La Región y sus orígenes La Región y su orígenes © 2007, Corporación Parque Cultural del Caribe Calle 36 No. 46-66 Barranquilla [email protected] Prohibida la reproducción total o parcial, a traves de cualquier medio de los materiales aquí publicados sin el permiso expreso de los editores. Corporación Parque Cultural del Caribe Directora Carmen Arévalo Correa Coordinación editorial Patricia Iriarte Asesoría académica Adelaida Sourdis Nájera Promigas Presidente Antonio Celia Martínez-Aparicio Fundación PromigAs Lucía Ruiz Martínez Edición bajo el cuidado de Editorial Maremágnum Asesor editorial José Antonio Carbonell Blanco Revisión de textos Enrique Dávila Martínez Diseño gráfico Cristina López Méndez Imágenes de portada y contraportada: Muger principal de Cartagena de Indias y Hombre principal de Cartagena de Indias. Tomado de El viagero universal o Noticia del Mundo Antiguo y Nuevo. Por O.P.E.P., Vol. X, Tomo XII, Madrid, Imprenta de Villalpando, 1797. Plan de la ville de Cartagêne. Dibujo y grabado de Liébaux. Siglo XVIII. Página 1: Plano de Santa Marta. 1534 (¿?). Archivo de Indias de Sevilla. Tomado de Atlas de mapas antiguos de Colombia, Litografía Arco, Tercera edición, Bogotá. Páginas 4 y 5: Descripción de la Audiencia del Nuevo Reino. Sevilla. 1601. Tomado de Atlas de mapas antiguos de Colombia, Litografía Arco, Tercera edición, Bogotá. ISBN: 978-958-98185-0-3 Impresión: Editorial Nomos Impreso en Colombia · Printed in Colombia 2007 COLECCIÓN M A N G L A R I A 1 La Región y sus orígenes S Momentos de la historia económica y política del Gustavo Bell LemuS C ompilador Caribe colombiano C on t e n i d o 11 Presentación Gustavo Bell Lemus 15L a conquista del Caribe colombiano o la pedagogía exploratoria para el establecimiento de la dominación española José Polo Acuña 39L as ciudades, villas, sitios y el sistema político -administrativo en el Caribe Hugues Sánchez Mejía colombiano 59 Producción los casos de la ganadería , la hacienda de trapiche y el hacendil y parcelaria : tabaco en la economía regional del colombiano Joaquín Viloria De la Hoz 83San A ndrés, Providencia las Caribe y Santa Catalina, islas que coronan la región Adelaida Sourdis Nájera Caribe colombiana 105L a 125 Caribe Gonzalo Zúñiga Ángel navegación en el mar R aza, clase y lealtades políticas durante las guerras de independencia en las provincias de Cartagena y Santa M arta Ernesto Bassi Arévalo 167 Participación de la M arina patriota en la Independencia (1805-1830) Enrique Román Bazurto 205El río M agdalena y el mar Caribe como ejes geohistóricos Adriana Santos Delgado El vapor Simón Bolívar sobre el río Magdalena. Dibujo de Riou en Édouard André, L´Amerique equinoxial (Colombie – Equateur – Perou), Paris, 1876. 12 La Región y sus orígenes Conscientes del reto que implicaba elaborar el guión para el Museo del Caribe, se convocó a un amplio grupo de expertos en distintos campos del saber y en diferentes áreas de nuestra historia para que escribieran ensayos que sirvieran como insumo para la labor museográfica de poner en escena la naturaleza, la gente, la historia, la palabra y las expresiones artísticas de nuestra región Caribe. Sobra decir que los trabajos de los eruditos, recibidos en la primera etapa de la elaboración del guión, son de un gran valor académico y didáctico. Al punto de que por sí solos ya constituyen un gran logro del Museo del Caribe y forman parte de su valioso patrimonio. Para que esos ensayos no quedaran relegados a un archivo, sino que, por el contrario, se convirtieran en una herramienta más para la labor educativa que adelantará el Museo una vez abra sus puertas, hoy se publica una primera selección de ellos con la convicción de que representan un aporte para el entendimiento y la valoración de nuestra historia política y social. En un futuro cercano publicaremos otros volúmenes no sólo sobre esta materia, sino sobre la cultura y el medio ambiente de la región. Los artículos reunidos en esta obra están lejos de agotar el recorrido histórico del Caribe colombiano; apenas si constituyen un abrebocas a los innumerables temas que este encierra. Tienen, no obstante, la virtud de abordar algunos aspectos que tradicionalmente han sido ignorados o tratados tangencialmente por la historiografía regional, como quiera que varios de ellos se refieren a las primeras etapas de la Conquista y la Colonia de nuestro territorio, a las unidades productivas rurales en la Costa o a la navegación en el mar Caribe. Tales son, por ejemplo, los artículos de José Polo Acuña, “La conquista del Caribe colombiano o la pedagogía exploratoria para el establecimiento de la dominación española”; de Hugues Sánchez Mejía, “Las ciudades, villas, sitios y el sistema político-administrativo en el Caribe colombiano”; de Joaquín Viloria De la Hoz, “Los casos de la ganadería, la hacienda de trapiche y el tabaco en la economía regional del Caribe colombiano”; y de Gonzalo Zúñiga Ángel, “La navegación en el mar Caribe”. Otros artículos vuelven sobre el periodo de la Independencia, mas no para repetir historias o actores ya conocidos, sino para incorporar a la historiografía nuevas dimensiones de esa gesta que marcó para siempre a la región. En PRESENTACIÓN esa óptica se encuentran los trabajos de Ernesto Bassi, “Raza, clase y lealtades políticas durante las guerras de independencia en las provincias de Cartagena y Santa Marta”, y de Enrique Román Bazurto, “Participación de la Marina patriota en la Independencia (1805-1830).” No menos originales son los artículos de Adriana Santos, “El río Magdalena y el mar Caribe como ejes geohistóricos”, que nos muestra cómo la articulación entre el río y el mar marcó el poblamiento y el desarrollo de las principales ciudades de la Costa Caribe, y el trabajo de Adelaida Sourdis Nájera sobre el archipiélago de San Andrés y Providencia, territorio del Caribe y de Colombia, cuya condición insular no puede continuar siendo una excusa para justificar nuestro desconocimiento. Como se puede ver, estamos ante unos singulares aportes historiográficos que habrán de enriquecer el conocimiento de nuestra región, y que son muestras de la rigurosidad con que se ha elaborado el guión del Museo del Caribe. Ante ellos no podemos menos que entender mejor aquella frase que empieza a definir la misión de nuestro museo: “Si hay memoria, hay historia. Y si hay historia, hay futuro.” Gustavo Bell Lemus 21 de diciembre de 2006 13 15 La conquista del Caribe colombiano o la pedagogía exploratoria para el establecimiento de la dominación española José Polo Acuña* 1. A ntecedentes El descubrimiento de América a finales del siglo XV constituyó un hito que rompió en dos la historia tanto para el Viejo Continente como para este Nuevo, que empezaba a erigirse como un espacio de