Desamortización y juridicidad agraria en el siglo XIX

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ISSN 1889-8068
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Revista de Derechos Humanos y Estudios Sociales
Revista de Derechos Humanos
y Estudios Sociales
Año V No. 9 Enero-Junio 2013
Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí
Departamento de Filosofía del Derecho de la Universidad de Sevilla
Departamento de Derecho de la Universidad Autónoma de Aguascalientes
Educación para las Ciencias en Chiapas (ECICH)
SOBRE EL TIGRE DEL NAYAR:
DESAMORTIZACIÓN Y JURIDICIDAD AGRARIA EN EL SIGLO XIX1
Jesús Antonio de la Torre Rangel2
Resumen: A través de la novela El Tigre del Nayar de la escritora nayarita
Queta Navagómez, se analiza la figura y la obra social y jurídica del controvertido Manuel Lozada, uno de los precursores de la reforma agraria
en el siglo XIX en México. Lozada constituye un defensor de los derechos
a la tierra de pueblos y comunidades indígenas frente al despojo de que
son objeto por parte de los latifundistas apoyados en las leyes liberales de
desamortización.
Palabras clave: Leyes de desamortización, pueblos indígenas, comunidad, reparto agrario.
Abstract: Through the novel El Tiger del Nayar, the writer Queta Navagómez, born in Nayarit, discusses the life and social and legal works
of Manuel Lozada, one of the pioneers of the agrarian reform in the
nineteenth century in Mexico. Lozada is an advocate for land rights of
indigenous peoples and communities against the dispossession that are
the subject by the landowners supported the liberal laws of confiscation.
Key-words: Confiscation laws, indigenous, community, agrarian distribution.
1. Introducción
La lectura de la novela El tigre del Nayar de Queta Navagómez3, me ha dejado fascinado.
A lo bello de su creación literaria, la escritora nayarita une la historia y lo jurídico; esos
tres ingredientes unidos producen un libro muy hermoso, y, para quienes gustamos de
1 Artículo recibido: 15 de diciembre de 2012; aprobado: 10 de febrero de 2013.
2 Profesor investigador de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Correo-e: jadltor@
correo.uaa.mx
3 Queta Navagómez, El Tigre del Nayar, Editorial Jus, Secretaría de Cultura de Michoacán, Consejo
para la Cultura y las Artes de Nayarit y Universidad Autónoma de Nayarit, México, 2010.
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la historia del Derecho, sumamente interesante. Esta obra, que mereció el Premio Nacional de Novela José Rubén Romero, me provoca escribir, por el solo gusto de hacerlo,
estas líneas; así que El tigre del Nayar me hace reincidir en el trabajo gozoso de escribir
relacionando la literatura con lo jurídico, como lo hice con la lucha indígena andina que
nos narra Manuel Scorza en sus deslumbrantes novelas4, como lo ensayé también con la
célebre novela de Ciro Alegría El mundo es ancho y ajeno5, y como parcialmente lo intenté
con El Desierto de Carlos Franz6.
En El tigre del Nayar, Queta Navagómez nos narra la historia de Manuel Lozada; bandolero, caudillo y defensor de los derechos de los pueblos indígenas, conocido
como el Tigre de Álica; al mismo tiempo que es una biografía novelada del controvertido
y mítico personaje, es la historia de cómo Nayarit, el Séptimo Cantón del Estado de
Jalisco, se separa del resto de la jurisdicción estatal, y posteriormente vendrá a constituirse en un nuevo Estado.
Es una novela en donde la juridicidad, entendida en un sentido amplio, integral,
esto es, como normas, derechos subjetivos, y reclamos y concretizaciones de justicia,
está siempre presente; se nos narran conflictos agrarios, despojos de tierra y litigios por
la misma, en una lucha entre el latifundio y la propiedad de las comunidades indígenas;
se nos habla de leyes estatales y generales que fraccionan la propiedad comunal –de
“manos muertas” se dice– y la hacen susceptible de despojo por manos ambiciosas de
vivos; pero también se narra acerca del Derecho que nace del pueblo, como aquellas
normas que decreta Lozada, para la defensa y el usufructo de la tierra en los pueblos y
comunidades del Nayar y para la cohesión y defensa social. En fin, la juridicidad está
4 Las novelas o “baladas” de Scorza son: Redoble por Rancas, Historia de Garabombo el Invisible, El
jinete insomne, Cantar de Agapito Robles y La tumba del relámpago. Basado en ellas escribí “Lo jurídico
en la Épica de Scorza”, publicado originalmente en Christus No. 549, México, octubre de 1981;
reproducido por Planiol órgano de investigación jurídica de estudiantes de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, números 4 y 5 de enero y febrero de 1982, respectivamente. “Lo jurídico en la Épica de Scorza”, posteriormente lo incorporé a mi libro El Derecho que nace del pueblo,
Centro de Investigaciones Regionales de Aguascalientes, A.C. y Fideicomiso Profesor Enrique
Olivares Santana, México, 1986; Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos
(ILSA), Fundación para la investigación y la Cultura (FICA) y ASONAL JUDICIAL, Bogotá,
2004; y Ed. Porrúa, México, 2005. También forma parte de mi libro, preparado especialmente
para editarse en Bolivia, Derecho y Liberación. Pluralismo Jurídico y Movimientos Sociales, Ed. Verbo
Divino, Cochabamba, 2010.
5 Escribí “Una mirada a la Ley desde El mundo es ancho y ajeno”, preparado originalmente para
Conspiratio, México, y que forma parte de mi libro Derecho y Liberación, op. cit.
6 Escribí “Justicia, Ley y Fuerza. Una visión desde El Desierto de Carlos Franz”, publicado
en la obra colectiva, coordinada por Eloy Morales Brand y Martín Sánchez Testa, Arte, realidad
y ficción. Una apreciación social, Elohím Editores, Aguascalientes, 2010.
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presente en la novela, y estas líneas pretenden profundizar en ese aspecto históricojurídico de la esplendorosa obra de Navagómez.
2. Sobre Manuel Lozada: El tigre de Álica
Manuel Lozada nació en 18287 en la pequeña comunidad indígena de San Luis de Cuagolotán, hoy San Luis de Lozada8, que formó parte un tiempo del municipio de Tepic
y después pasó a pertenecer al municipio de Jalisco.
Lozada se da a conocer como temible bandido. Dice Pedro López, que no es extraño
“que por el año de 1853 el Cantón de Tepic, tuviera numerosas bandas indígenas,
que remontadas en las sierra, se juntaran para atacar y robar haciendas, caminos y
ranchos”9, ya que operaban los grupos de Lozada y Pedro Lamas. Es, precisamente, en
1853 cuando apareció por primera vez el nombre de Lozada en los informes militares10.
Los primeros que se unieron al grupo de Lozada fueron habitantes de San Luis Cuagolotán, Pochotitán y Zapotán; su cuadrilla habitaba en la Sierra de Álica, parte de la gran
Sierra de Nayarit, lugar desde donde bajaba para llevar a cabo sus acciones.
Lozada es un personaje sumamente controvertido, porque a su condición inicial
de cruel y feroz bandolero, se le une después, su carácter de defensor de la tierra y la
dignidad de las comunidades indígenas, amenazadas siempre en sus bienes por las leyes,
las sentencias o la simple violencia producto de la voracidad de los hacendados. A esto
hay que añadir su participación política y militar, con los conservadores primero y con
las fuerzas sostenedoras del Segundo Imperio; rompe con Maximiliano y se declara
neutral, después. Y, además, es necesario destacar que, guste o no, su fuerza política y
militar, a la postre, lleva a la separación de Nayarit de Jalisco, estableciéndose un distrito
militar primero, y posteriormente un Estado autónomo de la Federación.
Jean Meyer escribe:
No cabe duda que Lozada y su gente eran feroces. Años más tarde, cuando
él era ya una autoridad reconocida, algo disciplinó a sus tropas, pero en esos
primeros años andaba a salto de mata. Sin embargo, rápidamente pasó a
representar a los pueblos agraviados y a los serranos, que volvían a tomar el
camino de la guerra, tan conocido por sus antepasados. Por un lado, Lozada
anuncia las luchas agrarias del siglo XX; por el otro resucita las guerras del
7 Cf. Jean Meyer, Breve Historia de Nayarit, El Colegio de México y Fondo de Cultura Económica, México, 1997, p. 111.
8 Cf. Jean Meyer, Esperando a Lozada, El Colegio de Michoacán, CONACYT, 1984, p. 49.
9 Pedro López González, Recorrido por la Historia de Nayarit, Instituto Nacional para la Educación de los Adultos, Tepic, 1986, p. 124.
10 Cf. Meyer, Breve…, op. cit., p. 111.
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siglo XVI. Tardarán 20 años en acabar con él y 30 en volver a pacificar el
Gran Nayar.11
La novela de Queta Navagómez se nutre no sólo de la historia y de la juridicidad,
sino también de la leyenda y los corridos; “del amor imposible entre el joven peón y la
niña decente… la madre anciana y golpeada, flagelada por el capataz endemoniado”12
Nos cuenta Queta:
Manuel, el joven becerrero, se encuentra de frente con los ojos de la niña Doloritas. Por
un momento se desconcierta, luego acelera la marcha y pasa rápidamente junto a ella.
La muchacha sonríe, le divierte el azoro que causa en un peón al que le calcula dieciocho
años. Sigue de frente por el largo corredor rebosante de macetas. Pasos adelante él se
detiene y gira para mirarla. Doloritas… ¡qué hermosa se ve cuando los domingos pasa
engalanada para la misa mañanera! Ella y su cintura estrecha que contrasta con las
amplias caderas; ella y su blusa de fino algodón, que insinúa lo que quince años de sol
son capaces de tejer bajo una tela; ella y la fruta apetitosa de sus senos erguidos, firmes
como peras sazonas, que provocan inquietudes y sudores. La muchacha intuye que el
becerrero le está mirando y gira para comprobarlo. Manuel no puede controlar el golpe
de sangre sobre el rostro al saberse descubierto. Por un momento olvidan que ella es la
hija de don Pantaleón González y doña Ricarda Torres, los dueños de la Hacienda de
Cerro Blanco. Se ven a los ojos durante unos segundos. Él hace ademán de acercarse y
ella echa a correr rumbo a la casa.13
............................................................
