alternativas para la educación de la sexualidad del adolescente

Anuncio
ALTERNATIVAS
PARA
LA
EDUCACIÓN
DE
LA
SEXUALIDAD
DEL
ADOLESCENTE DESDE UNA PERSPECTIVA DE GÉNERO
DraC. Alicia González Hernández,
Profesora de la Universidad de Ciencias Pedagógica
“Enrique José Varona”, Cuba
La cultura del deber ser y de la represión
A través de siglos y aún hoy, a pesar de las transformaciones que trajo consigo la
revolución sexual a lo largo de los años sesenta y a posteriori, la sexualidad del
hombre y la mujer, y en especial de ella, ha sido educada en la cultura del NO, de la
prohibición, la represión, el miedo, el silencio y los sermones moralizantes como
elementos esenciales que históricamente y aún en el presente priman en los procesos
de socialización.
Con el propósito de evitar las supuestas consecuencias nefastas de una vida sexual
"libre y plena", esta importante esfera de la personalidad se ha educado sobre la base
de patrones genéricos socio culturales que, desde el origen mismo de las sociedades
patriarcales definen y modelan a través de influencias educativas sexistas de forma
distorsionada y contrapuesta, la masculinidad y feminidad. La sexualidad es la esfera
de la vida que históricamente se ha rodeado con mayor intensidad de valencias y
connotaciones negativas, que la han marcado con un halo de perniciocidad,
culpabilidad, rechazo, que afecta el desarrollo sano del hombre y la mujer, en especial
de las niñas, las adolescentes y jóvenes.
Si bien, tales criterios educativos han sido profusamente aplicados a los diversos
grupos humanos de ambos sexos, tratemos de visualizar cómo suele ser su aplicación
y su impacto en infantes y adolescentes.
Desde el surgimiento de las ciencias sexológicas y otras afines hasta la fecha, para
muchos teóricos y personas comunes, los infantes han sido y suelen ser considerados
seres biológica y psicológicamente asexuados, carentes de intereses y motivaciones
sexuales. Esta concepción ha traído como consecuencia la omisión o distorsión de los
conocimientos, valores y modos de comportamientos que, sobre la sexualidad, se
trasmite a niños y niñas y adolescentes de ambos sexos en el marco de la familia, la
escuela y la sociedad. Las teorías de S. Freud, de conjunto con los seguidores del
psicoanálisis, y los investigadores de otras corrientes que fructifican a lo largo del siglo
veinte, permiten demostrar la presencia de un conjunto de particularidades que
incuestionablemente son inherentes al desarrollo de la sexualidad del infante y
adolescente. Esta tesis, irrefutable, permite dar un decisivo paso de avance a los
procesos de educación de la sexualidad en las etapas de la niñez, la adolescencia,
juventud y las posteriores, a pesar de que, aún un número considerable de personas
vinculadas a la dichos procesos educativos se niegan a aceptar y a ser consecuentes
con esta realidad, por lo que continúan siendo portadores de mitos, tabúes y prejuicios
sexuales, que trasmiten a infantes y adolescentes de ambos sexos y, en especial, a las
chicas.
A través de diversas investigaciones (Freud, S; Schofield, M.; López, F.), ha quedado
demostrado el carácter sexuado de la personalidad del niño y la niña desde las edades
tempranas, y el inicio del proceso de erotización del ser humano en esta etapa. A su
vez se constata a través de un amplio cúmulo de evidencias científicas que es en la
etapa de la adolescencia que se produce un marcado incremento progresivo del
erotismo asociado a los cambios puberales y a la estimulación que, en este sentido,
suelen ejercen los coetáneos y los propios adultos sobre los chicos y chicas en estas
edades.
No obstante, a pesar de esta realidad, tradicionalmente y aún en el presente, los
adolescentes, y en especial las muchachas, suelen ser objeto de todo tipo de
sanciones, castigos, represiones dirigidas a evitar la supuesta "ruina" o el perjuicio
físico y mental producido por sus inquietudes y necesidades sexuales y, mas aún, por
las prácticas eróticas solitarias o de pareja, procesos estos que propios del desarrollo
de la sexualidad tanto de las chicas como de los chicos de estas edades.