sueños, frustraciones, depredación, expoliación y riqueza. Ese siglo XV fue testigo de la ruptura del constreñimiento de Europa a una navegación mediterránea y limitada a las costas. Portugal continuó con la tarea de la reconquista con un vivo proceso de expansión hacia el sur, motivado en parte por el interés en el comercio con el África y en parte también por los gustos y suntuosidades del rey Enrique el Navegante. Desde 1415, cuando atacaron la fortaleza musulmana de Ceuta, en la costa africana, hasta la expedición de Bartolomé Díaz en 1488, los portugueses ampliaron su conocimiento y su control comercial de la costa de África hasta el cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur del continente. Esclavos, marfil y oro fueron los productos alrededor de los cuales se mantuvo el interés por la búsqueda de nuevas tierras y rutas, búsqueda que hacia 1480 propugnaba por establecer un contacto marítimo directo con la India, principal proveedora de especias. Por otra parte, el reino de Castilla no permaneció al margen de esta expansión atlántica, y ya en 1478 había hecho el intento de tomar posesión de las islas Canarias, complementado con varios ataques a la costa africana, que 16 La Región y sus orígenes motivaron la hostilidad e inquietud de los portugueses y llevaron a crecientes disputas entre los dos países alrededor de esas recientes posesiones. En 1479, el tratado de Alcazovas dirimió temporalmente el asunto, y en él Castilla reconocía las posesiones portuguesas (las Azores, las islas del Cabo Verde, Madeira y varios fuertes en la costa africana) mientras Portugal reconocía el dominio de Castilla sobre las islas Canarias. La experiencia canaria fue importante para moldear el tipo de instituciones y las formas de organización de la conquista que posteriormente se establecerían para el caso americano. Las islas fueron sometidas en forma definitiva por Alonso Fernández de Lugo en 1483, y en su conquista se emplearon los métodos de empresa privada y actividad oficial que la reconquista del reino de Granada había hecho comunes. Lugo recibió autoridad pública y apoyo financiero de la Corona, pero realizó también contratos con varios comerciantes de Sevilla. Las relaciones entre Lugo, en el fondo un empresario privado, y la Corona, se regulaban por una especie de contrato, la capitulación, en el que se definían los títulos, derechos y obligaciones del conquistador, y se puntualizaban las prerrogativas reales que se conservaban: desde ese momento, la Corona intentó evitar que los conquistadores recibieran derechos y concesiones que permitieran la formación de señoríos feudales. Cuando Colón comenzó a proponer la búsqueda de una ruta hacia el oriente por el Atlántico, no tenía una idea descabellada, y la teoría de la esfericidad de la Tierra era compartida y aceptada por los geógrafos y astrónomos de entonces; los problemas prácticos residían en la posibilidad de realizar por alta mar un viaje tan largo como se suponía sería la expedición a las Indias Orientales. Sin embargo, la navegación de la época había hecho notables avances: la cartografía había progresado bastante, y, por lo mismo, había elaborado mapas detallados de las costas conocidas hasta ese momento. La carabela, el navío que se utilizaría en los viajes exploratorios, había sido perfeccionada durante el siglo XV por los portugueses, y España, por su parte, contaba con habilidosos marineros, muchos de ellos con experiencia en viajes por el Atlántico. La mayor dificultad residía en la imposibilidad de determinar con precisión la longitud de una nave en alta L a conquista del Caribe colombiano... mar, por la ausencia de cronómetros precisos, y de preparar barcos de un tamaño suficiente para un viaje que podría durar mucho tiempo. La audacia y habilidad del almirante Colón se vio propiciada por sus cálculos de que Asia estaba mucho más cerca de Europa por el Atlántico de lo que lo estaba en realidad, lo que los escépticos geógrafos españoles catalogaron como un error. Por esa razón, en ese país desecharon la propuesta del genovés en 1486, después de haber sido rechazada por Portugal. No obstante, entre 1491 y 1492, Colón, con el apoyo de varios nobles españoles, entre los que se encontraban Luis de Santángel, logró que los Reyes Católicos aceptaran su propuesta y firmaran unas capitulaciones en las que se especificaban los derechos del almirante y las que conservaba la Corona; las exigencias del primero, según su hijo Fernando Colón, fueron exageradas, lo que resintió los intereses de la Corona, que no deseaba que los viajes fueran financiados netamente por la empresa privada por temor a que se conformaran poderes independientes. 2. C olón en el C aribe El primer viaje de Colón, asistido por tres carabelas, partió de Palos de Moguer, puerto que colaboró con la expedición en contraprestación por una deuda pendiente con los Reyes. La primera etapa del viaje se dirigió a las Canarias, y el 4 de septiembre partió rumbo a occidente. Esta travesía resultó sin complicaciones y el 12 de octubre, es decir, sólo cinco semanas después de la partida, se avistó tierra americana, probablemente en las Bahamas. La tripulación exploró dichas islas, además de Santo Domingo (La Española) y Cuba. En la primera y en otras islas de la zona, encontró Colón nativos pacíficos y oro, así como aleación de oro y plata (el llamado guanín). Ello despertó el ánimo del almirante y de sus huestes, dado el valor económico y espiritual de su descubrimiento. Después de haber perdido una de sus naves, Colón escogió un sitio para dejar parte de su tripulación y regresar nuevamente a España, no sin antes fundar el fuerte Navidad, lugar seco y estéril ubicado cerca de sitios donde había oro. Las contradicciones entre europeos y aborígenes no 17 18 La Región y sus orígenes se hicieron esperar, porque los segundos tuvieron que alimentar todo el tiempo a los recién llegados, a más de satisfacer sus demandas de oro y soportar el abuso de los marineros hacia sus mujeres. El almirante, recibido triunfalmente en España en 1493, preparó un segundo viaje en el que irían mil doscientos hombres ávidos por conocer el exótico mundo de las Indias. La idea que tenía Colón era establecer una factoría comercial, con fuertes y almacenes construidos por los españoles para comerciar con los aborígenes, que darían oro y otros productos a cambio de baratijas (bujerías) europeas. Los socios monopolistas de la empresa eran la Corona y el almirante, quienes se repartían las ganancias y corrían con los gastos, en tanto los demás españoles serían asalariados. En ese momento no se pensaba en una colonización en forma, pues no se trajeron mujeres, y se suponía que los alimentos se importarían de España. Es claro, además, que esta primera etapa de la Conquista fue insular, pues aún las huestes no llegaban con fuerza sobre tierra firme, lo que se convertiría en una necesidad, ya que las recién descubiertas Antillas habían demostrado ser estériles en especies y en oro. Con este propósito, la Corona organizó, a partir de 1499, todas las expediciones que se enviarían a occidente y al oriente de la tierra de Paria, y, de forma particular, el cuarto viaje de Colón, en el éste recorrería las costas de Centroamérica de oeste a este hasta tocar el extremo occidental de la actual Colombia. 