Pasan semanas. Manuel y Doloritas se encuentran cerca de la huerta y él se hace a un
lado para dejarla pasar. Ella le agradece el gesto con una caricia en el hombro. A él
se le queda la impresión de esa mano suave y tibia, a ella la firmeza del hombro del
vaquero. Comienzan a buscarse a partir de esa tarde. Su ansiedad propicia constantes
encuentros y roces.
Noche de luna menguante en que caricias y besos ya no se disfrazan. Desde entonces se
repiten las citas al amanecer y en los encuentros furtivos. Pareja oculta entre las hojas
enormes de platanares. Él sabe que tarde o temprano serán descubiertos y le propone
huir juntos.14 . . . . . . . . . . . . . . . . ………. .
11 Ibídem.
12 Meyer, Esperando…, op. cit., p. 227.
13 Queta Navagómez, El Tigre del Nayar, op. cit., p. 21.
14 Ídem., p. 23.
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Para cerrar este primer acercamiento a Lozada, me parece muy interesante el
juicio que hace de él y de sus acciones un estudioso de los movimientos agrarios en
México, fundador del Partido Liberal Potosino con Camilo Arriaga y los hermanos
Flores Magón, y después integrado al zapatismo, siendo muy cercano al Caudillo del
Sur, Emiliano Zapata; me refiero a Antonio Díaz Soto y Gama (1880-1967), que nos
ofrece esta visión del tigre de Álica:
Como los años pasaban, y a pesar del triunfo de dos revoluciones que se
decían salvadoras, –la de Ayutla y la de Reforma–, y a pesar también de la
victoria alcanzada por la República sobre la intervención francesa y el imperio, nada práctico ni positivo se hacía en favor de los pueblos despojados,
éstos continuaron agitándose, dando visibles muestras de peligroso malestar,
De este estado de los ánimos supo sacar provecho un cabecilla sanguinario
y feroz, pero no carente de habilidad y de astucia, el famoso y temible revolucionario de Tepic, Manuel Lozada. Este hombre, bandido de profesión,
había adquirido influencia y poderío protegiendo el contrabando que en la
costa del Pacífico hacían algunas casas de comercio inglesas, y a fuerza de
valor y audacia había mantenido en jaque por varios años a las fuerzas del
gobierno.
El temible cabecilla, deseoso de engrosar las filas de los suyos, quiso atraerse
a los indígenas, descontentos por asuntos de tierras, y a ese fin recurrió a la
maniobra de expedir un decreto por el cual, declarando que las tierras de la
serranía de Álica eran en su mayor parte usurpadas a los indios por los terratenientes de la región, exigía a éstos la presentación de sus títulos de dominio
y los amenazaba con repartir los predios entre los naturales, si no exhibían
sus títulos? en un plazo perentorio.
La expedición de ese decreto que es el año de 1869 indica sin lugar a duda
que Manuel Lozada, percatándose del disgusto creciente en las poblaciones
de indígenas con motivo de la desesperada situación a que los había reducido
la destrucción de sus comunidades, comprendió que podía ganarse a muchos
de esos descontentos con sólo ofrecerles la devolución de los bienes raíces
de que habían sido privados. Esto no quiere decir, por supuesto, que nosotros consideremos a Lozada como un agrarista ni cosa que a ello se parezca.
Fue un hombre hábil que quiso aprovecharse de una situación de inquietud
creada por otros, y nada más. Pero, de todos modos, subsiste el hecho de que
esa inquietud y ese malestar existían en grado tal, que a todo observador medianamente atento lo impresionaban. Con claridad los percibió el cerebro de
un Lozada, y no alcanzaban a verlos estadistas y gobernadores, intelectuales
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y letrados, víctimas inconscientes, esclavos sumisos del espíritu del sistema.
Igual cosa iba a suceder medio siglo más tarde, en 1910 y en 1914, frente a la
revolución agraria del sur.15
3. Conflictos agrarios: los despojos y las amenazas de división y privatización
de la tierra.
Los pueblos de las tierras de abajo de lo que hoy es Nayarit, en diversos conflictos y
variados litigios, por la fuerza simple y llana o por la aplicación de leyes, jurídica o antijurídicamente, se vieron despojados de sus tierras, en los siglos XVII, XVIII y XIX,
especialmente entre 1750 y 1860. Los pueblos serranos conservaron sus tierras, pero se
vieron amenazados con la aplicación de las leyes de desamortización.
Ejemplo de lo sucedido a los pueblos de abajo, es el conflicto entre la comunidad
indígena de San Luis Cuagolotán –el pueblo de Lozada– y la hacienda de Mojarras16.
Queta Navagómez nos cuenta de una asamblea de comuneros en San Luis Cuagolotán; a la que asiste con su tío el joven Manuel Lozada:
La campana repicó llamando a junta. En minutos estaban todos alrededor del cuadro de tierra. Uno de ellos –hombre de edad– dio unos pasos al frente y con voz que
parecía quebrarse, dijo:
–Venimos de saber lo de Cuagolotán. Ya vieron que el dueño de la Hacienda de
Mojarras nos tenía acusados de mover mojoneras a nuestro provecho. Ora dijo que
alevantados en armas, le robamos Cuagolotán y que quería que se lo dieran –hizo
una pausa, levantó la vista y en los ojos de algunos descubrió una mezcla de ansiedad
y miedo-. No valió que lleváramos papeles a probar que el Cerro de la Calera y los
terrenos de Cuagolotán son de nosotros. El juez dijo que ora Cuagolotán pertenece al
dueño de la Hacienda de Mojarras y a él se lo ha dado. Ordenó que nos sálgamos de
allí, no quiso regresarnos los títulos de propiedá que nos había recogido…
–¡Cómo que nos lo quitaron! ¡Agarren el machete! ¡Vamos a Mojarras!
Estalló la indignación. Todo se mezcló en el remolino de ira que fue creciendo. Manuel
observaba los rostros alterados, veía a los que ya enarbolaban machetes y lanzas y a
las mujeres que juntaban piedras. Escuchó maldiciones y las repitió entre dientes.
15 Antonio Díaz Soto y Gama, Historia del Agrarismo en México, Recate, Prólogo y Estudio Biográfico por Pedro Castro, Ed. Era, Conaculta y Universidad Metropolitana Iztapalapa, México,
2002, pp. 432 y 433.
16 Cf. Meyer, Esperando…, op. cit., especialmente el capítulo “El Pueblo de San Luis y sus
Pleitos” (1822-1852), pp. 49-59.
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–¡Sosiéguense!, ¡atiendan! –gritaron los representantes, corriendo a desbaratar los
grupos que se estaban formando.
Nadie parecía escucharlos. Fue necesario repicar la campana de la iglesia para que
poco a poco regresara el orden. Otro de los comisionados logró imponer su voz.
–¡El hacendado y sus capataces están armados!, nos matarán en cuanto lléguemos,
vendrán luego a quemar el pueblo y acabar a los que queden. ¡Hay que peliar con
papeles!
–¡Pa esos cabrones valen una chingada los papeles!
–Iremos a los tribunales a llevar testigos de que somos dueños…
–Todo lo cambiarán a su modo!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Sus capataces estarán aprevenidos. Si vamos, nos matan o nos llevan presos alegando
que somos gavilleros. Aluego de eso, ¿quién va a defender las tierras? Yo digo que nos
inconfórmemos con otras autoridades, que llévemos testigos, que búsquemos el modo de
que con arreglo a las leyes nos regresen Cuagolotán, No queda más que peliar, pero
con papeles, peliar hasta que los jueces miren nuestra razón.
–¡No! ¡Con papeles nada se arregla! ¡Tenemos que matarlos! –seguían gritando algunos.
–Alcen su mano los que quieran pleito con papeles –dijo uno de los representantes.
Las manos de la mayoría se levantaron. No estaban muy convencidos, pero sabían
que con violencia tampoco iban a resolver el problema.
Terminó la asamblea. Pálidos, con los músculos todavía apretados, se retiraron los
comuneros.
Manuel iba junto a su tío, en una procesión silenciosa y lenta. Cuando llegaron a la
casa, José María Lozada se acuclilló frente a él para decirle:
–Ya tás crecido, Manuelito… poco te falta pa probar el sabor de las bilis, pa ponerte
como alacrán cuando te roben algo y ver que nadie escribe leyes que defiendan a los
pobres.17
Jesús María, aunque pueblo serrano, había perdido tierras, y se veía amenazado
en las que le quedaban y en la esencia misma de su ser comunitario. Enterémonos de
que se habla y cómo resuelve otra asamblea de comuneros:
Jesús María, pueblo de indios coras fundado en el plan de la barranca. Voladeros arañados por sendas en que apenas cabe el pie descalzo. Sol colérico que obliga a buscar la
17 Navagómez, op. cit., pp. 12-14.
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sombra de los árboles. Aire caliente. Sudar, seguir sudando hasta que el sol se marche
y llegue el furioso viento de la tarde a soplar hasta media noche, a crear remolinos que
dificultan la reunión de las nubes que auguran lluvias.
............................................................
Atardece. Los indios de Jesús María se congregan en el cuarto más amplio, con paredes
de adobes y techumbre de paja, de la que funciona como Casa Real o comunal y es lugar
donde realizan fiestas y ceremonias. El calor ha disminuido, afuera, al aire rasca suelos
y paredes.
Van llegando los indios vestidos unos con un taparrabo y otros con calzones hechos con
piel de tigre, cabra o venado. Ante sus autoridades, se llevan las manos al pecho desnudo
para cruzar sobre él los brazos y permanecer algunos segundos reverentes con la cabeza
baja y la vista fija en el piso, saludando. Luego se sientan en cuclillas, engrosando el
semicírculo alrededor de los ancianos principales, los que dan la última palabra, los que
deciden en cabildo sobre asuntos comunales.
