco, porque si no
aquella obscura. casa acabaría por ponerle enfermo.
Al oírle, mw'muró su padre:
-¿Qué haces estos días, que sicmpre andas fuera. d~ la. ciudad, vagando por ahí?
-Déjalo-cont.cst6
la. madre-o
Quizá eso lo
sicnte bien. Da pena ver lo triste y pálido que
está.
- ~y con qué dincro vas a. divortirte por eS08
pueblos? ¿Tíenes alguno? ¿De dóndo lo has Slll'a.do?-interrogó
el viejo.
-No lo necesito-respondió
Sali.
-Toma: ahí tienes un f!orúl-rcplicó el padre
arrojando· una moneda sobre la. mesa-o Puedcs
ga.stártelo on la posada. do nuestra aldea, para que
se convenzan de que no nos va tan mal como ellos,
creen.
-Ni voy al pueblo ni necesito dinero. Puedo
usted gnardárseJo.
-Mejor. Dos veces no he de ofrecértelo. Tú te
lo piordes, testarudo-exclamó
Manz, volviendo el
florin a. su bolsillo.
En cambio, su mujer, que sin saber por qué so
sentía.
aquella mañana dolorosamente conmovida
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nm.IJlREl!
DE SELDWYLA.-T.
l.
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ante Sil hijo, le trajo un gran j1uñuelo miJanés, negro con bordes rojos, que ella había Ikvado antes
y siempre le habíl! gustado mucho a Sali, y se lo
anudÓ al cuello, dejando sueltos los largos cabos.
que caían por delante de la chaqueta. Por primera vez en su vida se ocupó Huli de que el cuello
blanc(' subiesc bíen tieso hasta las orejas en vez dc
llevarlo doblado como acostumbraba, y cuando
dieron IllS siete se puso en comino, ll¡lVando bajo
la chaqueta y apretados contra su pecho los zapatitos de su novia. Al abandonar la casa, una extrai'ía ",ensación le hizo estrechar las mano!:; de sus
padres para despedirse de dIos y volver luego la
cabeza hacia la taberna antes de que desapareciese dc su vista.
-Mc parece-dijo
l\Ianz-que
este muchacho
anda haciéndole la corte a alguna. ¡Es lo único que
nos faltabal
-¡Ojalá!-respondió
la mujer-o Puede que topara con su felicidad el pobre chico.
-¡Justo!-gritó
el marido-o
Será una divina
felicidad el que tope con una inÚtil como tÚ. ¡Qué
gran cosa para él!
SaJi sc dirigió primero hacia el río, con propósito
dc esperar allí a Vl'cnchell, :;cglÍn habían conv.-nido; pero en el camino varió de idea, pareciéndol¡'
muy larg<\ la espera hasta Ia.s once, y marchó directamente fl.lpucblo para ir a buscaria a Sil misma casa. «¡Qué no;; importr\ lo quc la gente diga!
-p~'nsab:l-.
N"c1.die
nos tiende una mano auxiliadol'a. Además, yo obro con toda honradez y no debo
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tener miedo fi nadie.') Con estOR pen~amielltos elltró inl'speradamel)tB en cnsa de sU novio, y mús
ilH'.~perddnn1PntB aÚn In halló ya vt'stida y comPlH'st:.¡, esperando quc llegara el momento de InlHchat', Sólo los z'lpatos le faltaban. Sali sc quedó
inmóvil y ()on In boca abicrta cn medio de l¿¡ ha·
bit:3ciÚn al ver lo bonita quc cstaba la muchllchll.
s_~ hAhía pucsto un traje dl' hilo azul, muy senci·
110, pero limpísimo y casi nuevo, y que además Rcnt'lba admirablemcnte
a RU esbelto y fino cuerpo,
Un blanco chal de musclina completaba el tocado.
Los ri:ws que formaban sus morenos cabellos no
(''lían en desorden sobre su frente, como <k ordi·
nario, sino que se halla ban graciosamente reparti·
dos en derreùor dl' la fina. cabecit¿¡. Camo VreD·
chen hilcía muchas scmanas que apenHs habia salido de su casa, el color de su tez se habiH l1l'cho
más til'mo y transpaITnte; pero cn eRta transpa·
rëncia vertían ahora el amor y la alt'gria unH oln
tras otr'a de vivo carmín. Prendido ton cI pecho Ile·
vaba un prccioso ramillete formado dl' una ramita
de romero, varias rosas y algunas magnífiClls arlpl·
fas. E,taba scntatla junto a una abicrta V('ntllna
y rcspiraba "uave y tranquilamente
la fresca y so·
¡calla atmó-,£era matinal. AI cntrnr Sali, le tendió
suc:;torneados brazo,;, que llevuba dcsnudos hasta
pl codo, y <"clamó:
-¡Qué bi<'n has hecho en vemr a bUSCllrTllPaquí
antes de la hora en quP nos citHmos! ¿:\1c hH~ trflÍ·
do ]0'; zaparo,;? ¿Do vpr<lad? Ya no nw levanto
hHst~~t!'111rlns
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164
Sali sacó del bolsillo los ansiados zapatos y se
los dió a la imp~ciente bella. Esta lanzó lejos de
si las viejas botas y se los puso, hallándose perfectamente dentro de ellos. Hasta entonces no se
levantó de la silla. Luego dió unos pasos arriba y
abajo, alzándose un poco el largo vestido azul y
mirando encantada los rojos lazos quo adornaban
su nuevo calzado, mientras Sali contemplaba aquella linda. figurita que, poseída de una graciosa excitación, iba y venía ante sus ojos.
-¿Miras mis flores?-le preguntó ella-. ¿Yerdad que he logrado formar un ramo bien preoioso! Son las últimas quo he podido encontrar por
estos desiertos, una aquí y otra allá. Nadic diría
al verlas ahora juntas que me ha costado tanto
trabajo raunirlas ni quo son los restos de una primavera que va a morir. Ahora ya es tiempo que
abandone ost3 casa. Nadl~ queda ya en ella. Ni
tampoco una sola flor en el jardín.
Sali miró en torno suyo y vió que todos los
muebles y utensilios habían desaparecido.
-¡Pobre Yreelil-exclamó-.
¿Todo ¡;e lo han
quitado ya?
-Ayer vinieron ao llevarse todo lo quo podían
mover de su sitio. Apenas si me han dejado la
ca.ma, y yo la he vendido esta. ma.ñana. Mira: también yo tengo dinero.
y sacó Wlas relucientes monedas de su bolsillo.
-Con este dinero-continuó-me
dijoel alcalde,
que .••
también estuvo aqui, que podia vivir hasta
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que encontru,se acomodo en la ciudad, para la cual
debía salir hoy mismo.
- ¡Pero si no te han dejado nada! -dijo Sali, que
se ha.bía asomado a la cocina-o Ni una sartén, ni
un cuchillo. ¿Cómo has comido esta m'1Ïiana?
-No he tomado nada. Hubiera podido salir y
comprar algo, pero pensé que sería mejor tener
después má.<; hambre al almorzar contigo. No puedes figurarte lo que me en tusiasma pensarIa. ¿Y tú?
-Si pudiera abrazarte-respondi6-,
ya te demostraría yo lo que siento a tu lado, niña mía
querida.
-Tifmcs razón en no hacerla: estropearías todo
mi tocado. Y si respetamos un poco mis flores,
ello irá en vcntaja do mi cabeza, que tienes la
costunlbre de trastornó'rmcla toda.
-Entonces, andl.. Vámonos de aquí.
-No. Tenemos quc esperar a que vengan a Ilevarso la cama. En cuanto se la llcven, cerraré la
casa vacía ya la. que ya nunca volveré. Las pocas
ropas que aun tengo me las guardará la mujer que
mo ha comprado la camo..
So sentaron uno frente a otro y esperaron hasta
que a({uélIa llegó. Era una tosca labradora muy
charlatana y venía acompl\ñadu <l<,lm muchachiUa para ayu<larla a cargar con el mueble. Al ver
a Vrcnchen tan compuesta y con Sali a su lado,
abrió desmesuradamente ojos y boca, y dejando
caer los brazos a lo largo del cuerpo, gritó:
-Bien empiezas, Vrecli. V<,stida como una princesaFue
y Digitalizado
con un visitante.
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166
- Vcrdad es -replicó
Vl'cllchen sonrii'!ldo con
afabilidad-o
¿Sabe;: tÚ quiéu es é~k'!
-Creo que sí: Sali, el hijo de :\lfmz. Por Cf;O se
dice que lo único que !lO se junta nunca es el
valle con la montaña. Pero no olvidéis lo qtl\. les
pasó a vue>;tros padr.'S.
-Ahol'a han variado 1Mcosas y todo sc hu arreglado-continuó
Vrenchen con una amable confianza comunicativo. -. Sali cs ahora mi prometido.
, -¿Tu prometido? ¿Qué es lo que dices?
-Si, sí: mi prometido. Y además es muy rico.
Le han tocado cicll mil florincs u Ill. lotería. ¡FigÚrate!
La. mujer dió un salto y juntó las manos asustada, gritando:
- ¡Ci... cien mil florines!
-Cien mil-aseguró Vrcnehen con toda seriedad.
-¡Dios mío dc mi vida! ¡No es posible! ¡)Ie está." engañando!
-¡Cree lo que tú quieras!
-Pero si es verda<} y vas a cusarte con él, ¿qué
picnsas haecI' con tanto dinero? ¿Vus a eonvertirtc
en toda una "pÎlorona?
-Cllll'O. Dentro de tres semanas celebraremos la
boda,
-¡Quita de ahí, mentirofa!
-Bueno.
Ya ha comprhdo Sali la mejor casa
de Seldwyla, con nn gran jArdín y un bucn virledo. Supongo que Ille vi>5itHl'éi,;
alguna vez. Cuento
con 1:'110.
diablillo portentador.
Este -Callll,
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- Ya veréis qué bonita es la CUEla.Cuando vu).·áis It v,~rme os haré un ctlfé excelente y lo tomaréis con llll gran bollo untado con mantéca y miel.
-hemo~,
irpInos-exclamó
la mujer con gesto
an:;ío~o .Y haciéndo!,;l'le la bocn agua.
- y si venís a mediodía, cansada del mel'cU(lo,
siemlwc tendréis a punto una taza ùe buen caldo
y un vaso de vino.
- ¡Jfagnífico!
-Tampoco os ha de faltar algún bollo o alguna
golosina para. vuestrOs hijitos.
- j Por Dios, e¡;;demasiaùo!
-También
podrá encontrarse un chal bonito o
un pedazo de :;eda quo quede dc un vcstido mío,
o una cinta para ha.eeros un adorno, o tRia para
un delant,¡.l, cuando junta!'; visitemos Jo que yo
tenga cn mis annarios yen mis arcas, en lUI ruta
de confianz<l,
La mujcr no podía ya estarse quieta y cogía su
falda clltre sus manos, figurándose ya sus futuras
gulas.
- y si ¡¡('gase ocasión dc que vuestro marido
pudicrll h'lccr un bucn negocio comprando ti('rl'a~
o ganado y le fultase dincro, ya sabéis a qué pUf"\'ta knéi,; que lIamal'. Mi buen Sali Re alegr(\l'á de
poder colocar algún dinero en ::;itio seguro y puru
gente hOllrada. También yo tendré unos ahorrillos
con qUt-)ayudar It mis intimas amiglls,
Al Ilngar aquí, no pudo ya conu'nersc la muj<,r
por Inás tiempo y saltó exclamando:
-Simnprc
dije que eras lUla muchacha bonita,
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168
honrada y buena. como ninguna. ¡Dios to conserve
lo tuyo y te proteja. y bondiga por lo quo haces
conmigo!
-En cambio quiero que vosotros seáis ¡.;iempre
buenos para conmigo y no tratéis nunca de enga·
ñarme.
- ¡Es lo menos que pUt,des pedir!
--y que las frutas y legumbres que coscchéil<
me 1:-1S ofrezcáis a mí ante" de Ilevarla¡.;al mercado,
para tener yo la seguridad de contar siempre con
una proveedora de confianza. Lo que otra persona
cualquiera os dé por VUestra mercancía lo daré yo
también ('on mucho gusto, Nada hay mejor para
una mujer de buena posición que encerrnda en la
ciudad no tiene quien la aconseje en las mil cosas
que exige el buen gobierno de su CMo. que tener
por amiga a una honrada campesina bien experimentc¡,da. en todo lo que es útil y nCC'esario. Esta
amistad resulta inapreciable para ambas en mil
ocasiones: en las alegrías y en las penas, en laR
boda.'l y cuando hay que apadrinar a algún recién
nacido, cuando hay que confirmar o. algún hijo,
llevarlo a W1a escuela, ponf'rlo a. IIprender algún
oficio o enviaria a puises extraños, Y no digamos
nada en las grandes desgracias, como inunda-ciones, pérdidH. de cosechas, incendios y granizadas
de lo quo Dias nos libr!'.
-Do lo que Dios nos l¡bl't:-rcpitió
III mujl'T
llevlÍndose a los ajas la ponta del delantal.
y lucgo CQntilluó:
-¡Vaya W1l\novia. inteli¡:!(>l1tey lista! &rás feliz
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o no hay justicia en el mundo. Eres bonitu, limpia, prudente, trabajadora y mmiosa parEI todo.
No hay cn cI pucblo ni fuera de él otra más bonita
ni m{'jor-. El que te consiga ticnc quc figurarse que
ha entrado {'n la gloria, y si no, será que es un bribón y lie las tendrá quo haber conmigo. ¡Tcn cuidado, Sali; pórtate bicn con mi Vreeli si no quieres
quo yo te haga saber cuántas son cinco! ¡Vuya
una suerte quo tienes en que te dejon cortar una
rosa. tan bonita! ...
-Bueno-interrumpió
Vrenchen-;
podáis coger mi hatillo y guardarlo, como me promctisteis,
hasta que yo mande por él. Quizá venga yo misma a buscarIo Cll mi cochc. Supongo qlW no nos
rehuBo.réisesc día un buen jarro de lechc para merendar. Yo traeré una torta de almcndras para tomaria con la lcchc.
- Vonga, venga tu hatillo, querido. mía-dijo la
mujer cargando sobre su cabeza la cama, desarmado. y atada con cuerdas,
Encima de ella colocó Vrenchen 11n largo saco
quc había llenado con toda su ropa, quedando la
mujer con todo aquello sobro la cabcza como una
vacilante torre.
-Pesa mucho todo esto par!t lIevarlo de una
vez-dijo-.
¿No podía Ilovárrnclo en dos viajes?
-No, no--proteRtó la muchachll-; tencmos qUf'
iroos ahol'a mismo, pues vamos bastante lejos dl'
aquí, a vi5iÜtr a 1.U10s parientes muy distinguidos.
quo no~ han salido ahora que somos ricos. ¡Ya
flllbe U!;wd lo que pasa!
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-Sí, sí; ya lo sé. Adiós. Que Dios te proteja y
no ùejes de acorùarte de c>;ta poore.
Conserva.ndo tr<lb<ijosarnentü el pquilibrio de la
torre de trastos que se alzaba sob1'e su cabeza, sa.
lió la labradora y tras ella su pequeño cl'iado, me·
dia ..,um:)rgidodentro del pintado dosel de la cama
de Vri~1\chen,alzando la cabeza para ver las cm·
pJ.lidpcidas estrellas que lo adornaban y agarrado,
como un segundo Sansón, a las columnas, caprich03umente talladas, que partían, para Sil sostén,
de la cabecera del lecho .•
Vrenchen, apoyada contra Sali, contempló la
marcha de este cortejo, y Id ver danzar su dosel
por entre los arbusto:'! del jardín, exclamó:
-Todavia se podía haccl' con él un bonito cenador, plantando las columnas l'n medio dcl jardín,
poniendo debajo una mesa y un banquito y 1'0deándolo con Ulla ellr:)dadcl'H. ¿No quisieras estar
duntl'o de él ya mi lado?
-¡Ya lo creo, Vrileli!-rt'spondióel
muchacho-o
S::Jbre tojo cU'1ndo !.i enredadera hubiese crecido
y estuvif'se bien tupiùa.
"":¿Quó hacemos ya aquí!-dijo
Vrenehen-,
Nada nos retiene en estos J\lgare~.
-Sí. Cierra la casa y vámonos. ¿A quién vas a
dejarle la llave?
Vrenchen miró en torno suyo.
-La dejaré colg,'lda de aquella alabarda. ::\Ii padre me dijo que hacía más de cien años qne la teníamos en casa. Puede quedarse ahora guardándola,
Colgaron la. enmohecida llave en la no ml-nos
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IiI
enmohe(·idA /lInhnrda, por cuya asta ~ubiHn lo:; vel'elf'>' t.allos de una mAta de judiu~, y echaron u andar. Vl'clIchen p¡.dideció y cerró los ojo~, dejár:doSt' conducj¡' pOI'Sali, hasta
que se alejaron un puco;
mas no volvió Slls ojo::; hacia la cu¡;a qlW abt'l:do·
nabn,
-. ¿ Dónùc vamos primero? - pr(' gun tó.
-·No tenemos ni rumbo obligado ni nada por
que tengamos que apresurarnos-responclió
~Hli-,
Andaremos a placer por el campo y al anochecer
h¡¡~earemos un sitio en que haya baile.
---TLleno-repuso
Vrenchen-.
Pasaremos el dia
j 11ntos y andaremos por donde nos parezca, Pero
ahOl'a mo sient.o tristB y desanimada, Vamos primere) él, tomar una buena taza de cafó caliente ni
puehlo más próximo,
- Ya lo pemaba yo-dijo
el muchacho-,
POI'
lo pl'onto vamos a sHlir cuanto antes de aquí.
Pl'Onto so encontraron en campo libre y marcharon jtU1tos yon "jl('nejo entrc los ¡;embrados, Era
una b~Ila mañana de septiembre; ni una sola nubl'
cruz 'iba por ci cielo, y lus montañas y los bOFeltllS
se envolvían en una tenue neblina transparu h"
que daba al paisaje till algo irreal y m i::;tpI'i(I>o,
Por todos lados llegaban sonidos de Cllmran¡¡S uomjnguer¡¡s, profundos y armonio~os los de IllS igles¡,tS pert,mAcientes El alguna rica y pobladll villa,
agudos y parlf'rm3 los de las pobres l'l'mitas d,· las
aldeas, La enamorada pal'eja olvidó lo que d,·bia
sucedel' al final de aquella jornada y se en tI'< gó
pOI' entero a la inefable alegría de dar un paseo
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172
libres y limpiamente vestidos, C0mo dos seres feli.
ces qU(' se pertenecen bgal y honradamente. Cada
uno de los sonidos y gritos lejanos que resonaban
en el silencio dominical se les adentraba hasta el
a.lma, conmoviéndola, pues el amor es una campana que vibra hasta con lo más lejano e indiferente, recogiendo sus sonidos para devolverlos transformados en una música propia de ella. Aunque
ambos sentían hambre. la medi!~ hora do camino
que anduvieron hasta llegar a la aldea más cercana lcs pareci6 un instante. Intimidados, penetraron en una posada que hallaron8 la entrada. Sali
encargó un buen de.3a.yuno, y mientras lo preparaban se dedicaron a observar, sin pronunciar palabra, el buen orden y amabilidad con que se efectuaba el servicio en la gran snla de la limpia hostería. El dueño de Ia posada t'ra panadero al mismo tiempo, y el agradable vaho del pan recién cocido llenaba toda la casa. Variofl ccstos contenían
panes de toda clase, pues era la hora en que, después do Ia misa, venía la gente a comprar el qu£'
nece~itaba paro. aquel día, (,chanùo de puso un
trago para matar el gusanillo. La po."adera, limpia
y bien arreglada, lavaba y Vei'tía en aqucl momento a Sll.'; hijofl, y uno de ellos, en CUAnto 6e vi6
listo, cOITió hacia Vr~nchen y con toda confianza
le enscñó sus galaR y SURjUgUC1A'H
y le cont6 mil
historias infantiles. Llegó por fin el café, muy uromático y fuerte, y nuestros dos jóveIles se sentaron ante una. mesita, tímida y calladamente, como
si fueran invitados de cumplido. Mas no tardaron
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mucho en animarse y comenzaron a hablar en voz
baja, sintiéndose dichosos. ¡Qué bien supieron a
Vrenehen, a quien la dicha iba abriendo corno una
flor, aquel excelento café, la blanca y cremosa
nah, los tiernos paneeitos recién hechos, la pura
manteca, la miel, los bollitos de huevo y todas las
demás golosinas con que llenaron la mesa! A que
tanto lo gllStaran debió contribuir no poco el quo
mientras las tomaba miraba a Sali, sentado frente
a ella. El caso es que comió como si hubiera ayu.
nado un año entoro. La fina y limpia porcelana
de platos y taz..<tsy las relucientes cucharillas de
plata hacían más gu'3toso el desayuno. La posade.
r~ parecía. considera~los como gento buena. y han.
rada. a la. que se debía. dojar contenta, y acercán.
dose a su mosa se sentó un rato a su lado, trabando conversación con los novios, que le contestaron cortés y afablomente, dejándola encantada.
Tan a. gusto se hallaba allí Vrenchen, que no sabía
qué sorín mejor, si volver a los campos para vagar
por ellos con su novio a través de bosques y pra·
deras, o permanecer on la posada para hacerso la
iJusi6n durante algun3S horas do halla1'f'e en su
casa, en un sitio tan acogedor y bien dispuesto
como aquél. Sali la sacó do la duda levantándoso
y pagando el gasto heeho, corno si tuvieran que
salir de allí en seguida para dirigirse a un sitio de·
terminado al quo los llamase algún importante
asunto. Los posaderos los acompañaroll hasta la.
puerta y se despidieron de ellos llenos de agrado,
pues
pesar de
que
por Luis
sus Ángel
pobres
vestidos
ha.la
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bían visto su mala situación, les gu"tó ~u gran
afabilidad y buena mqUera de conduci!">'(,. Los dos
jóvenes les agradecieron
sus at€ncior:ps con los
mejores modos deI mundo y continuaron
trE,nquila j' digl1!lITIente su cllDlino. AI salir de nuevo
al cnmpo y )ll'nl'trar en un extensíi'imo encinal'
no habían modificado aún III actitud (n qu(' ablllldonaron la posada y caminublln silencioso;; ~- Hlmidas en agradables ensu('/ïos, olvidados del odio
y la miseria que hubían destruido sus hogarcs. En
su imagÏnaeión se figuraban p!'rtt'necer a familias
unidas y bien acomodadas y ten.'r un wuturoso y
halagiiml0 porvenir ant(' ('110:;. Vnnch(n
ündaba
sobre el húmcdo suelo del bosquc COll la cabeza
inclinada sobre E\] ramo de f1or!'s quo adornaba su
pecho y lo::;brazo:; colgando a lo largo del cu!'rpo.
Sali, en cUlubio, entregado a sus pensami(nt08, Cllminaba muy erguido, con rápido paso y fijos los
ojos cn los fuert{>s troncos de las encinas, como ~/Il
leñador que se preguntara cuáles de ellos connndría cortur primero. Por fill despertaron
dl' sus
rosados suel1os, y al mirars(' y notar lo quI' ha bíun
andado sin darsc cuenta mipllll'HS 8e entTpgahan fi
tales imaginaciones, enrojecic('on e inclinaron sus
Cabe7.JlS,sintiendo una gran compasión por sí mismos unte la dura rpalidad, ]\fas como lu juvplltud
,olvida pronto la tristpza, vcnció p11l'l'guida ('n PlIos
Pl rlulep sClltimiento de su amol' y ¡.;u ill(]Ppendpncia al n'l'se uno junto al otro ('n la .••.
('rd(' ebp(,sul'n, bujo el ciPlo Azul y sin nadif> quc kF; jmpl/~jf'('a
volunt"d distinta de ks Sl/Y;"S l'l'crins. AI [JOCO
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ticmpo comenzó l.1 h"rmoso bo~que It p(JbIHr~e dl'
animAons grupos y aisladas pUrl'jlts que tl'UR el
ofi(:io dominical vagltban Hl"grcment" por los campo~; ¡msta la hora dd almuerzo, Los call1pl',,iIlO~
poseen t,ambién, como los que viven en lu ciudad,
:,;u,; pas(:os y parqul's de recreo, con la diferenciu
de quc los suyos son más bellos y no It's cuesta
un c¡-\ntirno su consl'rvación, Lab domingos Fükn
pOI' l'Jas, a través de sus florecientes campos, en
los quc va madurando la cObceha, y cada cual escoge &u camino prcferido, internándo~e en los bosques o caminando Il 10 largo de las verdes prndel'liS, sentándose un rato en una apacible colina,
desde l!l. que se descubre un VH¡;tOhorizonte, y
lllego en los frescos linderos ele un pinal', para oejar resonar sus alegre:,; cánticos y gozar de la Natllr¡¡)eZ'l, cuyo sentido comprenden los clunpuinoR
pl('l1lilIlente y no Rólo en relación con su aRpl'tto
utilitario, En sus paSCaR ociosos, todos P]los, muchnehos, mujeres y hllstn los hombres ya hechos y
derechos y prl'ocuplldos con su:,; asulI tos, :,;ul'lcn
cortar, ('n C\lunto Ill'glln a un bosque, una n'l'de'
varita H la que dcspojun de sus hojus, dl'júndol('
tan :,;610algunas en un extreIno, y la Iknm hlE go
('orno Ull cetro, entrondo COll pila en Ins oficil'ES
o en (,I Ayuntamiento
de la ciudad y d,'jlÍJ:tlola
cnidndmnmentl'
en UI1 rincón, pero sin ol\'idlll'>e
nnnca de rpcow'rla al Inarchnr, tras lub !lals f!J'uYes ('onypr,~',\ci{)nl" ,IP negocios, y lIcvarln intacta
a ('asa, doudp YI! t':'; p,'rInitido dcstruirla al lllÚS
p,'qul'lio d" sus hijos,
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Al ver tantos paseantcs se sonrieron Sali y Vrcnchen, contentos de verse tamhién emparejados, y
penetraron por una i"onda trausversal, internúndose
en el bORqUC,donde volvieron H hallaI';;e ('n completa soledad. Se detenían donde les parecía, andaban Wl poco y volvían a dt'scan!:;ur otro rato,
sin quc, así como ningWla nubl'cilla velaba el claro azul del cielo, turbase su ánimo ningÚn cuidado durante aquellas horas. Olvidaron de dónde
'Vcnían y a ùóndo iban, y se condujeron tan tran~uila y ordcnadamente, que ci cuicladoi"o tClcudo
de Vrenchen pormaneció, a pesar de sus alc~es e
inquietos movimientos, tan intacto como en las pri.
meras horas de aquella mañana. Sali se portó durante' aqucllas horas no como UIl muchacho campesino de veinte años hijo de un arruinado tabernero, sino como un adolescente tímiùo y bicn educado, y era casi cómico el ver la tcrnura, cuidado
y respeto con que contemplaba a su alegre y lin-da parcja. Estaba sin duda dispuesto que los
dos pobres jóvenes habían de vivir en aquel único
día que les cra concedido todas las formas y Cll.tactercs del amor, y tanto volvcr al ya pasado
ticmpo de la tierna timidez como adclantarse y
llegar al apasionado final con el sacrificio de sus
vidas.
El paseo acabó por volverles a abrir el apetito,
y 80 regooijaron al divisar, dcsde lo alto de una
poblada. montaña, un brillan te pueblo en qU) poder a.lmor~ar. Bajaron de prisa y entraron en él
eon ci mismo aire moùesto y digno con quo ha-
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hí,¡n ,;eJido del anterior. En todo d cl1mino !lO
habían topado Call nadie que los conoci"se, pues
sobre todo Vrcnchen había tenido durante lo;; ÚlLimo;;arios muy oscru;o trato con las gentes y nunca ha bía :;alido de su ¿ddea. Todos los tornaball
por una honrada y agradable parC'jíta qUf) iba a.
algún asunto que les importaba. Entraroll en la
pl"irncra hostería que encontraron y Sali encargó
un copioso almuerzo. En una. mesita parti. ellos
solos les pusieron illl blanco mantel de día de fies·
ta y Il ella se sentaron modosamentc, dedicándose
u. contemplar en silencio las limpias paredes, cuhiertas de un brillanto friso de nogal muy bien encerado; d mostrador, de igual maùera y estilo
el~rnpestre, pero limpio y bien provi.sto, y los blanquisim,)s y transparentes vi"illos de las ventanas.
1~:.l.pos,tdorlo\ so acercó y, colocando sobre la mesa
llll cacharro
lleno de freseus florcs, dijo:
-Hasta
que venga la sopa podéis saciar por lo
!ll!Jnos la vista mirando estas flores. SegÚn pr\l'ecf',
y si me p~l·rnitís la pregunta, sois dos prometidos
.r vais a la ciudad para casaros allí, ¿no!
Vrcn(;hen se ruborizó y no so utrcvió a alzar lu
vista dol ,.;nelo. Sali calló también, y la buena mujP!' continuó:
-Sois t·:¡davíu muy jóvones, pero se dice que
)08 que .se casan
pronto viven mucho, y adorná."
p.¡recóis una linda parcjita buena y honrada que
no tieno por qué ocultarso de nadie. Los que son
C0ll10 se debe ser pueden llegar a ha(;l~r mucha,.;
I~O.;<tS illliér..dose jóvenes
y siendo luego fiel('s y
Este Libro Fue
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LosDigitalizado
HOMBR¡':S ilE
12de la
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trabajadores. Pero hay que ser ambaR CORas,pues
el tiempo ef>corto para el trabajo y largo p!lra la
fidelidad. ¡Por lo pronto goif>una bonita pareja,
muy simpática! Ahora falta que sepáis llevar bien
vuestra casa. Perdonad que ai; hu ble así, pero me
alegra. ver lo contentos que estáis y lo mucho que
parecéis quereros.
La sirvienta trajo la sopa, oyendo laH palabras
do su ama, y como estaba rabiando por casarse,
mirÓ con malos ojos Il VI':)Jl(,hen, a la quo creía
camino do una felicidad tan envidiable. Al encan·
tran;e luego en la cocina con la posadera, que fué
a eebar un vistazo a la comida, dosahogó su mal
humor diciendo en voz altA. para que Re oyese
desùe la sala:
-¡Vaya unos desarrapados esos quo'van a casarse a la ciudad. sin un mnigo, sin festejar la boda
pa.ra no gastarse un cuarto, sin dote y sin mós
porvenir que miseria y hambre! ¿ Qué ha de pasar
a los que fOe casan con muií.fè.cascomo esa, que no
saben todavía echar Ull rcmicnrlo ni hacer una
mala sopa? Me da lástim,t ese pobre y gallardo
joven. ¡Apañado va con esa inútil...!
-¡Calla, mala lengua!-orùenó
1", ho~telera-.
Te prohibo que hables a"í de esOs muchachos. Se·
guramente son gente de las fábricas que hay en
la. montaña y parecen buenos y honrados. Se ve
que no están muy Bobt'ados de dinero, pero VUII
limpios y arrf'gladitos. Si :-;equieren y trabajan,
conseguirán más quo tú con t.u ll>ngua. ùe vlboru.
¡Ya puedes esperur qUEl vengo. alguien que se atre·
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1i~
va a casarse contigo! ¡Lo que es como no scu>;má."
amable con la gente, cara de vinagre ... !
Do o~te modo gozó Vrenchen de todas lus deli,
cias de una novia que vu a casurse. D(l lURbllt'IUl>;
palabraR y lORcRtimulos de ulla Hlujer prudente, d!'
la. envidia de una mala mujer descosa do CU>;HN'e,
cuyo enfado lu lIevuba a ala bar y compadece!' a
su novio, y de una alegro y delicada comida al
lado do éste. Su cura ardía como un rojo cla,'el y
RUcorazón latía apresurado, mas no por ello comió
y bebió con menor apetito, tratando
con toda
nma.bilidad a la camarera que les servía a la me«lI,
pero dirigiendo tiernas miraduR a Sali y hablundo
bajito con él en presencia de ella, cosa que aumentó sobremanera el mal humor de la envidiof:a. Comieron lenta y tranquilamente,
como si temieran
lIogar ul fin o interrumpir aquel dulce enRucño.
Para po~trc, trajo la hostelera lUlas cuantllS golosinas, y Sali pidió un poco de vino dulce y fuerte,
que Vrenchen sintió circular ardicntcmente
por
sus venas, aunque no hizo mas que probarlo con
prudencia, eomportándo>;e asi en todo con la mcsura y recuto de una verdudera desposada yentrcgándose a representar este pupel con toda Stl Alma,
parie po)' una malieios'l. coquctf'ría y parte porque
se son tía en dicho estado de ánimo y parecía que
iba a rompérscle el corazón de puro amor y timidez; t<mto, quc la ahogaba el ostar entre cuatro
pared('R y dCRclIba vcrse ya atm vez al aire Iihrc_
AI salir de lit posada, par('eió corno >;iRe IIRustaR('n
de ('l]('optrarse de llUCVOsolos y aisladOR en el
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·camino, pues sin ponerse de acuerdo siguieron an·dando por la carrotera entre la gente y sin mirar
a izquierda Ili derecha. l'vIas cuando salieroll dei
pueblo paro. dirigir.,,!)a otro próximo en que aquella
tarde había fiesta y baile, se colgó Vrellchen del
brazo de su novio y murmuró con voz temblorosa:
-¡'s ..•
li! ¿Por qué 110 hemos de ser uno de otro
.y hacernos felices para siempre?
-Tampoco yo lo sé-respondió
él, clavando sus
ojos en el ::;uaveresplandor del sol otoñal que inWldaba los campos y teniendo que dominar su emoción con Wla mueca que contrajo su rostro.
Se detuvieron para besarse, pero se aproximaba
gente y, sill haccrlo, siguic!'OIlsu camino. El pueblo en que ::;ecelebraba la fiesta ::;ehallaba anima<lo por un gran gentío, y de lu engalanuda hostería
salían ya los acordes de una alpgre música, pues el
baile había comenzado imll.:;diatamento después
del almuerzo. En la plaza, anto la hostería, se
había instalado Wl pequerio nwrcado, compuesto
<le varia::; mesas llenas de golosinas y un par de
puestos muy emperifollados, cn los que so vendían
toda clase de chucherías. Aln-cledor ùe cada uno
de ellos sc había formado Wl corro de chiquillos y
personas mayores, que por lo pronto se contentaba con la contemplación dl, todas aquellaE pre'CÍosidades. También Sali y Vrenehen se acercaron,
y con la mano en el bolsilio, dispuesta a sacar el
dinero, echaron una ojeada a los pue~to~, pt:m;undo ambos en hacerse un regajo, ya que era aquella
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la primer" vez que se encon(,Tuban jtUltO;;en una
foria. Sali compró ulla casita de guirlache, blan·
queada con azúcar en polvo. El kjado era verde,
con blancas palomas posadas en él, y de la chi.
menea salía un amorcillo li guisa de deshollinador.
En las abiertas ventanas se abrazabtlIl uno" mu·
ñequitos mofletudos, cuyas diminuta,; bocas rujas
se besaban COllgran entusiasmo, PUCR el pintur,
práctico y liger'o, había pintado las do los dos mn·
riecos con una sola pincelada, de manera que aparecían incrustadas y confundidas una en otra. Dos
puntitos negros figuraban los rientès ajudas de
las enamoradas figurillas. Sobre la puerta principal
de la casa, toda pintada de rosa, se leían los versos
siguicn tes:
mas
<Iue,
todo
Entra en mi casa, amor mío;
dej" que antes te advierta
dentro de ella, eon beSOB
se paga y se cuenta.
MI amada dijo: - En tu caBa
nada hay II ue asustarme
pueda;
sé ble·n que s610 a tu lado
mi felicidad se encuentra.
Además, BI bien Jo pienso,
quizá a entrar me decfùiera
Bóio por pagarte en beBOS.
Entra, pul's; la cuenta emp~eza.
u
Un apuesto caballero, con un frac azul, y una
señora de elevado seno, pintados Wl0 a cada lado.
de la pucrta, figuraban ser los intorlocutores en
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a.quel dulce diálogo.
Vrenchen, en cambio, regulóRepública,Colombia
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a Sali un corazón, que en UIlO de sus lados ostentaba IllSsiguientes palllbrw-:
Una abnl'ndra dulcl,ima hay en mi;
pero más dulce rlue ella es mi amor hacia ti.
y por e I otro lado:
No olvides nunca que te dije un di"
olvidnrte, morir pn:fcrlriu.
quP, R
Leyeron CRtos versos, llenos de entusiafmo, y
nunca nada rimado e impreso fué tenido por más
'bello ni sentido más profundamente. Les parecían
·tan apropiadoR a su estado de ánimo particular,
que al leerlos los supusieron hechos expresamente
para ellos.
-jAy!-suspiró
Vreneh,.I\-.
¡:\le regalaR lUla
-casa! Tambión yo te he regalado otra: la verdadera y Única que ya poseE·mos. N uest.ro eorazón
es ahora nuestra casa y la· llevamos con nosot.ros,
·como los caracoles.
-Entonces-respondió
Sali-somas dos caraeolitos muy raros, pues cada uno llevamos con nosotros la casa del otro.
-Por eso no debemos separarnos, para no a If'·
jarnos de nuestras casas.
Sin saberIa, hacían frasos iguales a las que veían
escritas sobre todos aquellos roscas y tortas de diversas formas. D<Jeste modo continuaron exnmi.
nando aquella sencilla y dulce literatura amoro~a
.que allí ~e extpndí!l, pegada a grandes y pequeño.,
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r.orazones, diver;;amente adorI;lados. Tuda les pa¡'ccía bonito y acertado para elloR, y cuanúo Vrenchen l~yó sobre un dorado corazón, provisto de
cuerdas como una lira: «Igual que una lira-es mi
corazón:-cuanto
más lo hieren-más
dulce es su
;;om) III pareció oír musicales sonidos que surgílln
de su propio pecho. También había en aquel puesto un Napoleón de mazapán, obligado a ser portador d<)lORRiguientes versitos amorosos: «De noble
acero era la espada-del
vencedor Napoleón;-dc
noble acero era su espada,-mas
do barro sU corazón.-Mi
amante fiel no !leva espada;-llcva
la
rosa ùe mi amor;-rni
amante fiel no lleva cspada,-mas
es noble su corazón.» Mientras laR novios
parecían sumidos en la lectura de estos apasionados lllm~s, cncontralon ambos ocasión do hacer
tilla secreta compra. Sail adquirió un dorado anillo con una piedrecita. verde, y Vrenchen otro, do
asta do ciervo, con una dorada floreci!la. Probablemnlte abrigaban los dos igual pensamiento: el
ùo cntregarse aquP.llos pobres recuerdos cuando
!legar,;eel momento do su separación.
Mientras estaban ocupados on estas cosas, se
hallaban tan olvidados de todo lo que los rodeaba
que IlO notaron cómo poco II. poco había ido formándose en tor¡:¡o suyo un amplio círculo de gente, que los contempla bu. con atenta curiosidad.
AlgunoB muchachos y muchachas de su aldea que
habían acudido a lu. fiesta los habían reconocido,
ponilmdo a los demás al corriente de su historia,
y todos
mirabHn
conLuis
admiración
laBanco
amante
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Ángel Arangoadel
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pareja, que en su fervoroso apasionamiento parecía
haber olvidado que cI munde> existía fuera de elloo.
-Mirad, mirad-sr
oía por todas partes-:
~>;
Vrenchen, la hiju,de Marti, y Sali, cI que tuvo qUI~
emigra.r de jq, o.ldt'o.cuando l\'Ianz, su padre, l)erdió
todo lo que en ella PŒ;t'Ü. Ahora, al cabo dd
tiempo, han acabado por ponerse en relaciones,
a pesa.r de la enemistad de RUS familias. ¡Y fijaos
con qué ternura se miran y ¡.;ohablan, sin ocuparRe dI' nada ni d(' nadit,! ¿ Peni3arán casarse? ¿Dónde
irán ahora?
El asombro de los curio~os estaba. constituído
por una extrllria mezcla de compasión por los infelic('s amantes, desprecio a. la maldad de sus padres y la abyección en que RI) sabía habían caído,
y envidia por la felicidad qnp se pintaba en el rOstro dc los jóvencs, a pcsar de su miscria y abandono. Cuando por fin dŒpçrtaron los enamorados dc su ensueño y miraron en torno suyo, SI'
hallaron rodeados de caras que los contemplaban
entre admiradas y burlonas. Nadie los ¡:aluùó, ni
ellos Rupieron si ha bían de saludar a los que conocían, debiéndose esta desagradable situación más
Il. embarazo
y duda por ambas partes que a desprecio o malevolencia. Vrl'nehen se llenó de kn10r
y vergüenza, y enrojeció y palideció alwrnativamcnW. Sali, cogiéndoJa de la mano, Ia aIl'jó de
allí, y ella le siguió, COll su casita bajo el brazo,
sin resistirse, a pesar de que dentro de la hostería
sonaba alegremente la música. del tan deEeado
baile.
Este
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-Aquí !lO podemos bailar-dijo
Salí-. ~o nos
(h·jarían estar alegr(>s.
-Si-respondió
Vr('nchen-.
Creo que lo mejor
sería renunciA.r a ello y dedicarnos a buscar un sitio en que yo pueda albel'garmc esta noche.
-Nada
de eso-replicó
Sali-.
Tenemos que
hllilar. ¿ Para qué, si no, te he comprado U!lOS znputas tun l>onitos? Vamos a los sit.ios donde Fe divierte la gente pobre, a la que nosotros pertenecemos ahora. En el <,Jardín del ParaísOl) tiene qUlJ
haber baile, pues está dentro de la parroquia cuya
fiesta "e celebra. hoy. Vamos hacia aJJí, y aJJí podemos también albergarnos esta noche.
Vrenchcn se estremeció ante la idea de dormir
por vez primera en su vida en un lugar desconocido; pero, sin voluntad propia, siguió a Sil guía,
que era ya todo lo qlle le quedaba l'n ci mundo.
«El Jardín del Paraíso» era una posada admirablemente situada en h falda de una montaña, y desdtl ella f<ed(~scubría lma gran extensión de terreno
y un bello paisaje. A ella acudía en los días de
fiesta III gente pobre, hijos de pequeiïlls labrador('f<
o jornaleros y los errantes vagabundo,", Fin casa ni
hogar. Cien años atrás había sido ulla quintu do
r0erl'O, edificada por illl rico original. Muerto é"tc
~in sucp.sión, nadie quiso vivir en clla, hasta que,
rnedio derruída, cayó en manos de un posa(]¡,ro
que, mal que bien, ibu ganándose ullí lu vida. La
casa conservó su nombre y la arquitectura
It él
correspondiente. Se componía de un solo pj¡;o, y
sobre él una. especie de hórreo, sustentado por
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cuatro figuras que en un prJllClplO habían representado los cuatro arcángeles, pero que con las
incl(·mencias del tiempo habían perdido toda forma. La. cornisa del tejado se hallaba poblada. de
ba.rrigudos angelitos músicos, tocando la flauta, el
violín, el triángulo o los címbalos, instrumentos
que presentaban señales do haber estado sobredo.
l'ados. El techo y la. balau'itrada. de la terraza, que
quedaba. entro el piso bajo y el supcrpw·sto hó.
l'l'cO,se hallaban cubiertos de borrosas pinturas al
fresco, en las que se veían ángeles y santos cantando y builando. :Mastoelo ello sólo aparecía muy
impreci.'lafficntc, como ViSl,Oen llil sueño, y además se hallaba casi tapado por una trepadora parra, de la que colgaban numerosos racimos, de un
profundo color azul. En derredor de la casa crecían unos castaños silve,,;trcls,y entre ellos varios
nudosos y fuertes rosales, que sin qUI) nadie los
cultivase ni cuidase florecían aquí y allá e,,;pontáneumente, como en otro,,; lados los saúcos. La terraza servía de sal6n de haile, y Sali y Vrenchen
vieron, al acercarsc, cómo los bailarines daban
vueltas bajo cI h6rreo, mientras en torno de lu
eSSa. bebía. y ar1Jlaba ruido una multitud de alegres parroquianos. Vrench('n, que llevaba consigo
devota y melancólicamentD la casita que Sali le
ha.bía comprado, parecía I" santa patrona de una
iglesia, rcprescntnda en un vícjo cuadro, llevando
el modelo de su funduciór .. :Maslo que ci krvoroso
espíritu de Vrenchcn quería fundar no era posible
que prosperas!'. Cuando oyó la animad9 mú"ica
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que sonaba en h~ terr<!zl\, olvidó B11:;pesures y no
demandó yu mas qUl' poder bailar con Sali. Se escurrieron entre la gento que' rode'aba la casu y la
que llenaba el piso bajo, pobrí'tones venidos de
Seldwyla a pasar un día en el campo sill gustar
mucho dinoro y vagablUldos acudidos de todos ludos, y al Ilogar a Ia terraza se pUBieron ell seguida a bailar un vals, sin dojar de mirarse ni un momento. Ha,sta que terminó la, música no dirigieron
los ojos en derredor suyo. Vrenohon, en sU entusiasmo, había aplastado su casita, e iba a comen".ar
a. lamentarse do ello, clIando enmudeció, sobrecogida, al ver de repente jlmto Il olla al Ilegro violinista, scnt~do en un banquillo colocado sobl'í' \lila
mesa. Su aspecto era tall tenebroso cOmo do cm;tumbre, animado tan sólo por lUla verde rama de
pillo quc había sujetado Cil "u sombrero. A s\l>;
pies, sobro la me"u, tenía una botella de vino tinto
y \ln V!lSO. quo permanecía milagrosamente intacto a pusar de las zapateta,.; que daba el hombrecillo, lluvando el compás de su violín, El resto dc la
orquesta lo constituía un jovcn de arrogante figura
y bello l'ostro, que parecía sumido en honda mclancolía mientras tocaba. una trompa de Cll••.
a, y
un joroba.do, que tocaba el violoncelo. S'lli se cstrl'meció también al ver al violinista; mas éste los
saludÓ con afabiliùad extraordinaria
y lcs dijo:
--¡Ya sa.bía. yo que algíID día tendría que tocar
para que vosotrO,q bailarais! Así, pues, divprtími
l!lucho, pnrejita mía.
y ofrC'cióa Sali un vaso de vino, que {-",te apuró
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de un trago. Al ver lo asustada qllt' ef'taba ulín
Vrenchen, intentó el violilli"ta tranquilizarIa hablándole amistosament{', y logró de(;Ïrle algwtus
CMnus quc la hicieron reír. Con esto se animó
de nuevo, y desde entonces ciJsi se alegraron de
hallar a!lí un conocido y E'Jwontl'arse cn aqllclla
casa bujo la ('special prO!:Rcción del negro músico. Bailaron :-;indescanso, olvidándose de sí mismos y del mundo Il fuerz.a oj" girar, cantuI' y alborotar, contribuyendo al ruido que salía de aqu('Ua posada y que, recogido por los vecinos montes, res ana ba en ellos, espuJ'eiéndose por todo nI
cllmpo, quc poco a poco iba quedando envuelto
en la plateada neblina dcl atardecer otoñal. No
descansaron hasta quc obscurcció, hora en que la
mayoría de los alegres huésJlt·des se alejó ell toda!"
direcciones, gritando y tambaleándose.
Los Cjue
aun qucdaron en la posl!da perteneCÍan Il. la honrada clase de los vagabundos que no tienen en
ningÚn laùo su casa, y habi,:,ndo pasado un llJcgrp.
día, ([LIerían añadir a él una regocijada noche. Entre éstos había algunos que parecían muyamigos
del violinista y quc, vestidO!, con trajes remendados y extravagantes,
presentaban un o:xtraii.o aspecto. Entre todos ellos resaltaba un jov(,IIzuelo
que lI(waba una chaqueta de pana verdc y un des·
trazado sombrero de paja, alrededor de cuyn copa
había sujetado una corona de hojas de serbal. Con
él iba. una muchacha de aire resuelto, que vP!<tÍ>~
un ·traje dc rojo percal con JUIJa.resblancos y que
se
había atado alrededor rI" la cabeza una corona
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de pámpanos con algunas uvas, de manera que
"obre cada sien cayera una uva, de profundo color
azul. Estu pareja era la más retozona do toùa~, y
bailaba y cantaba incansablemente, encon trándoso
en todas partes al mismo tiempo. Después había
otra muchacha, muy bonita y esbelta, que llevaba
un ruído traje de seda negra y un pañuelo blanco
a la eabeza, cayendo en pico por la espalda. Este
pañUtdo mostraba listas rojas tejidas ell la miôma
tela, y no ora otra cosa que WIa cxcelent€ toalla.
Bajo ella l'cIucian dos ojos de un pálido color violeta. Bn torno a la garganta, y descendiendo luego sobre el pecho, llevaba una séxtuplc cadena cie
rojos frutos pequeñísimos, que substituía Call vellta.ja al más bello adorno de purpúreo coral. Esta
linda figurita bailaba siempre sola, y rehusaba testa¡'uùe.mente hacerla con ninguno de sus compllñeros. No por ello se movía con menor g¡'acia y
ligereza, sonriendo cada vez que pasaba jlUlto al
meh1n<;ólic(Jjoven que tocaba la trompa de caza,
e! cual volvía todas las veces la cabeza dcspcctivamente hacia otro lado. Aun había nlgunus muchachas más, todas ellas con su aeomparïank
y
protector y de aspeeto pobre; pt'I'O no por cIJo
menos alegres y unidas en toda paz y cordialidad.
Cuando cerró la noche por completo, no quiso el
po:>aùcJ"Otruer velas que 111umbruscn el baile, so
pretexto de que el viento las apagaba y que la luna
llena iba a salir en seguida, diciendo además que,
para lo que aquéllos le dabun a ganar, ('l'a esta última suficiente iluminación, E"tlls declaraciOl~n'
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fueron aceptadas sin disgusto por la alegre banda,
y torios fueron a apoyarse en el antept'cho de la
terraza para ebpcrar la sa lidlt del pálido aRtro,
anunciada ya en el horizonte por un leve r(~plandar rojizo. F.Jl1 cuanto la IUllH ,alió, hmznndo transver:::almentk1sus rayos de u:} lado Il otro de la terraza, siguieron bailando, envueltos en su dule.,
claridad, y, por cierto, tan silenciosos, correctos y
encantados como si lo hiciLSen en un salón e::;pléndidulllente iluminado por cit'n bujías de c(')'a. La
extraña 1m: iw;piró a todoe; confianza entnl sí, y
Sali y Vrenchcn pudieron mezclnri'e a la alegría
común, bailando con todos y todas las demás.
Pero cada vez que de cst" modo habían permanecido scp9.I'adm; durnnte algún rato, volaban ùe
nueva lIDO hacia otro y fllstcjablln su encuentro
como si se hubieI'lln ('stado buscando durante largos años. Sali ponía ulla carn !lluy triste y ('nfudada cuando Vrencht'Tl bailaba con otros sin mirarle al pasar junto a {-I, nrdiendo corno una purpúrea rosa y sintiéndo:oc feliz fuera qllien fuera su
parl'ja de baile.
--¿Está." celoso, Sali?-Ie preguntó eIJa, cuando
los músicos hicieron una pausa, rendidos de cansancio,
-¡Dios me libre!-rt>spondió Sali-. Además, no
sabría eómo ni de quién estarIa.
-Entonces,
¿por qué pareceR ponerte de tan
mal humor cuando yo buJo con otros?
-So me enfado porque tú bailes con otro", Bino
porque entonces tengo yo que bailar con otra, y
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no puedo rCHlStu'a ninguIlI1 que no seUR tú. M.,
paret,e quo llevo cogido un maùero. ¿Y tÚ qué
sientes cuando bailas con otros?
-¡Oh! Yo, cuando bailo sabiendo que tú estás
cerca de mí, me ¡>;ento en el ciclo, aunque no BCIlS
tú mi pareja. P~ro si te fueras y me dejar",,;, cuería muerta III suelo.
Habían bajado las escllleras y entrado en la
casa, Vrlmchen le abrazó con fucrza, pegó a él su
esbelto cuerpo tembloroso, apoyó su ardorosa mejilla; humedecida por ardientes lágrimas, en Ill, <It'
él, y dijo sollozando:
-No podemos permanccer junios, y sin PInbargo yo sé que ya no podré separarme de ti ni un
solo instante.