Simplemente recordemos los criterios de muchos médicos y educadores que, bajo la
influencia de Krafft Ebing, aún a inicios del pasado siglo recomendaban, como
tratamiento a los diversos "trastornos sexuales" (entre los que se incluía la
masturbación), de sanciones como, por ejemplo, la de someter al contacto con metales
candentes los genitales de las y los adolescentes y jóvenes (considerados "desviados"
por estos comportamientos), y a otros castigos físicos y psicológicos profundamente
iatrogénicos, como la violencia en todas sus manifestaciones, la humillación y las
represiones de diversos tipos.
Lo asignado y lo esperado por las sociedades patriarcales de la sexualidad de
las y los adolescentes
En la actualidad, con el nacimiento de un nuevo siglo, muchas de las mencionadas
prácticas educativas parecen monstruosas, absurdas y obsoletas. En las últimas
décadas, en la mayoría de los países y contextos se ha producido una tendencia a la
modificación de los patrones genéricos que pautan la sexualidad masculina y
femenina, y con ellos también se ha originado una cierta modificación y flexibilización
de los procesos educativos que la conducen. No obstante, aún hoy la educación de la
sexualidad de niños y niñas, adolescentes y jóvenes de uno y otro sexo, continúa
confrontando graves deficiencias, al mantener un carácter sexista, estandarizada,
despersonalizada y cargada de mitos, tabúes y prejuicios sexuales que distorsionan la
esencia de su sexualidad e impide el sano desarrollo de esta importante esfera de su
vida. Estas formas de educación los obliga a reproducir fielmente los estereotipos de
género patriarcales, androcéntricos, homófobos que generan, desde las edades
tempranas y a lo largo de toda la vida, formas de relaciones sustentadas en el poder y
la superioridad del varón y la subordinación, marginación de la mujer.
La educación sexista, discriminatoria, le niega a la chica y al chico adolescente la
posibilidad de madurar su personalidad y, como parte de ésta, de su esfera
psicosexual, de forma plena y responsable que se traduzcan en comportamientos y
estilos de vida, sanos, auténticos, solidarios y equitativos, que responda a sus reales
potencialidades y necesidades individuales y sociales y, que promueva vínculos de
paridad, armonía y respeto entre los miembros de uno y otro sexo.
Los patrones de género sexistas, distorsionan la masculinidad y feminidad, al atribuir
rígidamente para el hombre y la mujer de todas las edades, un conjunto de rasgos y
modos de comportamientos ajenos a la esencia de su sexualidad. Dichos patrones
predeterminan para el varón los roles instrumentales, que tienen como fin convertirlo
en un ser con un profundo control de su vida afectiva, de modo que no exprese sus
emociones y sentimientos, aun los mas valiosos como por ejemplo los asociados a su
rol de padre, hijo, esposo. A la vez que lo obligan a convertirse en un “triunfador” en la
vida social y laboral de modo que pueda cumplir el rol de “proveedor” de los bienes
materiales que requiere su familia. Y, por otra parte, que se torne en un experto en
sexo y amores, capaz de adivinar y satisfacer, aún sin su pareja siquiera expresarlo,
las necesidades y preferencias sexuales de ésta, en tanto esta conducta erótica es
considerada la única medida de su hombría y virilidad. Estos preceptos relativos a la
masculinidad suelen estimular en los chicos la iniciación sexual temprana de
relaciones cóitales, con frecuencia promiscuas y, en muchos casos desprotegidas al
carecer de la madurez necesaria para asumirlas de forma responsable y sin riesgos.
En cuanto a la muchacha, el patrón genérico aspirado, rigurosamente evaluado y
controlado socialmente, es totalmente el contrario al del varón, ella debe desarrollar los
roles asistenciales, comunicativos, que la convierten en la perfecta “madresposa”,
máxima responsable del cuidado del hogar y la familia, por lo que, de ella se espera
que sea delicada, tierna, expresiva, dócil, paciente, pasiva, dependiente y, sobre todo,
una perfecta ama de casa, aun cuando, como suele ocurrir, tenga que asumir también
tareas laborales y sociales de diversos tipos de responsabilidad. Para lograr estos
fines, a mujer se le educa, desde las mas tempranas edades, para desempeñar con
éxito estos roles, a la vez que se le exige reprimir en la adolescencia sus naturales
intereses, deseos y necesidades eróticos sexuales.
