San Felipe Neri - Brides of the Victorious Lamb

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San Felipe Neri
Feria – 26 de mayo
Sacerdote, Reformador, Confesor
“El Santo Gracioso”
~ Apóstol de Roma ~
“¿Cuándo, por fin, comenzaremos a amar a Dios?”
Felipe nació en el 1515, uno de cuatro hijos. Su madre murió siendo Felipe muy niño todavía.
Felipe se conocía por ser muy alegre y se le conocía en italiano como el “Pippo buono,” o “el
pequeño y bueno Felipe.”
Esta alegría del alma duró toda su vida. De hecho, años después de su muerte, cuando el poeta
Goethe oyó hablar de Felipe, le fascinaron las historias de este hombre buen humorado, que
logró mucho con su sencillez. Decidió investigar cuidadosamente los documentos sobre el santo
y entrevistar a todo el que pudiera encontrar que hubiese conocido algo de Felipe. Ya satisfecho
de conocer lo que se supiera de Felipe, escribió un hermoso ensayo titulado, “El santo buen
humorado”.
Algunos de los relatos nos ayudan a entender el porque ese título le cae hasta hoy día. Felipe
prefería la mortificación spiritual a la física. Cuando algún penitente le pedía permiso para usar
una camisa de pelo como penitencia, Felipe le daba el permiso, solamente si la usaba por fuera
de su ropa.
La vida de Felipe fue poco convencional en todos los aspectos. Vivió, lo que sus biógrafos
llamaron el “evangelismo radical”. Aunque fue un excelente estudiante, se salió de la escuela y
vendió todo excepto algunos pocos libros, de aparente impulso. Pero fue algo totalmente
diferente. Siendo todavía seglar, se fue inmediatamente hacia Roma para evangelizar la ciudad.
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Esto puede aparentar ser verdaderamente extraño, si no consideramos el hecho de que Felipe
vivió durante el tiempo de la reforma protestante. El fue contemporáneo de Lutero durante el
tiempo en que el sacerdocio y la jerarquía de la Iglesia había caído en desorden y donde se había
apoderado un secularismo mundano. Aquellos escogidos para el episcopado eran los príncipes
de estado y no hombres de fe.
Felipe se dio cuenta de la necesidad de buena y auténtica dirección spiritual. El la proveyó de la
mejor manera – con su buen ejemplo – escogiendo la pobreza sobre las posesiones, caridad sobre
el prestigio y la obediencia sobre el poder. Felipe fue un reformador, pero no de la manera en
que pensamos sobre reformadores. Según San Juan Neumann, que escribió extensamente sobre
él, Felipe nunca criticó a los de la jerarquía eclesiástica. En vez, su vida de santidad y sencillez,
por su insistencia al regreso a la obediencia a la Palabra Viva de Dios y la tradición de los Padres
del Desierto, enseñó en silencio y por su ejemplo de alegre.
Felipe era un líder natural. De verdad que era alegre y buen humorado, bueno de corazón, y
tenía la habilidad innata de hacer relucir lo mejor en otros. Debido a esto, la gente se sentía
traída hacia él, de todas las partes de Europa y de todos los estratos de la sociedad. De los más
jóvenes a los mayores, de los más santos hasta el picador más empedernido, del más rico al más
pobre, todos querían estar cerca de él. Y cuando se iban, dejaban atrás su búsqueda de riquezas,
Gloria, ambición, su tristeza o vergüenza, para abrazar en vez, vidas de pobreza, castidad y
obediencia humilde. Se le ha llamado a su ministerio, el apostolado de las relaciones personales.
Conocimiento de su santa caridad se regó por todas partes. Y si hay un don que brilla más en la
vida de Felipe, es el gozo – la señal imprescindible de la presencia del Espíritu Santo. Cuando le
preguntaban cómo orar, su contestación era,
“Se humilde y obediente y el Espíritu Santo te enseñará”.
Siendo todavía seglar, Felipe fundó un instituto done los jóvenes se podían reunir, orar y cantar
himnos, discutir sobre la doctrina católica y la vida de los santos y donde podían hablar con
libertad sobre el Señor. Con su talento natural de enseñanza, Felipe usó las Sagradas Escrituras
para estimular la oración mental y la contemplación como diálogo con el Señor. Un biógrafo nos
dice que Felipe formó apologistas contemplativos, que pudieran mantenerse firmes contra los
ataques y acusaciones de creencias divisivas.
En la víspera de Pentecostés, 1544, mientras Felipe oraba, vio frente a él, un globo de fuego.
Esta esfera flamante, entró por su boca y llenó su corazón de tal manera que sintió que su
corazón se expandía. Se dio cuenta que estaba experimentando el inmenso amor de Dios, que le
causó gritar,
“¡Suficiente, suficiente ya Señor, no puedo aguantar ya más!”
Desde ese instante, hubo un inflamiento sobre su corazón, que siempre se podía palpar, pero que
no le causaba ningún dolor.
