1 Luis Armenta Malpica Voluntad de la luz BIBLIOTECA DIGITAL DE AQUILES JULIÁN Biblioteca Digital Muestrario de Poesía 61 1 Coeditores: MÉXICO Fernando Ruiz Granados José Solórzano José Eugenio Sánchez ARGENTINA Mario Alberto Manuel Vásquez Francisco A. Chiroleu Patricia del Carmen Oroño Ángel Balzarino Fernando Sorrentino Claudia Martin Trazar ESTADOS UNIDOS José Acosta Aníbal Rosario José Alejandro Peña César Sánchez Beras ESPAÑA Henriette Wiese Giulia De Sarlo María Caballero Elena Guichot Teresa Sánchez Carmona Losu Moracho Rocío Parada 2 Voluntad de la luz Luis Armenta Malpica, México Edición Digital Gratuita distribuida por Internet Muestrario de Poesía 61 HONDURAS Dardo Justino Rodríguez VENEZUELA Milagros Hernández Chiliberti Tony Rivera Chávez URUGUAY Marta de Arévalo APLA Uruguay COLOMBIA Editor: Aquiles Julián, República Dominicana. Primera edición: Junio 2010 Santo Domingo, República Dominicana Ernesto Franco Gómez Julio Cuervo Escobar PERU Luis Daniel Gutiérrez Nicolás Hidrogo Navarro Juan C. Paredes Azañero REPÚBLICA DOMINICANA Ernesto Franco Gómez Eduardo Gautreau de Windt Félix Villalona Ángela Yanet Ferreira Cándida Figuereo Enrique Eusebio Julio Enrique Ledenborg Vaugn González Efraím Castillo Oscar Holguín-Veras Tabar Edgar Omar Ramírez Carmen Rosa Estrada Roberto Adames Valentín Amaro Alexis Méndez Juan Freddy Armando Sélvido Candelaria NICARAGUA Radhamés Reyes-Vásquez CHILE Claudio Vidal Eliana Segura Vega Astrid Fugellie Gezan SUIZA Ulises Varsovia HOLANDA Muestrario de Poesía es una colección digital gratuita que se envía por la Internet y se dedica a promocionar la obra poética de los grandes creadores, difundiéndola y fomentando nuevos lectores para ella. Los derechos de autor de cada libro pertenecen a quienes han escrito los textos publicados o sus herederos, así como a los traductores y quienes calzan con su firma los artículos. Agradecemos la benevolencia de permitirnos reproducir estos textos para promover e interesar a un mayor número de lectores en la riqueza de la obra del autor al que homenajeamos en la edición. Este e-libro es cortesía de: Libros de Regalo EDITORA DIGITAL GRATUITA Pablo Garrido Bravo PUERTO RICO Mairym Cruz-Bernal Escríbenos al e-mail [email protected] ECUADOR Anace Blum EL SALVADOR Manuel Sigarán COSTA RICA Ramón Mena Moya 2 3 Contenido Este libro o el ejercicio del poder propio / Aquiles Julián 6 Todo a partir de un grano /presentación por Luis Vicente de Aguinaga 9 Prólogo El pez inmerso 14 15 Cenizas de agua y pez Excavación del aire Revelación de la migala Las tablas de Poseidón Fundaciones del pez Invocación a malagua Meditación 18 19 21 23 25 28 31 Meridianos del alba Primera liturgia Confirmación del grano Trayectoria del pez Augurios de la sal Inaugural Aguafuegos del pez Cuando la sed sea Ulises Meridiano del alba 32 33 36 39 48 54 55 58 60 El breve sur Voluntad de la luz El breve sur 64 65 70 Epílogo Ciudad de mar interno 77 78 El cuerpo vulnerable La transformación de la poesía / Mariel Iribe Zenil Luis Armenta Malpica / biografía 94 87 90 3 4 Primera edición: agosto de 1996 Literalia editores y Mantis editores Primera edición digital: junio 2010 Muestrario de Poesía editores. Mención honorífica en el Premio nacional de poesía Hugo Gutiérrez Vega, 1993 Premio nacional de poesía Clemencia Isaura, 1996 Expremio nacional de poesía Aguascalientes, 1996 4 5 a mi bisabuela Florentina, in memoriam 5 6 Este libro o el ejercicio del poder propio Por Aquiles Julián Más de una vez he expresado mi agradecimiento a ese admirable poeta, querido amigo y generoso cómplice que es Alexis Gómez Rosa, nuestro Premio Nacional de Poesía “Salomé Ureña de Henríquez” 2010, pues por su vía he trabado conocimiento y amistad con valiosísimos poetas y escritores latinoamericanos, como Floriano Martins, brasileño, y Fernando Ruiz Granados, mexicano. Con Fernando Ruiz Granados mantengo un flujo regular de comunicación, vía esta maravilla de la tecnología que es la Internet, uno de los recursos más prodigiosos inventado por el hombre, de todas las maravillas que el talento, la inteligencia y la acuciosa disciplina e inventiva humanas han parido, un recurso que está cambiando al mundo a ojos vista. Con él colaboramos en la publicación digital de su libro Jardín de Piedra (Muestrario de poesía 50), poemario de singular maestría. Y convenimos en colaborar en este proyecto de libros digitales. Suelen los escritores suplicar o reclamar la atención del Estado y los gobiernos hacia la literatura y sus oficiantes. No conozco ningún tipo de apoyo que no implique o se sostenga sobre compromisos aberrantes. Nada hay como el poder político para evidenciar la bestia interna agazapada. Pero todos tenemos un cierto grado de poder propio, que la Internet ha potencializado. Así, sin intervención alguna de Estado o gobierno, sin subsidios, sin aportes, sin apoyo oficial o privado, sin anuncios, sin respaldo alguno, simplemente por amor a la literatura, por interés en honrar a sus creadores y compartir su la riqueza de sus textos, inicié estas modestas colecciones digitales y sólo Muestrario de Poesía ya alcanza en este número el 61 y es un valioso recurso para talleres literarios, escuelas, universidades, docentes y estudiantes de literatura, que seguiré ampliando, sobre todo cuando cuento con la colaboración de brillantes amigos como Fernando Ruiz Granados, Fernando Sorrentino, Ángel Balzarino, Efraím Castillo, Alexis Gómez y tantos otros, ahora en casi 20 países. Es un poder modesto, pero vale la pena ejercerlo. 6 7 Ya sabemos, como un brillantísimo poema de Heberto Padilla (Muestrario de Poesía 25) que le ocasionó a su autor un mes de torturas y amenazas en las ergástulas de la Seguridad castrista titulado En tiempos difíciles lo transmite con singular maestría, que el Estado totalitario exige del escritor todo: sumisión, complicidad, incondicionalidad. Todo fermento crítico, toda discrepancia, todo tiene que subordinarse a lo que la burrocracia cultural, los comisarios emborrachados de poder, disponga. Como en el cuento La mancha indeleble de Juan Bosch quedó claramente expuesto, el precio es renunciar a pensar, desprenderse de la propia cabeza. Y el riesgo de resistir en muchas ocasiones es el de que le arranquen a uno la cabeza. Por el otro lado, el Estado que llamamos más como aspiración que como realidad “democrático” ve al escritor como una incómoda e inútil presencia al que lo mejor que se hace es ocasionalmente halagarle el ego para mantenerlo calmado. Se le margina y se le soporta, pero no más de ahí. Ahora bien, yo prefiero ser marginado que encarcelado o sometido por la fuerza. Que no se me tome en cuenta a que me obliguen a ser un escritor juche o a escenificar un espectáculo tristísimo como forzaron a Padilla en 1971. Este modelo social, que sólo toma en cuenta al escritor para presumir de que “apoya la cultura”, que lo soporta pero que no se lo traga, por lo menos no le reprime su opinión discrepante y le permite actuar con cierta independencia y autonomía. Y desde este modelo social uno puede ejercer su mínimo, limitado, precario poder personal, aunque eso implique ediciones autofinanciadas, actividades minoritarias, una vida excéntrica o marginal, que a muchos deprime (ya sabemos que los egos de los escritores y artistas son desproporcionadamente gigantes y nos creemos merecedores de una principalía que se nos escatima). Tenemos opciones a nuestro alcance, pero la gran literatura y la mínima literatura, el gran arte y el diminuto, la vida intelectual requieren el oxígeno de la libertad. De ahí que, en situaciones en que al escritor y al artista le asfixian, le quitan ese oxígeno que daban por sentado, actúan insensatamente, temerariamente, desafiando al Poder y padeciendo las consecuencias derivadas de sus actos. Escriben poemas como el de Mandelstam contra Stalin o libros como Fuera de Juego de Padilla y, cuando no, se suicidan como Maiakovsky. El gran poeta Rafael Cadenas (Muestrario de Poesía 51) nos alecciona a defender estas democracias mediocres. Desde ellas podemos hacer mucho, podemos hacer más: podemos pensar, discrepar, increpar, inculpar, cantar e 7 8 inventar y compartir libros digitales. Así, sin que nos constriñan más allá de lo soportable, podemos congregarnos alrededor de la flama que la palabra hace que arda y calentar nuestros huesos. Ejercer el asombro y felicitarnos por encontrar la joya inesperada de un poema o un cuento que expande nuestra vida, ante la mirada entre compasiva y condescendiente del mundo bienpensante que no entiende cómo personas aparentemente talentosas e inteligentes pierden su tiempo en estas vainas. Sólo necesitamos un poco de tolerancia, un poco de respeto. Porque tenemos un poder propio, el poder que cada individuo posee de ejercer su individualidad, de escoger, de elegir. Y hoy como nunca este poder se ve fortalecido por las inmensas posibilidades que la sociedad de la información nos facilita. La difusión y el intercambio digital de contenidos hacen asequible a vastas minorías estos artefactos del talento humano que son los libros de imaginación. Y cuando personas como Fernando Ruiz Granados, Efraím Castillo, Alexis Gómez, Fernando Sorrentino, Ángel Balzarino y muchísimos más cooperan con un modesto editor digital que hace de tripas corazón para divulgar la literatura aprovechando lo que la Internet permite, entonces vemos que se puede hacer y lograr más de lo que se piensa. No es que los apoyos se rechacen, es que entendamos que si no aparecen, eso no nos detenga: con un poco de buena voluntad y acción desinteresada se pueden hacer muchas cosas. Este libro es una muestra. Fernando Ruiz Granados me lo envió para amplificar la soberbia poesía de Luis Armenta Malpica, poeta y editor mexicano, más allá de las extremadamente limitadas posibilidades del libro físico. Espero que todos los colaboradores de esta colección no sólo lo disfruten sino también lo compartan y hagamos que este libro, que todos los libros que enviamos, que cualquier libro digital que nos llegue, se divulgue generosamente, le hagamos cumplir su rol de enlace, de vínculo, de puente fraterno. Gracias, Fernando y gracias Luis por este regalo, muestra de que simplemente tenemos que ejercer el pequeño poder del que disponemos. 8 9 Todo a partir de un grano: Voluntad de la luz Por Luis Vicente de Aguinaga “La poesía no narra: sueña”, según recientes declaraciones de Luis Armenta Malpica.1 Lacónica profesión de fe que, sin embargo, debe comprenderse como el planteamiento de un verdadero problema tratándose del poeta nacido en 1961. Y es que Voluntad de la luz, poemario inicial de un grupo de al menos diez que Armenta publicara en otros tantos años —los diez que transcurrieron entre la primera edición del referido poemario, en 1996, y esta nueva edición en la colección La Centena, en 2006—, aparentemente puede ser leído como un libro de poesía narrativa.2 Tal apariencia encuentra su razón de ser, ya que no su justificación, en el hecho de que Armenta, en Voluntad de la luz, emite y ordena sus palabras acogiéndose desde un principio a un modelo arcaico, en el sentido más noble de la expresión: el poema cosmogónico. Éste, por su parte, figura —en el imaginario de la especie humana— tan lejos o, si se prefiere, tan cerca del relato como del cantar lírico, equidistante de la ficción y la canción. En este orden de cosas, lo más normal parecería dar por sentado que, al acogerse al poema cosmogónico, el poeta contemporáneo se acoge también al ritmo y a la estructura sucesiva de la narración. Por ello, de buenas a primeras, resulta conflictivo que Armenta declare que la poesía, más que narrar, sueña. Dado lo anterior, vale la pena remitirse al poema cosmogónico por excelencia de la tradición judeocristiana. Me refiero, naturalmente, a los once capítulos iniciales del Génesis, que constituyen la parte liminar de dicho libro. Del “principio” mencionado en el primer versículo, el de la Creación en sentido estricto, a la emigración rumbo a Palestina de Abram (el posterior Abraham) desde su tierra natal, Ur, el Génesis va presentando por etapas la disipación del nebuloso vacío primigenio, la separación del cielo y las aguas y la tierra, el brote de la hierba y los árboles frutales, la invención del hombre y la mujer, la vida en 1 Luis Armenta Malpica, “Cartas de navegación para una ciudad terrestre”, en Rogelio Guedea y Jair Cortés (compiladores), A contraluz. Poéticas y reflexiones de la poesía mexicana reciente, México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2005, p. 167. 