Siguen llegando coras que vienen de Santa Teresa, Huazamota, Mesa del Nayar, San
Juan Peyotán, Guaynamota y rancherías o caseríos distantes. Descalzos o con huaraches
de tres cuerdas, todos muestran los estragos de la caminata. Huelen a polvo, tabaco,
hierba y sudor. Fuman y hacerlo es un ritual, ensimismándose en sus pensamientos,
buscando inspiración en el humo. Por momentos simulan oscuras rocas dispuestas en
semicírculo.
A Jesús María, que ellos conocen como Chuízete, llegaron gentes del gobierno vecino a
medir el suelo, anotar en papeles y sacar cuentas. Ellos recelaron y pidieron a su gobernador, a sus mayordomos, a sus ancianos principales, que bajaran a informarse. Ahora
sus autoridades están frente a ellos. Fuman y aguardan a que lleguen los últimos. Indios
nacidos en la tierra, sienten sus orígenes profundos enraizados a ella y se han reunido
para ver la manera de defenderla.
Entienden las leyes simples surgidas en su comunidad, pero no las complicadas y llenas
de artículos que emanan de Tepic y que parecen estar hechas para perjudicarlos. Hace
años que el gobierno vecino decidió acabar con las comunidades indígenas pero no pudo
destruir la gran familia que integran. Las comunidades fueron desplazadas por los
ayuntamientos y muchas de sus tierras pasaron a poder de cabildos municipales. Luego
los ayuntamientos invadieron esas tierras, vendiendo algunas. Hace años que acumulan
reclamos por terrenos usurpados, ahora aguardan con temor a que les expliquen qué es
lo que quiere decir la palabra parcelización.
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–Las autoridades de vecinos se piensan necesario mochar nuestras tierras a pedazos.
Por una ley de ellos, ya no deben consentirse tierras en común. Ora cada quien debe tener
lo suyo, sentirse dueño y sacar papeles que digan eso… Pa eso miden.
...................... ......................................
–Algo oyimos de unas leyes dizque liberales, sepa qué sea eso. De bien no entendimos,
pero buscan que todos váyamos juntos a un lugar que ellos nombran progreso. Pa eso
quieren que póngamos a nuestro nombre el pedazo que nos toca, que consígamos dinero
pa comprar papel sellado y escriturar. Si nos tardamos, se acaban los esos títulos y las
tierras se quedan sin dueño. Tonces las venderán o las entriegarán a los ayuntamientos
–explica una de las autoridades.
–El costumbre es sembrar juntos.
–El costumbre es repartir el ganancia…
–¡No déjemos que mochen! ¡No digamos que sí a sus malas leyes!
–¿De ónde sacamos pal papel sellado?
–Los rancheros y hacendados no se conforman con lo que ya nos quitaron, ora idiaron
este modo pa engañarnos y robarnos más tierras –concluye una anciana.
............................................................
–Todos lados hay pleitos por despojo. La Hacienda de Puga le quitó terrenos a Pochotitán y San Andrés, haciendo denuncio de tierras realengas que no eran.
............................................................
–En el cabildo dijimos que los náayarite debemos no acetar lo que dicen los jueces,
peliarnos con papeles con los que hicieron esas leyes, pa que las cambien y no mochen
nuestra tierra. También dijimos que si nada componen, tendremos que irnos de pronunciados.18
3.1. Leyes de Desamortización en Jalisco
La llamada Ley lerdo de 25 de junio de 1856, de desamortización, que pertenece al primer
grupo de las Leyes de Reforma, es tenida como la ley más importante en ese objetivo de
privatizar, dividir y meter a la circulación mercantil la propiedad rural de corporaciones
eclesiásticas y civiles; entre estas últimas, se contaban pueblos y comunidades indígenas.
Pero el que haya sido la más importante por tratarse de la primera ley general en la República como esos objetivos, no significa que haya sido la primera, ni que con esa ley se
haya iniciado el proceso de desamortización de la propiedad comunal indígena.
18 Ídem., pp. 39-45.
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Jean Meyer sostiene que la “comunidad se cuarteó por presiones externas e internas cuando la fisiocracia infiltraba el Estado borbónico”19, de despotismo ilustrado.
“Los fisiócratas por estimar que el único trabajo productivo en el que daba un producto
neto, sólo consideraban como tal el trabajo agrícola, comprendiendo en él todos las
industrias extractivas.”20 De ahí la importancia que esta corriente económica da a la
tierra, pero no desde una visión tradicional, pues como explica Dobb, tiene “empeño
tácito en favor de la desaparición de las restricciones feudales al desarrollo agrícola y a
la inversión de capitales en los trabajos del campo; su insistencia en la libertad de comercio y en la renta de la tierra como base apropiada para la tributación; su concepto
de un orden económico ‘natural’ que ‘funcionaría solo’, sin la ayuda de un control de
la autoridad, tiene una significación revolucionaria.”21 Aplicadas estas ideas a la organización política, social y económica del Imperio Español en las Indias, lleva a que los
fisiócratas abogaran “a favor de la desamortización general de todas las manos muertas;
mayorazgos, bienes de la iglesia, de los ayuntamientos, de los pueblos y otras comunidades, indígenas o no.”22
Meyer cita a un autor muy importante, Wistiano Luis Orozco, que escribió en su
obra clásica, Los ejidos de los pueblos, lo siguiente:
El Estado de Jalisco comenzó a promulgar una serie de disposiciones más
o menos meditadas, para poner en ejecución las leyes de desamortización
dictadas por las Cortes Extraordinarias, desde el día 7 de diciembre de 1822
hasta fechas recientes. Es el más importante de sus actos de decreto 121 de
su Congreso, promulgado el día 17 de abril de 1849.
De este hecho poco estudiado, resultó para Jalisco que el despojo de las
tierras comunales y de indígenas comenzó en aquella región desde una generación antes de la presente…
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
El gran error económico de fraccionar y desamortizar los bienes comunales
de los pueblos no surgió con las Leyes de Reforma, como se ha creído y se ha
dicho con frecuencia en folletos y artículos de periódicos; ese error se abrió
paso por primera vez para nosotros en las Cortes Generales y Extraordina-
19 Meyer, Esperando…, op. cit., p. 113.
20 Mariano Alcocer, Economía Social. Curso General, Ed. América, México, 1951, p. 55.
21 Maurice Dobb, Introducción a la Economía, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1973,
p. 16.
22 Meyer, Esperando…, op. cit., p. 113.
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rias de España que decretaron la Constitución Política de 1812, aurora de los
nuevos tiempos para los pueblos hispano-americanos.23
Las Cortes de Cádiz, como órgano de gobierno de España en resistencia al régimen napoleónico, con fecha nueve de noviembre de 1812, dio un Decreto aboliendo
las mitas y el servicio personal y ordenando repartición de tierras a favor de los indios,
pero ya con una tendencia privatizadora. En lo conducente dice:
Las cortes generales y extraordinarias, deseando remover todos los obstáculos que impidan el uso y ejercicio de la libertad civil de los españoles de
ultramar; y queriendo asimismo promover todos los medios de fomentar la
agricultura, la industria y la población de aquellas vastas provincias, han venido a decretar y decretan:
I. Quedan abolidas las mitas, o mandamientos, o repartimientos de indios,
y todo servicio personal que bajo de aquellos u otros nombres presten a los
particulares, sin que por motivo o pretexto alguno puedan los jueces o gobernadores destinar o compeler a aquellos naturales al expresado servicio.
II. Se declara comprendida en el anterior artículo la mita que con el nombre
de faltriquera se conoce en el Perú, y por consiguiente la contribución real
anexa a esta práctica.
III. Quedan también eximidos los indios de todo servicio personal o cualesquiera corporaciones o funcionarios públicos o curas párrocos, a quienes
satisfarán los derechos parroquiales como las demás clases.
IV. Las cargas públicas, como reedificación de casa municipales, composición
de caminos, puentes y demás semejantes se distribuirán entre los vecinos de
los pueblos, de cualquier clase que sean.
V. Se repartirán tierras a indios que sean casados, o mayores de veinticinco
años fuera de la patria potestad, de las inmediatas a los pueblos, que no sean
de dominio particular o de comunidades; mas si las tierras de comunidades
fuesen muy cuantiosas con respecto a la población del pueblo a que pertenecen, se repartirá, cuando más, hasta la mitad de dichas tierras, debiendo
entender en todos estos repartimientos las diputaciones provinciales, las que
designarán la porción de terreno que corresponde a cada individuo, según las
circunstancias particulares de éste y de cada pueblo.24
23 Citado por Meyer, Esperando…, op. cit., p. 111.
24 Legislación Indigenista de México, Instituto Indigenista Interamericano, México, 1958, pp. 27-28.
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Jean Meyer nos da cuenta de varias disposiciones jurídicas expedidas por el gobierno del Estado de Jalisco que afectan “la propiedad corporativa de las republicas
pueblerinas”, decretadas antes de la famosa Ley Lerdo. Pero también nos previene en el
sentido de que la tendencia desamortizadora no es un fenómeno propio del Estado de
Jalisco, sino que para 1829 lo encontramos ya en Chiapas, Chihuahua, Coahuila, Texas,
Michoacán, Nuevo León, Puebla, Sonora, Sinaloa, Veracruz y Zacatecas, y en menor
grado Guanajuato y Oaxaca.25
Es en ese contexto histórico que debe leerse lo que nos narra Queta Navagómez: qué pasa en el conflicto de San Luis con la hacienda de Mojarras y qué explica los
serios temores de los comuneros de Jesús María.
4. 1853-1855: Santa Anna, restituyendo tierras… Lozada, cruel bandolero
– ¡Alto, jijos de la chingada!
El conductor detiene la diligencia. Relichan las bestias ante el jalón de las riendas. Los
bandidos repiten la orden y los disparos se multiplican en los ecos del monte. Más de
veinte hombres, con el rostro cubierto con paliacates, rodean el carruaje. Viejos mosquetes apuntan a la cabeza de los pasajeros.
