capellania 1 - Universidad de Piura

Anuncio
info
Nº 356
Capellanía informa
El exorcismo que yo viví en Madrid
Piura 4- VI-2012
El corresponsal religioso de EL MUNDO acude, incrédulo, al exorcismo que va a realizar un sacerdote autorizado por el
Vaticano. Pero queda conmocionado al ver lo que le sucede a la joven poseída por el diablo JOSÉ MANUEL VIDAL
-«Hic est dies» (éste es el día), dice el exorcista con el crucifijo en la mano.
-No, responde una voz ronca de hombre que sale de la garganta de la posesa, una preciosa chica de 20 años.
-«Exi nunc, Zabulon», (sal ahora, Zabulón), repite el sacerdote.
-No.
-¿Por qué no quieres salir?
-Para servir de testimonio.
-¿De testimonio de qué?
-De que Satanás existe.
Se corta la tensión en el ambiente penumbroso de la capilla. Satán luchando contra Dios. Una batalla a la que asisto atónito y en
primera fila por primera vez en mi vida. «Esta debe de ser la razón por la que me invitó a presenciar el exorcismo. El diablo quiere
publicidad», pienso en medio del shock. Mi mente gira a toda velocidad. Estamos en el clímax de un ritual que, hasta ahora, no
encajaba en mis esquemas. Y eso que en el seminario los curas siguieron alimentando mi miedo infantil al Maligno, siempre
dispuesto a tomar posesión de un alma. Después del Concilio Vaticano II, el dogma de la existencia del diablo pasó a ser una
«parte vergonzosa de la doctrina» y, como tantos otros católicos, también yo prescindí de ella.
El exorcista, José Antonio Fortea, párroco de Nuestra Señora de Zulema, está exhausto. Y eso que sólo tiene 33 años. Pero lleva ya
más de una hora luchando, crucifijo en ristre, contra Satanás. Marta (nombre ficticio de la posesa), en cambio, se encuentra tan
fresca como al principio y no deja de rugir, bufar, revolverse y agitar su cuerpo como un resorte. Con una fuerza inusitada para
una chica de 20 años, más bien menudita y de rasgos dulces.
Son las 12,30 de la mañana de un día cualquiera y llevo hora y media presenciando un exorcismo. Un par de días antes, recibí en
mi móvil una llamada especial. Especial no por ser de un cura (recibo muchas), sino por ser de un exorcista católico (hay un par de
ellos en España) que suelen mantenerse muy alejados de los periodistas. Quiere invitarme a presenciar un exorcismo. Me quedé
de piedra. Asistir a un exorcismo oficiado por un sacerdote autorizado por el Vaticano es un auténtico caramelo para alguien
especializado en información religiosa. Hasta ese momento y a pesar de llevar más de 20 años en la profesión, lo único que había
conseguido fue entrevistar al exorcista oficial de Roma, el padre Gabriel Amorth. Ya entonces, al dedicarme su libro había
escrito: «A José Manuel, con mi gratitud y con la advertencia de no tener jamás miedo del diablo».
Confieso que por miedo decidí devolverle la llamada al padre Fortea y pedirle que dejase venir conmigo a un compañero de la
agencia EFE, también especialista en información religiosa. Aceptó. Nerviosos, el día señalado nos desplazamos en coche hasta la
diócesis de Alcalá. Era un día radiante.
Llegamos a la parroquia con mucha antelación. Cuestión de prepararse psicológicamente. Por el camino, bromitas y nervios. El
exorcista nos había citado en su parroquia, una iglesia moderna, de ladrillo rojo, situada entre pinos. El interior, sencillo y
limpio. Con un retablo y una gran cruz en medio. En un lateral, la pila del agua bendita con una inscripción: «El agua bendita
aleja la tentación del demonio».
A las 10.30 el exorcista sale del templo y viene a nuestro encuentro. Es alto y delgado. Lleva gafas y una barbita bien recortada. Su
aspecto impone. Quizá, por relacionarlo con su profesión de echador de demonios. Embutido en una sotana de un negro
inmaculado, su tez blanquecina y su frente despoblada todavía resaltan más. Nos invita a dar un paseo para ponernos en
antecedentes del caso.