2 Luis Armenta Malpica, Voluntad de la luz, México: Verdehalago / Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, col. La Centena, nueva edición, 2006, 99 pp. 9 10 el Paraíso terrenal, la Caída y la expulsión subsiguiente, la rivalidad entre los hermanos, el asentamiento en ciudades, el Diluvio y, tras la inundación, el “pacto con la tierra” o alianza de Dios con los hombres, la confusión de las lenguas y, en síntesis, el origen del Cosmos, la gestación del humano y las primeras hazañas de sus patriarcas y héroes. Presentado lo cual, a partir del duodécimo capítulo, el Génesis ya no es cosmogónico ni es, en rigor, poético: es la memoria de un pueblo y la crónica de apenas el comienzo de sus vicisitudes. Cabe decir, entonces, que al interior del Génesis —en su principio— hay un poema cosmogónico, pero también que dicho poema es irreductible al resto del relato. Tal pareciera que la envergadura de los hechos presentados y de sus protagonistas, de cuya naturaleza divina o ancestral se desprende que no pueden existir auténticos testigos de visu ni narradores inmediatos de sus actos, exige del poema cosmogónico un tono categórico y absoluto, una especie de ritmo verbal originario, una fascinación o encanto de lenguaje naciente por obra del cual no hay forma de separar al sustantivo común de la metáfora. Es ahí donde comienza Voluntad de la luz: en el punto donde se percibe con toda claridad cómo la poesía cosmogónica, más que narración, es creación de lo narrable, de lo que luego podrá ser narrado; en el punto donde la dicción poética, comprensiblemente, sienta las bases del relato y lo precede. Para entender mejor lo anterior, conviene sin duda repetir los versos iniciales de “Confirmación del grano”: Grano. Todo a partir de un grano. Espiga lenta el corazón del pez se preñó de raíces y de insectos. Se desgranaba el alba. En poco más de veinte palabras, por lo menos diez figuras, emblemas o símbolos fundamentales del discurso bíblico —el grano, la espiga, las raíces, el pez, el insecto, el corazón, el amanecer, la fecundación, la totalidad, el origen— parecen convocarse unos a otros, condensarse y, al hacerlo, conformar seis versos que impulsan, por su parte, la composición del poema propiamente dicho. El poema es lo que se desgrana tras la estrofa citada: el “alba”, sí, pero también el sueño al que Armenta Malpica se habría referido desde un principio: “La poesía no narra: sueña”. O bien, en otro de los poemas de Voluntad de la luz, el que se titula “Fundaciones del pez”, cuando el hablante asume su identidad no por el expediente de revelar su nombre, sino por el de revelar su actividad, y afirma, casi en un exabrupto: “Esto es un sueño”. Esto, en efecto, es un sueño. Voluntad de la luz es un sueño, pero no en el sentido fisiológico ni en el sentido psicoanalítico de la palabra. Esto es un sueño 10 11 en la medida que se apega, desde los códigos y libertades que afianzan el estilo de su autor, al Primero sueño de Sor Juana y a su principal respuesta o complemento en la poesía del México moderno: Muerte sin fin, de José Gorostiza, que son “sueños” en el sentido que la poética y la retórica clásicas daban a esta palabra, es decir: meditaciones en primera persona en torno a la naturaleza de lo no visible, del vértigo interior del cuerpo, del fondo del mar y del fondo de la conciencia, de la realidad mineral de la tierra y de la proximidad alucinante de la muerte, del infierno y del cielo y, en suma, de aquellos componentes del universo que, si fueran expuestos a la mera vigilia, morirían o se volverían triviales. Como en Gorostiza y en Sor Juana, en Voluntad de la luz hay alusiones esporádicas —en este caso, a los Evangelios y al Credo en dos de los cuatro poemas en prosa que hay en el volumen, y a la poesía de Claudio Rodríguez y del propio Gorostiza en otras páginas— que refuerzan, como si fueran guiños de complicidad, la contextura referencial y hasta doctrinal del ensamblaje. Ahora bien, cabe recordar qué pasa en el “sueño” de Luis Armenta Malpica. Excepto en el epílogo, donde la experiencia urbana y los recuerdos de adolescencia del poeta son asumidos como el verdadero sustrato del volumen, el pez y la migala son, por así decirlo, sus protagonistas. Un mundo esencialmente acuático gobierna, en principio, lo que Max Bilen llamaría el “comportamiento mítico-poético” de Armenta. El pez, aunque de género masculino en tanto sustantivo, se presenta como el componente femenino arcaico (“la mujer era / el pez. / Siempre lo ha sido”) del universo que poco a poco se ordena sobre la página. Se trata, sin embargo, de un espacio acuático en el que poco a poco asoma la tierra firme y, en ella, la tarántula (“Mas los hombres esperan / porque habrá de llegar de algún sitio / del hombre / la migala”). Ésta, por su parte, aunque de género femenino, encarna el componente masculino del esquema. Diferentes escenas de un pasado sin fechas, de un tiempo remoto y delirante, van conjugándose después en poemas de respiración amplia y asombros constantes: poemas en los que, a la larga, importa más la profecía que la crónica, más la visión que la rememoración, más el instante que los presumibles milenios a los que se va dando tratamiento. Pero no es a través del mito ni del sueño como se puede aspirar a comprender este libro, ya que ni uno ni otro condicionan su belleza. La invención estrictamente discursiva de Armenta Malpica es original e interesante y su prosodia es, en general, flexible y seria. Pero cuando las frases de Voluntad de la luz conmueven y sorprenden —como sucede por lo regular con la buena poesía lírica— es cuando parecen torpes y pobres, esto es: cuando la contemplación de un misterio y cuando la revelación de una verdad palmaria vuelven inútil toda elocuencia. En este sentido, son frecuentes en Voluntad de la luz afirmaciones breves y ajustadas que mucho tienen de aforismo y casi de 11 12 koan: “El pez no teme ahogarse”, “Casi nunca se pasa por la ceiba”, “la luz del sol inicia / donde nacen los hombres”, “El cuerpo abierto en dos es vulnerable” o “son las cosas sin nombre las que dañan”. Sin que se trate de un libro particularmente largo, Voluntad de la luz va inculcando en su lector una sensación de amplitud. A través de un prólogo, tres apartados y un epílogo, los dieciocho poemas que forman el volumen saben tomarse su tiempo, al grado de aparentar incluso alguna ocasional prolijidad. Lo cierto es que la extensión considerable de casi todos los poemas convive a la perfección con brevedades concluyentes que se dejan entresacar y subrayar con gusto: Los peces van sedientos con su carga de sal en la memoria. Traen un olor a tierra descompuesta de abajo del océano. Con todo, es importante subrayar que tampoco la dimensión aforística o de sabiduría condensada resume la genuina seducción que Voluntad de la luz ejerce sobre sus lectores. “Volvía el invierno / como vuelven las cosas / a su origen”: versos como éstos, en los que la melancolía es abrazada sin aflicción y el tópico del retorno aparece como anudado al ciclo biológico del hombre, y éste al ciclo de las estaciones, y éste al ciclo general de lo viviente, confirman el interés prioritariamente lírico del poemario y fortalecen la fe sin la cual sería imposible desbrozar sus estrofas. Hablo, sin más, de la poesía como fe laica, como fe del entendimiento del otro con el uno y de uno consigo mismo. Para decirlo sin retruécanos, hablo de la poesía como fe de la identidad personal confirmada en los ritmos de la palabra: El pez no sabe hablar la lengua de los hombres. Poco entiende la suya. Pero si escucha al viento, al mar cuando se agita en la piedra callada se comprende mejor. Y le es común entonces el zureo de un ave mensajera el agudo siseo de la serpiente y el himno del cardumen. Esto le basta para saber que existe. En los últimos años de su vida, Luis Cernuda escribió —con furia, con precisión y con ternura, como no podía ser de otro modo tratándose del autor de La realidad y el deseo— su indispensable “Historial de un libro”. En él relataba y esclarecía Cernuda los ritmos, los modos y la cronología del proceso que lo llevo 12 13 a componer un solo y mismo libro a lo largo de su madurez. Acaso a Voluntad de la luz le vendría bien que su autor, Luis Armenta Malpica, escribiera sin excesos ni medias palabras el historial de su gestación, de sus primeros y segundos pasos en el mundo de los lectores —entre concursos literarios afortunados o desafortunados, ediciones varias y traducciones— y, en suma, de sus encuentros y desencuentros con la poesía mexicana de los años 90 y del nuevo siglo, en cuya pequeña o gran historia sin duda tiene sitio y a cuya configuración mitológica seguramente ha contribuido. 13 14 Prólogo 14 15 El pez inmerso El pez será una ausencia cuando ya no lo nombren mientras no puedan verlo las arañas ni se le dé por muerto en algún nido. El pez será el asombro que se finja cuando al ir al zoológico en la sección de historia se le mire disecado encima de una ficha: Pez extinto. Entonces se le echará de menos. Más de alguno dirá que él sí lo conocía: era dueño de un par de poderosos alerones cubierto con escamas de metal y en la punta del cuerpo en el timón de mando una cortina de humo ensombrecía su avance. Y otro dirá que no que el pez era un antiguo rascacielos especie de pirámide de vidrio y argamasa en donde los muchachos escondían las monedas 15 16 robadas a sus padres. Y una anciana gloriosa (lo que denotará su estirpe y sexo) abrirá los olanes de su blusa desarmará su torso y enseñará en la aréola el cuerpo inconfundible del pez en sus costillas. Y ella no dirá el nombre que una vez fue la herencia del agua no dirá que malagua fue un invento de ancianos y que no existe otro animal que el hombre... Se quedará desnuda tan pez como hace ya muchísimo estuviera al acecho de un nuevo golpe de años que la conduzca al agua. La mujer en medio de la burbuja de aire surgida de su aureola beberá de una vez lo que una vez dio a su hijo se enganchará por siempre 16 17 en su anzuelo de madre y morirá tranquila atravesados los labios por un beso los ojos de un crepúsculo blanco y el corazón partido en tres por una gota de agua. Y los desconocidos se dirán entre sí... «Era la ungida». Ella en la agonía del pez convulsionada negará con los ojos. Todo eso fue mentira. Solo hay algo que de ella va a decirse sin que el hombre recele: la mujer era el pez. Siempre lo ha sido. Mas los hombres esperan porque habrá de llegar de algún sitio del hombre la migala. 17 18 Cenizas de agua y pez 18 19 Excavación del aire Allá lejos Là-bas hubo una piedra hundida donde el aire pareció detenerse. Un trozo de basalto vestigio de cuando los volcanes eran los dictadores del reino mineral y las plantas (todas desconocidas) peleaban con el humo por la tierra parecía milagroso entre la lava ardiendo. Piedra mayor que el polvo diamante de lo intacto se mojaba de musgo; al aire ardía. Con sus huellas verdosas resbalaba un camino de ceniza y de fuego: escritura de calcio rupestre y cuneiforme en los huesos del aire la voz de primigenia hechura se solidificaba. Y qué decía Là-bas que allá lejos en el mundo ficticio de los tiranosaurios las migalas intentaron asirla con sus dientes. Cómo la tradujeron los nuevos celacantos si allá lejos Là-bas en las profundidades ningún megalodonte vio el signo 19 20 del basalto. No decía nada que pudiera explicarse sobre el mundo: el hombre no había nacido aún de la espina del pez del huevo de la piedra. Era tan solo el aire presagiando las alas que vendrían a surcarle quien lo buscaba al fondo del basalto. Era un aire Là-bas que viajaba lentísimo: inmóvil pero adherido al polvo que iba adquiriendo el humo al convertirse en roca. Y no era piedra porque entonces (y más si era basalto) contuvo la ceniza pez óleo volcánico de lo que sería el agua. Así toda placa tectónica que removió la tierra fue bautizada al fuego bajo el nombre del aire. Tuvimos de esperar que Dios hiciera el agua para creer en los peces. 