– ¡Bajen y azorríllenze, infelices!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
– Órale, jijos, ¡entrieguen el dinero o no la cuentan! –amenaza el que parece ser el jefe.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Los asaltantes se van pasando las botellas del aguardiente lo mismo que a las tres
mujeres, que son atacadas una y otra vez mientras pierden la conciencia y vuelven a recuperarla entre gritos y llantos. Los pasajeros, amarrados a los árboles, contemplan con
horror la escena, ninguno puede gritar por la mordaza que les sangra los labios, alguno
opta por rezar, otros por cerrar los ojos y espera a que la pesadilla termine.
– ¡Que viva Manuel Lozada! –grita Domingo Nava.
– ¡Que viva El Tigre de Álica, jijos de su perra madre! –responde Pedro Lamas.26
Estas eran las acciones y procederes de Manuel Lozada apenas rebasada la primera mitad del siglo XIX. Meyer dice que Lozada tenía 25 años en 1853, “cuando su
nombre apareció en los informes militares. Se da a conocer como temible bandido.”27
25 Cf. Meyer, Esperando…, op. cit., pp. 116 y sig.
26 Navagómez, op. cit., pp. 56-58.
27 Meyer, Breve…, op. cit., p. 111.
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De 1848 y hasta 1853 México vive en un gran desorden político y social, poniéndose al país al borde de la anarquía. Y es, precisamente, en mayo de 1853 que se establece la Dictadura Pactada entre conservadores y liberadores, que constituye el remedio que
se veía ante la situación caótica. Al general Antonio López de Santa Anna “se le invistió
del poder necesario para que durante un año gobernara sin Constitución, mientras se
reunía un Congreso extraordinario que la expidiera”28 Santa Anna decidió, esta vez, gobernar con los conservadores; varios prominentes miembros de este bando fueron sus
ministros: Lucas Alamán (1792-1853), Teodosio Lares (1806-1870) e Ignacio Aguilar y
Marocho (1813-1884), entre otros. Alamán fue quien trató de organizar la Dictadura y
elaboró las Bases para la administración de la República hasta la promulgación de la Constitución, dadas el 23 de abril de 1853.29 Mencionamos también a Lares y a Aguilar, porque van a firmar, con el presidente, dos decretos muy importantes en materia agraria
que va a expedir la Dictadura, tratando de poner remedio a la desamortización que ya
estaba en marcha, y al despojo, jurídico, y antijurídico, esto es, basado en normas o sólo
en la arbitrariedad, de que eran objeto pueblos y comunidades. Creo que los ministros
confirmantes de los decretos son determinantes en su expedición; y creo, también, que
Aguilar influye en el que firma Lares y éste en el que suscribe Aguilar. Sostengo esto,
por lo que conozco del pensamiento de uno y otro expresado en sus escritos y en sus
acciones, de jurista Lares, y de periodista Aguilar.
Teodosio Lares fungió como ministro de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública, y fue, sin duda, el jurista más importante de este régimen de gobierno. Lares, tiempo después, siendo presidente del Consejo de Ministros del emperador
Maximiliano, ante el problema de la tierra y en situación similar a la que se vive entre
1853 y 1855, escribe:
Los litigios entre los pueblos y con los particulares sobre tierras y aguas, han
sido la causa constante de la ruina de aquellos. Es preciso por lo mismo poner de una vez término á tales litigios: pero respetando siempre los derechos
de los propietarios.30
Por su parte, Ignacio Aguilar, era el ministro de Gobernación. El estaba en contra de la desamortización porque constituía un ataque a la propiedad, en este caso de las
28 Felipe Tena, Leyes Fundamentales de México 1808-1878, Ed. Porrúa, México, 1978, p. 480.
29 Texto en Tena, op. cit., pp. 482-484.
30 Citado por Pedro Pruneda, Historia de la Guerra de México, desde 1861 a 1867, facsímil de la
edición española de 1867, Clásicos de la Historia de México, Ed. Fundación Miguel Alemán,
A.C., Fundación UNAM, Instituto Cultural Helénico, A.C. y Fondo de Cultura Económica,
México, 1996, pp. 393-394.
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corporaciones civiles y eclesiásticas, personas morales, “cuerpos morales”, les llamaba.
Aguilar y Marocho, escribió en 1863:
El principio de la propiedad nunca ha dejado de atacarse, comenzando por
el flanco que presenta menos resistencias, es decir, por aquellos intereses
que son de todos y de ninguno, y en cuya destrucción no mira de pronto
el individuo el peligro que amenaza a sus particulares bienes. Los cuerpos
morales, los establecimientos de piedad y de beneficencia, son los que sufren
en la vanguardia los primeros embates; mas es inefable que llegado a hollar
el derecho, la violación no se ha de circunscribir a una parte de la sociedad,
protegida por él, sino que habrá de extenderse a toda ella, roto una vez el
dique impuesto por las prescripciones de la moral. Las iglesias, las comunidades religiosas, los ayuntamientos, los hospitales, etc., eran bien poca cosa
para satisfacer la sed de despojo, especie de fiebre dominante en la época, y
muy pronto la nación entera fue el inmenso botín señalado por la ambición
a una codicia sin límites.31
Díaz Soto y Gama está convencido de que los ministros de Santa Anna influyeron en sus decretos agrarios, considerando que fueron acordados después de “profunda deliberación”.32
En el Estado de Michoacán se dio un decreto por el que se autorizó la reducción
de los bienes comunales de los pueblos indios a propiedad particular, en diciembre de
1851; y el régimen de la Dictadura Pactada, derogó ese decreto, protegiendo los bienes
de las comunidades:
DECRETO DE 18 DE JULIO DE 1853.
Sobre los bienes de las comunidades de indígenas.
Ministerio de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública. –Exmo.
Sr.- El Exmo. Sr. Presidente de la República de ha servido dirigirme el decreto que sigue:
Antonio López de Santa-Anna, benemérito de la patria, general de división,
caballero gran cruz de la real y distinguida orden española de Carlos III, y
presidente de la república mexicana, a los habitantes de ella sabed: Que en
uso de sus facultades que la nación se ha servido conferirme, ha tenido a bien
decretar lo siguiente:
31 Citado en la presentación de su obra, en la segunda de forros, por Salvador Abascal: Ignacio
Aguilar y Marocho, La Familia Enferma, Ed. Jus, Col. México Heroico No. 97, México, 1969.
32 Díaz Soto y Gama, op. cit., p. 873.
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Se deroga el decreto del Estado de Michoacán de 13 de diciembre de1851,
que mandaba repartir los bienes de las comunidades de indígenas.
Por tanto mando, se imprima, publique, circule y se le de el debido cumplimiento. Palacio Nacional de Tacubaya, julio 18 de 1853. –Antonio López de
Santa-Anna,- A. D. Teodosio Lares.
Y lo comunico a V.E. para su inteligencia y fines consiguientes.
Dios y Libertad. México, julio 18 de 1853. –Lares.33
El despojo de las tierras comunales iba en aumento, con fundamento jurídico
algunas veces y las más de ellas sin respaldo normativo alguno. El gobierno de López
de Santa-Anna estaba empeñado en poner freno al despojo, y que se hiciera el pago o la
restitución de tierras ya usurpadas; para ello expide el Decreto del 31 de julio de 1854:
ANTONIO LÓPEZ DE SANTA-ANNA, benemérito de la patria, general
de división, gran maestro de la nacional y distinguida orden de Guadalupe,
caballero gran Cruz de la real y distinguida orden española de Carlos III, y
presidente de la República Mejicana, a los habitantes de ella, sabed: Que en
uso de sus facultades que la nación se ha servido conferirme, ha tenido a bien
decretar lo siguiente:
Art. 1º. Los gobernadores de los Departamentos y jefes políticos de los territorios, por sí y por medio de los prefectos, sub-prefectos, ayuntamientos y comisarios municipales, se ocuparían inmediatamente en investigar y
reconocer los terrenos usurpados a las ciudades, villas, pueblos o lugares
de demarcación, así como cualesquiera otros bienes de origen comunal que
actualmente disfruten los particulares, cuya ocupación no se funde en ningún
acto legítimo o traslativo de dominio a que hayan precedido los requisitos
y licencias necesarias, y mediante el cual haya sido el común privado de su
propiedad en favor de los detentadores.
Art. 2º. Estos están obligados a hacer dentro del término de cuatro meses,
contados desde la publicación del presente decreto, en cabecera del distrito
o partido de su residencia, una declaración escrita de los bienes comunales o
municipales de que disfrutan sin autorización ni derecho. En dicha declaración dirigida por los conductos correspondientes al gobernador respectivo,
se indicara el origen y fecha de la usurpación, la extensión, calidad, situación y
límites de los terrenos; y en general, la naturaleza de los bienes de que se trate,
en la época en que pasaron a su poder, del mismo modo que las mejoras que
hayan recibido a expensas o por la industria y trabajo del declarante.
33 Legislación Indigenista…, op. cit., p. 32.
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............................................................
Art. 6º. Los detentadores que cumplan con el deber de que habla el art. 2º.,
podrán entrar en las solemnidades prevenidas por las leyes, en la posesión
definitiva de los bienes que declaren conforme a él, previa la expedición de
nuevos títulos o revalidación de los antiguos, siempre que se comprometa
cada uno de por sí, mediante escritura pública y satisfacción del gobernador,
a pagar al común o municipio propietario de las dos terceras partes del valor
de los bienes; perdonándoseles el de los frutos y aprovechamientos que en
caso contrario se les deben exigir conforme a derecho. Del valor actual de
los bienes se deducirá para calcular esas dos terceras partes, el que tengan las
mejoras necesarias que se justifique haber hecho en ellos.
...........................................................
Art. 8º. Los detentadores que dentro del término de que habla el art. 1º, no
hubieren cumplido con las obligaciones y condiciones que se establecen en
ese decreto, serán demandados por el respectivo común a que pertenezca el
terreno usurpado, y con entera sujeción a las leyes.
............................................................
Art. 11. En ningún caso podrá consumarse la enajenación definitiva de los
bienes comunales usurpados, sino después que hayan llenado todos los requisitos propios de tales actos, y previa autorización expresa del supremo
gobierno, a quien para este fin remitirán los gobernadores todos los expedientes instruidos a consecuencia de este decreto.