3. L os primeros viajes exploratorios a la C osta C aribe y un mundo jamás imaginado En medio del deslumbramiento por un mundo que jamás habían imaginado y ante la incertidumbre de no saber a ciencia cierta a dónde iban a llegar, los españoles se lanzaron a la aventura de la “conquista”, que para el caso del actual Caribe colombiano fue comandada por Alonso de Ojeda. Este obtuvo en 1499 una licencia de la Corona, y partió de España en mayo, acompañado por dos socios bastante notables: Juan de la Cosa, considerado como uno de los mejores pilotos y cosmógrafos del momento, y Américo Vespuccio, relacionado con los intereses de la casa comercial florentina de los Medici en L a conquista del Caribe colombiano... Sevilla. Ojeda recorrió la costa venezolana desde Paria y llegó a la península de La Guajira, donde dio nombre al Cabo de la Vela. Partió luego a La Española y posteriormente a la península ibérica. La Guajira fue visitada nuevamente en 1501, esa vez por Rodrigo de Bastidas y Juan de la Cosa, quienes habían capitulado un año antes con la Corona. Después de recorrer la costa guajira en dirección al occidente, descubrieron la desembocadura del río Magdalena, la zona de Cartagena y Santa Marta, y es posible que se hayan adentrado hasta el Sinú, región rica en oro. Según el padre Las Casas, siguieron hasta las costas de Urabá, donde negociaron algún tiempo con los nativos. Nuevamente, Ojeda, en 1502, salió hacia su segundo viaje, investido entonces como gobernador de Coquibacoa, espacio administrativo establecido por el obispo Fonseca, cuyos límites comprendían la isla de Centinela, en Venezuela, hacia el occidente, y el cabo de Coquibacoa en La Guajira. Ojeda estableció una efímera base de operaciones, probablemente en Bahía Honda, para luego dirigirse a la provincia de Cinto, a ocho leguas de Santa Marta. Un año después, en 1503, se tiene noticia de la expedición de Cristóbal y Luis Guerra, quienes, según Las Casas, arribaron a un punto intermedio entre Santa Marta y Cartagena. Un año más tarde, Juan de la Cosa dirigió otra expedición en la que recorrió la costa venezolana para cargar palo brasil y siguió a Cartagena, donde se encontraron con la expedición de Cristóbal Guerra. De estas primeras incursiones de los europeos al Caribe colombiano, se pueden inferir varios puntos. Primero: se trataba de viajes exploratorios en los que las expediciones apenas intentaban reconocer un espacio que, por lo demás, era muy desconocido. Precisamente, esta característica les daba a las empresas “conquistadoras” de esta primera etapa una capacidad de inventiva, creación y experimentación con la nueva realidad que encontraban, porque, a pesar de que los españoles tenían experiencia militar conseguida en el proceso de reconquista con los moros, América, definitivamente, era algo nuevo. Segundo, si bien es cierto que estas primeras expediciones necesitaron del permiso de la Corona, también lo es que el capital privado jugó un papel fundamental: por lo general, el comandante de una expedición se asociaba con un personaje 19 20 La Región y sus orígenes acaudalado que aportaba el capital y los recursos para el viaje. Y, tercero, no se pensaba en una colonización permanente, pues sólo a partir de 1508 la Corona comenzó a estipular las cláusulas para una colonización sostenida. Tabla 1. Expediciones que arribaron a la Costa Caribe colombiana, 1499-1506 actual Comandante de la expediciónA ñosLugares recorridos* Alonso de Ojeda 1499 Cabo de la Vela – cerca de Riohacha Cristóbal Guerra 1500-1501 Cerca de Santa Marta – Cartagena – Urabá Rodrigo de Bastidas Península de La Guajira – Santa Marta 1501 Juan de La Cosa río Magdalena – puerto de Cartagena – islas del Rosario, Barú, San Fernando – golfo de Morrosquillo, río Sinú, golfo de Urabá. Alonso de Ojeda Bahía Honda, bahía de Cocinetas 1502-1503 (La Guajira) Cristóbal Colón Cabo de Mármol 1502 (actual cabo Tiburón, Urabá) Cristóbal Guerra 1504-1506 Cartagena Juan de la Cosa 1504-1506 Cartagena, golfo de Morrosquillo * Sólo se mencionan los sitios recorridos en la Costa Caribe de la actual Colombia. Generalmente, estas expediciones hacían escalas en las islas caribeñas de Aruba, Curazao, La Española y luego se dirigían a tierra firme. L a conquista del Caribe colombiano... 4. E l encuentro de dos mundos Al despuntar el siglo XVI, cuando los primeros navegantes europeos pisaron el territorio de la actual Colombia, fueron recibidos por los nativos de la costa, quienes inicialmente los percibieron como unos extraños seres que llegaban del mar envueltos en un loco vendaval de contradicciones. Con oscuras armaduras sobre sus rostros, con sus cuerpos recubiertos de duras pieles y con acorazados equinos que actuaban como un huracán tropical que arrasaba cuanto encontraba a su paso, daban la sensación de algo extraño y poderoso. El reconocimiento de esos raros personajes por parte de los nativos supuso acercamientos y alejamientos, presencias y ocultamientos. Se ha calculado que para 1500 habitaban en la región del actual Caribe colombiano, desde Urabá hasta la península de La Guajira, unos 2.565.376 indígenas; cifra que equivale al 31.08 % del total de la población nativa para el territorio de la actual Colombia; como puede inferirse, la Costa Atlántica fue uno de los espacios más poblados por las comunidades nativas prehispánicas. Dentro de los grupos indígenas más importantes se encontraban los tayrona y las comunidades circunvecinas, que habitaban la región comprendida entre Santa Marta y Riohacha, y la Sierra Nevada; en la expedición ordenada por Rodrigo de Bastidas y comandada inicialmente por Palomino, se registra que eran tierras de alta densidad poblacional. Así mismo, se manifiesta acerca de la penetración española en la Sierra Nevada con tropas comandadas por García de Lerma, las cuales partieron de Pocigüeica, y se admiraron del alto número de habitantes en la zona. En las partes bajas de la Sierra Nevada y en algunas llanuras contiguas, los tayronas desarrollaron una importante agricultura —maíz, yuca, fríjol, ají, algodón— que les permitió desplegar la técnica de la irrigación mediante terrazas aluviales. La alta población —en Pueblito o Tayronaca, Reichel Dolmatoff determinó la existencia de mil casas, y los cronistas