Estas formas de educación distorsionadoras de la sexualidad masculina y femenina,
tienden a convertirse en un acicate que, con frecuencia, conduce tanto al chico como a
la chica, al inicio de relaciones de sexuales tempranas desprotegidas, que los ubican
en los grupos de riesgo que engrosan las cifras de los embarazos y matrimonios
precoces, los abortos, el contagio de ITS/VIH/Sida y otros problemas que afectan su
salud y calidad de vida. Por otra parte, los procesos educativos sexistas a su vez
condicionan relaciones intergenéricas polarizadas, contrapuestas y antagónicas que
impiden el pleno desarrollo de la personalidad y su esfera psicosexual en los
adolescente y joven de uno y otro sexo y suelen originar diversos trastornos que
afectan su salud y violan los derechos de ambos, en particular de las féminas, aunque
también en menor medida y frecuencia, que la de los chicos.
Las normas, valores y conceptos morales impuestos a través de la educación por los
adultos a las y los infantes, adolescentes y jóvenes sobre la base de los estereotipos
genéricos de masculinidad y feminidad, determinan la negación y el rechazo de la
particularidad mas relevante de la vida sexual, la diversidad de formas de construir,
vivenciar y expresar la sexualidad en las diferentes esferas de su vida, incluyendo las
manifestaciones de erotismo y los vínculos de pareja. Estas formas de educar la
sexualidad del adolescente, en especial de las muchachas, trasgreden las
particularidades y transformaciones psicosexuales que son propias de estas edades, a
la vez que se convierten en fuente de problemas y conflictos que en esta importante
esfera de su vida suelen presentar.
El desarrollo del autoerotismo, la masturbación y de los vínculos de pareja, en el marco
de los incipientes enamoramientos, son procesos naturales e inherentes a los cambios
puberales y de la nueva situación social propia de esta etapa del desarrollo tanto para
el varón como para la chica. Luego, el inicio de las relaciones amorosas de pareja debe
ser una alternativa para el chico y la chica adolescente, ambos por igual tienen el
derecho de determinar el momento oportuno de tal iniciación, sobre la base de los
conceptos y valores adquiridos a través de los procesos educativos que los preparan
para disfrutar de una vida sexual plena y a la vez responsable, sin riesgos.
En consecuencia, las decisiones de las y los adolescentes relativas a la forma y el
momento del comienzo de la vida erótica, en particular de las relaciones cóitales, no
deben ser impuestos de manera autoritaria, coercitiva por los adultos, pues tales
métodos suelen convertirse en una prohibición que los estimula a violarlas en secreto y
sin haber logrado la necesaria madurez y responsabilidad que implica este
trascendental acto. La relaciones sexuales coitales, si bien en esta etapa se consideran
prematuras y riesgosas, en tanto los chicos y las chicas aún no suelen haber
alcanzado la madurez psicológica, ni biológica, para asumirlas de forma placentera,
responsable y sin riesgos, las investigaciones demuestran que no es a través de la
sanción, el castigo o el silencio las vías efectivas de retrasarlas. Por el contrario, se ha
comprobado que solo mediante un proceso sistemático de educación de la sexualidad,
que se comience en la infancia, es posible su preparación adecuada para estar en
condiciones de comprender y decidir, por si mismos, el momento oportuno de su
iniciación, de modo que las relaciones de pareja se convierta en un espacio de
crecimiento personal de cada uno de sus miembros por igual, y de la pareja en su
conjunto.
Históricamente y aun hoy, la sexualidad del adolescente, y en especial de las chicas,
suele ser refrenada, enmascarada y distorsionada a través de todo tipo de falsas y
prejuiciosas regulaciones y normativas, derivadas de la doble moral sexista y
androcéntrica que encierran los estereotipos de género inherentes a las sociedades
patriarcales tradicionales y contemporaneas. Los códigos morales que rigen la
sexualidad de adolescentes y jóvenes, en particular para las chicas, aún hoy tienden a
ser extremadamente restrictivos, mientras que, en muchos sentidos y especialmente
en lo relativo al comportamiento erótico y de pareja, para el varón, suelen ser muy bien
permisivos.