Sali abrazó a la muchacha y la apretó contra su
pecho, cubriéndola de besos, mientms sus confm;os
pensamientos buscaban unCI.solución, sin hallar
ningtmn. Aunque hubicran podido vencer su miseria y la encmistad do sus ascendientes, no crOll
su extrema juventud y su incxperto amor condiciones favorables para hucer soportal' Il l'US dcseol"
Wla larga espera, hasta que llegasen tiempos mejores, y aunquo esto les hubiese sido posible, quedaba siempre el padre de Vrenchen, de cuya pcrpetua desgracia era Sali el cliusanté. El propósito
de no unirso y pertcnecersc sino legal y honrudamento era en Sali tan vivo como en Vrenchcn, y
constituía en ambos el último resto del honor que
en tiempos anteriores había lucido en sus casas
llHsta ser pisoteado por sus padres, que, posPÍdos
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de una común equivocación, creyeron aumentarlo
al aumentar sus riquezas apropiándose los bienes
de lm mísero vagè1.bwldo. Este errar es írecuentisima en el mundo; mas de auando en cuando, y
-como ejemplo, pone el Dcstino frente a frpute a
<los de estas hombres que intf'ntaI~ aumentar a \m
mismo tiempo el hallar y las rique.'as y lo;; hace
batallar y devorarse como fieras. Entre aquellos
que no sueí'ian luas que en extender sIL'idominioH,
no sólo suelen equivoea/'Se los que se ha]îa~ sobre
un trono, sino también lo:,;que viven en misê'F,:bJe
-choza, y guiados por su errOr llegan a un resultado
opucsto al que p(~rseguían, !la logrando sus ansÙ1H
<le poùerío o riqueza y convirtiendo su escudo ('Il
baldón de ignominia. Sali y Vl'cnchen habían vis!o
<lurante sus tiernos años infantiles cómo el aun
no empaiiado honor de SUH casas no sólo mantenía tranquilo el espiritu de sus pad/'l~s, sino que
.coincidía con su biencstar material. Luego, al vol·
verse a encontrar desp1l6s do muchos años, vieron
uno en otro cómo la pérdida. del honor y de la
.consideración pública los había sumido en la mayor desdicha, y cuando el amor arraigó en sus corazones, ardieron en desco>! de perteneccl'So; pero
la dura lección recibida. les hacía rechazar toda
unión que no satisficiera plenamente' a su con<:iencia..Lo irrealizable que era para ellos el fundar
un honrado hogar los atormentaba
dolorosamc-nte, mientras su sungrl' juvenil reclamaba la inmodiata. satisfacci6n de s'us hirviente;; ansias amo1"0Sa." •
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- Yu cs de noell(' -continuó
V¡'('lle)¡C'n- , Vel)L'H10S~erarurnos.
- ¿ y tendró que volver a. mi casa, dejúlldote
aquí solu?--rcpu;;o Sali-. ~o, no es posible.
- Entonces
lIC'gará el día y seguironos
lo
rni~Tno.
- Voy u daros un consejo, locllelos-saltó
trHs
ellos LIna voz chillona, pcrteneciente ul negro violinista-.
Estáis ahí-continuó-sin
saber qué hHc"r y descando, sin atreveras, ser Ulla do 0(1'0, Yo
os aconsejo quc os tomóis como sais y sill perder
más tiempo. Venid conmigo y con mis buenos amigos a nucstras montal1as. En ellas !la necesitaréis
/li CUl'a, Hi dinero, ni documentación, ni hOllOI',!li
lecho, ni nHdu fuera de vuestra buena voluntad.
No se pasa mal en nuestra caSH. El aire es SHno,
y cI que es activo y trabajador encuentra siC'lllpre
comida suficiente. Los verdes bosques constituyen
nuestra cusa, en la Cllal nos amamos como qtlPremo::;, yen invicrno poseemos rincones bi(;n abrigados o nos intl'oducimos en los pajares de los
labradores.
Por tanto, dccidíos pronto, cC'kbrlld
aquí vtwstra boon on estB mismo instunte y vl'¡Jid
con nosotros. A'ií queduróis libres de todo cuidado
y os pertenecci-éis uno al otro para siempre, o pOI'
lo mena;; hasta que os canséis, pues con nuestra
libre y sana vida es seguro que llegaréis Il viejos.
~o pen;;6is que quicro cobrarmc en vosotros el
rnql quc me hicieron vuest/'o::; padres. K o; me alogro de que hayáis llegado hasta t>l est.ado f'n que
o.• InIláis, pero Call ello me conÍfmto, yen udduut.p,
l"osDigitalizado
HO)fDRE, DE
13de la
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si es qUHvenís conmigo, procuraré ayudaras y serviras todo lo que en mi mano esté.
Esto lo dijo con tono reahnente
"illct>ro y afa ble.
- y a.hora-siguió diciendo-penslldlo
un pOCO;
pero creed qne mi consejo f$ bueno, y seguidlo.
Dejad rodar el mundo y entregaos uno al otro
sin consultur a na.die. Pew'ad en el alegre lecho
nupcial que os ofrece el profundo bosque o, si lo
halláis demasiado frío, un oloroso montón de heno.
Con ('stas palabras se separó de ellos, entrando
en la casa. Vrcnchen temblaba entre los brazos de
su novio, el cual le dijo:
-¿Qué te parece? Yo creo que no estaría mal
burlarnos del mundo entero y amarnos así, sin lío
mites ni obstáculos.
Pero esto lo dijo, más que en serio, en tono de
desesperada. chanza. Vrenchen le respondió sinceramente, besándole:
-No, no quiero ir con ellos. Su manera de ser
no es la que yo tengo. ]\fira: el joven que tocaba
la trompa de caza y la muchacha del vestido de
seda pertenecen también a esa gente, y estando
muy enamorados, se unieron de la manel'a qnc el
violinista nos aconsejaba. La semana pasada le fué
ella mfiel por vez primera, cosn que a él no le cabía
en la cflbeza que nunca sucediera, y por eso está.
tan triste y enfadado con ella, mientras los demás
se ríen de su desgracia. Ella, por su parte, hace
ahora penitencia voluntaria no hablando con nadie y bailando sola, con lo cual parece también
burlarse de él. Pero al pobre músico se le ve en la
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cara. que no dejarlÍ pasar este día sin volver a re·
conciliarse con ella. Yo no qni~iel'a ir a un sitio
donde Ron posibles estas CaRas, pues no podría en·
gañllrta ni resistir que me engañaras, aunquo daría por Lien empleado todo lo que con los vagabundos nos sucediera con tal de poder poseertc y
hacerte mío.
Apoyada contrlL Sali, sentía aumentar la muchacha su amoro~a fiebre. Ya desde que por la
mañana la había tomado la posadera por una promotída que iba a desposarse, papel que ella había.
repre-sentado sin eontradecirla, hervía t'n sU san·
gre el ardor de una novia que ve llegado el moment.o de darse a su amado por entero, ardor que
crecía, llegando a Rer irrefrenable, conforme se iba
presentando más claramente a sus ojos la imposibilidad de satisfacerlo sin violur los dictados de su
conciencia. Sali, en quien laR tentadoras palabras
del vagabundo habían hecho infinit¡¡mentc más dolorosa la Incha interior que venía sostcniendo, exclamó tartamudeando:
- Ven; volvamoR a entrar en la posada. Cene.
mas y bebamos por lo pronto.
Entraron en el comedor y vieron que no queda.
ba ya en él mas que la errante tropa, sentada ante
UJ1S pobre comida en torno de una meSB.
-Aquí lIegun nuestras novios-gritó
el violinista-.
Olvidad ahora vuestras penas y dejad que
nosotros os desposemos.
Los obligaron a sentarse a su me8a, y ellos no se
resistieron mueho, contentos de poder huir por
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lInos momentos de sí mismos. Sali mandó tl'aer
villo y mnjoi'o!,;viandas, y una franca ah'gl'Ía com'~nzÓ a. reinar entre todo.>. El ellguñudo "" rt'concilió con lu. inficl, y ambos COJlIl'IlZarona acariciari'c con ansioso regocijo. La otra pareja. b~bía,
cantaba y alborotaba de lo lindo, Sill omitir tamo.
poco las prucbas de Sil cariño, y el violinista y el
jorobcl<lo del violoncelo contribuían al gencral barullo. Sctli y Vl\~nclwn pCl'lnaneCÍan silenciosos,
tcnió:ldo;m abrazè\dos. De rep"nte reclamó silencio
el violinista y comcnzó una burlesca ccremonia
que qu.-ría representar uno¡; esponsales. Tuvieron
lo.; novios que darse las mano,"" y toùa la compaIiia de:sfiló ante ellos, dándoles la cnhorabuena y
felicitándose de sU ingœso Oil la vagahunda hermandad. Ellos sc dejaron InceI', Sill decir palabra
y tomúndolo a broma, Iniont,rlls sc scntían estreITltlcidos por inten,,;os c>;calofríos.
L'l. p;.,qucña reunión iba sicndo cada vez má.s excit'lda y ruidosa, atizada por el vino, haHta que,
de l'iJp~nt~, HClevantó el violinista, ordenando lu.
m·lrcha.
-Tencmos
r!lueho camino por delante-cxclamó--y h'l pasudo ya la Tnt·dia noche. Vámonos.
Formuremos el cortejo de los desposados y ya veréis qué bien lo guío yo COlllu mÚsica de mi violín.
Los mí"pros enamorados, enloquecidos y sin sab.'r qué h'lcer, dej~ron quc sC los colocase delante
y que las otras dos parejas formaran tras l'llos d
cortejo, cerrando el cual m'¡rchuba el jorobado con
su violoncelo al hombro. El tenebro;;o violinista
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oe colocó a la cuberAi y romplO Il tocar corno un
endemoniado, emprendicndo la marcha monte abnjo, y los d(~más los siguicron ricndo, cllntnndo y
saltando. Dp, este 1l10do atravesó la loca comitiva
los silenciosos campos y el pueblo de Sali y Vrenchen, cuyos moraclorps dormían hacín ya largo
rato.
Cuando, recorriendo las silenciosas eallcjuelas,
pllsar(m los amantes frente a sns perdida!'; caPAS,
los élcom<>tióuna dolorosa alegría desenfrcnadu y
¡;e dil1ron a bailar, l'd" y princur tras dl' ,.:u fÚ/J("
bre guía, ha{liendo la competencia a 100 otro,", )
bl'sánclos(. cntre risas y lágrimas. Guiados por ('I
ncgrll hombrecillo, subieron por las faldas de la
colin t sobrc ]a qllfl se extcndíml las tres ticl'1'r.:<
malditas, y al llcgar a ]a cÚspide, ci violinista comcnzó de nUevo Il tocar con tal furia, :o:altundo y
brincando {lomo Ull dupnde, y sus compañeroo le
secull<JC:I'onde tal modo, que sobm la "iJencio¡·a
colin'l parpcía ccll'brarse un sábado demonía<:o.
Hasta o! jorobado daba saltos y sc contorsionaba
anhelooo, bajo la carga de su instrumento. NadÏl'
se du ba ya cuenta dc lo que los (h·más hadan. Sali,
recobrando el prirncro e] dominio sobre Hí mismo,
cogió con fuerzu d bruza de Vrcncll( n y lu obligÓ
a det.enerse. LllPgo la bc¡;ó en la boca pura hac(·rIa
callul', puns se hallaba en tal estado dl' excitación
que, olvidada de todo, cantaba él voz ('n grito.
Por fin comprendió ella, y permUlwcit'l'on qUIetos
hasta que HU ruidoHo cOl'kjo nupcial SI' a]¡.jó a
tra vés
de los por
campOH,
y sin
echarlo:.;
menaI'
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de3ap.~reció río arriba. El violín, las risas de las
much·.chas
y los gl'itos de sus acompañantes
se
oyeron resonar aún brgo tiempo en la callada noch~, hasta. quo todo se pordió en la. leja.nía.
- Ya. hemos logrado huir de éstos-dijo Sali-.
¿Mas cómo huir de nosotros mismos!
Vrenchen, abrazada a él y respirando anhelante
Bobre su p:lcho, no se h9.llaba en cstado do contestarlo.
- ¿No quieras que te llevo al pueblo otra vez y
despierto !lo alguien en ~uya casa puedas pasar la
noeh9? M.lñ;mu puedes continuar tu camino y seguramente te irá bien en cualquier lado a donde
vayas.
-¡Estar yo bien sin ti!
-Tienes que olvidarme.
-i~unca!
¿Lo podrías tú?
-Eso no tiene nada que ver-repUSO Sali acariciando las ardientes mejillas de la mueh9.eha, que
Be retorcía sobre su peeho-. Ahora no ::;e trata
ID IS que de ti, Ercs muy joyen y puedes ser feliz
en cU..llquier camino que emprendas.
-¿Y tú no? ¿Acaso ores tú viejo?
- Yen -dijo S.di, arrastrándola tras de sí.
Pèro sólo anduyieron unos pasos, deteniéndose
on seguida pua abraz'use y besarso con reposo.
El sibneio del la tiCIT,~cantaba mu..~iealen sus al·
ID'1.S, y sólo so oÜ 01 sUJ.ve y grdcioso rwnor del
río, qua allá. abajo corría mansamonte.
-¡Qllé bello es todo osto! ¿No oyes resona.r un
Este
Librocá.ntico?
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-E" el ruido del agua. Todo lo demás calla.
-·:No, no. E" algo más quo resuena aquí y allá,
en todas partes.
-Lo que oímos es el hervir do nuestra propia
sangL'().
E,cuclnron un rato aquellos reales o imugina.
rios sonido~, quo surgían del gran silencio de la nochc como producidos por la mágica vibración de la
luz lunar que cerca y lejos reinaba sobro la blanca neblina otoñal. De repente recordó algo Vren.
chen y rcgistró su seno, dieiendo:
--To ho comprado un reeuerdo y quiero dártelo
ahora.
y saeó el pobre anillo, ponióndoselo a su novio
en el dedo. Sali sucó también el suyo y lo puso en
la mano do Vrenehcn.
--Hemos tenido igual idea-dijo.
Vrenchen expuso su mano a la plateada claridad
lunar y examinó el anillo.
--¡Ay, quó bonito ani!lo!-exelamó-.
Ahora
estlffios ya prometido". Tú erp,s mi marido y yo
tu mujer. Vamos a pensar en ello un poeo. lIa.sta
qu.) aquel jirón de nubc h¡¡ya terminado de' pasar
ante la luna. O hasta que contemos doce. ¡Bé:-ume
do.~e veces!
El amar de Sali era tan apasionado como el de
Vrellchell; mas p,n cambio no sentía él con tan
viva fuerza el conflicto entre sus deseos y SU conciencia, quo t'l.nto atormentgba a la much.'lcha.
Para él el probkmu no se h'lbía. presentado con
Este Libroun
Fuecarácter
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por ladecisivo
Biblioteca Luis
Ángel
Arango
Banco de
la
como
para
sudel
novia.
Mus
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200
en aquel momento se dió cuenta de lo que ella
sentía, .Y11ml. ínmensa emoción l'e apoderó d" todo
su ser, h!iciónctole redoblar sus ardientes caricias.
Vrenehen, a pp¡.;ar de su propio apasionamiento,
notó en el ado aqlwlla transformación, y un fuprte temblor rceorrió por entero su cuerpo; pero UI1tes gu" hubicse terminado de pasar anie la Juna
la nubccilla de que antes habían hHblado, se sintió
tambión presa de igual delirio. Sus munas, en las
que brillaban los anillos, se encontraban en la violcuta ¡neha amorosa y o;e estrechaban como 1I(~vando a cubo por sí mi:;mas y Sill el mandato de
hL voluntad
sus d"sposorios. El corazón de Sali
martillcaba con fuerza, parálldosc a veces. Respirando con dificultad, dijo el muchacho Call voz
mny baja y temblorosa:
-Hay
una solución para nmwtros, alliaI' mío.
Nos desposaremos en esta noche yabandonarenlOs
luego el mundo de los vivos. Alhi abajo corren lal;
profundas aguas del río; en ellas no podrú, nadie
yu s(~paJ"ll'nos y habremos o:;tado untes unidos sohr'c la tifll'l'a. Lo de menos es ci tiempo que huya
durado nuestra unión.
Vrcnehen rcspondi6 l'n elueto:
-Hace ya mncho que tení~l yo pCIl~llÙOeso que
ahora me propones. :M:uriondo, borrarcmo~ nul'Stra culpa. J ¡'¡l'urne quc no te urropentirá~ después
de hal.wr!ll(' hpcho tuya.
-j.Jul'>ldo está! Xmlio te l;epurarú ya de mí Rino
la muerte-exclamó
Suli, fuera de sí.
Vrenehen
suspirÓ uliviadu,
y IÚgrirnHs
de alegría
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salieron d.ó sw; ojos. :-le pUl'Oen pie, y, ligera COIDO
Ull pÚjlll'O,
corrió on dirección al río. Sali vol('
tra~ ella, creyenùo quc qUé'ría huir de él, y la Ifill·
ohacha ftpl'C~uró su carrera, suponiondo que trlit,<:tbadl! rotenerla. Durante Ilnos minutos corrieron
así uno tras otro, riendo dIa como un niño qU(,
no quiere dejarse coger.
-¿T;) arrepientes ya?-~e gritaron ambos al jun.
tarse e hL orilla del río.
- ¡No; cada. ve?: estoy má,;; contento! -Sf' l'PSponr1ícron [] un mil'mo tipll1po.
Lihr.is d, todo ouidlldo unduvieron río abajo
con marcha más rápiùa que la dol agua: tan grande eru. Sil ansia por ,meant-rar el lugar en quc debían proùigllrse Slls últimas caricias. Ante ellos
no vcían Inas quc la embriaguez de su próxim •.•.
unión, y to(lo sU porvenir, todos los años de vid"
a qtlc re'1uncia ban se fum!íun en aquel solo y fllgaz in-,tante. Lo quo después de él había de venir,
su suieiclio entre las fría!>UgUlls,no era nada pura
ollas, y pensaban en él menos qlle lo que on el día
siguicnte pien,;a un libertino la noche en que le
arruina RU última francacheh.
-l'His flore" van a preeederme -exclamó ella -.
¡\fira qué ajadas tistún ya.
y c-ogiélldola" elf' sU pecho, las tiró al río, can·
tllnùc:
Pero m';. rtukc
-¡Alto!-Wit-ó
'lue e!la es ml alllor hacia ti...
Sali-.
He aquí nucstro
!ficho
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Habian llcgado al camino que desde el pucblo
conducía al río, y junto al cual había un sitio des-
tinado a la carga y descarga de los
bll1'COR.
En él
se hallaba una gran barc(1.zarepleta do heno. Con
repentina inspiración comenzó Suli u. desutoI' las
fuertes amarras que la sujetaban a la oriIlu. Vnn<lhen le agarró del brazo y lo dijo:
-¿Qué vas a hacer? ¿Vamos ahora a robar su
hellO a los labradores?
-Esto será el regalo de boda que nos hagan
-respondió el muehacho-.
Una flotante alcoba y
un leoho como atm no lo ha tenido ningu'na Ilovia.
Además, ya lu encontrarán mañana rio abajo, sin
que nadie sepa cómo ha. podido lIcgar hasta allí.
Mira: ya se mueve.
La barcaza se hallaba a algunos pasos de la ori·
Ila. Sali cogió a Vrenchen en sus brazos y se motió en el agua para llegar a su bordo. Mas la muchacha lo acariciaba micntras con tan agit!ldos
movimientos que, uniéndose su movilidad a la
fuerte corriente del agua, ponía en peligro cI equilibrio del muchacho. En sus alegres juegos intentab? Vrenchcn meter sus manos y su cara en ('I
agua, gritando en tre risas:
-También
yo quiero saber si el agua cstá muy
fríll. ¿Te acuerdas lo heladas que estaban nuestras
manos cuando por vez primera nos las estrccha·
mos? Entonces nos dedicábamos a pescar. Mañana.
Rf'l'Nno.'< nosotros mismos dos peces más en el río.
jY bien gordos y bonitos!
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- ¡Quieto,
diablillo!
-exclamó
S:JJi,Arango
Il quien
cos· de la
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203
·taba mucho trabajo mantenerso en pie, entre su
inquieta novia y la violencia de la corrienk-.
¡Mira que si no no,; arrastrará el río!
P,)r fin izó su dulce carga y subió detrás, eolocándola fln lo alto del aromático cargamento. Uno.
voz arriba soltó la última amarra, y la barcaza fie
fué !lO parando de la orilla. Luego, lentamente, comenzó Elo navegar río abajo, dando vueltas sobre
ai misma,
El rio corría tan pronto a través de ultos yobscuros bosques como por campo abierto; pasaba jUllto
a. Bilonciosas aldeas y aisladas choza.3 y fluía munso y silencioso, semejando un lago, en el que clló'i
se detenía la barcaza, o so apresuraba COli efipumante l'umorentre elevadas rocus, dejando, rápido,
tras de sí las dormidas orillus. Cuando comenzó a
a.manecer surgió ante él una gran'ciudad envuelta
on la blanquecina luz del alba. La. luna, en RU oca·
so y roja como cloro, trazaba El trav6s del río un
a.ncho camino purpúreo, que la barC:3za. cruzó con
lentitud. Corea ya de la ciudad, y 0n el frío am·
biento de la ma.J1ana otoJ1al, resbalaron desde lo
a.lto do la bl1rCaZ9.ùos pálidas figuras quo, fucrtemcnt\l e,bruzuclufi, se sumergieron en las heladas
ondaô.
PO{'.oticlllpo después tropez'l ba la barcaza con
un puente, permaneciendo indemnc, npoyada l~n
uno de los {';;tribos. Cuando más tarde fueron encontrados río ab'ljo los dos cadúvl"res y se supo
su procedencia, pudo It'orso en los periódicos cómo
dos
jóvones, porhijos
de Luis
familias
mi,;erablemente
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arruinadfl"l y que se profesaban odio implaca blp,
habían buscaùo lu muerte en las fllo,"uus,después
ùe haber estado bailando y divirtiéndose toda una
tarde en una fiesta aldeana, E;tu hÜ;toria podía
rolacionar;;e con la llegada a la ciudud de unll barca.za de hl, comarca do los ahogados sin nadie que
la. tripulaso, suponióndoso que lo~ jóvenes se habían llPodcra<io de ella. para celebrar allí su desesperada boda, abandonada. de Dios, siendo el tu]
SUCCS(I
un signo Je la inmor,diùad y violencia <ie
las pnsionE';; en lo~ de~dichHdo,:; tiempo,~ 4Ut' corrían,
FIN
DEL
TO:\IO
{'RIMERO
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INDICE
DEL
TOi\(O PIW\1E:·W
Panera do el gruñón .....
Romeo y Jullct' cnla aldea ..
lG
8!1
1Gi~ 10
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COLECCION
UNIVERSAL
N.os 634 y 635.)
-:GOTTFRIED
- '---
".
\_ ,~
KELLER
de
Seldwyla
NoveLAS
BREVfS
'l'OMO Il
J,a señora Régula Amrain y su hijo menor.
Los tres honrados peineros.-El gato y el
hechicero (fábula).
PrecIo:
Una
peseta
Este Libro Fue Digitalizado por la BibliotecaAlA-ORIn.
Luis Ángel 1922
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Gottfried
Keller.
LOS HOMBRES DE SELDWYLA
TOYO Il
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ES P1WI'lIWA 1>
('opyrip;ht b." ("alpc, ~l¡lllrjll, \922.
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Papel expn';nmolJk
l ••brirado
por LA l'Al'J.;I.ERA E8J>A~OI •.,
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GOTTFRIED
KELLER
L o s hombres
de
Seldwyla
NOVELAS
BREVES
TOl\'IO II
La señora Régula Amrain y su hijo menor.
l,os tres honrados pcineros.-El
gato yel
hechicero (fábula).
L;¡ traducción
del alemán ha sido hecha
por Luis L6pez Ballesteros
y de Torres
1922Ángel Arango del Banco de la
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Talleres
"CRIpe'·
I.arrR, 6 y B,-IIIADUIO
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LA SEÑORA RËG ULA AMRAIN
y SU HIJO MENOR
Régula. Amrain era la mujer de lIn seldwylensc
de¡;ll.parecido de la ciudad algún tiempo de~pllés
de su matrimonio y dueño de una CI!Dtera situada
en 10H c.lrededoreh, cuya explotacién
hahíu dirigido con el mismo Inal resultado con que (n &Jdwyla acostumbraba
a Wlminar tcda CllIECde negociol'. Esta cantera, de la que fCHlcabu una eXcelentc piedra, hubiera dado grandts rendimientos
cn cualquier otro lado; mlls en aqudla ciuclad !-e
solía inaugurar la colección de deudas que ppfllba
sobro c!lda familia por la de lus pi('dras ccp que fe
había ecnstruido lu C!lstt en quc habitaba, y claro c.,; quo con eBta costumbre no censtituía ningÚn ntlgocio la posesi6n de una conteI'll. Mas a.
pCf:Hrdo ello siempre había gente di~pufsta a (n,prendpr .'a explotación de las existcntoi euaDdo
el que las poseía habia llegado fi la ruina, put's consideraLun III cmprfsa cemo un llgn:duble yaJegn:
trllbajo quo daba ocasi6n dc undal' tcdo l'l díu. dl!
un lado l'Ina otro, cha rlando y tru tendo cen todu
el mundo, aunquc de ello no sc saCUTa ningún provecho. De elite modo, las taJe¡; clInterrs parcCÍan
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6
un ann teatro romano tallado "Il It\ I'oca, y ('n cuyo
n"connrio iban "\H:e'díéndm'(' con I'arick?; Jo" dUt,ño" cie ella", expul¡;ándosp HilOS fi otros.
El señor Arnrain, hombre de aHpE'cto irnprort<:II'
te, que lwcl'"ítabn una gruII cantidad de' (-,arl''',
pescado y vino para alim(,lltal"Ec y grandes piezas
de "edil para lo;; (';;tupelldoH chalecos rojoH, u \lI
celestc o a CUllclrosCOllque e\lbría H\llllleho }Jecho,
había comcnzlldo dedicándose a lu fabricueión d"
botones y ptlslín<!osc hora tra;; horll h(,lItado en ,,\I
silla ('n trE'gado u tan monÍltollll. ta n'a. Mas (:\lando ('on los SÎIOS rué cllsanehando
y (-ngordando,
se hartó de aquella vida sedentaria, y ('11 ci !TlO!lW!lto en qnc S\lS gHnallCiHE<le pE'l'llliti('!'on transformar su exterior comprándo:-;l' un gmll chtlleco de
rojo tprciopelo, Hna gl'u{'"a cadent! de oro y Ulla
sortija dc ;;cllo, liquidó el taller dl' botonería y,
(Ill \lila impo ,'tan te rCUl,iÓn de los esp('culadore¡;
seldwylelll';l-s, lldquirió 111 cnntera eiWda. COll ella
,-ncontró Iii vicia activll quc buseuba. Provisto d"
una roja carLo-l'a llena <1('Imp"¡ps y de un bastón ('Il
el cual N:' hallaba señalada COll incrustsleioncs 0('
pIa ta una VII r~ de mpoir, sa lía de pu:"('o hacia la
cant{>t'll cuando hacía huen ti,'mp". Llegado fi t']Jn
tomabll, con el bastón descrito, ]u medidu de lus
pIedra;; sucadal', Ee limpiaba hlE'go Pl s\ldor que
b~ottlbll ell su frente, echaba una mirada al bello
paisaje que desde nllí se l]eseubría, y regrcsaba a
toda. prisa a la ciudad para reulizar ,-n ella ('1 "crdudl'l'o IIcgoeio il que se dedicaba, consistente ell
el cambio de los papeles qu(' lleva ha l'O la curtera,
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(~!Hnl,lU
<1ue v:Jrifi,,¡-¡hll
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lit,,> llgl'nd,,¡J:-l, '" y
fflf'l'fiS
ue
habitacioJles
las mÚltiplt>f' Cl'1'veceríab de Seldwyle. Ent, puel>, como S~, Ve, un Iwrfecto y completo sddwylt'llse, no dejÚndolo tampoco dB ser en
la i/lf;tabilidad de opiniolleb polític¡-tl:;,la cwll COJlf"
titl1Yó el principio dt,!,<upremuturll ruina. En d"l'to, 1111 CRpitalista de ideus consel'vudorllf' hllbía
aportado al negocio tlnH importante
stlmn, en',
yendo con esto ganar para sU callsa un fil~1partidario; mas un día el señor Arorain, en un il taqm·
do Hbsoluta inconscicncia, dcjó ('scapar concepto!'
j;ofip<Jchof.OSde liberalismo, que ¡-tI haecrse públicos y llcgar !I oídos del eow;ervadol' IC' rueil'roll
indi;;nnr;;c muy justamente, dado quP en lllldif' PS
má.'! rl'probablo la vcrsatilidud politiea quP l'Il Ull
hOlobre gl'nnde, gordo y gravc que luce lIJI mllg·
nÍÍÍ<:o chaleco II tf'l'ciopclado. El cncolorizaflo favoI'l'cedor n:tiró f;Udinero de l'l'pente y cUllnJo nadiC'
lo esperaba, obligllndo H Amrain de ('ste modo a
abandonur la cantl'l'!i y echarse a recorrer el !llldIO Jl1lmdo.
Rura vez se vel·á que les vaya milI Il lOf;hombre!'
gordos y dl' mucho pefiO, pues poseen en genprll
el don de saber cuidar su cuerpo y sa tisfacer toda!'
bUS exigcncias,
y los alimento::; nce<:sarioR pltra clio
parecen ::;<:1'
potentemente atraídos por las magnl>·
tiens montDñas de sus barrigas. Así, Arnrain en·
eontró su comida por todos los I<:jllnos países que
fué recorriendo y, si no logró hac<:rfort.una, puclo
corner y bcber en cI (~xtrllnjpro cll8i tlluto y tnIl
b̀'n como en su cafia.
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Pero los ;:;cklwylenses, que ya pensaban cuál de
ellos sería más apto para encargarse temporalmente de la cantera, se vieron sorprendidos y defraudados al enterarse de que la mujer del fugado
Amruin la había reclamado, posesionánd<*e del
negocio con It, aportación de sus bienes dotales
y declarando querer continuarIa de¡;pués de satisfacer, en lo po:;.ible, las redamaciones de ]os acreedores de su m;uido, Esto último lo hizo cuando
supo que Amrain había. trtlf;pasado ya el Atlántico
y no erll probable que volviese con facilidad. Se
intent.ó disuadirla de su idea por todos lORmedias
y hHst.a poncr obstáculos a su l'Ntliza ci6n; mas eJla
se mo:;tró tun dccidiùa yJJevó adelante sus propósitos con tal actividad yacierto, que todo se estrelló ante su firmeza y 1I('g6fi cOllstituirfe en dueña.
absoluta de ]0, e8l1tel'a. Hizo que se trabajase en
eJla intensa. y aplicadamente, bajo las ÓrdelJeS de
un capataz que buscó fuera de Seldwyla, y, por
vez primera, fUlJd6 ll1empresa en una real producción y venta en lugar de en un ficticio cOJnC'rcio.
Esto fllé lo que más molestó Il. los ¡:,ei'iorCi>
feldwylenses, que empr\>ndieron una nueva campaña contra Régula; pero ésta teníll, como mujer y medre
ahorru civa, menos gastos que e1101>
y pudo resistir
todai> lai> tormentas y satisfacer los pago<J que
fWldadamente 1'3 fueron exigidos. Claro es quo
para soste[l('rse It flote tuvo que pelmaneccr día y
noche en la brecha y proceder con gran decisión,
astucia y firl'npl"".
Régula., que no había nacido cn Seld wyJu ni vi·
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vido allí hasta despuoo de RU boda con Arnrain. era
a. arrogante mujer, fresca. y robm;ta, de ob:;cura. y firme mirada y cspléndidofl cabellos negro;.;_
De su matrimonio le quedaban trcs hijos, de diez.
ocho y cinco años, rcspt.'ctivamcnte. a los que eouf'i{eraba dc cuando en cuando con atenta gravedad,
nl'ando si serían mcreeedort'i> del esfuerzo que
lIa. llevaba a cabo parll mantf'ncr en pie su c,lsa,
a.do que eran seldwylcl1Rcs de nacimiento y no
deja.rían jamás de serIo, p.','o corno, al fin y a la
postre, e:ran sus hijos, el arnor propio yel amor de
madre le infundían ánimo, haeiéndola. confiar en
que logmría dirigirIos y encuminarlcs por rumbos
diferentes de 1m, aeo~tumbradoR en Scldwylll,
Sumida en estos ppnsamil'ntos f;e hallaba UIIIl
nochc sentada ala mesa, tl'fl;;la cena, wniendo /lnh:
ella los libros de eontahilid¡¡d y lill montón de fucturas. Los niñosdormíun en ]11 vecina alcoba, cuya
puert.a quedó entornada al salir Sll madre, que, con
una luzen la mano, había l'ntrado a verlo!', pelnlllncciendo algÚn tiempo obS('rVllndo su ~mcño y
contemplando su,; caritas, !--obre todo la del mó;;
peqtld'io. que cra el que !nenos sc le pllrecÜl, El
tal (liminut.o personaje era, en efecto, tan l'uhio
como >;\1 madro morena. y tonía una chata mnicilla, descaradamente remangada, mientras que lu
do Régula era recta y larga, Su boca no era wmpocn fina y de labios apretado" y l'streehof, como
lu de aquélla, sino qne habta durmiendo forrnabll
un saliente hociquito sensual, voluntarioso y terco. Todos estos rasgos eran de su padre y con~tiEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República,Colombia
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tuían precisamente lo qU\~ ell la fbonomia de lIqu6
había gustado rnús a Régula cuundo sc l'nlunor(
de él, y ahora. le "l'gui" enamorando
ell el ro"tre
do !:;uhijo, fi pesar de illspirarle el temo!' dI' que
aquel pare-cicio físico corrf'spondierll una ¡guu I f'e
rnejanza moral. Mm; euando dderminado!:; rusgo'
de un ro"tro nlh hun gustado basUl f'TJUmOral'nI','
no hay hierba mágica que no" lo" ba¡ra olvidar, :
Régula, alegrúndose de habel' perdido de vÜ;t>
a su inútil mH.rido, sentia al mi~Illo tiempo UIl gnlll
contento de qU·3le hubieso dejado en su hijo menor un fiel rotra to de su aspecto físico, quo f·lla no
tie cansaba de l:ontem¡>lar.
En estos pew;allÙfmtos la "or'prendió (·1 capataz
que dirigía los tl'Uuajos en la cantera. Venía fi examinar con Régula cI estado del negocio y tratar
con ella sobre algullo!:; importante!:; usunto:; rderentes 111 mismo, Ern este obn'ro un muchacho guapote y emprendedor, de cuerpo esbelto y vigoroso,
Llevaba una vida urreglada y no carecía de une.
cierta penetraciÓn, que, tmida a lal>cxeelentes cualidades de su rr.aeRtru, le permitían conservar en
buena marcha d negocio, confundiendo las inocentes asechanzas de lo!'; seldwylenseR y hfleiéndolos avergonZ!l l'se de ellas. P('I'O, con todo ello,
era hombre y, por lo tanto, pem;aba en Ri mismo
antes que en nada, yen sus meditaciones había
hallado que lIO cstlirÜ~ mal convertirse en pa trono
.v dueño de la C;lntcra, fundando así un tranquilo
'Yapacible bienestar para los días venideros. Llevado por estos pensamientos Re había. permitido
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iU:.ii11111\l' varias
veces a R¿'gula,
vugnnlt
l'Ite y (:cn
todo n,speto, que pidiese la sepfil'neión legal d.,
llIudelo ausente.
Ella cntendió hi.'n sus indirecta;;; ma;; rLpuglll hl
li su olg(JlIo separon<e de sU maridü
ha('iFndo públiCt's las razones en quo se fundaLu PlI]¡¡ ello y
denigl'llnùo así a un hombre a quien había querido,
habiendo vivido con él y teniendo 1,'.'s hijos suyos.
Su eurj!Ïo por los pegH('!Ïos le prohibía entregar el
mundo de la cusa a un hombn' ,'xtl'Uf¡O a ellos y,
aùornlÍ."', quería poder legar/es cuulldo fucscn }¡¡;mbrt,s Hila herencia que no tuvierHn que pa l'tir ccn
nadie, hCl"Cneia que pen~aba. r('ullil' fi ])£'sl1rd" toOHs Jas dificultades, pam, ul entrpgÚr;>cla. a SlIS
hiju>;, hacerles ver cuán di:;tintos de los de l:lcldwyla eran los usos y costumbres de su región natal. :\funtuvo, pues, 8 raya al joven obrero, sin 10gl'!l.!'COliello mas que empeorar la :;ituación, porque aquél, al darse cuenta de su resistencia y de la
firmeza cie su carúcter, se ('namor6 verdaderamente
de olla, proponiéndose clesde agueI instante eonseguir Sil"; aspiraciones, para lo eual varió de COnducta, y en vez de pretender, como hasta entonces, la !llano de su patrona. y mal-'stra, prescindió
uhoru. ùe este requlliito para ansiar bU saiu persona,
y la seguía a todas partes siempre que podía, lllirándola con ojos resplandecienteR de amor. Esta
transformación
le fué favorable, dado que el VClbC
adorada obliga y doblega mucho más Et 11ll>1pt'\,;;0111\ quP todas illS ventajosas
y J¡ollradas proposiciolle:; matrimoniales.
Aunque' Régulu 110 cambió
};U
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de actitud ni se enamoró de su pretendienw, Je rué
desde luego más difícil fOl rcchazarle sin romper
con él y pelderle, cosas ambas que no deseaba
ella, ¡>lIl'¡;CE.; sabida la afición que tienell Jas mujel'CSa conscl'va.J' los amigos
y partidarios
que 1t:8 son
útiles, cuando ello puede com;eguÍIEC sin grandes
sacrificios.
Al entrar el capataz en la e:;tancia rclucíon SUB
ojos con un brillo desacostumbrodo, debido 8 una
botdJa de buen vino quo había bebido en el curso
do Ulla conferencia celebrada eon unes ne gorientes, en la cual había defendido valiente mente les
intclcses do su ama. Mientras le duba conocimi{nto de lo tratado y hllcía cucntus con cl]a la miró
varias veces a hurtadillas, mostrlÍndose distraído
y excitarlo como el que ¡;e propono llevar a efecto
inmediatamt'llu'
algún ocuJto propósito. Régula
separó Ull poco ¡;U silIa y se puso en guurdia, reprimiendo una fina sonrisa de burla por la repentina decisión cmprcndedora
del joven. MilS éste
la cogió inopinadamcnto de los manos, tratar.de de
atraerla hacia foí,y comenzó a habla!'!c en la mÍfma
media voz con que, a causa de Jas niño", quc dormíall ell la alcoba vecina, habíun mantenido FU
conver~llción ant~'rior. Con ardientes y aposionaùas palabI'H8 le rogó que no d(·jaEe paEar BU vida
en aquella Roledad y abandono y que reflexionaFe
y se cntregufo(, a él, que tan rl'ndidamente
la qucl'fa. Rila no ORaba hact'!' ningún movimiento brusCOni levantar la voz, para 1I0 de~p!'rtar a los pequerias; ma", Hena de enfado, Je conminó en voz
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baja !lo Roltarle las manOE y salir ('n 1'1 acto (Il: la
c!ti;a. Poro él no la RoItó, sino qUI', apretando aún
más Sil'> mano,.. pntre 1m; suyas, le recordó con
apremiantes pa.labras HU juventud y su bt'llezu y
la simpleza quI' constituía. el dejllr (l\!(' /lInha.; cooUR i;Cperdieran "in que nadie, ]li 1'1l11 mislllll. laB
gozara. En los ojos del Cllpataz, brilJ¡lIltes de llHtllci,~ y de alegría de vivir, vió l'lIA, con su mirAda
p;mdrallW, que con aqlwlla pasión spnsuul "ólo
se proponía él dominaria y hal'l'rla cosa bUY".
dando término a BU indopendencia. Con mirada
burlona lo dió a entender quo hahía comprendido
sus inwnciones. micntras procuraba d('SllSirsc produc;endo el menor ruido posible, ('osa a que él
80 opuso desplegAndo
una crccientt' fu(·r7..Hy 1II1
más ticlllo aplemio cn SIlSpalabras. Dc esk modo
luchó Régula un buen rato con el fUOI·tl'muchacho,
sm quo ninguno do lORdos consiguiprH llevar lIdetunte su propósito ni so oyera má,., rUIdo quo el
crujir de la mesa cuando contra l'lia tropl'zablJn y
alguna ahogada cxclamnción o contenido sm;piro.
La honrad!!. mujer se debatía ('ntrc el dcber, represcntado por sus tres hijos, quo dormían l'n la
vecina, alcoba, y los ardientes asaltos de la d('spicl'ta vida. Apena>;; habíu cumplido treinta aíiœ
y, I1bandonllda hacía yu algunos por SlI murido,
sentía aún en su sangrc el fuego de la juyentml, de
manera que no cs cxtrllíio que en Il qut'lla ocusión
llogaso un mOffil'nto en cI qU(~cesó ell SUi; csfu('r7.oR
con un hondo suspiro, pensando si valdría la pl'nu
('1 FWg;lÎl'fiel a I')IlSk¡¡bajos y prÍ\'sciolles o, ",j(rldo
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al fin y u I CHbo lo primero la propia vida, no ~ería
rnás ll".>rtlldo obrAr "OTIlOtooo el TInindo y conce-
der, no al o"ado y audaz importuno, sino II su propia persona,
IICjUCIJO qlW le pl'OpOrCiOl1ilfC alegría
y descanso. Tal era t'n Seldwyla la ccuductll de
casi todas las mujuTs, y así nlHrchabuu las cocas,
sin que nada gra vc flconteciesC'. A] surgir (',.;ta dudt\
l'II sU pensamiento
temblaron sus manos entIc las
del o]m'I'o, q1H) adiviuando lo que en el ánimo de
Régula sucedía multiplicó sus ataques, y huhiera
quizÚ aJeHu7..ndo la victoria u Ix>"ar de los reiterados t'sfuprzo", <If'la V;tlf'rosa mujer si cU uqupl instante no hubic¡·<J.recibido ésta un inespcnIclo HUxilio. Con e>] grito, entre asustado
y coli'rico, df'
fj1\fadre, madre>, ha. e>ntrlldo lill ladrón!.>, se prt"sentó en lfl e,..tancia PI mcnor de ]01' niños, semejante II !ln pcqucíio Han Jorge. Sus dorados rizof.
enmarcaban
la carita, enrojecida por e] sueño, y sus
azulps ojos rcspluncle>cían con una grllciosa cólcra,
mien trai'; qllE' fi li hocilllli to sc COI1 tra ía l'Cil un gesto HnirnOfio y I'csu<:]to. La COl·ta camisita, de nívea bJull<:urll, ondeaba como In. túnica de>un cruzaùo, yen "Wi manitas e>"glirnía el pequcño caballcl'o la ha l'I'a de una cortin¡\, CllYOextremo, provisto dl) IliU gl'llc1óa bola doraùa, dt'jó cacl' sobre
la cabcza del obrt~I'(). Este sc quedó aturdido un
mstant<" rascÉmdoFe> el e>hichón qllP l-I golpC' le
ha bía producido.
Ri'hTU1aenrojeció y slIjetó III
chiquillo, e xcla mar! do:
-¿Qué te pasa, Federico? ¿Ka vt"s quc es Florián
Y qFue
lie Digitalizado
no nos por
ha el'
liada? Luis Ángel Arango del Banco de la
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El mno se echó entonces a !lorar amorgomeIlte,
agnrránrlos£' a. las rodillas de Sil maùre, que lo
tomó en brazos y "alió del cuarto, abandonando
C(ln IIna mal contenida
risa al confuso Florián, el
cual, aunque hubiera dado con gllsto uno. buena
azotaina al intrépido chico, tuvo que poner a ma)
tiempo buena cura y rPtirnrFe ~in decir palabra.
Régulo echó tras él e) <:enojo y volvió 01 comedor
"in soluu alniño, que rodpaba su cuellu con un hrazo, con>;ervundo uÚn en la otro mano la barro de la
cortina con eJ dorado boliche dirigido hacia el suelo. Después de contemplar con un hondo suq>Îl"o
la lindo. carita do su hijo le cubrió de ocsos y, cogielltlo lB l11Z,penetró en la alcoba para ver a los
do>;restant~'s. Estos dOl'mían como marmotas, "in
hobOl'se rlado cuenta de nada, con lo cual demot;traban posecr, a pesar de pareccrFe a su modI'£', Un
espíritu mcnos vivo y despierto que el del pequeJio, que era, en cambio, el retrato fí~ico del padre
y <l'llH'lla noche había demostrudo ser vigilante,
s£'nsiblc y valerŒo, prometiendo Ilcgar a ser como
Régule. se había figUlado a Sil marido CUBIllJOso
enamoró de él. Mientras la madre pensaba en aquel
misterioso juego de la Naturukza,
fin saber si debía ulegrarse de que n<1uelchiquillo, que Ümto ,·e
parecÍfl R su padre, delllustraEe cualidades que ésto
no IlRhía jamás poseído y m(~jor('s que las de lOB
otros dos, que se parecían a ella y tan perezoFa y
dcseuidadamente
dormían en sus enlllaB, metió
a. Federiquín en la suya, lo arropó con cariño y decidit)
todoporsu
cuidadoLuis
y Ángel
esmero
en del
Ill.cducHEste Libro
Fueponer
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ci6n del pequeño San Jorge para. paga.rIe de su temprana. cabnllel'o"idad.
cLos otros dos dormilonps -pens6-,
que también son mis hijos, aunquo no lo parecen por su embotada. sonsibilidad, vicndo ti- éste en el buen camino Ic seguirán por él. Y si no, peor para ellos .•
A la. mañana "iguiente pareció haber olvidado
d niño lo sucedido, y después, ('n los muchos años
que vivió juntüusumadrt',
no volvió ninguno de
los dos a pronunciar palabra quc a ello Sfl refil'iora. Mas Federico eOllliervó do aqu('l incidente
un vivo recuerdo, que no perdió nunca. Recordaba.
perfecta,menro haberse despertado cuando entró
Florián en el comedor, pues a peRal' de su poca
edad tenía. un sueño vigilante y ligero. Después
había aida todas y cada una de las palabras de
la. conversación, que atUlquo no entendía claramente su sentido lo pareció BOspoehosa. y le entró
UD gran desasosiego figurándose que su mudre corría. algún peligro; así 0:-> que on cuanto percihió
el rumor de la. ahogada lucha que en el comedor
>;edesarrollaba se levantó y acudió on auxilio de
Régula. Mas ,quién le cllroñó, al reeonoeer a 1'10rián. que era él {li peligro que amenazaba a su madre? Y ¿quién lc sugirió la fraRe con que, haciendo
ver que lo croía un ladrón, justificaba el golpe que
Ic había propinado? Son éstas cuestiones que entran
en el obscuro mistt>rio de In. intuición infantil.
Su madre cumplió su palahra y cuidó gU educa(~i6n de tal manera que, a pesar de vivir en Seldwyla,
"ipmpre' por
unla Biblioteca
hombre Luis
honrado
y de
lof' de la
Este
Librofué
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pocos que no abandonaron en aquella "iudlld el
camino l'eeto en toda su existencia. Cómo hizo
Ré¡;¡.Ùa para conseguirlo, es cosa difícil de decir,
pues en realidad le educó lo menos posible y su
obr;l consistió casi únicamente en hacer que aquel
jov{'n arbolillo de su misma madera fuera adoptando, al crecer, su misma derecha y recta forma.
LaR personas buenas y honradasencuentI'an
mucho menos trabajo en educar bien a SUB hijos que
aquellas otras de torcida condición moral, las cuales difíoilmente lo logran, como no lograría cnscñar a. leer a un niño un torpe analfabeto. En rea·
lidad su arte educativa consistía en hacer sentir a
su hijo, sin cstropearle oon periudieiales mimos,
euún grande era su cariño por él, despertando así
en eluído, con el agradecimiento, el deseo de com·
placerla lo más posible y obteniendo que siem.
pre que fuese a hacer algo pensase si ello podlía
producir un disgusto a su madre. Sin privarle do
libertad, procuraba que estuviese a su lado eJ
mayor tiempo posible, logrando que se asimilase
su manera de pensar y proceder y que al poco tiempo no lùciera el hijo por su propia voluntad nada.
qUEl no la eomp~aciese. Le llevaba vestido con gran
sencillez, pero siempre pulcramente y hasta con
cierta elegancia, de modo que él se sentia c6modo
y sa.tisf(lcho con sus trajes y no se le daba oca.sión de ocuparse de ellos o enva.neCA"""do BU gusto nn Al vestir ni wmpoco de desear otros mejores.
Pnrecida conducta. observaba Régula con respecto
a las comidas. Complacía en ellas todos los deseos
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Los nOMBRES DERepública,Colombia
SELDWYLA.-T.
II.
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de los tres muchRcho~, cuando eran inocentes y
;>oco costosos, y nadie comía nada de que no tuviesen todos su parte. Mas, a pesar del cuidado y
abundancia que reinaba en la. Casll el' c:;tn cu€stión.
la trataba Régula con ligereza y dn coneederle
importancia ninguna, enseñando do este modo a
Federico a no considerar la. comida. como lo más
importante en este mtmdo ya no empe7..!lra ppnsar, cuando se encontraba sntisCecho, f'n manjares
o vinos extraordinarios.
La extremada
importancia que la gcncra.Iidad de las buenas amas de
Cása concede a. los alimentos y a su preparaeión
culinaria despierta en los niños aquella golosinería y desordenada gula que luego, cuando llegan
a. hombres, se convierte en tendencia a darse buena
vida y a. la prodigalidad. Particularmente
en los
pueblos de raza germana se considera cemo la.
más virtuosa y mejor ama de su casa a aquella
que más ruido mete con sus platos y sartenes ya
la. que jamás sO ve sin algo comestible entre las
manos. No es, pues, maravilla ninguna que los señores germanos sean los mayores comilones de la
tierra. y coloquen toda su Celicidad en una bien proVista y dirigida. cocina, olvidando cuán seetmdario
es el comer cn nuestro rápido paso por la vida.
Régula siguió también e¡;ta marcha con respecto
al dinero, que es otra. de las oosas que los padres
suelen tratar con una torpe veneración. En cuanto
fl1~ posible, dió cuenta. a. su hijo del estado de su
fortuna, eneargándole de vez en cuando de contar
alguna suma ydepof.jtarla luego en el caj6n en que
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guarrlaha el dinero, y en cuanto el niño aprendió
a (:onoct>rel valor de las monedas pu~.o a su disposición una pequeña cantidad, dejándole en libel ted
de gastarIa o aumentarIa
ahorrando. Si ccmctía
alguna simpleza con el dinero o se apcderaba de algunos céntimos que no le correspondían, no se lo
reprochaba como 1m CRpantoióo crimen, sino que
con pOCRSpalabras le hacía ver la ridiculez y mezquindad de su pro.cedel',avergonzándole por su acción, propia de un chiquillo tonto e inconsciente_
Se mostraba en cambio muy severa para tedo ]0
que fuese innoble o desvergonzado en gestos o palabras, faltas en que caía Federico escasas veces;
pcro cuando esto succdía le regañaba dura y severamente, acompañando el sermón con algunc8
fuertes cosCOrrones, que hacían que el muchacho no
olvidase ya nunca su pecado y el castigo rccibido.
En todas las COSBS que hemos señalado se suele scguir por los padres un procedimiento totalmente
opuesto. Si un niño substrae unos céntimos o ~e
apropia un objeto do sus hermanos, los padrCR se
ven asaltados por un extraño temor de quc el hijo
se convierta en un criminal más adelante, cemo
si por experiencia supieran que es de una gran di·
ficultad no llegar Il ser nunca ladrón o estafador.
Lo que de cien casos en noventa y nueve no es
mM que un capricho momentáneo del niño, perturbado en sus inclinaciones por el crecimiento,
se convierte en terrible delito y no se le habla
mas que de la horca y cI presidio, como si el tierno arbolillo no estuviese asegurado, cuando lIeEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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gasea su completa razón, por el propio egoísmo, o
aunque sólo soa por orgullo, de convertirse en un
criminal. En cambio, icon qué suavidad se tra tan
y hasta fomentan en los hijos las pequciía:; manifestaciones de la. envidia, los celos, la vanidad,
la presunción y el t.goísmo! ¡Cuán dificilmente se
da.n cuenta los oducadoreg do una pr(matura inclinación a la. mentira o la hipocresía, mientras
caen con clamores infernales sobre el niño que los
sorprcnde con una infantil fantasía inofen"iva,
gritándole en los oídos el tronituante «¡No mentir!.
y dcjando confuso al pequeño genio imaginativo!
Cuando Fcderico lanzaba. alguna de cstus D1f'ntiras sin consecuencias. Régula no hacia mas que deeirle, mirándole muy asombrada:
-¿Qué es eso, monicaco? ¿Por qué cuentas esas
tontas mentiras? ¡Crccs que puedes engañara los
mayores y burlarte ya de ellos? Déja.te de estupideces y ten cuidado no resultes tú el engañado.
y si la mentire. era. para ocultar a.lguna.falta cometida, le mostraba que no por ello queda.ba ésta
borrada, y:;abía haeerle comprender, con severns,
pero tiernas palabras, que se quedaría otra vez más
tranquilo confesando franca y noblemente su pecado que tratando de ocultarlo mintiendo. No hacía
tampoco la mentira motivo de castigo distinto del
de la falta que con ella se había querido tapar, y
de este modo consiguió en seguida que el muchacho comprendiese lo gin objeto y mezquino que
era el mentir y no volviera a hacerlo, sintiéndose
demasiado
orgullosoporpara
caer en
pecado.