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Felipe recibió la bendición de tener un buen confesor, el Padre Persiano Rossa, quien lo
convenció ser sacerdote y el 23 de mayo de 1551, Felipe fue ordenado sacerdote. Juntos
comenzaron una confraternidad de pobres laicos, que se reunían para ejercicios espirituales. Los
números de personas, especialmente los jóvenes que venían al Oratorio para reunirse con los
miembros de la confraternidad, creció rápidamente. Felipe les daba a todos el mismo consejo: la
confesión frecuente, oración mental diaria, dirección espiritual y la práctica de la devoción de las
Cuarenta horas. La confraternidad comenzó a trabajar en hospitales, con los enfermos, los
moribundos y lo peregrinos que visitaban a Roma. Establecieron el hospital la Santa Trinita, que
cuidaba de miles de personas cada año.
Frecuentemente, Felipe hablaba de viajar a la India como misionero porque se sintió inspirado
por la obra de San Francisco Javier y porque había estudiado los escritos de San Ignacio – otro
contemporáneo, que vivía no muy lejos de él. Pero su confesor lo ayudó a darse cuenta que su
campo de misión ya había venido a él – recordándole el gran número de personas que lo
buscaban para confesarse y para que los instruyera. Hasta miembros del colegio de cardenales
venían donde él para pedir consejo. Sin haberlo planeado, se formó la base de una nueva
comunidad – la Congregación de los Sacerdotes del Oratorio. Frecuentemente, Felipe retaba a
los que venían donde él diciéndoles:
“¿Cuándo comenzaremos por fin a amar a Dios?”
A pesar de que era una persona extremadamente humilde, convencido de sus propias debilidades
y pecados, Felipe no poda esconder sus extraordinarios dones o su santidad. Al igual que San
Juan Vianney y Padre Pío, se le formaban largas filas en el confesionario todos los días. Felipe
les recordaba a los penitentes pecados que habían olvidado o que temían confesar. Igual que la
recuento de la mujer en el pozo en el Evangelio, una verdadera transformación ocurría. El
penitente al enfrentarse con Jesucristo, cara a cara en la persona de Felipe Neri, salían del
confesionario y corrían a decirles a otros: “El me dijo todo lo que hice”.
Se puede decir que Felipe experimentaba éxtasis. Vivía casi siempre en un estado de gozo
celestial. A veces no podía cumplir con sus obligaciones porque se perdía en la contemplación
mientras celebraba la Misa, a veces hasta levitando. Para evitar llamar la atención por estos
dones, Felipe dejó de decir Misa en público, pero frecuentemente ofrecía Misa privada en su
propia habitación. Aquellos que lo veían, decían que su cara resplandecía con un brillo celestial.
Hay recuentos numerosos de milagros que ocurrieron por sus manos – levantó a los muertos,
curó a los incurables, sanaba a los heridos, alimentaba a cientos con un poco de pan y otras cosas
más. Cuando estas cosas ocurrían, Felipe se reía y las explicaba como un fenómeno natural. Su
disposición alegre, su buen humor y lo divertido que era, ocultaban la profundidad de su santidad
y permitían un acercamiento posible para todos.
El 25 de mayo del 1595, en la Fiesta de Corpus Christi, Felipe estaba de su usual buen humor, y
aun así sus biógrafos nos dicen, que sabía que su muerte se acercaba rápidamente. Pasó el día
como de usual, escuchando confesiones, enseñando, dando dirección spiritual y reuniéndose con
aquellos que venían por su ayuda. Pero antes de retirarse a la cama le dijo a los que lo rodeaban:
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“Finalmente, tenemos que morir”.
La muerte de Felipe pasó como un paso natural de un momento al otro – como el adelanto
natural de esta vida al Reino Celestial de Dios. Durante la noche, los Padres en la casa, fueron
llamados al lado de su cama. Mientras moría, en sus últimos momentos, no pudiendo hablar,
Felipe levantó su mano, los bendijo y entró en ese lugar de gozo completo y de unión
permanente, con lo cual ya se había familiarizado y acostumbrado durante su vida. .
“…pidan y recibirán, para que vuestro gozo sea completo”.
(Juan 16, 24)
Seis años más tarde, en el 1615, fue beatificado por el Papa Pablo V y en 1622 fue canonizado
por el Papa Gregorio XV. Fue conocido en vida y después de muerto como el “Apóstol de
Roma”.
San Felipe Neri, ¡ora por nosotros, obtén por nosotros, la gracia de un alma alegre!
Referencias
“Lives of Saints”, Published by John J. Crawley & Co., Inc.
The Fire of Joy, Paul Turks of the Oratory. T & T Clark, Ltd, 1995
The Roman Socrates — A Portrait of Saint Philip.,Louis Bouyer of the Oratory,
Trans. by Michael Day. Westminster, Maryland, the Newman Press, 1958.
The Mission of Saint Philip II, 7. John Henry Newman, Cardinal
The Mission of Saint Philip Neri,John Henry Newman
St. Philip Neri and the Priesthood, HHR article, Rev. Frederick L. Miller.
www.catholicculture.org, 2008
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