mencionan que el cacique Pocigüeica llegó a reunir unos veinticinco mil guerreros contra los españoles—, y la existencia de una organización política con caciques heredi- 21 22 La Región y sus orígenes tarios con carácter permanente y tal vez con algunos signos de confederación entre las diversas aldeas, explican la tenaz resistencia de los tayronas a la dominación española. Jaime Jaramillo Uribe sostiene que, en este contexto, la población indígena de esta zona, al producirse la “Conquista”, pudo oscilar entre cien mil y ciento cincuenta mil habitantes, incluyendo pueblos como los motilones y los chimilas. Los aborígenes de la parte baja del Magdalena (bocinegros, malibúes) y desde la costa al occidente de su desembocadura hasta el golfo de Urabá (calamares, urabaes y otros grupos), se han denominado usualmente como caribes, término que permitió crear una figura jurídica que se materializó en una cédula real de Isabel en 1503, donde se autorizaba su captura y esclavización. El sometimiento prácticamente “definitivo” de estos pueblos la hizo Pedro de Heredia entre 1533 y 1534. En el medio y bajo Sinú, así como en las llanuras que separan a este río del San Jorge, se hallaba otro grupo aborigen que desde el punto de vista cultural fue relativamente avanzado, los denominados zenúes, que se dividieron en tres reinos: Finzenú, en el área del río Sinú, donde se hallaba el grupo más fuerte y poderoso (allí mismo se encontraron sepulturas ricas en oro que deslumbraron a las huestes de Heredia); Panzenú, en las llanuras del río San Jorge; y Zenufana, entre el San Jorge y el bajo Cauca. Al igual que la cultura tayrona, se cree que los zenúes tuvieron una población cercana al millón de habitantes, pero que al llegar Pedro de Heredia, hacia 1534, habían disminuido ostensiblemente debido al contagio de enfermedades, lo que demuestra que el imperio biológico europeo nada bueno auguraba sobre nuestras comunidades indígenas. Sin embargo, no todos desaparecieron; en la actualidad sobreviven muchos de ellos conservando relatos de la Conquista en su memoria colectiva. Sobre los nativos guajiros de las primeras décadas del siglo XVI se sabe poco; los cronistas Castellanos y Esteban Martín sólo mencionan a grupos como los wuanebukanes, kaketíos y cocinas. En el proceso de conformación de la hacienda perlera, en la primera mitad de ese siglo se utilizaron esclavos indígenas, pero parece que los guajiros no fueron reducidos a tal condición. Con todo, existe un vacío de continuidad entre los siglos XVI y XVII con respecto al XVIII L a conquista del Caribe colombiano... en lo que a esta comunidad indígena se refiere. Sin embargo, durante esta última centuria se convirtieron en una fuerza étnica importante en la región. Entre las bocas del río Atrato y el cabo Tiburón habitó otro grupo aborigen conocido como cuevas, que hablaba una lengua de origen chibcha y tenía una sociedad bastante jerarquizada, pues cada pueblo estaba gobernado por un cacique hereditario que era acompañado por jefes secundarios. Sus viviendas eran dispersas, y su sustento básicamente agrícola; sus descendientes actuales son los kunas. Tanto los guajiros como los Cuevas desplegaron un proceso de resistencia cultural y militar durante el periodo colonial que les ha permitido mantener su vigencia. 5. C aracterísticas de los primeros contactos No todo fue deslumbramiento para los nativos a la llegada de los europeos al Caribe de la actual Colombia, pues, sin duda, debieron recibir lo que Hermes Tovar Pinzón ha llamado el “rumor trágico de la conquista”, es decir, lo que había pasado inicialmente en las islas antillanas, que, en términos generales, no había sido una buena experiencia para las comunidades indígenas que allí habitaban. Los primeros contactos de las huestes españolas con los aborígenes se materializó en el llamado “rescate”, que consistió en el intercambio de productos, inicialmente voluntario, entre ambos grupos. Los españoles entregaban a los nativos baratijas como peines, espejos y cuentas de collares (bujerías) a cambio de oro, piedras preciosas y alimentos. Gonzalo Fernández de Oviedo manifestó haber recogido en 1521 en el Darién siete mil pesos oro por este concepto. Puñales y hachas fueron dos elementos introducidos por los españoles y ampliamente apreciados por los nativos, coyuntura que aprovecharon los hispánicos para comenzar a traer de España tales instrumentos con el objeto de construir un posible mercado para sus productos; así, por ejemplo, en los rescates hechos por Julián Gutiérrez en Urabá en 1532 figuran 320 hachas y dieciséis puñales, los cuales sumaron 2.795 pesos. Los precios por unidad de 23 24 La Región y sus orígenes estos productos en tomines fueron oscilantes, pues en 1532 un hacha podía costar tres tomines (un cuarto de peso aproximadamente), un puñal seis tomines y un peine 0.7 tomines. En 1502, en su segundo viaje, Alonso de Ojeda intercambió con los indìgenas en Bahía Honda cuentas de colores, vidrios, peines y algunas herramientas por oro y perlas. Esta misma operación fue realizada por Rodrigo de Bastidas entre 1501 y 1502 en la provincia de Santa Marta, y cuando pasó a Urabá y el Darién obtuvo por rescate 7.500 pesos de oro labrado y algunas perlas. Los rescates constituyeron una buena fuente de ingresos tanto para los inversionistas privados y la Corona como para los comandantes y los soldados rasos; todos tuvieron, de alguna forma y en diversos grados, acceso al botín que se lograba arrebatar a las comunidades nativas: los tres primeros recibían cerca del 70 % de las ganancias, mientras que los soldados el 30 % restante. Estos contactos iniciales fueron relativamente pacíficos por una razón: en las sociedades indígenas prehispánicas existía un principio de “reciprocidad y redistribución” que regulaba todas las actividades de la vida, por eso fueron comunes los intercambios o trueques de diversos productos entre los distintos grupos nativos, incluyendo los insulares. De tal forma que los rescates en un principio pudieron integrarse en la reciprocidad de los indígenas, pero esta posteriormente fue violentada por la disminución progresiva del oro y la negativa de los aborígenes a seguir suministrándolo. Surgió entonces la coacción, la brutalidad. La “cabalgada” fue una estrategia violenta empleada por las huestes españolas para arrasar y apropiarse del oro y los recursos aborígenes, y consistió en asolar la tierra y asaltar comunidades nativas mediante expediciones armadas. Los zenúes fueron víctimas de esa modalidad de expoliación, cuando sus tumbas fueron saqueadas y profanadas por el delirio de los españoles por encontrar oro. Así, por ejemplo, los cabalgantes obtuvieron de las tumbas zenúes entre 1536 y 1537 un botín de oro fino cercano a los 9.500 pesos y de oro bajo