No obstante, en aquellos casos en que el comportamientos y las formas de relaciones,
tanto en el caso de las chicas como de los chicos, se apartan de los rígidos modelos
genéricos de masculinidad y feminidad socialmente establecidos, ambos son
discriminados, reprimidos y reciben el profundo peso de la sanción de los educadores
en el marco de la familia, la escuela y la sociedad y, a menudo también, de las y los
coetáneos. Tal es el caso, que se suele dar con frecuencia tanto el varón como en la
muchacha, en que se ven motivados a asumir conductas (al vestir, interactuar y otras
manifestaciones) que se consideran propias del otro sexo y que desencadenan la
sanción social más o menos rigurosa. En particular esto se agudiza cuando tienen
experiencias sexuales con personas de su sexo (que suelen ocurrir en estas edades
sin que se deban asociar al homosexualismo), o cuando en su comportamiento se
observa amaneramiento o manierismo y otras expresiones reprobadas socialmente.
Los adultos, a partir de sus concepciones prejuiciadas de la sexualidad masculina y
femenina, en la generalidad de los casos, le niegan a las y los infantes, adolescentes y
jóvenes, en especial a los miembros del sexo femenino, las vías científicas y efectivas
de educación de la sexualidad con una perspectiva de género, las que siempre que se
acompañen del afecto y la comprensión que ellos y ellas necesitan, se convierten, para
ambos por igual, en fuente de formas de desarrollo y de conductas sexuales sanos,
plenos y responsables que los prepara para vivir su sexualidad de manera satisfactoria
y sin riesgos.
Con frecuencia las educadoras y educadores en el marco familiar y escolar, al no estar
bien preparados para asumir la educación de la sexualidad de menores y
adolescentes, se convierten en trasmisores activos de mitos, prejuicios y estereotipos
sexuales, lo que determina que, lejos de ser capaces de ponernos en el lugar de éstos
para tratar de comprender, dar respuesta y saber guiar sus inquietudes, expectativas y
comportamientos sexuales, se agudicen las problemáticas e incertidumbres que suelen
acompañar las transformaciones inherentes a su vida sexual en estas etapas decisivas
en su desarrollo personal, familiar, de pareja y social. A menudo los adultos, de forma
conciente o inconciente, tratamos de imponerles a los adolescentes nuestros criterios,
de convertirlos en el espejo a través del cual se tornen en el reflejo de nuestros propios
comportamientos y conceptos, casi siempre plagados de tabúes y prejuicios sexuales,
lo que incrementa la inseguridad y los conflictos que tienden a confrontar en estas
edades. Al asumir tales comportamientos autoritarios y represivos, generalmente nos
olvidamos que los prejuicios y estereotipos sexuales en los que éstos patrones
educativos sexistas, discriminatorios se sustentan, constituyeron, con frecuencia, la
fuente de muchos de nuestros propios tropiezos y fracasos, e ignoramos que, en
esencia, esos valores y modelos distorsionados de la sexualidad masculina y femenina
que tratamos de imponerles, ya no se corresponden con las nuevas necesidades, retos
y contradicciones inherentes de las etapas de la vida muy diferentes a las nuestras,
que les ha tocado vivir.
El criterio educativo fundamental muy difundido, a partir del cual consideramos que
podemos “conducir por el buen camino” la sexualidad de los chicos y chicas en la
familia y la sociedad, históricamente y aún hoy, suele ser una combinación del silencio
con las sanciones y prohibiciones moralizantes, las que supuestamente los preservará
de los problemas y trastornos asociados a los “peligros” de la sexualidad.