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Ángelbajo
Arango
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En Cfanbio, cuando mostraba la menor inclinación a. atribuirse cualidades que no poseía o exagerar algo en su favor, le reprendía la madre con
duro rpgaño, al que añadia algunos golpœ Ri la.
cosa In había disgustado mucho. También cuando,
viéndole jugar con otros chicos, le sorprendía ni
algwIH trampa que le diese ventajas sobre ellos, If'
castigaba má." que si le hubiese ocultado una gran
falta.
Toda esta. educación costaba apenas tantas palabras como las que aquí se han empleado para
describirla, y se fundaba más en el carácter de la
scñora de Amrain que en un premeditado o estudiado sistema, por lo cual una gran parte de ella
no podrá ser llevada a cabo por personas que no
posean tal carácter, y otra parte, por ejemplo, la
relativa a. los vestidos, la. comida yel dineJo t6mpoco podrá ser puesta. en práctica por la gente
pobre, pues en donde no hay qué comer es muy natural que la comida sc conviclta en la principal
preocupación de todos los instantes, y Jos niños
que hayan sido educados en estas circunstancias
no 1017arán con facilidad dejar de considerar pcsteriormente la. alimentación como cuestión principalísima.
Sobre todo durante la. infan"ia. de] hijo fué muy
pequeño el trabajo educativo de la madre, dado
que, eomo ya hemos dicho, ponia en ello pocas pa·
labras y si el ejemplo do toda su persona, fOTmándolo il. su imagcn y semejanza. y haciéndole ser
uno con cIJa. Si se nos pregwltara
cómo con tal
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22
suavidad
y poco trabajo
slllt ••.
dos, la contestación
~c conseguíali tales renuestru
su'fu que el
H'-
creio consistía en el infinito amor con que Régula
llevaba a cabo su empresa de imprimir su propia
pen:;onalidad en la de su llijo, dejando que se
asimilara. sus instintos y sus principiO!-;mondes.
Mas no tardó (Jn llegar el día en que necesitó
emplear algunos preceptos y vigoro~lls reglas educativas, y esto fué cuando el buen Federico, ya
crecido, se tuvo por acabado do educar; pero su
madre extremó entollces más que nunca su vigilancia, consid(H'ando aquel momento como el decisivo para que su hijo emprendiese un buen o mal
camino. Sólo en cscaSflS oca¡.;ioncs tuvo que intervenir enérgica y ùl'cisivamente contra la joven independencia del muchacho, y siempre lo hizo tan
a tiempo y con tal rapidez, claridad y precisión
que nWlca le falló el efecto que deseaba producir.
Próximo It cumplir los diez y ocho afias, era Federko un guapo muchachito al que sus rubios cabellos y azull's ojos daban tUl agradable aspecto.
Su carácter era ell extremo indcpendiente y una
gran seguridaù de sí mismo ¡;c mostraba en todos
sus acto", nl'spués de haber trabajado en la cantera desde los catorce años, dirigía ahora la explotación con gran a~ierto, y aunque su rostro era
grave o intcligcntB, se mostraba él jovial y nada
presuntuo.~o. Lo que más complacía a la. madre
<a"a. tiU ()uu.liuliU de tratar con toda elBEede gent€!;
sin dejarse influenciar por lllldie ni adquirir nueEste
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del Banco
vOs.usos
costumbres.
Nunca Luis
leÁngel
impidió
y de la
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23
tratar con otros muchachos de Seldwyla cuando
not,aba que se aburría de estar en la casa; mas,
siempre atenta y vigilante, observó con gusto que
,'n la Illane'ra de ser de los jóvenes Reldwylen<Ts
no hallaba su hijo grandes atractivos, no agrcgúndosc nunca a ninguna pandilla, sino tratando con
todos cuando quería mawr un poco el tiempo y
II.bandoIlándolos ell cuanto no hallaba distracción
entro ellos. También la satisfizo el ver que I10 sc
mostraba roñoso ni cicatero y que en las reunio.
I1CSsabía convidar a una botella de buen vino
sin que de elJo resultase para él ningún daño, y que,
aùemlÍS, nunca sc logró compliearle en ningún negocio sospechoso o embrollado, a pefar de tratar
con todos y comerciar en todas partf's, l:<abitndo
siempre huir de todo asunto poco claro, fin ser por
esto desconfiado ni escamón. Tenía además conciencia dc s u valor personal, siu ser altanero, ~'sabía defendcrse cuando era nccl'sario. Régula ::;e
alegraba de ver todo ŒtO, pensando que tal era
el buen camino y que su hijo no era nada tonto.
Por entonces observó que Federico empezó It
ruborizarso cuando se encontraba con alguna muchacha guapa y que hasta It las feas las consideraba atentamente
con mirada crítica, turbándose
cuando entraba ell su casa algwl!i mujer ya hecha,
porn bonita, llena y alegre, mil n tras que a hurtadillas sc la comía con los oios. De e8tos trn; signos dcdujo la madre' dos cosas: primf'ra, que tedavía~e conservaba puro, y segunda, que si exi};tía
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para
algÚn peligro
en vagabunde/l.r por el anRepública,Colombia
"1
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24
cha camino de la ciudad, este peligro podía provenir tan s6lo de las alegres damas de Seldwyla, y
en seguida so dijo a sí misma: «¡Ya sé lo que tú
buscas en la ciudad, bribonzuclo!t
Las bellas de Scldwyla no eran peores que sus
maridos, y cuando habían pasado cl tiempo de
su alegre juventud daban término a sus locuras,
para conservar algo que aquéllos hubieran también despilfarrado. ~Ias como a sus maridos les
gustaba divertirsc, no qucrían ellas qu€dal'Ee a trá"
mientras su posición se lo permitiera, y ya se
sabe que en el bello scxo todos los cxtravíos y
ligcrezas van a parar siempre a un mismo fin:
a aquella vieja historia que tantas consecuencias
trae consigo para la dicha o la desgracia de los
hombres que le sirven de cómplices. Respecto a
esta cuestión también se pasaba en Seldwyia más
alegremente que en otros sitios.
Estandoasíla
señora de Amrain, con sus negros
ojos muy abiertos, esperando con indignado temor cuándo y cómo se intentaría corromper a su
hijo, se le presentó una ocasión de intervenir con
su autoridad materna. En el Ayuntamiento de
la ciudad se celebraba una fiesta con motivo de
la boda de dos jóvenes pertenecicntes al grupo más
'ruidoso y alegre de los que por entonces llevaban
la voz cantante en Seldwyla. Como en otros lugares de Suiza, exist a allí la costumbre de que en
los bailes y banquetes que se cclebraban d"spués
de une. boda hubiese dos clases de invitados. Una,
la de los que realmente lo estaban a dichos fes-
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tejos, y otra, 111 de sus amigos o parienteR qUI' iban
a vcrlos al lugar de la fiesta, llevando l'('galos jo.
COSOR con toda close de bramas y versos alusivos.
Para este fin se vestían con los más divertidos disfraces. en consonancia con los regalos de qUI' erUD
portadores, y enmascarados entroban (n ]B l'ala
del bHIlC[UI'te,situándose cada uno detrás de la
silla de su amigo o pariente y haciéndole entrega
de su obsequio después dI' pronunciar lU1 discUJ'l'O
de circunstancias. Federico Arnrain se había propuesto en esta ocasión lleVAr algunos regalos a
lI11aPl'imita suya, y la madre no había tenido nada
que objlltar, dado que la muchacha era todavía
muy joven y muy formal y modosita. Mas lo que
atraía a Fcderico no era tanto su prima como un
obscuro deseo de mezclarse por una vez COlllas
alegres comadres de Seldwyla., cuya a]egríll cUllndo se hallaban juntas varias de ellas ]e hobía
sido agradablemente descrita repetidas veces. No
se había decidido a escoger disfraz ninguno para
penetrar en la fiesta, y hasta que llegó el momento
de ir no resolvió, siguiendo el consejo de algunos
conocidos, vestirsc de mujer. Régula había salido
cuando llegó él corriendo fi RUcasa con tal alegre
propósito y lo puso en 8cguida en práctica. Sin suponer que hacía nada malo, atacó el armario ropero de su madrc y 10 revolvió todo, ayudado con
gran regocijo por]a criatla. hasta encontrar yapropiarse las mejores y más elegantes ropas. Sc puso
el vestido mejor y más bonito de su madre, aquel
quo ella sacaba. solamente en Jas fiestas más Eefia·
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ladas, y escogió, abriendo diverH1Heajml, el más lujoso cucllo de encaje y lazos, cintas y dlmá¡, adornos. Como complemento se colgó al cuello un eoHar
y, a medio arreglar, corrió en busca de sus amigos,
que entretanto habían también Vfstido sus disfrllces. Allí completaron el de }'ederico, entre alegres
flsas, las dos hermanas dl' uno de sus compañeros,
rizando prcciosampntt' su rubia cabellera en un
distinguido peinado y adornándole con el correspondiente Heno levantado, propio de su femenina
condición momentánea. Estando aHí 8rmtado, dcjando que IllS a t.revidas muchachus cumplieran
con :;u cometido, enrojeció una vez tras otra, yel
coraz6n le latía apresw'ado ante la perspectiva de
los placeres que se prometía, mientras que su
conciencia empez6 a dar señales de vida murmurándole por lo bajo que aquello que estaba haciendo
no era qtúzá tall inoccntc () inofensivo como creía.
Cuando, de8pués, se dirigió con sus compañcros
hacia el AYlmtamiento, lIcvando en la mano un
cestito con 108 rcgalos, iba con los ojos fijos en el
t;ueloy tan avergonzado y confuso como Ulla verdadera muchacha, de manera que al aparecer pn
el festejo nupcial obtuvo un completo éxito, sobrf'
todo con las mujeres allí reunidas.
Entretanto
había regresado su madre li Cllsa,
viendo su armario ropero tl.bierto y el saqueo verificado en todos los estuches y Clljlls que en 61
guardaba. Cuando se enteró bien del objeto de
aquella -revoluci6n y de que el hijo que constituía
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toda su eRperanzll había
salido Il la calle vestido
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con BUS trajes, y preciHunrnte con los Dll'jOl'(~¡;,
tuvo unos momentos dc cólera; pero luego cayó on
una inqllietud aÚn m!Í~ grande, pucs uada le pal'ecb má..~ propio para haecr entra r a tUl jovon en la
vida, dCRordcnuda que cI asisti¡' vestido de mujcr
a una. boda de Seldwyla. E,:;ta preocupación le
impidió tOCR1'
a la cena, que tenía a plinto, y dlu'unte unl\, hora anduvo de un laùo para otro con la
mayor zozobrn, sin saber cómo arrancar a su hijo
de los peligros que le amenazaban. Le repugnuba
hacerle llamar inmediatamente,
CORaque no dejaría de avorgonzarle, temicndo ademlÍs, no sin
ra7.ón, que los demás le detuviesen o que él IlO
obcrleeiera )lor voluntad propia. Y sin embargo
sabía muy bien que aquella sola noche podía ser
docisi va para él, empujándole por el mal camino.
Por último, como no podía estar tranquila sin buscar algún remedio, decidió ir por sí misma u buscarlo, ya que podía, 8in que il nadie chocase, aparecer en los festejos y permanecer en ellos un rato.
S~ cambió rápídamenh, de ropa, escogiendo mi
traje lm poco mejor que el que a diario llevaba,
pero no muy de fiesta, para no domostrar una excesiva p-ollsidcración a la alegre sociedad, y se dirigió hacia el AJ'lmtamiento, acompafiada sólo
de lUla criada, que iba ante ella alumbrando el
camino con una pequeña linterna. Entró primero
en la sala do] banquetc; pero éste y la diversión
de la entrega de regalos habían terminado ya y los
portadores de ellos se habían quitado Ims disfrncf's,
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Fue Digitalizadocon
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Biblioteca
Ángel Arango
Banco de la
mezcJándo¡;o
los
demú"Luis
invitados,
nodelquedando
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en el salón mas que algunos señores que bebían
o jugaban a las cartas. Prosiguiendo sus pesquisas
subió por una escalera que conducía o.une. antigua
galería desde la cual se dominaba el salón de baile.
Esta galería estaba llena de la gentecilla que no
pertenecía a la crema seldwylense, y a la que se
permitía presenciar la fiesta como a los habitantes de una capital Jas bodas de su príncipe.
Régula podía, por lo tanto. observar dC!ide a.1lí
sin ser vista todo lo que pasaba en el ba.ile, el cual
transcurría con bastante animación y cuyo ridículo ceremonial etiquetero encubría en parte la general sensualidad voluptuosa. Por nada del mundo
hubi<'ran infringido los seldwylenses las reglas de
la. etiqueta en aquel baile, pues profesaban firme·
mente el proverbio de ~Cada cosa a su tiempo», y
si con poco trabajo podían ofrecerse el espectácu.
lo do un baile, ensu concepto, noble y distinguido,
¿por qué habían de permitir que no resultam así?
Federico Amrain no estaba al parecer entre lOB
bailarines, pues cuanto más le buscaban Jos ojos
de su madre mellOS Je veían. Y cuanto menos Je
veían más deseos teníall de hallarJe, ya no EóJOpor
tranquilizarse, sino para ver realmente cómo EC
comportaba y si, en su tontería, no había añadido
a su ligereza el ridículo de estar todavía vagando
por sabe Dios dónde como una desenfadada mujerzuela vestida descuidadamente. En EUSinvestigaciones llegó a. un corredor lateral de la galería,
que terminaba en una. ventana cubierta con una
cortina, ventana que daba a un pequeño cuarto de
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estilo g6tICo que sc utilizaba para las pequcñlJS
reuniones do los concejales. Alzando un poco la.
cortina y mirando al interior, iluminado débil·
mente por unas antiguas arañas, vió una. reducida
n'.unión que parecía conver>õarallí tranquila yalegremente. Cuando hubo mirado con detención reconoció a siete u ocho mujeres casadas a cuyos maridos había visto, al entrar en el comedor, jugando
a un tanto muy elevado. Estas mujcrcl:>establtn
sentadas formando un estrecho semicírculo y tenian ante ellas otros tantos jóvenes, que 1es hacían
la corte. Entre ellos tampoco se hallaba Federico,
y su madre se alcgró mucho de no encontraria
alJí,pu('s aquellas señoras no eran para desvanecer
sus temores, dado que, cuando las fué mirtmdo una
pOI' una, vió que todas ella.s eran jóvenes y muy
peligl'osas, cada. cual por su estilo, gozando todas
en la ciudad de una fama, si no mala, por lo ml'nos
algo misteriosa, lo cual, dada la general toleraIIcia reinante, era. ya asaz intranquilizador.
Allí se
halla.ba. la. nada fea Lucía. Anderan, a cuya vista
se st'ntía. uno seducido, sin saber a punto fijo en
qué consistía su atractivo. Sabía ésta mirar dUrante lUi 8cgundo con los ajas entornados a todoo lOB
jóvenes, uno tras otro, de una manera tan voluptuo,",a.que encendía en sus corazones la chispa de
un deseo lleno de esperanzas. Mas luego, con pública ostentación, dejaba cruelmente cluulqucnd08
a diez de ellos para con mayor impunidad y repo"o hacp-r fp-liz a) onceno en una hora 6cgw'a.
Más allá. estaba la apasionada Julia Haider, que
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&Cariciaba con afán a. su marido ante el mayor nú.
mero posible do testigos y, mostrándose ardientemente cclœa. le Ilcusaba a cada momento de infidelidad, hasta que llegaba alguno que envidiaba
la. sucrte del inscru;ible marido y dc~eaba participar do aquella inmoderada pasión. Triste y si·
lenciosa, se hallaba allí también Emelina Acker.
stein, que ora una mártir a. quien su marido maltra.
ta.ba porque no sabía hacer nada y descuidaba el
gobierno de la. casa. Su aspecto era pálido y do.
liente y siempre estaba. pronta a. caer en los brazos de aquel que quisiese conso]arla. A su lado estaba]a porversa Luisa Aufdermauer, que no cesaba
de inventar chismes y producir disgustos, hosta
que uno de los calumniados, lleno de indignación,
la. ponia. en un aprieto solicitundo una. entrevista.
a. solas para. poner lus cosas en claro y tcmuba (n
dicha. entrevista. su venganza. Además de éstas
había. dos o tres otras avispadas criaturas que, sin
que se pudiera precisar nada sobre ellas, hacían
sencillamente todo lo que les venia en ganss, eemo,
por ejemplo, la. silenciosa. Teresa Gut, que exteriormente aparecía. llena de una gran indiferencia
por todo, no miraba a derecha ni izquielda, no
se metia con nadie y apenas respondía cuando Fe
le habla.ba., pero que cuando por casualidad Ee veía
envuelta en una alegre aventUra. Ee echaba inesperadamente
a reir corno una. loca y]o pelmitía
todo. Por Último, estaba allí la. ligerísima Cata]ina. ArnhRg, qUA siempre llevaba sobre si una. gran
ca.ntidad de misteriosas
culpas.
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Ulla vez que se hubo dado cuenta la señora Amrain de la calaña de aquella femenina. reunión, quiso
comenzar Il. dar gracias u Dios de que tampoco He
halll\!'t' allí SH hijo; mUR de pronto descubrió una
n unva figura femenil que hasta en tOtlces no hElbía
visto y que no rcconoci6 en el primer momento, a
pesar de paœcerle haberla visto Elntes de entonces.
Era una mujer alta y arrogante como una amazona, con Ulm cabezu toda rodeada de rubios rizos.
Con airo graciosamente avergonzado y amoroso
se hallaba sentada entre las alegres compañeras,
que la distinguían con toda clase de atenciones.
A la. segunda mirada reconoci6 Régula simultáncamente Il su hijo Y su traje de seda violeta, viendo
lo bien que Jo sentaba y teniendo que reconocer
que se hallaha muy diestra y encantadoramente
arreglado y tocado. :Mas en el mismo instante vió
que su vecina le besaba y que él transmitía. aquel
beso, siguiendo algún juego en el quo se hallaban
entretl:nidos, a la mujcr que a. BU otro lado tenía,
y consider611egadoel momento de hacer s Federico un servicio igual al que él le había hecho siendo un niño de cinco uños.
Bajó, pues, la. escalera sin perder momento y
ontr6 en nl cuarto, saludando modesta y cortésmente a la sorprendida reunión. Todas se levantaron un poco confusas, pues aunque en Seldwyls
se la censuraba y criticaba hasta la. saciedad, no
dejaba de inspirar refipeto en todos 108 lugarES
en que aparecía.. Los hombres la saludaron ccn
sincera consideración, tanto mayor cuanto peol'E'f!.
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eran, y como ninguna de las mujeres quería aparNltar estar mal con la mujer mejor conceptuada
de toda la ciudad, formaron todaR, en cuanto so
repusieron de su sorpresa, un ruidoso COITO ell derredor de ella. El más aturdido era Federico, que
no sabía qué actitud tomar en aquella traza, pucs
su primer temor al ver aparecer a su maùro fué el
hab<jr estropeado el vestido, ya esta causa atribuyó la grave mirada que aquélla le había dirigido.
Aun no habían surgido en su cerebro reflexiones
de otra clase, dado que en la general alegría parecía aquel disfraz cosa acostumbrada y permitida. Después que se hubieron sentado y hubo charlado Régula amablemente con ellos por espacio de
un cuarto de hora, llamó a su hijo y le dijo que
quería irse y que la acompañase hasta su casa. Al
declararse él dispucsto a hacerlo ]0 dijo en voz baja
y ya. con tono severo:
-Si quisiera que me acompañase una mujer hubiera dicho a Margarita, que ha venido conmigo,
que se esperase. Hazme, por lo tanto, e] favor de
correr primero fi casa y poncrte otros vestidos que
te sienten mejor que éstos.
Entonces cayó Federico en que no estaba bien
lo que había hecho. Enrojeció profundamente y
~alió de] Ayuntamiento.
El ruido que la seda
hacía a cada uno de su pasos, e] embarazo que sentía al cnredarse la. falda entre sus piernas y la. mirada. extrañada y recelosa que le echó el vigilante
noctul'no le hicieron darse cuenta de que sus vcstiduras eran en todo impropias de un joven re-
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pulJJil~ano suizo, y no Rf' explicaba eómo con t'lIa::;
había podido aquella noche mirar a nadie cara a
cara. Al llegar a su easa, cstlÍmlose cambiando de
traje, p.'nsó que en aquel momcnto se hallaba BU
f1\adr,~en la fiesta entrc todas aquellas gentes, y
esta idea ;e causó de rcpent() tanto eufado y tanta inquietud que so mó toda la prisa posible para
volver y sacaria de aquellos lugares, creyendo
Ild(~más prestar con ello un gran servicio a su honra
y hacerse perdonar sws anteriores faltaR. La seña.
l'a de Amrain f:;C despidió de la reunión y, grave
y 8ilenciosa, marchó hacia su casa al lado de su
hijo. Cuando llegaron se sentó suspirando en su
sitio acostumbrado y calló durante un buen rato.
Despué" se levantó, cogió su vestido del seda, que
tJ::;taba ~obre una silla, y lo hizo l)('dazos, (~xcla.
mando:
-PUl~dcs tiraria. Yo no he de volver Il pontirmelo nunca.
-¡.Por
qu6?-preguntó
Federicu, asombrado
e intimidado de nuevo.
-¿Cómo
podría yo-respondió
ella-punermt>
un traj() con el cual ha estado mi hijo 8entado entre
mujeres disolutas, parecido a una de ellas?
y rompiendo a llorar, mandó a su hijo a aeostal'8e.
-¡Oh!-dijo
éste al irse-o No creo que la COl-'1Io
sea para tanto.
)1:a8 no puùo concilior el sueño, excitado por la
iùea de 108 interrumpidos placeres y por las pulabras df1 su madre. Tuvo, pues, tipmpo de rcfleEste LibroI.os
Fue l'O!llBRES
Digitalizado
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nt:por
~ELDWYL.i.-T.II.
3 de la
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xionllr sobre lo sucedido, y acabó por hallar que
su madre tenía en cierto modo razón, pero tan
s610 porque también óJ despreciaba. a. la. gente en
cuyo trato acababa aquella. noche de complacerse. Esta. explicación le halago ba. en su orgullo
y le impidió ir más allá en sus reflexiones, y s6lo
después que a la mañana siguiente y durante al·
gunos días más vió que su madre seguía triste y
silenciosa se acercó mlÍs al verdadero fondo de ]a
cuestión No volviÓ a. hablarse ni una soja palabro. dcI suceso; pero Federico estaba salvado paro.
siempre, pues ante su madre se avergonzaba más
quc onte todo el resto de las gent<>s.
Durontc algunos meses no surgió motivo para
nuevos cuidados, hasta que un día, en ocasión de
hallarse en la cosa una linda muchacha campesina.
que venía. o. ofrecerse como criada, se ]0. encontr6
Fcdcrico y, después de miraria sin recato, sc acercó a l'lIa ~y, olvidándose de todo, le acarició una
mejilla. No había. acabado de hacerlo cuando se
asustó de su audacia y se marchó a ]a calle. Su
madre se quedó atónita, y ]a muchacha, llella de
rubor y de disgusto, sc volvió hacia la puerta. para
marcharsc dc aquella casa sin siquiera decir lo que
a. ella. la había trsído. La señora de Amrain ]a re·
tuvo, y después de a]glma disclL',ión la convenció
de que quedara a su servicio_ Pensó que había.
llegado el momento decisivo en quc ]a situaci6n
tenía que doblarse o romperse y que ya no podía
nOrn;n8l"'8
Rl{uclla
sangro juvenil con d Ú~tnna.
de prohibici6n empleado hasta cntonces. Por lo
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tanto, so acercó a su hijo aquel mismo día mient.l'ag
aquél mcrendaba a la sombra del tupido parral
quc crecía en la parte tra¡:era dc la ca~a, y dCEde
dondEl sc dominaba. cI vallc y se divisaba la 8zul
lejanía en quc habitaban hombrcs distintos d~ los
dc Seldwyla. Echó su brazo por los hombros del
joven y, mirándole cariñof:amentc a los ojos, lc dijo:
-Querido
mío: Continúa aún dos o trcs años
,,;iendo bu(·no y obediente y yo te prometo traerte
de mi pueblo la mujercita más linda y bUtma que
puedas imaginarte.
Federico bajó los ojos enrojeciendo y, todo confuso, respondió cnIurruñado:
- ¿ Quién te ha dicho quc yo quiero tener mujer?
-Debe!; tcnerla-respondió
ella-y,
como te he
dicho, t~mdrlÍs una bicn bonita y bUena. Pero no
la tendrás si no la mereces, pucs yo me guardaré
muy bien de hacct' ]a desgracia de ninguna muchacha. honrada y bien criada.
Con esÜ¡s palabras, besó a su hijo, coso. que no
había hccho desde mucho tiempo antes, y volvió
a. ell tra: en la caSH.
Mas desde aqucl momento un extraño estado de
ánimo so apoderó de él y SllS pensamientos se dirigieron desde- aquella hora hacia una mujer buena. y bonita. como Sll madre se la había descrito,
agradándo/e tanto csta idea. que no volvió fi mirar a ninguna mujer de S",ldwyla. La ternura ('on
que 1;\1 madro le había sngerido tales imaginaciones dió a sus deseos ulla dirección más íntima
y má'!
noble y por
s(' laspntía
halagado
quedelseBanco
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ran pa.ra. él tantas cosas buenas. !\Ias no esperó
los dos años ni la. intervención de su madn', sino
que ll.l poco tiempo comenzó a hacer excursiones
los domingos, visitando en partIcular la tierra na tal
de su madre.. Casi nunca, hast.\ aquel tiempo, ha bia.
estado en ella., por lo cunl fué recibido con tanta
mayor ama.bilidad entre los amigos y pnrient<,s de
Régllla, que encontraron mucho agrado en la persOlla y Ln] to de I apuesto joven, eOIl,<:;iderÍlndole
además como Ulla pxtr-arla maravilla, por ser un seld·
wylense bien l'ncaminado, honrado y nada presuntuoso. Llegó a ser muy conocido en aquellos parajes, eo~a. que la. madre snpo y dejó que suceùiera;
pero lo que no sospechó es que mucho untes de que
ella. llegara u snponerlo se había echado con toda
forma.lidad unallovia que le había parecido conforma.rse en un todo a la. imagen que su madre le
había trazado do s u futura mujer. Cuando lo supo
la señoril. de ..\mrain empezó a indagar, llena de inquietudes, quién pudiera ser, y con gran asombro
encontró que su hijo había acertado por completo
y que sólo podía alabar su gusto y elección, así
como la pura fidelidad y satisíecha alegría con
que amaba el muchacho a la novia que había escogido. Quedó, pues, Régula tranquila y dispensada en esta cuestión ùe mantener su fél'Ula sobre
el hijo o inventar sutiles astucias que lo mantuviesen en el camino rccto.
:'\fas apenas ¡.;ehabía salnlùo este c8collo surgió
otro que amenazaba. ser aún más peligroso, dando
a Régulo.
nuevaporocasión
deLuis
demostrar
sudelinteEste
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lip;en,~il1 y habilidad. Había lll'gado el til'mpo PU
que Federico comenzó a ocuparse ùe política, vif>ndose impelido por ello, mtis quo untes por otra
ninglll1l~ l'OSa, Il frecuentur la socicdtld d.- HUHconciwla<lanos. Era el muchacho
un apaSiOll!\(lo liberni, t!lnto por ser esto lo propio de "11 juventud,
in teligenria y npseo dp. cumplir con toùo" sus debprcs ciudadanos, como por ky hereditaria,
pllCS
aunque una observación muy superfic:al nos hici,-rc. Cl'cer que la :-<cñornde .Amrain pOfl'Ía opinionl'S aristoCl'áticH:-< porque se veíu obligada Il dt spreciar a la mayoría de la gentp entre la que yj.
v¡'¡, cr,l l'Il ollt!. mú" fuerte que l'SC dcspn'cio el
nobl\~ :r (levado respeto a la pprsomdidad de los
d•.mú.s, qno constituye
la ('>-Nlcia dl' I libcralisrllo.
El hOlllb,'c lilwral confía en UIl po, ib!e [)('rft-eeioHllmi"I,to del mundo y dp. ¡.:u propio ,·spírit1.l y
sabe dd.,nder
virilmente este ideal d•. progl'l so,
mientras que la reacción oel consf'rvudul'i"mot'!'tún
fUl1lludos ('Il la limitación
y III tímidu inmo\'ilidad. COSH"qU(' difícilmente lmc(kn coexistil' con
nin:::-ím scntimipnto viril. Huce mil año~ comcnzó
Ulla époml durHnte la cual nadil' cru t( Ilido por
JJér('(, y perfect.o eabHllero f'i 110era a lu pHI' un píadoso cristiano, pups t'Il 1'1 cristi8I1i~mo rn-idía ('nton,,!?s lu esperanzlJ de un pCl'feeeionarnil nto dI'
In. Humanidad.
HoycIl día puede decil',,(' qu(', por
lllUY valientp. y resuelto que se 8.('8, no H' st'rlÍ.
nunca un hombre completo sí no se es al mismo
til'nlpo liberal. La señora Régula, dt'spués de ha1>:>1'-.'l'quivoelHlo r(,spp('·to t!. lus cualidades de FU
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marido ha.bíacxtrcmado sus exigencias con ref"pfC-ta a las virtudes masculinas y no podía dejar de
incluit· entre ellas al liberalismo. Cicrto es que
cuando Amrain la había pretendido hacía él gala
de un juvenil r<1dic<llismo,del que presumía de
la mh;ma manera que lli1 aprendiz con su primer
reloj d:) plata, pero que, como so demostró má.s tarde, no era sino puramente superficial.
Apc1l'te de estas razones degusto influía en las
opiniones dn R.6gl!1a. el haber na.cido en un lugar
en el qU3 d')sd~ época inm"morie.l era liboral todo
el mundo, y que en el transcurso del tiempo se
h!l.bía señalado como un re;;uelto. tmórgico y consecu~nte nido do ci udadlinía, dc tal modo que
cu~ndo corría la voz de que 8US hJ.bitantes habían
dicho o h:Jcho esto o aquello arrastraban
tras de
sí a toda una eom'\rca, ejerciendo con tal empuje
una gran in[[uoncia polít.ica. Por lo tanto, cuando
tenía Régula que fijar su opinión sobre algÚn probleln t ci:) oste género no escuchaba lo que se decía
en Soldwyla, sino lo que opinaban en su lugar natal, y según ello orientaba su pensamiento.
Eran 'ls t 1S r,lzonos suficien tes para que Federico fu ~rl1 un buen liboral sin haber hecho grandes estudios >;obre Dclrecho público. Pero lo que
constituía un irunediato peligro para un juvenil l'ntusia;¡ta que vive en unll. nación donde l'sm permitida la libre expresión do todas las opiniones po.
lítica.., era. el poder convertirse en lli1 agitador pro.
-:e",,¡oual,peligro más grande en Seldwyln, cuyos
i1abitant{)s
tomar
con másLuis
ardor
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tiono~ que en otros lugares suizos, t'Il que se acostumbra Il tl'atarIaR y di.-cutirIm; con toda calma,
amplitud y comodidad en los agradabh's locales de
las tabcrnas o cervecerías, sin que de estas cOllferencias salga nunca ni.nguna dcci"iÓn activu, Si
bicn se n:ira, y procurando pcnetrar hasta el fondo
de laR cosas, también esta última manera de procoder suponc un cquivocado concepto de la política, pues no es dichu apacible y tranquila degustación dc un vaso dc buen vino o rub:a ccrvcza
lo quo debo llevar a los ciudadanos a ocuparse dn
los asuntos público;.;, sino precisamente, al contrario, es el recto ejercieio ue los derechos políticos
lo que le>;procura la paz neccsaria para dedica!,"o
a tranquilos placcres. No era aquel peligro que anh's
hemos señalado cI que má;.; podía ttmenazar a Federico, pucs estaba yu muy acostumbrado al orden y al trabajo y, ademá'l, no le atraía gran
cosa ninguno do los usos y costumbrcs seldwylcn.
ses; pero si en cambio podía correr el de Ilegal' a
ser uno ùe esos ociosos charlatancs que dicen con·
tinuanwnte la misma cosa, llenos de placcl' nI cs·
euchaI' sus propios discursos, defecto al que nuda
inducc tanto en la edud juvenil como lu admiraoión olltll<;iáRtica por principios y opi.niones qUf>,
siendo de utilidad común y conducontes al bien
general, pueden exponersc fogosamente cn todas
partes sb t'eca tarse dc nada ni dc nadic.
Mas cuando comenzó Federico a hablar día y
noche de política, dándole vueltas sin cesar a una
cosa y u por
adoptar
aquella
infantil
conducta
Este mi.;;ma
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consi.,tente en aturdirse a sí mismo con ciegas
afirmaciolles y obrar como si las cosas fuesen cnales se desea y se afirma, le interrumpió su madr('
en medio de una. ardiente perorata y le dijo:
-¿Qué significa ese continuo charla/' liobre política? N o tengo ganas de oirlo por más tiempo. Si
no puedes call1lrte vete a la calle o a la taberna.
Aquí en caSI' n o quiero estar oyendo a todas horas
ese inútil ruiùo.
Estas palubJ'us fueron prollullcilHlas muy Il punto. Fl)derico enmudeció, sorprl'ndido en la mitad
de ",u di.,curso. y TIO ;;upo qué contestar. Salió dI'
su casa, y reflexionando ac('rca de lo sllccdido
comenzó a avergonzarse de tal manera que media
hor'a dcspué,; se hallaha rojo ll/lsta la coronilla y
clll'ado de sil clmrlatanel'íu, acostumbrándose
en
adelante a ocuparse cIe política con menos palabras y más ideas: tanta imprpsión le había hecho
el oír a unu. boca femenina cnlificarlc de hablndor
y político de café.
Conseguido esto. se mOstrÓ COTI tanta mayor fucrza el peli¡p:o contrario, o sea el de capr en er/'or por
actividad política equivocadamente
dirigida. Si
los seldwylem;es se mostraball muy versátih-s en
sus opiniones. permanecían en cambio invariables
en la costumbre de tornar parte l'II todas las revucltns politicas de los cantones vecinos, ycn cuanto so trlltab¡l ('n alguno de ellos de derrocar el régimen vigente. atemorizar a ulla débil mayoría
o atacar eon (as arlYlw;en la. malla Il una tt'staruda
minoría que se resistía a doblegarse se formaba
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siempre ell Scldwyln, fuesen cuales ftl£,F('n las
¡dl-as qm' se tnl tuS(- de defender o comblt tir, un
pelotón de gent£' lIrmUÙIl'que se dirigía hacia el
lugar d•. l.t rcvuelta, unas veces por 111 noche,entre
la. nif'hlwypor ocultos senderos, y otras a plcnllluz
del díu y por la carrekrfl, 8£'gím v('nt€nran o no peligro ell su camino. Hacían csto porque nada les
parecíll t,Rn regocijante
como vagar en bu{'nos
ditls por lo,; CAmpos unos sesenta o setenta compaiieros bien armados con t'scopetas y provi¡;tos de
gl'l1PSlISy anwnuzudoras
balas el£' pIorno y de aL"góntc"I' Harines, destinados estos últimos Il elllrf'e
ùut·na "idp. en leiS posadas Cll qUi' £'lltrahun, y (-n
las qllll con grRn barullo y vaso ('Il mllno brindabull
pür illWVUS mnpr£'Sl-\S guerrf>raf;. Y como 10 Je¡ruI
y lo a')asionnelo, 10 social y lo iustintivo, la instituído y lo revo!1l('iOIllnio son factorcs que unidos sostienenl"
\"ida y la hacen progresar, 110lwbía
que oponer nada u sl1 conducta y sí s610 r£'COllwnùarl,'s (]uidlldo COll lo qlle' con ella podian oC[l:-;ionar. l\b,~ Cil lo que de continuo veían los seJàwyleus •." "11J'IlI,ticlllar InuJa estrella era en que fn todHs es tUl"expcdiciones llega ban Ri£'mpl'c dernll"iudo
templ'Il1l0 o d£'muf;iado tardc ya sitio diRtinto dc
I1qU£'ll'l1 quI' tenia lllgar lu re'vuelta: de man£'ra
que l!Unel\ conRegulan pon('rs£' li tiro con los cmltl'arios, !lO gastando 'li una sola de RUs rnortíferas
mUlIieiollf'S, H nlcnos que en f;Uretorno hacia Seldwyla, y después de rnllchu" COIl.'mltHRy fl'('cucnh':-i
libaeiol1!'s, disparasen por gusto algunos cartuchos
alairE'. Pl'ro ('sto II'S ba>;tnba, pucs en cierto modo
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habían tomado parte en la cuestión y por toda la.
comarca se decía quo los seldwylenses habían salido arrogantemente, formando un pelotón de hombres valientes, todos con sus escopetas al hombro
y ,.;u reloj de oro en el bobillo.
Cuando por vez primera oyó Federico Amrain
hablar de una de estas expediciones, siendo ya lo
suficientemente crecido para tomar parte en ella,
corrió a su omm con el fin de preparar,,£', pues eru
ya la. hora. de partir y la tropa ostaba a punto do
emprf·nder la marcha. Llegado li >;u cusa se vistió
con Sil mejor tra.jo, cogió dinero bastantl',!;e ciñó
la canana llena de cartuchos y echó mano a su
bil'n cuidado fusil de reglamento, pues pertenecía
a la infantería de la milicia ciudadana en calidad
do disciplinado y valient!' cabo de fila y no penf'aba en presumir COll un arma. costosa cuyo manejo
desconociera, sino en cargar y disparar con afán
su sencillo y poco pesado fu"il en cuanto He prcsentRra. ocasión para ello, yen su alma no teníl\
má" ansioso deseo que ver la. última montaña o
la. última esquina que al Ker pasudas dieran viBta
al odiado enemigo contra. el cual romppr el fuego.
No se llev6 ni el más pequp!Ïo equipaje yapcnas
se despidió de su madre, que en silenoio le contemplaba cntre irritada e inquieta.
-Adiós-le
dijo-o Mañana, o a lo más pasado
mañana. bien temprano, efitaremos de vuelta.
y a.sí marchó, sin darle siquiera lu mano, como ~i
no fuuse mas que a la cantera a vigilar fi Jos trabajl~dores.
Ella lo dej6 marohar sin hacerle objeEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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cIOn o.lg'l1l1ft,pues le repugnaba porwr barreras a
la prinur(1, ex erior·zaei{Jl1 del valor dd llluehlleh(,
ante~ <1" que el tiempo y la.experiencia le hubicr811
aleec:onad{} cn estas cUt'Htionc~. Por lo contrario,
lo vió partir desde la ventana, agradánoolc lo alp·
gre y decidido que marchaba. Pero 110 llegó li aso·
marse, sino que permaneció en mf'dio de la habitación, rnirllEdo d('sdo allí cómo se alejaba. Además,
el'll. dE' c.lrlÍcter
valeroso y no abrigaba muchos
cuidados por su hijo, sobre todo sabil'ndo el fin
quI' to:1as aquellas expediciones de Sl'ldwylll al·
canzaban.
{<',,(brieo llegó, en efecto, a la mañana sigu ente
IllUY kmpl"ano, Y entró casi a escondidas en la
Cllsa, un tanto avergonzado. Estaba cansado de la
tra~m0chada, enfermo del mucho beber y de mal
humOl.'por no haber visto ni hecllO nada. Adí'más
había estropeado su traje nuevo y gllstudo todo su
dinero,
(;uanùo su madre notó todo o:;to y vió que !lO
como los demás, que después <le llegar, la·
cioH y c2.ru-ados, se cambiaban de traje y, cogiendo
nU0VOSfondos, corrían u la tubema para anulizar
y rliscutir la malograda expediciÓn y rep0!l('ITe
del Cllll:oancio de no huber heeho Iluda, sino que
durmió durante WIll hora 'y marchó IUI'go a sus
ocupacioll('s sill decir palabra, se alegró su corazón
y pensó que aquello demostraba por si mhmo lo
que en el interior de su hijo sucedía"
Pasado esto transcurriÓ cerca de medio afio haHta
que se volviÓ a preHflntar ocasi6n de intel·V( nil' (Il
hu<:Ílt
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otra quere lia políticll., y, como es na tunll, los seldwylenses no la desaprovecharon,
organi7.ándo~c
en seguida. una nueva expedición. La empresa consistía en !Iyudar a derrocar al Gobierno dc un cantón vecino, Gobierno que se apoyaba ('n una pc que-ña mayoría de piadosoR y buenoR ea tÓJiccs. l\Ia"
como ó::;tosponían ""n práctica su fervicn te fe y SUiopiniClJ1('spolíticas con igual pl'r,everancia ya pa:;icnamil'n to yen las ('IcccioDl'SFe mantenían en apretada unión dccididos y dispuestos a sostEner sus
dl'l'eehos cnfrente de sus enemigos, éRtcs se llenarOn ùe disgusto e impaciencia y decidiNon demostrar lLaqud\os testarudos imbéeilfs, por mf'dio de
un vigoroso golpe de muno, quién('s cran los verdaderoH IlueÙos Ùl' aquella comarca, derrceando lil
Gobierl)!), plua lo (lual contaban con el apoyo de
numerosos pnrtÜlarios de lORcantoneR vecinos, que
se habían comprometido a ayudarlas cn su ubra,
como si Sp consiguiese cllmbiur el n,ph-itu dc un
pueblo camhiando su GobÏPrno, COHatan lÓgica
como preu.'lIder que UII arenqu" se transfOllnc fIl
"almón con sólo a rrancarle la I'llhezll de un mordi~-
eo y ol'eÏl'k: Hf't¡> h{'(~ho¡>,¡'\ lmón. Lo que realmeD te
,;uce<ll"('Tl 10'; puchl"S l''; toùo lo contrario, l'Hto eH,
quc lu tt"un"fOI-mu<.'iónde sU cspíritu es lo que aClll'l'ca el cambio d" sus instituciones
leguks, que tiencn ql1C renovarse o adaptar¡-c a Ins nuevas ('0rrienÜ's del pensamiento y duran hasta quI' éste
HC ha<.'e viejo .v comienzan
de nuevo a diHcutin,l'
las formas legales a que dió origen.
CUlindo, como de costumbre, se jUlltaron unas
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'''tunta" docenus de seldwylenses paru >;alil'en yuliente pelotón a echar por tierra al vncino Gobierno,
l:'e sintió la >ieñora de Amrain de muy buen humot'
pcnsan(lo en cI chasco quc se iban a llevar los
belicosos charla tarH'Hs:i esperaban que >iUhijo :'e
uniese ('sta vez a ellos, pues, conforme a la experien(·ia de lo hasta entoncf'S ocu1'l'ido, según la cmt!
había bastuuo a Federico una sola lección para enmendar sus errores, sllponiu que no intenturía
llgregarse a nuevas expediciones. :Mas, ¡oh "orpre>ia!,Federico apan~ció inc>iperadumente en su ca~a
mi(,lltras que ella le creía en sus ocupaciones, cepilló >;ufuerw traje de faena y metió en un morral
d copilla con otros útiles de limpieza y alguna ropa.
blanca, eehÚndoselo a la espalda cruzado con la
canana, llena do cartuchos. Luego cogió su fusil y
se dispuso fi salir llevándolo horizontalmente
en
la. mano, dcspués de probar varias vcces el gatillo
con cI pulgar para asegurarse de la tensión del
muelle.
-Esta vez-dijo-ya
procuraremm; que no nos
Huceda lo que la pasada.
y cchó a andar sin que su maùre 1'0 lo impiùiera,
viendo la imposibilidad de retenerlo; tan en !';('rio
>ie notab& que había tomado la <:osa. Al ver'o
partir palideció inquieta durante un momento,
mientrvs, a pesar suyo, se rego ijaba del fÍlme valor de su hijo. La tropa scldwylense volvió al siglúente dia, sin sabcr, como de costumbre, lo qU(o
habia sucedido en el campo de batalla, pues en
cuanto hubieron posado la fi on era obfcrvaron la
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excitación reinante y la cólera que despertaba en
lo;; campesinos el verIas hollar su territorio de
a.quella. belicosa manero, como en tiempos en que
sólo regía el dcrecho del más fuerte. Sin ('mbargo,
no pusieron obstáculo ninguno a su entrada ell
en aquellas t.iernu" contentándose con aploximarse para verias paMr y mirarloR ('on cierta ~o na,
como indicando que ahora. los dejaban ir adelante
todo lo que quisieran, pcro que después. a la hora
de la retirada, sería ella. Esta actitud paleció 8.
los scldwylenses un tanto sospecho~a y decidieron
hacer alto y csperar la. llegada de !cs premetidos
refuerzos a.ntes de seguir adelante. :Mas CCInoéstos
no llegaban y además recibieron noticias de que
la revuelta había terminado een todo éxito, se pusieron on retirada, con la única excepción do Federico Arnrain, quc, testarudo y osado, se separó
de ellos, marchando solitarió a. tra.vés del pais
enemigo, en dirección a ;;u capital. l\:IientraH sus
compañeros bebían y charlaban se habia él dedicado Il inquirir noticias y se había enterado de que
a. unllS horas del si tia en que estaban detenidos podía encontrar 8. un pelotón de muchachos procedente dcl pueblo natal de su madre. Andando de
pri¡;a. y sin temores se dirigió ('fi su busca, logrando
retmirse a ellos sin dificult8d alguna y prosiguiendo
con ellos el camino. P('ro la empresa fracafó. El
vacilan to Gohinno qu(' dll dcrrocar se trataba fe
afirmó grllcil!s a favorables azares, y ('u cuanto
cundió la noticia se reunieron los campesinos y
corrieron hacia Ill. ciudad tanto o más de prbo.
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que llucstros cxpcdicionnrios, ccrrándoles pJ paso,
de mancra que Federico y; us compañeros se hallaron, Antes dp llegar a la capital, entre dos grandt'H musas de enemigos, Y como estaban
<kcididos a batirsc virilmente, comen:r.8l'on en seguida
las ho!;tilidudes. Federico se vió por Vl'Z primera
ante extraños pueblos y campanarios desconocido¡;,
cargando su fusil, hacicndo fuego y volviendo a
cargar sin descansa, mientras IUReampanaR tocaban a rebato en protesta de la auù¡¡z invllRión y
como intérpretes
do la indignación de aquellas
ticrras ofendidas. Aute las primeraR acometidas de
la pequeña guerrilla cedieron algo los campesino!',
pues 1ft gente joven, perteneciente teda al ejérci.
to d(~1cantón, se había endosado su uniforme jlllru
ir a concentrarsc en la capital, y las masas quP ahom se oponían a los atacantes estaban cOllstituíciUH
por ancianos o muchachos aun demasindo jóvcnf'!',
curaR, sacristaues y hasta mujel'($. :l\fas, sin pmbargo, pstrccha ban caùa vez más el círculo en torno
de; los usaltnntes, Y cuando éstos hirieron a algunos
do los hUYOS la cólera Y el dolor quc e;110les produjo
Callvirtió a aquclla obscura masa dc asuRtaùos an·
cianos, curas, Racli~talles Y mujeres, que juntos
cun!;tituíun la llamada milicia ciudadana, en lu
verdadera repre~el1tacién dc la ofendida e indignada comarca, que aJzó sus gritos contra los im:asores, destacándose en el estruendo el tañido de las
campanas, cuyos sanes iban extendiendo la có!C'ra
dc lugar en Jugar. El círculo amenazador se fué
estrechando cada. vez más en torno de los 1'(\,0]\1Este Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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cionarios; algunos t'xpf'rimcntudos y valcro!';of; ancianos se adelantaron poniéndosc a dirigir el comba.te, y cn pocos momentos se encontraron aquéllos prisioneros, entregándose al ver que todo el
país estaba cn contra suya. Cuando se es hecho prisionero en una guerra por el enemigo de la £latria,
ello constituye una desgracia eomo otru cualquiera
y que no duele al cuutivo dc un modo pxtraordinario. 1\Ias ser cogido por los propios eOIllpatriotas
como adversario político que ha usado de ]a violencia para conscguir sus fines, es ]0 más humillante y bochornoso que pueda haber sobre la ticrra. En cnanto fUt'ron desarmados y rodeados por
el pueblo 1I0vieron sobre ()llos toda clase de dictados honoríficoo. Perturbadorcs, guerrilleros, bandidos y bribones fueron los dicterios más suaves que tuvieron que oír. A más de esto eran contemplados por todas partes como animales feroces,
y cuanto mejor aspccto presentaban y mpjol' vestidos ibun, más encolerizados aparecían los labrlldores de que talcs personas Sf) Illetieran en aquellos
jaIcos.
Una vez entregados no les quedaba que hacer
mas que andar o detenersl' donde y cuando se lo
mllndara. el soberano do múltiple!'; cabezas cuyos de.
rechos ha.bían querido trastornar, y que ahora los
ejercía. plenamente sobre las suyas no ahol'l'úndoles golpes ni empujones cuando se mostraban ínsumisos o desobediente!;. Coda Ulla les gritaba tUJa.
cosa que les sirviera de lección en lo sucesivo: q¡:Si
hubierais permanecido en vue"tra!; casas no t{'u·
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dríais ahoril que obedecemos! ¿Quién os ha Hamudo? jQuHrí:li~ gobernarnus, bribollt'::;; ahaI'll s('remus
1l0SOUOS
los que os gobernaremos! ¿Qué os hall dado
por vuestra intervención? ¿Quó soldada os pagan?
¿Dónde ('~,tán vuestro presupuesto
de guerra. y
vuestrol:. generales? ¿Acostumbráis fi salir It camparia como ahora, en "ilencio y sill tlilllborrs ni trompotas? ¿O los habéis mandado fi \"uestro pueblo
para. anunciar
vuestro triunfo? ¿Creíai» que el
aire era p(,or en nuestra tiena que ell la vuestra y
habéis venido a purificaria con hala»? ¿Habéis
desayunado ya. o qurróis un poco de hierba? Mereceríais cornerla, ¿Creísteís que aq"lú no poseíamos un Estado ell orden y que nadll representábamos nosotros NI nuestra tierru, que u"í hubéis
venido H. merodear ]Jor ella "in nllPstro permiso?
¿Qué qlledais CliZal',zorras o conejos? ¡Vayu unos
conj Ill'ados! ¿Y éstos querían con las armas cn
la. mflno quitarnof' nuestro derecho? ¡Ya podéis
dar las gracias li los que os han llamado, por la
buena CCllU que yamo;; a pl'l'pal'aros! Ya veréis
qué buena comidu "p da ('li lluestras cárceles;
por lo pronto, una decidida muyoría de sanas alubias condimentaùas
con la sal ùe lu ley de altu
traición, y luego, cuando lIcvéi.;; algunos nIÏos encClTlJ.dos, se os pcrmitirá, en conmp1l101'IlcÎón de
vuestra gloriosa entrada, luchar <,ontra unü reducida minoría de tocino, pero sicmp¡'(' COllcuidndo
d(' q'le no os haga daño, Un buen paseo es admirable pura la saIl/el r no hay nada qlll' objetar contra
él, sohl'€' todo cuando no se ejen:t-' llingUlw activiEste Libro L»S
Fue Digitalizado
la Biblioteca
1I01lBRliS DEpor
SF.LDWYLA
-T.Luis
II.Ángel Arango del Banco
4 de la
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Colombia
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dad r('gular ni so está fatigado por trabajo alguno;
pero hay que tener cuidado de eómo y por dóndo so
pasea y sahel' que es muy descortés entrar en la
iglesia cubierto ycn una pacífica comarca con la8
armas en la mano. ¿O es que os habéis figuraúo que
no rt'presentáballllOS ningún Estado, pord hecho de
tener religión y amar y respetar a nuestros sacerdotes? Lo hacemos así porque nos da la gana y
porque valemos má.,; que vosotros, que Cf'táis ahí
sin saber qué hacer.»
Estas y otras invectivas resonaban sin cesar
en los oídos de los prisioneros. La. elocuencia de
sus v(mcedores era tanto más inagotable cuanto
que ellos habían ya cometido otras veces o estaban
dispuestos a cometer, siempre que su vigor personal se lo permitiese y se pre~'entase oportunidad
para cllo, la misma extralimitación perturbadora de
quc acœ,aban a sus prisioneros. Nadie exterioriza su indignación con mayor elocuencia que cI ratero a quien roban una alhaja hurte da. por él anteriormente. Los vencidos tenían entrctento
que
aguantarlo todo y procurar no aumenteI' cen alguna provocación les iras dc los que losredeaban,
para no dar motivo a que se los maltrntara tembién
corporalmente. Esto era Jo único que les era dable
hacer, y los más experimentados de elle!" en estes
lides Roportaban el chaparrón cen el mejor humor
po:;:ible, sabiendo que las cOl'a:"no acatarían
t8n
mal como podía imaginan'c jm:gando por la cólera úe los campcsinos.
AlgUl:O de los dCTTotaooR
invasores anotaba mcntalm{'nte la. proencia, (nEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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tre los que los injuria ban, de a 19ún lobraclor quo
había comprado en su tienda una guadaña o una
medida de RPmillas de trébol, dejándoJas a de bcr, y
se prometía eobr8ITe con réditos las dures ir,\'cctivas. Cuando uno de dichos labradorfs fC d6ba
cuenta de ]a mirada quc le dirigía uno de los plisioneros y reconoc·a a su acrador,
no dejaba por
ello de chillar; pero, sin darle importancia a la eOfa,
dirigía sus ojos y sus palabras a otra laclodel grupo
y sc retirllba poco a poco a retaguardia. Los intereses humanos juegan y Ee mezclan de bifn extrañas maneras en tedas las COEas.Federico Amrain
caminaba. abatido y desconEo]ado a nlñs no poder.