a los 7.234 pesos. Por su parte, Heredia y Vadillo consiguieron acumular en un lapso de cuatro años, entre 1533 y 1537, unos 301.421 pesos en oro, extraído de diecinueve asentamientos nativos, entre los que se encontraban Tierra Adentro, Zenú, Buenavista, Zamba, Barú y Barujo, entre otros. L a conquista del Caribe colombiano... Cuando los rescates y las cabalgadas no rindieron frutos suficientes en oro y demás recursos para sostener una empresa de sometimiento, los españoles comenzaron a racionalizar su modus operandi: se pasó entonces al llamado “repartimiento”, que consistió en repartir entre determinado número de “conquistadores” ciertas comunidades indígenas, pero no para usufructuar su mano de obra, sino el derecho exclusivo de rescatar con ellas. El repartimiento anunció la encomienda, pero no equivalió a ella: el primero se fundamentó en el monopolio del rescate, la segunda en el de la fuerza de trabajo, como lo veremos posteriormente. Si las huestes españolas no encontraban oro entonces procedían a capturar indígenas para venderlos como esclavos en las Antillas. Cadenas en los cuellos, marcas en la cara y verdaderas caravanas de seres humanos transportados en condiciones infrahumanas fue el drama que vivieron muchas comunidades nativas del actual Caribe colombiano. Alonso de Ojeda capturó a doscientos de ellos cerca de Santa Marta y los llevó a La Española. Los soldados de los alemanes que llegaron a las tierras de Santa Marta bajo el mando de Ambrosio Alfínger atravesaron el valle de Eupari, hasta el extremo sur de la provincia, destruyendo cuanto encontraban a su paso. Tomaron muchos nativos, hombres y mujeres y los llevaron atados y con cargas, asolaron y quemaron toda la tierra hasta llegar a la provincia de los Putos y luego a Tamalameque. La esclavitud indígena en el Caribe colombiano encontró un caldo de cultivo, como se dijo anteriormente, en la real cédula emitida por la reina Isabel, donde se declaraban caribes a ciertas comunidades nativas; decisión fundada en que los aborígenes no habían aceptado el requerimiento, es decir, reconocer como autoridad única a los reyes de España y a la religión católica, además de ser caníbales. Por esta razón, se les podía hacer la guerra “justa”, capturarlos y venderlos como esclavos. Diego de Nicuesa por ejemplo, quemó el pueblo de Turbaco en 1509 y apresó a cuatrocientos indios. La esclavitud aborigen constituyó un factor de altos ingresos tanto para las arcas reales como para los particulares que la practicaban: entre 1514 y 1515 los quintos reales pagados en la caja de Santa María la Antigua del Darién por concepto de nativos esclavos sumaban 651.888 maravedíes; en Cartagena, 25 26 La Región y sus orígenes en 1536, por 306 indígenas entraron a la caja real 1.913 pesos. Lo que queda claro después de mirar rápidamente estas cifras es que la esclavitud de los nativos no tuvo un sustrato moral o jurídico, sino netamente económico. Finalmente, es necesario señalar que todas estas estrategias empleadas por las huestes españolas para dominar la población indígena del actual Caribe colombiano apuntaron también a la destrucción de la habitación, del cuerpo y de la religión o la “mutilación del espíritu”. Desde ese mismo momento los nativos emprendieron un proceso de resistencia, algunas veces abierto y armado, otras, oculto y en silencio que aún está por investigarse en forma rigurosa y sistemática. 6. L os fundamentos del poder civil : fundación de ciudades y villas Como ya se mencionó en anterior oportunidad, las primeras entradas españolas al actual territorio del Caribe colombiano fueron de percepción y experimentación para lo que vendría posteriormente, es decir, no había una intención inmediata de colonizar; sin embargo, fue necesario el fortalecimiento de puntos estratégicos que funcionaran como fuertes militares, pero también como factorías comerciales, como sucedió con la fundación de Santa María la Antigua del Darién en 1510 por Alonso de Ojeda, población que sirvió de base de operaciones para los rescates y las cabalgadas que se hicieron al territorio étnico caribeño. La coyuntura de la tercera década del siglo XVI vio aparecer un ánimo colonizador en las políticas españolas en América, en parte propiciadas por las noticias sobre la existencia de fabulosas riquezas en México y Perú, que se extendían como onda sonora por todo el continente. De esta forma, la Corona capituló en 1524 con Rodrigo de Bastidas, antiguo comerciante de Sevilla que había vivido en Santo Domingo, la conquista de Santa Marta. El texto de la capitulación nos muestra una creciente conciencia sobre la necesidad de colonizar en una forma estable y ordenada que no se limitara al saqueo de los indígenas. Entre las obligaciones de Bastidas se encontraba la de trans- L a conquista del Caribe colombiano... portar cincuenta vecinos, quince de los cuales debían llevar sus esposas, y un determinado número de vacas, cerdos y yeguas de cría, lo que indica que ya se pensaba en un núcleo poblacional estable. Los colonos, por su parte, estarían sujetos al pago a la Corona de un décimo de lo que obtuvieran, ya fuera por pescar perlas, cortar palo brasil o explotar yacimientos auríferos. De esta manera desembarcó Bastidas en junio de 1526 en Santa Marta con unos doscientos hombres. Bastidas no intentó arrasar con la población nativa de la zona, probablemente porque ya tenía la experiencia del desastre demográfico que había sucedido en La Española; se decía de él que hacía trabajar incluso a los españoles, lo que lo llevó a un enfrentamiento con su propia gente y a la necesidad de organizar rápidamente un reconocimiento a las poblaciones indígenas circunvecinas, en la que obtuvo un botín de 18.000 pesos oro. Estas salidas debieron incrementarse por otra razón: Santa Marta se había fundado en una estepa estéril que no producía los alimentos suficientes para sostener a una población española en aumento, de manera que los asentamientos aborígenes cercanos lo proporcionarían; a menudo la ciudad se vio arrasada por el hambre y las pestes, y dependía casi siempre de la provisión de alimentos llevados de otros lugares. Dos áreas de la zona inmediata a Santa Marta y la Sierra Nevada fueron objeto de atención por parte de los españoles: el Cesar y el Magdalena. En 1530, Francisco de Arboleda visitó la zona de La Ramada, a la que Vadillo había ido con anterioridad; posteriormente, en 1531, Pedro de Lerma y fray Tomás Ortiz penetraron en la zona habitada por los Chimilas, y posteriormente a una provincia controlada por nativos Caribes entre la Sierra Nevada y el Magdalena. Durante ese año, el mismo Lerma pasó por La Ramada en dirección al Valle de Upar y al río Cesar hasta la ciénaga de Zapatosa y al río Magdalena. Poco después de las travesías de Lerma, una expedición proveniente de Venezuela hizo el mismo recorrido. Se trataba de la de Ambrosio Alfínger, gobernador de Venezuela y representante de los intereses de la casa comercial alemana de los Welser. La expedición partió de Maracaibo en 1531, cruzó la serranía de Perijá, entró al Valle de Upar y bajó por el río Cesar hasta la ciénaga de Zapatosa. 