Según demuestran un importante número de estudios 1, estos métodos coercitivos con
un trasfondo sexista, utilizados prolijamente por las y los educadores desde las edades
tempranas y en particular en la adolescencia, obvian las particularidades del desarrollo
de esta etapa, por ejemplo la necesidad de independencia y autodeterminación, lo que
da lugar a que tales métodos educativos actúen como un "reforzamiento negativo",
como un estímulo que despierta aún más la necesidad de conocer, vivenciar y
experimentar aquello que adquiere el carácter "oculto" o "prohibido" a reprimirse,
sancionarse o silenciarse. Se ha constatado que en todas las etapas de la vida, y en
especial en la infancia y la adolescencia, las formas de educación con un carácter
autoritario y represivo pueden tener una acción inversa y convertirse en incentivos, que
además de exacerbar su natural curiosidad dirigida a esta esfera de su vida, los motiva
aún mas a la búsqueda de la información indispensable para su maduración
psicosexual a través de conversaciones con los coetáneos o, con adultos, no siempre
bien intencionados o preparados para contribuir a su adecuada formación.
Al respecto Kirkendall afirma "...la meta de la educación sexual no es suprimir o
controlar la expresión sexual, como lo era en el pasado, sino mostrar a todo ser
humano, desde sus primeros días, las inmensas posibilidades de realización humana
que la sexualidad ofrece" 2
Investigaciones realizadas en Cuba3 y en otros países, demuestran que la iniciación
de un proceso temprano, científico y efectivo de educación de la sexualidad desde una
perspectiva de género de las y los infantes y adolescentes, que los prepare para la vida
sexual y promueva la equidad e igualdad de oportunidades y posibilidades para ambos
sexos, tiende a propiciar formas de relaciones entre éstos sustentadas en la paridad, el
respeto, la cooperación y la reciprocidad. Por otra parte, los procesos educativos
1
González Hernández, A. et al., (2001). Hacia una sexualidad responsable y feliz. Para ti adolescente. La
Habana, Cuba: Editorial Pueblo y Educación. MINED UNFPA
2
Kirkendall, H. 1973: La educación sexual en la Escuela Primaria. Los Métodos. Editorial Paidós. Biblioteca. del
Educador Contemporáneo. Serie Didáctica. Buenos Aires.
3
Castro, P.L. González, A. y otros: Proyecto Cubano de Educación Sexual. Experiencias y Resultados en la
Secundaria Básica. Editorial Pueblo y Educación. MINED UNFPA. Parte 1 y 2. La Habana 2001 y 2004.
oportunos y adecuados contribuyen al desarrollo de relaciones de pareja armónicas y
responsables, que suelen propiciar, a su vez, la postergación del inicio de las
relaciones coitales hasta edades de mayor madurez, en condiciones seguras y sin
riesgos, en tanto los ayuda a asumir este trascendental acto con mayor
responsabilidad en el momento acertado utilizando los métodos de protección del
embarazo y las ITS más efectivos, como el condón. Es a través de los procesos de
educación de la sexualidad con enfoque de género que es posible prevenir los
problemas más frecuentes en esta y otras etapas del desarrollo, como por ejemplo: los
embarazos indeseados o inoportunos, las ITS, el VIH/Sida, la discriminación y violencia
de género, entre otros.
Hacia nuevas alternativas para educar la sexualidad de las y los adolescentes
desde un enfoque de género
Los adultos, queramos o no, somos los artesanos que esculpimos en la materia prima
que aporta individualmente cada niño o niña, adolescente y joven, según sus propias
particularidades y necesidades personales y de las influencias sociales, esa importante
y hermosa manifestación de su personalidad que es la sexualidad masculina y
femenina.
¿Cómo educar la sexualidad de las y los adolescentes? ¿Qué esperan de nosotros las
y los adolescentes en lo referente su vida sexual? ¿Cómo evitar riesgos, conflictos y
trastornos sexuales previsibles? ¿Qué hacer para garantizar la salud sexual y
reproductiva, la calidad de vida y el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos
de las y los adolescentes?
Ante todo, al iniciar los procesos educativos, debemos tener muy presente que la
preparación para la vida sexual, de pareja, familiar y social del ser humano de uno y
otro sexo, en cada etapa de su desarrollo y, en particular en la adolescencia, comienza
en las edades más tempranas, a través de la formación de los saberes, los valores y
los modos de conducta que la familia, los maestros y maestras y los adultos en general
les trasmitimos a diario, en todo momento y circunstancia en el proceso de su
socialización.