Dos o tres de sus compañeros habían muerto en
la refriega y aún fC veían sus cadáveres. Otros
habían sido heridos y el suelo estaba teñido con
su sangre. Su fusil y sus provisiones y dinero lo
habían sido quitados y alredfdor fUYO sólo veia.
caras amenazadoras, y tedo ello le fac6 de EU in·
media.tn y febril agitllci6n. La. excitación producida por el estampido de los disparos y el fragor del
comba te se desvaneció por ccmpIe to en el jonn
revolucionario
cuando de fntre el nmolino de
gen te que los conducía, cn RU centro, surgieron las
autoridudes
y magistrado!', c(IT1fnzar:do la pro·
611icu y fría operación de hacerEe cargo de les pri.
sioneros y tomar sus filio ciones respectivlls. Su E'Stado de ánimo cn estos momentos era semejante
al de un escolar que perdido en bellas imaginacio.
ncs que cree eternos se ve interr\lmpido y casti·
gado por el repulsivo maestro, y, en su dolor al
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encontrar,~e ante la triste rcalidad, cree que todo
se ha perdi,lo y gue es llegado el fin del mllido.
RJCOllOció que u.qucllo:; hombres a. quiollC>shabia
ata.cado con tal entusiasmo es.taban ahora l'n su
dercc>ho de CH.stigarle, pues nada malo le habían
hecho nunca. y, consistiendo su Único pecado en
su~ e"treclns miras política:;, nudie tenía tampoco
por qué inmi:wuir:;n en ello "iolt'll turnen te, y ¡;i lo
hacía, su Única cxcu:-;a era lograr un éxito COIl!pleto, quo, por dosgracia, les había faltado en e¡;ta
ocasión. Los aírlldos rostros de aqul'llos ancianos
y arrugados campesinos, que prolongaban el mayor
tiempo po:>iblcel goce de sU victoriA., surgían ante
sus ojos con una rara claridad y prccÏl;iún. Por todas partcs donde pa"aba hallaba caras ¡HleVaSque
jamn.s había vi.sto, quc no tenía tiempo dI' observar con d(~tenimien to ni miraba, ademú:;, COllgusto,
y que, sin embargo, se le quedaban grabadllS en la
ím~ginación como otros tantos reproches, ofensas
y castigo,;. Cuanto m:i~ so acercaban los pri:"ioneros a la ciudad más aum.:ntaba d gentío que les
daba escolta. L!l ciudad mi."mu se hullabu llena do
campesino:; y ,",oldados, que habían acudido fi agrupar:;c en torno dcl amenazado Gobierno, y los vencidos fueron paseados por ella como señal de victoria. Dói pal·tido de oposi(:ión, que se con.~iderabllo la víspera tan poneroso y organizado cOlao
para poder disputar el poller al Gobierno estabkcido, no HO halló ni rastro. Fellerico:'oe asombró do
que se huhiese podido en'er ••..
acilan te a lin n'gimell
quo demostraba estar hnsado sobrl' tan fuertes
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£wldlll1WntoR,y n unq",' Il' r('pugnll ban a ;'!llas idl'RS
polítiea~ de aquellos qne él consideraba fanático!",
comp:'PIHIi6 que un principio profl'sado al mi~mo
tipmpo por pl pl'n~amicntode mnchos hombres adquien', aunqu(' Rpa absurdo, una fuprza infinita.
POI' fin £twron a posen tado::; lOR pri8ionl'ro~ cn
las torres y cárceles, ocupadas yo por multitud de
invasores de otra>, pueblos, y dc cRte modo se en·
contró encerrado nuestro héroe, quedando Ilsí acla.
rado que no regresarll con los de Sl'ldwyla.
Estos sc vengaron del fracaso dH "'li cxpedición
a tribuyendo a. los victoriosos advprsarios lal-;mÍls
espantosas
y crncks represalias y h~cil'ndo pÚblico quc los quc habían logrado el::capar t¡'nían
la seguridad de que los prisioneroR Rcrían fusila·
dos CI( pl acto. Hubo personaR quc, a pesllr df' que
en gpneral mostraban ser ba¡;tRnte di'ócretas, crc·
ycron a pie juntilJab cn aquella ocasión, y fueron
repitiéndolo por todas partes, que los fana tiv.ados
campcsinos habínn atado pntrl' dOR tablas a algun08 prisionero>;, aS"I'I'ándolo" lupgo por la mitad, y
quc e, otro" lORhabían crucificado.
En cuanto R6guin oyó estAS exngeracionPR y vió
aquelloH df·¡,;nwsurados tt'Il1C)JT~perdió In mitad del
mwdo que prim('ramente
la hahíA. sobrecogido,
PUl;lq la tontería
de] vulgo aminorft y haec inofcnsivn su influenciA sobre los que se ha lIon pnl' <.:1made
su ni,'pl. Si los seldwylensps no hubieran hccho mas
que expreHar el temor de quc los prisioneros fueran
juzgados conforme Il la ley Tnf\rcial y quizá fusi.
lados,
Hégula por
hubiera
permanecido
en del
mortalanEste Libro
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siedud; mils al oír que hllbían sido dcscullrtiza.
dos y vrucificados perdió también t:I miedo a UIl
posible fu.~illllniento. Al cabo de pocos días recibió una brovc carta dol su hijo, en la cual le daba.
cuellta de haIlun<c cncurecIuclo y le rogaba manùase
una cierta cantidad como rescate, a cuya entrega.
spríu puesto ell libertlld. Varios camarudlls se hallaban yu. librl's por este medio, pues el Gobierno
victorioso, que estaba muy mili de fondos, había
cncontrado COll esto un medio de procurarse un
ingreso extt'aordinario, dánrlole, para legalizaria,
el cOllcepto de Inulta como pella por el delito cometiJo. La señora de Aml'ain guardó en su pecho
la carta, complacida en extremo por las noticiaR
quo contenía, y comenzó con todo reposo y sin precipitarse Il reunir la suma nccesaria, de manera
que antes quc pudiera ponprSll en camino habían
transcurrido ya ocho días. Entonces recibió una
segunda carta, que Federico había hallado medio de
enviarlo secretumente, yen la que la conjuraba para
que be diese prisa, pues le era ya insoporta ble verse
en poder de hombros que tanto odiaba. Su hallabtl.n encerrado . , coroo ficras, sin poderse moyer ni
respirar aire puro, y tenían que comer una sopa de
avena o un guisado de judía .. l'n lma gola escudilla ele mR(lol'a pura todos y con cucharas dc palo.
Al leer csm carta sonrió H,ógula y aplazó su viaje
unOs cuantos días más, hasta que, cuando el aprisionado homb,'o di' accIón llevaba ya quince CIl
su encierro, tomó UIl carruaje, eogió el dinero del
Este Libro Fue
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Arango
del Banco
rescate,
l'Ope.
limpia por
y la
unBiblioteca
huen Luis
trajeÁngel
y se
puso
en de la
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camino. Mas al llegar tl. la capitul, fill de su viaje,
se enteró dc que muy pronto iba a gel' concu!ida
una. amnigtía para todos aquellos prisioneros quo
no hubieran sido promotores y cabecilas de lu re·
beliÓn, t!spocialnwnk para los forasteros, pUf S no
sc quería estar alimentando a éstlls sill prov('(;}¡o
alguno, sabrI' todo ya quc no l:;C egperaba que ~(,
reSCl'.tasc a los qUt! aUlI no lo habiun ¡;;ido. Ante
esta noti(;ia p.:'rmaneció aún dos o trf'S días en UI.ll
posada, decidida en todo momento a rt:scatAr fi
su hijo SI no se demostraba cierta la noticio ùe la
amni.,tía o surgía algún peligro pUrEI61, co:,;umuy
difícil, pues dada su juventud no se dehía consi·
derarlo como muy peligroso. Por fin "e publicó
el perdón, ya que por uquolla vez el partido victorioso siguIÓ, por economía, el justo y verdadero
principio de hHlIAr :,;at,isfacción en la sola victoria
y !la en la venganza ni en el castigo. Así, pues,
el despsperado Federico fué puesto en libertBd, y
halló a su madre csperándole a la puertll de la
prisión. R¡',~ula le <lió de comer y beber, le vistió In
ropa que preparada traía y, llevándose el ahorra.
do rescate, salió con 61para l3eldwyla.
Al verse repuestü y limpio al lado ùe su maùre
le preguntó cómo le había dcjado tAnto ti('mpo en
811 eneÎerr0.
Ella 1('.contestó brevemente y, según
él notó, con cierta complacencia, que no había podido rellnir antes el dinero nece!;ario. Mas él sahía muy bien el estado de los negocios y conucía
de dónde y e'J. cuánto tiempo hubiera podido RIIcarse
dejó, pue!';,
que
prospcrnra
Este Libro
Fue¡.;urescate.
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Luis Ángel
Arango
del Banco delala
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evasiva de su madre y vo]yió a interrognrJa sobre
la cuesti6n, l"eplicRndo ella qut' debía dar~e por
contento de haht'l' ganlldo Sill huecr Iludu y:sólo
con WlOSctlall t,,:; d ius más de encierro la Sunlfl. que
representaba >iU libertad; tanto más cuanto que al
mi:smo tipmpo había ÍRnido ocasión de experim('lltal' algo nuevo que quizá le ïupra mur Útil en lo
sucesivo. Segllramen te en su forzada ociosidad tenían que lwbér~cle ocun-ido también a élaquell(ls
pensamieJl tos o
-Lo qlH' veo e:s que me hns dejado encerJ'ado a
propósito todo e~te tipmpo--repu¡.;o Federico, mirlÍndola con fijeza.-o ¿Es <fut' tu outoridnd maternal me condeno ha también a la pri"ión?
Régula respondió echándose a reír fuerte y aleI!;loemcnte,como IllllleR la habiA él vistDo Y cuando
después de esto se quedó él sin saber qué cara poner y al'l'ugando la nariz pn un gesto p{'rplejo,
Sil ffiHdre rió aÚll con má!; ganas y, ahruzándo}(',
1(, dió WI be>;o. X" \'o!vió el hijo él prolJunciHI' PHlabrH, y desde entonces demostI-ó que también ell
>;uencicrro había apr('nùido algo, pues se mantuvo
en adelantp mucho más firme y estrechamente
ducño de sí y no volvió a eaer cn la ten tHeión de
por eeder a un ll'l'eflexivo deseo de acción comcter una. violcncia y pOllcr su persOIlUen peligro para
vergücn7 ..u pl'opla y sin utilidad para naùíco Ko
es que se jurara no volver a tomar parte en ningUl;m revu('lta,
pues no ('5 po.-ibJt> 1'1'{'v('rlos acon·
tecimien tos ni tampoco p1.H'dpnadie ordenar a su
sangre
queDigitalizado
se detenga
cuando Luis
corre
rápida deleBanco
im- de la
Este
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por la Biblioteca
Ángel Arango
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petuo,a. por las venUR; pero sí .RC}¡¡.dh.¡bna cuuÎ<'rto para lo futuro de todo (¡cseo inmotinldo de luchuH y comba tes. E...;ta experiencia <lióel fruto de
que el joven duplicara su actividad y su !l cierto ell
todas los cosas y las en tendiera y lIevn l'a como \ln
hornbl'e 'ya hpcho, C\lando apenas había eumplirlo
los vein te añŒ. Viéndol(' así la señora de Arnrain l,>
casó COlila muchacha a quien él queríH, y ti I cabo
d" \Ill aiio, habiendo tenido un lindo PI'<¡IIl'1iudo,
era Federico un hombre completo, siempre de excelente humor, aun que tan scrio y m('surudo ell los
negocios como alf'gre, riente y satisfccllH ~e mostraba su mujer, la cual se encontraba It maravillo.
cn aqucllo. casa, llevándose muy bi('n con la suegra
a pc·snr de tener un caráct.cr diRt.into a p.lla, es
decir, un buen carácter de otro género,
De este modo parecia ya admirabkmcnte
coronada la obra educa tiva de Régula y asegurado I'I
porvenir de sU casa, dado que también lo;; dos re~tantRs hijos mayores, que no habían salido m\lY
in teligcn teR ni activos, pero f'í del bUl'na pa~tll, hobían ,;eguido mal que bien lus huclhui de Federic(·,
y cuando llegllron a sCl' mayores tuvo su mlldl'<l III
preeo ueión de alejarlos cie SeldwyIll, ponióndolos
en lI}H·(mdi7
..aje en otras ciudades, en las que continuaron ","¡vicndoy ('charon las baf<cs de una tran·
quilt\ exiHœncja, si('ndo hombr('s honrado", aunque
cÓmollos y no de gran actividad, de cuya vida hubo
de"p\lf~',';que contnr tan poca cosa como antes,
Aun tuvo Fedl'rico, EL pcsar (if, s,'r ya todo un
padre
tic familia, que ~er Illeccionaclo por RéguEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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la t'n una cuestión que hubiera, en cambio, preocupado rnuy poco o. madres
do un cuño lnás v\llgar.
Hacía ya ('crea de dos años que Federico se habia
casado, cuando la comarca a quo Seldwyla pl'rtenecía tUYO qlW renovar su superior Consejo directivo, para lo cllal se celcbr'aban eada elIHtroafiof'!
eleecioues, t'n las que se nombraban también las
autoridades administrativas
y juùicialcf>. En las
últimas ekceiones no tenía Ft~derico aún cdad suficiente p'lra emitir su voto, y, pOI' lo tanto, eran
éstas lab primeras en que intervenía. En toda la
comarca reinaba una gran tranquilidad. Lus idcas
contrapucstos
se habían ido aproximando
y los
partido,; habían pordido con el roce sus aspertzas.
En todas partes se trabajaba con aplicación, se
derogaban las ley,)s anticuadas y se hacían otras
nueva", buenas o malas; so construían obras públicas, se procuraba ensayar y ejercitdrse en Ulla.
acertada adminiRtraeión sin innovaeioncs impru.denteR, pero también Rin trahas de tradieión o
precedente, intentándose ocupar a cada uno en el
puesto para el que era apto y qne adminifltrara
fielmente, y, por último, procurando mostrarse
jURto y atento pura con todo el mundo que estuviese guiado por buenas in tenciones y no Ikno de
odios y enemistades. Todo esto Cl'U muy aburrido
para los selùwylenscs, que en tan pacífico dCBcnvol·
'\imiento progrcRivo no encontraban agitación ni
revuelta ninguna de que gozar. Para E'llo" unas
elecciones sin movimiento, relmioneR prcliminare"
en
discursos,
proclamaR,
muniobrus
Este las
Librotabernas,
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5[}
Y maquinltciones
¡;ecrctus
:)' violentos
e inespera-
do.; oambios y crisis no eran tal<3s elecciones, y, por
lo t3.nt'),en
aqu2Ila omulÏón dceidip!'on qlW cra COSH
d,) m~l gu;t~ ocuparse y hasta hublar de ellas; tan·
to má,; CU,lnto qU() por el mOmelllto f;C hallaban todo, TUUy afc.naùo3 cn la funuación por acciones de
una fáhrica de cerveza ysu corrcspondienLc plan
tación d:- lúpulo, pues se bs había ocurrido dc
repcute que una tal fábrica y buellos y amplios
dcspachos
con cómodos salones y terraz!!!" porn expende!' su producto dar'ía una nueva prosperidad
a S.ddwyla, h.1Oiéndola famosa y atrayendo u ella
bu:m núm)l'O dc visitantes. Fedel'ico Arnrnin lIO
tom\b;l. p.nt.n en esta proyecto, mils tampoco se
ocupab,~ mucho de la" cleecionl'::', olvidando el al'·
diente u~se() qUé' tuvo do partioipar en las cdebradas (matro afias antes. Pensaba que yendo todo
tan bien como iba en la comarca no había nect'sidad do ~lCUpa.rg3 de la cosa púhlica y que los cngranajl"il Ul' la máquina política y adlllillistr'ativa
no
80 IJJ.l'ù1'Íun porque ~l dejase de votllT. Le mole;;tJ.bu. ad~m>Í.,enc~rrarse ell la iglesia, qu<~ era donde
so c;Jlebraba la elección, en la sola eornpaJlíu de
algu:1o; an.eiano3, mientrus que fUJrH. h~lcía \lIl día.
espl~lldid(J;
aparte
de que
le parecía
un signo
de
ridículo ii\i.,t"ismo el intûr('SarHe por lus elecciOlw~
de aquel alÏo, que sólo constituían el cUlIlplimi0nto
de un paeífieo y rcgulltr dcbl'r. Feù'~ríco lIO esquivaba el cumplimionto de sus obligacion£'s, pero sí
odiaba, como todos los jóvenc!', aquellos pequei'ios
deberes
que nos
inoportunf\s
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Ángel Arango
del Banco denla
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vestir nuestro traje de gala y coger nuestro mejor
sombrero para presentHrnos en lm lugar triste
o aburrido, sea una capilla bautismal, un cementerio o un .Juzgado. La señora de Amrain consid,,·
raba, ompero, La actitud quo lo" st\ldwylenscs habían tomado ante esta,; elecciones como en extremo inaceptable y desvergonzada, y preeisam(>nte
porque nadie iba il acudir a ellas des(·aba con donIe fuC'rz!t que su hijo tomase part<>. Para consC'guirlo recurrió a su nUf'ra, cornprometiéndola a que
convenciera a su marido de que debia a¡.;istir H lo.
junta cJ día de le. elección y dar su voto al que If'
pareciera má.s honrado. Mas la joven (,SpOSH 110
debiódc saber dcsplegllr la s ufic:Ïente elocuencia en
lUla cuestión que no le interesaba
tampoco mucho
pc>r::¡onalrnente, o quizá su marido no estaba di,,·
puesto a aceptar lma nueva educadora; el caso ('E,
que en la mañana en cuestión salió muy temprano
para su call tere, poniéndo:"f' a trabajaron ella como
si aquel día hubi('ra de acabarse todo el tl'abajo lid
mundo y ya al siguiente no luciera el sol. Su madre
se indignó al Vcr esto y apostó consigo mi.'3ma su
cabeza u. que aun concurriría su hijo Il. la iglesia_
Peinó ",us todavía negros y r('lucient.es caœllos,
cubrió sU cabezn. CUll un ancho sombrero de paja
y, cogiendo la levita y d sombrero de Federico,
salió de la ciudad, dirigiéndose It la cer<,anu montaña sobre la que estaba situada la ext('nsa cantera. Al subir por el f'inuoso camino por eJ que se
bajaball la" cargas de piedra observó cuánto había
profundizado
ci tajo
Jas entrañas
monte
al de la
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Luis Ángel del
Arango
del Banco
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cabo de lo" Últimos ,"(,inte años y pudo contelllplar
!a,blH,na hE'rencia que había sabido ganar y COll·
.~i)rvar para sus hijos, En diver!'os lugares de la
CI.Ultnra. trabajaball numerosOs obrero,;, dirigidos
destl" mucho tiempo /ltrás por Federico, sin lIece"idad d~ capataz nil'ncargado alguno, y, arriba
del todo, donde verdes encina>; coronaban la blaHcura de lr.s piedras recién cortadas, 'lió Régula a S11
hijo, que, en mangas de camisa, pues se hubía dpspojado dI' chaqueta y chaJcco, observaha en ullión
de ot,ros obreros algo que debía estar haciéndosl'
en u.qu:!l punto. Simultáneamente
la vieron los de
arriba y le gl'itaron que tuviese cuidado. Ré¡!lIla
SH cobijó bajo unas roell", ~."J poco tiempo ,'olllpió
el silencio una fuertc detonacióu quc estHlló l'Il lu
ciml\ deJ monte, y una lluvia de arena y pequerio;;
guijH.rros cayÓ cn torno suyo. «AhaI'll en'('· '''''l'
dijo a s( misma -qlle
hace una heroicidad JUll·
,¿,\l1(loaquí piedras hacia eJ cieJo Cil vez de cUlllplir
Sil'; deberes
de ciudadano.» Cuundo llegó arriba y
pudo respirar tranquilamen te, su hijo, despué,; de
haher echado una rápida mirada de tmvé,; Il ~u
<;OInhrero y su levita, que Régula Je truía, q\li~o
fingir que no los veía y st' puso a observur los d{>eto" del barreno y Il medir las dimensiones ,1(' Jo~
bJo'/ues arrancados. }[as como no podía c"itnr pl
Sflludar Il. su madre se acercó Il ella y le dijo:
--liuenos días, madre. ¿Has ;;alido li dill' l\T1
pas\'o? Hace un tiempo hermoso paru ello.
y quiso al.'j,n,:;o de nuevo; mHs dia Il' cogió n('
la ¡nano y le Il""ó apllrte, diciéndole:
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-To traigo tu levita y tu sombrero. Complácerne y YÓ a las elcccion('~. Es una verdadora vergÜenzlt 'lile Twdie de la ,,¡udad se ccupe de ellas.
-¡Es lo único que me faltaba!-rcplicó
Hederico impaciente-o
jTcn~r que cpcrTl'armc en la
iglesia. haciendo un tiempo tan admirablc yaburrirme ofreciendo candidaturaf!
No te faltará
también un cntit'rro a que hacerme ir esta tarde,
para que así pierda por completo eJ día. Que las
mujeres nos mandéis siempre a todos los bauti7.oS
y entierros CI" cosa ya subida; pero lo que me coge
de nuevas es que os ocupéis de políticu.
- VergÜenza os dehía dar-dijo
Régula-el
que
tengan las mujeres que ense1Ïaros lo que debéis
hacer y lo que constituye vuestra obligación cemo
ciudadanos.
-No crco quc mi falta sca tan graYe-rCplfo
él-o ¿Desde euánùo ha dc r1eknerpe la murcha del
E.,tado porque vaya un ciudadano mûs o menos a.
las elecciones? ¿ Y d~sde cuándo es de absoluta neoesidad el (lue yo tome parte 1m lu. cuestión política?
-No cs la modestia lo qnc te hace decir eE"O-eXclamó la. madre -. sino un encubierto orgullo. Si
algo e xtraorrlinario sueerlicse crecríes nec(¡;ario tu
concurso. Lo que suet do es que despreciáis la
tranquila marcha de las cosas y os tenéis en mucho
pa.ra. molcstaros cuando nada ocurre fuera de Jo
natural y justo.
-Pero es ridículo el presentar8e aHí ~o10. Teclo
e I mundo lo ve ir a uno a. la. iglcFia, dende sa be
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que no va a encontr«r mas qu(' a las ratos de sacris tía.
La sellara de Amrain replicó, sin ceder:
-No lJUsta quI' dejes de hacer lo que en los ~eldwylenses oneu('ntras ridículo. Es pr('cÍEo que hagas
tambión lo qUt>así ks parece o ello~, pues el que
ellos lo hallcn l'bible I'S HJgura señal de qu(' es algo
bueno y razonable. A los pájaros sc los conocc por
sus plumas ya los de Scldwyla por las CaRas que
tachan de ridículas. A todo lo que carece dc importancia, diversiones vanas, comadrees y convites,
procurais sicmprc acudir puntualment<,; pero CU8ndo se t,rata do asistir con regularidad, uno vez cada
cuatro años, a la junta clectoral que constituye el
fundamcnto de nucstra forma de gobierno y de
nuest.ro derecho público, lo halláis aburrido, inRoportable y ridículo. El bien de la nación ha de
adaptarse Il vuestra propia comodidad y al capricho de cada uno. ¡Luego pediréis que Fe os respeten
V1.1e~trosderecho,!; mas cuando p.stos adqnier! n el
más ligero tinte de obligación halláiR que en lo
que precisamente eo,Jsistc vuestro der('cho Cf, fn el
de no ejercitur ninguno. Queréis representar un
Estudo libre y Roisde llIasiad o perczosos para l'flcri·
ficllrle medio día cada cuatro años, dedicando alguna atención a la obra del Gobierno anterior yexteriorizando con V\lestro voto vue¡;tra conformidad
o disgnsto por ella. No me digas quo acudirías ¡;i
lo creye,;es neceEario. El que sólo acude cuando
bit'n le parece o cuando quiere Eatidu('cr fi 19ú1I apasionamient.o personal o político, l'e f'xpone El faltar
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el día en que verúaderamente le in terese y quedarse
con dos palmos úe nuricp". Cada obrero men'ee
el
prernio
a >;u trabujo.
A"í tUlnbi{", el que tra-
baja por el bien de su patria y se cuida de sus
asuntos público;;, los cuulcl'; tiE-.nenhonda influencia en t;odus y cada lIna de las casus y en su mar.
cha y disposición. Sólo ya la buena educación y la
COI,tosía para con los !tombrf>s en quipnes ponéi"
vuestro confianza exigirían qUI', por lo meno" ell
este día., o" encontrasen reunidos a todos, para
que viesen que su posición es tuba fundoda en una
voluntad general y no en el ail'e. J.a considera ción
hacia los vecinOl; y el ejemplo que ('lUI'fi los mellores exigen también que este acto 8e c("lebre con
dignidad y decoro; mas todo esto no existe paru
estos hûroes, que lo encuentran incómodo y ridículo y ell cambio observan la mayor puntualidad
para aeudir a una partida do bolos o asistir a
una insípida. y pooo gracioi'a chanza. ¿ QllÓ pasaría si todas las uutoridades, molestas por vuestra
descorte'5ía, I'elluncioran a una SUB cargos, dl'jan,
do que os hIS arreglarais como pudiesl:is? No arguyas que esto no >iuccdcrá nunca. Estará sicmpre
dentro dc lo p0"oible, y "i algtlllR VPZ sucediese,
vuestra ind"l)('IHlcncia estaría tan segura corno Ja
man tcca pu(",,:ta al sol, pues ,~sta independencia.
sólo puede lItiliZllrse y exteriorizarw en tiempos
de paz por medio de buenas costumbre", orden,
buen desempeño do Jas funcione:" y fW'I,tl'S sanciones pam el perturbador.
Por lo menos, la más
contl"aria maileI'll. de usar 'j' demostrar esa indeEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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pend~'llcia ('8 111.
de no intervenir ('II Iluda. ¿Y por
quó? Porque no o;; da la gana. No te ('nfades
conmigo si te digo que esas ideus son infuntiles y
nada pl'opins de un eim!adano consoieI! te y que si
creéis que tal conductli os fflvor('c'~ (;'sLÚis('Il uo
error. Pefo os ernrw.lîáis en quitaras a vosotros
mismos la paz y la tranquilidad, y, con obj,·to de
glle hs casus, aunquo vosotros 110 hugáis midu
para 1llojorarlHs, uparezcan vugamcnt{) InHI fundadas. r..O tomúis parte en la elección, dcjando
que la IU'feglen a su gu<;to cuatro empleados Illllnicipalos, COllel fin de que, como an tes he dicho,
cUllnd,) lil'gllO la ocasión pueda griwl'se desde este
nido ft'ldwylcnse que el Poder público no tielJe
sostéll ninglmo cn el pueblo. Eso es rum bribonada;
ymfJllo;,mal que vuestra fucrzn no a1eanzu másullá
de los vacilantes muros de Vl\Pstl'a ciudad.
-¡VucstI'u ciudad!-exclarnó
Federico sin po·
dur contBnnrse.¿Quó tengo yo que ver con los
de Saldwy/;t? Si ellos tienen esos indignos pensamientos y se guían por móviles tan miseruhles
¿quó aw importa a mí lo quo hagan?
-.I<},tá bicn-respondiólc
Régula--·. Entonees
condúcete t,ambión en esta cuestión de un modo
Calltrario al de ellos y vé il la elección,
- ¿Para que además de todo-replicó
su hijo
sonriendo-digan
que el único snldwylense que asistió a ellas fué mandado yenviado por las mujeres?
La señora. de An1rain puso ulla muno sobro ci
hombro de li'edcrico y repuso:
-Si se dice que has ido porque to lo aconsejó
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Los BOHllRES DIlRepública,Colombia
SELDWYLA..-T.
II.
fi
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tu m:~dre, ello no con>¡tituye vergüenza para ti;
para mí es un honor el que me obedezca aún un
hombre tan hecho y derecho Goma tú. Estaría
muy orgullosa de ello; yen último caso, bien puedes darmo ese gusto sólo por complacermc, ¿no es
verdad?
Fed(,rico no tuvo ya a esto nada qllf~replicar y
se puso su levita y su sornbrl'l'o ciudlllj¡mos. Al
bajar por los flancos de lli monta ñu, u I Jada de la
excelente mlljl'r, le dijo:
-~unca
te he oído hablar tanto de políticll
como hoy. :No oreí que puùieras pronunciar tan
largos discursos.
Régula se echó li reír; mas luego respondió con
gra vedad:
-Lo que he dicho tiene menos intención política que rnataronl y familÎlu. Si no tuvieras mujer
y un hijo no se me hubit'ra quizá ocurriùo decirte
nada; ma.s como veo un hogar de mi propiu sangre
bien dispuesto para lo futuro, considero una parte
de la. herencia. que a. ese hogar pertenece Pl que en
él se obscrve la justa medida en todas las cosas.
Cuando los hijOR ven yap:'cnden tempranamente
cómo se debe honrar Jas casaR pÚblicas, ello los
prcsel'va quizá de locuras injustas e irreflexlvas.
AdAmá.",si r(~spetan esto y lo hacen con constancia, observarán con las demás cosas igual conduct-a.
Ya ves que he obrado como madre y abuela prlldente ysólo poreI bien de mi casB,aunque la gent~,
si supiera lo que he hecho, diría que era la más furiosa vieja política.
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Fede rico ha lió {'n la iglesia Elpenas unas ClIon tas
docena~ df\ homhrC's en vez de los seiscirn tos o feteeientos que hubif'ran debino reunirse, y lo¡; que
habían acudido eran en "U mayoría campesinos de
las aldeas vecinas, que rIllitíEln sU vnt0 cun lus hobitantcs da la ciudod. Estos compcsinos dcbían forma r un número ¡,;eis veces ma YOI'; pero cemo los
que no habían venido era por cstor trabajp.ndo ton
sus clImpos y regándolos con el sudor de su fren te,
su falta era menor por no ser motivada mils que
por una inofensiva inadvertencia o por III Il vllrieia
campesina de Ilprovechar el buen tiempo para cI
trabajo, sienrlo la prescncia de 105 que ha bílln acudido tanto más louble-cuaIl to que habían t01Ído que
andar un bucn trecho de camino. De la ciudad no
hHbíl1 vcnicIo nadie, excepto eJ alcalde, quc tt'nia
que dirigir la c!r:ceión, un escribiente para levantar
el ncta. de ella, el sereno y dos o tres palm:!; diablos
que no tenían dinero parll (''Star con los alegres
seldwylensef' en la taherna. echando ci trago mañanero. El !'elÏor presidente era un pO'Rde ro que
se había declarado en quiebra hacía ya algunos
años y, sin haber pagudo a ningún acreedor, hubía
continuado ejerciendo su iudmtriu poniendo la
pO$adR Il nombre de Sil mnjer. Sus conciudadano!;'
le apoya ron en esta ilegalidad, PUCF\ le Clitimabon
como hombre que sabío. discurscar de 10 lindo y
experimentado
posadero perito cn todu cluEe de
tra tos y llegtlcio". Mas el hecho de que Ile gase a.
ocupar la alcaldía y pre8idiese las votaciones pertenecía a aque'llos pecados que los seldwylenses
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iban dejancl0 acumlllarsl'
amenazaba
enviar
hastu
que el Gobierno
a su Ayuhtanliento
una Comi-
sión investigadora, Parte de los campe~inOf; sabia
que aquel pre~'¡dente no ocupaba con lf'gaJidad su
puesto; pero eran demasiado rurtos Y de lenta dI"
cisión para emprender nado. COll t.ra él; de manera.
que entre el alca.lde y su;; dos o tres auxiliaref; hubieran tprrninado la. E'leceióll H f;Ugusto en un abrir
y cen'ar de ojos si, al cntrar Federico y vcr que n(l
so hallaba totalmcll t{' solo, no hubiese pedido la
pa,[abra, illvttdido por lUl repentino espíritu cmprendedor, y protestado de que ocupase la pre=itbncil\ UIl hombl"Oa quien la quiebra ft'audulen ta.
había privado de sus derechos pÚblicos,
E,to rué como un rayo que cayera estanùo el
ciel\) ,;er0no y dl'Spejlldo. El anclli-zposadero puso
una Cli-l'ttcomo lu d(>li-lgllil'llqne hubipse estado en·
krl'ado dnrante mil aíim: y I'esucitase de repente,
Tú(las lli-srnírada.." conY\'l'gieron en el osa.do orador;
pel'o la cuestión era. tan infantilmente "encillu que
nadie pURO el menor reparo ni se entabló la más
ligera di¡¡eliSión. Cuanto más inaudito e inesperado
era. el acontecimiento, más natural ~' comprensible
parecía despné:,; de sucedido, cucolerizando e in·
dil:,Jl1undoli los <los o tres seldwylenses que 10 ha·
bían presenciado, y que, sin poder evitar que en
el fondo lo encontl'!\Sell ju;:¡to y lógico, maldecían
del joven Amrain, ùe lOf;campesinos, de :;í mismos
y de] D,'stino, que pcrmitia 'ln\' \lI\ <¡;<:l\<:l
h<:lmbre
c(.n unas cuantas paJabws den'ibase a los podeEste
Libro Fue
Digitalizadovariar
por la Biblioteca
Luis Ángel
del Banco
rosos
e hiciese
el I'umbo
de Arango
las cosas.
Elde la
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señor pr<,sidenw u.:;urpador, después de quedar:;;c
mudo do sorprcsa durante algunos minutos, tras
los cualcs seguíA tAn poco in k ligr n j,. C(lmo an t.-~',
dijo solamenh,;
-Si ... si se encuentra
quc no pu~do ocupal' d
cargo de prcsidt.nte ... , no quiero diReutil' ... , habrá.
que ekgi l' otro. HU(,go, pueR, a la digna reunión qut'
proceda fi elegirlo. Los contadores de votos n'partirán las paptlleias para la elccci6n.
- -Xo tenéis dcrecho ninguno a proponer aquí
nada ni 11. dar órdenps It los cont.ac!or"s---grit6 Fe·
dprico Amrain.
y ..J imp'Jrtantc magnate-posaoE'ro
tuvo que li·
mit.ars.' H encontrar dClnu(,vo qU(' lo inaudit(l er8
tnn co,nprcnsible
(IUP l.ocaba cun lo trivial,
y sin
decir \IlJU palabra
má;;, abandonó 'lt. iglesia, Reguido por cI aturdido Rereno yel par de bribo,
nΠsl'ldwyknsps,
Sólo quedó en CIlH el escribien'
te, para seguir kvantando
cI flCtH, y F"derico
Amrain sC)puso a su lndo vipndo lo que e,;cribía,
Lo~~CHlllppsinos salIeron por fin dc su ason"obro y
a provcdm l'('n la ocaRión l'a l'a dur término rápida.
mente:l. lot ,lección y elcgir en el pue~to de 10:-; dos
antiguos miembrus del Concejo ti clos honrudos Vllronps o,' :-;11 comarca, a los que hll,'íu ticmpo qu<'
hubi"ran (h'senclo ver oCllpanclo dichos cargos si
Jos sddwyl"!1sC's hubiernn hpcho sitio PUl'H Pllos,
Esto no entraba en el plan de los elc la ciudad, qUE'
no h,tbhn acudido ti In n!ección creyendo quc "ntt'('
su presidente y el screno terminaríall ('n seguida cI
negocio recligiendo Il los dos fantasmonps
en un
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cuarto de hora de retiro en una escondida habitación. Fué, pues, enorme i"U sorpresa cuanùo, asustado;; por el e xpuh;ado pre::;idclJte, llegaron corriendo en tropel y encontraron
tcrminada la votación y eoncltúda ('I acta, en la que constaban su perfecta legalidad y su rcsultado. SonrIendo tranquilamen te se dispcrsaron los campesino8 en busca de
sus hogares; mas Federico Arnrain, al atra vesar la
ciudad para dirigirse a su CaSl\, rué Calltemplado
. por sus conciudadanos COlimiradas de indignación,
burla u hostilidad. Uno dejaba escapar a su paso
un «ia.h!~burlón, otro Ullt¡oh!&indignaùo, y Federi·
ea sintió que por vez primt>ra tenía enemigos, y por
cierto más pelig¡·osos que aquellos otros call tra los
que había Ralido años antes bien provisto de pólvora y balas. Sb daba cuenta t.ambién d•. que, ya
qu~ s.~ había permitido juzgar tan inflexiblement,(,
a un hombro quc le llevaba veinte años, tendría
que guardarse en adelante con mayor cuidado de
caer nunca en falta, y con todo esta vió que la.
vida presontaba ahora para él otro aspecto d\stinto cn absoluto del que le mostraba aún no hacía
dos horas. Sumido en graves pensamiento,> entró
en su casa, proponiéndose. para animar •.c ydistraerse. prt'guntar a su madre ~i c~ta transformación de
las C03asora también COllveniente, ya que clla había
sido la causa. de que él arr05trara lo quc tun peligrosas consecuencias po(lia traer.
Mas apanas pisó los umbrales dc su casa lo salió
tU madro a) encuentro,
y abrazándose Il élIe dijo
llorando:
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-Tu padre ha vuelto.
!Has nI vcr que csta noticia le ponía a Í1n mlÍs
confuse () indcciso de lo que ella lo c~tab8, agregó, dominándose', después de estrechul'lo COntru Sil
pecho:
-No tengas cuillado, no trastornará
ùc nucvo
nucstra vida. Sube ymuéstrate afable con él, como
correspond£' Il un hijo.
Df' c;:tC'modo las cil'cwlstaneias habían transformad!) una vez más la marcha de las cosas. Pocos
mOlllúntos antes, al venil' hacia su casa, le parede.
muy grave el encontrar~e ante la enemiga de teda
una ciudad, y ahora ¿qué signifiea ba eso al lado
de hallnr;;a de repente ante un padre que no había
llegad.o a conoccl' y del que sólo sabía qUl-' era un
hombre vano, impulsivo e irreflexivo, que había
vagado por todo t·1 mundo durante veinte al10s
y sabc Dios en quó clase de aventurero extraño y
sospechoso vcndría a hora convertido?
-¿De dónde vit'me? ¡Qué quiere? ¿Cémo csT
¿A qué viene?-prcguntó
Rnsioso.
- I"lIcce ser que ha tenido sucrte y ha logrado
relwir algún dincro-l'l.~spondió su madre-o
Aha.
ra vi••nn dÚndo>,., rnu£'ha importancia y con aire
prote'ctor, pero o,iemp1'l'queri('ndo dominarnos. Su
aspecto es orgulloso y E'xtrai'ío; mas en seguida he
vi"to que sigue siendo ci mipmo do siempre.
Federico en tró en curiosidad y subió la escalera con soguro paso, dirigiéndose a la habitación
en que se hallaba su padre, mientras quo Régula, atravesando la cocina, tomó otro camino yen·
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trá en el cuarto al mismo tiempo. El mejor pr().
mio para SIL" afullt,s y :;;u 1IIayor triunfo Il' parecfa ser el prpseneiar cómo se oponía ahora a su
marido su propio hijo, educado por ella. Cuando
Federico abrió la puerta y penetró en la habitación
vió sentado antI' ]u mesa P. nn hombre corpuknto
y pcsado, pero tun parel?ido a él que creyó vcrFe
con vein te ¡UlOS más sobn~ su" espaldas. El extranjero estaba bien vestido, aunque con algún c1<,sorden, y su mirado. era serena y obstinada, per.o un
tanto v¡tga e imprecisa.. AI ver ,~ntror f\ Federico
se levantó aSlL<;tlldoante a.qUt·1 su retrato juvenil
tan alto y prguido como él y con igllAI expresión
serena y oh,tinadn, pero más humilde y con mpnor
descaro quo IfI del aventurero. Este lo preguntó,
con la tranquila desvergiit'llzll de los perdidos:
- ¿ Conr¡ul' tÚ eres mi hijo?
F"d,~rico bajÓ los ojos, ruborizándose; mas los
volvió Il. levantnr en seguida, fijándolos bandada·
samf'nt:c en el !luciano, y contestó con voz serena:
-Si, y nw alegra mucho el volver a hallar por
fin 11 mi pndro en esta. casa.
Luo~o. cunndo Amrain le dió la mana, "strechánd0sPlll con fanfarrona fucrza para flnlillciarlo su dominio y poclt'río sobre él, r('sponclió el hijo
inmediatnnll'nte
a la presión COllun triplicado vigor, do rnancrfl Clue su propia fucrza subió como un
rayo por "I brazo del padn', apaciguando sus ímpetus. Con trnnquila cortesia le hizo sentar ('n un
cómodo sillón n!1tc la mt'sa, sentándooe él a su
la.do, mientras la madre, sin casi hablar p>llabra
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ltdoptó la conducta de hacer a Sil marido en toda
regla lo!'; hlJllorc!'; de su casa, sirviéndole una excclente comida y el mejor de SIlS vinos. Con ello se
mitigó et cmbarnzo del padre nI verse sentado elltresu mujer y Sil hijo, y el alabar lus viandas y (,1
vino le diá pie para exprnsar Sil sa ti.sfacción de hnllar que tnmpoco fi, dIo'"' ks ha hía ido TIlal durnn tE'
su ausencia, cosa que los llevó a l'xplicurf'e sm; sitllll.ciones respectivas. Hógulfl y;;\1 hijo no trll taron
de oCIIItarIe nada, y con toda fran qucza Je pllsil'ron al corriento dcI cstado de su fortlma y la mOfcha dd negocio. Federico trajo los libros y papeles
a él rcfcrenu>s y le explicó tûdo call tanta c:laridad
y pre<:Ïsión qUI' el puchc sc' quedó con lfl boua tihierta nntp. lo acertadllmentc
que habían dirigido la
empl'esft y lo. buc'l1a situa ción pecun ¡fnin a que
hahía llegado su fumilin. L>lego se levantó y dijo:
- V,'o que os va muy bi('n y h:\b\~i" logrado
mllcho, COi'aqun me agrada infinito. :\fflS yo tumpoco VI1('lvocon las munos vndas y he podido gallar ll!lO~céntimos ù fuer¡-;a dl' trabajo y actividad.
Dicil'nùo osto sacó unas cnan tas ktras dl' "ambia y 1111 cinturón lleno de mOIll'das dl' oro, anojándolo t.odo sobre la. mesu. HubrÍll ('n conjulll0 nlgunos milhrcs dn florines. ~fas lo que no dijo e~
quP no los había gallado poco a poco, sino que' los
había p",.cado do ¡Ina ve7., par un ca pricho de la
suertf', después de haber vagado largo tiempo
mi"cl'ftblel1l('nte por todos los estudos nort('ame')'il'aTlas.
-- E"to -·continuó-lo
agregart'mo~ Qn seguida nI
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negocio y lo continuaremos unif'ndo nuestras fuerzas. Tengo muchas ganas de oCllparme de nucvo de
él y, uhora que puedo, jugar alguna mala pasada a
los perros que me hicieron huirde aquí.
Su hijo le sirvió tranquilamente
vino en el vaso
y replicó:
- Yo le aconscjarb a tL<;ted,padre, qUi' primero
descansara y se repusiera de sus futigas. Sus deudas están pagadas hace ya mncho tiempo; de manera que puede usted cmpkar d dinero ell lo quo
mejor le parezca, y además, en Iluestra casll no ha
de faltarle a tL-.;tednada. Pero por lo qne respecta
al negocio, yo lo he estudiado desde muy pequeño
y sé por qué fracasó tL<;teden él. Ahora, para que
Sig,l prosperando y no marehe hacia atrái<, necesito tener libertad absoluto en su dircc(;ión y manejo. Si ello le agrada a usted pnedc tL~te(lllyudar
un poeo o ver cómo van 10il trabajos, cosa que bastará para proporciOl.mrlc distracción. Ma,; aunquc
fucra usted no BóIomi padrE', sino un ángel bajado
dol ciclo, no quisiera yo teJ1erlo como formul socio
('n él, pues no ha estudiado uskd el oficio y, pl"rdónerm· usted si soy descortés, no cn tiende ustcd
nuda de él.
El padre se quedó di,,;gu.,ütdo y confuso ante
c,,;tas palabras; pcro no supo qué responder \Íendo
la deci,,;ión con quo habían sido pronunciadas y
que su hijo sabía muy bien lo que qUt'ríu. Recogió
sus riquezas y salió pura JarRe una vuelta por la
ciudad, entrando ell varias hosterías; mas 108 encontró ocupadas por g('nte nUe\'U y desconocida
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pRI'a ('l, dado que sus contemporáneos no alkrnRbRn ya en estas casas y Sll habían retirado hacía
llluchos aíios a. la obscuridad. Además, ::;us costumbres se hlLbíUllmodificndo en Amórica, donde tuvo
quo acoRtumbrnrsf' a· beber S\l VllS() Rin Rentnr~"',
para pro,;eguir en ;:üguida can urgencia la monOsilábica lucha por la vida; había además prf'EcnciaJo, ya que no efectuado, un tra bajo in tenso y
continuado y se había avispado Ull poco entre los
arnericnno~, de maneI'll que la erema rhHl'hl flnt~'
las sucias mei'llR no le utraía ya ]0 máR lllínilllo.
S::ntíll quo ('n su bief! acondicionada casa estar'ia
IlllJjOl' q\lo en ninguna de aquellnR tub.~rnng, e invo!tmt,lrillme/J tt' tornó ti ella, sin sub('j' a ¡'m si debía q\ll'darsc Dllí a vivir o volvol' a marchllroc. En
{'stilB dudas entrÓ en pl cuarto qlH>para él hahian
pl'eparado, tiró su din('l'o con gesto de disgusto en
Ull rÜlcón y, sentándose
Il caballo en una Rilla, npoyb en ell'.:spaldo sU gran cabeza confusa y con turb,~(la y rompió u.llorar can amargura. Ellestoentró
"U mujer, vió que se sentía miserable, y tuvo que n'sp0tar aquel sentimiento. lUllS en cllanto halló en
él algo quo merecía respeto y consideración ,-oh;ó
Il sentir instantá.llt'amcnte
su amor par ól. Xo le
h>lbló. pero permaneció el resto del día n SU luùo,
ordenando esta o aquollo para su mayor cumodidad, y por Último se sen tó en sileneio, con su la ¡)0r,
junt.o a la ventana. Poco a poco fuó entablándosc
un diálogo (.ntre los por tanto til'mpo separndos
esposos. Lo que hablal'on fuera difícil de describir;
puro ambos se encontraron mejor después y ci vieEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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jo padre se dejó en adelante educar y guiul' un peco
sin protesta por su bien educado hijo, el cual no
cayó tumpoco
"JI
ninguna falta con tra el
alnol'
fi-
]ial. 'Mas este cxtraño curso duró muy poco, y el
padre eontinuó participando
en e] trabajo como
hombro sostJgado y en quien se podía confia r,
ciertn cs que Call algunos des('nnso~ y apll rtamiento~ ,h-] buen cllmino, pero .-;Ïcmprc sin perjudicar
ni doshonrllr d florecien te ('stado de lu casa. Vivieron todos contentos :Yen buella posicióll, y ]a
semilla de la f;eÎÍorn Régula florpl'ió con tu] fuerza
aqul'lla cam que también los nwnerOf;OS hijos
de Federico 'l11<'c1¡¡¡·onuf;egllrados de tDda /'uiuu.
Ella misma, al morir, se estiró orgullo~fl, ynuncll
entró Cll ]a ig]c,iu un tan lllrgo ataÚd de mUJcr
ni fuó nunca "n tl'rraclo en Sf' Iclwyln JnlÎs IJoble
en
ca.dÍ1\·f' l'.
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J .OS TRES HO~RADOS PEE\EROS
L:lS hombres df' ::;"¡ùwyla hllll demostrudo
que
todf', Ullf', niudad de p"nador",,, ilTdlexivos puede
mar,tener'iC en pic y pro:;perar Il tnn-és de los
ti(lIupoS y SIlS trunsformaciones,
En cambio, los
tl'es peineras probaro!l que tres homhr(>~ jU'ltOf: y
hOllrtl.do" no puedf'n vivir mucho tiempo bajo ("
zuÍs1ll0 techo sill tirarse los trastos a lu cubezl-!_
Al llamar jl1~tos a los tres hér00s de Lf:t!l.historia
no quoremos significar qllE' po"oy(~ral1 lu divina
virtud quo libre lus pu"rtlls celE'stiales, ui tampoco
la virtud humana de dar a cuda uno lo que le corresponde y juzgado con Sf'l'('Ua conciencia, sino
que !lOSreferimo,; a llqUf'lla otra «emivirtud, desprovista df' todo calor \ital, que 11fl(:cli los quP, la
pOtieen suprimir del Padrcnuestro
las palabra:s
4Yperdóoanos nUestras dE'udas, así como nosotro«
p",,'r!o!1sunos U nuestros deudores~, pues :;on tan
incapaces dn <:olltraûrlas como de permitir qUf'
nadie !cs ùcba nnda, y viven sin hace)' mal a nadie,
pero tampoco bi,'n, gustándoles trabajar y glln!lr
diT1C'Z'o,
p(~rono gu:starlo, y llevando il.cabo su tarca
sill entusiasmo ni alegría, Cailla vista fija en el provecho
que de por
.,Ua
huu cie
sac'll',
E~tosdeljustos
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dejan extinguirse sus lómparos, mas tampoco en.
cienden ninguna nueva, y nunca d(: ellos ha saJido
nada. luminoso. Se dedican a toda clase dc menesteres y todos ]ps parp.cen buenos, siempre que no
resulte peligro alguno para sus personas, prefiriendo para establecerse aqueJlos i!'itios en que a
su juido existen muchos pecadores, porque si entre ellai'; no Ius hubiera perdería Vtllor su virtud
y la <'jercerían en vano, gastándose inlltilmente como piedros de molino que giran una contra
otra l'LI que haya trigo entrc ellas. Cuando ks sucede alguna desgracia protestan como si Jas desolla.
ran vivos yse asombrRn de qu(' talles acuna a ellos,
que nunca hRn hecho rrlHl !l nadie, pues con:>ideran el mundo eomo un bcguro lugar, vigilado por
una severa pulida,enel
cual nadie tiene que temer
castigo o multa. ninguna si Ee cuida de bUlTer bieH
el trozo de calle que corresponde a la pucrta de su
cass, de sujetar las macetas para que nO se caigan
y de no verter agua por las \·entanas.
Existía en Seldwyls desde mucho tiempo atrás
un taller de ppinería que, siguiendo la marcha fatal de todo lo que en aquella ciudad se fundaba,
i';olía carnbiur de dueño cada cinco o seis años, a
pesar de que bipn dirigido pudipra eonstituir un
buen negocio, dacIo que todos los vendedores ambtùu.nks que IIcudíun !lo las fcrilis de los lugares comarcanos venían 11 Seldwyla a fmrtirEe dc peines
y ohos artículos de asta.. Además de los peines
comunes y corrientes se fabricaban las más mara·
villosas
pcinetus,
destinadas
al Luis
adorno
de la<;beEste Libro Fue
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lIezlls aldeanas y las sirvientas de la ciudad. Estos
peinetas se hacían de la mejor y má" transparente
a.stu de buey y en ellas demostraban su arte los
oficíllks peinera;;, pues 1"1maestro no tnlb~jaba
DunC~, tratando de que el asta imitase los rojizas
y blanquecinas 8b'1las de la concha y dando a estas
aguas lus contOrnos que a cada uno sugería su artística imaginación,
de manera que miral1do la
luz a t!'¡1vés de aquellas p<.:Ïlleta¡;pnrccían venl" lllf.
más nlllgníficns puestas de bol conf'usrojoscelaje8
estivales O entre negros y tOrmentosos nuhan·ones;
toda. cl(\se, en fin, de coloren<!os fenómenos na tural/'s. Durante el verano, época en que los oficíalEs
gustabnn de vagar de pu('bJo en pueblo, siendo
difícil l~nCOll
tra r alguno que quisiera quedar fijo
en cI t(\l1er, se los trataha con gran cortesífl, dándoles buen jornal y cxcelente comida; mil'> en invierno, cuando todos bw<caban un refugio y era,
por tanto, lllUY fácil disponer de cuantos se quisiera, tt'níun que ùoblegnr,,-e il lag exigencias dd
maestro y l'abricllr peines y más peires pOI' una
escasa retribución, En esta época, allJegar la horn
de comer, ponía la l11ucstra un día tras otro sobre
la mesa una fuente do coles, y pl mae¡;tro decía:
G¡Vayu un rico pescado!,>, y si alguno de los cfieiales osaba. replicar: (lPerdóneme, me parece qUt' son
coles,>,l'rU despedido inmediatamenk
y tpnía quP
lanzar~e a buscar trabajo de pueblo en pU(blo
en tre el frío .r la nieve inverna]Œ. Pero en cuanto
comenzaban a verdear las praderas y qucdaban
practica hIes los caminoB, in"istían los oficiulcs 8
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SO
b hora de comer en que aquello era un plato de
coles y comenzaban a prepUl'ar l:iU hatillo. EntDnCl'S,
aunque lo. maestra cortura un pedazo de jamón y
lo pusÎeRc sobre Ins coles y aunque el maestro ex-l:lamu!iC: «¡Dios mío! ¡('reí en serio que era un plato
de pescado! PelO el:iO quo ha traído mi mujer sí
que es jamón de veras>},se despedían, an:;ioscs de
libertad y hartos d", dormir todo el invierno tres
en una mislllll CUTIla,m!lg1.l11ándosea fuerza de codazos y empujones y helándo;;e por no alcanzal'
la manta para todos.