27 28 La Región y sus orígenes Es necesario recordar que uno de los objetivos de estas expediciones era encontrar una vía hacia el sur que condujera al Perú, donde se suponía existían inmensas riquezas representadas en oro; por ello, no pocos expedicionarios creyeron haber hallado en el río Magdalena la ruta precisa que los llevaría al tan anhelado Perú. En 1532, un portugués, Jerónimo de Melo, logró penetrar con dos navíos en la desembocadura del río Magdalena y remontar su curso unos 150 kilómetros. Un año después, una nueva expedición recorrió el valle del Cesar, encontró el pueblo de Tamalameque y se quejó de la destrucción de la población nativa causada por la entrada de los Welser. En ese mismo año, García de Lerma, empeñado en llegar al Perú, organizó otra expedición que subiría al Magdalena, dividida en dos grupos, uno por río y otro por tierra. Según afirma Castellanos, atravesaron por tierras de los Chimilas, luego por el río Ariguaní hasta el Cesar y por éste al Magdalena. Si Santa Marta, ubicada en una estepa estéril, había tratado de sobrevivir gracias al aprovisionamiento del exterior y a la expoliación de las numerosas comunidades indígenas de sus alrededores, Riohacha centró su subsistencia y su actividad en el peruleo o pesca de perlas. A fines de 1538 o comienzos de 1539, huestes de la gobernación de Venezuela, encabezadas por Rodrigo de Cabraleón y Juan de la Barrera, fundaron en el Cabo de la Vela a Santa María de los Remedios, fundación que creció con gran rapidez, hasta el punto de que en 1541 su población se calculó en unas mil quinientas personas entre “indios y cristianos”. Los aborígenes buzos trabajaban como esclavos en condiciones bastante duras, con doce horas de trabajo continuo en el mar sacando los ostrales de donde se obtenían las codiciadas perlas. Como las condiciones de aprovisionamiento de agua y alimentos eran bastante limitadas y la hostilidad de los nativos constante, la ciudad y la pesca de perlas se fue trasladando hacia el sur, bordeando la costa, donde había agua dulce (río Ranchería) y algunas estancias ganaderas; esto, probablemente, se hizo en los primeros meses de 1545. Con respecto a Cartagena, ya la zona había sido sometida a expediciones esclavistas que se acentuaron, como vimos anteriormente, con la real cédula de 1503; en 1509 varias expediciones desembarcaron en la zona, pero L a conquista del Caribe colombiano... la escasez de agua y la hostilidad de los nativos no lo permitieron. En la tercera década del siglo se empezó a considerar la idea de un establecimiento permanente, pues hacia 1523 Gonzalo Fernández de Oviedo obtuvo el derecho exclusivo de comerciar en Cartagena y en los espacios vecinos, por lo cual levantó una fortaleza. Sin embargo, no fue sino hasta 1532 cuando se propició la fundación de la ciudad: Pedro de Heredia, quien había acompañado a Pedro Vadillo en su expedición a Santa Marta, firmó una capitulación con la Corona para conquistar y poblar estas tierras: las estipulaciones fueron similares a las de Santa Marta, salvo que se acentuaba la protección a los nativos, pues se prohibió su esclavización. Así mismo, el grupo colonizador de Cartagena se diferenció del de Santa Marta porque era abierto, es decir, Cartagena estuvo abierta a cualquier colono que hubiera querido establecerse allí, caso contrario al de Santa Marta, donde únicamente podían estar los participantes de las expediciones. Finalmente, Heredia, después de visitar varios lugares y asentamientos indígenas —más de sesenta— fundó la ciudad el 1 de junio de 1533. El crecimiento de la población fue muy rápido: en enero de 1534 había un poco más de doscientos hombres; y ese mismo año arribaron las expediciones de Juan Ortiz, Alonso de Heredia y Rodrigo Durán, que sumaron unos ochocientos hombres más. De Cartagena salieron Heredia y sus huestes, por lo demás numerosa, hacia el sur en busca del codiciado oro Zenú. El célebre “conquistador” fue con sus hombres a Ayapel (fundado en 1543) y al Cauca, donde hallaron nuevos pueblos y sepulturas que supuestamente tenían oro. Esta expedición, sin embargo, resultó un fracaso porque tuvo que regresar con quinientos hombres menos y sin oro. En 1535 se llevó a cabo la fundación de Villarrica de Madrid, en zona del Sinú, que tuvo una existencia efímera, pues la documentación deja de mencionarla en 1536. No obstante, en 1543 es vuelta a mencionar con otro pueblo, Santiago de Catarapá, fundado por Vadillo, que bien pudo ser el mismo Santiago de Tolú (erigido en 1535), pero mencionado en 1545, que probablemente fue el mismo Catarapá que debió de haber sido trasladado. En todo caso, Heredia tenía como objetivo entrar a Urabá para luego penetrar a Dabeyba, asentamiento aborigen donde los españoles creían poder encontrar oro. 29 30 La Región y sus orígenes Juan de Santacruz, juez de residencia de Juan de Vadillo (hermano de Pedro Vadillo), que a su vez lo fue de Pedro de Heredia, hizo una expedición en 1540 hacia los llanos que se ubicaban entre el San Jorge y el Cauca, y fundaron la población de Santacruz de Mompox, que antes, en 1537, lo había sido como puerto. La fundación de ciudades y villas también significó la instauración y consolidación del poder político, del orden y del sometimiento de espacios “vírgenes” e “incultos”. Georges Duby plantea que a lo largo de su historia la ciudad no se caracteriza ni por el número de habitantes ni por las actividades de los hombres que allí habitan, sino por su estatus jurídico, de sociabilidad y de cultura. Estos rasgos derivan del papel primordial que cumple el órgano urbano, que no es económico, sino político. Polis: la etimología no se equivoca. La ciudad se distingue del medio que la rodea en lo que ella es, en el paisaje, en el punto central del poder. El Estado crea la ciudad, en la ciudad el Estado tiene su asiento. En la primera etapa de la “Conquista”, el espacio fue concebido como teatro de operaciones militares y mercantiles, mientras que en la etapa de “poblamiento” sostenido fue visto como un escenario en el cual había que consolidar un orden social e ideológico y borrar todo vestigio aborigen. Al fundarse Santa Marta, por ejemplo, la ciudad dominó el espacio que atravesaba Bonda y La Ramada para operar sobre la Sierra y las llanuras del interior. A su vez, Pedro de Heredia recorrió el interior y luego fundó Cartagena. Las ciudades se erigían con perspectivas de sometimiento y dominación. 