Por tanto, mando se imprima, publique, circule y se le de el debido cumplimiento. Dado en el Palacio del Gobierno Nacional en México, a 31 de julio
de 1854.-Antonio López de Santa-Anna.- Al ministro de Gobernación.
Y lo comunico a V.E. para su inteligencia y fines consiguientes.
Dios y Libertad. México, julio 31 de 1854. –El Ministro de Gobernación,
Ignacio Aguilar.34
Díaz Soto y Gama califica este último decreto de “notable e inesperado… que
por un instante ofreció justicia a los pueblos despojados”35 Aunque también le hace una
severa crítica desde su agrarismo radical.
No obstante que en todo el texto del decreto se califica, y con razón, como
simples “detentadores” a los terratenientes que sin título legítimo bastante
posean bienes de comunidad, al llegar al punto básico de las sanciones, en
34 Ídem., pp. 32-35.
35 Díaz Soto y Gama, op. cit., p. 372.
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vez de condenar a dichos detentadores a la devolución de los terrenos usurpados, se limita el decreto a obligar a los responsables a pagar a los pueblos,
como indemnización, las dos terceras partes o el total del valor de los bienes
indebidamente ocupados. Es decir, los pueblos no habrían de recuperar sus
tierras, continuarían despojados y les quedaría sólo el derecho de ser indemnizados en dinero.
La torpeza salta a la vista. No es con dinero sino con tierras concedidas en
disfrute permanente, como se satisfacen las necesidades de los pueblos. El
dinero se gasta, se consume o se derrocha. La tierra queda, permanece a
perpetuidad, a favor del poseedor y de los hijos de sus hijos. Para el indígena,
cuyos rudimentarios conocimientos se reducen a lo agrícola, la posesión de
la tierra es algo básico, de lo que no puede prescindir. Para él la tierra abarca
todo: el pan de cada día, el sostén y la estabilidad del hogar, la independencia,
la dignidad y el decoro en el presente, las perspectivas de progreso, de adelanto y de mejora para el futuro. Negar la tierra al indio, es negarle la plenitud
de la vida, el goce de su libertad, la seguridad económica para su familia, las
garantías y la salvaguardia para sus derechos de hombre, de padre, de esposo
y de ciudadano.36
Mientras Manuel Lozada provocaba el pánico en los caminos, dedicado al bandidaje, un dictador intentaba hacer justicia en el campo. Esto ocurría entre 1853 y 1855.
5. La legislación individualista liberal y el despojo a pueblos y comunidades…
Lozada: de caudillo a defensor de derechos
Queta Navagómez, en su interesante novela, nos narra un diálogo que se imagina entre
el licenciado Carlos Rivas, líder conservador y socio de los ricos empresarios Barron y
Forbes y Manuel Lozada; la escritora se lo imagina, pero el diálogo seguramente existió
en términos muy similares:
– Otro día hablaremos de sus pleitos, licenciado.
No me interesa la política ni me pienso meter en eso.
Carlos Rivas sonríe, levanta los hombros, luego dice:
– Amigo, usted ya está metido en la política del cantón. Entró a ella desde que ayudó a
los señores Barron y Forbes, cuando el motín liberal. Desde entonces lo identifican como
conservador. Mire: el país se debate entre las ideas de dos partidos, México hierve entre
36 Ídem., pp. 373 y 374.
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diferencias y odios. Es imposible que liberales y conservadores lleguen a acuerdos. Ellos,
que ahora están en el poder, se benefician totalmente con sus leyes, pero a nosotros nos
llevan a la ruina. Sólo queda la guerra…
– Ya le dije que sus asuntos…
– Sólo escúcheme. Los liberales decretan la Ley Juárez, con que buscan reducir los
fueros eclesiásticos, alegando que los sacerdotes influyen en resoluciones gubernamentales.
También aplican la Ley de Desamortización, que le quita al clero sus bienes, entre ellos
las cofradías que crearon de acuerdo con las comunidades como la que ustedes perdieron
en Cuagolotán…
– No entiendo. ¿Quién chingados es ese clero al que le quitan las cosas? ¿Eso qué tiene
que ver con mi pueblo?
– El clero es la Iglesia, señor. La iglesia que está perdiendo propiedades y poder. Para
ejemplo: San Luis perdió la cofradía de Cuagolotán, porque así lo decretan las leyes
impuestas por los liberales. ¿Me entiendes ahora? Se necesita luchar para recuperar lo
perdido, desconocer esas leyes dictadas por liberales puros como Benito Juárez.37
El individualismo liberal penetró en México en el siglo XIX dentro de una sociedad fundamentalmente agraria, en donde el desarrollo urbano e industrial era prácticamente nulo. Por lo tanto, la juridicidad moderna de corte liberal va a repercutir
directamente en la tenencia de la tierra.
Ya desde la dominación española contrasta la gran propiedad de los españoles
con respecto a la propiedad de los pueblos de indios que era mucho más pequeña. Y,
poco a poco, la gran propiedad de los latifundistas hispanos se fue extendiendo a costa
de las propiedades de las comunidades. Mendieta y Núñez apunta:
Sobre esta base de desigualdad, la propiedad privada de los españoles evolucionó en una forma absorbente, con detrimentos de las pequeñas comunidades indígenas. Puede decirse que la época colonial en cuestión agraria
se caracteriza por una lucha entre los grandes y pequeños propietarios, en la
cual aquellos tendían a extenderse invadiendo los dominios de los indígenas
y arrojando a éstos de los terrenos que poseían, hasta hacer que como último
refugio se encerrasen en los límites del fundo legal.38
Y el propio Mendieta agrega:
37 Navagómez, op. cit., p. 96.
38 Lucio Mendieta y Núñez. El Problema Agrario en México. Ed. Porrúa. México, 1974. p. 84.
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Esta lucha sorda, pacífica, lucha que se traducía en litigios interminables, fue
lenta pero constante; empezó en los primeros años de la Colonia y se prolongó hasta fines del siglo XIX, época en la cual la pequeña propiedad indígena
quedó definitivamente vencida.39
Esta absorción del latifundio privado hecha sobre la propiedad comunal, durante la dominación española, se hizo en contravención a lo establecido por el Derecho
Indiano que protegía las propiedades comunales de los pueblos; en este periodo el
despojo es antijurídico. Pero a partir de la independencia, y más concretamente desde el
triunfo del liberalismo, el despojo es jurídico, es decir, de acuerdo a normas de Derecho
positivo.
El liberalismo jurídico trajo a México: las leyes de desamortización; la Constitución de 1857 y aparejada a ésta una interpretación individualista del Derecho por los
tribunales; y las leyes sobre baldíos. Este Derecho privatizó la propiedad agraria, siendo
de funestas consecuencias para las comunidades indígenas y los pequeños propietarios
pobres.
El 25 de junio de 1856 se promulga la llamada Ley de Desamortización, conocida
como Ley Lerdo, cuyos principales fines, según sintetiza Genaro Ma. González, son:
Todas las fincas rústicas y urbanas que hoy tienen o administran como propietarios las corporaciones civiles o eclesiásticas de la República, se adjudicarán en propiedad de los que las tienen arrendadas, por el valor correspondiente a la renta que en la actualidad pagan, calculado como rédito al seis por
ciento anual... La misma adjudicación se hará a los que hoy tienen en censo
enfitéutico fincas rústicas o urbanas de corporación... Bajo el nombre de
corporaciones se comprenden todas las comunidades religiosas de ambos
sexos, cofradías y archicofradías, congregaciones, hermandades parroquias,
ayuntamientos, colegios, y en general, todo establecimiento o función que
tenga el carácter de duración perpetua o indefinida... Tanto las urbanas como
las rústicas que no estén arrendadas a la fecha de la publicación de esta ley,
se adjudicarán el mejor postor, en almoneda que se celebrará ante la primera
autoridad política del Partido. Desde ahora en adelante, ninguna corporación
civil o eclesiástica, cualquiera que sea su carácter, denominación u objeto,
tendrá capacidad legal para adquirir en propiedad o administrar por sí bienes raíces, con la única excepción que expresa el artículo 8º respecto de los
39 Ídem., p. 85.
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edificios destinados inmediata y directamente al servicio u objeto de la institución.40
La Ley de Desamortización, como su nombre lo indica, pretendía sacar de “manos muertas” la propiedad, con el fin de acabar con una acumulación exagerada de la
propiedad, sobre todo por parte de las comunidades eclesiásticas, y lograr así su circulación mercantil. Sin embargo, esa desamortización no sólo tocó a los bienes de la
Iglesia, sino también a los ayuntamientos y a las comunidades indígenas. La propiedad
comunal indígena fue desamortizada con iguales procedimientos y los pueblos fueron
despojados de sus antiguas propiedades.
El artículo 27 de la Constitución de 1857 elevó a carácter de Ley Fundamental
los principales postulados de la Ley de Desamortización. Díaz Soto y Gama considera
que esto constituyó el “golpe de muerte” contra el ejido, “al negar a los pueblos y comunidades, a título de ‘corporaciones civiles’, la capacidad legal para poseer y administrar por sí bienes raíces.”41
Hasta semejante extremo no llegó la Ley de Desamortización, de 25 de junio
de 1856. Ella por el contrario, garantizó expresamente en su artículo 8º la
subsistencia del ejido (o sea del terreno destinado al ganado de los vecinos
de cada pueblo), al exceptuar de la desamortización o enajenación “los edificios, ejidos y terrenos destinados exclusivamente al servicio público de las
poblaciones a que pertenezcan” (o sea los “bienes propios” de cada Ayuntamiento). Los terrenos de común repartimiento no quedaron comprendidos
en la excepción, según se ve.