Una. vez llegó al taller UIl apacible y ordenado
obrero que venía de Sajonia, su tierru natal, y que
se {1.comodabu a todo, t¡'u!Jajaba como un animalito, no se dejnba distraer por nada y llegó a. ser
en la casa una especie de consPjero permanente,
viendo cambial' de du('ño el taller repetidas veces,
pues en u.qupl!os años so sucedieron los maestros
aun con mayor rapidez que de costumbre. Job,
que así ><ellamaba, ocupaba pn la cnma el mejor
sitio, jUllto o. la pared, conservándolo invierno y
verano, aceptaba gustoso las coles por pescado y
daba rendidas gracias por d trozo de jamón que
le servían en primavera. 1\0 ga'it.nba ni lill céntimo y uhonuba. con igual cuidado SIlS jornalct',
fUCI'lln éstos pequeií.os u grandes, según las épocas. ~o vivía como >;US compañeros, ni bebía jamás, ni se trataba con ningún labrador ni con
ningún oficial de sU industria, y por toda distracción se colocaba !:lI anochecer ti. la. puerta de Ja
casa, charlando con las \'iejas que pasaban yayu·
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dándolas, cuando se encontraba de humor de gaswr algo, aunque s6lo fue¡;,en fuerzas, a colocarse
1of' colnreras de agua sobre la. cabeza. Se acostaba.
luego Clm las gallinas, salvo si había. mucho trabajo, en cuyo caso velaba toda la nochp, con tal de
ganar un jornal extraordina.rio. Los domingos trabajaba. también t.oda la mañana. aunque hiciese
un tiempo espléndido; mas no se crea que este con·
tinuo laboral' era debido o. un inten<;o amor al trabajo, pues no proporcionaba a Job alegría ninguna, y aunque nadie le obligaba a atarearse tanto estaba siempre suspirando y quejándose de lo
ponoso de su vida. Cuando llegaba la tarde del
domingo salía con el sucio traje de faena y atravesaba. la. ea Ile arrastrando
unas destrozadas zapatillas para dirigirse a casa. de la lavandera. B
recoger una. camisa limpia, una. postiza pochera
pla.ncha.da.. 01 a.lto cuello tieso y un pañuelo de los
oscasos que poseía. Llevando todas estas magnificencias sobre los brazos, extendidos hacia. delante
en forma. de bandeja, retornaba luego fi. su casa con
paso digno y elegante. Hemos observado que todos
los ofici'lles y aprendices, cuando salen a la calle
con el pringoso delantal de trabajo y ('n chandeta¡;" se cuidan, a pesar de su facha, de andar con
paso grave y mesurado, como si flotasen en elevadas esferas, sobresaliendo en este arte lo¡;,ilustrados
encuadernadores,losalegrp.!,! zapateros y los menos
numerosos y más originales obreros en peine ría.
Llegado a. su casa. meditaba aún un rato sobre
si verdaderamentt> debía ponprse la. camisa limo
Este LibroLos
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nOMBRES DE
SELDWYLA.-T.
II.Ángel Arango del Banco
a de la
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pia. y la. planchada. pechera, pues ~u apacible henradcz no impedía a Job Eel' también un perfecto cochino, o Ei podía a ún tirar otra f'(mflllU
eCn
la
quo llevaba. puesta no saliendo aquel dcmingo li
pa~co y poniéndose a trabajar UIl poco en el taller.
Si sC decidía por esto Último se sentaba en su banquota., suspirando por lo duro y penoso de su vida.
y emprcndÍl1 su labor de ir cortando las púas de
un peine o convirtiendo el cuerno en delgadas
placas que querían imitar la concha. Esto último
lo hacía con una absoluta. carcncia de fantasía, 01'na.ndo todas las peinetas con el mismo poco gracioso dibujo, pues cuando una co~a podía ¡;er
hecha siempre de la misma manera no se tomaba
él ningún trabajo en variarIa. Si, por el contrario,
se resolvía a dar un paseo, gastaba una o dos horas
en acicalarse torpemente, cogía un bastoncito y
marchaba lleno de tiesura hacia la" puertas de la
oiudad, deteniéndose y entablando aburridas conversaciones con otros paseantes que tampoco habían hallado cOsa mejor que hacer, y que eran en
su mayoría viejos seldwylenscs, sin dos pesetas
que po(ler gastarse aquel domingo en la taberna.
Con ellos se detenía ante una. obra, un sembrado,
un manzano estropeado por la tormenta o una nueva fábrica de hilado¡;, y charlaba inagotablemente
pobre h1. utilidad y cost.o do aquellas COf'aso sobre
el es tado y las promesas de lu cosecha, sin en t.ender
de todo ello maldita. la cosa. Tampoco es que le
importara nodo; ppro de este moùo paSftTJlI. e) tÍllllpo entrct.cnido ysin gllstar un céntimo, yaquellcs
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con quit'n hablaba, no entendienoo tumpo('o Ulla
palab¡'a de dichos asuntos, le proclamaban como
el mú.~ honrado y razonable >;Iljónde toda fiajonia.
Cuando lo>; seldwylenscs formaron una sociedud
por accionf's para construir lma fÚbrica de ccrw'w,
negocio del que se prometían maravillaf', .Job dl'dicó muchas tardes dominguera¡:;, oesde que fut'·
ron plantados
los cimientos y cmpEzó a poder
verse la amplitud dela obra proy.·ctada, a inspeccionar su marcha. y sus progresos con un gran interés y mieadas de conocedor, como si fuese un
viejo pel'ita en arquitectula
o un empedernido
bebedor de cerveza. «¡Vaya una obra!-repetía
una y otra vez-o ¡Qué fábrica mó.s estupendn!
¡Hahrá que ver el dinero que cueste! ¡Lástima que
no hayan hecho esta bóveda un poco más curva
y los mùros un poquito má." grucso~!& Al decir
esta no pensaba en Iluda más quc cn vol\'(~r a CMU
a lo. hora de la. cena, pues el único perjuicio que
hacía a su maestra era el de no perder nuncn la.
cena dd domingo,aejemplo
de otros oficia)cf;, sino
que permanecía solo en la COfa pora no perderIa,
o tomaba otras precauciones con igual objeto, y
dospués de haber comido su pedozo de osado o ~u
salchichl\ gusaneabl\ un rato en su cuarto y so
motía en la cama. A esto llamaba él haber paEodo
un excelente domingo.
Toda esta su apacible, honrada y mcdf~ta manora de ser :0.0 dejaba, sin l>mbargo, do mczclon'e
a veces con una cierta sombra de ironía interior,
como si ocultamente se burlo se de la Iigcrezc. y \'a-
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nidad gpnera]eB despreciando la importancia que
los d"mlÍ.s prestaban a sus asuntos propios y tuviera él un oculto plan cura realizacIón hubiese de
eleva rie cm cien codos por encima dc las gentes \<ulgareé'. De cuando en cuando, y sobre todo
mientras pronunciaba sus peritos di~cursos domingueros, ponía una cara tan astuta que se le nota.
ba quc, cscondidas en lo más íntimo de su pensamiento, llevaba 61 cosas mucho más importantes que aquellas que parecía admirar, y alIado de
las cuales todo lo que los otros emprendían, construían o fundaban no eran sino juegos do niños.
Este maravilloso proyecto que coru;igo lleva ha, y
qne cOllstituía la estrella que le guió durante to.
dos los años que trabajó en Seldwy]a, era el de
ahorrar sus jornales hasta reunirlosllficiente
para
adueñarfle del taller en una de las muchas ocasio.
nes en que el n~gocio se t.raspasaba. Tal ert\. el fun.
damento de todos sus desvelos, pues había observado lo mucho que podía prosperar en Seldwyla
un hombre ahorrativo y aplicadc. quc fuera dere.
chaman te por su camino propio y supiera sacar de
]a ligoreza de los demás todas las ventajas y ninguno de los inconvenienws. Una vez dueño del
nogocio, pensaba ganar en poco tiC'mpo lo bastan·
te para avccindarse cn Soldwyla, proponiéndose
entonces vivir tan sabia y prósperamente
cerna
nadie de allí, no ocuparRC de nada que no condujera a aumentar su bienestar y, no gastando 1m
ochavo, atraer a su bolsillo los m&,; qu, le fuera
posible pèscar en e] revuelto río de la alegre y
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dlSpreocupada ciudad. E<;tc p'an cra. tan Slncillo
como accl'wdo y posiblp. dc conseguir; tanto más,
cuanto que lo iba ya pOnIendo en prácti, a COti todo
cuidado yper evcrancia, y ya había logrl'do ,'eunir
una bonita suma, que conscrvaba cuidadoó'amen.
te intacta y que, según cálculo seguro, llegaría a
rcdondcal'l'e con el tiempo lo bastante
peru la
consecución de su propósito. Pcro lo inhumano
de este plan consistía en que Job lo había forjado
sin que nada le inclinase a permanecer en Seldwyla: ni una preferencia por aquella comarca, ni
por sus habitantes, ni por sa constitución po:í.
tica, ni mucho menOR por sus costumbres. Todo
esto le era wn indiferente como su propio. patria,
la cual no añora.ba, en absoluto. En cicn lugares
del mundo se hubiera. logrado mantener con su
aplicación y su honradez wn bien como en Scldwyla; pcro su mezquina inteligencia no le permitía una libre elección, dado que el único consejo
que daba a su voluntad era. el de agarra.l"8t' como
una sanguijuela. al primcr sitio en que había visto una posibilidad de hallar alimento suficicnte y
poder cngordar sin necesidad de movcrse. ~íDonde
me vu. bien, al1í está mi patria!» dice un provcrbio: pero talos palabras sólo pueden jUctificarse en
boca de aquellos que han hallado en una nueva
patria el bieneswr que en la propia lcs faltaba,
aquellos que con firme decisión hen salido mundo
adelante a buscar fortuna con el propósito de regresar ricos a sus hogares, o aquellos otros que
huycndo
en bandada
de su
natal,delobligados
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:~6
por la miseria o IIl.H
persccucioncf:;políticas, h¡;n fun.lndo un ••. llueva patria nlknclo los mar(·s. 1\las
codos;estos y los que en la emigración han halllldo
niás fieks amigos que en su nación o hun sido rdcnidos por amoros!)s lazo;;, llegAn sÏl'mpre a amuI' a
3U nueVt~pa tria. Job, en cambio, no ¡;c daba siquicl'a cuenta
de dónde se hallaba. Los usos y costumbres de los suizos eran para él incomprcn!iiblcs
y s610 le inspil'abun estas o parecidas palubras:
.Sí, sí, los suizos son muy aficionados a la política, cosa seguramente muy bonita cuando se le
tiene afición; pcro yo, por mi parte, no enticndo
nada do ella, pues en mi tierra nadie se ocupa de
eso.~ L'tS c08tmnbres do Sddwyla. le repugnaban
y le daban miedo, y cuando •.e armaban un tumulto o \lna manifestación se esconnía temblando en
el último rincón del tuller, temcroso de saqueos y
asesinatos; y, Hin embargo, su único pellf;amiento
y su gran secreto eran pcrmanccer l'Il aquella ciudad hasta el fin de Hill'ùías. POI' tono,.: los lugares
ùe lu, tiel'ra se encucntran esparcidos taks justos,
que He han fijado en ellos por la única razón do
haber hallado una espita de la que sacare) jugo neccsario para s u bucn prosperar, y se il garran a chupar dc l'lIa. en f;ilcncio, sin añoranza para con su
antigna patriu ni amor a la nueva, sin una mirada
para la lejanía ni pam las cosas próxinuls, pareciéndose menos a un hombro libre que a aquellos
organismos maravilloHos, animalitos o Rcmillas de
plantas, que son arrastrados por el aire o c1agua
hasta
cI Fue
sitio
propio por
a la
suBiblioteca
florecimiento.
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DJ este modo vivIó Job en Sddwyla año tras
año, aurn::ntando poco a poco su tesoro, que muntenia escondido bajo una baldOf<a de su cnarto.
NingÚn sa.<;tro do la ciudad podía vanagloriarse
de h:Û>ar ganado un c6ntimo Yistiéndolc, pucs el
trajc de Jas domingos que a su venida traía puesto
se COl1.'-lCrvaba
en el mi.,mo estado que el día en que
apa.reció en la ciudad. Tampoco había gastado el
dinero en zapatos, y conservaba aún intacta la
su~la de lo!'!que trajo, dado que el año no tieno
má; quo cincuenta y dos domingos y sólo la mitad
de ollas eran aprovechados para dar un corto paseo, andando en chancletas el rcsto do la semana.
Nadie podia presumir de haber visto IIunca una
moneda en su mano. Cuando recibía BU jornal 10
h'l.cía desaparecer en el acto dcl modo más misterioso, y si salía de paseo no llevaba consigo ni
un ochavo, quedando así imposibilitado d~~gastar
nada. Cuando cn el taller en traban vendedoras de
CCrCZ¡LS,
ciruclas o peras y los demá." oficiales satisfacían sus caprichos, se sen tilL éJ también espoleado por mil y un descos; pr:ro los tranquilizaba tomando parte cn las compras dc los demás
con el mayor int~r6s, sobando y mirando todas IUB
frutas y dejando por último que las vendedoras se
fUé'ran usombrada" al ver que el que parecía más
interesado en la compra no las comprase nada.
LUêgO• f(¡licitándose porsu templanza, veía compr!>
BUS compañeros las frutas adquiridas
y les distribuía mil pequeños consejos acerca dll cómo dcblun
pela.rlas
o asarlas.
Mas así
nudie
obtenía
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Luis como
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de ól una. sola moneda, tampoco podía. nadie quejarso de una mala pala.bra, una demanda injusta
o una mala. cara. suya. Rehusaba todo trato íntimo, mas no tomaba a mal ninguna broma que
con él se permitieran, y aunque sentía gran curiosidad por asistir al proceso de todos los chismes
y discusiones, ya que ellos le proporcionaban un
pasa.tiempo gratuito mientras que los demás oficiales se entregaban
a sus rudas comilonas, se
guardaba muy bien de mezclarse en nada y de
cometer ninguna. imprudencia. Era, en fin, la más
original mezC'la de sabiduría y perseverancia verdaderamen tú heroica y de apacible y bajo egoísmo
e insensibilidad.
Sucedióle lIDa vez ser durante algún tiempo el
único oficial de su taller, hallándose en aquella
soledad, sin nadie que le molestara, como el pez en
el agua. Sobre todo por las noches se regocijaba
de tener la CRmapara él solo, y aprovechaba, con
gran sentido de la economía, aquella buena temporada para compensarse por adelantado de los
días venideros en que no gozase de tal comodidad,
triplicondo su persona, cambiando continuamente
de posición y figurándose que en la cama había
tres individuos, dos de lOf-;cuall's invitaban altercero a no cohibirse por ellos y ponerse a toda su
comodidad. Este terccro era él, y accediendo a tal
invitación se envolvía voluptuosamente
en toda.
la colcha, abría las piernas lo más que podía, se
acostaba atravesado en la cama o dabu volteretas
sobre ella, poseído de una inoc('nte alegríu. Mas un
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día, hubióndose metido en la cama cuando aun no
hahía cerrado la nochfl por completo, vió entrar
a un oficilll forfl~wro, que, llegado al tall! r en 80licitud dc trabajo, fué admitido y conducido a
la alcoba por ]a maestra. Job se hallaba cómodamente tumbado en la coma, con los piel' sohre las
almohadas, cuando entró cI extranjero y, depositando en cI suelo su pcsado saco de viaje, comenzó
en el acto a desnudarse, pues venía cansado. Job
dió rápido la vuelta y se colocó rígido en su primitivo sitio, junto a la pared, pensando que siendo
época de verano no tardaría el nuevo ofieiol (n
irsc a otro lado, según costumbre. Con un profundo
:suspiro se>entregó a aquella esperanza, resignado a
la lucha por envolverse en la sábana ya los empujones que habría de sufrir de nuevo. Mas cuál no
fué su asombro al ver que el recienllegado, quo venía dc Baviera, donde había nacido, se acostaba
saludándole con gran cortesía yse acurrucaba, ton
pacífico y cuidadoso como él mismo, al otro extremo do la cama, sin molestorle lo más mínimo en
todo ci resto de la noche. Tan inaudita aventura le
quitó de tal modo ]a tranquilidad que, mientras el
bávaro dormía apaciblemente, no logró él pegar
un ojo en toda la noche. Por la mañana so dedicó
o. observar con gran atención a su nucvo compañero, viendo que no era ya joven y que con Iltentas
palabras trato ba de informarse de las cireunstoncias y la vida que en el taller regían tal y como él
mismo lo hubicra hecho. En cuanto se dió Job
cuenta de esto se puso en guardia y calló, como si
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se tra.taRe de grandes misterios, las cosas más sencillas, intentnndo en cambio hacerse dUl'lÎo de los
secreto;:; d8l recienllcgado, no cabiéndole duda de
que ó3te po..;eía alguno, COSI\ quo se notaba fi la
legua, pues ¿por qué había. de ROl'un hombre tan
razonable, apacible y equilibrado si no llevaba algún oculto y ventajoso propósito? Dc este modo
in ten ta l'on sonsaca rse recíproca men te COIlla mu yor
prudencia y afabilidad, Il medias palabras y con
há.biles rodeos. Ningnno daba al otro respuesta
clara y razonable, ya pesar de ello sabían ambos
después de unas horas que el otro era ni más ni
menos que su propio retra to. En el transellrso del
día halló Fridolin que así se llamaba el bávaro,
ocasión de abandonar el taller yen traI' en la alcoba.
vúrias veces, y también Job en tró en ella. a. hurta(Hilas mientras que el otro trabajaba, y registró al
vuelo los efectos de Fridolin, no descubriendo mas
que las mismas cua tro cosas que 61también poseía.
L~ sola diferencia era que el alfiletero de madera
de Fridolin representaba un pez y el suyo un niño
de mantillas, y quo en luga!' de un des trazad u mé.
todo de francés para uso popular que él guardaba,
temía Fridolin \ln bien encuadernado librito titu'
lado El tinte en fdo 11en c:Lliente. Manual indispen8able p:Lra lOB tintoreroB, en cuya primerl\ página
había escrit.o con Jápiz: «Prenda por los quince
céntimos que J(\ prestó al de Nnssau .• De CIStodedujo Job que el nuevo era hombre que cuidaba
bien ¡;US interŒes, e involuntariamente
miró por
todo el suelo, descubriendo en seguida. un ladrillo
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quc parecía haber siùo remm,ido recient<m(llte,
y al?;ánd(llo h¡¡lIó, (,n efecto, el tesoro del htt \'>11'U
envuelto en un pañuPlo atado con un brum¡;ntc,
en Vez de calcetín en que éllotcnía,
y casi ton pesado ce'Ino el suyo. Temblando, colocó de nm.vo
el ladrillo en su sitio, lleno dc inquietud yadmira.
ción por lu grandeza del extranjero y temor por su
propio ¡iecreto. A toda. prisa. corrió de nuevo al taller y se ptL<;O a trabajar como si sc tratase ùe pro.
vp.cr de peines al mundo entero, sccundándolc ci
báva.ro como si también hubieran de peinoJ'::'c to.
dos los moradores de las regiones celestes. Los ocho
día" p,iguientcs confirmaron csta recíproco actitud,
pUles si Job era trabajador
y frugal, Fridolin era
activo y sobrio y ta,mbiéll lanzaba hondos suspiros
sobre lo penoso dc observar tn les virtudes. Si Job
era prudente y alegre, Fridolin se mostraba listo
ybromista; si uno era modl'sto, el otro era humilde;
si uqn61 mostraba inteligencia e ironía, dcjaba ver
é"to SU espíritu burlón y casi satírico, y, por Úl·
timo, si Job, el sajón, ponía una caro. tranqllila
c inocente ante una cosa que lo l1sustl1ba, Frido.
lin, el bávaro, ponía en iguales circunstancias una
il1supernble cara de burro. No era esta emulación t,anto una contionda entre cllus corno el cjer.
cicio de una maestría ,le que so sabían dueños,
que vivificaba sus alrna~ y que los hueía no despreciar el t.omarse uno al otro por modelo o imitarlo
apropiándosfl lo!; finos rasgos que aun les faltaban
para completar una total experiencia del mundo.
Llegaban hasta aparecer ten unidos y acordes, quo
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parecían dirigiro;e hacia un fin común y semejaban
dos valerosos héroes que se conducían con toda
caballcrosidad, ayudándose mutuamente antes de
combatir uno contra el otro. Mas al cabo de ocho
riías \legó otro viajero, un suevo llamado Dietrich,
con cuya llegada sintieron ambo" una silenciosa
alegría, considerándole como una medida de comparación con la cual podían medir ellos su grandeza, y pensaban cogeral pobre suevo, que o;cgura.
mente sería un inútil, en trc medias de sus virtudes,
como dos leones que so divierten jugando con un
mono.
Mas quién podría. describir su asombro cuando
Diotrich comenzó a portarse exactamente igual
que ellos, repitiéndose ahora entre los tres el re·
conocimiento que antes entre dos, y no sólo colocándolos a ellos con respecto al tercoro en una situación inesperada, sino transformando por com·
pleto su rocíproca posición.
Ya on la primora noche se mostró el suevo, al
acostarse en el lecho común, por completo igual
a ellos, yaciendo quieto y rígido como una cerilla,
de modo que aun quedaba un espacio libre en tre
cada uno de los tres durmientes y la colcha se extendía regularmente sobre ellos corno un papel
sobre tres arenques de cuba. La situación se hacía
más seria., y mientras permanecieron así, opuestos
corno los ángulos de un triángulo equilátero, sin
poder ya tener entre dos de ell(¡¡;un trato confiado
y :;in acorJar la paz ni luchar en valionte compe.
tencia,
dedieóse cada uno a esperar pacientemente
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que jos otros se fueran. Cuando el dueño del taller
"ió que los tres originales hombres lo aguantaban
todo con tal de no abandonar ninglUlo de ellos el
tuller dcjando en él a los otros dos, les rebajó el
jornal y les dió peor comida. Pero ellos trabajaron
cada día más, poniéndole en situación de lanzRf al
mercado una. gran cantidad de mercancía barata,
de manera que le hieieron ganar mucho dinero y
poseer en ellos una verdadera mina de oro. Tuvo
que ensanchar su cinturón y tomó preponderancia.
en la ci-J.dad, todo ello a costa de los simples tra.
bajadores, que en el obscuro taller se afanaban
día y noche para ver si alguno se agotaba yacababa por marcharse. Dietrich, el suevo, que era
el más joven, demostró ser de la misma. madera.
que los otros; mas como había trabajado menos
tiempo no poseía aún ahorro ninguno. Esto hubiera ::ido una muy desfavorable circunstancia para
él si eon su inventiva. no hubiera. conjurado en su
ayudo. un mágico poder que compensara la vcntaja
que los dos otros le llevaban. Hallándose su espíritu, igual al de sus compañeros, libre de toda pasión, excepción hecha de la de avecindarse prceisa.
mente allí donde había previsto alguna ventaja
y no en ningún otro lado, tuvo la idea de fingirse
enamorado y pretender la mano de una muchacha
que poseyera. aproximadamente
la cantidad que
el bávaro y el sajón tenían escondida. bajo sendos
ladrillos. Pertenecía a las mejores cualidades do
los seldwylenses la de no unirse por el dinero a. una.
mujer fea o poco amable. Cierto es que tampoco
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se ICH presentaban
grandes ocasiones que a ello
les tentaran, pues en la ciudad no exil"tían ricas
hereùeros, ni lindas ni fea,,; pel'o por lo' mt'nos puede decirse que sabían despn'ciar fi oqucllas que poseían algún dinero, prefiriendo uniru' li una mujcr
alegre y bonita con la que divertirse durantt' fllgunos años. Por esta razón no le fué difícil al vigilan te suevo !tbrirse c!tmino hasta una virtuo>a muchacha que vivía en SU misma calle y de la cual
había avcriguado, en hábiles coloquios con ¡fiSviejas vecinas, que poseía va.lores por la suma. de setecientos florines. Esta muchacha era Züs Bünzlin,
de veintiocho años de edad, y vivía con su madre,
la la.vandcrn, pero disponiendo corno dueña y señora de aquel dinero, que procedía do herencia
po¡terna. Los valores citfldos los tenía encerrados
en una cajita de laca, en unión de los in tcrc~cs que
iban produciendo y de su portida de bautÏf.mo,
certificado de hllber sido confilmada y un dorado
huevo de PflSCUtl.Además encrrraba fn la mÜma
caja todos los dem,ás objetos de su exclusiva pertenencia, consistentes en media doc.fna de cucharillasde plata, un cri~;talito rojo con el PadrfllUestro
grabado en letras de oro, un hUCEO de Ct'n za en el
que habían sido talladas csr'fnas de la pasión de
JesuCl'isto, ulla cajita de marfil ccn muchos calados y forrada de rojo tafetán, conhnio:do un cspejito y un dcdnl de plata, otro huu,o de ccreza
dentro del cuallwhía un diminuto dodo, urll nuez
que al abrirse dejaba vel' una pfqUf ÎIfl VilglIl trus
un cri3talito, un corazón de plata (ncenEr,do una
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esponjita Rllturadll. de perÍlmw, une. cajita <le bembOIl\:'shechu do \mn cáscura d!' limón, y d(ntro do
elln, sobre algodonps, un alfilcr dl' oro en forma
do namedvidcs
y un medo !lón con un mon limen to
hedw con pelo; lld(>más, un atadijo de paprles
amal·illp.utŒ~ con recetas y sccretos de tocador,
una botldlita COllgotHS do Hoffman, otra de agua
do colonia, una cl1jiw conteniendo un trocito do
piel do marta, otra con un poco de almizcle, un
ces tito tejido de hierbas olorosas y otrO hecho con
cupntas de vidrio, un libro forrado de papel azul
c010ste con cantos plateados y titulado Doradas
regla .• par,'! lels mujeres cuando novias. espolias y
madres, otro libro con la. interpretación do los
sueños y otro con modelos epistolares, y, por ÚI·
timo, cinco o seis cartas de amor y un bisturí para
hacer sangrías, pues había tenido relacioncs con
un oficial barbero y practicante en cirugía, con
el que había pensado casarse, y como era una muchacha muy hábil y pruùente habla aprendido do
su novio a sangrar y aplicar sanguijuelas y ven tosas y había llegado ya hasta saber afcitarle. Mas
el hllrboro result6 s<,r un hombre indigno del ea·
riño que ella le había conccdido, poniendo cn él
ligoramp-nte la felicidflù de su vida, y clla, al enterarsp, rompió, con triste, pero sabia dcci;;ión, sus
relacione;; con él, devolviéndose mutuamente
los
regalo:!, eX(:l'pcióp Il<'cha del bisturi, que con!':erv6
ella on prPlHla do un £InrÍn y c¡neuen ta c6n timos
que le había prpi'tado lin día, sin ¡ntcréR alguno,
pero cny!t deuùa no confesaba él, prckndicndo
quc
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dicho dinero le había sido ell tregado por olla en un
bail!' para pagar los gustos que ocasiomlsen, y que
eIJa hl1nía gastado, devorando goloHinoR,caHi la
totalidad de la Ruma. Por lo tanto, no devolvió el
préHtamo, ni ella el bisturí, con el cual sangró después ocultamente a todas las amigas y vecinas que
lo necesitaron, ganando con ello algún dinerillo.
Mas siempre que usaba el cOrtante instrumento
no podía por menos de pensar en la bajeza del hombre que tan cerca de su corazón había estado y que
por poco no llegó a ser su esposo.
Todo esto se hallaba dentro de la caja de laca,
y ésta encerrada a su vez en un viejo armario de
nogal, cuya llave guardaba siempr£' ZÜSen sus bolsillos. En cuanto a la persona misma de la muchacha, diremos que tenía !:inos cabellos rojizos y ojos
de un azul líquido, que no dejaban de tener su encanto y sabían de cuando en cuando mirar tierna
e inteli¡¡;cntementc. Poseía Züs una gran cantidad
de trajes, de los cuales no se ponía nunca mas que
105 más víejo,,; pero iba. siempre muy limpia y bien
arreglada y su cuarto estaba también siempre limpio yen orden. Era muy trabajadora y ayudaba.
a su madre on sus tareas, planchando las ropas más
finas y lavando las cofias y puños de las mujeres
de la ciudad, con lo cual solía ganar algún dinero.
Do esta su actividad provenía quizá el quI' todas
las semanas, durante los díllS I'n que se dcdil'aba
a lavar, observa be. aquel humor grllv(' y mesurado
que tienen todas Jas mujeres cuando está.tl lavando,
y que este hmnor se fijase para siempre en elle.
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durante aquellos días, no cambiándose por una mayor animación hasta que llegaban los días de planchado, animación quo en Züs iha siempre mezclada con ulla sabia prudencia. E~w espíritu de
orùnn se d'~mostrab~ también en el principal adorno de la. vivienda, constituido por una corona de
cuadrados y bien igualados trozos de jubón, colocados, para endUNcerse, en torno fi las habitaciones, !óobre una repisa de pino. Estos pedazos los
Illedía y cortaba siempre Züs en porsona, por modio do un alambre que tenía en sus extremos dos
vástagos de madera, que permitían mandaria con
mayor comodidad y cortar mcjor el blando jubón. Poseia ZÜS también para estos menesteres
uu precioso compás, que le había hecho y regalado
un oficial herrero con el que estuvo en un tiempo
casi prometida. De este mismo procedía también
un peqneño mOrtero relucien te que aelOJ'naba la
repisa del armario en compañía de una tetera azul
y un pintarrajeado jarrón con flores. Züs hahía
suspirado mucho tiempo por la posesión de 1m
tan coqueta mortero; asi es que el atento herr('ro
acertó por completo cm-lndo se presentó con 61una
mañana del dia del santo de Züs, trayendo además
una eajita con canela, azúcar y clavo y pimienta
para maeh¡lCar en Sil regalo. Antes ùe entrar se
detuvo a la puerta de la casa, colgándose el mortero, por un usa, de su dedo meñique, y repiquekando sobre él con la mano como si fuera una
calupana, inaugurando así la. alegría de aquella
mañana. Mas poc>o tiempo después huy6 el muy
DEpor
i!\ELDWYL.l..-T.
II. Ángel Arango del Banco
7 de la
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Fue FO~IBRES
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falso dt~ aquellos contorno~ y nada se volvió a S8ber de él.
maestrO reclamó adf.miÍs ci mortero,
que el fugi tivo había. sacado de 1m tienda sin a bana.r su importe; pero Ziis Bünzlin no quiso entregar el querido recuerdo y promovió valiente J' empcñadam('nte
un pequeño pleito, que ella mi~m&
defendió ante los jueces, alegando que el lindo ut( nsilio debia qnedar en su poder en prenda por va rias
cuentas de planchado y lavado que no le h¡,bian
sido satiF.fechas. Los días que duró la contil nda
fueron los más importantes y dolorm;os de >.u vida,
ya. que, con ¡¡U profundo entendimiento,
ccmprendía y sentía. más vivamente que la gente ligero e
insubswncialla
gravedad y la vcrgÜt nza de com·
parecer ant.e ci Juzgado por una historia fAn íntima y ticrna, Mas a pe,ar de tûdo obtuvo la. victoria, y conF.ervÓ el mortRro.
A"í como el ordf'n y regularidad
con que los
trozos dc jabón estaban cortados y colocados demostraban su amor a] trabajo y su l5entimiento de
la cxactitnd,
probaban también la elevación y
cultura de su espíritu numerosos libros cuidadoEo.
mcnte apilAdoF. jlmto a una ventana. POEcíll aún
Züs todos los dId colegio, sin hab!'r perdido ni uno
solo, comn tampoco había olvidado nada de lo que
en él había aprendido, subiéndose todavía de memoria C'i Cil reeismo, laBdeclillacionE'l', lus rt'l,daRaritméticas,ln Geografía, la Hi.<;toJ'iahíblica y los mundanos ~Trozos escogido~ •. Po¡;eía tllmbién ('n t.re
su;; hbros algunas de las bellas historias y pt'queños J'cIatos de Cristóbal Sclmlid, con sus juiciof'OB
Su
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mora]t,jas t'n verso a] final dc cadB uno, y además
media docena de trataditos
piadosos, una co]ccción de almAnaques llenos de sabios ('onsdos, un
tratado de cartomancia, una colección de meditaciones, ulla para cada día del año, destinada al
Ui;O de muchAchas pensadoras,
y un vit'jo ejemplar
dI' Los bandidos, de Schiller, obra que leía cada vez
qlle creía haber]a olvidado un poco, C'or.rnoviéndose siempre de nuevo, mas sin que ]a emoción
]e impidiera haccr una muy razonada criticR del
dJ·ama. Todo lo que aquellos libros cnCt l'raban hRbía pasado fi la cabeza de Züs, de modo quc sabía
hablar sobre aquellas ma terias y otras muchfls más
con plena suficiencia. Cuando estsba de Luc n humor y no mllY ocupada salían de su boca inaCAhables discursos, cn los que valoraba y j\lZgllbn tedo
]0 di vino y ]0 hmTIano, y jóvenes o viejos, altos y
bajos, cultos e ignorantes knían que aprl'ndcr do
ella y someterse a su juicio siempre que, sonriente
o meditabundu,
comenzaba a hah]ar, después de
habcrso penetrado de] asunto do quo so trataba.
A vocos hablaba tanto y con ta] unción que parccía una cil'ga prudita que no viese nada de] mundo
exterior y cuyo único placer fu('se oirse ha h!a r a
si misma. Del cokgio de ]a ciudad y de las elatcs a
que asistió para prepararse a recibir el sacramento
de la Confirmación había sacado la postumbrp de
~serihir composiciones literarias,
análÜ,is E'~pirituaIt's y toda clase de sentencias y aforifmos. De
este modo confeccionaba en los tranquilos domingo,; las más maravillosas composiciones, aeumu·
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lando tras un sonoro titulo que había leído u
oído las más absurdas y disparatadas frases y]Je.
nando pliegos y mús pliegos conforme iball saliendo simplezas do su cerebro. Sus temas eran, por
ejemplo, sobre lo provechoso do una enfprrnedad
para el espíritu, sobre la mUf'rte, Robre lo conveniente (lo la renunciación, sohre la grandeza del
mundo visible y lo mistprioso dd invisible, sobre
la vida campestre y SUK alegrías, sobre la Naturaleza, sobre los sup.ños, sobre el amor, unas palabras
sobre la obra redentora. de Cristo, tl'eS puntDs sobro la justicia, pensamientos sobre la inmorwlidad,
etcétera. Estos trabajos los leía a.sus amigas yadol'a.dore::;,yal que estimaba mucho le regalaba. uno
o un par de ollos, que el agasajado debía poner en·
tonces entre las hojas de su Biblia, l';Í es quo la poseía. Este su aspecto espiritual le habíu atraído
un día la sincera y profunda inclinación de 1m joven oficial de encuadernador
que lcía todos los
libros que encuadernaba
y que era un hombre
aplicado, sensible e inexperto. Cuando ]Jpvaba su
ropa a la madre de 7,üs pura que la lavar'a le parecía h\lllarse en e I ciclo al escuchar en los mara vi!losos discul"8oS de su hija cosas que él ya ha bía
pensado varias veces, pero sin atrever;;e nunca a
soltarias. Tímida y respetuosamente
Re acercaba
a la. joven. tan pronto silenciosa como clocuent€, y
ella le cOllceùió su trato y le ligó il ella dur!\nte todo
un año, aunque ma.nteniéndole siempre en los límites de una absoluta carencia de eRperlll1:ros,que
con suuve, pero implaca.blE' mano, le señalaba de
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continuo, pues siendo él nueve años más juven que
ella, pobro como Ias l'atas y poco hábil para hact'!"
fortuna en su oficio, cosa además muy difícil en
Scl<lwylll, donde la gente no leía nada y pOl' ]0
tan to no mandaba encuadernar ningÜn libro, no
se ocultô a los ojos de ella ni un solo mOIllento la
imposibilidad de lmirse a é], y sólo buscó el elevar
el espíritu del pobre pretendiente
hasta haeer]e
capaz do una conformidad ante e] adverso destino
tan grande como la qUf~clla poseía, y f'Tlvolvl'rJo
en una nube de abigarrados frases. E] lu cEcuchuba devotamente y osaba de cuando en cUlJIldo lan'
zar-;e a pronunciar un bello discurso, quc ella ma·
taba apenas nacido con otro má!'. bello. Este afio
fué para clla e] más espiritual y noble de ~ll cxis·
roncie,. no turbado por ningún hálito grosero, y
durante él le encuadernó su adorador todos sus
libros y construyó además, en muchas noches de
vch y tardes úc días festivos, un art.ístico y lindiqimo monumento de su adoración. Erll éstp un
Lemp]o chino de cartón con innumerable" C~tl:I;cias y compartimientos
sccrl'tos, que poúía d('sarmarse dividiéndose en varios trozos. Papcles de
diversos colores y tiritas dorDdus ornaban J31< fachadas, yen sn int<.'rior Fe vcía un bosq\1c <lc columnas y múlt.iples espejos. Quit.ando un t.rozo
ùe] templo o abriendo una de SIlS numcro¡;as pnertecjllas aparecían ocultas estancia¡;, decoradas con
cuadros, espejos y ramos do flores, en Jas eUllIl's
so hallabHIl diminutol; muñequitos en actitudrs
amorosas.
Delporalero
ùe los
pendían
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la Biblioteca
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Ángel Arango
del Banco todo
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~Irededor del templo pequeñas campanitas y en
la naye principal Ré vp.ía una relojera. La" columnas tenían toùas un ganchito que' sirviera para que
la. cadena. correspondiente al reloj fuese sujeta en
olIos, dondo vueltos por todo el ir.t{:l'ior del monumento. Mas como aun no habían prl'trndido a
ZÜS relojero ni joyero alguno que depositof€n re loj
y cadena en el suntuoRO encierro, permanecía va·
cio el altar que en él se les destinaba.
La construcción del ingenioso kmplo ha bín exigido infinito trabajo y habilidlld, y cI idear el
plan geomótrico no había sido mlÍ.s difícil que luego ejec1ltarlo con exactitud y limpieza. Cuando
se termin6 lu.construcción de est<·monumento conmemorativo do un año folizmente vivido, Züs animó al bll:Jn encuadernador u. desligarse de ella y
a.bandonar lu. ciudad para buscar fortuna en otro
lado, PU(~S el mundo se hallaba abiertD ante él,
y despuós de haber cIIDoblecido tanto su coraz6n
en su trato con ella :f en su escuela no podía menos do sonre'írle la felicidad algún día. En cambio
ella. no le olvidaría nunea y pensaba consagrarse
a. la soledad. El buen muchacho lloró verdaderas
lágrimas cuando, SID poder oponerse a Ziís, tuvo
que abandonar Scldwyla. Mas su obra reinaba dCEde
entonces sobre la vit'ja cómoda de su adorada, protegida del polvo y de miradas indigna8 por un amplio velo de gasa verdemar. Tan sagrada la conEideraba la muchacha. que la tenía !"in utilizar ni
meter liada en ninguno de BUS departamentos.
A Este
BU Libro
constructor,
cuando
hablabaLuisdeÁngel
él, Arango
le llamo.Fue Digitalizado
por la Biblioteca
del Banco de la
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ba M muel, aunque su verdadero nombre L'ra el
de Voit, y decía a todo el mundo que s6lo ::\iunud
había llegado a comprenderlll. A él en cambio no
se lo <lija nunca, sino quc, para espolear más 1'111\1'di.mtc pasiÓn, le demostraba de tiempo en tipmpo,
en un lurguísimo cliscur,.;o, que aun no había logrado p:::netrar hasta el fondo de su complicado
espíritu. El pobre enculJ.lh'rnador, tan crudmente
eng,lñ,lllo, alcanzó sin él saberia su venganza. Cuando ml1r¡:hó de la ciudad introdujo en U11 doblo
fondo qUil FU templo poseía una bella carta regada
con SIB lágr·imas, en la que cxpresaba a Ziis su indecibl" dolor al scpararse dc ella, su amOI', fiU tierna veneración y lu cterna iidelidad que pensaba
gU'Hdar' li SU recuerdo; todo ello con palabras
tun
a rdien tes y sinceras como sólo puede hillla riftS
un verde.dero sentimionto. Jamá,« había él dicho
cO.>astan b.:lJlas, porquo nunca lo había ùPjado ellu.
h~bl¡¡r. Mas como la muchacha no sospechaba nada
dcl oculto t:lsoro, mOstró el D.Jstino su justicia no
poniendo ante sus ojos cosas que no era digna de
vur, pu,,;; en realidad era ella la quo no había cornprendi,lo nunca el ingenuo, pero sincero y bienintencionado espíritu del joven.
D.Jsde largo tiempo atrás venía observando Züs
aten tam~ntc la vida de los tres oficiales peineras,
alabando Sll conducta y calificándolos de hombres
sensato", y j\lSto~; de manera que cuando Dietrich,
el SU9VO, comenz6 a hacerle la corte, permftneeiendo largos ratos en BU casa los días que iba a en tregar Sill! cllmisas o a rocogerlas, se condujo amable-
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mente con él. reteniéndoJe largas horas a su lado
con rnaravillosas conversaciones, en laH que Dietrich era siempre de su parecer y]e demostraba su
ferviente admiración con en tusiastas alabanzos,
que l:'lla sabía aeoger por fuert{)s que fueran, pues
gustaba de la pimienta del elogio, y euanto más
fuerte. mejor, callando mientras se ensalzaba su
sabiduría, hasta que el cantor de sus loores vaciaba
su corazón por complcto y tomando entonces la
palabra para completar la pintura que aquél había
esbozado. Al poco tiempo de tratarIa enseñó Züs
a Dietrich los valores que poseía, y él observó respecto u. ello y para con sus compañeros un secreto
ton grande como si se tratnse del hallazgo del movimien to con tin ua. Mus a pesar de ello pron to cs·
tuvieron .Job y Fridolin sobre la pista de lo que sucedía, y al descubrirlo se quedaron maravillados
ante la astuta inventiva del suevo. Sobre todo, ,lob
se hubiera dado de coscorrones al ver que había
estado entrando en casa de Züs año tras año sin
que jamás sc le ocurriera buscar en ella cosa distinta de su rfJpa y odiando además a aquella gente, que era lu.única en Sclùwyla que le hacía pagar
algunos céntimos a la semallll. Nunca se le había
pasado por lu imaginación casarse, pUt's no podía
figurarse a la mujer mas que como \Ina criatura
que reclamaría de él algo que hasta entonces no
tenía ninguna obligación dc hucer, y tampoco había
caido en que él podía obtem'r de ella atgo que te
fuera útil, dado que nunca había confiado mas que
en sí
mismo
y sus; cortos
pensamien
tos no
ibandelmás
Este
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allá dcl estrechísimo círculo de sus secretos propósito~. Pero entonces se trataba de evitar que
Dietrich estorbara
sus planes pudiendo con los
sotecien tos florines de la muchacha oeasionarIe
graves disgustos si conseguía hacerse dueño de ella
y de ellos, y tales setecientos florines adquirieron
de repen te tin esplendoroso brillo a los ojos del
sajón y del bávaro. Sucedió así que el inventiva
Dietrich no había hecho mas que descubrir una
tierra que se con virtió en se guida en bit-ncs CQmunes, amargo destino de todos los descubridores,
pues los otros dos siguieron sus huellas en seguida,
presentándost' también en casa de Züs Bünzlin;
ùe manera que ésta se halló rodeada de toda una
corto de honrados y sensatos peineras, lo cual la
satisfizo extl'aordinari'lmente
por la novedad de
tener va rios pretendientes de una vez, co~a que
Jam:í.s le había sueedido, constituyendo para ella
una oeasión de emplear sus agudas cualidades
espirituales en la difícil tarea que suponía el con"ervarlos a los tres tra tándolos con la ma yor prudencia e imparcialidad y en tretenerlos can maravillosos discursos sobre el amor desinterl'sado y
la paciencia con que debían aguardar los inmutables designios del Destino. Como eada uno de ellOs
le había confiado particularmen te sus secretos
planes. decidió Züs en el acto hacer feliz a aquel
qlW primero alcanzase sus fines y Heconvirtiera en
duelÏo del negocio. Puesto que el suevo sólo podía alcanzar sus deseos casándose previamente
conFue
ella,
lo excluyó
desde luego,
proponiéndose
nola
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106
concederle su mano; pero como era el más jow n,
inteligente y amable de los tres, le di6 con mudos
signos y tiernas miradas alguna esperanza má.~que
a. 10:3 otros, para oncelarlos y rendirlos por completo;
de manera. que aquel pobre Crigt6bal Col6n que
había descubierto la ignorada y bella tierra se
transform6 en el engañado do la pantomima. Todos tres compotran en modestia, adoración y sensatez, así como en el arte do dejarse llevar por la
domina.dora muchacha., y cuando se hallaban los
tres reunidos con ella formaban un original conventículo cn el que se pronunciaban los mns extraños discur¡;os. A pesar de todo el desinterés y
humildad que, pl.\ra complacerla, se esforzaban en
mo:,;trar de continuo, sucedía a. Veces qne uno u
otro, dejando las alabanzas a su dama común, comenzaba a. alabarso a sí mismo, tratando de hacer
resaltar sus cualidades propias, hasta que, suavemente reprendido por Züs, se avergon7.aba al verse
interrumpido y tenía que escuchar los elogios que
ella emprendía de las virtudes de los otros dos, estando obligado, si no quería desagradarIa, a rcconocerlas y confirmarIas.
Era ésta una muy dura vida p<l.ralos tres pobres
peineras, pues, a pesar de su frialdad espiritual, experimentaban, desde que una mujerse hallaba mezclada en su juego, desacostumbradas inquietudes,
producidas por los cdos, la. preocupación, el temor y la esperanza. Se agotaban a. fUCr7_'lde trabajo y economía y adelgazaban Il ojos vistas ..
cayendo
en una. taciturna. melancolía. Mientras
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]07
que delante do gente, y sobre todo en CR~a de 2iis,
so aplicaban a una opaciblo charla, [\prnllS hablaban pnlabra cuando se hallaban trllhnjllndo
juntos o ouando entraban en su alcobR, acobtándose suspirando profundamente en el Jp(;}JO común,
aunque permaneciendo
siempre ton inmóviles y
pucicntes como tres pulitroques. Un mÏfmo smño
flotabft t.odus las noches 80bro aquel trébol, hasta
que un díl-\-el suciio fué tan vivo qu(' Job tuvo un
estrem(~cirri'mto y empujó a Dictrich. el cunl fi
su vez empujó a Fridolin, Riendo posddos los tres
scmidormiclos compañeros por una tan salvaje cólera incol\Reil'Dte, que se desarrolló en la cama una
terrible lucha. en la que durante tres minutos se
empujaron, golpearon y pisotearon, hasta que las
seis pie l'llas so en reda ron unas con otras y formando
un ovillo vinieron los tres de la cp.ma a) suc lo, COn
gran griterío. Al dC'spabilarse crcyrrcn que el demonio quería lJcvárse~os o que habían entrEdo
ladrones en la alcoba, y con grandl's vo<'cs fe pu
sieron en pie. Job fué il colocar."e sobrc d ladrillo
que oCl1lte.ba su tesoro, Fridolin hizo lo miEmo, y
tambiól1 Dietrich, que lo poco que había ahorrado
lo tenía esconnido en igual forma. Luego comenwron a gritar do nuevo como si los estuvieran afesinando o lanzasen fuertes conjuros contra el demonio, toùos temblorosos y agitando los brazos
en el vacío para defendersc del imaginario peligro. Al cstrépitt> acudió asustado el maestro, y su
prescncia tranquilizó il los locos oficiales que, lleDÚedo
y vergüen:r.R,
volvieron
Estenos
Librode
Fuecólera,
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108
mder en la. cama y no pronunciaron pala bra en
todo el resto do la noche. :Musel nocturno terror fué
tan sólo lID insignificante anticipo del que les esporaba a la mañana si¡,'Uiente, cuando, durante fI
de~aY\lno, les declaró el dueño del taller que no
podía emplear en su ca~a por más tiempo a tres
oficiales y que, por lo tanto, dos de ellos dcbíllIl
salir a. buscar trllbajo en otro lado. Habían trabajado tanto y producido tal cantidad de merer.ncíe.
que ésta se ha bía acumulndo formllndo una reserva, y además el maestro huhía. utilizado SIIS grandes
ingresos en hac('r retrocedt·r el negocio cupndo éfte
se hallaba más floreciente, pues se había entregado
a una. vida tan alegre que pronto adquirió deudas
que doblaban sus ingresos. Tal era la caUHl de quo
los oficiales, a pesar de lo trabajadores y sobrios
que eran, constituyeran de repente rara él ur.a in.
necesaria' carga. Para consolarIas les diJO que, como
los tres Jo eran igualmcnte útiles y qUf'.ridos, no
quería designar por sí mismo cuáles debían abandonar el taller y que debían ser elloR los que be pusieran de acuerdo Bobrc este pun to. Mas los pobres
peineras DOintentaron siquiera hablar de ello, sino
que permanecieron
mudo;;, inmóviles y pálidos
como la muerte, sonriénùoFc unos 11 otros poseídos
de una angustiosa inquietud ni Ver que había lIfgado el momento deeisivo, dado que las palabras del
maestro eraD signo seguro de que ya no podía SOi'tRnfH'
01 negocio por mucho tif>mpo y que el taller
se pondría en traspaso pront.amente. Estuba, pues,
cercano
fin que por
todos
ansiaban,
reluciendo
ante de la
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109
sus ojos como una. divina Jerusalén; pero dos de
ellos tendrían que volver la espalda y retornar sin
traspasar SllS doradas puertas. Cada uno se apresuró a deela raI' que se quedaría en el taller a unquo
no percibiera retribución alguna por su trnbajo;
mas el mal'stro, que no sacaba ninguna utiJid!Hl
de clio, se negó a todo arreglo, insistif·ndo en que
dos de los oficiale:; tenían que salir de su Cllsa. Los
tres infelices cayeron entonces a sus plantas, reo
torciélldose las manos y rogúndole cada uno por
sí que le conservara tm par de meses más, aunque
fuera uno solo. Esta insistencia ]e hizo adivinar
las in tencioTles de los suplicantes, y al Vl~rque lo
que esperaban era su ruina para adu(,ñtll'f;e deI
taller, ideó vcngarse de ellos proponiélldoles una.
ma.liciosa solución para su problems.
-Si no os podéi:; poner de acuerdo-les
dijosobre cuáles de vosotros deben abandonar mi casa,
yo os daré un media de decidiria. Mañana es domingo, os pago a. los tres, arregláis VUCStTllS
maIetns, cogéis vuestros bastones. yen amor y cempañía salís de la ciudad y andáis en la dirección
que queráis durante media hora. Luego descansáis y hasta podéis echar un trago si Of; lo pide el
cuerpo, y cuando os parezca volvéis a la ciudad.
El que primero llegue al taller y me pido. tro.hojo
será e] OUQ se quede, y los otros dos quedarán drspedidos definitivamente y podrán ir a bU~CaJH> lu
vida donde les plazca.
Al oír estas palabras cayeron de nuevo ]0,; trŒ
justo¡, de rodillas !lnte el maestro, rogándolc que
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volviera de su cruel acuerdo; pero tedo f\lé en
vono. De pronto se levantó el suevo y, cemo loco,
corrió a casa de Zii'5. Apenas el bá.vuro y (I Eaj6n se
dieron cuenta de ello interrumpieron sus lamenta.
ciones y volaron tras él, renovándose la deHEpera.
da. escena en el domicilio de la.asustada muchacha.