20 21 Revelación de la migala En ese tiempo la migala se presentó ante el pez y le dijo que por su boca hablarían las mujeres. Los hombres todos corrieron a sus cuevas: ya tenían suficiente con las voces arcanas de selvas y de páramos, el musgo de sus gritos y la figura mítica del sol como patrono. Y esa voz no era dulce, ni era quieta. No alcanzaba la altura de las aves ni los bajos profundos de las charcas. Era un murmullo que le brotaba al agua y todo esplendecía. Después sería el lamento del arroyo. Luego ese blanco estruendo que crece y se despeña. Y en el final del mundo, poco antes del diluvio, el agua llevaría dentro de ella solo el canto del agua. Y sería indispensable proseguiría el profeta alguna glaciación, el recomienzo, a fin de devolver al frío lo que es del agua. De hielos y carámbanos se poblará la tierra. Y en la mitad del frío y de la noche se guardarán las selvas y los páramos, desiertos y riberas. Todo estará impecable, cubierto de neblina, cuando llegue la aurora. Si debiera extinguirse algún grupo viviente, este no será el pez; tampoco la migala. Ambos han comprendido lo que al fuego es el fuego y lo que el agua al agua. Por lo demás, si alguno se refugia en las cuevas cuando llegue el profeta, no elige recibirlo, ni le ofrece su oído y su guarida, éste será, inequívocamente, el que desaparezca. Mientras tanto los peces y migalas deberán admirarse cuando ocurra el diluvio. En su pecho la cáscara de nuez va a poder embarcarlos el instinto. Con la calma, al final de los tiempos, no habrá más luz detenida en el agua, ni más agua alimentando el fuego. La mujer habrá de sostener de viva voz aquel milagro, igual que en el principio. El canto será, pues, lo que mantenga con 21 22 vida a las especies. Y la migala se presentó ante el pez, de nueva cuenta, poco antes del diluvio. Y le enseñó el silencio, como parte del rito. 22 23 Las tablas de Poseidón Creo en el plancton que tiene casi dos mil millones de años. Comunidad perfecta de raíces acuáticas, es el mínimo y máximo poblador de los mares. De su oculto rizoma, arborescente flor, germinativo núcleo en sus arterias, gota a gota se desprende un latido en cuyo bosque el mundo se resguarda del fuego. Creo en el iris de un pequeño ojo de agua en el centro del plancton; en la espora y la piedra: semilla del estrato, recuerdo del instante en que el fuego (su lluvia) amenazó los vientos granizos de la tierra con una luz de olvido; fugaz, intempestiva línea fragmentaria del sueño que exfolió la estricnina que tuvo como sangre, de lo que dio a beber de entre sus tantos elementos espurios, a sorbo y bocanada de magma y feldespato, a todos los moluscos del abismo. Creo en el bagre: pez teleósteo que puede vivir fuera del agua poco más de veinte horas y arrastrarse en la tierra hasta ochocientos metros. En el pez hielo de las aguas polares. En la tilapia, que persiste al calor de los mares de sosa volcánica. En la lamprea, la raya y el pez roca; los peces del abismo. Incluso en los cetáceos y los otros mamíferos sirenios. Creo en los moluscos, los anfibios y en algunos reptiles que visitan los lagos con frecuencia. Creo en los animales de agua dulce y en los de agua salada. Y por encima de ellos, creo en el gran salmón, de agudísimo olfato su memoria, en su tacto a distancia su línea lateral, en su capacidad de adaptación en agua dulce y en el agua salada. Creo en su regreso, contracorriente, al río donde naciera (único entre los cerca de cinco mil huevecillos de la madre), a desovar, para luego seguir, sin fuerzas, al océano, y dejarse morir entre las rocas. Creo en el descendiente directo del dios megalodonte, que no ha dejado hueso 23 24 fosilizado alguno, por ser todo cartílago y membranas. Enemigo mortal del plesiosauro. Extinto por el cambio de ruta de los mares durante la formación, elevación y choque de las placas tectónicas de lo que hoy es la tierra. Creo que ha de venir, después de su extinción en la era mesozoica, armado de colmillos y de aletas de indistinto e incontenible roce ((estalactitas (mordisqueando esa humedad que sube por la gruta y trepa por los riscos), estalagmitas (cerrando sus colmillos en el pétreo paladar de la montaña) envolviendo con su lengua de fuego y de vapor los más íntimos pliegues de la roca)) a reinar sobre el plancton, después del pleistoceno, según lo que está escrito debajo de las aguas. 24 25 Fundaciones del pez a Leonardo David de Anda I. Composición oscurantista Por los caudales del pez se desliza una opaca burbuja de amaranto; múrice flor cortada en un otoño de sulfurosas aguas estampidas. Volcada del peñón de su costilla, del alquitrán de sus cartílagos porosos, rastro de sangre pómez, la burbuja sumerge tras de sí una vía láctea nacida de las ubres de la primera estrella, de algún entrecortado cielo en parto. Umbilical, una cascada que lía lluvia y río, el lago y el océano. La burbuja, no más una pecera microscópica de plancton, ensancha su cristal y funda primera fundación que el pez recuerda el paso temporal, craneano, de otros peces que por allí rompieron sus herencias del agua, su piraña costumbre de excluidos, el navegar con rumbo a su memoria. Con una vela roja y un mástil más espina que antena, el pez el primero que habita en estas aguas se prensa a la burbuja, al pezón transparente que hace el aire al invocar el fuego de la vela, y mama, por primigenia vez, la leche universal de sus caudales. El pez ya no es el pez, sino que adquiere forma de burbuja; se crece a la embestida del relámpago e, ileso, impele a los demás a su retorno al agua. El banco de los peces no da crédito al pez de la burbuja roja de amaranto; los peces, a excepción del salmón, no persiguen otro sueño que poblar la pecera de cristal del centro de una sala o tal vez formar parte de algún menú de lujo. Allí, nunca lo diría el pez de la burbuja, el pez no es heredero de muerte natural; el pez es convocado por la leche agria, amarilla, en su punto de corte, como toda la luz, a plegarse a las alas salobres de un ángel de latón adormecido por el orín del musgo, a esa rueda que gira como los caracoles en busca de su origen dentro del laberinto de su rueca portátil. Al fin el pez no tiene un mar prohibido: no hay 25 26 manzanas del mar, ni existen, aunque alguno lo crea, las serpientes marinas. II. Composición medieval La segunda fundación sobreviene al diluvio. Allí, debajo del pezón agrietado de una nodriza muerta de tan madre del pez enrarecido, una migala sueña con un aguaje de leche tibia y mansa y no, jamás, ya ni pensarlo, en el pez que no quiso morirse sin testigos, buscando, único vivo entre el cardumen fósil del océano crucificado en olas, irremplazable, volver al mascarón en agua de la gota. Por los arenales de la migala se desliza un delgadísimo hilo de amaranto; en la punta de sus patas, remate anaranjado de su pardo pelambre, la migala contiene la porción del dolor que mataría a los peces. El pez ya lo intuía; lo sabía por convicción del mundo: el pez que se funda en la tierra, en la amarilla leche pómez del océano, que no anheló ser pez en la pecera porque era un pez en él, es la migala. Contra lo que enseñara la teoría trilobites, esta migala afín a otra migala está tejiendo un caracol infinito de blanco, para habitar al pez. Esto es un sueño. De los sueños del pez, a la araña le queda únicamente el agua. La idea, muy remota, decían, de un mismo parentesco. La migala se parece en la arena lo que el pez en el agua. Fuera de allí, la leche mencionada en los caudales, no ha existido algún pez en la pesada cruz de las arañas. En cambio, lo dice el amaranto, no existe la migala sin su pez, que le arde en cada giro de agua, como los fuegos fatuos. 26 27 III. Composición del renacimiento La tierra toda, al fin una burbuja, tiene la forma exacta de una cabeza humana. En su caudal de ideas, laberinto de peces y migalas, el hombre ha edificado su universo. Lejos del amaranto, la leche, la gota transparente de agua mansa en donde el hombre todavía sin nacer fue pez en la pecera de su madre, migala posesionada de un arenal de sangre y huesos compartidos con aquella, el hombre es por fundación del hombre el tercer centinela del veneno. 27 28 Invocación a malagua Él Era el último preso de la hoguera y el agua se tornaba marítima, incendiada de cal y de intemperie. Su nombre bien pudo ser cualquiera: le decíamos malagua. Había nacido como invento del hombre, como atado de ortigas a la piedra del mar, durante un arrecife. Un puente incorruptible, bocabajo del sol, engarzaba el islote con malagua. Sucedía el exterminio de las aves. Las hembras alentaban, con un estrépito de sal entre sus ojos, a un pez que le nacía a la aurora, un pez de azogue, para que se rompiera y se rearmara; a esto le decíamos religión, con el mayor sigilo. Algo existía de brasa abandonada en el ocaso; una especie de grito levantando en la espuma fumarolas de azufre. Parecía que el hijo de malagua malagua por su madre no encontraba su sitio en el océano: era muy grande diablo y pequeño el infierno. El viento, su enemigo a vencer, resplandecía en la aurora, infatigado. Corría el año del mundo, igual que andaba el río. El don de la ebriedad pertenecía a las fieras: el fuego no dejaba mirarlo demasiado, ni siquiera acercarnos, ni siquiera callar. Vino después malagua, el hijo de malagua. Los que lo vieron dicen que mantiene unas hebras de semen en sus manos apenas recibió la comunión y que sonríe. Su nombre, emisario del fuego, no pudo ser cualquiera: le decimos malagua, como decir veneno, ángel petrificado o pájaro en el sur. Él niega nuestra historia. Él se nombra ceniza. 28 29 Tú Llevas contigo un ánade abatido, el coletazo de un pez ahogado en sangre, la forma que ha adoptado la herida en el anzuelo. Comprendes que el veneno no cabe en la escritura: tomas el arrecife de la malagua madre, esa breve nostalgia del tropiezo, enorme ciudadela de la angustia, poema de la ceniza, y suscribes la luz entre tus ojos. A veces te debieras callar y no te callas porque ya eres el eco del silencio. Petrificas un sapo en tus ortigas y lo colmas de lirios y de lotos, la ciénaga en el lápiz, todo por su estelión. Dejas un beso enorme sobre una hoja, el inocente croar que anuncia lluvia, para iniciar el fuego. La cifra incontinente de la palabra escrita se cumple en el silencio como una profecía. Del humo sale un sol piedra filosofal en vísperas del agua. El sapo esconde un príncipe (hombre después de un beso) que acaba la escritura. De esta hoja de papel luminiscente borras las sombras con un golpe de labios, con la pura sonrisa. Y das con el vocablo justo en la frente furtiva del batracio: malagua. El sapo queda quieto. Y quieto el lápiz, el poeta reposa. Únicamente esperas que algún diluvio arrase tus palabras... porque si te disculpas, en el silencio truenan los poemas. 