La sexualidad, como toda manifestación de la personalidad, se forma y desarrolla a
través de la relación sistémica de un conjunto de procesos biológicos, psicológicos y
sociales que le imprimen su sello peculiar, único, en cada etapa de la vida de cada
persona. Luego, es necesario tener muy presente que, si bien la dinámica de dichos
procesos sirve de sustento y a la vez le imprimen una impronta peculiar a las
transformaciones psicosexuales inherentes a cada uno de los periodos de la vida del
ser humano, en ultima instancia, tales transformaciones están mediatizadas por las
formas de educación que reciben y que influyen de manera decisiva en el desarrollo de
la personalidad y su esfera psicosexual de infantes, adolescentes y jóvenes de uno y
otro sexo.
Cada ser humano, hombre o mujer por igual, desde las más tiernas edades y a lo largo
de su vida, debe aprender, bajo la acción de la educación, a construir y expresar su
sexualidad masculina y femenina de forma auténtica, plena, libre y a la vez
responsable, conciente de la trascendencia de sus actos sobre sí mismo y los otros/as,
en una relación de equidad con las personas que se relaciona en cada uno de sus
contextos de actuación, lo que le permitirá insertarse de forma efectiva en la vida
familiar, de pareja y social.
En el caso de la chica y el chico adolescente, desde mucho antes de arribar a esta
etapa, en las edades enmarcadas en el período escolar ya aparecen las motivaciones
e intereses referidos a los cambios puberales (transformaciones biológicas que dan
lugar a los caracteres sexuales primarios y secundarios) y a las transformaciones
psicológicas y sociales propias de este período de su desarrollo 4, luego, se ha
comprobado que resulta en extremo tardío esperar al arribo de estos cambios para
iniciar la preparación que les permita disfrutar de una vida sexual satisfactoria,
responsable y sin riesgos. Las y los educadores, padres y madres, maestros, maestras
y adultos en general, estamos en el deber de documentarnos y prepararnos de manera
efectiva para comenzar el proceso de educación y orientación temprana de infantes y
adolescentes a fin de trasmitirles los conceptos y los valores morales que les permita
decidir y autorregular de manera plena, responsable y equitativa sus formas de
4
González Hernández, A., La sexualidad del adolescente. Revista sexología y Sociedad. Año 7, No 17, La
Habana, 2001
conducta y de relación con los coetáneos y los mayores de uno y otro sexo en su vida
sexual, y contribuir así a que ésta se convierta en fuente permanente de crecimiento
propia y de las personas con las que interactúa en las diversas esferas de su vida.
Nuestra responsabilidad debe estar encaminada a nutrirnos de los más amplios,
profundos y valiosos conocimientos, valores y modos de actuación relativos a las
formas de vida y expresión sexual de los infantes, adolescentes y jóvenes de ambos
sexos, para, ante todo, bajarnos de nuestro pedestal de expertos y expertas que todo
lo saben y pueden, y lograr ubicarnos en sus espacios, en su lugar, para aprender,
desde su propio nivel y de sus propias necesidades y expectativas, a comprender y
orientar de forma efectiva sus inquietudes, necesidades, conflictos y problemáticas en
ésta y otras esferas de su vida personal y social5.
No se trata de dictar lecciones moralizantes, desde la distancia de los juicios, los
valores y la experiencia de los adultos (casi siempre permeada de prejuicios, tabúes y
estereotipos sexistas) derivada, en la mayoría de los casos, de lo vivido en las etapas
pasadas de su propia adolescencia y juventud, y que, por la evolución de los tiempos o
la propia modificación de los contextos y realidades, no siempre son aplicables, de
manera efectiva, a la a la época que le ha tocado vivir a las y los adolescentes de hoy.
Época plagada, usualmente, de otros desafíos y problemas muy diferentes, que deben
aprender a enfrentar con nuestra guía, pero por si mismos.
Las formas de educación, sustentadas históricamente y, aún en el presente, en los
patrones o estereotipos de género, que con un carácter sexista, androcéntrico y
asimétrico, hemos trasmitido a infantes, adolescentes y jóvenes de ambos sexos, que
promueven y consolidan las formas de relaciones y de convivencia sustentadas en el
poder del hombre sobre la mujer, y la violencia y discriminación de ella, pero también
de él (aunque usualmente en menor medida), siempre que se aparten de dichos
patrones genéricos impuestos por cada grupo y cultura.