Esta se sintió muy apenada. y conmovida por la.
ine:,peradu aventura, pero fué la primera (n rccobraI' la serenidad y, dándOl"e cuenta de la Eituocién,
decidi6 liga r su suerte a la origina I ocurr< n cio del
maestro, considerándola
corno inspirada por un
decreto del Destino. Llena de emocióll trlljo un librito de horóscopos y preEngios, y metiendo una
aguja entre las hojas lo abri6 al azor y It y6 la Hntcncio. que señalaba la punta de la OgUjll, sŒtencia. en la qne se hablo ba de III pen-cCllcién dE' un
honrado propósito. En scguida dejó que sus inquietos adoradores consultosen el librito, y tedos
los oráculos que leyeron trfltabon de trabajcso caminar por estrechos senderos y peregrina cienes y
marchas con la vÜ,ta fija en un anhelado idclIl, cosas todas rcferen tes a andar o correr: de manera
qne el próximo suceso parecía eJarrtrente
prescrito por los ciclos. :Mas temiendo °Ziis que Dietrich, como más joven, corriera cen mayor rapidez
que 1m; otros y se llevase lu palmo, decidió salir
al dia siguiente, acompañando a sus tres ¡¡dorEdores para ver lo que podía haccr (n fave}" dc EU
propio deseo de que triunfase lomode los ot.res des,
!;in que le importase cuál d~ ellol'<. Ordenó, pues, si·
lencio y conforuúdad a los tres lomen teses rivales,
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llJ
qJle en aquel momento se querellaban entre SI, :
les lmjaretó el 8iguiente discurso:
-Habéis
de saber, amigos míos, que nada su
cedo en este mundo quc no tenga su alta Rignifi
cación, y siendo así, porextraíia y absurda que nOI
parl~zea la. proposición dc vuestro amo dcbemol
con~;Íderarla corno inspirada por un decreto pro
videncial yacatarla dando mu€stra de una Fabidu
ría que él, que crec fundada su decisión en un ea
Pl'ieho, no sospecha siquiera en nosotros. Nuestn
apacible y sensata unión era demasilldo bclJn pan
poder durar mucho tiempo, pues jay! todo lo qUt
es beLo y provechoso es también pasajero y fuga z
y a la larga sólo logra prosperar lo perverso y le
obstinado. Por lo tanto, y antes de que entre nos·
otros so alce el funesto demonio do la discar·
dia, debemos separarnosvoluntariamente
y tamal
cudfllmo nuestro camino como impulsados por ama·
blcs brL'5us primaverales, antes de huir unos de
otros como arrastrados por los violen tos aquilones
del otoño. Yo misma os acompañaré en vuestro
penoso camino y presenciaré el comienzo de vuestra
currera para infundiros ánimo y que dcjóia tras
de vosotros algo que ombellezca vuestro impulso
mÏl'ntras corréis en dirección 11 la victoria. M08 UFí
como el vencedor no deberá vanagloriarse de su
dicha, tampoco los vencidos deberán gllsrdarlc rencor ni alejarse llenos de ira, sino guardar amo·
rosumen to nuestra recuerdo y echarse 11 rccorrel
el muncIo como alegres obreros en busca de tra·
bajo que saben han do encontrar, pUG's los hombres
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han edificado muchas ciudades tan bellas como
Seldwyla y aún mucho más, donde puedan establecerse y ejercer
flU
industria;
por ejemplo, Romn,
que es una maravillosa población en la que rcsi.
do el Padre Santo; París, que ('8 inmenso, con mu·
chos habitantcs y e¡;pléndidos palacios; ConstantinOphl, en h~ cual reina el Sultán y sc profesa la
fe turoa, y Lisboa, que fué destruída por un terremoto para resnrhrir luego mucho más bella que
antes. Viena es la capital de Austria yes llamada
la ciudad imperial, y Loudres, que es la ciudad más
rica del mundo, está situada cu Inglaterra,
junto
a un río que se llama el 'l'ámesis. ¡En ella viven dos
millones de hombres! San Petersburgo es la capi.
tal y cOrto de Rusia, y Nápoles, que es la del reino
del mismo nombre, está junto al hirvienh' Vesubio,
en cuyo cráter vió un día el capitán dI' un barco
inglós el alma de un condenado, la cua.l, como yo
he leído en un intercsantísimo libro de viajes, resultó ser la de lm cierto John Smith, que ciento
cinouenta años antRs había vivido perversamente,
y que se apareció a Icapitán con objeto de darle un
encargo para cuando volviera a. Inglaterra, cumplido ci cual Dios lo perdonal'ín y sacol'Ía del infierno, pues todo el volcán está habitado por las
almas condenadas, como puede leorse t'n el Peter
Raslers TractatU8 sobre la probable colocación del
infiorno. Aun existen muchas ciudades más; pero
de ellas quiero ton sólo citar a Milán, Venecia, que
<>.çth.toàn
com'trl1íàa en el agua, Lyon, Marsella, Estrasbul'go, Colonia y Amsterdam. iIe nomEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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brado yg Paris, pero no Nllremh('rg, Augsburgo
rii F¡'nncfort, Basilea, Berna ni Ginebra, que son
todus prf3ciosas ciudadl's, como también la bella
Zurich y una multitud mús que no acabaria nun·
ea de enumerar, eludo que todo tienc sus límitts,
monos el ingenio de los hombres, que van poco Il
poco e xtendiéndosc sobre la tiena y cmp¡,<lldicndo
todo lo que creen que podrá Sl'r1es útil. Si ~(m
justos tendrán éxito en sus empresas; maR el pecador se agosta como la hierba de lURpraderas y
pasa como el humo. Muchos SOn los escogidos,
pero pocos los llamados. Por todas estas razones
y otras muchas que nos impon<:n el debp.r y la
virtud de nuestra pura conciencia, debemos abc·
decer 01 mandata ùe) Destina. Par lo tanto, id en
paz y preparaos para vuestra peregrinación; pero
como hombres justos y upacibles que llevan consigo su valor adonde quiera que vaynn y cuyo bastón elo caminan tes ocha raíccs en todos lad OF;
hombres que elijan lo quo quieran pueden decirse:
tHo olegido la mejor parte.'>
Mas 10<; tres pobrcs peineros no quisieron oír
nada de aquello y autorizaron a la prudente Züs
para. que escogiese e hiciera quedarsc en Seldwyla.
a uno de ellos, señalándose cnda uno Il sí minno.
Ella se guardó muy bien ne hnccr elección ninguna.
y les anunció muy severa y autoritariHmento que"
tenían que obedecerIa o que si no ks retiraríll par~
siempre su amistad. Al oil' esto Job salió corriendo
do nuevo hacia el taller, e inmediatamente
corrieron Jas ot·ros tras él, temerosos de que emprendicbe
Los U()~BRHS DE SELDWYLA.-T.lI.
8
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114
algo ~()ntra ellos. De esta manera llnchnieroll unos
tras otros todo el dia, como a¡;tros errantes y
nlOl<-swndoso rnlltllumentc como tres araiias en
el mismo nido. ~Iedia ciudad contemplaba aqupl
extraño eSp"ctÍlcu]o que lo daban los tres perturbados peirwros, hasta entonces tan sikncicscs y
pacíficos, y los ancianos seldwyleIl~fs c(lIlsideraban
aquel SUCeSOcomo presagio de funrstos ucontecimientos. Al llegar la noche, ext( nunda" y sill
haber ideado nuda ni llegado a un acuerdo, se acostaron, rechinando los dicn tes, en el vicjo lechu
común. Uno tras otro se sumergieron bajo las
sábanas. yaciendo tiesos y rígidos como colocados
allí por la muerte, y continuaron sus perturbt1des
pensamientos hasta hundirse en un sueño refaradar. Job fué el primero en despertal'8e, aun muy
de ma.ñana, viendo que un alegre amanecer de
primavera dcjaba penctrarsu luz en uque] cuarto,
en el que había dormido durante seis años, y que
a pesar de su pobreza le parecía un parabo, del
que tan injustamentB estaba a punto de ~cr expulsado. Dejó que sus ojos recorrieran lus pllndcs,
contando todas las familiareE' huellas d,~ les mucho!;
oficiales que allí habían vivido mÚs o Ill( nos til mpo. Aquí acostumbraba uno a upoyar SU cabeza
y había dejaùo un grusi(~nto manchón; más allá
hahia clavado otro \ln clavo pura eolgor su pipa
y aun pendía dI' 6111nu cintita rojo. ¡Cuánta diferencia. entre aquella buena gente, que' había YUl,llo
a partir sin hacer ù;lño a nadi!', y éstos qur' (l sU
lado dormían, ob¡;tiuudos en no dejar]e el pU('f'tu!
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Il i¡
Dl''3I"llls clavó su miradn en e I l'spa cio de pared mós
c('reUIlO fi él, cuyos mús mínimos detull( s H' f;[\'
bía de memoria por habcrlos eonttmplauouun:nte
muchas horas cuando per la rncñolJll, o ueostaùo
antes de l'l'l'l'nI' la noche, se regocijul:fl con el grlltuito plucer de permanecer en lu CEma sin haecI'
naùa, En la encalada pared había un tI'O:<:O
n-tl'opeado pOI' la humedad, que semejuba el mHpa de
una Ilución, con sus ciudadc:s, lagos y Ull archipiélago formado por varios granitoió de Ul'(l'U qm',
sin duda, se habían mezclado con la cal. Cerca de
este mapa comcnzaba una purte de pand que Jcb,
habiendo encontrado ('n un bote un resto de pintura., había pintado de rabioso azul. En ella Fe
veía pegacla. una. cerda dc¡;prclldidu de la brocha,
y fi su lado unA. minúscula montafiita
azul que
proyectaba
sobre ella una tierna sombra, que Ee
extendia hasta llegar al archipiélago. Sobrc 10 ç¡uc
esta montañita
puditf,e Eel' había meditedo Jeb
durante todo el invi('rno, pu('s le pareCÍa que TIl.nea hasta entonces había Œtado allí. lHlls CUrI}do la buscó ahora Call Jal:;ojos IlO quiso dill' crédito a su;; l:;entiùos al ver que en ci Jugar que allH::;
ocupa ba quedaba un diminuto redondel blanco
y que en cambio )a azul montll ¡¡ita ~c movía e. Jo
largo do )a pared, no lejos de allí, (Cnlenta perrgTinación. L<.;cmbrado ceD'O si prcHncillrll till mi¡agTo, SI' incorporó y "ió que el ~fm(Jvi{ntc m(ll"t('cilla era una chinche quc rOl' lo visto hn hi!'. rI
pintrdo,al
pintar la pared, ÙIlTl:nt" su Jet¡;rgt¡ illVf'rnHI. y quI' ahaI'll, resllcitada por III tibia prima-
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vera, abandonabll su puesto y¡¡ubía pared arriba,
indiferente a su elegunte aspecto. Job la siguió
con la mirada, conmovido y lleno de admiración.
Mientras anduvo por el trozo pintado apenas podía distinguír-;())¡l; pero cuando salió de él y dejó
tras cio sí lo;; últimos chu farrinones se vió perfectamente al bucn unimalito ftzul seguir su camino
por el sucio muro. Con honda melancolía volvió
Job a caersobre laR almohadas, y. almque nunca
había hecho caso de presugios. aquel SUCesO le
pareci6 una confirmación de que también él debía comenzar de nuevo a vagllr mundo adeluntc
y lo interpretó como signo di) que debía resignarse a lo irremediablo y ponerbC en camino de bueD
grado. E'itos más tranquilos pensamientos le devolvieron su natural reflexión, y, meditando COD
mayor reposo que hasta entonces, halló que sometióndose humíldoment<> a la dura prueba y conduciéndose en dIo. con toda atención y cuidado
podía aún vel1ce:r Il sus adversurios. Suavemente
bajó de la caIDa y se dedicó a poner en orden su
equipaje, eomenzflndo por sacar su tesoro de su
escondriio y meterIa en el fondo de la maleta. En
seguida despertaron sus compañcros, qucdándose
asombraùos al vel' la tranquilidad con la que estaba
entregaùo It su faena, y IDucho más cuando Job
los dirigió palabras de !'Ceoneiliación deseándoks
un feliz día. Aunque no imaginaban sus in tencionls,
olieron una astucia de guerra en su conducta y la
imitaron en el acto, muy atentes a lo que Job em·
prenùiera después. Lo más ('xtraño de toda esta
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esc£'na fué ver c6mo por vez primera l'uc¡:n;n, \11\08
en prp;;en Cill de otros, f;US r('"pcctiyq, tcsorcs de
debajo d£' los ladrillos y, sin contaria, metiÓ cacla
cual el ,",u1'oen "ti valija. SubÍ/m hacía œtlcllO tiem·
po quc cnda uno conocía el secreto de !cs otrrs dOE;
pero, a la buena y honrada usanza an tiguu, no du;.
confialllHl unos de otros hasta el punto de tlml'l' un
daño en liU propiedad y tenían la f'cguridad de no
ser robadm; por sus compuñeros, confian7'.a que no
debe f<1.ltarnunca en los dormitorios de obrero" y
soldados.
De "ste modo se hulJaron, sin casi darse ou(nto.
ni C{uPrerlo, preparados para la partida. El mac£'o
tro Ics pf¡gÓ sus jornalc!'; y les dió certificaùos de la
ciudad y de él mismo en los que consto ban los ma.·
yorcs elogios f;obre sU perseverant£' loboríosidod.
y cxcdentc conducta, ylos tres mareharon melancólicamente a casa de Züs Bünzlin vestidos con
lurgaf; casacas obscuraH eubiertllH por vicjos y sucios guardapolvos. Para rcsguardar l>USsombreros.
aunque eran casi prehif;tóri('of; y ff;tli l'en pc lllùcf-;y
lustrosos do tanto cepillarlo:-:, llcyu1:en también
una fuerte tela encerada. Sus valijl1S las habíllll
cargedo a. la espalda y sobre ('1I1l5colocaron la
pcqupña carretilla que-,había de' l>elTirlp¡;puru por.
teurluf; eon menos tl'Ubajo ('Il los caminoI' c~eabTo.
sos, y laH ru"das HobrCflllían por encima de su.!!
hombros. Job fC apoyabu en un f.('n£'illo bost6n
de bambú, Fridolu¡ on mm VOTOde fn,no pintada. de rojo y con ne-,grosdibujos hechos Call un hic.
rI'O canJentt>,
y por
Diet.rich
en Luis
un Ángel
fllntástico
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Il8
t,UOi;Qba;.;tÓn alrededor del cual se enrollaba un
salvaje trjído Je pt'qlwííag ramag, Pero cosi so
avergonr ..aba dl' af[uel llamativo apoyo, que procedía de sus prim,'ro,; viajc's, cuando en su juventud
no era aún tall ;.;t'I1;.;uto
y cuerdo como ahoru. :Muchos vecino,.; con \,lUShijo,", pequeños rodeaban a
nuestros tres hombres, de~(;lÍndoles un feliz viaje.
En "sto salió Zíis a la puerta COllalegre rostro y
echó a an(br valerosamente ddunte de sus tres
a.doradores hacia. las puerta~ de la ciudad. En honor
de los viaí.~ros se hahía vestido má.., cuidadosamcn te quc cie costumbre. Llevaba un gran sombrero con enormcs lazos amarillos, un traje de
indiana ro;:ll.con múltiples adorFlos, un negro chal
do terciopelo y rojas botas con muchos flecos.
Dc su mano colgaba un inmenso bolsillo de seda.
vorde lleno cio peras y ciruelas pasas, y se cubría
con una ahi()rtfl sombrilla en cuya con tCla se
veía \lna. ~ran lira de marfil. So ha bín puesto al
cuello d me>da.llónque contRnía el monumento de
rubios cabellos y prendido el alfiler con la dorada
£lor dL' nomeolvides, y llevaba blancos guantos de
plllltO. Con todas estas galas tenía un umablo y
tiorno aspecto. Su rostrO e;;t.aba ligerllmente enrojecido y su pecho parecía elevarse más que de
co,;twnbr ••. Los angu,;tiados competidores no sa·
bían qu6 h'ler-r, \lenos de- angustia y turbación, pues
lo. deei"iva situflción en que se hallaban, la bella
maii.ana pI'Ïmtl<°L'I'ül que iluminaba su partida
y
las galos cie Zü." mezclaban en su£; agitados sentimientos casi algo de lo que verdaderarncn te se
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U\}
llama a 1001'. Al tru,=,pusar lus puortas dc la ciudad aconsejó la amuule muchucha a sus ado!"cHlores quo colocasen sus vulijas sobre las cllrrdíllas
y tirasen de ellas, paru no cansur~e inÍ1tilllll'lltc.
Así lo hicip,ro!l, y cuando,dejnndo
airás la ciurlud,
se dil'"gi.ll'on hacia las vt'cinus montañas, part't'Íu
aquel cortejo un cuerpo de artillería quc fu('!·!l.a
subir a ellas pllra colocar en su cima una batería.
DefOpu&.<
de andar una bucna media honJ hicil·ron
alto Cil .mu linda colina, sobre la quc cruzaba un
camino, y f;e sentaron en semicírculo bajo un tilo,
dcsrle dO!l(lc so gozaba la vista de un amplio bori:r.onk de bosques, lagos y pueblos. Zi.is abriÓ su
boi:;ón y dió a cada uno un puñado de peras y ciruelas. De este modo permanecieron
largo l'Ato
graves y callados, producicndo tan sólo un suaye
ruido con la lengua ul sorber ci dulce jugo dc las
frutas.
Lu(>go arrojó Z¡is dc su boca el hucso de una ciruela y, limpiándose los dedos, teñidos por el 7.\1mo
<1(>
lu fruta, en los frcscos tallos de hierba, habló de
{"!';taInllnera.
"-¡Queridos amigos míos! Ved cuán bella y
gra.nùc es la tierra, llena en derredor nucstro de
toda close do magnifioeneifls y poblado de humnnaR
vi \·ipndus. Sin embargo, apostaría yo que (n este
rnürnl,n ~o no existen en ningÚn lugar de tan inInel1SOmtU1do cua tro seres tan unidos como nosotros y quo posean todos cuutro nuestras cllulidados, sien'do tan inteligentes,
comedidos, laborioso,;. económicos, humilde,;;, sensatos, cuerrlos y
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sociables. Contemplad cuántas flores de todas clases ha hecho snrgir la prima vera en tOrno nue¡;tro;
ved sobre todo lus amurillas prímu¡as, con los cuales se puede hacer una agradabilísima
y sana.
infusión: pero ¿son acasO justas y trubajadoras!
¿Son quizá econÓmicas, prudentes, hahilidoEus y
capaces de abrigar inteligentes y ejemplu'r<'S pensamient.os? Nuda de eso. Inanimadas
c inconscientes, dejan transcurrir su vicia, y su belleza no
les evita convertirse en muerto heno. En cambio
nosotros con nuestras virtudes somos muy superiores Il ellas y nada tenemos que envidiarIas CD
belleza, pUe's Dios nos ha hecho a su imugen y se·
mejanza e influído en nosotros, además, su clivino hálito. ¡Ay! ¡Ojalá pudiórumos permanecer aquí
eternamente en este parl\íso y conservando la inocencia. que posEemos en ('ste momento! Porque,
amigos míos, me parece ahora como si estuviésemos tOd03 en ('studo de pura inocencia, pf>ro ennoblecidos por conocimientos adquiridos sin pecado, pues gracias a Dias todos saCcmos kn' y l'S'
cribir y hC'IDosaprendido un oficio, que ejerctmos
con gran destre7.a. Yo, por mi parte, po¡:eo aptitudes para llevur a cubo muchus COSlltiquC' no Re
atrcvería Il emprrndpr IlLmás culta de ¡!ISseiioritus, y si (!uisiera poùría "a lir dl' mi cIa¡:c; pero
como la humildad y la modestia son las más nobles virtudes de una mujcr cubul, mc basta sólo
con saber quc mi espíritu no carecería de valor ni
le empuje pura dur cima a ultas cmprcsas.l\fuchos
nombres
que
no erll,n
deLuis
miÁngel
amorArango
me delhan
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deseado ardielJtcmt'uk,
y ahora VCll dc pronto Cil
derredor mío tres jóvenes dignísirn(IR, y l'llalquierl'
dn ello:; Cf; merecedor de pOF«('fmf. lift did, pun;, In
angustia cn que se haIla mi corazón UII tI' hm nlln~lvillosll riqueza y tornud ejemplo de mí figurAndoas clda uno rodeado de tJ'l'S jóv(,T1ps de i¡!uul
valer y belleza qUe deRearan ¡=;ucariño Fin que ci
favorE'cido supiel'fi, dada la iguuJùad de CClldieione¡=;0(\ Jas tres, inclinarse por ninguna y lus pel'diera así todas. Imugiuaos que ('udn uno de vo~otros se viera pretendido
por ins Ziis Bünzlin y
que todus estuviesen a quí sell tadas en derredor
vuestro, vestidas igual que yo y con idéntico aspecto, como si dc repente me hiciera yo nueve
y os mirara desde todos lados, muriéndome
triplemente por cadH. uno eln vosotros. ¿Os lo figuráis!
Los buenos peineros deJaron de masticar la fruta,
y ponil'ndo cara de tontos COrnen7.llrOna meditar
en lu. difícil solución dc aquel intrincado problema
imaginativo.
El prim/'ro que lo logró fué Dietrich,
y prorrumpió con gCHto voluptuo~o:
-¡Sí, sí, querida ~0.ño\'itn ~iis! Si m" p('Jn¡jU»
que me explique os diré <¡uP. os vco no sólo 1Tiplicaúa, SillO (:entuplicada. f1otlll' lllrcdrdor de mí.
rniránd<lITle con ojos nmoro~os y ofrf'ciéra1, rr e mil
y rui' b.,,,,o,,.
-¡NClda de cso!-rechazó
ZÜ", muy n,fudmla.
-No hl'y que exagerarnisuponcrmf'
cnpozdc maneras tlln poco deeenws. ¿Cómo os habéis podido
imagirlfll' tal ('O~l\, pré¡=;mÜuo>:;oDi('trieh? Ko he
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pprmitido que me os imaginéis centup]icada y
brindando clll-icins, sino "ólo triplicaùo alrl'dedor
de cada uno y cen modalEs castos y reeotl\dç~.
-Sí, eso es-excJlimó ahora Job, se¡\!llando {'Il
torno >iuyo con un rabito de pera-,
.6lo triplica.
da y con la mayor deceneill \'('0 yo a la querida
scfiorita niinz!in past'ur a mi lado, mirándome corifio;;alnC'nte y colocando sil mllno sobre fiU corazón.
GraCIas, muuhas gracias, muchísimas gracias-añadió, inclinándose tres Veces hacía tres Jados distintos, como si en realidad viesc ]a triple aparición.
- Así esw bien-dijo
Ziis sonriendo-o
13ialguna
diferencia hay entre vosotros tres es a favor de
Job, que se muestra siempre como el más inte]i.
gente o, pOI' lo menos, el IIlá.Scomprensi\'o.
Fridolin, d bávaro, no habia t.Prminado nún
su tarea ùe rcpresentar!;;c las trps ZÜs; ma" a] oil'
alabar ùe aquella. manera Il Sil rival sc utemorizó
y exclamó a toda prisa:
- Yo tamhién veO 11 la queridísima señorita
Bünzlin pasear triplcmentc a mi alrt'deoor mientras qne, con el mayor recato, wc hace voluptuosas
seña>:, colocando su mano sobre ...
-¡Basta
Fridolin!-gritÓ
Zü,." volvil'ndo el rostro-.
¡Ni una sola palabra más! ¿Cómo t.en6is
valor
rarOi;
I'" I'll dirigil'we t'sas frases disolutas
tal,'''' in¡)pcrncias? j Basta, basH\!
y figu-
E] pobrC' báYllrü su qlH'dó como huriclo por el
rayo'y se pu>:o rojo como el fuego sin suber por que,
pues no '3e ht\bía figurado nad ••, y lo Único que ha-
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bía lh~choera ropt tir, vurilÍ.ud()lèl~ ligerumenu>, las
palahl'lls de Job, que Üm nplHlldit!us IlHhín vj~t(J,
Zii,.;S~ dirigió rio nuevo a Dietrich y ùijo:
-¿Y
va..;, qlll'!'ido Di('trioh? ¿Habéis logrudo
yu iml\gjlH\J'()~[lIgo más ucprtndo?
-Sí-'."('s!>ondió
ci sncvo, contenta de clue la
ITllwll¡lCha ~c dirigicra a él de nuevo-o
Ahora
~ólo o,.;v,'o trps veces, rnirándomc ufublc, pero ho'r1nstlln:'utL>. y ofl'cciéndome tt'('s hlAncas mnnitns,
qlW yo heso,
-Bien-dijo
ZÜ,.;-. ¿Y vos, Fridolin? ¿Habéis
vnelto ya de vuestro error? ¿Se ha. tranquilizado
vucstra impetuosa sangre sugiriéndoos una visión
má", dpccnte?
-Perdón-replicó
tímidamcnte
el bávaro-.
Ahora eruo vcr tres jóvenes que me oft'cccn p,:ms
y ciruela>! y que no parec('n dpsprpeiurme, Xingllna
es mp,; bonita qne lus otras y In e!N'ción ('utre ellas
nt:: pa;."ece un tranCfl difícil y UJIlflrgo,
-E,tá
bien-conclnyó
Züs-,
Ahora <¡lit' ('n
VI1Pstm imaginación o>; )¡ullúi¡; rodl'udos cHda Imo
do tl'es p::rsonas igualmente dignu~, y u pn,ur ùe
csto a1ll01'0SOcxceso sufrís de falt.'1 do arnOt' eu
Vllestl'O corazón. podéis medir cuál scrá mi propio Ilstado, Ya habéis visto cómo ell ulla igual
sitllH('i>'m Il(' subido dOUlinarrlle; tomad, pue;;.
l'j"mplo do mi y juradrne quo cOIlReJ'varéis sit'HIpl"l' V'kstl'a l'l'cíproca arnistHd y quo, sea cunl spa
la deci~i¡jn del D¡'stino. OR separaréis
w¡OS
(In
otros con el miSlIlo ("niño con qu!' ~'o HIC SI']JUraréFued(,
los tres
lA.Arango
hora del
de Banco
dUI' de
coEste Libro
Digitalizado
por clIuudo
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Luis Ángel
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mienzo Il vuebtra penoRa carrera. Poned VUCl:itras
mono;; ('Il In. mía y jurádmdo.
-'fr·néis razón-exclamó
Job-.
Al menos yo
he de hacerlo así. Confiad en rlue por mí no ha de
quedar.
Los otros dos se dieron prisa a exclamar:
-¡Por nosotros tampoco!
y unieron .,us manos, aunque proponiéndose
eada \l110 para sí correr de todus modos lo más
<lue pudiese.
-Por mí no ha de quedar-repitió
.Job-, pues
yo soy desde mi juventud de natural benigno y
amante de la concordia. Nunca he knido unll pelea con nndie Ili he podido ver sufrir a ningím ani·
mal. Allí donde he estado me he conduciùo bien y
recogido las mayores alaban:ws por mi apacible
y tranquilo comportamien to, pues a pesar de ser
un hornbre joven e inteligente y entendido en muchas cosas nunca se vió quc yo me mezclasc en
aS'ill tos que no me importasen y he cumplido siempre con mi deber prudentemente. Puedo trabajar
todo cuanto quiero sin que pl\o me haga daño. porque poseo ¡,;alud y estoy en los mejorcs oños de la
vida. Todas mis maestras han hecho buenas migas
conmigo y hall dicho que yo era un joya ~.una maravilla. ¡Ay! ¡CrCOùe verdad que con \,Of; viviría yo
como ell t'! cir'lo, señorita Zi.is!
- ¡Claro! -exelumó
el bávu 1'0 ansiosamente -.
No ('r(,o gtlt' sea ninguna co~u (,xtroordinnriu vivir
con hl, spñorita como en el ciclo. Yo ('l'pO q\lP también
lo consf'glliría, pues no !'oy ningÚn tonto.
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Mi Oii(~1O
lo conozco fi fondo y sé man tr'nc I Cil ordcn
las cosa,; sin pcrdcr el tiempo ('11 palHbras. N'unce.
hc tenido ninguna pendencia, fi pcsflr ul' huber vivido en ciuuadt,s IlIUY populosas, y nunca he pcgado a un ga to ni ma tudo una al'lllla. Soy modt·rado y sobrio y cualquier eornida mc satisfuct·, Y
sé complacflrmc en las cosas má" peqw'ñas y estar contento eon ellas. Pero además soy animoso
y ,.ano y puedo resistir bien un int<>nso trabajo.
Una bl1cnl1 connwnci~ es el mejor elixir dB }¡u'go.
viùa. Toùos los animales me quicfl'll y me siguen
pOJ'<{ut-l
vl'n tcan mi buena coneiencin, pues COllJos
hombre'! malos no quieren estar nunca. Un perrito
de la"J.as me siguió dur!lnte tres dillS cuando salí
dp. la ciudad ùe Ulm, y por fin tuve que confiÚrsclo a un campesino, ya qUt. yo, como hurni!d£' ofieilll
peinero, no podía permitirmo cJ Jujo de lllim('ntnrlo. AI utravesur los bosques de 130hemia, lo:; cil'rvo,; y los gamos se quedaban paruùos a n'inte
pasos de mí, sin que yo los SLlstara. E,; maravilloso cómo hasta los animales sulvajp.s conocen al
hombro y adivinan cuál tiene buen corazón.
-Eso
debe ser cierto-exclamó
Dietrich, el
,.;¡wvo-. ¿No veis cómo aquel pinzón revolotea todo
el tiempo ¡¡lredeùor rIe mí, COIllOquerip.ndo accrcar"e? ¿ Y cómo aquella ardillu qUl' hay subida l'n
el pino me mira con insistencia? :Mirad, cst.e pc·
qw~ño (';;eIHllbajo quiere 1\ tona costa subirse por
mis piel'nus y no se dl'ja quitar de ellns. Seguramento ci pobre animalito se encuentra bien con·
migo.
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Zii, l!cg<">H I.'llc¡.}u,'sc all te d l'du to de tun tos
bondad,·", y, Il" C{1l<'I'i,-r.do
~l'r InenOf', l'xclun1ó cün
cierta \ ioIcJ\l'ia:
- ¡Todos los animale" han qUt'rido y qui(· l'l'Il, star siempre ft mi lado! DUIë\llte ('..JIll arlOS t11\"C
un pajarito III que disgustó en(,rm, lllcnt,' qUI' la
mu(:rt~ lo ~(-pllrH.rade mí. Nw-,- 11'0¡!ti to ,-i, n(' ~i, mpre a rO:lan,c el-'llmigo It dOI1(k yo l'sté o \'11 yu, y Jus
paloma" d,; mi \"ecino ,-e agolpan untl' mis ven tunus
y"e disputull el sitio cuulldo lcs echo miguitus de
pan. Los unimale:; po;;('en, úuda UIIO según su Cllise, mura ,-illosus cua lidacks. El león "igue a los
rcyes y il los héroes, cI elefante acompaíiu Ii los
principE-s y a los va jell tn; guerreros, d (-cm,llo
porteu il los comcreiullt('s u tr8.Vés dl'! drlo-into
y les reserva en su vien tre agua frcsca y pura con
que calmar l;Used, y el perro aconlp¡:ño a su dut:íio
en todos los pl'ligros y ltasta s(- anoja al mar para
salvarJc. El ddfill es aficionado a la n,Ú,ica y SIgue II. ]05 buques en largos tl'llw-síaf', y el águila
acompaña a. los ejércitos que Yan a la guelTa, El
mono l'S un unimal muy Plll'Ceiùo o I hombre e
imita todo ]0 que 10 ve hocer, yol papaguyo comprende nue>;tro idionlU y charla con nOl'ot!'os
l'omo \111 unciano )lcno dl' l'xp,·rienciu. Lus n;ÍEn1us
serpientes se ddan amaestr~r y Lnilull sobre la
punta de su col~\. El cocodrilo lloro hum¡mus lágrimas y ('l; l't,spdHdo y cuidado por los hllbi1lll1tE&
del poís en quI' vivc. El aw-s1l'uz se dl'ifl l'llslJ]ur
y mont,ll' como un brioso ('o!'el'!, El bÚfalo ti!'ll de
lus cnrretns y cl1'(-no de los niJllos. El \lJ1i('f;lnio
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prop'¡reio'_la
tuga
~U;
al hombre
trilllspU 1'('11
tfS
el nÍYC'o marfil
hw",os
y IH tor-
rfl1'p ••.
- ¡Con p{,l'lTli,o~--intl'rrurnpiel'llll li ulla los tJ\,~
pein('ros --. Eso l'~ un 1'1'1'01'. El IlWl'fil proviclJe dl'
lOt; Cf¡lrliiIlOt;ùe lo~ ddullt('~
y 10:-;IkjlH"~ dl' concha
se hacen del cnparllZÓlJ y uo de los huesos de la
tortuga.
Zii:; l'lll'ojc>ció vivumente
y dijo:
-1'10 podría discutirse, pues vo~otI'Of:;110 J¡¡.¡bl·i~
vi~to de dónde se sacan esos mil.tcri¡¡ Irs y no Il!;b(,is
hecho IlWICn mas que trabajarlos
y durks furmll.
~o sucio e(],uivocnrrn(~ sino poca~ vccc~; pero, Ha
como SlfU, no me intel'l'umpáis y dejadme hubl,,¡ ..
No son solos los animol(!; I'll posecr ceda uno sus
maruvillosas
cualidedes propias, que Dio;; ha tenido a bien concederles,
~iJlo quc tombién los
muertos
nUDcrales que se extruen de las minas
tiellEll cada uno las suyas, que le distingr.n dl' le;;
dem:í.s. El cristal I'S transparente'
ecmo (.J "idric;
Cil cambio ('/ múrmol es dura y tiPTle yetel>, b]U1JCIlS
o negrds; el ámbar posee ctllllidHùcs <.,Iéctricos,
atrul' p( rayt> y despide al qucmllrse UTI olor pHrecillo al del incienso. El imán lihue el hicI'ro y sobre
la pizano puede I'scl'iuirse, mus !la sobre el dínmonte', que es duro como cI acero y que' pOl' SPI'
pequl,ño y puntiflgudo es usado por los ,idl'ino;;
para corulr el cristal. Habréis vi"to, queridos amigos míos, que pw·do ùpcir casus DIUY cl.l,'io,as dc
lo" olli:'mle", Ahol'u, en lo que I'l'~p{'cta It "w- n,Jacionps (lHra conmigo, debo udvcl'titos lo :-i¡mit ]',te:
El gato es un animal listo y astuto, y pCI' 10 tlln-
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to no toma carmo mas quo a las pt'rsonl1s ql1e
también lo son. En cambio IR paloma cs el símbolo de In inocencia y la scncil!l>z y no pucde sentirse
atraíùa HlUS que por l\huas sencillas e inocentes.
Si, como Yi\. he dicho autes, los gatos y Ins palom,\s me tornan siempre un gran cariño, puede muy
bi(·n ([("llueir;;(\de ello que soya un tiempo prudente y ,wncillll, astuta e inocenw, como aconseja.
el provcrbio: «Sed prudl'ntes como la s(·rpiente y
sencillos corno la paloma~, V"lnos, pue8, que podemos llonceùür importancia a nUl'strus relaciones
con los animales y aprender, observándolos con
atención y aciert{), muchas C08fiSde ellos,
Los pobres pcin(~ros no osaron pronunciar una
sola p¡¡,labra má", Züs lOBhabía hundido a todos, y
durante un buen rato siguiÓ lmhlando con volubilidad de todo lo divino y lo humano, dejándoJos
por fin completamcnte mal·(·tldos y maravillados
de su ingenio y de su elocuencia, pero considerándosc, sin cmbargo, cada 11110
de ellos digno de convertirse en dueño de aquella joya, que, además, les
salía tan barata y constituiría el mejor ornato de
un hogar sólo con su maestría cn el manejo de
su incam;abl(, lengua, Los imb6ciks de su calaña
sllclen preguntarse lo último, o no prcguntur£e, en
absoluto, si son o no dignos de las coses a que
tan alto valor conceden y si subrán
no utilizurlus o sacar alp:ún provccho de ellas, y son como ni·
ños quo ochan mano a todo lo que a sus ojos rehIce,
chupan los colOres dp,las cosas y quieren meterse en
la boca. todo el sonajp,ro, en Vez de a¡;?;Ïtarlosencilla-
°
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mento junto a. SUR oídos. Así es que fueron acalorándo~e cadu vcz más y más en su deseo e imaginación de po!'ccr It aquella cxcelente persona, y cuan to
más im;ub:;wnciales, vanas y eg61atrus eran las insensu tas frases de ZÜSmás conmovÍ>m yemocionaban a los tres peineras. Al acabar la muchacha su
discurso sintieron ellos una gran sed, producida
pOI' ID mucha fruta seca que habían comido en cI
(entretanto. Job y el bávaro buscaron una fuente
en un cercano bosquecillo, y hallando un frcsco
manantial sc atracaron dc agua. En cambio Dietrich, el sucvo, había knido la prudcncia dc !Jcvar
consigo secretamente una botellita llena de l\guardientA, de cerczas mezclado con agua y aztÍcDr,
refresco que preparó con el fin de que le confortara y dicra ventaja. en la carrera, pues sabíu que
los otros eran demasiado ahorrativos paro. 1I('\'ar
na.da parecido consigo o cntrar antes en una posada a ()char un trago. Micntras los otros dos Stl llenaban el estómago dc agua, sacó 61su botellita y
la ofroció a Züs, que bebió la mitaddc ella,subiéndole tan bien y rl'frescúndola tanto que dirigió
una agradecida y tierna mirada a Didrich, al cua I
~upo el resto quc en la botella quedaba como si
fuera el mejor vino de Chipre y sintió el'ntuplicadas sus fuerzas. No pudo contenerse y atrapó /013
deditos de Züs, besándolos suavemente, mientras
ella It' daba golpecitos con el índice cn los la bi(ls,
haciendo él como si qui.~iera morderIa y poniendo
en tal j llCgO un hocico como cI dc una carpa gne
intentara sonreír. Züs le sonreía ttlmbién con una
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Los 1l01ll11RF.S DE SELDWYLA.-T,
II.
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faba. mueca amable, y Dietrich la. cOfl'espondíB
con gesto astut{) y dulzón. EstHban sentados en el
suelo lino frente al otro, yde cuando en cuando sus
pies so lmcontraban y se daban rceípl'ocos golpccitas (~nlas suellls de los zapatos, cerna si quisierl-m
darse la:,;manos con lo" pit's. Züs se inclilló un poco
hacia de Ian te y puso su muno en el hombro dl' Dietrich, 01 cual intentnba corrcsponderla y continuar
el tierno jw'go, cuando regresaron d sajón y el bávaro, quedándose petrificados y mudos ¡d contfmpiar iiquella escena. Volvían un tanto comados y
anhelosos, pues la mucha agua bebida, !lI CIIl!' sobre h\ frut!\ seca que habían comido, It s hic. bía
sentado pcrversamente, y alunirso al mulutul' de
su estómago el dolor de su corazón, ante la amorosa escena, palidecieron y fríus gotas de sudor
asornnron Il l'US frentes. P.TO la muchllchll no perdió .';tl serenidad, y haciéndoles, con extrfma omabilidad, scÏlus de ucercarl'C, les dijo:
- Venid, qucridos. Sentao¡; otro poco a mi lado
y gocemos WI0S momen tos más, por última ve z, de
nuc~tl'a uni6n y nuestra ami.'-tad .
•Job y Fri<lolin se acercar(,n a toda priEa, f'cntándo¡;e junto a sU adorada Ziis, la ~u¡:¡ldqó una.
mano en poder dpl suevo, entregó la otra fi Job
y apoyó las suelas de sus zapa tos ln Jos pies de
Fridolin, sonriendo luego a los tres uno tras otro,
por riguroso turno. No do at,ro modo procFdfn
aqncllo;; virtuosos de la mú",ica quo 1\ la vez tomm diversos instrumentos, agitando U1WS crmFanilIas colocadas a modo de son-.bl'cl'o, £cplando €n
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una flauta, tocando una guitarra con Jas manos,
los platillos con Jas rQdilla!;, d triángulo con los
pies, y un tllmbor que a ]a c!;paldo llevan colgado,
con los codos.
LUfgO sc alzó dc la tierra, baj6 su vestido, que
había recogido cuidRdosamentc paru no enlSueiar]o,
y diJO:
-Ha lieglldo el momento, amigos míos, de que
nos pongamos en cRmino y que os pr('po1'6if; vosotros para aquella dura y decisiva prUt hu Il que
os samde el maestro por simple capricho, pero quo
nosotros honos decidido considerar cerna prescrita [Jor el Destino. Empezud vuestro cemino con
vllle)'o~a emulación, mils 8in (ll(mio-;tvd ni lnvidia
unos por otros, y conceded de buen greda la carena
triun fnI al vencedor.
Cerna picados par Ulla nvifpn 8C llU~if.ron en
pie los trl'S rivales. Había llegedo la hora d,'cifÍVa
y debían echar li correr lo más que pudioen scbre
aquellas sus piernas, habituadas a un digno y mesurado andar. Ninguno de ellos se acordl¡ba do
haber corrido o saltado alguna \TZ. El que pUrl-cía.
confiar más en su agilidad era el Sllevo, que ha"ta.
comlnzÔ o piofar y levantar, impaciente, los pies
dél fiudo. 1Ilutuumente :;e miz'8b:n con descenfilln~.!1 yextraño:a
y <'Stllben pálidos y budoroBOS eomo Ri se hullaran
ya a la mitad de Sil ea·
rrern.
-Duas otra vez Jas manos-dijo
Ziis.
Ellos obedecieron, pero tan defgn:ada
y di",pliccn kmen te que las tres manos rn;bolaroIl UT1!l!<
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sobre otras y volvit'ron a caer como si fueran de
plomo.
- ¿De verdad vamos a llrvar a cabo la. loca pro.
posición del ma.estro'f -pregllll tó Job, limpiándose
las lág¡'imas qU(~comenzaban II usomar 11 f'US ojos.
-Ci.)rto-continuó
el bávaro-.
¿Vamos do
verdad a correr y II saltar?
-¿Y vo,:, ZÜ:3?-prosiguió Job casi aullando-o
¿Qué es lo que vais ti. hacer entretantO?
-A mi-respondió
la muchacha e8condiendo
¡,¡us ojos tras el pllñuclo-mc
corresponde callflJ',
sufrir y contemplar la pl'uebn.
El suevo interrogó, afa hie y astuto:
- Pllro ¿y después '[
-¡Oh Dietrich!-I'espondiú
ella con expresJOn
cariñosa-o
¿Acaso no sabéis que los deseos del
corazón fuerz!ln a veces al Destino?
y al decir esto le miró do ¡'cojo tan significativamente quo 01 !õuevo levuntÓ un pie y aspiró una
bocannda. de aire como si quisicso cehur a COr1'cr
en el acto. Mientras que los tres rivules preparnron HUS carretillas y colocaron en ellas SUR hatillos,
Züs tocó con el codo (¡ pisó varias veces, como al
descuido, a Dietrich yle quitÓ el polvo del sombrero; mas todo ello sin dejar do fionreÍr a hurtadillas
ti. los otros dCls para ciaI'll'Sa entender que lo hacía
por burlarse do él. En tI'Otan t,O los tres competidor0S inflaban sus carrillos y lanzaban grandes suspiro." fi] espacio. Luego miraron en derr{'dor suyo
con angustiados ojos, i'<equitaron el sombrero pura
limpiarse el sudor que corría por sus frentes y pa·
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sarse ln mana por lm~pegados cabclloo, se v{)lvieron a cubrir y de nuevo miraron en todas direcciones yaspiraron grandes cantidades de aire. Zü"
sc apiadó de ellos, y tanto se conmovió que com('nzó a llorar.
-Aun
me quedan-les
dijo entre F.ollo¡<o¡.;tres ciruelas paF.as. Tomad una cada uno y conscrvadla en la boca durante la carrera. EfO os rcfreSCR1"lÍ.Y ahora poneos en camino y transformad la locura. idead.! por el hombre pervl~TRo CD
una p'meba ùe la sabiduría de los lwmbl'cs justos.
Lo que lo Imgirió su maligno capricho queda por
vosotras convertido en obra ejemplar de conformidad con el Destino y dominio do las pa¡;ienes y CD
un significativo final de una buena conducta observada durante largos años y de una digna emulación en la observancia de la virtud.
Me-jó cada uno su cj¡'uela pasa en la boca y comenzó a chuparIa. Job, apretándooe
el vientre
con una mano, exclamó;
-Puesto
que ello ha do ser, sea cuanto ante!!.
y levantando de repente su bastón comenzó B
anda!' a grand('s zancadas, alzando mucho Jas rodillas y arrastrando
tras de ¡:.íla ean'ctilla. Apenas
sû dió cuenta Fridolin de su partida, se pUFOE'nmarcha, siguiendo sus huellas, yambos corriel'on cue¡;\,a
abajo a, toda prisa sin VU]VI'l'FC II mirar a trás. El
suavo fué el último quc emprendió el camino, Yl>chó
a lindar alIado úe Züs con cflra Sf' tifoft'cha y llstuta,
simulando una absoluta tranquilidad,
cerna foi, I'Cguro dl~su triunfo y lleno de nobleza, qui~il-fli con-
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ceder ~ sus compañeros una p('qu('ñu yen tojèl. Zü"
admiró su sorenidad y se colgó familiarmnl te d"
su bra zoo
-¡Qué cosa mM excelente-exclamó
RuspirAndo
-es poder contar en esta vidu con un firme apoyo!
Aunque se esté Hobradam('ntc dotada dl>.tall uto.
prudencia. y penetl-ación parll march!lr por (,1 camino ele la virtud, i:5iemprese Vtl. por él mucho mejor apoyada en el bruzo de un fiel amigo en el que
sc COll ¡ie.
-Ahora
lo habéis acertado, Zíis. Siempre lo
pensé yo así -replicó
Dietrich, dándolt\ fuertemente con el codo, mientrag espiaba la marcha do
BUS rivales para. no permitir
quo le saC8<en dI masiada. ventaja.-.
¿Vois ahora euá.n v"rdad es que
una. mujer no puede ni debe ir sola por el camino
de la vida? ~Convení" pC'r fin en ello?
-¡Oh Dietrich, mi querido Diotrich!-diio
ella
con un s\Bpiro aÚn mucho más fuerte-o i~O sabéis lo Bola. que me siento!
-¡ninH, bien; así se habla!-exclamó
el 5Ufn'O,
sintiendo qlle su corazón quería saltárscln dd pecho ante aquellas promp.tedorlls palabras; mAS al
mismo tiempo descubrió que sus rivales se hùbían
perdido ya. de vista, desa.pareciendo tras \UJa re·
vuelta. del camino, y quiso desprenderso del brDzo
de Züs y echar a carrol' tras do ellos. Pl'ro clin le
retuvo COn ta.l fuerza, agarrándoso a él como si e~tuviera o. P\IDW do de~maya.rse, que no pudo con·
'.eguir \i.b~riarse.
-¡Dietrioh!-murmuró
la joven-o
medelde·
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jéis sola en estos momentos. Confío en vuestra
ayuda.
-¡Soltndm<" so!t:admp!-gritó
él llngu¡o;tÜ'lk-"
¿No vd:; que >lino llegnré tarde y todo Ee h¡.brá
perdido?
-No, no-suplicó
ella-. No podéis llbllndoll!lrme así. Me :jento enfermo.
-jY R mí qué mc importAr-gritó
él desllsién.
doso violC'ntamente y corriendo h[cia unu ell vnci6n ùo terrC'no, dpsde la cual vió Il los COlTl dores
vainI' n toùa marcha camino de Ia ciudad.
l\'L1Sc\HUldose di,:;ponín.Il seguir]os volvió Ia visto y vi6 a Züs qne, sentada. a. Ia entrcdll de un
sendero qne conducía al cercllno baRque, le hada
amorosas señnl,\ para que acudiese junto a d'n, y
no pudiendo re~istir, volvió a su lado pn vez de
emprC'nder su carrera. montaña abajo. Cwmdo cna
le vió Hounir se levuntó y se internó en ci s,ombrío
bo:;clue, volviéndose son rien te ha cia él dI' eunndo
en CUll ndo, pues su intención era. a p:ntn l'le por
todos los medias de Ia carrera yentretener!e
el
tiempo suficiente para. que la perdiese y tuviera
que f;alir de Seldwyla.
Mas 110 contaba Call el ingenio riel suevo, que
en BI mismo momento cambió de tácticll, proponiéndose conseguir la victoria aUí mismo y sin
movorse de su lado, y sucediendo de este modo las
cosas d"l un modo diferente a lo esperndo por la. as·
tuta personita. En cuanto se encontró solo con ella
en un escondido rincón del bosque cayó a SIl!> pi(s,
atacándola
con Ias má.s ardientel:l protestfll:l de
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amor que nunca salieron de un oficial en peineria.
Zii.'lintentó primero imponerlo tranquilidad y, sin
espantarIo y hacer que se fuera de su lado, mante·
nerlo a raya, poniendo en juego para conseguirlo
todas sus gracias y toda sn sabia expm'icncia.
Pero cuando élIe repr('sent,ó su pasión con mágicas palabras, que lo decisivo del momento sugirió
a su excitado y apurado ingenio; cuando la fi brumó
con toda. clase de ternuras, intentando adueñarse
tan pronto de FUS maIlos como de sus pies, y Illabando su cuerpo y su alma y todo lo suyo con exageradas hipérboles, ya todo ello ",eañadió el dulce
y silencioso ambiente del bosque. perdió Ziis por
completo el compás, corno era natural que sucediese a una pCrsOIH\cuya inteligencia era en defini·
tiva. tan corta como StL'> sentidos. Su corazón pa·
taleaba tan indefenso y asustado como un insecto
puesto panza. arriba, y Dich'jeh alcanzó sobre él
la má." completa. de las victorias. Züs le había traído
a aquella espcsul'a para hacerle traición, yen un
abrir y CeITlir dc ojos se encontró conquistada
por el Buevo. No debe olla atribuirse a que fuera
ella de natural sobrado amoroso, sino a qUI', con su
eortcdad de in teligcncia y a pesar do la sabiduría
que se imaginaba poseer, no veía más allá do sus
nariol's. En ta.l agradable 80lcdad permanccil'ron
más de una hora, abrazándo5e de continuo y dándose millares de besos. Se juraron fidelidad pterna
y sincero amor y convinieron en CIiRElrs!> en segui.
da, pasase lo que pasase.
Entro tanto había. cundido por toda la ciudad
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la noticia de la original aventura de los tl'C'S oficiales, hecha pública por el mismo maestro para
lJ.wnontarsu diver:;ión. Se hallaban, por lo tanto,los
sclllwylcnses encantados del inesperado eEpectácu10 gratuito que se les proporcionll ba y anHio~os de
ver correr para su entretenimiento
a los tres honranas y <¡ensatos peineras. Un gran gentío H' extendía fuera de las puertas de la ciudad a ambOB
lados de la carretera, como cuando se espera la llegada de un campeón de carreras. Los muchachos
trepaban a los árboles y los ancianos se hallaban
sentados sobre la hierba fumando tranquilamente
sus pipas, muy satisfechos de encontrar~c eon un
tan barf.to placer. Hastu las más importantes pnsanas do la ciudad habían acudido a tomar parte
en el general regocijo y discurrían alegrcmpnte
por los jardines y cenadores de las hostería£'; el'rcanas a la carretera, haciendo multitud de apnestas sobre el resultado do la carrera. En las culles
por las que tenían qne pasar los corrcdorps se ha11aban abiertas todas las ventanas, yen las correspondientes a la sala de carlu casa habíllll dilipu{'sto
HUS propietarias
rojos y blancos almohadon(s pan\
apoyu:- ¡:us brazos y ]OH dE' Jill' numerosas vi~itas
fem<~ninasque acudían a prespncillr In carrera, formándose de este modo en enda casa alegr, s reunioncs que dieron mucho trabajo a las erilldas, Jus
cualcs tuvieron que preparar
un sínnúmpro ci,)
cufé .., e ir repetidas vecp.s a buscar bollos y bizcochos. Los muchachos que ala entrada de In ciudad
se hallaball subidos en altos árboJE's espiando la
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llegada. do los corredores vieron de repente a. lo
lejos una. pequeña nube dfl polvo que iba acercándo;;e, y comenzaron II. gritur: «¡Ya violen, ya.
vienen!", y, en efecto, poco tiempo despu6s aparecieron .Job y Fridolin corriendo corno el huracún
paren medio de 111. canetera y levantando ur.u gran
polvareda. Con una mano tiraban de su carretilla,
quo saltaba como loca por cima de las piedr[Js, y
con la otra sujetaban sus sombreros, que llevaban
encajados y cuídof; sobre la nuca. Los falùoncs de
sus casacas volaban tras ellos. Ambos estuban
cubiertos de sudor y de polvo y Il brían la boca
paru respirar anhelosamentc. Corrían 8Ïn ver ni
oír nad"" do lo quc pasaba en tomo suyo, y gruesas
Jágt'imas, que no tenían t.icmpo de enjugar, rcsbalaban por sus mejillas. Iban casi pisándose los
talones, pero el bávaro llevaba a Fridolin un palmo
de ventaja. Crandes carcajadas y un espantoso
griterío saludaron su llegada, extendiéndo<e por
todos lados. La gente se puso en pie agolpándose a.
ambas márgenes dcl camino y por todas partes se
oían burlas y frases de ánimo: ('¡Bravo, bravo! ¡COrre más, Fridolin! ¡Bien por el bávnro! ¡Ya debe de
haber caído lUlO,pues no vienen más que dos!» Las
personas importantes quo ¡.;ehallaban ¡;entadm; en
los jardines de las hosterías Ee subieron encima
de mesas y bancos, pensando morir de risa ante el
divertido espectáculo. Sus risas, resonundo fuertemente y resaltando sobre el barullo del pueblo
que llena.bll la calle, dieron la f;cña\ para. una. alegría. general como nlUlCu.se ha.bía visto en Seld-
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wyla, Lo¡; chiquillos y toda la demás gentwd]u
echtl.ron a. corrcr tr<lSlos do¡; pobres 10c0s, fornlanùo
un num~'l'OSOgrupo que, levantando tuUl. terrible
nllbe d" polvo, ;;c dil'igió, siguiéndolos, hacía la
pu~rta. do la ciudad, Hubo hasta mujeres y muchaclus quc en Sil cntu~iasmo so adhirieron a. este
grupo rn~zclando sus agudas voces c9ntarinas con
los gl'itos dc la. chiquillería, Llegaban ya a la puerta, cuyas torrcs cstaban llenas do curiosos que
n.gitabJ.n gOl'l'ilS y pañuelos, y cardan como ca.b'-lotiO';
dA.-;bo'Jados, con el corazón ungustiado por
el miouo y ci tormento, cuundo un golfillo dió un
salto al pasar Job pOr delante ùe él y cayó de rodillas ,.wbt'o hl. carretilla, dejánoose conducir cólll'):lu.m·mtc, entre el aplauso do ia muchedwnbrE',
Jan volvió la cabeza y le suplicó que so Hpeflse, inttlnt'1ndo, a.nte su negativa, darle un goIpo con
su bolst,in, 1'Jro el rnllchucho csquivó los garrota.zo;; y Si~llió en sn sitio, Imciéndole a Job burlonas
mn 'CiLS. Miontras tanto Fridolin había ganado
ãlgú:l t )rreno, y Job, al notarIo, lu arrojó su bastón on tI'O las piornas, haciéndole caer. l'lus al queror adelantar10 le agarró Fridolin de los faldoncs,
bv,mtú.ndo,¡o con tal ayuda. Job lo golpeó lus mano~, gritándolo quo soltase; pero el bávaro no lo
ob:-d'lció, y ontonccs agarró también él los faldonilS do la casnCR de su adversario, y suj£'t.ándose
así uno a. otro traspasa.ron la puerta, girando pcnOilamento sobre su oje y sin avanzar apenas. De
cuando en cuando in ten taban, sin cons('guirlo,
hacia.
desasirso
lillO
otro.