La circular de 20 de agosto de 1856 confirmó y aclaró aquel precepto, al
declarar que en esa excepción de la ley mencionada quedaban incluidos “los
montes de las municipalidades en que la mayor parte de sus usos se hace directamente por los vecinos de cada municipalidad”. Pero los constituyentes
del 57 fueron más allá en su aversión a lo que ellos llamaban “bienes de manos muertas”. Declararon sin excepción alguna bienes propiedades “de mano
muerta” los terrenos comunales que los pueblos de indios venían poseyendo
y disfrutando desde los tiempos prehispánicos, o posteriormente en virtud
en virtud de las leyes dictadas por los reyes de España para sus colonias en
América. Desatendiéndose de cualquiera otra consideración de conveniencia
o de justicia, decretaron de una plumada la destrucción de instituciones que,
40 Genaro María González. Catolicismo y Revolución. Imprenta Murguía. México, 1960, pp. 143 y
144. El texto de la Ley en Legislación Indigenista…, op. cit. pp. 39-44.
41 Díaz Soto y Gama, op. cit., p. 386.
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como la del calpulli y sus equivalentes en la colonia, el fundo legal, el ejido
y los terrenos de común repartimiento, se sostenían y funcionaban desde
varias centurias atrás.
El ciego individualismo de nuestros liberales les limpió ver la necesidad que
los indios tenían de ese baluarte, de esa posesión en común, por todos los
miembros de la comunidad defendida, y en la que venían a estrellarse las
agresiones de la codicia y de la inhumanidad de la raza blanca, empeñada en
extender sus posesiones a costa de los vencidos.42
Mendieta y Núñez apunta que “una de las más funestas consecuencias de las
leyes de desamortización y del artículo 27 de la Constitución de 1857, fue, sin duda alguna, la interpretación que se les dio en el sentido de que, por virtud de sus disposiciones quedaban extinguidas las comunidades indígenas y, por consiguiente, privadas de
personalidad jurídica. Desde entonces los pueblos de indios, se vieron imposibilitados
para defender sus derechos territoriales y seguramente fue ésta una nueva causa del
problema agrario en México, puesto que favoreció al despojo en forma definitiva.”43
Como claro ejemplo de que la Suprema Corte de Justicia interpretó que las comunidades indígenas quedaban extinguidas por la Ley de Desamortización de 25 de junio
de 1856, tenemos el siguiente razonamiento del ilustre ministro Vallarta; el jurista jalisciense se pregunta si “¿las Leyes de Reforma privaron a los indígenas de la propiedad en
los terrenos que antes tenían sus hoy extinguidas comunidades, o conservan éstos algún
derecho en ellos, una vez que esos bienes hayan sido desamortizados?” Y después de
razonar y argumentar su voto con relación a un amparo solicitado por una comunidad,
concluye:
…no cabe el amparo para proteger una propiedad amortizada: no pueden
los indígenas que formaron la comunidad de Chicontepec, ni aun llamándose sociedad de agricultores y ganaderos, intentar ese recurso, contrariando todas las leyes que extinguieron la corporación perpetua, en que aun quieren
permanecer…44
La resolución de la Corte en su resolutivo 2, sostiene que la comunidad, como
tal, no puede conservar la posesión permanente de las tierras conforme a la Constitución,
42 Ídem., pp. 386-387.
43 Mendieta, op. cit., p. 130.
44 Amparo pedido por el apoderado de los indígenas de Chicontepec contra el acto del gobierno de Veracruz… etc., en Ignacio Luis Vallarta Ogazón, Votos. Cuestiones Constitucionales, Vol. 4,
Ed. Oxford, México, 2002, pág. 12. (El voto completo: pp. 1-25).
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debiéndose repartir el terreno a los particulares que les corresponda conforme a las
leyes.45
Sin personalidad jurídica, sin medios de defensa ante los tribunales, los pueblos tuvieron que conformarse con el despojo. Y cuando no lo hacían, cuando se atrevían a protestar o a rebelarse, la mano de la ley caía sobre ellos
con todo su peso. El fusilamiento, la deportación, la cárcel o el cuartel los
aguardaban, como única solución o como único epilogo. Nada hay peor que
la ley puesta al servicio de la iniquidad.46
La igualdad, la generalidad y la abstracción del Derecho Moderno quedaban definitivamente consagradas en la juridicidad individualista liberal mexicana.
Por último las Leyes de colonización y sobre baldíos de la época porfiriana, entre 1883 y 1910, vendrían a dar el paso final en la privatización de la propiedad agraria
y el consecuente despojo tanto de las comunidades de indios como de los pequeños
propietarios pobres.
Todo esto tiene íntima relación con el gran problema agrario en México, que fue
uno de los detonantes de la Revolución de 1910 y que todavía tiene enormes repercusiones hasta nuestros días, como lo demuestra la insurrección del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional (EZLN) del 1 de enero de 1994.
Continúa la plática entre el tigre de Álica y el licenciado Rivas:
– Su pelea está bien licenciado, pero búsquese otro que le ayude, sépase que yo ya tengo
un compromiso que no me deja dormir y cuando me harto de estar con los ojos pelones,
agarro mi fusil y me salgo a andar hasta que mi corazón retumba y se me seca el gaznate.
– ¿Con quién se comprometió?
– Me dice de responsabilidades y soy hombre de palabra. Fue en la mera sierra onde me
topé con los que dejaron sus casas porque los hacendados les ocuparon sus tierras. Los
amenazaron, los persiguieron y se fueron a la sierra. Tienen miedo que los perjudiquen y
por eso no bajan. Viven en cuevas y en jacales de varas, comen raíces por no hallar que
más llevarse a la boca. Son indios viejos, puños de mujeres, niños encuerados y panzones
de tantas lombrices. Un día se juntaron y fueron a verme hasta onde me escondía, a
pedirme que los encabece en la lucha de sus tierras.
45 Ídem., pp. 24-25.
46 Díaz Soto y Gama, op. cit., p. 440.
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– ¡Vaya!, no es lo mismo asaltar en caminos que pelear por tierras. Si lo hace, dejaría
de ser bandido para convertirse en caudillo. Pero considere que el ejército vendría a
atacarlos.
– Eso se sabe. Contra los pronunciados de Jesús María, mandaron tropa. Luego les
dieron indulto como si fuera de favor, pero sin regresarles lo suyo. Onde quiera hay
reclamo de tierras usurpadas. Dígame usté de tierras que los hacendados no le haigan
robado a los pueblos.
Rivas recuerda que él también es hacendado y guarda silencio.
– Los que hacen justicia no oyen al indio, sólo atienden a los que les dan dinero. Me escogieron, ¿me entiende, licenciado?, me escogieron a mí, dijeron que por ser tan conocido,
por saber mandar, por regalarles maíz cuando se podía. Se me enchinó el cuero cuando
vi sus ojos. A puras miradas me obligaron a decirles que sí. Me piensan bueno… Yo, un
bandido, se ganó la confianza. ¿Cré eso? Dije que sí, que en lo adelante se volvía justo
pelear las tierras hasta que cada uno disfrute lo suyo. No sé qué voy a ganar para ellos
ni cómo quedarán garantizadas esas familias, pero les di mi palabra de hombre… No
voy a pelear lo suyo, mi lucha será muy otra…
– ¡Será la misma! Pelee por el partido conservador y sus hombres tendrán armas y
parque para defender sus tierras. Forme ejércitos y nosotros los equiparemos. ¿Ve qué
sencillo? Los liberales no contemplan en sus planes de progreso a los indios –Insiste
Carlos Rivas.
– ¿Y los conservadores, sí?
– Bueno… no… Creo que a todos se nos ha olvidado que existen… pero si ganamos,
se abolirán las leyes liberales que tanto han perjudicado a las comunidades indígenas.
Los conservadores los tomaremos en cuenta y además, de nuestro lado defenderá la
religión.47
6. Efímero remedio: el gobierno conservador anula los despojos hechos al amparo de la Ley de Desamortización
El general Félix Zuloaga se pronunció contra la Constitución de 1857 mediante el Plan
de Tacubaya48. El presidente de la República Ignacio Comonfort, investido del cargo en
apego a la Constitución impugnada, acepta el Plan, y así el 17 de diciembre de 1857 se
47 Navagómez, op. cit., pp. 97-98.
48 Cf. Oscar Cruz Barney, La República Central de Félix Zuloaga y el Estatuto Orgánico Provisional de
la República de 1858, Ed. Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2009.
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consuma el autogolpe de Estado: se desconoce la Constitución, se reconocía a Comonfort como presidente y convocaba a un nuevo constituyente.
Sin embargo, un mes después, otro pronunciamiento desconoce a Comonfort
como presidente y puso en su lugar a Zuloaga. Comonfort renuncia, y Zuloaga asume
el cargo de presidente provisional, por el bando conservador, el 23 de enero de 1858.
Benito Juárez, por los liberales, reivindicó la vigencia de la Constitución de 1857, asumiendo la presidencia de México conforme a ella; pues, al estar vacante la presidencia,
el presidente de la Suprema Corte debía ocuparla. Comenzaba así una de las guerras
más crueles de la historia de México; “la guerra de tres años o “guerra de reforma”.
Queta Navagómez nos cuenta como se gesta un enemigo de Lozada, el despiadado liberal Antonio Rojas:
Según las leyes de Desamortización, Antonio Rojas tenía la posibilidad de adjudicarse
las tierras del Rancho de Techahua, ya que las había denunciado como bienes de manos
muertas pertenecientes al clero. Pagó una mínima cantidad por ellas y esperó la notificación de propiedad de los terrenos. Como ésta no llegaba buscó peones que araran los
fértiles suelos y se vio compensado con una abundante cosecha. Al año siguiente volvió
a sembrar.
– Ya sembraste otra vez, compadre Antonio.
¿No tienes miedo que los padrecitos te quiten tu derecho a irte al cielo por quedarte con
sus cosas…?
– Por mí, pueden chamuscar mi alma en los meros infiernos o traerme al diablo en persona. No creo en tarugadas de la iglesia ni me asustan discursos de ensotanados. De menso
suelto estas tierras. Ya pronto me las entriegan, diario espero que venga un escribano con
mis papeles, pero ese cabrón se está tardando.
– Ha de ser uno que en el pueblo preguntó por ti. Parece aguacate pellizcado por tan
prieto y de ojos verdes. ¡Pero mira la casualidá, si ahí viene!