SIETE DEMONIOS
«No soy ningún showman ni quiero publicidad. Si estáis aquí es porque os necesito para liberar a la chica. Tendréis que ser muy
prudentes. No podréis dar pista alguna que permita la identificación ni de la muchacha ni de su madre. Preferiría que tampoco
me nombraseis a mí, pero acepto ese sacrificio en aras de una mayor credibilidad. Pero sólo Dios sabe lo que me cuesta y los
problemas que me puede acarrear. Y no tengáis miedo. A vosotros no os pasará nada». Insiste en la seriedad del tema. Asegura que
en el Antiguo Testamento aparece 18 veces la palabra Satán. Y en el Nuevo Testamento, 35 veces la palabra diablo y 21 la palabra
demonio. El propio Jesús hizo muchos exorcismos o lo que los Evangelios llaman «expulsar demonios». Fortea recuerda también
que Juan Pablo II ha realizado al menos tres exorcismos reconocidos y advierte que la creencia en el diablo constituye uno de los
pocos rasgos comunes a la práctica totalidad de las religiones. «Es el punto ecuménico por excelencia». Aprovecha para hacer un
pequeño repaso por las distintas religiones y épocas históricas y las diversas teorías. Sigo mostrándome incrédulo. Me da la
sensación de que trata de condicionarnos buscando justificaciones en la Historia.
El
exorcismo
que yo viví
Para hacerlo aterrizar en lo concreto, le preguntamos detalles del
caso. Nos cuenta que se trata de un chica poseída por siete
demonios. Que ya expulsó a seis, pero que el último se resiste. «Se
llama Zabulón, es un diablo casi mudo pero muy inteligente. Su
nombre ya sale en la Biblia. Siempre queda el jefe para el final.
Llevo ya 16 sesiones y todavía no he conseguido expulsarlo,
cuando en los casos más normales, basta con dos o tres». No quiere
dar más detalles de la endemoniada. Sólo dice que vendrá
acompañada por su madre, «que es una santa», y que la posesión se
debió a un hechizo que le hizo una compañera de instituto, a los
16 años. «En una de las primeras sesiones le pregunté cómo había
entrado y me respondió un nombre que yo no conocía. Su madre
me dijo que era una compañera de clase, que había invocado a
Satán para hacer un hechizo de muerte contra ella. Y de hecho,
primero estuvo gravísima y a punto de morir. Una vez que sanó,
comenzaron los fenómenos raros». Desde entonces, su madre
empieza a detectar cosas raras en su hija: muebles que se mueven,
objetos que se rompen y, sobre todo, una inquina especial hacia
los objetos religiosos, cuando era de misa dominical. Hasta que un
día, de noche, oye ruidos extraños, se levanta y, cuando abre la
puerta de la habitación de su hija, la ve sobre la cama, levitando.
Como no quiere perder a su única hija, comienza a buscar
remedios. Habla con el párroco, que la remite a dos famosos
psiquiatras. Pero ambos diagnostican que la chica es
absolutamente normal. Ninguna explicación científica para los
constantes dolores de cabeza que torturan a su hija. Y entonces,
María (nombre ficticio de la madre), a sus 60 años, se lanza a la
búsqueda de un exorcista. Recorre casi todas las diócesis
españolas. Ningún obispo quiere saber nada de su caso. Está ya
dispuesta a trasladarse con ella a Italia a ver al padre Amorth,
cuando le hablan de un exorcista español que acaba de salir en la
tele porque ha publicado un libro, Demoniacum, sobre los
exorcismos. En ese instante vemos llegar un taxi. «Son ellas», dice
Fortea. María, la madre, es pequeña, delgada. Su mirada es todo
dolor: «Creo en Dios y sé que, tarde o temprano, liberará a mi hija
de las garras de Zabulón. Llevo cinco años de calvario. No lo sabe
nadie de mi familia. Ni mis hermanos», confiesa. María es viuda y,
cada vez que se desplaza desde su casa a la cita con el exorcista
(prácticamente, una sesión por semana), tiene que inventarse
alguna excusa. «No lo entenderían y no quiero que mi hija quede
marcada para siempre».