29 30 Yo Había creído que mi verdad era la de los otros. El pez falsificó su efigie porque creía morir y renacer de sus cenizas, porque era casi espuma, y luz, silencio y nada. La migala me ha devuelto en el pez la ruta del espejo. Es una larga historia. He envejecido. Nado con lentitud en los rompeolas, me desgañito para acunar a un ave, me rezago del mar, me hundo en el cielo... El contacto con una hoja del nido de una araña me recuerda el veneno que manó de mi herida. No distingo a lo lejos a la malagua madre, al pez y su escondite... Yo soy malagua, el hijo, el que no cree en el canto. Pero acudo, si una sirena silba. No me resulta fácil reconocer la dicha, pero está allí: al levantar la piedra como un ramo de rosas; no distinguir un ala de una cripta; a un ángel de un demonio en penitencia. Después de todo, el amor es la segunda inocencia verdadera. 30 31 Meditación Remen los bogavantes que la galera azul habitan. Diríjanle mar abierto a las ardientes dunas que el mantis religiosa vislumbrara. Entre las olas ígneas del siroco las elevadas gibas del desierto adelanten su paso a los beduinos. Y más allá tenazas mar adentro desde el plancton estéril hojarasca eleven su ancoraje ancla de hueso y musgo al sol divino. Adórenlo idolatren su lengua carbonífera como si fuera idioma del volcán jeroglífico en magma runa sílaba monocorde. Remen escapen del esperma de quien creciera al mundo abandonen su carga de lirios y de vincapervincas. El azul no es un dios no una ballena. Remen: que los megalodontes afloran sus mandíbulas en las profundidades del océano. 31 32 Meridianos del alba 32 33 Primera liturgia Quién nació de la tierra en las profundidades inquietas de una mina que los viejos volcanes hubieron de iniciar una liturgia : es el fuego diamante, sol, corazón animado un dios de hidrógeno y fosfuros (sus padres antiquísimos) : quien inicia con sed y combustión su reino de metales. (La mina gestatoria vientre de arcilla viento y metaloides era una gran caverna de recuerdos: allí murió el oxígeno, la savia, el trilobites. Sobrevivían los dólmenes, menhires monolitos de piedra que las estalactitas y las estalagmitas reconocían por padres. Quedaban, sobrepuestos al légamo los trozos de un glaciar tal vez el último al que corrían las lágrimas como dos fumarolas de silicio.) De esta piedra de cal, áspera ruina (de alcurnia precambriana) nacen dos vetas de agua. Mármol entonces catedral ósea de un sol insospechado qué fue de aquella luz caliza antes que el cráter 33 34 de un volcán la convocara con sus cantos tectónicos : era un agua silente inamovible respirando a escondidas bajo tierra. No parecía lo que es: líquida y transparente flor, pececillo de azogue, sudoración del calcio. No aparecía: su sombra en la caverna se redujo a una veta. Fósil de luz lo que podemos comprender de aquella luz de entonces glaciar el primero, es posible completamente azoica. (Suena contradictorio, pero la vida no existía por el agua: el aire si lo llamamos vivo era el dios que reinaba entre las rocas. Y el aire no hacía ruido: se oye contradictorio.) Luego vino la luz: cera ascua matriz con la que el aire cobijó sus planicies. Imploración del ámbar cuarzo de qué prodigios esa miel tan dorada en las colmenas. Y por la luz fue natural el tiempo: veinticuatro horas como partes de un día 34 35 las vértebras del mundo protozoario. Y con el tiempo fue ineludible el hombre para encenderlo todo. Y con el hombre fue indispensable el hombre para no sofocarlo. 35 36 Confirmación del grano Grano. Todo a partir de un grano. Espiga lenta el corazón del pez se preñó de raíces y de insectos. Se desgranaba el alba. Grano a grano nació una ceiba fuera de sus espinas. Y de su ausencia mineral concibió a un aborigen. Qué desove de granos el de los girasoles a cada bocanada de las nubes. Esta es la rueda que grita enloquecida el orín de los hierros. Un pez tan solo uno trajo el giro del agua. Y de nuevo es el agua en el pez. Y otra vez un giro ase la rueda. 36 37 Una caverna fatigada de ventiscas cierra el paso del pez y asombra al agua. En la escama del fluido las iguanas son los rasgos afines al rostro de la ceiba. Aquí se petrifican y perpetúan los vientos. Da a luz otro aborigen. El pez se lo agradece. Qué tan lejos el pez; qué tan cerca la ceiba... Y tanto y tan rotundo oír que se evapora el alba si el aborigen llora. El pez no pide. Hereda. Su primogenitura es la rueda del sol. Una delgada hiedra humedece en el agua el estallido. Es la quemante flor que deja oír del pez la prosa humana. Un anfibio disfrazado de luna que navega. El silencio se fue domesticando en los batracios y ahora su relincho lleva el aire a hurtadillas. A qué dios dinosaurio cantaron los caimanes que hay un veto de lirios en las charcas. 37 38 Son las estalactitas: marimbas de la selva. Y las manos del hombre iguanas soñolientas a mitad de otra espalda contemplan la calcárea pared de su trayecto. Rueda el pez de la luz y no abandona el agua. La ceiba lo recibe con un nido de frutos lecho nupcial que empapa de graznidos. Pero qué piedra pero qué agua quedan después del hundimiento. La luz, el sapo y los caimanes suelen quedarse quietos mientras el pez se entrega al aborigen. Lento el amor empiedra la saliva. El sol escurre su amarillento semen a los granos de trigo. De tanto y tanto oír el estruendoso amor bajo la ceiba el aborigen muere. Rueda la luz. De un grano el pez se la devora. 38 39 Trayectoria del pez Mucho antes de lo que hoy les relato la voz del pez tenía la misma prosa de la voz humana. En esto se conoce que todos fueron peces desde antes de ser hombres. Pero ahora nada dice. Nada inventa que suene como jurar en vano. Al principio fue el pez. Del pez fue la migala. En esa transición entre el mar y la tierra nacieron los cangrejos ermitaños: las arañas calizas con el mar de su parte. Cuentan que una centolla hincó sus espigones en el marjal del mundo; extendió sus raíces; en su tronco el veneno fue transformado en savia y su pelambre pardo (recuerdo de migala) es el follaje intenso que le da la estatura. Así nació la ceiba. Así murió la araña. Bendito aquél que venga en nombre de sí mismo a repoblar las aguas porque será llamado el único culpable. 39 40 El bejuco trepado en la agonía del árbol es vecino del ave. Ambos de la migala. Y de la muerte miran el devenir del río. El pez no teme ahogarse: es pez por el ahogo. Y tiene muchos huesos si recuerda. Por ejemplo hace siglos el pez para olvidarse de su futuro en hombre se convirtió en migala. Una frágil poción: azogue más azufre fue el secreto. Había una contingencia en el milagro: si el pez dejaba de pensar en la migala desaparecería. Desde qué flor el pez vendría. Días hubo en que su sangre se le cargó de hiedras de tanto retornar para saberse solo. Débil 40 41 minúsculo ni siquiera aguardaba lo que la sal intuía: el cauteloso viaje de los peces al muérdago para resucitar entre una telaraña. Del mar le vino al pez el gran pavor del aire la prodigiosa asfixia contada por los hombres. Pero lloró de oído con esa misma prosa que tenía la migala. Cómo sería de pez que cuando fue una araña el agua misma cumplía sus vaticinios. Así llegó a la tierra madre raigal aborigen y fruto. En el mapa reseco de aquellas nervaduras el árbol aclaró su errancia y su ceguera. Cuando el pez lo dispuso apenas el coral nacería equidistante de sus branquias. Como si desde siempre perder fuera encontrarse con la vida y ganar fuese pasar de largo en busca de un posible enemigo de vez en cuando un buitre 41 42 nadándole en las venas otro huevo de pez anidado mesías por venir de una migala qué apagón en los ojos tuvo el pez al palpar sus costillas y sentir su veneno. Y es que era un pez sin nombre un muerto de las aguas que bautizaba al mundo con una picadura. El polvo acumulado a espaldas de la araña es una luz molida. Otras aguas la mojan con un tacto más tierno. Su plena libertad de luz y fango en cada poro fecunda la intemperie. De aquellos costurones la piel gruesa del siglo no toma posesión la estirpe de la ceiba. El verde de la tierra es una brújula que guía el instinto el suero y el desove de la araña en los peces. 42 43 Qué tanto fue de pez y de migala que le nació una ceiba a los marjales. Así comenzó el mundo que hoy relato. El pez, sumergido en el hombre, se buscaba a sí mismo en la migala solo para no hundirse. Se requiere una flor para sintetizar la risa y el asombro. En la tímida casa de sus manos los árboles protegen una huella apenas perceptible para el hombre. Es un rasgo común a los veneros; fábula cotidiana en los pantanos: la osamenta vital de la costumbre que hace del pez la araña del ermitaño el hombre. Casi nunca se pasa por la ceiba. Casi nunca se le detiene un hombre. Su quilla es un oasis por delante (panes mutuos los remos vino común sus velas). Frente a tal cercalejos de la ceiba 43 44 los animales desanclados retornan a la roca al único terrón de azúcar transparente a quienes dicen los peces nombraban algo suyo. Qué azoro entonces en los peces cuando explota el andén de sus espinas en un montón de luces diminutas porque pegó la luz en sus aletas. Qué galope de polvo en la espuma del aire porque vuelven los peces a los cauces del fuego. Qué labranza en las sienes para nuevos sudores de la ceiba si el agua se permite desvenar los cristales de malagua. El nombre de los mares no es un cauce obediente. Un latido de espuma entre los dedos de los pies de la ceiba escudriña en silencio la boca de los peces y les da de sus pechos las sales para que en esa mansedumbre la inmensidad comience en el recuerdo. El pez buscó la luz en la misma espesura que vivía. 44 45 Solo en el pedestal del humo negro la memoria recupera las vetas clandestinas de lo ya inevitable. Quien conoce las aguas donde muere vivirá todo el tiempo. ¿En qué olvido del pez vio a la migala el hombre? ¿Qué telaraña existe en el delta de un río para fincar la luz en un marjal oscuro? A la ceiba le ha llegado el otoño por los pómulos. Un silencio soldado a sus costillas. Un arma de dos filos son sus nidos. Enfermó de bejucos, centollas y agua dulce. En el delta del río asistida de luz las hojas de la ceiba están a punto de reventar de pájaros. La muerte de la ceiba dejó varado al pez bajo del agua. La soledad era un ancla de hueso que lo ataba a su sangre. Más indefenso por triste que por viejo el pez se preguntaba a su ermitaño (de cien ojos) interno por qué morían las ceibas. Los leves esqueletos de las flores se mecían. El mar se remangaba sus puños desleídos. El dolor era un barco que entraba 45 46 por el pez como en una botella. Transcurrieron algunos tornasoles. La soledad fue el líquido que corrió por la espina del pez y en el ámbar veneno de la araña. Aún la migala zurce todo rastro del pez para que nadie sepa adonde emigra. Son los peces los pueblos sumergidos que poco a poco emergen. ¿En qué mueca de sal tiemblan los otros que desbaratan su origen y trayecto? Después del primer grito de otra flor inundada de sol y de malagua muy lejos de espetones, del ocre duro espejo de la sangre de ese rastro de sal donde anochece ese grito congregado en los labios de padre y madre ceibas el pez quiere encontrar detrás de sus pupilas de ermitaño y delante de sus anteojos de hombre el origen del agua. ¡Aleluya los grumos del azufre! ¡Glorificadas sean las burbujas de azogue! 46 47 La inmensidad, la sed es la memoria. El pensamiento, esa frágil poción otrora pertenencia de los peces maravillosa dote de la ceiba es herencia del hombre. Así conoció el fuego. En el raspar del fósforo del sol crecía la lluvia y la hacía navegable. A veces por naufragio por una red de lastres, un anzuelo de los viajes de la sed al océano el pez no dijo al hombre. La muerte, mucho antes de lo que hoy les relato era un hallazgo inútil. 