Los mayores constituyen los más importantes agentes de socialización que guían e
5
Babativa, L.M.: "El adolescente y su sexualidad. Un espacio de reflexión para el adulto" En Sexualidad en a
adolescencia. Segundo Seminario Colombiano. Asociación de Salud con Prevención, Colombia, 1993.
impulsan el desarrollo de la sexualidad y de la personalidad de las y los infantes,
adolescentes y jóvenes, lo que nos convierte en los máximos responsables de
trasmitirles el más rico y amplio caudal de experiencias, saberes, valores y modos de
actuación que propicie la satisfacción de sus intereses, necesidades, motivaciones, a la
vez que los prepare para enfrentar y resolver las contradicciones y conflictos, los retos
y obstáculos que, cada día, con mas fuerza, se les presentan en su vida sexual y en
otras esferas. Sin embargo, educar no implica dictarles o imponerles de forma
mecánica y autoritaria nuestros "modos de ser y hacer", ni esquematizar rígidamente a
partir de modelos sociales estandarizados y estereotipados, de carácter sexista, las
formas en que deben regir y proyectar su vida sexual, en lo personal y social en
general. Por el contrario, se trata de brindarles una educación que abarque las mas
ricas y diversas alternativas u opciones de vida, en las que, cada uno de ellos y ellas
pueda verse reflejados y encuentren los sentidos personales, los aprendizajes
significativos, desarrolladores, que se vinculan con sus propios motivos, necesidades y
experiencias y los de aquellas personas con las que se relaciona. Solo a través de
formas de educación y aprendizaje efectivos, de calidad e inclusivos, que se
correspondan con sus proyecciones y aspiraciones sexuales personales y sociales
más auténticas y genuinas, se logra propiciar por igual, en la chica y el chico, el
desarrollo de modos de vida responsables y equitativos que favorezcan los vínculos de
paridad, cooperación y respeto y supere toda forma de discriminación y violencia por
razones de género u condición.
La educación de la sexualidad, como parte del proceso de educación integral de la
personalidad de las y los infantes, adolescentes y jóvenes en el contexto familiar,
escolar y social, constituye la vía fundamental para aportarles las herramientas que les
posibilita aprender a enfrentar los posibles conflictos y problemas que en la vida sexual
pueden confrontar y, a su vez, los ayuda a alcanzar los altos más altos niveles de salud
sexual y reproductiva y de calidad de su vida, en el marco del ejercicio de sus
derechos humanos.
La preparación de la familia y el profesorado para la educación con perspectiva
de género de las y los adolescentes y jóvenes
La preparación de las y los educadores (familiares y profesorado), para la educación
de la personalidad y su esfera psicosexual con perspectiva de género de los
adolescentes y jóvenes de uno y otro sexo, constituye la vía que les permite apropiarse
de los conocimientos, valores y modos de conducta así, como, de las herramientas
pedagógicas indispensables para convertirse en genuinos guías y facilitadores que
formen a los educandos como hombres y mujeres de bien, plenos, responsables y
equitativos.
Esta meta se logrará a través de una educación de
la joven generación con un
carácter alternativo, participativo y desarrollador6, que propicie el protagonismo y el
compromiso de los educandos de uno y otro sexo con su propia formación y desarrollo,
y los capacita para elegir y asumir de forma libre y responsable (en la medida en que
bajo las influencias educativas logran la madurez requerida), las riendas de su vida de
con una profunda conciencia crítica de la trascendencia de sus actos sobre sí mismo y
sobre las personas con las que se relaciona en su vida familiar, de pareja y social.
Mediante un proceso coeducativo sustentado en este enfoque se logra preparar a las
chicas y chicos adolescentes y jóvenes sobre bases de equidad y justicia social que los
ayuda a aprender a ejercer su derecho a la libertad de elección, de formar y ejecutar su
propio proyecto de vida, sin perder de vista la indispensable responsabilidad que
conlleva sobre sí y las demás personas, el consumar sus actos y decisiones.