EL RITUAL
A su lado, Marta sonríe tímidamente. Pequeña, de grandes ojos
negros, un poco tristes, tiene la cara picada de una mala
adolescencia. Pelo negro, recogido en una coleta. Los labios
gruesos y sin pintar, aunque contraídos en una mueca casi de
dolor. Lleva unos vaqueros, un niqui azul cielo de manga corta y
cuello alto y unos zapatos negros. Es guapa. Sus ojos llaman la
info cat*
en Madr
atención, pero más que timidez desprenden miedo, mucho
miedo. Me parece una chica de lo más normal que, nos cuenta,
estudia Matemáticas en la Universidad. «Es imposible que esté
poseída», pienso para mis adentros. El padre Fortea abre la capilla,
en los bajos de su parroquia donde dice misa a diario, y vuelve a
cerrar con llave por dentro. Es pequeña, acogedora. Dentro,
penumbra y silencio absoluto. Fuera, un sol radiante. El exorcista
pide ayuda para transportar una colchoneta forrada de plástico
verde, grande y pesada, para colocarla al pie del altar. La capilla,
rectangular, tendrá unos 25 metros cuadrados. Sin ventanas. En el
centro, un altar enorme. Encima un mantel blanco y seis velas
encendidas, amén de una gran Cruz de Trinidad, apenas
iluminada por la luz mortecina de un halógeno. Al fondo, la
imagen de un Pantocrátor iluminado y el Santísimo. En un lateral,
una imagen de la Virgen con el Niño en brazos. Nada más entrar
en la capilla, madre e hija se preparan para el rito. Marta se pone
unos calcetines blancos, mientras su madre saca del bolso un
rosario, un crucifijo de unos 15 centímetros y una postal de la
Virgen de Fátima, y los coloca al lado de la colchoneta. Trato de
registrar el más mínimo detalle en mi mente. Sigo pensando que
asisto a un montaje. Marta se recuesta en la colchoneta boca
arriba, mirando a la cruz. María se arrodilla a su lado, una postura
que no abandonará durante las siguientes dos horas y media. El
padre Fortea reza un rato de rodillas, se quita la sotana, bebe agua y
se sitúa sobre el extremo de la colchoneta más alejado del altar.
Presiento que el rito va a comenzar.
Me siento, expectante, en el banco. El exorcista extiende su mano
derecha y la impone sobre el rostro de la joven, sin tocarla. Luego,
cierra los ojos, agacha la cabeza y susurra varias veces una plegaria
ininteligible. Un alarido desgarrador, el primero, rompe el
silencio de la capilla, penetra en mi alma y me pone la carne de
gallina. No es humano. Es un chillido sobrecogedor y profundo el
que sale de la garganta de Marta. Pero no puede ser ella. No es su
tono de voz. Es ronco y masculino. El padre Fortea sigue rezando y
los rugidos se suceden. Poco a poco, el cuerpo de la joven se
estremece vivamente. Su cabeza se mueve de un lado a otro con
lentitud al principio, con inusitada rapidez después.
«SAL, ZABULON»
Ante la salmodia del exorcista, la joven gime y se retuerce sin parar.
Al instante, el gemido se convierte en rugido desgarrador,
altísimo, furioso. El exorcista acaba de colocar el crucifijo sobre su
vientre y entre sus pechos, mientras la rocía con agua bendita.
Patalea con tanta furia que el crucifijo se cae y la madre lo recoge
una y otra vez y se lo vuelve a colocar de nuevo, mientras le acerca el
rosario que Marta arroja a lo lejos, con furia. Parece tranquilizarse
un poco pero, inmediatamente, vuelve a rugir. No hay un
414 Satán o el diablo y los otros demonios son ángeles caídos por haber rechazado libremente servir a
Dios y su designio. Su opción contra Dios es definitiva. Intentan asociar al hombre en su rebelión contra
Dios.