47 48 Augurios de la sal Los días pasan encima del agua pero el tiempo se queda bocabajo en el mar. Sandro Cohen En la vasta permanencia de las rocas inexplorada, estrecha en peligro inminente de naufragio la luz desde la piel de los orígenes del mar gotea. Es una luz más pesada que el agua y más ligera que los espesos lodos. Donde el frío reafirma la soledad del agua tibia, transitada de sol, como gota violada en sus ribetes el sueño del pez, burbuja insomne poco a poco se hace agua. La malagua, la luz, aquel silencio, este aluvión de mar le pertenecen. La resaca, en su obstinado deshacer las lindes del basalto 48 49 muestra chispas de sal hirientes, índigas; sus espumas enfrenta. El océano descubre suicida al hombre de la playa. Es un hombre común, pastor de altocúmulos, cobrizo que ve hundirse la yunta de las sombras en los surcos del agua. ¿Dónde van a caer las gotas desplazadas, desprendidas del vuelo de los peces? ¿Para qué el atelaje si la sombra, los peces y el azul son antediluvianos? Esa lluvia otra vez esa lluvia interminable humedece la entraña de la arena y la acerca al océano. La humedad que corroe embarcaciones y hace sobrevivir al celacanto no le preocupa al hombre ni le preocupa al pez. Lo apura el agua. La sal por su pureza. La lluvia usurpa al hombre la profecía del agua. La lluvia 49 50 desgañitar de nubes saliva de su animal en celo es el augurio de la luz calcinada. Los peces van sedientos con su carga de sal en la memoria. Traen un olor a tierra descompuesta de abajo del océano. Si la sepulta Atlántida del sueño surgiera del desove un pez ardería de aves de ojos fosforescentes. Nada más lejos de la arena magnífica ni tan cerca de una red de esperanto que el silencio del pez. Sabe que más allá del cielo abierto la luz del sol inicia donde nacen los hombres. Un relámpago cuela la punta de su anzuelo bajo el agua. Las escamas del pez son perforadas por la luz que en la llaga se filtra; arañazo de sal es el oleaje un costurón de espuma y en la herida del agua amarilla de pus flota la aurora como un sedal inmenso. 50 51 El pez prepara entre sus dientes afilados un nicho de hojas secas los atisbos de luz que lo dilatan comprimen y desbordan involuntario al huevo. El pez viajó del protozoario a la ballena siempre dentro del agua. El pescador trashuma de rebaño en rebaño; cumulonimbos, cirroestratos, nubadas. Esa luz devastadora que remueve las raíces del coral llega al ojo del pez desde la luna. El hombre no se acuerda del sol ni de las nubes. El pez envidiaría al plancton su añil fosforescencia y el suicidio grupal de los grandes cetáceos. Del hombre, el pez añora la recóndita luz que lo guiara en su muerte. El pez abre su párpado brillante y expulsa un grito náufrago que convoca horizontes por la ruta del alba. La sal epidermis del agua lleva la arcilla ardiente de los sueños a las manos del hombre. Sin tiempo para desespinar su historia de pescados cocidos en la tarde 51 52 el hombre toma el agua de sus manos le da un sorbo lentísimo y la deja gotear, roja del hombre al agua. Esa noche dirán los peces que lo vieron el hombre olía a quemado. El hombre deja el mar con su homicidio a cuestas. No echa de menos ni a la luna ni al sol. Comenzará de cero. Al fin el pez imitando a las piedras queda quieto y jala aire enfila hacia la luz agua sobre la arena con un sorbo de luna por toda eternidad. c o n ... c r u z a e l p e z ... h o m b r e El pastor no boquea sobre el césped marino. Se atraganta del cielo con los ojos cerrados y cumple, bocarriba, lo que hay de pez en él. 52 53 Una burbuja iluminada de los sueños del hombre lluvia apacible, retoce de altocúmulos saciados de malagua hacia su espina eje del pez avanza. La travesía culmina con un pez ensartado en la luz asándose de sal en una hoguera de agua encima de la arena. (Al día siguiente los hombres se dirán en secreto que encontraron a un sirenio dormido con los ojos en blanco... y ese día fue más frío que otras veces.) Al fin el arco iris (quizás el fin del pez): más denso que la luz y más libre que el agua da cuenta del augurio. En la flor de la sal porque única es su espuma y es rojiza a lentos goterones se deletreó esta historia desde siempre. 53 54 Inaugural El pez vio en los colmillos del dios megalodonte la sangre de otros peces. Ya se lo había advertido la malagua: el escualo no es digno entre el cardumen. Sin embargo, como era un animal depredador el más temido y grande el de los ojos fijos en la muerte, el tiburón se hizo cargo pirata del enorme tesoro del océano. La tradición dictaba que aquel que obedeciera la ley de sus mandíbulas tendría entre los escualos la redención gloriosa. Pero el salmón no quiso el cielo prometido de los peces. Y así emprendió el retorno hacia donde naciera la Ítaca marina de sus padres. Y nada obtuvo de Ítaca que no le diera el viaje. El salmón, una vez de regreso de la vida le puso fin al culto del dios megalodonte al miedo hereditario. Y fue llamado Ulises salmón de los regresos... Esta odisea magnífica hizo posible el canto que cada día enaltecen las sirenas. 54 55 Aguafuegos del pez Porque también sabía del tiempo suspendido entre la fina lluvia y los incendios el pez enrojeció sus alas poco antes de abandonar el mundo de sus padres. Viajó. Siempre observó delante de él al mundo. No dejaba las piedras más pequeñas en su ruta para no tropezarse en el regreso. Cargaba tras de sí el arrullo del río la reunificación de las burbujas la caricia del agua en el oleaje y un pedazo de sol entre sus branquias. No dejó detrás de él ningún sueño inconcluso; la mínima perturbación del agua habría bastado para darse la vuelta. Estaba sobre aviso: la gota era su impulso el mar su travesía. La trayectoria el iris lo llevaría hasta el cielo. 55 56 Fue muy lejos el pez: llegó hasta un vientre preñado de peceras se asomó por el pecho de la madre y vio que el mundo era como lo imaginaba: redondo y tibio igual que eran sus ojos. No alcanzó más allá de dos brazadas sin que diera las gracias por el líquido que permitía su paso... ni pudo retener una burbuja sin que elevara algunas en agradecimiento por el aire... no quería reincidir en sus hinojos pero al ver las escamas que protegían su cuerpo la forma de sus alas y su cola elevó una plegaria. Es que el agua, tan agua y primigenia tenía una luz interna; el caudal de la luz formaba un río y en su delta una araña florecía: maduraba el cangrejo abandonaba el lecho de su concha se arrastraba a la orilla y daba inicio al mundo. Después de mucho viento a un paso de ser hombre 56 57 se olvidó del océano. No podía recordar por qué su miedo al agua al sueño y a los peces. Y prefirió matarlos renegar de la estirpe de su sueño. Lo que nunca supuso es que el agua como era primigenia nunca lo olvidaría. El hombre se reencontró en el agua con sus peces. Fue demasiado tarde. El hombre se había ahogado de memoria. 57 58 Cuando la sed sea Ulises El cuerpo abierto en dos es vulnerable. Sus beleños afloran; sus pájaros se agitan en bandadas hacia la sal la espuma hacia algún risco; sus peces revolotean de luz en las burbujas; el magma del volcán fluye sediento. El magma dice: el hombre no conoce la fuerza de su lava porque le teme al fuego. Y esa sed vuelve a Ulises añeja y consumida a un grito de la sangre. ¿Por qué las rocas digo: si hay tantos minerales en el agua! He aquí el poema: pulverizado el volcán: otra cima entre montes un puñado de tierra entelerida una mano que no recibe el sol 58 59 de sus adentros. El cuerpo abierto. Dos: la nube y la ceniza la pareja de amantes jamás reconciliada. Vulnerable: ver nuevamente lo no visto. Vocación de ceguera, por qué, Ulises. Transigir con el cuerpo. Dos: uno a uno. ¿Ulises? Mentira: la tierra es ver a un hombre. Amarlo: ser mar lo líquido del mundo. Sed nos decía la abuela (entre sus fuegos) la burbuja perfecta. La voz la sal la tierra la poesía : sed. ¿En dónde la mujer que te ama tanto? Ulises. Y el cuerpo abierto en sed... tan vulnerable. 59 60 Meridiano del alba Nuestra vejez comienza con la arruga del ceño. Las pupilas apagan su rescoldo de luz en las ojeras. Se colman en la gota que cuelga de algún párpado como recién ahorcada. Donde una lágrima detiene su ahogamiento porque este nuestro mundo también es una gota nace la luz del fondo de una hoguera. Esta imposible luz la tuve entre mis manos como un pez cuyas alas prendieron del anzuelo su llamarada inerme. El incendio es la veracidad de la ceniza. Habría que derretir, por omisión, el fuego. Fósforo elemental noche del nacimiento de la noche afuera hablo del muro: asidero del viento tras el frío, de las baldosas hablo con agrietadas huellas que agigantan la calle a su otra orilla; el machuelo intocable por cercano. 60 61 Afuera busco soy regreso enfebrecido del cloro de la noche. Dejo mis archipiélagos mi mascarón de un ángel y me persigno por si la noche atraca. Me planto en los altares del insomnio con el silencio a cuestas. Regreso busco me rescato con la luz como barca. Afuera no permito los golpes en la espina y mi edad cumple un géiser viviente cuando olvido. Afuera nos peleamos la piel a dentelladas tiburón contra Ulises y sin que Dios recele. ¿Cuándo nos dimos cuenta que el silencio era el eco de nuestro propio grito? Habría que arder de llanto hasta vencer al eco. Afuera domestico este cielo incoloro. Su capote es el punto vernal de mi arrepentimiento: 61 62 roja intención de Dios, por si la culpa con sus astas arredra. Seca mortecina y clorada la luz es un remedo de manos en mis ojos; la carne mi relicto dispuesta a reincidir. Afuera me imagino en grados richter este historial intacto. Adentro está la luz: mi viento submarino que pule no sé qué agua en sus rocas : memorioso venero fugitiva. Adentro llueve. Más fría que la humedad queda la luz cuando los cazadores ocultan en su alforja la munición del llanto. Mientras, cada aborigen prende desde su piel el último señuelo de la noche : un pedernal que acaricia su polvo en el agua vertida a contraluz del agua. Pero adentro estoy yo mi circunstancia: la luz solo es cuestión de atravesar los filos para llegar a mí 62 63 con una vela anclado. Habría que regresar inútil, más que inútil los pies hacia la primera alba. Y alumbrarnos de luz prematuros de un grito hasta invocar el cielo desde una angosta calle: una nueva alborada. 63 64 El breve sur 64 65 Voluntad de la luz El pez vivió (quería decir soñaba) debajo (debió decir adentro) de una ciudad humedecida abierta. Velamen de cartílago mascarones de escama edificios y calles lo condujeron siempre a tierra firme. Era una ruta que el pez ya sospechara: la comparó contra el atlas del mundo, la cerviz de su cuerpo los fósiles sagrados; se la confirmó el iris. El eco lo decía: más que en el mar en el rumor está la espuma. El eco estaba cierto, porque no repetía más de lo ya escuchado. Así que el pez forastero en sí mismo se adivinó 65 66 en la gota. Caía la luz en lo oscuro del agua. El océano era un césped de rizomas que abría a la noche sus estrellas marinas. La luna grieta de luz tenía una sola y eterna sed o cauce. Y en el pez navegaba contracorriente al pez. Emigrante en sí mismo el pez se confundió en el agua. Volvía el invierno como vuelven las cosas a su origen. Aislado en lo profundo de su aliento el pez no transponía su suerte en la continua zozobra de malagua. Tan dado al pez no flotaba en su voz el diario culto de ahogarse. Le dolía más lo intacto que lo roto. Toda la vida vio acrecentar el fuego en la fría humedad de la ceniza. El sabor reposado de la llama 66 67 una falsa extensión sobre su ruta. Han pasado migalas desde entonces; el pez se ha visto de milagrosa forma sumergido y salvado. Cómo se nota que las piedras han encontrado el cauce. Su deudo mineral asume las herencias legadas por el siglo. Todavía permanece un olor a burbuja en un rincón del aire. Pero en alguna orilla donde el mar es opaco nace una flor de sal: la femenina gota. El sur comienza. Trae tanta noche el agua que está quieta. Ya no abandona al pez el costillar del barco. No teme naufragar. No teme al agua. Ha pasado lo peor de la tormenta: reconfirma su sitio la migala. 