Estedar
Libroun
Fuesalto
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Iban llorando, sollozando y a uIlando corno mnos
pequeños, y, llenos de indecible angustia, 1'e gritahnn
uno
III
otro:
~¡Por Dio", suéltump!
¡Santo
Dios, suéltame! ¡Déjame, Fridolin! ¡Rudta, Job!
iSatanás,¡:;uéltame!~ Mientras tanto se golpeaban
con afán las manos, pero sin lograr nada ni avanzar
mas quo muy lentamente. Habían perdido ambos
bastón y sombroro, y do" golfillos llevaban éstos
colocado1' en la pun ta dt, li quél101'.
El grupo que los seguíu entró con dIos rOl' Is1"
calles de lu ciudad. Todas las ven tanas se halla ban
ocupadas por ~l elemento femenino, que dejaba
caer sus argentinas risas sobre el bramido de la
marejada callejera. Hacía Yl:l mucho tiunpo qtW
Seldwyla no había gozado de una tan grneral aIc'gríu. Tanto los embol'l'ach6 el regocijo a los urcetadore¡:;, qne a ninguno de ellos 1'e le ocurrió ~(ñala.r a IOH combatientes que habían alcanzado la
meta, cuando en su anglL';tiosa lucha pasaron por
frente al taJler. Tampoco ellos se dieron cuenta,
pm's su aturdimiento no les permitía ver nada, y
así sucC'dió que después de atravesar toda Seldwyla volvieron a.salir a 1ea mpo por la punta opuesta, seguidos siempre do su bulliciof,() cortejo. El
ma,~stro presenció riendo su paso asomado a la.
puerta, y después de esperar una hora parl!. ver ~i
por fin apArf'da. el vencedor se disponía a morcharse para sa boreal' los ff1ltos de su chuscada,
cuando tranquila e inesperadamc:n te en trarcn Züs
y Dietrich en el taller.
Mientras sucedía lo ant€s relatado habífl1 BILbes
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aunado sus proyectos, decidiendo ir a ver al maestro, en la creencia de que éste, conoceùor de que
no podía sostener su negocio por Inús tiempo, se
lo traspasaría contra una buena suma de dinero.
Zü" en tn.g!'.ba SIlSvalores con tal objeto, y Dietrich
añadía SlIS ahorrillos, y podílin con vertil'l'c a~í en
due1Ïo; de la :;ituaci6n y del taller y reÍme de los
otros dos. Expusieron su común plan al SOI-prClJdido maestro, y éste sc alegr6 de poder cerrar 1'1
tra to y pereibir el dinero an tes de tener quP tleclal'ar~e <)n quiebra y que sus múltipks aereedorrs
interviniesen el precio del traspaso. Rápidamente
qU¡;UÓ todo arreglado, y antes de ponerse el sol cru
ZÜ, I3ünz!.in ducña del taller de peine ría ysu prom3tido "rrendli tario de ]a casa en que aquél se
h~llabl1. Dd este modo qued6 ZÜs, que aquella ma·
ñ'U1a ni »iquiera lo sospechaba, conquistada y ellel~denada por la hu bilidad dol joven Dietrich.
l\bdio muertos tic vergüenza, cólera y fatigll. yacían mi"ntras tanto Job y Fritlolin en la posuda
a qn:. los habían condueitlo cuando, extenuados,
eayeNn juntos, y sin soltarse utm, sobre la hiprba.
1.:1 cimbel "nk!'!!, PUf'sto. en revolución por el regOCljadll c.~p~ctá~lllo, había olvidado ya la caUHIl
<le su alegría, pero continuaba. festejando durante
la 1l0Gho el placentero día. Se organizaron builcR
en mllC~lfl,S casu" y en las tabernas se bebió y se
can tá como en lo;; mejol'l's díliS seldwylenses, pues
ell aquella
ciudud no se necesitaban muchos motivos para organizar con gran mal'stría ruidosos fr.1'-tejas,Fue Cuando
do£
pobres
vieron
cómo
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Luisdiablos
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su ánimo dc utilizar la general ligereza en provecho de RU propio engrandecimiento no les había.
6ervido mas que para procurar un brilluntc triunfo
Il Jos livianos pecadores y convertirse elloE'en motivo de burla y chacota. gení'rales, IX'nsaron morir del
disgusto, pues no sólo había fracasado y caído por
tierra el sabio plan dUI'flJltc tan tos años prcpUl'l>do,
sino que ahora pagaban ellOEtoda "U an tcrior fama
de gC'nte senRaw y recta.
Job, quo cra el de más e<iad, y que habiendo
permanecido side uño¡; en Seldwyia no podía fá·
cilmente salir de ella en busc!! de trabajo, ~e CCl1sidaró totalmente perdido y no pudo rrcobrar 511!!
ánimos. Lleno de melancolía HlJiÓa la mllli('Ila E'iguien te de la ciudad y sc a horró de un árbol en el
mismo sitio en que el día llntcrior hahírn n-trelo
sentados. Cuando .Fridolin, ('I búvaro. pll~Ó per
allí una hora más tardc y le viá, !'intió tEll e~pfnto
que ceh6 a correr como loco, y df'sde aquel momento
qucdó tan tronsformadl1 RU manera de scr que Fe
convirtió en un hombre pervl'l'so y hllraglÍn, 'l110
nunca llegó Il pasar dc oficial ni tuvo jamá.." un
amigo.
Solo Dietrich, el suevo, permaneció skndo justo
y progresó logrando mantcn(;r~c II f1oil' ln Scldwyla; pero sacó do ello pocos placert's y nkgrías,
pucs ZÜRSf) atribuía sus éxit()~ y le dominr.ba :y le
oprimía, considerándosc 1\ sí misma cerna III Fola
fuen te de todo lo bueno.
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EL GATO
Y EL HECHICERO
(FABULA)
Cuando alguien en Seldwyla ha emprendido
un mal Ilegocio o ha sido burlado, cha~queado o
cstafarlo, dicen de él sus conciudadanos: «Ese le
ha comprado las mantecas al gato.') Tnl provcrbio
es do uso corriente CIl muchos lugares dc Suiza,
pero en ninguno se emplco. con tanta frecuencia
coma en la cxprc8(lda ciudad, co~a quizá (:e bida Il
que en ,~lla existe una vieja leyenda sobre su ori·
gen y significación.
Cuéntase que hace varios cientos de aliaS residía en SeldwyJa una anCiaI1a que vivía fala ccn
un precioso gu to gris y nl'gro, eJ euaJ, Il{ no de pudcnda y cordura, no se metía cen nadin que no
intentase turbar la plácida existencia que Hcyd,a
aJ lado de su ama. Su Única pHsión era In de la es ZR,
pero aun en ella se comportaba razclleble y m(su·
radltmen te, sin escudarse en el hecho de que al l'a·
ti"facer dicha pasión realizaba algo Útil y que ¡,;u
ama veía con gusto, para dejarf{~ arn:. tlcr Il Ill.a
exce~iva crueldad. Porlo tanto, no cazaba ymata·
ba mas que a aquellos impertinentes y dŒcaradoR
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rat<>nesque se aventuraban a penetrar en un círculo ichalmJnte trazado en d€'rredor de su morada, y
s6lo raras vcce~ tl'<lspa.saba aquel círculo para perseguir a un ratón m;peeialmenw molesto yatrevido que había excitado
HU
"ólflra. En estos casos so-
licitaba con toda cortesia el permiso de lOf;vecinos
p.u·a cazarcn sus habita.ciones, (Josa que le'era gu..<;'
t05am:.mtH concedida, pues li unca derribaba los
pucluros ni sllltab'L sobro los jamones colgados de
las paredes, sino que se dedi(Jaba con silenciosa
aplicación a sU nego(Jio, y una vez que daba. término a. él se aleja.ba con gran forma.lidad llevándose
su rlltoncillo en la boca. No era. tampoco nn!'stro
buen gato nada espantadizo ni huraño, sino al
contriu'io,afah[« ycariñoso para con todo el mundo,
y no hnia de las buenas gentes, dt'jundo que éstas
le gastaran alguna mC"U1'udabroma y hasttl. q\le
le tiraran \lIl poco de las orejas, sin bufar ni arañarlas. No toleraba en cambio ninguna confianza
6 aquellAS ot·ras personas in inteligeIl ks cuya tontería era efecto, segÚn su particular opinión, de
un alma seca y egoísta, y huía de ellns o las obsequiaba con una buena garfada en la mano cuando
le importunaban con domasiada falta de tacto.
Espejo, que así era denominado el gatito, por
la lioura y brillan U-z de su pelo, llevaba, pues, una
vida alogre,eleganw y contemplativa, sin que nada
le faltase, mas ,;in en vanecersc tampoco de su bue·
na po"ieión y excelentes cualidades. No saltabtl
siemprtl fi Ias horas do com~r, como Jo hacen otros
gatos irrcflexivos, sobre el hombro de su ama para.
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atmparJe los bocados; a.I ir a. llovarso el tenedor a
la. boca, sino quo s610 lo hacía cuando veía que tal
juego podia agradaria, y tampoco f!C pasaba. el
día dl1rmÜ:ndo sobro un almohadón junto III fuogo, plies prefería. permanecer avisPlldo y despierto y glL"taba de escoger la estrecha barandilla. do
1(\ escalMa o el alero del tejado pO-raecharso yentregarse a una filosófica contemplación del mundo.
Sólo en primavera., cnando florecen las violetas, y
despné::! en otoño, cuando el veranillo de Elan Martrn ignala. en sua.ve temperatura. y dulre ambiente a. los majores días de mayo, se interrumpía pM
toda una. semana. aquella. su tranquila y pliídda
OlCist~ncil\. Durante estos días se dedicaba Espejo
a. su,>asuntos propios y vagaba por los má.., lejanos
tejados lleno do entusiasmo a.moroso, entonando
bellísimos y apasionados cánticos. Heeho un completo Don ,Tuan, se entregaba día y nochc Il las
más oqllí\'oc~ aventuras, y cuando, por rarn casualidad, aparecía por su casa. en aquella temporada, ora con un IlSpeCtOtan libertino, erizado, sal·
vaje y lastimoso, que su silenciosa ducña no podía.
cont<:nerse ~. exclamaba, caRi indignada: «¡Espejo,
por Dios! ¿No te avergüenzas de llevar ~sa ml\ia
vida 79 Pero Espejo no se avergonzaba, pues era
hombre do principios y sabía. que nqnd mamen táneo cambio de coshunbrcs era perfectamente
lícito y natura!. Por tanto. no se conmovía ante los
reproches de su duetlB y se dedicaba a r~stHblecel' el orden de su piel y recobrar la inocente elega.ncia. dClsu aspecto pasándoSû por la C'lrR l'US
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Los HOMBRES DE BELDWYU..-T.
II.
10
República,Colombia
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manitas, previamente humedecidos, como si Dada
hubiese sucedido.
Elta. tranquila y regulada existencia tuvo de
reptnre un triste fin. Hallándose EB'pejito en la
flor de sus años murió sn dueña, de puro vieja, y
le deió en el mayor abandono y más melancólica
orfandad. Fuó ó,;ta. la. primer desgracia que cayó
sobre el pobre gota. Con aquellos lamentos quo expresan la asustada ignorancia de la real y natural
causa de un gran dolor, acompañó EB'pejo el cadáver hasta la calle y vagó dE'spués todo el día por
dentro de la casu. ysus alrcdp,dores, sin saber qué
·partido tomar. Mas su razón y su íilosóíico na.tural
le aconsejaron pronto aceptar con resignación lo
irremediable y demostrar su agradecido apego a.
la casa de su fallecida dueña. ofreciéndose para
todo a sus regodjados herederos y disponiéndoso
a servirIas con hechos y consejos, tener a raya a
los ratones y, además, ponerles al corriente de
cierto secreto cuya revelación los hubIera l:enado
de alegría. Mas los hm'ederos, que eran gen te poco
razonable y muy ligera de cascos, no le dejaron comenzarsiquif1ra a poner en práctica sus buenos propósitos, pues cada vez que aparecía por la casa le
tiraban las botas a la cabcl"..ay UDa vez hasta arrojaron contra él el tabl1retito en que acostumbraba.
a colocar los pies su difun ta dueña. A los pocos días
comen7.aron a pelearse en t.re ellos por el reparto de
la herencia, surgió un pleito y todos abandonaron
ia casa, dejlindola cerrado. y solitaria.
El pobre EB'pejo quedó sen tado sobre la piedra
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del mnbral, sin que llegp-se nadie Il abrirIa la puerta. Por la noche logró, tras mil rodeos, sul)ir al
tejado, y, penetrando por (,1 en su antigun morllda,
permanflció escondido en ella la mayor parte del
siguiente día, tratando de que 1'1sueño le hiciera
olvidar momentáneamente sus pl'Ilas. Mas el hambre le hizo salir de nuevo a la callo, bajC' el calor del
sol y al Indo de la gente, para acechar dónde y
cuándo podrIa atrapar un escaso e insípido alimcn·
to. Cuanto más de tarde en tard€' lograba sa tisfacel' su hambre, más atención ponía el buen gato en
BUSp()squisas, de manera que esta continua atención llegó a. absorber todas las demás cUlllidadfls
morales de E8pejo, transformando por completo su
personll.iidad. Partiendo de su pu€'sto en el umbral
de la casa hacía frecuentes excursiones por la vecindad, escurriéndose subrepticiamente
por laB
calles y pasando mil angustias para no consE'guir
na.da. o, cuando más, un pequeñísimo y poco apetitoso bocado, en el cual meses antes ni siquiera
B6 hubiese dignado
reparar. Adelgazó a ojo,,; vistas
y Be volvió ansioso, rastrero y cob8rde, y perdió
todo su "valor, su elegante dignidad gntuna, su
sonsatez y BUfilosofía. A laB horas en que los chicos selían de la. escuela se ocultaba. en un rincón en
cuan to los oía. llegar, y sólo asoma ba el hocico para
ver si alguno de ellos dejaba caer una. pequeña. corteza. do pan que poder salir a. recoger cuando se hubiesen alejado. Mientras que anteriormente
hllbía
sabido mirar el peligro cara a cara y logrado vencer a. grandes y perversos perros, huía ahora antE:'
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le. lejana aparición del más in~ignificante chucho, y
si veiR acercarse a alguna de aquellas spcas yegoístas personas do las que antes huía con prudencia,
permanecía ahora quieto esperándola, 8. pesar de
que aun le quedaba un resto de conocimiento de
los hombres que le hacía adivinar en seguida a los
de duro corazón. Mas la. necesidad obligaba al
infeliz Espejo a engañarse a sí mÏ.<;moy a esperar
que por una vez desmentirían aquéllos su condición perverso. haciéndole uno. caricia y dándole
quizá algo de comer. Cuando en vez de esto era
golpeado o le pellizcaban el rabo, ni siquiera are.ñaba, sino que se hacía a un lado sin protesta y
mira.ba. a.ún suplioantemente la mano que le habíu
maltra.tado, olorosa a salchicha o arenque.
Habiendo ya llegado a tan miserable condición,
se hallaba un día Espejo, todo conmovido y triste, tomando el sol en su puesto acostumbrado,
cuando acertó a pasar por aUi el señor Pineiss,
hechicero mayor de la. ciudad, y, viéndole, Re qued6 parado ante 61en Rilencio. Esperando algo favorable, a pesar do conocer muy bien Ja equívoca
personalidad del rocienllegado, permaneció Espejo
en actitud humildo, aguardando lo que el ;;eñor
PiIl("iss se dignara hacer o decir. Mas cuando éste
rompió eJ silencio diciendo: " Qué, quieres venderme tus mantecas h, perdió toda su cS{l('ranZ8,figurándose quo el soñar hechicero mayor quería burlarse do él aludiendo a su extrema. delgadez. Poro,
ein embargo, y para no ponerse (\ mal con nadie,
respondió hurnildemenw y sonriendo:
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- ¡El señor Pineiss se digna sin duda bromear
<,onmigo?
-¡Nada
do eso!-respondi6
Pineiss-.
Hablo
muy en seno. Necesito las mantecas de gato para
mis conjuros; mas para ser eficaces tienen que sermo cedidas voluntariamente;
si no, no me sirven
do nada. Creo que tú estás más que ningún otro
gato 1m situación de que el tratar conmigo te sea
vcntajol;o. Entra, pues, a mi servicio. Te alimentaré eon salchichas y codornices asadas hasta que
te pongas redondo como una pelota. Sobre el elevadísimo tejado de mi cosa, que, dicho sea. de paso,
OB paro. un gato el más delicioso tejado del mundo,
lleno de intercsantes
rincones y paseos, crece,
ondulando fina yesbelta en las soleadas alturas, a.
impulsos de la blisa, una excelente hierbecilla,
verdo como la esmeralda, que s6lo espera quc tú
vayas a cortar sus más delgados tallos para curarte dE' las ligeras mol!'stias digestivas que mi rica
alimentación pueda ocusionarte. De este medo
gozarás siempre de admirable salud y me legarás
unas magníficas y eficaces man tecaB.
Espejo prestó gran atención a todo este discurso,
durante el cual se lo hacía la bOCll, agua; pero su
debilitado entendimiento no había. comp¡'endido
aún el asunto ('on toda claridad, y preguntó:
-Hllsta ahora no me parece mallo que me proponóis, scñor PineisE; pero quiÚcra saber cómo
podré go':B.rdel prccio que pongamos a. mis man·
tecas si para cedéroslas tondré an tes que perdeI'
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Ill. vida.
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- ¿Cómo podrás gozar de! precio?-exclamó
a.sombrado el hechicoro-.
¿No comprendes quo
consiste precisamente en los ricos y SB brasas alim:mtos con que te cebaré hasta que lIe~e el mo·
mento propicio? Pero si no quieres, lo dejamos.
No mo gusta obligar a. nadie.
E hizo ademán de seguir su camino. Mus E8peio
le dijo presuroso:
-Por
lo m€'nos debíais concedermo, después
que mo hallo lo suficientemente gordo para. saeri.
fie~rme, un plazo prudencial dura.nte oi-que pueda
goza.r de tan feliz os tado. Será. si no muy duro e I
tener que abandonar este mundo en el momento
en que me halle más dichoso y satisfecho.
-Sea.-concedió
el señor Pineiss con aparente
benovolencÏa.-. Cuando ya estés a punto te dcjaré
aún que vivas y te regocijes do tu agradable ostado hasta que la. luna llegue a su plenitud; pero
ni un solo día más, puos si to matara. en cuarto mengu~ntc porderían tus mantecas pa.rto de su efica..
cia, y creo quo, al comprártclas tan honradamente
como lo hago ya costa do a.lgunos sacrificios, ten·
go dorecho a. que mo sean lo más útiles posible.
El gato so apresuró a. aceptar la. proposición de
Pinois,¡ y firmó con su olegante letra, que era. lo
único quo aun le quedaba de tiempos mejorcs, un
contra.to que a. prevenci6n traía. redactado el
hechicero.
-Puedos venir hoy ya. a almorzar a casa-le
advirtió el brujo-o A las doce on punto se sirve
la.
Estecomida..
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WI
-E<;tá bien-repuso
Espejo-. No faltaré.
y dando las doce so presentó en casa de Pineiss.
Desde aquel momento comenzó par" Espeio una
3.graùabilisima exi.<=;
ten cia. Su mbión se reducía
a devorar los apetitosos bocados que le cran servidos, presenciar si quería las mágicas operaciones de su amo y pasC!\r por el tejado. Esto afee·
taba la. irregular forma de los grandes sombreros
usa.dos por los campesinos de Suevin, y así como
tales sombreros suelen abrigar un cerebro lleno de
socarronería y solapada simplicidad, cubría aquél
una amplia casa tenebrosa, llena de recovecos y
oscondrijos y traRcendiendo a. misteriosas prácti.cas de hechicería. El señor Pinciss era un sâbclotoùo que ejercía mil y un oficios; era curandero y
sacamuelas, tenía ocultos medios para limpia!' las
casa.;¡ do chinches y otros molC'stos huéspedes y
prestaba dinero a rédito". Era tutor y curador de
todaB las viudas y huérfanas de la ciudad, fabricaba una magnífica tinta, y en sus ratos de ocio
aguzaba y cortaba pluma.<=;
de ave que luego v.mdía a céntimo la docena. Comerciaba con j('ngibre
y pimienta, con grasa para las ruedas de los carrOR,
eon 1'0801£, con hebillas y con tachuelas para las
botaH; daba además cuerda al reloj de la torre y
publica.ba anualmen te un calendario con cI pro·
n6.>tico del tiempo, consejos a los labradores y día~
mán favorables para ~angra.r a los enfermos. Se
..:>etlpabade diez mil cosas lícitas al día para ganar00 un modesto pasar, y luego, en lo. obscuridad y
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por pa.rticula.r afici6n, llevaba a cabo otrEl8ten tas
absolutamente
ilícitas. Pero aun a. aquellas COSSB
quo hacía o. lo. luz dol dío. les colgaba, anteE' de dejarlas de 1/\ mano, un pequeño rabito de ilicitud,
tan diminuto como el de los renacuajos, pero que
a BIlS ojos comunicaba a los asuntos una gracia que
antes no poseían. Adem&¡ de todo e"to vigilaba
eo las bl'ujll.S y hechiceras dA la. ciudad, y cuando
veía que ya. e~t3ban maduras las mandaba qUEmar
en la plaza pública. Particularmente 8e ocupaba de
magia. por afán científico y para uso Último, así
como después de idear y redactar las ;tyes de
la ciudad las quebrantaba
y violaba subrepticia"·
mente para probar su resistencill. Como los seldwylenses necesitaban siempre un ciudadano que,
como él, se encargase de todns las cosas grandes y
pequeñas que no constituían una diversión, le
habían elevado al cargo de hechicero mayor, el
cual desempeñaba bacía ya muchos años con Úl·
cansable aplicación y gran habilidad y acierto.
Todo esto hacía que tuviese su casa atestada de
"ürriba abajo con las más raras cosas imaginablŒ,
y Espejo halló un gran ontretenimiento
en irIo
viendo y husmcando todo.
Mas ell los primeros días no se dignó conceder
su ateneión l\ nada que no fucEe la comida. Tragaba glotonamente todo lo quo Pineiss ponia a su
alca.nce y apenas podía. esperar con paciencia. las
horas que t,ranscurfÍan entre comida y comida.
Con este plan do vida. logró cargarse el estómago, y
tuvo, en efecto, que subir a.) tejtldo para. poner fin
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moleetias mordisqueando las verdes y jugosas hiorbccillE\s que sobre él crecíall. Cuando Pi·
neiss se di6 cuenta. de aquel desordenado apetito
80 regocijó mucho, pensando que no tardaría
Espejo en estar en situaci6n de ser sacrifi('sdo y que
ouanto más ostimlùase él su gula mejores mantecas obtendría, a.horrándose; vistas las buena!; disposicionps del gato, mucho tiempo y no poco di·
nero. Pat" lo tanto, construy6 para Espejo dentro
de la oasa un verdadero parque, en el quo había
un verde bosquecillo de diminutos abetas, pequeñas colinas de piedrecitas, cubiertas de musgo, y
lm precioso lago en el centro. De la8 ramll;; de los
abetoo colgaban, según la estación, Illondrs¡;, pinzones, a.bejarucos o goIondrinRs asadas, despidiendo WI sucult!nto l\roma, de maDera que a todas
horas tenía Espejo un exquisito boclldo al a.lcance
do sus uñas. En artificialef> escondrijos practicadaR en las montañitas
de guijarros se ocultaban
magníficos ratones cebados por el hechicero con
harina de trigo y asados luego, despué8 de rellenos call tire.<¡do tocino fresco. AlgunO!, de ¿'stc¡, rodia cogl~rlos el gato sin más que introducir su ma·
nita eu el a.gujero, y otros, para que el placer do
hallarIos fuera mayor, estaban más profur:dof', p~lO
atado!! a un hilo que salía del escondrijo y del eULll
podíl~ Espejo tirar hasta sacarias a la sllperlicio cuando quería proporcionarec el entrct{nimÎ. nto du un simulacl'o do caza. El lago, colocado en
medio del deleitoso parque, estaba lleno do fresca
Icchn destinada Il. calmar la fled de Espeio. yen ella
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liiobrcnado.ban pececillos fritos puestos por Pineu,E<,
que sabía. que los gato!; gustan tarubit'-Jl a vccc!; du
la. pesca. Con esta maravillosa e:xist€ncia, fD la que
podía comcr y beber cuanto le I.Jidieseel cuerpo y
hacür o no hacer lo que le viniese en gana, iba Espejo engordando a ojos vistas. Su piel volvió Il ponerse tersa y brillante y su mirada recobró la perdida alegría; pcro al mismo tiempo sus potencias
espirituales adquirieron tumbi(>n su perdida fuerza
y claridad. Signo do ello fué que volvió a l'U anti.
gull. buena. conducta y moderadll.<;costmnbres. Dominó su salvaje gula. de los primeros dias, y como
tenía tras do sí una triste experiencia, ganó mucho
en inteligcnte cordura. Mesuró sus placcn-s, no
comiendo mús de lo qllo podía soportar sin ponerse enfermo y volvió a. ocupar su cerebro en profundas y razonadas consideraciones filosóficlls, sugeridlls por su agudo espíritu de observación. Uri
día. descolgó do las ramas de un abeto de su
parquo un lindo zorzal, y al estar descnartizándolo concienzudamen te vió que tenía el buche muy
inflado y repleto de comida, que aun no había pasado al el;'tómago. Verdes tallos de hierba, negrt1s
y blancas somilla", y una pUl'púrea mOra se hallaban colocadas con todo orden en 01 pequeño buche,
quo semejaba una cesta do merienda preparada
por una madre cuidadosa para el viaje de su hijo.
Cuando hubo E8pejo devorado el gentil cuerpccillo
del zorzal contempló filosóficamente aqucl repleto despojo que colgaba de una de sus uñas y se
conmovió
ante el t,riste
destinoLuisdel
pobre
Este
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por la Biblioteca
Ángel
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que defipuéo de bUfiClir8een toda paz el 8ufitcnto
tuvo que abandoDllr la vida con tul rapidez que no
pudo ni aun digerir lo guardado en su buche.
-¿Do qué le ha scrvido-meditó
Espejo-afanarse tanto para reunir todo esto al final de una
laborio'5B jornada? Esta purpúrea mora fué la.
que scgul'amen te le hizo sa.lir del libre bosquc y
caor, atrr.ído p~r ella, en la red del cozador. Mus
allanzan;e sobre el rojo fruto crela el pobre pajarilla obrar para conservar su existencia, yen caInbio, yu, ç:ne acabo de comérmelo a él, sé quo al hacerla me he acercado un paso más hacía lt~mucrte.
¡,Puodo cerrarse trato más mísero y cobarde que el
que yo he firmaùo, comprometil>ndome a ontmgar mi vida después de una corta temporada de
groseros placeres y por un irrisorio precio? ¿No
hubiel'a sido preferible para un gato valeroso y
decidido una rápida y voluntaria muerte? Mi única discu1.pP, es que entonces mi inteligenci¡;, sc haHaba nublada por el ayuno. Pero ahora quo vuelvo
a ver claro me doy cuenta de quo mi próximo destino no dificre en nada del de este infeliz zar!'.!>!.
En cuanto engorde tendró que morir, por la única
razón de habor engordado. ¡Bonita razón para
inspirar conformidad o.un ga.to inteligente yamante de la vida como yo! ¡Ay, ojalá pueda salir con
bien de esta trampa en que me he metido!
:G¡,:ho esto comenzó a meditur cómo podría
libral'se de su triste suerte; maR como no habla
aún llegado el momento de inmediato peligro, no
halló
ninguna
y, 11 fuer
gato
prudonte.
Este Libro
Fuesalida
Digitalizado
por la Biblioteca
Luis de
Ángel
Arango
del Banco desela
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dedicó s Ills virtudes dd ascetismo, que son siempre la. mejor preparación para. esperar el advenimiento de un peligroso suceso. Despreció el blando almohadón que había dispUŒto PineiŒ con el
fin de que durmiendo sobre él entre comida y comida ayudaso este eon tinuo reposo u. la. producción do abundantes grasas, y volvió a. su costumbre do echarse, cuando quería descanl'.ar, en sitios
altos y peligrosos, como ~l alero del HIto t~jad(l.
No volvió tampoco a tocar a los asados pajarillos
y rellenos ratones que poblaban su p&rque, prefiriendo, ya que de nUevo tellía. (I. su disposición un
€'xtenso cazadero, atrapar a fuerza. de astucia. y
habilidad lag golondrinas que se a.venturaban sobro (,1 tejado o los ratones que merodeaban en la
despensa, y el alimento al'i conseguido le sabio.
doblo mejol' que las refinadas preparaciones culinarias de 8U amo y futuro verdugo. Este nuevo
método do vida, que requcría. un continuo ejerci.
cio fL~ico,y",l haber recobrado sus potcncias espiritllales, que devolvieron a su cerebro lit actividad
filosófiCA, impidió que Espejo engordoI'o. con excesivu. rapidez, y aunque su aspecto rebosaba salud y su piel e-staba tersa. y brillant€', paree:ió dete·
nerse en \l1L cierto grado de corpulencia., que no
llegaba a aquel que Pinei13Edeseaba y procuraba
quo obtuviel'ù, pues ::;u ideu] cru. que el gllto llegaso fi estur hecho una boja, imposibilitecio de moverse dt.:! blando almolutdón y con todo el cuerpo
convertido en mantecall, MIlS aqui Bfl había f'quivacado
e-lhechicero
tenerLuis
en Ángel
cuenta,
pesar
Este
Libro Fue
Digitalizado poralla no
Biblioteca
Arangos del
Banco de la
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de todo RUmágico eabor, quo un asno, por mucho
qne engorde, permanecerá !'iempre siéndolo, y quo
asimismo un flStUto zorro no dejará. de ser, por
mucho 'lUll se 1<> cebe, ni zorra ni astuto, dado qUtl
toia criatura crece y prospera Rill apl'.rtarse de RU
ser natural. Asi cs que cuando dcscubrió que E8pejo, a.un sin estar flaco, permanecía siempre cn un
mismo grado dI:' flexible y ágil esbeltez, no llegan.
do nUllca a la obesidad deseada, ~o encaró COllél
de repente una tarde y le dijo con rudeza:
-¿Qué es esto, Espejo? ¿Por qué no tocas ya B
los cxuelentcs manjares que con tanto cuidado y
arte preparo para ti? ¿Por qué no cazas 1<)S usados
pajarillas que pongo en Ins árboles de tu parque,
ni bu~eas los apetitosos rat.ones quo cscolJdo ell
las cuevas de l[ls montaña8? ¿Por qué no pcs(~a"
ya. en el lago? ¿Por qué no te cuidas? ¿Pot' qué
no duermes sobre 01 blando almohadón? ¿Por quó,
en fin, cones, t,e fatiguF. y no cngordas?
- La. cosa. P.S bien 6CIlCillll,señor Pinciss -respondió el gato-o Hago todo eso quo habéis dicho
porque es lo que me gusta y me agrada. ¿Acaso no
puedo pasar la corta existencia quo me resta del
modo qne mejor mo plazca?
-¡Na.da de eso!-excla.mó 01 hechicuro-.
TicDe~ que vivir de manera que engordes 'S' no adelgazando a fuerza de caccríllS y locag carrerl\s. Pc ro
ya, y!\ veo lo que tÚ quieres. Pie!1satl quo puedes
burlarte do mímanteniéndoto
eternamente en un
e8tado medio hasl:.a que yo me canse y te d(~vuclva.
tu palabra. ¡No lo conseguirá'!! Tu deOOr es corner,
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beber y cuidarte de manera que engordes pronto y
eches buenns mantecas. ¡Renuncia inmediatamente a tu astuta templanza, que inhinge 10 concertado en nuestro contrato, o juro que te ba de Jlt'sar!
Espeio interrumpió el gatuno runrún que babía
estado produciendo durante todo el discurso de
Pinoiss para demústrarle que no le atemorizaban
sus amenazas, y contestó:
-No sé quo ninguna cláusula de nuestro contrato diga que yo haya de remmciar a la templanza ni a un saludable o higiénico ejercicio. Si
el señor hechicero mayor contaba con que yo era
un glotón perezoso e insaciable no debe culparme
a. mí do su error. Vos os ocupáis de mil cosas al
cA.bodel día; dejad, pues, que tampoco yo permanezca ocioso. Asi observaremos umbos fielmente
nuestro contrato, pues ya sabéis que si lo quebrantáis en lo más mínimo forzando mi voluntad con
alguna imposición de cosa no expresada en él mis.
mantecas quedarán desprovistas de toda eficacia mágica y no os servirán d'e nada.
- ¡Charlatán!--gritó Pineiss, enfurecido-.¿ Quién
eres tú para darme lecciones? ¡Ven aqui, vamos a
ver euánto has engordado ya! Quizá pueda sonar
ya pronto tu última hora.
Diciendo esto agarró al gato por la barriga.
pero Espejo sintió unas desagradables cosquillas
y le obsequió con un cumplido a.rañazo en una
mano. El hechicero se miró la herida. y exclamó:
-¡Ah! ¿Conque esas tenemos, bestia inmunda?
Thtá bien; te declaro, pues, conforme a. nuestro
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contrato, lo suficientemente gordo para. ser sacrificado. Ml) contento con las mantec88 quo ahora.
pose8s y sabré sacar de ellas el mejor partido posible. Dentro de cinco días es luna llena. Hasta entoncfS puedes, como convinimos, gozar de tu existencia; pero ni un solo minuto más.
Dicho esto le volvi6 la. espalda, dejándoJe entregado a. sus pensamientos. :&ltos eran asaz mclancólicos y tenebrosos al ver tan cercana. la hora.
en que el buen gato tendría. que entregar el pellejo. ¿Y no habría. ningún medio de evitarlo poniendo en juego toda sU astucia.? Suspirando subió
al tejado, que destacaba obscuramente sus irregulares contornos sobre el bello cielo de una noche
otoñal. La Luna, vertiendo sus rayos sobre toda la
ciudad, iluminaba las ennegrecidas tejas cubiertas
de mU'lgo del viejo tejado del hcchicero. Un amoroso cántico resonó en los oídos de Eltpejo, y una
gata. blanca como el ampo de la nieve pasó por un
alero vecino. Espejo olvidó sus lúgubres pensamientos y contestó con sus múe apasionados aceno
tos al laudatorio canto de la bella. Salió a su encuen tro, y momentos después se halló en ardiente
lucha con tres rivales, a. los que con salvaje valor
hizo emprender la fuga. Luego comenz6 a hacer a la
blanca dama una cOrte fogosa y rendida, pllSlHldo
día. y noche a su lado, sin acordarse de Pineiss ni
parecer un solo momento por su casa.
Durante noches enteras cantó como un ruiscfior
bajo el pálido claror lunar, corriendo tras de su
amada por tejados y jardines y rodando más de
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\Um vez, en su fogoso apasionamiento
o en lucha
eon sus rivales, desde HItos tejados a la. cllIlo, pero
s6lo para levantarse en seguida, sacudiendo su picl,
y volver a empezar de nuevo la ardiente fiebre de
sus pasiones. Las dulces horas silencio~as y la•.•
llenas
cá.nticos y ondechas quo para Espejo
transcurrieron, los tiernos sentimientos y los violentos combates, los amables diálogos e ingenioso
cambio de ideas con su dama, los ardid"s y alternativas del amor y los celos, las caricias y IllS riñas, el poder dol amor y las penRs de la traición no
dejaron al enamorado gato dars() cuenta de que so
acercaba su hora, y cuando la. Luna. llegó usu plenitud se haIlaba tan estropeado por tantas inquietudes y pMiones que su aspecto era. más mísero,
fla.co y IBcio que nunca. En cuanto salió la Luna
llena gritó Pineiss desde uno de los t.orreones que
daban al tejado:
-¡Esp~jo, Espejito! ¿Dónde estás? Ven a casa
WI poquito.
El gato se despidió de su blanca amiga, que siguió satisfecha. su camino maullando débilmente,
y se prilscntó con arrogancia ante su verdugo, el
cual, con el contrato en la mano, bajó a la cocina.
Espejo le siguió y, flaco y dllstrozado, se pla.ntó enfrente de él con mirada retadora. Cuando Pinei!'S
"ió cómo habían sido perdidos todo su trabajo y
su dinero, comenzó a saltar como un loco y gritó
lleno de ira:
do
-¡Qué
es lo quo veol ¡Brihón, estafador
Bin con-
ciencia! ¡Qué bas hecho conmigo?
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Fuora de si agarró una oscoba y qui<;o pegarle;
pero el gnto arqueó clIomo, erizó su pelo dejando
fluir dE'él un misterioso resplandor,echó hacia a trá~
las orejas y maulló y bufó de tal manera que PineÎl;s,
lleno de espanto, retrocedió de un salto al otro extremo de 18, cocina, creyendo habén:elas con otro
hechicero más poderoso quo él y que hubiese tomado forma de gato para burlarie. Lleno de indecisión
y temor ante tal sospecha, dijo respetuosamente:
- ¿Acaso el honrado señor Espejo pertenece
también al oficio? ¿Ha placido quizá a algún erudito maestro hechicero tomar forma exterior go,.
tuna y con su elevado arto disponer sobre su fío
sica de manera de no engordar mas que lo que
bien le parezca, ni mucho ni poco, y quedarse de
pronto má.-;flaco quo un esqueleto, para escapar a
la muerte?
Espejo se apaciguó y contestó con franca sinceridad:
-No; no soy ningún brujo. El dulce poder del
amor ha sido ]0 que me ha hecho enflaquecer, y
para suerte mía. os ha privado del precioso ingre.
diento du quo hoy ('sperabais haceros dueño despuós do ejecutarme. Mas si queréis que demos al
olvido lo pasado y comencemos nuevamente,
yo
me hallo muy dL<;puesto a earner todo lo que me
pongáis por de'antc. Asad una buena morcilla y
echá.drn,"le, pues estoy agotado y hambriento.
PiIlL'Í~" recobró su valor al escuchar estas palabras, y asiendo ('olérieo I'll gil. to por la pie I del cuello Je encerró en un corral v&cío y le gritó:
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Los HOYDllk:S DR SKLDWYLA.-T.
Il.
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- Vamos a ver si también ahora te ayuda 8
salir de alli ese poder do1 amor de que me bas hablado y sí su fuerza es mayor que la de mi arte
mÁ.gica y la de nuestro contrato. Ya no te queda.
otra solución que comer, engordar y morir.
Luego asó una larga. morcilla de aroma tan apetitoso que no pudo menos de mordisquearla un
poco por ambos extremos antes de ll.rrojársela Il
Espejo por entre las rejas de su encierro. El gato
se la comió de punta Il cabo y, limpiándose los
bigotes y lamiéndose el cuerpo para alisarse la
. piel, He dijo a si mismo.
- ¡Cuán bella cosa es el amor! El me ha librado
por esta vez de la muerte. Descansemos ahora y
veamos si la. buena alimt'ntación y la vida recogida
y contcmplativa nos inspiran alguna hlea salvadora. ¡Toda cosa bene su tiempo! Es bueno entregarse por lIDOS días a las pasiones y luego volver a la tranquilidad
y la meditación. Esta mí
nueva cárcel no es del todo desagradable, y seguramente algo so me ocurrirá. en ella para salvar la piel.
Desde aquel día, el hechicero, viendo que su provisión de unto do gato, voluntariamente entregado.
por sus difuntos poseedores, iba disminuyendo.
carla vez má..-:!y amonazaba concluirse, dejándole
expuesto a tremendos peligros por no poder ejercer su tenebroso arte, extremó sU vigilancia. ~. proparó tau exquisitos y variados manjarc8 que el
pd:;ionero C8pelo no tuvo ~mficiente fuerza de voluntad para abstenerse de comerIas. Mas, como Yi},
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163
babía. sucedido antes, no logr6 Pineiss evitar que
al mL'imO tiempo que se fortificaba. el cucrpo del
gato so afinase y fortaleciesc 8U ingenio, fracr-so que
prucba la. insuficiencia de las artes mágicas.
Cmmdo 10 pareció que su prisionero se hallaba.
ya li. punto no quiso csperar ni un momento mlís,
y unte }os ojos del atento gato coloc6 tedos los
útiles para su cjecución y encendió un akgr('> fll('gO
cn el qua ('aceI' el unto que tanto unBiaba. DeEpués
ceITó cuidlldo~amcn te la puerta ùe la COCillfl,a fijó
un grfln cuchillo, sac6 a Espejo de HU prisión y le
dijo ('on afabilidad:
-¡Ven aquí, bribommelo! Voy a. }Jroced~r a cortarte la. cabeza ya desollarte luego. ¡Por cierto que
no había caído hasta ahaI'll en que con tu piel puedo hneerma una abrigada gaITa para (:I invierno!
lO prefieres que te desuelle primero y te corte luego la. ea.beza?
- Ya que os dignáis consultarme-replic6
el
gato humildemente-,
os diré quc prefiero que me
cortéis primero la cabeza.
-¡Tien('s razón, pobrecillo! - dijo PineiPs - .
No tc martirizaré
inútilmente.
Hay que obrar
bien en cste mundo.
-¡Ay, sí!-exclnmó Espejo con un profundo suspiro e JOclinando la cabew, como bajo el pcso de
un remordimicnto-.
Si yo hubiora obl'lldo siempre
hien y 110 hubiera dejado que mi ligereza me imo
pidic¡;c cumplir la importan te misión que me fué
encomcndada,
moriría ahora con la cencicneia
tranquila en vez de ver turbada mi última hora por
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ci r••mordimiento. Sin él la mue-rte me sería grata,
pues ¿qué me ofrece ya la vida? Tan sólo ansiedad,
ptnas y miserias o violentos arrebatos de pasión Y.
libertinaje, pcore!! aún que la angustia
el temor.
Mas mi insensatoz me ha. quitado hasta la paz de
mis postreros instantes.
- ¿Qué dices? ¿A quó importante misión te re·
fieres? - pre guu tó Pineiss, lleno de curiosidad.
-¡Ay!-suspiró
el gato-o ¿Para. qué hablar ~'a
do ello? Lo pasado no tiene remedio. Ya es tarde
para arrepen tirso.
-¡Lo ves!-o~cJamó Pineiss-.
¡Ves oómo eres
Wl empedernido
pecador y cómo meroces mil
muerk,,! ,Qué mala jugada. me has hecho? ¿Qué
me hM robado, ocultado o destruido? ¿Qué maldad
ha.c¡inventado contra mí que yo no sepa, presienta.
ni sospeche aún? ¡Estaría bueno que todavía me
dieses algún disgusto! ¡Confiesa en elllcto lo que has
hecho o te despollejo y to deseuartizo vivo! ¿Ha.
bIas o no?
-NlLda ten~o que reprocharme contr9- vos-respondió E8pejo -. lVIipecado se refiere a los diez
mil florines de oro de mi difunta dueña ... ¿Pero
de quó sirvo hablar ya do ellos? ... Y sin embargo ...
cuando os veo, pienso a voces que quizá no fuera
aún dema;;iado tarde.Vos sois un hombro \lena de
atracti\'os y en la flor de la edad ... Deeidrne, señor Pinciss, ¿uo habéis sen tido nuncn el deseo
de ca.saros honrada y ventajosamente? Pero ¡qué
tunteri.i! ¿Cúmo iban !l, surgir tan ociosos pensa·
mientas en la mente de un hombre tan sabio y
~T
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loI>
talP,1ltudo como vos 1 ¿ Qué tiempo tiene un hombre
tan industrioso y ocupado pltra pensar en inE<ubstancifl,les mujeres? Cierto es que, a pesar de todo,
la peor de cHue.tiene siempre algo bueno YPufde ser
muy útil al que la haga !"u compañera. :Eso no se
puede negar. Y si se encuentra una buena sû tiene
en ella una gran ama para la casa, de blancas y
suaves carnes ·y ticrno corazón, cuirladcsa y complacicnte, económica CIl los gastos y pródiga en el
cuidado de su esposo, corta de palabras y larga
en agradables hechos y cariñosa en su trato. Llenará de besos fi. su marido, lo acariciará lus barbos
y le Bbrazará Y le rascará la cubcza cuando 61 lo
dcsee. En fin, una tal mujt'r hará mil cosas placenteras que no son para desprecíada". Estará siempre
junto a su esposo o se mantendrá fi. modeF;V\ distancia, F;egún Vf>asu bueno o mal humor, y cuando
aquél salga a sus llRuntos no le el'tol'bal'lí., "ino que
entollará alabanzas dentro y fuera de lu eB~a, sin
dejar que nadie murmuro ùo él y elogiando todo
lo que diga y haga. Pero lo máR digno ùe amlll'8e
en ellf\~ es la mara,rillol'a l'structura de ¡;u tierna
forma corporal, que la Naturaleza ha construído
tan diversa do la nucstra bajo una aparente igualdad humana, y que es un mar de sorpresas y maravillas cn un feliz ma.trimonio y esconde en sí la
má..qdica z du las artes mágicas. ¡Pero qué Cf; lo que
estoy charlando como un loco en el umb¡'al de la
nnwrt.e! ¡Cómo ha de bajar su IrÚrada un hombre
tan sabio como vos hasta copaE tan vanas! Perdonadme,
I'eñor Pineis!",
y eortadme
la Banco
cahf>zo.
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Pero Pineiss gritó violentamente:
-¡Calla, charlatán, y dime pronto dónde puede
",won trarf;€ una mujer así y que posea además diel'.
mil flo1'Ïnc8 de oro!
- ¿Dioz mil florines? -preguntó
Espejo.
-Sí,si-e4Clllmó
Pineiss,impacíente -. ¿Noaea·
bas de hablar de {'lias ahora mismo?
-Pero {'so no tiene nada. que ver con lo que despué;; he dicho. Esos diez mil florines están enterrados ell un sitio que yo conozco.
- ¿Y por qué están allí? ¿A quién pertenecen?
-A nadie; y ello constituye precisamente mi
remordimiento, pues yo debía habcrlos entregado
8 quien les correspondieran.
Mi misión consistía
en entregarlos a aquel que se casase con una mujer
como la que antes he dœcrito. Mas ¿cómo es po.
sible reunir en esta ciudad, tan dejada de la mano
do Dios, las tres cosas siguientes: diez mil florines de oro, una prudente, lista y honrada mujer de
su CliBa,y un hombrcsabio y honrado! Noe,;, pues,
muy grande mi pecado, porque el encargo era demasiado arduo para un pobre gato.
-Si ahora mismo 110 dejas 1M divagaciones y
fij me lo cuentas todo ordenada e inteligiblemente
te corto, para comenzar, las orejas y el rabo. ¡Conque cuenta!-grit6
Pineiss.
- Ya que me lo ordenáis lo contaré todo por su
orden-dijo
Espejo, sentándose cómodamente sobre laRpatas t"RsorRs-, li [Josar de que retrasando
a.sí mi muerte por unos momentos sea más duradera.
esperarIa.
Este
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'l67
PinüÏ..ss pnso el afilado cuchillo sobre el tajo,
-antre el gato y él, Y se sentó, lleno de curiosidad,
~obre una (lrza. para escuchar con toda calma.
Espejo continuó:
- Ya conocisteÏ..c;,señor Pineiss, IJ. mi difunta
dueña y visteis su tranquila y silenciosa vida do 501'i;erona viejs. que no hace mal a nadie y sí muchas
bucna¡; obras. Mus lo que no sabéis es quo nO siempre hahía. eJ{istido tanta paz y tranquilidad en torno suyo y que, a pesar do haber sido siempre han·
rada y buena, hubo una. época en que fué causa de
muehas pcna.'3 y desgracias, pues en su juventud
fué la muchacha más bella de toda la comarca y
no hubo joven cabaJlero ni audaz viJlano quo, re·
sidiendo en estas tierras o cruzándolBs de paso, no
50 enu.morllSe de aJla al veria y no se empeñase
en contraer inmediato matrimonio. Ella, por su
parto, no despreciaba el santo yugo y deseaba
\mirso a un hombre arrogante, honrado y de ta·
lento, Tampoco le faltaba donde escoger, pues com·
patriotas y extranjeros se disputaban su mano,
saliendo por su caus'!. más do una vez los aooros de
RUS vainas para enterra.rse
hasta la empuñadura
en valljfosos pechos. En torno suyo revoloteaban,
pretendiendo su a.mor, hombrcs de todas claRes
y t'ualidl1.des: valerosos y tímidos, astutos e ingenuos. ricos y pobres, eom••rciantes en grande
escala y caballeros que vivían do ••us Tènwfl, hahladores y callados, alegre,> y de ingeniosa conversa·
ción o moditabundos y con aire de teneT un gran
talouto
a pesarporde
su embarazo
escasA.
soltura
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para. el trato Racial. Podía, pues, escoger de entre
une. corte tan numerosa y completa como puede
soñarla una joven cm;adera. 1\:l:a8
sucedió que además de sn belle7..llposeía mi difunta dueña. una bonita fortuna, consistente en diez mil £lorines de
oro, siendo é..,ta la razón rie que nunca llegara 6
decidirse a elegir marido, pues tenía tal apego a
a.quel dinero que, juzgando a todo t!l mundo por
sus propias inclinacioncs, cosa. que siempre 08
sucede a los hombres, cada vez que se le acercaba.
un pretendiente digno de ella y que medio la complaciese se figur!lba que su amor era interesado.
Si era rico, creía que no la hubiese pretendido
si ella. no lo fncra también, -:t. de los pobres, daba
desde un principio como seguro que no venían mas
que por sus florines y con e! solo pensamiento de
menrar y dlHSObuena vid!l.a costa de ella. De este
modo la pobre joven, que tanto valor concedía.
al dinero, no pudo jamás distinguir en sus adoradores e! am!)r Il su fortuna de! amor por su persona,
y si es que realmente existió en todos ellos algo
no por completo dl:'sintcresndo, no supo tampoco
despreciarlo o perdonado en gracia a la mucha.
pasión que algnnos 10 mO;3traron. Varias ve('cs
llegó Sil corazón a interesal'cf' y a estllr ella casi
prometidH; mas siemprf' .l'reyó descubrir en algún
rasgo dd elegido la impureza y el interés de su
a.mor, y acto seguido rompía sus relaciones con
él, l!Pna de dolor, pero con implacable firmeza.