7. L o político - administrativo Precarias y ambivalentes fueron las primeras divisiones político-administrativas que se dieron a principios del siglo XVI en el actual Caribe colombiano, entre otras cosas porque los cosmógrafos y cartógrafos, y en general todos los europeos que llegaron inicialmente, desconocían el territorio. En medio de esta incertidumbre, los comandantes de las expediciones venían con funciones políticas y administrativas: podían ser capitán general, justicia mayor y gobernador, y administraban y gobernaban en nombre del Rey. De esta forma, L a conquista del Caribe colombiano... se estableció en 1509 la gobernación de Nueva Andalucía, que se extendía desde el golfo de Urabá hasta el Cabo de la Vela. Como se observa, era un enorme territorio para un solo administrador. Esta misma zona, pero incluyendo a Panamá, recibiría en 1513 el nombre de gobernación de Castilla de Oro, cuya sede principal funcionaba en Panamá. En 1525, Gonzalo Fernández de Oviedo logró obtener títulos para fundar una nueva gobernación, la de Cartagena, pero no tuvo consecuencias prácticas. Un año más tarde, Santa Marta señaló límites al oriente: el río Magdalena delimitaba claramente una frontera administrativa. Con la fundación de Cartagena en 1533, se erigió la gobernación del mismo nombre, que entraría a disputarle la zona de Urabá a Castilla de Oro. La gobernación de Santa Marta, por su parte, se extendió desde el río Magdalena hasta el Cabo de la Vela. Con territorios inmensos e inciertos por controlar, fue común ver entre los distintos comandantes de las expediciones pleitos jurisdiccionales que terminaban en apresamientos, enfrentamientos armados y hasta en la horca. Así, por ejemplo, Pedro de Heredia sostuvo enfrentamientos con la gente de Popayán en relación con la zona de Antioquia: Heredia sostenía que esta había sido descubierta por huestes de Cartagena, con el objetivo bien claro de aprovecharse de las ricas minas de Buriticá. 8. L os “ pueblos de indios ” La concepción hispánica sobre el orden espacial también se impuso a las comunidades aborígenes americanas, yendo más allá de títulos jurídicos de propiedades o de traslados de las comunidades indígenas, para convertirse en un espacio donde se inculcaba un orden social y unas creencias cosmológicas. Este ordenamiento se materializó en los llamados “pueblos de indios”, que se convirtieron en un sistema de significados a través de los cuales se comunicaba, experimentaba, exploraba y reproducía un sistema social. Es necesario aclarar que el concepto de ‘pueblo de indios’ se diferencia del llamado “resguardo”: el primero estuvo motivado, inicialmente, por un interés religioso que, en términos estratégicos, resultaba fundamental para controlar a los pueblos 31 32 La Región y sus orígenes sometidos; mientras que los resguardos hacen referencia a la congregación de comunidades nativas para apoderarse de sus tierras. Es importante señalar que el control político sobre un espacio no se implanta únicamente mediante la violencia física y la imposición de un ordenamiento legal, sino que supone la erección de imágenes y símbolos que tratan de establecer las clasificaciones jerárquicas que se quieren imponer sobre una determinada sociedad. La función de los pueblos nativos, entonces, consistía en controlar a la población indígena “dispersa”, “inculcarle” unos elementos ideológicos y “civilizarla”. Desde ese mismo momento, los símbolos empezaron a jugar un papel importante: las concentraciones de los poderes político y religioso se erigían alrededor de la plaza. La iglesia, y con ella el cristianismo, se levantaba como fuente única y suprema de lo sagrado, excluyendo totalmente la sacralidad prehispánica. Por el contrario, en el poder político el espacio se compartía entre el orden tradicional y el nuevo: se ubicaban en el espacio central, por un lado, la casa del Cacique y señor y las de los principales y, por otro, el cabildo y la cárcel. Como puede observarse, los primeros representaban la aceptación del poder de las formas políticas de origen prehispánico, pero recontextualizadas; el cabildo y la cárcel representaban el nuevo orden. Por otra parte, la indicación de la Corona en el sentido de que en los pueblos de “indios” debían construirse barrios agrupados por parentela, demuestra que estos pueblos no podían considerarse como meras prolongaciones de los pueblos de españoles, sino con la subsistencia de rasgos de la organización interna de las comunidades aborígenes. En 1559, y quizá un poco antes para el caso del Caribe colombiano, se iniciaron las reducciones indígenas, las cuales fueron de la mano con los repartimientos de los mismos en encomienda; por lo tanto, la erección de pueblos nativos estuvo estrechamente relacionada con la consolidación de esta forma de control y explotación aborigen. Muchos de estos pueblos desaparecieron por la extinción de los nativos, pero algunos que fueron cabeza de encomienda sobrevivieron a las acometidas de los tiempos, como es el caso de Tubará, Galapa y Usiacurí, entre otros, ubicados en el Partido de Tierra Adentro, actual departamento del Atlántico. L a conquista del Caribe colombiano... Es necesario aclarar que los pueblos de nativos a los que hacemos referencia no deben confundirse con expresiones que normalmente aparecen en los documentos como “pueblos encomendados”, ya que estos últimos se refieren a grupos de nativos con su estructura política y parental tradicional, es decir, se mencionan pueblos como comunidad étnica definida. En ocasiones, estos pueblos “primarios”, por llamarlos de alguna forma, eran separados para unirlos con fracciones de otros —generalmente por facilidades de expoliación— para conformar los llamados “pueblos de indios” en sentido de control social, político e ideológico. 9. L a E ncomienda El trabajo indígena se convirtió en un elemento generador de riqueza en la sociedad colonial, pues producía excedentes para la economía española y, a través de esta, para el naciente mercado capitalista mundial. La forma de organización de este trabajo durante los primeros años de la Colonia fue la Encomienda, institución que, en primer lugar, era un sistema de control y utilización de mano de obra, y, en segundo, un mecanismo de aculturación de los aborígenes y de defensa militar de los establecimientos españoles contra levantamientos indígenas. Consistía en la distribución de un grupo de indígenas, generalmente un pueblo, a un “conquistador”, quien obtenía el derecho de utilizar a los nativos en sus diversas empresas económicas y a cobrarles un tributo, a cambio de lo cual el “conquistador” se obligaba a adoctrinar a los indìgenas y a mantener caballos y armas para defender la ciudad española de cualquier ataque. Establecida por primera vez en el Caribe, la encomienda fue evolucionando lentamente como respuesta a la disminución de la población y a la presión moral ejercida por religiosos como fray Bartolomé de Las Casas. Entre 1512 y 1513 fue regulada por las ‘leyes de Burgos’, que estipularon las obligaciones de los indígenas de forma precisa: trabajar nueve meses al año en servicio de los encomenderos y ceder a estos la mayor parte de sus tierras reservando para su propio cultivo media fanegada por cabeza. 