67 68 El pez que ya fue un hombre se ilumina: él vio a los dinosaurios que parieron iguanas al camaleón y su parvada de luciérnagas al fénix y al retoño del beleño. Todo era novedad por ser antiguo. El pez no sabe hablar la lengua de los hombres. Poco entiende la suya. Pero si escucha al viento, al mar cuando se agita en la piedra callada se comprende mejor. Y le es común entonces el zureo de un ave mensajera el agudo siseo de la serpiente y el himno del cardumen. Esto le basta para saber que existe. Y se encuentra dichoso. Y le agradece al río que no sea el mismo río como el pez no es un pez luego de una plegaria. Y le agradece al agua que siempre sea en el agua porque así él siempre es él: un pez eterno. Su voz surgida de una estirpe de susurros reinicia al celacanto. Ahora todo lo habita con sus ojos. 68 69 En el iris se arquean, eternamente, sol y lluvia. Una epidermis igual a lo que toca. El pez, demostrada su hombría, se quita la armadura hace a un lado su casco se introduce en el aire y vuela como una gota de agua al vórtice del limo. ...Y se completa el cielo. 69 70 El breve sur Yo tuve para mí la menuda vigilia de una hoguera el silencio arrugado de una hoja de cuaderno un bosque asido al mundo de la raíz al pájaro... Escribía. Pensaba en la ciudad: aquella que me decían mis padres quedaba más al norte de mi abuela : en los entretelones de los sueños : entre las telarañas de algunos bajoalfombras o en el papel que cubría los hermosos adobes de mi casa matriz. Yo tomé del cuaderno de mi infancia mi hoja correspondiente: la del mayor sigilo sumergida, pausada del más leve papel. Era una hoja sencilla de una blancura inquieta y asombrosa. Eran las seis del cielo. Mamá gritó la noche a mis hermanas; papá veía el reloj en la mitad exacta de su siesta. Eran las seis en punto del ocaso. Mi hora de vivir. 70 71 Yo aspirara a vivir reconciliado si no tuviera un hijo entre mis sueños. Aire mellado por la luz el polvo mi hijo viaja. Este anegar del cuerpo es mi liturgia: con la tierra y el agua se hizo el barro. Luego del mar, anduve a rastras y eyaculé semillas de bejuco. De sus hojas, el nido; del nido, los polluelos. Los ánades levantaban una explosión de espuma encima de la barca de un pescador anciano. Nieto del limo crecí los ríos de padre y madre enormes en tanto que los peces (recordemos que entonces eran aves) veneraban la luz y escupían en el agua sus burbujas de azogue. Al final todo era agua. 71 72 Mi memoria deslavada de este año abre la pesca. En esta temporada mi abuela es una gran ausencia y no siempre fue así. Aparecía en la orilla del pantano sin mojarse los ojos. Yo creí retenerla si escribía. Pensé que eran un ancla los poemas pero nunca fue así. Me uno a su simulacro. Fui carbón fui semilla fui hueso. Y esta voz de madero sigue al río desde una enfermedad de tolvaneras. Vengo del Cromagnon a buscar, en voz de la migala la santa tierra firme del veneno. Mi origen lo contempló mi abuela el horizonte el tiempo. Un pez se me recuerda en cada giro. Me arrastro para saciar mi instinto. El silencio deja una oscura mueca entre los ojos de los niños que lloran. El perpetuo embarcar 72 73 uno sus muertos. Mi biografía es un soplo. (Cloroformo, aspirinas, vendajes y una mancha permanente de ictiol.) Una voz que envejece antes que el cuerpo en que se atora. Página repelente al fuego a la tinta y al pez. Olores de pescado, mangle y ron llevo en la espina; cuero y tabaco goma y sílex. Hecho de ásperos tumultos el grito viaja solo. Algo existe, algo urgente que debo relatarles de mi abuela. Pero callo (mientras ella se muere). Me demoran las cenizas de la escama en el pez y en sus branquias la luna. El mar se ruboriza en sus flores por llamarla a su trono. (El amor también puede llamarse asesinato). Tuve un hijo del mar con esa abuela 73 74 y un rival en la luz. (A esa mujer, que fue polvo y se queda le digo que no se olvide así; no miserablemente. La luz muere en la oscura matriz de una botella. Mi abuela ha buscado la luz; no la recibiría del veneno.) Soy demasiado joven para vivir la muerte de las aves. Digo soy demasiado adulto. Mi adolescencia fue más que mi memoria; mucho más que mi casa algunos libros. La espesísima savia de mis ojos escurría por el bosque; llenaba en sus alforjas la necesaria luz para mirarlo todo. Lo que veía era el mundo. Y en eso que me aterra, asombra y duele habito. Alguien cambió de sitio la penumbra; me ha dejado la aurora como herencia. Al margen de mi cuerpo en sus pliegues y escombros 74 75 en la nieve y el sol la hoja fue por siempre un poderoso río que me condujo a casa: el breve sur que intento relatarles desde hace tantos años. Ya habrá otro mundo que me sobre un mundo a mi medida. Por ahora tengo éste. Por ahora me basta. En la noble madera de los árboles la profunda inocencia del papel ha hecho su nido el tiempo. Es la ceniza que solloza en el aire sus fuegos escondidos; la penumbra que orea entre los sollozos arrepentida luz. Esa luz arde en algún sitio seco del cuerpo de mi abuela; No es la antorcha encendida por las manos del hombre... El hombre no sabía su paradero. No es el pez que pretende reconquistar el alba... El alba del origen. No es el papel que estrujo para sentirme un ave... Una caricia en la piel de mi abuela me transforma 75 76 las manos. Esa luz era (es) Dios. Yo lo esperaba así, en las cosas sencillas de este mundo: una hoguera encendida una hoja de papel enmimismada este diciembre asido al leño y a mi abuela... Esa luz arde en mí de mis cenizas de agua. Es por eso que escribo... que otra vez alzo el vuelo. Yo siempre soñé el sur. 76 77 Epílogo 77 78 Ciudad de mar interno a mis padres y hermanos Yo fundé esta ciudad a los quince años: qué lentos, tibios ojos conquistaron la piedra levantaron un muro, fundieron la argamasa con el pecho caliente de quien llegaba a ciegas, tropezando su cuerpo con la vida. Concebí esta ciudad contra mi vientre, como una madre indómita y soltera. Nodriza de estas calles quién pudiera decir que no son mías si han secado mi pecho con la sed portentosa de los recién nacidos si por sentirme madre recuperé mi nombre las estrellas robadas al insomnio de cuando rompía el mar en mis cabellos. Llegué apenas un niño pero reconociendo el mineral en piedra que cuajaba: adamita, geoda, piel de víbora y ónix mercurio y flor del diablo. Nada salía de mí sino el polvo antiquísimo que todo lo destruye. El silencio: aquel ruido interior que tanto duele hizo en mi paladar su madriguera. 78 79 Pero el mar pernoctaba solamente porque se oía en las gárgolas. Animal de baldío, descendía de mis cejas a los labios. En la abierta aridez del horizonte la piedra que encontré era una flor volcánica. Contra las telarañas del hastío su fulgor parecía arrebatar los ojos a mi cara. Entonces me di cuenta que morir es quedar uno inmóvil mirando lo que ya no se mueve. Bajo la lluvia ajena de esos años ¿quién abría su paraguas quién me ofreció un sombrero? La ciudad, sobre todo, que cerraba sus árboles para que ni una gota mojara mis mejillas. Pero me pongo triste y no tengo intención de mencionar la lluvia: son las cosas sin nombre las que dañan. Ahora soy de cantera: soy la cantera que cubre con sus trinos un doble campanario. Fundamos la ciudad dijo mi madre sobre nuestros abuelos. Y porque la nostalgia es un mar que regresa de las otras ciudades sumergidas salí a nombrar el mundo y fui nombrado pájaro aguacero infinito era el mar, no mi memoria. Y nadie me esperaba: nadie más que yo mismo. 79 80 Mi madre remarcaba con su amor inocente los troncos de la cerca. ¿Cuál árbol genealógico quedó de las astillas con que ella nos miraba hacer la casa? Todavía no sabíamos del viento, las tormentas la tribu de jejenes que habrían de ambicionar nuestros relictos. Atrás venía mi padre: soportando la artesa las hogazas; las migas del trayecto nuestros pasos. El mar era el instinto de una raza la sangre que nos latía en las sienes. Y la que no mirábamos (la ciudad, por ejemplo) había que pronunciarla para que fuera cierta. En esta fortaleza no ha habido vencedor ni derrotado. Cuando llegué, llegamos: mi sombra, mi reflejo las tantas veladoras que traen un muerto ardiente. Sahumábamos la noche con un coro de espuma: el rosario inconcluso de amar el nuevo exilio. No vayan a decir que no me pertenece, porque entonces los cuervos de mi vista devorarán sus ojos y ladrarán mis galgos a tanta piedra suelta y una mantis enorme invocará el veneno de todas las migalas que anidan en mi boca y entonces solo entonces regresaré mis pasos al océano natal de donde vine. 80 81 Hace un mundo de tiempo que esta ciudad es mía: la he mirado crecer, como a los árboles hacerse de ladrillos de gotas que deambulan de los rojos tejados hasta la filigrana de algún cancel de hierro. Mis ojos adquirieron su forma de planetas al mirarla: girasoles que siguieron sus pasos en el día; y en la noche, dormidos, la aguardaban porque habría de llegar de una tibia maceta en mi memoria aquella rosa náutica. También nací en febrero. El amor se me vino como una enredadera y conocí los rumbos del colibrí en verano, sus breves picotazos a un cuerpo milagroso. Esta ciudad abierta como una rosa virgen me dejaba contar mis aleteos, el olor a membrillo de la noche, la luna de narciso. Habito lo que observo sin moverme en el quieto vaivén de los jazmines. Por mis ojos algún escarabajo sale y vuela: atisba por los pozos de la tarde por si la luna asoma. Una vez que la encuentra, retorna a mis pupilas con esos resplandores que presagia el insomnio. No duermo si la noche impredecible niña derrama su rocío sobre mis manos por si puebla de grillos y luciérnagas el patio de mi casa. 81 82 Nada es desconocido por mis labios porque cuento la vida con la voz asfaltada, repleta de motores. En cambio, cuando la vida cuenta me dice esto es lo cierto. Con tantas oraciones que me caían del alma vertí amor y ciudad (piedra con piedra) por casi cinco siglos. Habito esta ciudad desde mis ojos. No existe agua tan sucia que la esconda o que no la refleje. A veces piedra viva y en otras rosa en llamas dejo escapar el humo por sus hombres. «Mi corazón es la ciudad más grande que conozco» me oí decir un día. Pero el amor la piedra en el camino tuvo que ser labrada y sostenida para que ella, otra vez, me sostuviera. Las piedras de mi casa no sirvieron para afilar cuchillos. Me hicieron rajaduras, moronas talco rojo. Qué tiempo tan lejano: la soledad se fue como una mosca al entreabrir la puerta. No quedó ni un zumbido para oxidar los muebles para habitar la piedra de voz pulverizada. Las paredes eran más que la tierra: los límites del aire. 82 83 Del adobe encarnado, la piel amurallada protegía un centinela en posición de rezo: ¿qué mantis religiosa vino a comer de mí después de amarme tanto? ¿cuántos betas (igual que un cabo amarra el aparejo) con sus rojas espinas fortifican mi sangre y mis tejidos? ¿cómo romper el cerco al bogavante sin que algún cachalote se suicide en mis ojos? Esto es, sin más, la vida: la parte del planeta donde los peces nadan, los insectos fornican y los grandes crustáceos forman otra ciudad lejos del hombre. Pero qué hay de la vida en la ciudad del hombre si no un montón de moscas y algunas ratoneras. La ciudad era un gato que maullaba. Allí quedó el zapato que había de regresarme: azul, sin agujetas sin un rastro de chicle que pudiera pegarle a lo vivido. Aprendí de los gatos a no ser fiel al hombre. Una escolta de pájaros anidó en mis costillas. Alguien fue en mi silencio larga cuerda. Anclado al papalote de esta ciudad al aire ¿qué voy a asir de mí qué de la vida de lo que no conozco? Yo tuve una encomienda: 83 84 vigilar a los gatos de mi vida. Pero los quise libres, alejados del techo y de los muros encendiendo la noche en sus maullidos. El humo desde entonces también conquistó el viento: primero en las hogueras, después en los carruajes las fábricas los hombres... Yo también soy del humo un vástago viajero. Estoy en los durmientes, porque en el sueño tuve convalecencia y fuga: nada más animal que el humo que el hollín, la ceniza... rescoldos de ciudad en ciudad inmolada. Anduve por los bosques de mi mano. Mi amor era un serrucho que todo lo partía. Cuando los ríos de savia colmaron mi antebrazo intuí que ya era tarde para morir a solas. Así que levanté otra enredadera una cerca de trigo, algunos pastizales. Y esta ciudad que miro buey echado tuvo para beber lo que yo tuve de agua. A pesar de los sapos que manejan las charcas a su antojo esta ciudad es casi transparente. Nada más de beberla, los hombres resucitan. Cuando tenía quince años, el río de entre las piedras me fue desconocido. 