Antonio Rojas mira hacia donde su compadre señala: un hombre flaco, alto y moreno,
de empolvada chaqueta y pantalón de paño, viene hacia ellos cargando un legajo de
papeles.
– ¿Es usted Antonio Rojas? Qué bueno que lo encuentro. Vengo a informarle que hubo
cambio presidencial. Ahora el presidente es el general Félix Zuloaga, y lo primero que
hizo fue dictar “Las Cinco Leyes” que nulifican la Ley de Desamortización.
– ¿Y eso qué chingados quiere decir? –pregunta con extrañeza Rojas.
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– Quiere decir que estas tierras pertenecían a la iglesia y a ella regresan.
– ¡Tá loco! ¡Ya las sentía mi propiedá y hasta pagué peones que sembraran…!
– No debió hacerlo en propiedades ajenas, señor. Cumplo con informarle. Firme aquí de
que está enterado –comenta secamente el hombre, entregándole algunos documentos.49
En efecto, el gobierno de Félix Zuloaga, declaró la nulidad de la Ley de Desamortización de 25 de junio de 1856 y de su reglamento; lo hizo por decretos de 28 y 29
de enero de 1858, de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Consecuentemente,
se declararon nulas y sin valor alguno las enajenaciones de los bienes que se hubieren
hecho con base en la citada Ley y su reglamento; de tal modo que las corporaciones
civiles y eclesiásticas, afectadas por la ejecución de la Ley Lerdo, quedaban en pleno dominio de sus inmuebles, como lo estaban ante la expedición de la susodicha Ley.50
Pero los conservadores, a fin de cuentas, perderán la guerra; y el proceso de
desamortización continuará.
7. La normatividad que Lozada decreta para los pueblos
Ya desde el 21 de septiembre de 1857, Manuel Lozada atacó la hacienda de Puga, al
grito de “religión y fueros”, uno de los lemas de los conservadores51; meses antes de
que comenzara, formalmente, la “guerra de tres años”. En esta confrontación, en esta
guerra civil entre liberales y conservadores, Lozada opta por estos últimos y se levanta
contra los primeros; y como dice Meyer, “ningún ejército puede contra sus tropas.”52
Los conservadores, a la postre, son derrotados por los liberales; pero este hecho
“no le resta fuerza”53 al “tigre de Álica”. En enero de 1861, Benito Juárez entra triunfante en la Ciudad de México, sellando así el triunfo de los liberadores; Lozada, a pesar
de ello, consolida su poder en lo que hoy es el Estado de Nayarit, y en los siguientes
años hará sentir más intensamente su hegemonía política y militar.
Queta Navagómez nos platica de una fiesta en homenaje a Lozada en su pueblo
natal, a principios de 1863.
49 Navagómez, op. cit., pp. 141-142.
50 Cf. Cruz, op. cit., pp. 32-33; José Luis Soberanes Fernández, “El Derecho en el Gobierno
Conservador 1858-1860”, Anuario Mexicano de Historia del Derecho III-1991, Ed. Universidad
Nacional Autónoma de México, p. 242.
51 López, op. cit., p. 129.
52 Meyer, Breve…, op. cit., p. 107.
53 Ibídem.
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El pueblo está de fiesta. Las casas de adobe lucen un blanco enjarre de cal y de las
fachadas cuelgan festones de papel. Cuadrillas de hombres revisan el empedrado de la
calle principal, que da un pequeño giro, cruza un puente remozado y sigue de largo hasta
llegar a un extremo de la explanada grande, en cuyo centro hay un kiosco. Al frente está
la iglesia con sus bardas de adobe y la puerta abierta invitando a entra a un atrio dividido en cementerio, huerta y patio, este último cubierto de enramadas. Bajo su frescura
se han colocado mesas con coloridos manteles. De la improvisada cocina salen olores a
pipián, pollo, arroz, carne asada, tortillas recién hechas y frijoles cocidos.
La iglesia, por fin concluida, muestra su única torre de la que cuelga una campana. En
el retablo de la nave principal, las imágenes de la Purísima Concepción, la virgen de
Talpa y San Luis, parecen agradecer la multitud de flores colocadas a sus plantas
............................... ...........................
Y es que toda la Villa de San Luis ha salido a recibir al general Manuel Lozada y los
invitados que trae desde Tepic. Entre aplausos pasa el caudillo escoltado por su secretario don Miguel Oceguera y los hermanos Carlos y Manuel Rivas Góngora.
.................................. ........................
– Yo, Carlos Rivas, general de brigada, comandante principal del territorio y jefe político
de Tepic, en uso de las facultades de que me hallo investido, hago saber que, en atención a
los importantes servicios que el general Manuel Lozada ha prestado deseando perpetuar
el agradecimiento que los pueblos le profesan y con el fin de honrar a los valientes hijos
de la Villa de San Luis, decreto que, a partir de hoy, 8 de enero de 1863, se le concede
a la Villa de San Luis el título de ciudad de San Luis de Lozada, cabecera del segundo distrito, que comprende los pueblos de Pochotitán, Santa María del Oro, Zapotán,
Tequepexcan y Camichín.54
Lozada considera la unión de los pueblos, una verdadera patria. Son “pueblos
que se juntaron para vivir a su conveniencia”55 Meyer dice que “Lozada peleó tercamente la posesión de la tierra y la defensa de la sociedad pueblerina concebida como
una gran familia, o como una sociedad de ‘Pueblos Unidos’, trató de unificar cada
pueblo y de establecer la concordia entre los pueblos para unificar la región alrededor
de la ciudad de Tepic.”56
54 Navagómez, op. cit., pp. 211-213.
55 Ídem., p. 213.
56 Meyer, Breve…, op. cit., p. 112.
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La legitimación que logró entre esos pueblos, le permitió a Lozada consensar
acuerdos, convenios, producir Derecho, juridicidad surgida del seno de las comunidades para mantener la cohesión entre ellas. Y esa misma legitimidad le da fuerza al
propio Lozada, para dictar normas. Esto último así lo narra Navagómez:
El General olvidó decir algo muy importante y vuelve a tomar la palabra:
– Es claro que los pueblos deben cuidarse uno al otro. Por lo mismo, se hace muy necesario imponer leyes que aprevengan los vicios. Los bandidos atrasan a las comunidades y
ya no queremos que los pueblos consientan rateros ni matones. Por eso les aprevengo que
se idea una ley que les quite a esos la esperanza de que sus daños queden sin castigo, lo
mismo al que sepa que alguno cometió delitos y no lo denuncie, como a autoridades que
reciban denuncio y no detengan al culpable. Habrá juicios en consejo de guerra en las
ocho cabeceras del territorio.57
Y las leyes de Lozada se publican y se cumplen:
Vas preocupado, Ventura López. Creías que sólo te iban metiendo susto, pero caes en
cuenta de que no. Traes las manos amarradas al frente, te llevan jalando de la cabeza de
la silla de un caballo zaino. Maldito animal que te jalonea cuando quieres atrancarte.
Pos… ¿qué de veras es cierto que se aplica esa ley?, preguntaste hace rato y uno de los
hombres que te llevan volteó a verte con los ojos burlones y meneó la cabeza diciendo que
sí… Pos… ¿qué de veras…? Sigues preguntando en voz baja.
........................................................
Sí, tú oíste mentar esa ley que el general Lozada sacó para castigar a los ladrones y asesinos, fue merito el diez de julio, en la mañana, te acuerdas porque esa noche hiciste una
fiesta que deslucieron los aguaceros. El General ordenó que esa ley se pegara en todos
lados, para que los pueblos se enteraran. La fueron a clavar en los robles de la entrada,
también a un lado de la iglesia de Garabatos, tu pueblo. La escuchaste, Ventura López.
La clavaron y la leyeron en voz alta. No recuerdas todo lo que decía, pero sí que hay
pena de muerte para asesinos, ladrones y cómplices. “Dios y orden”, dijeron al acabar.
Te acercaste a ver de cerca la firma de El General.58
57 Navagómez, op. cit., p. 216.
58 Ídem., pp. 219-220.
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8. “Nuestra patria queda en Álica”. Lozada: ante la intervención francesa y el
Segundo Imperio
Manuel Lozada se alía a los conservadores que han llamado a los franceses, en 1862.
Al establecerse el Segundo Imperio, con la llegada del emperador Maximiliano, Lozada
lucha al lado de los imperiales. No concebía que él pudiera luchar al lado de los liberales que habían ido en contra de la tierra y de la dignidad de los pueblos; había dicho:
“Nuestra patria queda en Álica y allí no dejamos que entre nadie.”59
Además, en necesario recordar, que Maximiliano, aunque liberal y extranjero, tenía una visión más certera sobre los problemas del campo en México y las necesidades
de los pueblos indígenas, que aquella que tenían la mayoría de los liberales mexicanos.
8.1. Leyes indigenistas del Segundo Imperio (1864-1867)
Dentro de la legislación imperial destaca lo que se refiere a la normatividad indigenista,
compuesta por una serie de leyes y decretos proteccionistas en cierto sentido análogos
al derecho novohispano, y que son producto de la preocupación de Maximiliano por el
mejoramiento del estatus jurídico y económico del indígena.
Ya hemos visto que el liberalismo mexicano del siglo XIX parte del planteamiento de igualdad de todos los miembros de la sociedad y propicia la libertad irrestricta.
Establece, jurídicamente, la igualdad formal, dentro de una desigualdad real; lo que
provoca grandes injusticias.
El Emperador, advenedizo, fuereño y usurpador, capta más ampliamente
este aspecto del contexto nacional (con una perspicacia de que careció para
vislumbrar otras situaciones), no tarda en reparar en las evidentes desigualdades que separan a los indios del resto de la población, y ante este estado de
cosas, adopta una actitud de simpatía y proteccionismo hacia esos sectores
aún marginados. Su política rebasa los límites del liberalismo, para entrar en
posturas de eminente contenido social en donde el interés de la comunidad
prepondera sobre el interés individual”.60
La legislación61 dada en materia agraria por Maximiliano es la siguiente:
59 Ídem., p. 240.