La educación de la sexualidad de las y los infantes, adolescentes y jóvenes, con un
enfoque alternativo, participativo y desarrollador tiene como fin, en primera instancia,
que los educadores(as) sean capaces de promover en éstos altos niveles autoestima y
confianza en si mismos(as), como premisa esencial para obtener el respeto, la
aceptación y la equidad en sus vínculos con los chicos y chicas, los hombres y
mujeres, con los que se relaciona en las diversas esferas de su vida. Estos resultados
6
González Hernández, A. y Castellanos Simos, B., (2004). Sexualidad y Géneros. Alternativas para su
educación ante los retos del siglo XXI. La Habana, Cuba: Editorial Científico Técnica.
solo pueden ser alcanzados por las y los educadores cuando sean capaces de superar
los métodos y estilos educativos tradicionales, sexistas, autoritarios y represivos,
sustentados en prejuicios y tabúes que fomentan en las y los educandos, y en especial
en las muchachas, los temores, la inseguridad y la inmadurez ante los supuestos
"peligros" de la sexualidad, que les impide asumir esta importante esfera de su vida de
forma sana, plena y responsable que constituyen el sustento del desarrollo de formas
de comunicación con los miembros de su sexo y el otro sobre bases de paridad.
A través de estilos educativos alternativos y participativos, no sexistas, es posible evitar
la transmisión de dobles mensajes, que contraponen lo se expresa por vía oral y
aquello que, de forma opuesta, trasmitimos a través de nuestras conductas y
expresiones cotidianas
que contienen
las
reales concepciones
y actitudes
generalmente mitificadas u obsoletas, contrarias a lo expresado a nivel discursivo. Es
necesario tener en cuenta que, la fuerza de lo que hacemos se multiplica cientos de
veces con relación a lo que decimos, por mucho que nos empecinemos en repetirlo.
La educación de la sexualidad y de la personalidad integral con un enfoque de género
de la joven generación y, en particular de las y los adolescentes y jóvenes, comienza
con la sensibilización de los propios educadores y educadoras, a partir de la
interiorización de la necesidad de prepararnos científicamente, con efectividad,
sensibilidad y veracidad, como la vía fundamental que nos capacita para ayudarlos a
enfrentar, cada vez de manera más independiente, libre, responsable y equitativa, esta
trascendental área de su vida. Pero, para lograrlo, es fundamental que, ante todo, que
cada educador y educadora se someta a un proceso de autorreflexión que le permita
penetrar en las intimidades de lo mas profundo de su propia sexualidad (proceso de
endosexualidad), que le ayude a acceder, concienciar y a comprender sus
necesidades, conceptos, valores y comportamientos sexuales, potenciando los rasgos
y conductas positivas, enriquecedoras y, a la vez, que identifique y aprenda a superar
sus limitaciones o debilidades (estereotipos, mitos, tabúes y prejuicios sexuales). Este
proceso de auto educación permite desarrollar aquellas cualidades y virtudes sexuales
y personales en general, que se convierten en la riqueza que deberán trasmitir,
mediante su mejor ejemplo, a las y los educandos en las diversas etapas de su
formación.
El proceso de educación, como guía y potenciador del desarrollo de la esfera
psicosexual de la personalidad de infantes, adolescentes y jóvenes de ambos sexos,
en condiciones de paridad, debe comenzar con su nacimiento y, para entonces,
padres, madres y adultos en general, debemos estar listos(as) para crecer
simultáneamente con ellos y ellas en todos los sentidos que la vida nos exija. Esto
implica, ante todo, lograr penetrar, controlar y superar las deficiencias y limitaciones,
los conflictos y contradicciones de nuestra propia vida sexual personal y social, a la vez
que construimos y desarrollamos aquellas actitudes y modos de acción que nos
enriquecen y nos preparan para asumir con éxito esa compleja y trascendental tarea
de formar la sexualidad de la joven generación. Solo así estaremos en condiciones de
convertirnos en verdaderos y eficientes educadores y educadoras de la sexualidad y la
personalidad de las y los adolescentes y jóvenes, que nos permita ayudarlos a
desbrozar el complejo y hermoso camino de construir un mundo donde no exista la
discriminación y la violencia de género y en el que impere la equidad y la armonía entre
hombres y mujeres de todas las edades y contextos socioculturales, sin distinciones
por razones de sexo, edad, raza u otra condición.
Descargar