A todus aqudJos
que lograban agradarla los 80metía a mil pruebas diferentes, ¡¡reparándoles 81"
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teras y hábiles emboscadas, que ern preciso ser
muy diestro paro. evitar. Por lo tanto, acaharon
por no acercarse a ella los que se enamorablln de
buena fe, ycn cambio se vió rodeada dé astutos y
ladinos hipócrit;¡¡s que podían esperar engañada,
dificultándose así aún mRs su elección, pues tales
hombres no de-jan nunca, a pesar de toda su habilidad, de despertar una cierta inquietud en el
ánimo dp aquellos quo los trlltlln. El medio principal de quo' se I>ol'víala desgraciada doncella. para
probar el desprendimiento
do sus pretRndientes
era incitarias diariamente a. grandes gastes I'll costosos regalos () benéficas obras caritativus. 1\10s
hicieran lo que hicieran nunca. act>rwban, pues si
parecían de . ;prentiidos y dispuestos a sacrifieerlo todo por ella dundo bríJIantes ficstHf; y (:onfiándole rica" sumHS de dinero pura quc Jas repartieso en tre los pobrcs y ofreciéndok ricos ¡('galos, decía que todo aquello lo hacían tan sólo para pcscar
un salmón ponicnùo como cl'bo un mísero gusanillo, y distribuía los regalos o el dirJero Il. convcntos y fundaciones piadosas o dabR una gnm
comiú¡. Il los pobres, rechazalldo siempre inap{')ahlemen t<>Il sus dcsdichudos y burlado:., prctendicnks. Si éstos cran, por lo cout.rario, económicas o
roñosos, quedaban desahuciados en <:.1 acto. pues
no habil' cosa. que ella tomaRC mll.;; il mal. Como
ya he dicho antes, con esta conùucta con:;-igui6
tan sólo que, queriendo hallar un cora2'.ón pW'o y
no rendido a nada que no fuera sn bella persona.
no se atrcvil:.ran a aproximarse a ella mas que homEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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brea ladinos e hipócritas, sobre cuyas intenciones
no lograba nunca. salir de dudas y que le amarga.
ban la vida. Un día. :~esintió tan disgustada que
cerró la puerta. de su casa. a todos sus a.dorlldores
!' partió para Milán, donde residia una prima suya.
Al pa.~ar, mOlltada on un burro, por la cumbre del
San Gotardo su hwnor era tan negro y lúgubre
como las obscuras r.ocas que desde los ahismos subían ha.sta la cima, y sinti6 la violenta tcntc.ci6n
de arrojarse por 01 Puente del Dia.blo !l. la.s espumantes aguas del Reuss. Tras de muchos esfuerzos lograron impedírselo y tranquilizarJa. lus dos
criadas quo la acompa.iia.ban, a 1M cuales conocí
yo después, pero que ya han muerto, y el guía.
Pii.lida y triste llegó a la bella tierra italiana, sin
que el puro cielo a.zul que lo cobija pudiera aclarar sus tenebrosos pensamientos. Mas a los pocos
díllS de hallarse en casa de su priml\ comenzó a.
cantar su coraz6n una dulce melodía. ya florecer
en su alma una. suave primavera. que nunca Ilntes
había conocido. La causa de todo ello fué lID joven italillno que vino a visitar Il su pAriente y que
fu6, desde el momento en que le vió, tan de su
agrado, quo pucde decirse que se enamoró entono
çes por primera vez en BU vida. Era. el galán un
arroga.n te joven de esmerada educación y nobles
maneras, ni pobre ni rico, pues poseía diez mil florines que había heredado de sus padres y con los
que pensaba fundar un comercio de sedería..
Emprendodor y de clara inteligencia, tenia buena Libro
mano
para. lospornegocios,
co¡¡a
queArango
suele
BUEste
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ceder a aqueUas personas quo son ingenuas, honradas e inocontes, como en grado sumo lo era el
joven milanés. A pesar de pertenecer al estado de
108 mereaderes
lJevaba su espada al cinto con igunl
apostura noble y arrogante que un ejercitado hombre de E.rmas, y todas estas cualidaèeH. unidas a su
varonil belleza y florida juventud, se apoderaron
de tal modo dol cOrazón de la doncella que apenas
podÍlL ésta con tener s li contento y su amor cuando
le tenía a su lado. Recobró la perdida alegría, y
si aún la. asa.ltaba la tristeza en algunos mom(mtos ello era s610 debido al temor de no sor correspondida, sentimiento desde luego más noble
que la penosa desconfianza. e indecisión que antes,
cUlllldo se hallaba rodeada do pretendientes,
turbab.1 y f,ngustiaba su espíritu. Un ÚIlico cuidado
embargaba ahora. todo su ser: el de agradar y
enamorar al joven, y cuanto más bella se eneontraha ante el espejo más humilde e insegura do
ello se hallaba en a.quella ocasión en que por vez
prirmn:a había abierto a un amor verdadero lus
puertas de su alma. El joven, que jamá.s había
visto una tal belleza. 0, por lo menos, nunca la había tenido tan cerca. ní había sido distinguido y
trataùo ('011 tan cortés a.fabilidad por ninguna. mujer de tales atractivos, se enamoró perdidamente
de la doncella. Mas quizá hubiera mantenido tímidamente OCtùto su amor si no hubiese notado en
ClJRalgo que a.pp.nas se atrevía a. interpretar como
correspondencia. Aun Rsí permaneció algún tiempo
8in Fue
osaI'
hablarle
su pasión;
poro
como
era de
in.la
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capaz de fingimiento, todo el mundo se daba
I
J
•••
M ••
lOtt
cUfnC(1UI
ta do lo que le sucedía al ver su actitud cuando
pstaba al lado de la jov¡>n o su expr~sión cuando
Re la nombraba
en su prt>scncíu. En pocos dfaa
llegó a amarla con toda la intensidad de que crB
capaz su puro espíritu e inexperto corHz6n, constituyendo para él su amada lo mejor y más alto
df,! mlmdo y cifrando toda su felicidad en alcanz.ar
sn mano. Ella., por su parte, dándo~c cuenta de
aquC'1 infinito a.mor y viendo euán distintos eran
sus aetos y palabras de los de sus anteriores pretendientes, no tardó en sentirf-o poseída de' una recíproca pasión. Todos vil'ron claramente lo que
estaba pasando en los corazones do ambos j6venes,
y sc <lamentó públicamente entrc chanzas lo repentino dc aquel mutuo enamoramiento. El galán,
en su nmorosa turbación, haC'Ía COSllS tan ingenuas
e inran tiles que, demostrll!ldo lo sincero y puro de
su cariño, transportaban
Il su amada
al séptimo
ciclo; luas al l,nterarsc É'Ide que se conocía su amor
y que todos los qUE' los conocían seguían atenta·
mente el dE'sarrollo de la amorosa hifitoria ycsperaban llenos de curiosidad sn (kSen!lH'e, halló que
aquello se iba convirtiendo en l/nlt comedia, para
cuyo papel de protagonista .le parecía ¡:;u amada
dernnsiado alta y sagrada. Unido esto a que creía
también ofenderia y engañarla estando a su lado
sin descubrirle su violenta pasión, se decidió a
confesarle su amor, dispuesto a no insistir si no
",,(cu.nz.a ba su felicidad en el acto, pues 110 podía
pensar qne una tan excelsa mujer. fuera capaz de
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coq\l{:toría alguna. y no respondiera en s(\guirla
con un ;¡{ o un no definitivo;; e inapelabll's. Siendo
su amor tan infantil como profundo y tun orgulloso como sincero e ingenuo, puso en aquel momento toda su felicidad, y su resultado p.igniiieuba pena él la vida o la lIlu(,rte.
Pero en el mismo inotante en que la doncella'
oyó su declaración, tan ansiosamente (\sperarJa,
se vió poseída de nuevo por su antigua dcsconfitlllza, ocurriéndoscle en hora funcstlL quc su pretendion te no era al fin y al cabo mas que un comerciante que quería apoderarse de su fortuna para
amplíar sus empresas. Si ademá" de esta se hallaha
un poco enamorado de su persona no constituía
cllo merecimiento alguno, sino más bien motivo de
indignación al ver que se la conoideraba tan sólo
como algo que serviría de añadidura a los dorados
florincs. Por lo tanto, en ve:¡;de confesar le que correspondía a su amor y aeogerle gustosa, como hubiera hecho dejándose llevur de su corazón, inventó un;J.llueva astucia para probar su desinterés y,
tornando un aire ¡P'uve y casi triste, le confió que se
hallaba ya prometida a un joven de su patriu,
al
qw; amaba eon iodo su corazón. Había intentaùo
dcdrselo varias vecps, pues ya habría visto por su
antl,riol" conducta la mucha estima en que tt'nía
su amistad; pero las bromas importUJlUs
de los
COIIOeidUf;
lo habían impedido cnttlbhn UIlfl intimu eDnvcrsución con él. Ahora que hubífl f.ide,sorprendida por la ùedal'ución de su amor no podia
dejar
por más tienlpo sin ponerle al tan to de su
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situación, creyendo que la. mejor manera. de corresponder al bello sontimiento que le había. confesado era hablarle con toda. sincoridad y franqueza..
Nunca podría perl:€neoer roas que a uqucl a quicn
había elegido y jamáR le sería posible amar a ningún otro hombre porque la. imagen de aquél se
halla.bll. grabada en su alma con líneas de dorado
fuego. Ni el mismo amado, u. pe~a.r de conooerla
bien, sabía la adoración que ella le teníEl. Sin embargo, lma mala estrella turbaba sus amores. Su
prometido era también comercianl:€; pero, siendo
pobre como lUGratab, habían decidido fundar su
negocio con 1m; bienes de ella. Todo parecía marchar a pedir de bOCR, y la boda iba a cplcbrarse,
cuando una inespcrucla desgracia hizo qtlf' toda. BU
forttma entrase en Iit.igio, quedando ello. imposibilitada para disponer de nn solo florín y quizú arruinada para. siempre en el preciso moment.o en que
para su pobro novio vencían los pagos que debía.
efcctuur a comerciantes milancses y venecianos,
con lo cllAIperdería todo su crédito ysu honor y quedaría de ••hccho el venturoso enlace. A toda prisa
había ella. acudido a .Milún, donde tenía ricos parientes, para. bnscar un medio de salvaci6n; pero
había llegado en maIn hora, y hasta aquel día nada.
había podido hacer para auxiliar Il su amado, est.onclo ya e<,reuno ci díu en quo no habría. yn remedio posiblo. Seguramente moriría. ella do tristeza.
ante la. quiebra. de su prometido, pues era éste el
auÍ>! adorable
y mejor dc 100 hon,brcB y lkgnría
•• hacer p.on RU gran talento una excelente fortuna
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si se le !),yudaba a salir de aquel mal paso. Para €lIa
no h:.~bla felicidad sobre la tierra fuera de la de
llegar a. ser su espo~a. Cuando la cruel doncella
hubo krminado su relación estaba ya su víctima
pálida como un blanco lienzo. Pero no profirió
una HOla.'lllda ni pronunció una palabra más 80brt' Sl mismo o sobre su amor, y se limitó a preguntar o. cuánto ascendían las obligaciones contraídas
por el feliz y Il un mi!':mo tiempo desdichado prometido, respondiéndole ella, también con tristes
acen tos, que a diez mil florines de oro. :El joven
comerciante se levantó recomendando ánimo a su
martiri:r.udora y, dieiénclole qUe tenía la eerkza
de que todo se remediaría, se alejó de su lado
sin 0·3arlevantar los ojos hacia ella: tan conmovido
y avorgonzaùo se hallaba de haber Pla'sto su amor
en una persona que tan firme y apasionadamente
ama::la a otro, pues todo el relato do HUdama lo
creía palubra por palabra como si fuese el Evan·
gelio. Luego, sin mlÍs demora, visitó asus amigos
del comel'cio, consiguiendo, Il fuerza de ruegos y
perdi1mdo una ciorta suma, que retirasen todas Jas
compras y oncargos quo había hecho, por valor de
los ùiez mil florines que poseía, y que constituían
la bllso sobro la que pensaba edificar su porvenir.
Antt·s de que hubiesen transcurrido seis horas apareció do nuevo en casa do su amada con toùa HU
fortuna, rogándola en nombro de Dios que aceptara
aquel auxilio que se atrevía a prestarle. LOt; ojos
de e lia ardieron ante la alegre sorpresa y su cora·
zón latió en su pecho con la fuerza de un martiEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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110 que en ml1nos del herrero golpea el yunque.
Pregunt6le de dónde había sacado aquel capital,
y él rt,spondi6 que se lo habían prestado confiando en su crédito y que, como sus negocios marchaban bien, le sería posible devolveria pronto
sin causarlo ningún perjuicio ni incomodidad. Ella
vió claramente que mentía y que aquello era todo
su capital y su esperanza, que él sacrificaba a su
felicidad; mas hizo como ~;Ï creyera sus palabras.
Dejó libre cursa a sus alegres sentimientos y cruelmente le hizo vel' como si su alegría no proviniese
mas qllo do la dicha de poder salvar a su amado y
casarse con ól y no encontrase palabras para demostrar Sil agradecimiento. PHro de pronto recobró
Sil serena calma y declaró no poder aCBptàr tan
gran generosidad sino bajo una condición inexcllsable, sin cuyo cumplimiento nada bastaría para convenceria a hacerse cargo do la suma. Preguntada
en qué consistía dicha condición, demandó 1110 Eagrada. promesa du acudir a SU casa en un día. determinado para asistir asuboda J"sorelmejor amigo y protector de Sil futuro esposo, así como sU amigo más
fiel ysu consejero y sostén. Enrojeciendo, suplicó él
que remIDcinra a su deseo; mas fuó en vano quo
apoyara su ruego con toda clase de razones y que
le expresara que sus asuntos no lo permitían huC'er
un viaje !loSuiza, pues tal ansencia le acarrearía
muchas pórdidas. Ella persistió en su demanda y
llogó a dccirls que se volviera Ao llevar el dinero si
no qu()ri!loacceder a su deseo. Por fin le diá él su
palabra; pero ella no se contentó con esto, sino quo
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le Elxigi6 que se lo jurara. por su honor y su salvaci6n eterna. Le señal6 fijamen te la. hora y ci día
en que tenía que hallarse pn Suiza, y todo esto tuvo
él que jurlÍrsclo porsu fe cristiana ysu biCDI\Vcnturanza. Sólo dpspués que 10 hubo jurado aceptó ella
el sacri:icio y mandó, llena de alegría, quI:' llevaran
ci t.csoro a sua.lcoba., donde lo encerró con su propias
manos en. su baúl, guardándose después la. lia ve
on 01 p3cho. A los pocos días sBlió de Milán, traspo.>landoel Sa.n Gotardo Call alcgría. tan violeIlts
como la tristeza que traía a.l venir. AI llcgar al
PI13nte del Diablo, por el que se había querido
arrojar fi, su venida, se echó a reír como loca y tiró
al R~uss con gritos y cánticos de júbilo de su voz
armllniosa una flor de granada que en el pecho
llevaba. No podia dominur su infinita alegría, y
fué aquel viaje ci más regocijado de su vida. LleglJ.daa la ciudad abrió su casa, limpiándola yadornándola de arriba abajo como si esperasc' a Un
príncipe. A la cabecera de su lecho coloc6 el SI1CO
qUll contenílllos diez mil florines, y por la. noche
colocaba su cabeza sobre ól como si se tratase de
una blanda almohada. Apenas si podía esperar el
día eon'-cnido, estando sl'gura do que acudiría,
pues le sabía incapaz de faltar a. la más scncilla.
promcsa, cuanto más a los graves juramentos que
lo había hecho prcstar, aunquc en cumplidos le
fueso la vida. Mas llegó el día en que el amado debía acudir y no pareció, y pasaron muchos días y
Bomanas sin que diera cuenta de sí. Entonc¡,s emEste Libro
FueaDigitalizado
por laaBiblioteca
Luis su
Ángel
Arango del
Banco de
pezó
tomblarJe
ella todo
cuerpo
y cayó
enla
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¡,os HOIIBRItSDII5:&LDWfU.-T.
II.
12
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el mayor temor e inquietud.
Escribió a Milán carta
tras carta, pero nadi" supo dariA de él la n.enor
noticia. Por último, ¡:;eenteró casualmente de que
el joven comerciante se había mandado hacer un
vestido de soldado con una pieza do damasco rojo
sangre que tenía. en su caS8, yque hubía pagado
y so había alistado entre los suizos que entraron u.
sueldo al servicio dcl rcy Francisco I de Francia
con ocasión do la guerra que éste mantenía en cI
Milanesado. Después de la batalla de Pavía, en la
que murieron tantos suizos, se le encontró debajo
de un montón de cadávcres cspañoles mortalmente
herido y con todo su rojo vcstiùo desgarraùo y lleno de polvo. Antes de rendir su alma habló con un
seldwyJense que con leves heridas ha bía caído 8
su lado y le cncBrgó conservara en la memoria. y
escribiera, si escapaba con vida, el siguiente mEnsaje para su amada: «Amada mío: Aunque os prometí por mi honor, por mi fe cristiana y por mi !'BIvación eterna acudir a presen ciar vuestra beda,
no he podido decidirme a vcros otra vez y Eel' tt'Stigo de cómo otra hombre alcanzaba lo que yo considero la. mayor felicidad imaginable. Hasta VUEStra partida. no había yo sabido ni aun sospechado
el inmenso y doloroso poder que en sí tiEne un
amor como el que yo os profeso. ¡De saber]o me hubiera guardado muy bien de dejarlo albergarEe
en mi corazón! :Mas una vez bajo su infIujo y COII'Vortido para siempre en su escla vo, he preferido perder mi honor terrenal y mi salvación eterna, ecnEste
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Ángel
Arango del
denándome
para siempre
por Luis
haber
jurndo
enBanco
fal- de la
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de nuevo fi VUestro lado llevando
en mi })t'cha un fuego más violento e inextinguible
que el del infierno, y que seguramente apo:es me
dejará sentir éste cuando llegue la hora de mi c<,ndenación. No recéis por mí, adorada mía, put'S fin
vas nunca, ni t'n este mundo ni en el otro, podré
considerarme bienaventurado.
Vivid dichofl~ y recibid mi (¡]timo saludo.~Así, pUES,cn aquel/a ta talla
tras de la cnal decía el rey .Fnlllciseo que ~tcdo fC
habíl\ perdido menos el honon perdió en r(ldidad
todo el joven lunante, puesto que perdió la HperaDza, el honor, le. vida y la 8alvación etelna. Lo
\~nico que no le abandonó fué aquel amor que le
consumía. El soldado se]dwylensc escapó de ]a
muerte, yen cuanto se halló fucra de peligro escribi6, para. no olvidarlas,las
últinlí'S palabres de
su compañero. De retOl'no a bU ciudE d na ta] fué a
casa de la infeliz doncella y le Ic~'ó 8Umemaje con
tan graws y guerreros continente y acento CeII:<.o
el que usaba pllra leer IllS órdenes de sus ~uFericre8 a la compañía que había mandaùo durante la
campaño. La triste mujer, al recibir la noticia,
comenzó il ¡nesarse los cabellos, desgarró sus Vestidos, y sus llantos y grito/? Fe oyercn de~dc la.
calle, haciendo acudir Il los "ecinos. Encenaùa tn
RU alcoba desparramó
por elsu€'Jo los diez mil florines ciel ùifun to y se echó sobre ellos Ilbrllz8ndo y
besando las doradas moneùa:". Fuera <:lesí, intentaba apiñar el tesoro, cuyas piezas se escapaban
rodanùo, y estrechado
contra su pecho ccrno sí
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Luis Ángel
Arangopermaneció
del Banco de la
fue!ie
su perdido
amado.
y noche
Ba, a acercarme
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en esta situa.ción sin toma.r a.limento alguno, acariciando y vosando do continuo el frío met ••l. Por
fin, una noche se levan tó del suelo y llevó el dinero a su jardín, arrojándolo a un profundo pozo y
maldiciendo al que intentase algún dill- Rll-carlo,
pues no de bill. ya pertenecer a. ningún ,hombre.
CUlmdo E.'lpej(l llegó a este punto de su relato
le interrumpió Pineiss diciendo:
-¿Y aquolla hermosa suma siguo aún dentro
del pozo?
-Claro-replicó
01 gato-o ¿Dónde si no? ¿No
veis qU1 soy yo el único que puede sacarla y aun no
Lohe h3cho?
-Si, si: tienes razón -dijo
Pineiss-.
C0n tu
bistoria. se me h-a.bía olvidado lo que al principio me dijiste. ¿Sabes qu(' cuentas muy bien, bribonzuelo? Antes, cuando me hablabas del matrimonio me entraron dosoo" de encontrar una mujercita
como la. que tú me describías. Pero, ademhs, tendría que ser muy guapa. para que yo me decidiera. ¿Y por qué fiB hùblo.ste de CSM cosas? ¿Qué
tienen que ver con la historia de tu antigua ùueña? Cuonta, cuenta.
-Transcurrieron
muchos años-prosiguió
Eapeio-1msta
que el vivísímo dolor de mi !lma se
suavizase lo ba.stante paro. drjarla apBrecer exteriormtln te con pl tranquilo aspecto de vieja solterona que tenía cuando yo la conocí. Puedo alaharm" ri •• h,JbDr JJegado a ser durante toda ¡;u aisIa.da. vida y ha.<¡tasu apa.cible final BU único consuelo
BUDigitalizado
amigo má.a
íntimo Luis
y fiol.
vi6 de la
Este
LibroyFue
por la Biblioteca
Ángel Cuando
Arango del Banco
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que su muerte se acercaba rememoró toda la. llÍStoria dlJ su lejana juventud y belle~ y renovÓ con
,.;entimiento3 mús serenos las alegres inquietudes
y las amargas penas del pasarlo, llorando ~('guida·
m('nte sieto días con sus noches, hasta quedarsi~
ciega pooo tiempo antes de morir, por el amor
del joven milanós perdido para. ella. por su extremada desconfianza. Luego, deplorando la. maldición que había. echado sobre el tesoro, me llamó pare.
confiarme la ejecuci6n de su voluntad con respecto
a él. .He cambiado de idea, querido Espejo -me
dijo-,
y te confiero plenos poderes pMa ejecutar
mi última volunta.d. Investiga en torno tuyo y
busca hasta. que encuentres una bella y pobre Dll.!.
chaoha que por RU pobreza carezca de prekndieo.
tes. Hi luego encuentras lID hombre apuesto y hon.
rado que tenga buenos medios de .;da y dCEcehacer
su (,fpOSa.a. la pobre joven a traído por su belleza.,
sin umer en cuenta su faIts de dinero, y se comprometa bajo toda clase de juramen t08 a serIe tan
{iel, desinteresada e inmutablcmente
fendido ccmo
lo fué mi infeliz amantp. y fi complacerla en tcdo.
darás a. la muchacha como dote los diez mil flo.
rine:; que' yaccn en el fondo del pozo, para que con
ello;; sorprenda a Sll esposo cn el dífl de su boda .•
Así lwbló mi ùiflmw. nucña poco tiempo entc~ de
modI', y yo he descuidado, paru mi I'cmordimifnto,
el cmnplir mi mi"ión. Ahora tcmo que mí pcbrf'
luna no logre hallar la trsnquílídad
pi ~iqujlla t.'n
el :,cpulcro, cosa quo traerá quizá tombíén pIno. mí
funcI'tas consecuencia!;.
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Pineiss miró al gato con desconfianza. y dijo;
- ¿Podrías quizá mostrarme el sitio donde está
el tesoro y l~ltesoro mismo?
-Cuando gustéis-respondi6
Espejo-. Mas SBbcd, señor hechicero mayor, que no os será permitido sacar el dinero así como así. Si lo intentar9.is, alguien que yo sé os retorcería en el acto ci
pJscuozo. Los alrededores del pozo son parajes
poco seguros y visitados por los espíritus. Tengo de
ello indicios muy vehementes, pero que no quiero
acla.rar más por miedo a ser castigado por indiscreto.
-¡Qllién habla de sacar nada!-exclamó
el heohicero-.
Condúceme al lugar donde está el tesoro yensóñamelo. O, mejor dicho, espérat~ que
te ate con una cuerdecita para que no te me cs-
ca.pes.
-Como queráis-dijo
Espejo -. Pero coged tambión ot!'a cue!'da muy larga y una linterna para
iluminar el pozo, que cs mllY profundo y tenebroso.
Pineiss siguió este consejo j' se trasladó con el
astuto gato al jardín de la difunta. Saltaron el
muro y Espejo enseñó al hechicero el camino hasta
el viejo pozo, que se hallaba escondido y cubierto
por espesos al"bustos. Pinei"s dejó colgar su linterna pozo abajo, mirando con ansia, pero sin soltar
al gat<. de la mano. :MUR, en efecto, "ió brillar el
oro en el fondo, bajo el agua vl'rdosa, y gritó;
--¡Es verúad; lo estoy viendo; es verdad! ¡Espejo, eres un grande hombre!
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Y luego, mirando nuevamente hacia abajo, prosiguió:
- ¿Son realmente dicz mil florines 10.'1 que ha.y
ahí?
-Eso no lo podría yo jurar-contestó
el gato-,
pues lia he bajado nunca al fondo del pozo ni lo:;
h.J contado. Es posible que al traerlos HC le cayeran
a mi ama algunos, porque se hallaba aquella noche
muy oxcitada.
-Bueno-replicó
Pineiss-;
por una docena o
unos cuantos má'! quo falten no he de apurarme.
Luogo so SOil tó sobre el brocal del pozo, y Espeio
¡.¡altóa su lado y se puso a lamersc tranquilamente
una p!l.ta.
-Ho aquí el tesoro-pro:;iguió
Pineiss, rascándose por dotrás de la oreja-y
he aquí también el
hombre neccs!l.rio. Sólo falta ya la mujer que sea
bella y pobre.
- ~Córno?-preguntó
Espejo.
-Dacía-continuó
el hechicero-que
no falta
por encan tra.r mas que aquella que haya de recibir
los diez mil florines en calidad de dote con la quo
sorprendorme el día de la boda y que posea además
todas las a.gradablcs virtudes de quo antes me hablaste.
-¡Hum!-respondió
el gato-o La cosa no se
presenta tan fáeil como vos decís. El tpf;oro, en
efecto, está aquí; la muchacha bella y pobre, Of!
confesaré que ya la he descubierto yo; mas el hombre quo quiera casarse con ella a ¡:¡e.sarde su absotuta pobrcza es algo muy difícil dto encontrar. La
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belleza hoy en día tiene que est'l.r 80brcdorada..
como las nueces que se cuelgan de los árboles de
Navidad, y cuanto más huecas e incapac.,s f'on las
<.:abez3Sde los hombres tanto mM deseo tienen
éstos de alcanzar con la dote de la mujer lo que
nunca. llegarían a poseer por industIia prcfía.
Estos cazadores de dotes, una vez casados, toman
Wl airEl atareado
e importante para ir a examinar
un caballo o comprar una pieza de terciopelo, ea.
rren y se fatigan para encargar lIna buena balle",ta
para matar inocenœs avecilJas y no hablan n:8.'l
que de almacenar F..usvinos, podar sus árboles,
limpillr sus toneles o retechar sus casas. A todo el
que topan en SU camino le cuentan que ticnen que
enviar a su mujer a reponerse a los baños y que ello
les CUE'statanto y cuanto, que van asaCRrsu leña de
sus almacenes para traer a ellos sus cosechas, que
han comprado un par de galgos y han cambiado
dos de sus podencos, que han vendido un nparador
de nogal que tenían en el comedor y comprado una
mesa nueva de encina, que han recogido~us judías,
despedido a su horœlano, vendido su hnlo o plantado SlIS lechugas, y deF;do la mañAna lJ, la tarde
no saben d~cir mas que mío y más mio. Algunos de
ellos lIl'gnn hRsta hablar de qu~ en la semana próxima hrtrÚn la colndo, que hnn hecho sus camns por
la mañuno', quo van a buscar criada y cambiar de
carnicero porque el que tienen les f'irvo muy mlll,
que han adquirido en unn almoneda un magnífico hiet'ro para hacer barquiJIos y que han vendido
una cajita de plata en que guardaban la cunda.
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pero que por demasiado pequeña no les servía para
nada,. Claro está que todo esto Bon las CQ5as que
hacen su,; mujer!'!;, pueB ellos pasan el tit:mpo robándole a Dios Nuestro Señor día tras día, sin hacer
mas quo contar estas disposiciones caseras y SiD
poner mano en na.da.de provecho. Lo más que hace
uno de estos haraganes es plegarse un poco a la
realidad y decir muestras vacas. o muestras cerdost, pero ...
Pineiss tir6 con fue1'7.llde la cuerda a que estaba
Espejo atado, arrancándole un lastimero maullido.
y grit6, mientras se le hacía la boca agua ante las
c6modas y lucidas ocupacione~ y maravillosa vida
quo el gato le ha.bía desedto:
-¡Basta, charlatán! Dime ahorl\ mismo d6nde se
halla la mujt'r bella y pobre que has descubierto.
-Pero ¿de verdad queréis emprender el asunto,
señor Pineiss?-responcH6Espejo
fingiéndose aForobrado.
-¡Naturalmente!
¿Quién mcjor que yo? Acaba,
pues, de una vez. ¿Dónde está esa mujer?
- ¿ Para que vayáis a buscaria y os caséis COD
ella?
- Claro.
-Sabed-dijo
Espejo sin perder su sangre fría
'y con indiferendn, mientras se pasa.ba lal' patitas
por detrás do las orejas después de hum¡>ùc('crlas
previamente-que
cI a;;unto s610 pCJrmi conducto
puede Ilcvll.rso a tórmino. Conmigo habéis, por
tanto, de trl'tar si queréis la muje!' y el djnero.
Pineiss meùitó atentamente,
sUhpiró y dijo:
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- Veo que quieres anular nuestro contrato y salvar t,u cabeza.
- y si así fuese, ¿no os parecería na tural y cot'rien te?
- ¿ y si me estás mintiendo Y tratas de engañarme. bandido!
-También oso o" posible.
- Vete con cuidado y no me engañes-ordenó
Pineiss con tono amenazador.
-Está
bien. No os engañaré.
-¡Mira que si me burlas ... !
-Burlado
quedaréis.
-No me atormentes, EapejiÍo-rogó Pineiss casi
ll.oroso.
y Espejo respondió con gravedad:
-¡Qué
hombre más maravilloso sois, señor
Pineiss! MI)tenéis atado y prisionero y tiráis a cada
momento de mis ligaduras hasta hacerme perder el aliento; dejáis flotar sobre mi cabeza la espada de la.muerte desde hace ya más do dos horas,
¡qué digo!, dCRdehace medio año, y ahora salís
dicióndome: fNo me atormentes, Espe¡Ïto .• Con
vuest.ro permiso os diré concretamente
que me
complacerá muèho cumplir todavía mis deberes
para con mi difunta. ama encontrando para la joven que he descubierto un hombre de provecho, y
que vos me parecéis admirable para ci CllEO. No
es nada fácil conqUIstar a una mujer, U1ll1qllelo
parezea, y os repito que me alegro t8mbj{>n de
que os halléis dispuest{) fi ello. Pero aquÍ me planto
por ahora. Antes de hablar una sola. palabra más,
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untes do dar un solo paso, antes ùc abrir siquiera
mis Ia.bios de nuevO, necesito poseer mi absoluta. lih"rtad y tener segura. mi vida. Quitadme,
pues, la cuorda. que ata mi cuello y colocad vUestro contra to aquí on esta piodra sobre el brocal
del POLO, o cortadme de una voz la cabeza. ¡DoCldid!
-¡Loco!-dijo
PineL'is-. No te precipites tanto,
La. cosa necesita ser tratada ampliamente, y de
todo" modos te~ríamos
que redactar un nuevo
contrato.
Espejo no contestó y permanoció inmóvil y mudo
tres o cuatro minutos. El hechiccro, atemorizado,
sacó :,Ucartura, extrajo de ella, suspirando, cI precioso docllmfmto, y dcspuós do lcorlo lo pu~o,
aún dudando, ante Espejo. En cuanto lo soltó lo
atrapó el gato y se lo tragó,y
aunque tuvo quo
ha.cor un gran osfuerzo para que pasase por fiU
gitrganta lo pMceió ser d mejor y más nutritivo
alim3nto que ha.bía comido nunca, y estaba soguro
quo lo sontaría divinamente, cngordándole c inspirándolo gran alegría. Cuando terminó la agradabIll cOlnida "aludó corté3mênte al hechicero mayor
y le dijo:
-"No tardaréis en t{'ner noticias mías, señor
Pineis::l. Estad seguro cie que obtendréis la mujer
y 01dinoro. En camhio preparaos a mostraras muy
enamorado para poder jurar y cmnplir aquellas
condicionos do inquebrantable fidelidad a las cnrieias de la mujer que ya podéis considerar como
vuestra. Y con esto mo retiro, dándoos las graEste Libro Fue Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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oias por vuestros cuidados y vuestra magnífica cocina.
Así, pues. reoobró Espejo su libertad, yemprendió su camino alegrándose de la tontería del hechicero, que creía engañarse a si mismo y engañar
a todo el mundo casándose con la esperada novia no por ùesinterés y amor a su sola belleza, sino
sabiendo de antemano la circunstancia de los diez
mil florines. Entro tanto ya tenía Espejo pensado
qué mujer iba a hacer tragar.l hechicero, en
recompensa de sus abejarucos lIsados, sus raton!:'!'
rellenos y sUS salchichas.
Frent.o a la casa del señor Pineiss habia ot,ra
cuya Cachada estaba siempre limpiamente blanqueada y cuyas ventanas relucían de pUTOlimpia.s.
Los modes tos visillos es ta ban siempre blancos como
la nieve y parccían acabadi tos de planchar, e igualmente blancas y planchadas se hallaban siempre las tocas que cubrían la c~lbcza de la vieja be·
guina que habitaba en la casa. Esta toca rodeaba. su cuello y descendía. por delan te lisa y sin una
arruga, igual a un plIego de papel, sobre el que se
podríù cscrihir tan bien par lo menas ccmo sobre
el pecho qu(' cubría, y que erá tan liso y duro como
una tabla.. Tan agudas cunllas aristas de su planchada toca eran también la nariz y la barbilla de la
beguina, así como su kngua. y Sl\ pcn'crtia mirada.
Mas,enemiga de toùo gaE'to, hablaba poco y miraba
menOR, gustando do emplear las cosas a tiempo y
meditadamentc.
Todos los díu"l ibn ho> v{(:< S a \a
iglesia, y cuando con su blanca, tiesa y crujiente
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toca y su blanca. y puntiaguda nariz pasaba por las
calles corrían los niños asustados y hasta las personas mayores se escondían detrás de las puertas,
si podían hacerla SÙ¡ que ella lo advirtiese. Sin
-embargo, gozaba de buen renombre por su mucha
piedad y el estrecho retiro en que vivía, y, sobre
todo entre los curl\.<;,tenía muy alta con8ideraciónj
ptlro aun óstoó, preferían tratar con ella por escrito
m<Jjorque ùe pall\bm, y cuando iba a confesar salía
siempre III confesor sudando como si saliera de un
horno. A<;íiba viviendo la piadosa beguina sin nada
que la djst~ajcra de su dtJvociÓn. No se metía can
nadie y dejab3 que la gento hicieso lo que quisiese,
siempre qu.e no se atravesasen cn ::;ucamino. TUll
8610 parecía a.brigar Hna violtmta enemistad para
<Jan flU vecino el hechicero ml\yor, pu(>s cada vez
que éHte f'C mostraba a la ventana le dirigíA. una
mirada de odio y corría en el acto los blancos visillas. Pineiss, por su parte, la temía como a la
muert.e y s610 bien cncerrado en RU casa se atrevía
ao burlaI"8c algo de ella. Tan blanca. y reluciente
como aparecía en la. parte que daba a la calle la
cll.tiade le, beguina, tanto más negra, ahumada,
equívoca y oxtraña era cn su parte trasera, que
nadie podía vcr mas que los p6.iaros quc> por .meimil. de olla volaban y 103 gatos que corrían sobre
los tejados, pucs cstaba empotrada en un obscuro
ángulo de una altísima muralla, sin ninguna venta·
na y por donde no asomaba pefl'onll. viVlento. Blijo
<'lI tejado de est,/\ parte de la. casa colga ban vicjos
.refajos
destrozados,
cestos Luis
y sacos
d8 hierbas,
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sobre él se eleva ban verdaderos arbustos y C8pinc8
y una gran chimenea llena de hollín, que se alzaba.
misteriosa hacia el cielo. Por esta ehimema saffa
volando con frecuencia. en las noches obscuras una
bruja montada en su escoba, joven y guapa y ccmpletamcnte desnuda, como Dios crió 8- la., mujer. s
y gusta de verias el demonio. Cuando salía por la
ehimenea rCfipiraba ansiosa el flTseo aire de ]a ncche con sus finas narices ~. sonrien"te boca de labios como cerezas, y se alejaba envuella en el bhmco resplandor de su ùesnuùo cuerpo, mientras que
su larga cabellera, negra como ala de cuervo, ondeaba tras ele ella semejante a lmu bunderll de Ja
noche. En un agujero de lu chimenea vivía ~lla
vieja lechuza, y a visitaria se dirigió Espejo llevando en Ja boca un gordo ratón que atrapó en
el camino.
-Buenas
noches, se1101'6lechuza. ¿-Siempre vigilando?-Ie
dijo.
La lechuza respondió:
- E.c¡ mi obligación. Buenas noches. Hace mucho tiempo que no os dejabais ver, señol' Espejo.
-Ha habido graves asuntos qUQme lo han impedido y que ya 08 contaré. Aquí os traigo un mal
l'a toncillo tul y como los da la estación, por si os
dignais accptnrlo. ¿Ha f'/J.lidodama?
-Todavia
no. Pero piensa !'ulir un rlltito a la
madrugad!!. Muchas gracias por el magnífico ratón.
Rflgnís "jl'nrJo tlln 8manle y cortés eemo siemprE'.
Tened; aquí he apartado ulla mala golondrina. qle
seLibro
atrevió
a volar por
muy
ccrca Luis
de Ángel
mí. Arango
Si os del
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podéis probaJ'la. ¿Y qué tal? ¿Cómo os ha ido en
vuestra a useneia?
-l\Ie hun sucedido muchas cosas-reRpondió
Espejo-y
he estado a punto de perder la vida.
Si queréis, Of¡ contaré mis aventuras.
Mientras cenaban tranquilamente
cont6 E8peio,
y escuchó atentamente
la lechuza, todo lo que
le había sucNiido y cómo había logrado escapar de
las garras ci"! hechicero. La lechuza le dijo al terminar:
-Os [('licito de todo corlizÓn. La desgracia os
ha hecho todo un hombre, y ahora, con vuestra.
expcri¡'ncia, podréis llegar a donde os propongáis.
-Todavía
no ha terminado el asunto-dijo
E.~peio-. Pilleiss tiene aún que recibir su mujer
y sus diez mil florines.
- ¡Cómo! ¿Pensáis acaso hacer un bien al bribón que quiso arrancaras la piel?
-El caso es que lo podía. hacer legalmente y
seg(m contrato por mí firmado, y ya que 1(, puedo
pagar en la msma moneda ¿por qué no he de hacerlo'/ Cierto es que la historia que le conté era
pura. invención mía y que mi difunta dueña era
una sencilla mujer qne no se enamorÓ nunca ni Re
vi6 en su vida rodeada de pretendientes. LOll dicz
mil flO1'ines los heredó de alguien que los ha bía
ganado ilegal e injustamente, y los tiró al pozo para
que no le trajeran la desdicha, pues sabía que sobre
ellos pcsfiba la maldición de su legítimo poseedor,
quo caerá. sin remedio sobre el que BC 8 podere
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de ¡olIos
y los utilice.
Por lo
ya veis
quedeella
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btmeficio que le hago a Pineiss ea bastante relativo.
-Entonccs
ya varía la. cosa. Pero ¿cómo pen·
sáis hulltH la mujer quo os hace falta para casarIa.
con el heclúcero?
-Esa mujcr saldrá dentro de poco por esta. chimenea.. Por esO he vcnido a hablar con "OS de algo
quo supongo encontraréis razonable. ¿No qlli.-<ie.
rais salir de una vez del poder de la bruja? Pue¡=;
pensad de qué modo podemos haCt:rJ(\ pl'isioliel'a y CMarla luego con el viejo bandido de Pinoitis.
-S610 con acorcarOf'\, amigo Espejo, despertáis
en mi magníficas ideas.
- Ya sabía yo lo inteligente qUAerais. Si no, no
hubiera vcnido. Yo ya he hecho lo mío: ahora os
toca a vos idear algo que nos dé fuerza para llevar
a tórmino el Munto. Entre los dos estoy scgnro
quo lo conseguiremos.
- Ya qu<- nuef.\tl'os dos planes coinciden de fianera taÍl admirable no nec<,sito ~edihir
mncho
tiempo. Mi plan está ya forjado hace mucho,
- ¿ Cómo podremos hacer pric;ionera 11 la bmja?
-Con una red de cazar perdices tejidu de fUertes y resistentes hebras de có.ñamo, Tendrá que
haberla wjido un hijo de Ull cllwdor quo knga
veinte años y no haya vL<:;totodavía mujer ni1Jguna. Sobre la red habrá. de haber caldo por tres
Ve('~'9 01 rocío nocturno
sin que con ella se haya
ca.7.ado aún ninguna perdiz, y 1£1 cau£a de no haberse
en por
ninguna.
deLuis
1118Ángel
tresArango
noches
tíe- de la
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nell quo ser trel; buenas aeeionel;. Ulla tal red es
lu suficientemcnte fucrte para cazar a la bruja.
-Tengo ouriosidad de ~abcr dóndt· diablof; podréis encontrar una red que cumpla todat' csal;
condiciones - repuso Espejo -, pues sé quo nunca
hablúis en vano.
-La tengo ya y como:;i hubiera ,;ido hecha parll
1l0sotrOlj. En un bosque no lc:jOl;de aquí vive un
muchacho de veint:: uñas cuyo padre se dedica u Ju.
eaza. :No ha visto todavia a ninguna mujer por
la sen(~illa razón de que el; ciego de nacimiento.
Por ello también no puede ocuparf;o en otra cosa
que on t<~j('rredes, y hace algunos dias aeabó oe
tejer \Ina magnífica destinada El cazar perdices.
Cuando su padre, el viejo ea7.ador, se dispollla a
utilizaria por vez primera, se acercó Il él UIla mula
mujer que quiso indueido u peoar con 01111; mas era
tUIl horrorosa, que el anciano, lIe110de espanto,
echó It correr dejando en 01 8uelo la red. De ('ste
modo eay6 el rodo de tUl nocho l;obrc clio. sin que
hubiese servido aún paru cazar Ulla sola perdiz, por
causa de una buena acción, como lo es lu de huir
del pl·cado. A la mañana siguicnte se di¡.;ponía ci
cazador Il œnderlR, cuando pasó por RU lado un jincte llevando Il la grupa un peRado I3UCO
que por
un agujero dejaba escapar de el1ando en eUllndo
unn. moneda de oro. Al vorlo, dC'jó do nuevo la ['(~d
on el suelo y corrió detrás dcl jinete, TccogÍ!'ndo
afun<.¡.;oIns caídHs monedas y echúndollls en su
sombrero, hastH que el jinete volvió 01 TORtro y,
dándo¡.;e
cuentRpor
dela HUmo.ncjo,
1" umena7.Ó,lleno
dela
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Los UOYBR£S DE SELDWYl..\.-T.
li.
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cóh,ra, con su lanza. El cazador, atemorizado, le
salud6 hmnildemente y, entregándole el sombrero,
lleno de monedas, le dijo: «Tomad, señor caballero
estas monedas de oro que habéis ido perdiendo,
y que yo he recogido cuidadosamente para restitwroslas .• Esto fué t·ambién una. buena. acción,
pues el restituir lo encontrado es de las cosas más
meritorias y más difíciles de hacer. Pero como al
llevarIa. a cabo se había alejado mucho del bosque,
dejó por segunda vez la. red al sereno y volvió a
su casa. por el camino más corto. El tercer día,
esto es, ayer, cuando se dirigía al sitio donde la
red se halla.ba.,encontró a. una. comadre amiga suya
que era. muy de su gusto ya la que ya había. regnlado alguna que otra liebre. El encuentro y la sa·
brosa conversación y consecuencias le hicieron olvidarse por completo de la. red y de las perdices,
ya la mañana. siguiente, al recordarias, exclamó:
«Por esta noche he regalado la. vida a unas Cl1antlls
perdices. También hay que tener misericordia de
los pobres animalitos .• Luego, viendo que en tres
días había. llevado a cabo tres buenas acciones, encontró que era de.masiado bueno para vivir en esto
mundo e ingresó hoy al mediodía en un convento.
Porlo tanto, la red continúa en el bosque sin haber
sido utilizada y no tengo mas que ir a buscarIa
cuando quiera.
-Traedla
en seguida-dijo
Espejo-. Nos será
muy útil para conseguir el éxito de nuestro plan.
-Así lo haré-respondi6
le. lechuza-,
Seguid
vigilando
por mí, yporsilalaBiblioteca
bruja Luis
grita
por
le. chimeEste
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nea preguntándoos si el aire es puro y transparente, imitad mi voz y respondedle: «No, todavia
no hit-de la brisa .•
b'ttpejo so colocó en el nicho que ocupaba la lechuza y ésta voló sobre la. ciudad en dirección nI
bosque. Poco tiempo después volvió trayendo la
red y preguntó:
-¿Qué, ha dicho algo el ama?
-No; todavía nada-respondió
Ettpejo.
,
Entre los dos tendieron la red sobre el agujero
do la chimenea y se sentaron a un lado silenciosa
y prudenulmente. La noche estaba muy obscura.
Sólo tm par de estrellas brillaban en lo alto y una
ligera brisa refrescaba la tranquila madruglldll.
- Veréis-dijo
la lechuza-con
qué habilidad
sabe fmlir volando por la chimenea sin tiznarse
siquiera los blancos hombros.
-Nunca
la he visto tan de cerca-respondi6
Ettpejo-.
La cuestión es que logremos pescarIa.
En esto gritó la bruja desde abajo:
-¿Está pura la atmósfera?
La lechuza respondió:
-Limpísima.
La brisa hiede· admirablemente.
y en el acto salió la bruja por la chimenea, que·
dando prisionera en la red, que Espejo y la lechuza se aprcsuraron a atar y l\pretar.
-¡Agarra bicnl-deda
Espejo.
-¡AtaJa fuerte!-decía
la lechuza.
La bruja se revolvia pataleando dentro de ella
sin exhalar un grito, como un pez en la red, pero
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ésta Fuere¡;istió
divinamente.
PorÁngel
entre
sus
mallas
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salía tan sólo el palo de la escoba que servía de
cabalgadura
a la hechicera, y Espejo, que quiso
agarraria, recibió un tal golpe en los hocicos que
estuvo a punto de caer desmayado, viendo que no
es prudcnte acercarso a una leona. a.unque ésta se
halle prisionera. Por fin, fatigada, cesó la bruja
de revolverse y dijo:
- ¿Que queréis de mí, maravillosos animales?
-Que me pernùtáis dejar vuestro servicio y me
devolváis mi libertad-replicó
la lechuza.
-¡Tanto escándalo y tanta. violencia para tan
poca cosa!-exclamó su dueiia -. Estás libn,; ábreme la l'cd.
-Aun no-rcplicó
Espejo, frotándose todavía
el hocico-o Tcnéis que obligaras a casaras con
vuestro vecino Pineiss, el hechicero mayor, de la
manera que os digamos y para no abandonarlo
ya nunca.
Al oír esto comenzó la brujt\ a forcejear de nuevo y a. bufa.r como el rnismí,;imo demonio. La. lechuza dijo:
-Nunca pasaré por p.llo.
Pero Espejo se dirigió a la rcbelclc y elijo, amenazantc:
-Si no os cstáis quieta y hacéis todo 10 que
desca.mos colgaremos la red con su contenido dc
una. gí~rgola del tejado para que todo el mundo os
vea mañana yscpa lo que sois. Ahora, dedd: ¿Qué
proforís7
¿ H"r f1l1cmada púbJicamcn tc bajo la prcsidencia. del sciior Pinniss o ltsarlc Il fuego len to
casándoos
con él?por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
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19;
La bruja respondió suspirando:
.-Explicadme
lo que queréis.
Espeio le explicó Call toda claridad sus dl'seOfl
y lo que ella tenía que hacer.
-Puesto
que IlO hay más remedio, acepiodijo la bruja-o Después dEl todo, no es la cosa tan
mala como me figuraba.
y se entregó li discreción, obJigándoEe bajo las
fórmulas ffilís severas que pueden ligar a una bruja. Log pruden t.c8 animales 11brieron la reel, dcvolviéndole su libertad.
Acto seguido cabalgó en su escoba llevando detrás a la lechuza. sobre el pulo y it Espe-jo agarrado al extremo más gordo y se dirigió al pozo, al
cual ù"scendió, Hacundo el tesoro.
A lu mañana siguiente apareció Espejo en caf'1lo
de Pineiss y le anunció que podía ver y hacer lo.
corte ft la joven en cu('stión, pero que ésta había
llegado a taLgrado de miseria que, abandonada y
rechazada por todo el mnndo, Sf\ hallaba bajo
lin árbol en las afueras ùe la ciudad llorando amargas lágrimas. Pineiss se vistió a toda prisa un llsado
jubón de terciopelo amarillo que sólo se ponía en
las grandes ocasiones, se cubrió con su mejor gorro
do piel, ciñó su espada y tomó en su mano un viejo guonte verde, un pomito de perfume, vacío yu,
pero <¡uo eonservaoa aún algún aroma, y un clavel de papel de seda, y salió con Espejo hacia las
puertHs de la ciudad para cortejar a la bella desconocida. A pocos pusos de las puertas encontró
senta(la bajo un álamo y llorando copiosamente
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a una joven de tan maravillosa belleza. que pensõ
no haber visto nunca mujer que la igualase. Sus
vestidos estaban tan desgarrados y harapientos
que por muoho que intentase, vergonzosa y PÚA
dioa, oubrirse por completo, sIempre aparecían aquí
o aUá bellos trozos de su ouerpo, blanco como la
nieve. Pineiss abrió los ojos oon asombro, y su
enoanto fué tan violento que apenas si pudo pro·
nunciar su amorosa declaración. Al oirIa f<CCÓ la
bella. sus lá.grimas, le alargó sonriendo su inano y le
di6 las gracias por su generosidad con 'celestiales
Bcentos, jurándo]e e terna fide Iidad. Mas en eI mismo
momento so sintió Pineiss invadido por tan violen.
tos celos que decidió no dejar nunca quo la.con temp]asen ojos que no fueran los suyos. Se desposó con
elIa en ]a ermita de un anciano solitario y celebró
la comida de bodas en su casa, sin más convidados
que Espejo y, a. ruegos de éste. la lechuzo.. Los diez
mi] florines do oro se hallaban colocados en una
fuen to sobre la mesa, y Pinciss hundía de cuando
en cuando su mano en el dorado mon tón y luego
miraba a su linda esposa, quo estaba deslumbradol'a COll un traje de terciopelo azul marino, wla
dorada redecilla adornada con flores sobre sus cabellos y rodeada de perlas ]a blanca garganta.
Varias veces intentó besarla; pero ella supo contenerIe, avergonzada
y pudorosa, jurando con
seductora sonrisa que no ]0 consentiría ante testigos y antes de la llegada de la noche. Esto ]e enamoró aún más, awnentando su amoroso ardor, y
Espejo salpimentó la conversación con amables di·
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chas, u. los que la bella respondió tan ingeniosa,
feliz y halagadoramen te que Pineiss no cabín en si
de contento. Cuando se hizo de noche se despidieron la lechuza. ycl ga to y oe marcharon, prudentemon te. El hechicero los acompañó con una. luz
hasta. la. puerta, dando de nuevo Ia.s ma.yores gracias 1\ Espejo. al que dijo que era. la. más excelen·
te y noble persona. que nunca. había. conocido, y
al volver Il entrar en Ia. casa vió sentada a la. mesa.
a. BU enemiga la vieja. y blanca beguina, que le miraba oon ojos perversos. Aterrorizado dejó caer la.
luz, y su cara se puso ta.n pálida. y angulosa. como
la. de la. bruja. Esta. se levantó y, acercándose a.
él, le arra~tró hasta la clÍmara nupcial, en la cual,
con sus artes BatÁ.nica.s,le atormentó como nunca
lo había. sido hombre ninguno. Así, pues, quedó
Pineiss w1ido para siempre a la. vieja beguina., y
cuando esto se supo en la ciudad dijo todo el
mundo: .¡Fiaros, fiaras del agua mansa! ¡Quién
hubiera pensado quo la devota beguina y el se·
ñor hechicero mayor iban a. llegar a casar~e! Después de todo, han formado una honrada. y recta
pareja., aunque no muy a.mable.»
Pineiss llevó desde aquel día una vida miserable. Su mujer se posesionó en el acto de todos SUB
secrütos y le dominó totalmente. No le era perniltida la menor libertad ni el más cOrto rcposo.
Tenía que trabajnr en la hechicería desde la mafiana a la noche y cuanto pudiera. resistir. Cuando
Espejo pasaba por su puerta y veía. sus afanes le
decía afablemente:
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-¡Siempre trabajfmdo, señor Pineiss! ¡Acabaréis por enfermar!
Desde este ticmpo se dice en Seldwyla: ~iEse
le ha comprado las mantecas al gato!,), sobro todo
cuando a alguitlTIle ha Balido su mujer mala y desagradable.
FIN
DEL
TOMO S~;Gt:NDO
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INDICE
DEL
TOMO SEGUNDO
Páginas.
La señor" Régula Amraln y
Los treB honradoB peineras
El gato
)l
el hechicero
Sil
(fábula)
hijo menor
,
5
77
,
143
172210
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