415 "Constituido por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, persuadido por el Maligno, abusó de su
libertad, desde el comienzo de la historia, levantándose contra Dios e intentando alcanzar su propio fin al
margen de Dios" (GS 13,1).
*
Catecismo de la Iglesia Católica
418 Como consecuencia del pecado original, la naturaleza humana quedó debilitada en sus fuerzas,
sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al dominio de la muerte, e inclinada al pecado (inclinación
llamada "concupiscencia").
info
Capellanía informa
http://www.capellania.udep.edu.pe/capinf.html
momento de respiro. El padre Fortea acaba de invocar a San
Jorge y, al oírlo, la joven grita, bufa, pone los ojos totalmente
en blanco, arquea el cuerpo y se levanta toda entera un palmo
de la colchoneta. No doy crédito.
-Besa el crucifijo, dice el exorcista.
-No.
-Jesús es Rey.
-Assididididaj.
-Secuaz de Satanás, estás en tinieblas.
-Assididididaj
-Estás haciendo mucho bien. Por tu culpa, mucha gente va a
creer en Dios.
-No.
-Sal, Zabulón, te lo ordeno en nombre de Cristo. Te espera la
condenación eterna. No hay salvación para ti.
Mientras el padre Fortea sigue conminando a Zabulón, las
manos de la joven se han ido transformando. Son como
garras. El exorcista arrecia sus plegarias y sus exhortaciones:
«Hoy es el día. Sal, Zabulón. Sal de esta criatura en nombre de
Dios». La joven se desata en temblores. Los gritos se elevan
hasta el espanto. Y con voz ronca dice: «Asesinos». Es entonces
cuando el padre Fortea le pregunta por qué no sale y Zabulón
le contesta: «Para que la gente crea en Satanás».
Agotado, tras hora y media de lucha, el exorcista se levanta y
sale de la capilla. Esto no puede ser una impostura ni un
montaje. Hay que tener muchas agallas para dedicarse a esto. Y
menos mal que los casos de posesión, según cuenta después el
padre Fortea, son muy pocos. Él lleva cinco años ejerciendo y
sólo ha tenido cuatro en España. Pero, mientras preparaba su
tesis, asistió a otros 13 exorcismos. Se nota que tiene práctica:
manda, templa, insiste y, con voz suave pero enérgica, tortura
al diablo sin piedad. Con lo que más le duele. Siempre en
nombre de Dios. No parece tener miedo alguno. Y eso que ya
sabe lo que es ser atacado por Satanás. Una vez, en un
exorcismo, dice que el diablo le hizo sentir la misma sensación
y el mismo dolor que el que lleva un puñal clavado en el brazo.
Fortea sale de la capilla y mi corazón se acelera, pensando qué
puede ocurrir ahora sin la presencia tranquilizadora del
exorcista. Pero no pasa nada. O sí. María, la madre, coge las
riendas del rito y comienza a repetir las mismas o parecidas
frases del exorcista. Con calma, pero con decisión, parece no
dirigirse a su hija, sino al Maligno que la posee:
-En nombre de Cristo te ordeno que salir.
-No.
-Abre los ojos y mira a la Virgen, le increpa mientras pone a su
vista una postal de la Virgen de Fátima. Pero, por toda
respuesta, obtiene un bufido. Entonces coge el crucifijo.
-Es tu Creador, ¿lo ves?
-Sí, dice la voz de ultratumba acompañada de rugidos y bufidos
constantes.
-Míralo, Zabulón, no te resistas. Sabes que es tu día y tu hora.
Ha llegado tu día y tu hora.
-Noooo...
-¿Por qué te resistes?
-Estoy harto. Ya te lo dije muchas veces.
-Di a esos señores por qué no te vas.
-Uhhhh.
-Díselo claramente.
-No quiero.
-Díselo en nombre de Cristo
-Para que crean en Satanás.
Pero María no se da por vencida. Es una auténtica Dolorosa al
pie de la cruz de su hija poseída. Me da tanta pena que
también yo me arrodillo y, entre lágrimas, suplico a Dios (por
lo bajo, no me atrevo a intervenir más directamente) que, por
lo que más quiera, libere a Marta. Mi compañero hace lo
mismo. Hacía tiempo que no rezaba con tanto fervor.