84 85 Hoy resuenan las lajas de la lluvia y corro con mis manos en cáliz contenidas por un poco de arena. A la ciudad envuelvo en cuatro alfaidas mis mareas cardinales para que, al fin, retorne hasta mi fuente por grietas y acueductos. Mis manos cicatrizan los callos del inicio de ese tocar la piedra y desgajarla humedecer los muros de una mirada triste. No ha nacido la muerte que me impida escudriñar el agua en su entrepierna el levísimo incienso que viene con los pájaros. Mi lengua, una llave ambiciosa, ¿en dónde se perdía que no me recobrará su cuerpo de jacinto? Amor: eso es el miedo, el desconcierto en sílabas. Ser pobre es estar solo sin otra alma en el alma en donde guarecernos. Oír caer la lluvia. No mojarnos. Toda el agua es terrible cuando la sed es nula... pero la tierra es tanta que en la muerte nos sobra. La ciudad no comienza ni termina con uno. Llegué sobre mis pies: no sé de otra manera de caminar despacio. Sin embargo al marcharme seré un intruso 85 86 anónimo que se trague la tierra. La luz en las paredes ocupará la sombra que no se echó a morir sobre sus versos. Esta ciudad ya no tiene memoria. El amor se le evade como se fuga el humo de la carne quemada. La ciudad es de todos los que no naufragamos. El mar imaginario está en la piel del hombre. El mar está en los ojos: lo que miro regresa se va tras las gaviotas. Las crestas de lo visto se mojan con la lluvia blanquísima celeste que rompe entre las nubes. Entonces Dios existe. Entonces alguien llora: esta vez de alegría porque sigue creciendo lo que mira... porque sigue mirando lo que crece... La ciudad es el hombre al que uno siempre vuelve de uno mismo. 86 87 EL CUERPO VULNERABLE i. A más de una década de su publicación en Voluntad de la luz es evidente el nacimiento de una poética disconforme. Una poética que busca su realización en un gran proyecto de escritura y no en la destrucción reiterativa de las vanguardias. Este gran proyecto inicia con una apuesta formidable: Nada menos que la historia de la vida en el planeta, del plancton milenario hasta la cumbre evolutiva que toma forma en el adolescente milenario, quien en su recorrido interior inventa la ciudad. Siendo un recorrido total por la creación, es también un apartado importante en la reflexión de la creación poética desde la poesía, propia de la tradición de la Modernidad. Plagado de referencias a Kavafis, Gorostiza, Saint- John Perse entre otros, su discurso no es el del palimpsesto. Recordemos que la Modernidad en la poesía occidental tiene como uno de sus textos fundadores a Tierra Baldía, y que el mecanismo privilegiado por Eliot en este poema es el collage, la superposición y reinterpretación de fragmentos de otros textos. En Voluntad de la luz la referencia a otros autores no se resuelve con la cita explícita. Es un disparador de su propia mitología: la fundación de la vida por el pez. El origen del pez es el origen del hombre, pero en una cadena que atraviesa multitud de fundaciones. No es una cadena lineal y consecutiva. La cuestión del origen del hombre parte del humilde plancton pero atraviesa las más variadas formas: la migala, la malagua, la mantis, el salmón. Y en ese tránsito las diversas transformaciones son revisadas como fruto de una voluntad férrea por alcanzar la otra orilla. El poema comparte esa voluntad que no se vence. El pez sabe que solo a costa de perder el aliento y sobrevivir a sí mismo logrará el milagro del salto evolutivo. El poeta sabe, a imagen del pez, que la voz no alcanza para registrar lo que la mirada intuye, y entonces el poema debe reventar sus costuras, imaginarse otro, más amplio, más sereno. Sin ese rompimiento formal ni el pez, ni el poema pasan de ser mera repetición de formas acabadas y que se agotan en el círculo infinito de las tautologías. Ambos, pez y poema suplican al demiurgo que les conceda otro cuerpo para caminar firmes sobre la arena. ii. Si la evolución tiene un sentido progresivo, y si es verdad cierto darwinismo que nos explica la selección natural como la forma en que Dios toma desiciones, si es verdad digo, entonces el paseante final de los versos de Armenta es el flaneur que Walter Benjamin identificaba con Baudelaire, ese 87 88 paseante que presa del aburrimiento, se lanza a las calles para descubrir la ciudad y para perder su identidad en la masa que lo enfrenta y lo teme. Pero a diferencia del personaje de Benjamín, el poeta adolescente de Armenta es construido por el amor, no por la evitación. La fundación de la ciudad en Luis Armenta es el descubrimiento del amor en el cuerpo de los otros. La llave para abrir las calles de la ciudad, sus parques y sus piedras es la lengua del amante, pero también la lengua del que escribe. La fundación es un acto gratuito como gratuita es la poesía. Como el poema y el pez, el paseante requiere de otra forma para superar su estado de agotamiento. Esta es la consigna poética de Armenta: la progresión fundacional del poema solo se da en su aniquilamiento. No en los recursos de la antipoesía o en la destrucción vanguardista a lo Dadá. Sino en la evidencia de que ni poema, ni poeta son suficientes para encarnar la revelación. Son necesarios dos, tanto el otro en el amor, como la tradición que enmarca y resignifica al poema. Así como el amor le permite al paseante final encontrar las claves para construir la ciudad, así los otros poetas, las otras voces, le dan al poema el volumen y espesor que la creación ex nihilo le negaría. La voluntad que se muestra en la luz no es la multiplicidad de imágenes desbordantes de una poética que se repite. Los siguientes poemarios demostraran que esa vocación experimental se da sólo en la trasgresión de los propios límites en la búsqueda por alcanzar al otro. iii. Más allá de los escándalos de su publicación, de la crisis que significó para el mayor premio de poesía nacional, más allá de que su defensa de la dignidad del poeta haya llevado a Luis Armenta a convertirse en uno de los editores más solventes del país, Voluntad de la luz sigue siendo uno de los mayores arriesgues poéticos de los últimos veinte años. La concreción de un proyecto poético de la altura que se formula en el libro lo demuestra. La multiplicidad de registros, poemas en prosa, en verso blanco y variados metros, demostraban que un poeta en dominio de sus facultades había encontrado una veta intelectual que formaría su voz. Voluntad de la luz no es únicamente un gran poemario sobre los límites de la creación (los ecos gorosticianos, tanto de los pasajes de la destrucción apocalíptica de Muerte sin fin, como el proyecto de Notas sobre poesía son más que una marca textual, son todo el horizonte de referencia) sino también una de las maneras más acabadas que ha dado la lírica mexicana para trascender sus propias reglas. Difícil ha sido ubicar a Luis Armenta en una tendencia o escuela estética. Sin embargo, su originalidad no nace de la oscuridad de sus referentes, estos están a la vista de todos. Nace de su trabajo personalísimo para leer y reflexionar sobre la realidad. Poeta místico pero no subordinado al Dios benéfico o potente de otros; poeta de la experimentación formal, pero siempre ajustada a un 88 89 discurso que le pide esa experimentación. Poeta de la tradición pero que no se agota en repetirla. Poeta singular, como singular es la mejor poesía, Luis Armenta ha engrosado el catálogo de la gran lírica en español. Este, su primer título es ya en esta hora uno de los derroteros de la poesía actual en México. Su reedición, con fines de difusión más amplios que en su primera y segunda edición, confirma que este poeta, como el salmón, al volver la mirada sobre su origen, lo hace con la firme intención de reencarnar otro pez en otras aguas. 89 90 La transformación de la poesía Por Mariel Iribe Zenil Su semblante lo dice todo: Luis Armenta Malpica (Ciudad de México 1961), vive la transformación de su poesía, y evoluciona con ella para crear una serie de eslabones entre sus libros, donde el erotismo, el lenguaje y el silencio, reflejan la preocupación del poeta. Armenta Malpica ha recibido diferentes premios nacionales e internacionales, entre ellos mención honorífica en el Premio Nacional de Poesía Hugo Gutiérrez Vega, ganó el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, y ha traducido del francés a los poetas Dominique Lauzon y Eric Roberge. Su infancia transcurrió en los escenarios. Los títeres y las marionetas fueron los primeros síntomas de la existencia del artista que llevaba dentro. “Al principio tenía un grupo de teatro, hacíamos títeres y marionetas, pero no escribía para nada, todo había sido físico. Ahora me siento muy cómodo y feliz con lo que hago. Estoy metido en la literatura y en el buceo. Mis libros tienen elementos marinos, pero yo ni siquiera sabía nadar. Entonces la experiencia fue buena, primero escribí y después comprobé y mi intuición funcionó. Pero fue a los 15 años cuando Armenta Malpica llegó a vivir a Guadalajara, y en esa ciudad, con la idea de llegar a ser novelista, se acercó a la literatura. “Escribo desde el 90 que entré a la escuela de escritores. Tenía 27 años y quería ser narrador, escribir cuento y novela, pensé que era la rama en la que tenía más posibilidades, pero como tenía tonos y ritmos más figurativos, me involucré en la poesía, pero no lo pensé en un principio. Llegué ahí por la literatura en general, porque me gustaba la lectura y por acercarme a un mundo que siempre se me ha hecho interesante”. Sin embargo, por formación de familia, la literatura alemana, el ensayo, y la filosofía fueron algunas de sus primeras lecturas, dejando de lado la poesía y los escritores mexicanos. “Cuando entré a la escuela de escritores y me dieron la lista de libros me quedé asustado porque había leído algunos, pero no era una lectura continua, ni 90 91 consentida siquiera. No conocía a varios escritores mexicanos, mis lecturas eran ensayo, poco de novela, y muy poca poesía”. Pero la facilidad y la naturaleza con la que Armenta Malpica encontró el despliegue entre la vida y la poesía, hicieron que entrara de lleno a trabajar el verso y las formas poéticas, sin abandonar completamente la línea narrativa. “Se me da fácil la poesía, hacer un cuento para mi es dificilísimo, encuadrarlo, darle la estructura y que funcione. En la poesía encontré todo lo contrario y me apasiona la idea de escribir poesía, y últimamente estoy escribiendo sobre los aspectos del lenguaje, la poética del silencio. A partir de los elementos naturales quiero encontrar la transparencia o terredad”. La novela frustrada, y no tanto Preocupado por el lenguaje, el poeta jalisciense por adopción, escribió una novela, “su novela frustrada”, que estuvo finalista en el Premio Planeta, pero que por su compleja estructura no fue publicada, y tiempo después se convirtió en “Mundo Nuevo Mar Siguiente”, libro de poemas. “Si, si tengo una novela frustrada, es una novela que no quisieron publicar en Planeta porque era muy compleja, quería que hiciera más ligera la estructura, porque estaba trabajada como una jugada de ajedrez, entonces la gente que no sabía ajedrez no le iba a entender, pero yo no la quise cambiar, no sentía ni quería hacer eso. De ahí salieron poemas y una obra de teatro. Finalmente se quedó en un libro de poemas que se llama “Mundo Nuevo Mar Siguiente”, que se publicó por la Secretaría de Cultura de Jalisco”. Armenta Malpica, está convencido de haber nacido para la poesía. Escribe sin horario, y siempre que las ideas y las formas llegan a la mente, para