60 Ángel Barroso Díaz, “El Indigenismo Legislativo de Maximiliano”, en Jurídica. Anuario del
Departamento de Derecho de la Universidad Iberoamericana Nº 13 Tomo I. México, 1981. p. 258.
61 Cf. Legislación Indigenista… op. cit., pp. 69-77.
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a) Ley para dirimir las diferencias sobre tierras y aguas entre los pueblos del 1 de noviembre de 1865. Tiene como objeto, como su nombre lo indica, terminar con los conflictos
ancestrales sobre tierras y aguas.
b) Ley sobre terrenos de comunidad y repartimiento. El objeto de esta ley es lograr una
gran clase media de terratenientes, esto es de pequeños propietarios privados. En esta
ley aparece el Maximiliano proteccionista, pero liberal.
En virtud de este ordenamiento, todas las tierras de comunidad y repartimiento propiedad de los pueblos, eran cedidas por el Emperador de manera
plena a los habitantes de esas poblaciones. Es decir, que los poseedores de
estos bienes adquirían el dominio pleno sobre esos terrenos en virtud de
esta cesión gratuita del Emperador. Al efecto, los terrenos comunales debían fraccionarse, quedando adjudicados en propiedad a los vecinos de las
comunidades propietarias de esas tierras; además, se establecía un orden de
preferencia para poder ser acreedor a esta adjudicación, mencionándose en
orden de prelación los pobres casados y con familia, los pobres casados y sin
familia, los pobres solteros, y finalmente los ricos, prefiriéndose en este caso
a los casados y con familia, sobre los solteros o sin familia.62
Dentro de estos bienes que serían cedidos se incluyen los nacionalizados a la
Iglesia. El emperador de México Maximiliano de Habsburgo, lejos de lo que podría
pensarse, no mantuvo buenas relaciones con la jerarquía eclesiástica mexicana, pues
ratificó la nacionalización de los bienes del clero decretada por Juárez, esto con el propósito de vencerla como poder civil.
En realidad el gobierno imperial constituyó una tercera Reforma. Y por esa razón nunca logró tampoco el Patronato ni firmar concordato alguno con al Iglesia, esto
a pesar de sus gestiones con el Papa Pío IX.
Volviendo a la ley agraria que comentamos, debemos decir que en el reparto de
tierras no debían estar implicadas las de uso común del pueblo.
Como quería evitarse el latifundio, no podía enajenarse la tierra a quien ya tuviera.
c) Decreto sobre el fundo legal, de 16 de septiembre de 1866. Es un texto bilingüe en
español y náhuatl.
Su objeto es dotar a las comunidades que carecían de fundo legal o ejido. La
dotación podía ser de tierra cercana a la propia comunidad o donde hubiere.
d) Se van a dar, además, dos decretos expropiatorios de tierras ociosas para fraccionar y colonizar.
62 Barroso, op. cit., p. 271.
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Cuando los franceses se van, Lozada se proclama neutral. A la muerte de Maximiliano, restaurada la República, “Lozada establece su paz con el presidente Benito
Juárez”63
9. Reparto de tierras y defensa de las comunidades
La fuerza política y militar de Lozada, avalada con la legitimación que le daba el consenso de los pueblos, fue enorme. Meyer le llama “el reino de Manuel Lozada”64, que
va de 1857 a 1873. En ese periodo recupera mucha tierra que era propiedad originaria
de las comunidades. Esa recuperación la lleva a cabo ocupando esas tierras que estaban
en posesión de las haciendas usurpadoras. Siempre intentó Lozada legalizar plenamente la reivindicación de las tierras de los pueblos, con los títulos antiguos, mediciones y
procedimientos judiciales.
Mi parecer –dijo– es que los pueblos entren en posesión de los terrenos que
justamente le pertenecen con arreglo a sus títulos para que se convenzan el
gobierno y los demás pueblos del país que, si se dio un paso violento, no fue
para usurpar lo ajeno, sino para recobrar la propiedad usurpada, de manera
que el fin justifica a los medios.65
Lozada gobernaba a los pueblos nayaritas, como una nación separada. Esos
pueblos se reunían en asambleas y allí tomaban los acuerdos importantes de su política
y de su organización militar.66
Trabajando así, Lozada fue capaz de devolver a los pueblos de Acaponeta,
Mezcaltitán, Tuxpan, Sentispac, Santiago Ixcuintla, Atonalisco, San Andrés,
Pochotitán, Guajimic, Mecatlán, Tepic, San Luis, Jalisco, Zoquiapan, Ixtapa,
Compostela, Tequepespan, Hostotipaquillo, Jomulco y otros al sur del río
Santiago, las tierras que habían litigado en el siglo XVIII y perdido entre 1800
y 1860 “ejecutando (dice el gobernador Vallarta en 1873) la más escandalosa
y arbitraria expropiación territorial”.67
El tigre de Álica pudo hacer esto, porque como dice Jean Meyer
63 Meyer, Breve…, op. cit., p. 107.
64 Ídem., p. 111.
65 Citado por Meyer, Breve historia…, op. cit., p. 112.
66 Cf. Meyer, Esperando…, op. cit., p. 233.
67 Meyer, Esperando…, op. cit., p. 233.
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Lozada supo utilizar a los serranos para movilizar a los campesinos abajeños
dependientes de las haciendas. Las tribus guerreras no habían perdido sus
tierras, pero según en su modo de vivir antiguo y habían recobrado su independencia con el fin de las misiones; por otra parte, a mucha gente de abajo
les hubiera gustado recobrar sus tierras; pero no sabían si podían pelearlas.
Lozada, con sus serranos, les enseñó cómo, y por eso tuvo tanta fuerza.
Sin embargo, tenía una seria debilidad: tanto los serranos como los pueblos
estaban tradicionalmente divididos entre sí, y su unión fue excepcional durante esos 20 años. Con todo, coras y huicholes fueron los últimos fieles a
Lozada.68
Nos cuenta Queta:
Pero Manuel Lozada no duerme, sigue pensando en que si no legaliza rápido las tierras
que ha repartido, en cuanto él muera se las arrebatarán los enemigos. Le angustia que
la enfermedad no le permita realizar muchas de sus actividades. Cada vez más fuerte
la convicción de que morirá pronto y no quiere dejar a los pueblos inermes frente a la
codicia de los poderosos.
................................... .......................
Muchos de sus hombres de tropa cuentan con terrenos para siembra, pero considera que
debe confiscar y repartir apegado a las leyes, para que los antiguos dueños no puedan
reclamar después.
Ha pensado crear un comité de estudios y deslinde de tierras, con jueces que avalen la
legalidad de los trámites, con testigos que den fe del reconocimiento. Una comisión que
revise los papeles de propiedad y de acuerdo a ellos marque los límites verdaderos de las
haciendas. Urge colocar mojoneras enormes, piedras pintadas de cal que permitan límites
visibles. Deberá hacerlo ahora que los pueblos del Nayarit gozan de paz.69
10. Fin del “reino” del tigre de Álica
Dice Meyer que el “reino de Lozada” duró quince años.70 Al morir Juárez y asumir
la presidencia Sebastián Lerdo de Tejeda; estando consolidado el “Distrito Militar”
68 Meyer, Breve…, op. cit., p. 113.
69 Navagómez, op. cit., pp. 274-275.
70 Meyer, Esperando… op. cit., p. 233.
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de Nayarit, quedando así fuera de la dominación de Jalisco; al cambiar, también, las
condiciones políticas locales; todo esto hace que disminuya el poder de Lozada. Los
generales liberales seguían siendo sus grandes enemigos y a la “gente decente” de Tepic
no le servía más el bandido enemigo de la Hacienda. Todo esto se combina, y el “tigre
de Álica” es, por fin, derrotado.
Cuando Manuel Lozada se dio cuenta de que la cosa venía en serio, optó por
jugársela y tomó la delantera. Juntó 6000 hombres y se lanzó a la conquista
de Jalisco. Por poco y le resultó el golpe: en unos días de marcha forzada sus
bandas salieron de Tepic, cruzaron las barrancas y tomaron Tequila, Etzatlán
y la Magdalena. En la Mojonera, o sea a unas horas a pie de Guadalajara, el
general Ramón Corona cerró a duras penas el paso al ejército de Lozada,
que se desbandó. Después, lenta y prudentemente, el ejército federal pasó a
la ofensiva, que duro seis meses, hasta la captura y fusilamiento de Lozada,
en la Loma de los Metates, lugar situado junto a Tepic. Antes de recibir la
descarga dijo: “Soldados, vais a presenciar mi muerte que ha sido mandada
por el gobierno y que así lo habrá querido Dios; no me arrepiento de lo que
he hecho. Mi intención era procurar el bien de los pueblos. Adiós Distrito de
Tepic. ¡Muero como hombre!” Tenía 45 años.71
11. Colofón
Jean Meyer, en las obras que dedica al estudio del tigre de Álica, narra sobre su fascinación por Manuel Lozada. Por mi parte, debo confesar, que he conocido a Lozada hasta
que recién he leído la preciosa novela de Queta Navagómez. Y el tigre de Álica, también
me ha impactado.
La lucha social de Manuel Lozada es muy importante. Es un precursor de la
reforma agraria, actuando en la primera mitad de los últimos cincuenta años del siglo
XIX, reaccionando contra las políticas y leyes liberales que despojaron a pueblos y
comunidades de sus tierras. Pero es más que un militante agrarista, ya que defiende
también la dignidad y vida comunitaria de los pueblos, claves para el mantenimiento
del tejido social y la cultura.
La reivindicación de los recursos (tierra, agua, semillas), la recuperación de la
dignidad y de la vida comunitaria de los pueblos, hoy, en México, es de viva actualidad.
Creo que lleva razón Javier Sicilia cuando dice que: “Hoy más que nunca urge repensar
y refundar el Estado desde las vidas comunitarias de las regiones.”72
71 Meyer, Breve… op. cit., p. 113.
72 Javier Sicilia, “San Juan Copala y el Estado fallido”, en Proceso 1770, México, 3 de octubre
de 2010, p. 54.
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