Entonces entra de nuevo el exorcista, coge una cajita con
hostias consagradas del sagrario y se coloca delante de la joven:
-Mira al Rey de Reyes y arrodíllate ante Él.
-No.
-Siervo desobediente y rebelde, arrodíllate, repite el padre
Fortea, mientras exhibe la hostia consagrada.
-Asesino, déjame.
-San Jorge, haz que se arrodille.
Y como un resorte, ante la mención de San Jorge, la posesa se
arrodilla y el padre Fortea le hace abrir la boca para que reciba
la sagrada comunión. Y continúa torturando al diablo que
anida en Marta. Tras darle la comunión, coge una Biblia y
recita el Apocalipsis: «Entonces el diablo fue arrojado a la
lengua de fuego y azufre... allí será atormentado día y noche
por lo siglos de los siglos». Y hace repetir al diablo frase por
frase.
-Ya no más. Me estoy cansando, gruñe.
Pero el padre Fortea arrecia en su acoso, coge un banquito y se
sienta ante la posesa con un crucifijo en la mano. «Hic est
¿Cómo p
o
demos de
420 La victoria sobre el pecado obtenida por Cristo nos ha dado bienes mejores que
los que nos quitó el pecado: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm
5,20).
421 "Los fieles cristianos creen que el mundo [...] ha sido creado y conservado por el
amor del Creador, colocado ciertamente bajo la esclavitud del pecado, pero liberado
por Cristo crucificado y resucitado, una vez que fue quebrantado el poder del
Maligno..." (GS 2,2).
fende
rnos de S
Primero d
atanás?
ebemos h
ablar de la
hay que h
prevenció
acer para
n - de qu
evitar est
de preven
é
os males.
ción son:
Las me
vivir
la oración
y no lleva en gracia de Dios, se didas
r a cabo
r fieles a
puerta al
acc
demonio,
especialm iones que abran la
de lo ocult
ente no re
o. Hay tre
alizar obra
s ob
la magia,
s
el espiritis ras principales de o
cultismo:
mo y el
d e d ic a a
satanismo
e st a s c o
. Quien se
sa s se e
extraordin
xpone a
aria del de
la a cc ió n
monio.
Padre Gab
riele Amo
rth
info
Capellanía informa
dies», repite con fuerza. Por un momento, creo
que lo va a conseguir.
-Cuanto más tardes en salir, más gente creerá en
Dios. Eres un predicador de Dios. Acércate,
siéntate y besa a Cristo crucificado. Dale un beso
de respeto y homenaje. Como zombi, Marta se
sienta y se acerca a la cruz. Tiene los ojos en
blanco y echa espumarajos por la boca, pero besa
el crucifijo. Entonces Fortea la coge suavemente
por un brazo, le hace levantar y la obliga a
recorrer la capilla y besar a la Virgen y al Sagrario.
-Aquí está Dios. Repite siete veces: Iesus, lux
mundi. La posesa repite, pero al terminar le
lanza una mirada como de fuego y le dice: Asesino, déjame, no puedo más.
Pero el exorcista continúa un buen rato. Ha
pasado otra hora. Fortea se toma un respiro.
«Ahora usted», le dice a la madre. Y sale de la
capilla. Y María se inclina sobre su hija y
comienza a increpar a Zabulón:
-Tienes que dejar esta criatura. Por la sangre de
Cristo, déjala ya. Sus ángeles están con ella.
Vienen los tres arcángeles. La Virgen te va a
aplastar la cabeza... Zabulón sigue bufando y
retorciéndose, pero no parece que esté dispuesto
a irse. Al rato entra de nuevo el padre Fortea:
-¿No temes la sentencia de Dios?
-Sé cual es, grita desgarrada.
SOLOS CON LA ENDEMONIADA
El padre Fortea mira a la madre: «No se va a ir.