seguir tejiendo las cadenas que unen a cada uno de sus libros. “Si mi trabajo es escribir, escribo todo el tiempo. La poesía me sigue pareciendo un mundo fascinante, pero entre más leo, lo que siento es que quiero escribir poemas, ya queda muy poco en mí del narrador, no me da la sensación de estar vivo que encuentro en la poesía. En la narrativa encuentro respuestas, y en la poesía un respiro con asfixia de que me quiero empapar. “Escribo cuando quiero, nunca he estado en la situación de no saber qué escribir, después de haber escrito tanto sigo escribiendo muchísimo”. Voluntad de la luz Una de las anécdotas que más morbo ha generado dentro del medio literario, fue la de Luis Armenta, quien con el libro “Voluntad de la luz”, recibió el Premio Clemencia Isaura, y después, sin saber que la convocatoria no permitía en el 91 92 concurso libros premiados, lo mandó al Premio Aguascalientes, y también lo ganó. “Yo supe del Premio Aguascalientes por un periódico, vi que decía que tenía que ser inédito (el libro) y mi material no estaba publicado, pero ya había ganado el Premio Clemencia Isaura, entonces pues resulta que gana. Ya me habían entregado el premio, fui a la premiación. Pero uno de los jurados de Mazatlán leyó la nota del premio y dijo que él había premiado ese libro. “Después me mandaron llamar los organizadores, yo aun estaba en Aguascalientes, y me preguntaron que qué había pasado con eso, pero yo les dije que en mi ficha decía. Se portaron muy bien en ese aspecto. Lo del premio no fue premeditado, querían que me quedara con el cheque, pero se los regresé, no se me hacía honesto. Es una anécdota muy buena”. Así fue como se le abrieron las puertas en diferentes editoriales, incluso en Tierra Adentro, donde antes del Premio Aguascalientes, le habían rechazado la propuesta. “Antes de lo del Aguascalientes, yo había mandado el libro a Tierra Adentro y me mandaron un dictamen diciéndome que no lo podían publicar. Después del premio me lo pidieron y muchas editoriales querían el material. Ya va la tercera edición del libro en la colección La Centena, de CONACULTA y VERDEHALAGO”. Mantis Editores Desde 1996 Luis Armenta es editor del sello editorial Mantis Editores, donde se publican poetas de México y Canadá. Mantis tienen más de 104 publicaciones, y este año se publicarán 20 libros más, entre ellos los de Jorge Esquinca y Luis Vicente de Aguinaga. Además, Mantis, en coedición con la editorial Les Écrits des Forges, publican a poetas de Quebec. “Tenemos ya 25 poetas de Québec, es una coedición, por cada autor mexicano que ellos traducen y publican, nosotros hacemos lo mismo con uno de allá para mostrar su trabajo en México”. Entre los autores que publican en esta editorial se encuentran José Javier Villarreal, Minerva Margarita Villarreal, Juan José Macías, Francisco Magaña, Jorge Souza, Claude Beausoleil, Jean- Marc Desgent. Después de varios años dedicados a la creación literaria y a Mantis Editores, Armenta Malpica continúa en la búsqueda y confía en los efectos de la transformación de la poesía. “Tengo poco tiempo escribiendo, sigo en la búsqueda y no quiero perder eso, el ojo que todo lo quiere ver, lo que se ve con el ojo derecho y lo que se ve con el izquierdo, para después hacer la conjunción, con cierto rompimiento sintáctico, 92 93 muy a la manera de Rojas, para ver como funciona el discurso por si solo, sin la carga emocional o el mito que ha permeado los libros anteriores. “La poesía se transforma con el tiempo, cobra madurez, pero nunca dejamos de crear. Escribo muy rápido y en la revisión es cuando se me revelan, descubro los textos”. 93 94 Luis Armenta Malpica / biografía (México, D.F., 1961. Radica en Guadalajara, Jal., desde 1975). Diplomado en literatura por la Asociación de Autores de Occidente. Miembro de la Red Nacional Autónoma de Talleres Literarios, de la Asociación de Clubes del Libro, A.C., de la Alianza de Editoriales Mexicanas Independientes, de la Sociedad General de Escritores de México, del PEN Club Internacional (centro Guadalajara), de la Asociación Latinoamericana de Poetas (Asolapo) y de la Unión de Escritores de América (sede Colombia). Socio foráneo del Club des Poètes de France y de la Asociación de poesía Prometeo, de España. Miembro del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Jalisco y director de Mantis editores. Ganador de diversos reconocimientos nacionales e internacionales en poesía, cuento y novela, entre los que destacan los premios “Clemencia Isaura”, “Efraín Huerta”, “Ramón López Velarde”, “Alí Chumacero”, “Benemérito de América”, “Amado Nervo”, de San Román e Iberoamericano de poesía “Continentes”. Mención de honor en el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (Chile, 2000) y en el VIII Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén (México-Cuba). Expremio de poesía Aguascalientes, en 1996 y Premio Jalisco en Letras 2008, el máximo galardón que ofrece el gobierno del estado a sus artistas. Por su trabajo de promoción cultural recibió la Pluma de Plata, de parte del Patronato de las Fiestas de Octubre de Guadalajara, en 2006. Autor de los poemarios: Voluntad de la luz (Mantis editores, 1996; segunda edición, bilingüe, versiones de Françoise Roy, Mantis editores y Écrits des Forges, Canadá, 2002; tercera edición Conaculta y Verdehalago, colección La Centena, México, 2006), Cantara, incluido en El mundo era un prodigio (UNAM, Col. El Ala del Tigre, 1998); Terramar, incluido en Tercer premio nacional de poesía y cuento “Benemérito de América” (Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca, 1999); Des(as)cendencia (Traducción y versiones de Jacky Santos Da Silva y Gabriel Martín. Edición bilingüe, Écrits des Forges y Mantis editores, Canadá, 1999; primera reimpresión, 2000); Vino de mujer (Ediciones la rana, del Instituto de Cultura de Guanajuato, 2000); Nombradía ―desde el hielo anterior, incluido en Primer Concurso Iberoamericano de Poesía Neruda 2000 (Municipalidad de Temuco, Chile, 2000); Ebriedad de 94 95 Dios (Ediciones Monte Carmelo, 2000; segunda edición, bilingüe, traducción de Françoise Roy, Écrits des Forges, Quebec, 2004; tercera edición, Cuadernos de Pasto Verde, colección El Celta Miserable, Veracruz, 2009); Luz de los otros (Ayuntamiento de Ciudad del Carmen, Campeche, 2001; Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, colección Carlos Pellicer, 2002); Ciertos milagros laicos (Mantis editores, 2002); Mundo Nuevo, mar siguiente (Literalia editores y Secretaría de Cultura de Jalisco, 2004); La pureza inaugural (Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Nayarit, 2004, 2006 y 2008); Sangrial (con Ricardo Quijano. Mantis editores, colección Liminar, 2005; cuarta edición, bilingüe, traducción de Françoise Roy y Gabriel Martín, Écrits des Forges, Quebec, 2007) y El cielo más líquido (Mantis editores, colección Liminar, 2006; segunda edición, bilingüe, traducción de Paulo Ferraz, UANL, Selo Sebastião Grifo y Mantis editores, 2009). Cotraductor de Esta desnudez al rojo blanco, de Éric Roberge (Edición bilingüe, Mantis editores / Écrits des Forges, 2000), Una sonrisa apenas, de Dominique Lauzon (Edición bilingüe, Mantis editores / Écrits des Forges, 2001), Navíos de guerra, de Élise Turcotte (Edición bilingüe, Mantis editores / Écrits des Forges, 2002), Los cuatro estados del sol, de Jean-Marc Desgent (Edición bilingüe, Mantis editores / Écrits des Forges, 2002), En el delta de la noche, de Élise Turcotte (Edición bilingüe, Mantis editores / Écrits des Forges, 2003) y Acelerador de intensidad, de André Roy (Edición bilingüe, Mantis editores / Écrits des Forges, 2003). Su trabajo narrativo, poético y de ensayo aparece en diversas antologías (en inglés, francés, italiano, ruso y español) de México, EU, Italia, Rusia, Argentina y Chile. Ha publicado en revistas de latinoamérica, España, EU, Rusia, Rumania, Canadá, Francia, Bélgica, Luxemburgo, Emiratos Árabes Unidos, Marruecos, Senegal e Isla de la Reunión. Libros y poemas de su autoría han sido traducidos al inglés, francés, italiano, ruso, alemán, rumano, árabe y portugués. Ha participado en diversos encuentros nacionales (casi todo el país) e internacionales de poesía en Trois-Rivières (Quebec), Moscú, París, Islas Canarias, Barcelona, Madrid, Iasi (Rumania), Mainz y Weisbaden (Alemania), La Habana, Salta (Argentina) y en algunos congresos de literatura en San Diego, Kentucky, Ohio, Charlotte (Carolina), Virginia y El Paso, en Estados Unidos. 95 96 Muestrario de Poesía 1. La eternidad y un día y otros poemas / Roberto Sosa 2. El verbo nos ampare y otros poemas / Hugo Lindo 3. Canto de guerra de las cosas y otros poemas / Joaquín Pasos 4. Habitante del milagro y otros poemas / Eduardo Carranza 5. Propiedad del recuerdo y otros poemas / Franklin Mieses Burgos 6. Poesía vertical (selección) / Roberto Juarroz 7. Para vivir mañana y otros poemas / Washington Delgado. 8. Haikus / Matsuo Basho 9. La última tarde en esta tierra y otros poemas / Mahmud Darwish 10. Elegía sin nombre y otros poemas / Emilio Ballagas 11. Carta del exiliado y otros poemas / Ezra Pound 12. Unidos por las manos y otros poemas / Carlos Drummond de Andrade 13. Oda a nadie y otros poemas / Hans Magnus Enzersberger 14. Entender el rugido del tigre / Aimé Césaire 15. Poesía árabe / Antología de 16 poetas árabes contemporáneos 16. Voy a nombrar las cosas y otros poemas / Eliseo Diego 17. Muero de sed ante la fuente y otros poemas / Tom Raworth 18. Estoy de pie en un sueño y otros poemas / Ana Istarú 19. Señal de identidad y otros poemas / Norberto James Rawlings 20. Puedo sentirla viniendo de lejos / Derek Walcott 21. Epístola a los poetas que vendrán / Manuel Scorza 22. Antología de Spoon River / Edgar Lee Masters 23. Beso para la Mujer de Lot y otros poemas / Carlos Martínez Rivas 24. Antología esencial / Joseph Brodsky 25. El hombre al margen y otros poemas / Heberto Padilla 26. Réquiem y otros poemas / Ana Ajmátova 27. La novia mecánica y otros poemas / Jerome Rothenberg 28. La lengua de las cosas y otros poemas / José Emilio Pacheco 29. La tierra baldía y otros poemas / T.S. Eliot 30. El adivinador de hojas y otros poemas / Odysseas Elytis 31. Las ventajas de aprender y otros poemas / Kenneth Rexroth 32. Nunca de ti, ciudad y otros poemas / Czeslaw Milosz 33. El barco en llamas y otros poemas / Jaroslav Seifert 34. Uno escribe en el viento y otros poemas / Gonzalo Rojas 35. El animal que llora y otros poemas / Antonio Gamoneda 36. Los andamios del mundo y otros poemas / Ledo Ivo 37. Dominican Style y otros poemas / Alexis Gómez Rosa 38. Poesía francesa actual / Muestra de 40 autores 39. Número equivocado y otros poemas / Wislawa Szymborska 40. Desde la república de la conciencia y otros poemas / Seamus Heaney 41. La tierra giró para acercarnos y otros poemas / Eugenio Montejo 42. Secreto de familia y otros poemas / Blanca Varela 43. Tal vez no era pensar y otros poemas / Idea Vilariño 44. Bajo la alta luz inmerso y otros poemas / Mariano Brull 45. Las ocupaciones nocturnas / Jorge Enrique Adoum 46. La gruta de las palabras y otros poemas / Vladimir Holan 47. La vida nada más, la sola vida y otros poemas / Gastón Baquero 48. El futuro empezó ayer / Luis Cardoza y Aragón 49. Los errores necesarios y otros poemas / Joaquín Giannuzzi 50. Jardín de Piedra / Fernando Ruiz Granados 51. Hablar desde la inseguridad / Rafael Cadenas 52. El hombre acorralado y otros poemas / Luis Alfredo Torres 53. Territorios Extraños /José Acosta 54. Cuadernos de Voronezh / Osip Mandelstam 55. La traición de los sueños / Francisco de Asís Fernández 56. Quemaremos los días por venir / Radhamés ReyesVásquez 57. Sobre toda palabra / Rafael Guillén 58. Días de Carne / César Sánchez Beras 59. Bajo la noche enemiga y otros poemas / Ulises Varsovia 60. La imperfección es la cima / Yves Bonnefoy 61. Voluntad de la luz / Luis Armenta Malpica 96 97 Colección Muestrario de Poesía 2010 97