Dejémoslo por hoy». Se levanta y se va. Los gritos
se detienen en seco. Noto cierta decepción en el
rostro de María. Me da la sensación de que
esperaba que fuese hoy. Ha pasado casi tres horas
de rodillas, pero en su cara no hay signos de
cansancio, sólo de cierta desilusión. Recoge con
paciencia la estampa de la Virgen y el crucifijo y
sale de la capilla. Mi compañero y yo nos
quedamos solos con la endemoniada. Unos
segundos que se hacen eternos. Nos hemos
quedado pegados al banco, sin respiración. De
pronto, se vuelve hacia nosotros, abre los ojos
(que ha mantenido en blanco durante tres
horas) y nos lanza una mirada que no olvidaré
mientras viva. Sus ojos son de otro mundo.
Nunca vi algo así en mi vida. Al instante, la
mirada vuelve a ser la de Marta, que nos sonríe,
se levanta con tranquilidad, se sienta en el banco
y se quita los calcetines blancos que dobla con
sumo cuidado. Noto que apenas suda, a pesar de
las tres horas de ejercicio continuo. Se pone los
pendientes y nos vuelve a sonreír.
-¿Sabes lo que ha ocurrido?
-No, no recuerdo. Y mientras nos habla, coge la
estampa y el crucifijo, a los que hace un rato
tanto odiaba, y los besa con cariño.
-¿Te duele la garganta?
-No.
Y su voz es tan suave como cuando llegó. Nadie
diría que por esa misma garganta salieron
aullidos durante tres horas.
leer
“Habla un exorcista”
de Gabriele Amorth,
Ed. Planeta
Testimonio. 4a. Ed.
-¿Sabes por qué estás aquí?
-Sí, eso lo sé. Sé que tengo...
No termina la frase. Respetamos su silencio.
Salimos y nos sentamos en un salón contiguo los
cinco. Marta está tranquila. Vuelve a ser la
chiquilla tímida de antes. «Todas las noches»,
nos cuenta María, «antes de acostarme cojo el
crucifijo, del que nunca me separo, y bendigo mi
habitación: «En nombre de Dios, malos espíritus
salid de esta habitación. Y ella, antes de
acostarse, siempre me pregunta: "¿Mamá, has
bendecido la habitación?"» Pero aún así pasa
miedo. Como cuando las manos de su hija se
convirtieron en garras al tocar la cruz o cuando la
persigue con los dedos abiertos, en forma de
cuernos, para clavárselos en los ojos.«Siempre
amenazas que, afortunadamente, nunca
cumple».
Y antes de despedirse, repite una súplica: «Que
se conciencien la gente y los obispos. Que haya
muchos más exorcistas». Abraza a su hija, se
suben las dos al coche del padre Fortea y se van.
Marta se vuelve y nos mira. Sus ojos son el grito
de angustia del esclavo encadenado. El padre
Fortea queda en llamarme cuando se produzca la
liberación definitiva.
Rezo por Marta y por su madre. Lo que vi no es
un montaje.
ASI ES ZABULON
«No habla demasiado, pero es muy inteligente».
Así describe el padre Fortea a Zabulón, el
enemigo contra el que viene luchando desde
hace siete meses. Al principio, el padre Fortea
pensó simplemente que así se llamaba el décimo
hijo de Jacob y Lía, su mujer. Después,
investigando un poco más, cayó en la cuenta de
que se las estaba viendo con uno de los
demonios más poderosos del infierno.
Ha aparecido sólo tres veces en la Historia. La
primera, en Ludón (Francia), en el siglo XVI.
Casi todas las monjas de un convento quedaron
poseídas por multitud de diablos, que las
atormentaban sin pausa. El jefe era Zabulón. La
segunda fue en los años 50, en un caso de
exorcismo realizado por el padre Cándido, el
exorcista italiano maestro del padre Amorth. Y
ahora, ha vuelto a aparecer.
El Mundo 22-IX-2002
ver
“Jane Eyre”. (Cary Fukunawa).
“The Artist”. (Michel Hazanavicius).
“Maktub”. (Paco Arango).
pensar
"La mediocridad, posiblemente,
consiste en estar delante de la
grandeza y no darse cuenta".
G.K. Chesterton.
Descargar