33 34 La Región y sus orígenes La primera distribución formal de una encomienda fue hecha por García de Lerma en 1529, en Santa Marta, donde el mismo gobernador se adjudicó veintiséis caciques; en realidad, en esta época las tasaciones no estaban reguladas. En los años posteriores se hicieron distribuciones de encomiendas en la región, y a medida que se fundaron nuevas ciudades (Tenerife, Tamalameque, Ciudad de los Reyes, etc.) los nativos de la zona fueron repartidos. En 1560 existían en la gobernación de Santa Marta 73 encomenderos y 2.400 indígenas tributarios. En Cartagena, la distribución de encomiendas fue más tardía. Siete años después del desembarco de Heredia, en 1540, comenzó un reparto de la población en Mompox y luego en Cartagena y Tolú. Entre 1540 y 1548 fueron dadas en la gobernación 102 encomiendas entre Mompox, Urabá y Villa de María; en 1560, 92 fueron repartidas y hasta 1610 existían en la provincia 262. A los encomenderos se les impuso la obligación de enseñar religión a los indígenas y de mantener en Mompox su residencia, sus caballos y armas, y se les autorizó a criar ganado y demás granjerías en sus encomiendas. En 1542 vieron la luz las ‘leyes nuevas’, que buscaban regular el trabajo de los nativos y frenar los abusos de los encomenderos en cuanto a limitar los meses de trabajo de los aborígenes y a prohibir los servicios personales, pero en realidad tuvieron poco efecto: “Se acata, pero no se cumple”, parece haber sido la máxima de esta elite en su conflicto de intereses con la Corona. Y mientras esto se daba, la despoblación aborigen seguía su curso a pasos descomunales, mostrando que la experiencia de la Conquista había dejado para las comunidades indígenas del Caribe lo que Tovar Pinzón ha denominado “la estación del miedo o la desolación dispersa”. 10. B ibliografía No obstante ser numerosa la producción bibliográfica acerca de los primeros contactos entre españoles e indígenas, y, en general, acerca de todo el proceso de “Conquista” en Hispanoamérica, sobre nuestro país es poco lo que se ha avanzado al respecto, sin excluir, por supuesto, al Caribe. A pesar de L a conquista del Caribe colombiano... que los archivos colombianos carecen de una documentación abundante sobre estas primeras etapas de la ocupación, sugerimos consultar la compilación realizada por Juan Friede, Documentos inéditos para la historia de Colombia, 10 vols., Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1956-1960. Así mismo, la compilación de Richard Konetzke, Colección de documentos inéditos para la historia de la formación social de Hispanoamérica, 1493-1810; sin duda, es un buen complemento al trabajo de Friede, además de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, de fray Bartolomé de Las Casas, Madrid, 1985. Así mismo, las crónicas de Juan de Castellanos, Elegías de varones ilustres de Indias, Caracas, 1968; de fray Pedro de Simón, Noticias historiales de las conquistas en tierra firme en las Indias occidentales, y la del lengua Esteban Martín, “Declaración de una lengua”, en Nectario María, Los orígenes de Maracaibo, Madrid, 1977, son de gran ayuda para mirar las rutas de los conquistadores y los primeros contactos. Los trabajos compilatorios de Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y visitas a los Andes, 4 vols., Bogotá, 1993-1996, sobre todo el relacionado con la costa Caribe, es importante para mirar los primeros contactos en Santa Marta y Cartagena y las pautas de explotación de la población nativa que allí se encontraban; igualmente su El imperios y sus colonias (Las cajas reales de la Nueva Granada en el siglo XVI), Bogotá, 1999, clave para dimensionar el margen de las ganancias que las actividades de esclavización, peruleo y saqueo de oro daba tanto a los intereses privados como a los del Estado colonial. La moderna historiografía colombiana de los últimos treinta años no ha visto en el Caribe su objeto de estudio, particularmente los primeros decenios de la Conquista. Sin embargo, existen algunos trabajos de obligatoria consulta, como el trabajo pionero de Gerardo Reichel –Dolmatoff, Datos histórico – culturales sobre las tribus de la antigua gobernación de Santa Marta. Bogotá, 1951 y la útil síntesis de Jorge Orlando Melo, “El establecimiento de la dominación española” en Historia de Colombia, t. I, Bogotá, La Carreta, 1977, 442 p., donde el autor describe y analiza los primeros viajes exploratorios y la posterior consolidación del poder español; el interesante trabajo de José Agustín Blanco, El norte de Tierra Adentro y los orígenes de Barranquilla, Bogotá, Banco de la República, 403 p., es una sugestiva propuesta de investigación geo-histórica de 35 36 La Región y sus orígenes larga duración en un espacio reducido: el actual departamento del Atlántico, desde 1533 hasta 1777, casi tres siglos. Otra síntesis, pero de los primeros viajes exploratorios y descriptiva, es la de Nicolás del Castillo Mathieu, Descubrimiento y conquista de Colombia, 1500-1550. Una propuesta diferente de interpretación para este mismo periodo la hace Hermes Tovar Pinzón en su texto La estación del miedo o la desolación dispersa: el Caribe colombiano en el siglo XVI, Bogotá, Planeta, 1997, 256 p., donde analiza, basado en documentos del Archivo General de Indias (Sevilla) y General de la Nación (Colombia), la naturaleza de los primeros contactos entre los europeos y aborígenes americanos y, en general, toda la red económica que se tejió en los primeros intercambios entre indios y españoles, y luego con la coacción, fuerza y expoliación de que fueron víctimas los nativos. Para Santa Marta es imprescindible la consulta del clásico trabajo de Ernesto Restrepo Tirado, Historia de la provincia de Santa Marta, Bogotá, 1953, y el artículo de H. Bischof, “Indígenas y españoles en la Sierra Nevada de Santa Marta, siglo XVI”, en Revista Colombiana de Antropología, XXIV, Bogotá, 1983. En cuanto a Cartagena, la Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla ha publicado varios trabajos, entre los que se encuentran el de Carmen Borrego Pla, Cartagena de Indias en el siglo XVI, Sevilla, 1983, y el de María del Carmen Gómez, Pedro de Heredia y Cartagena de Indias, Sevilla, 1984. Para La Guajira, particularmente Riohacha y la pesca de perlas, pueden verse los trabajos de Socorro Vásquez y Hernán Darío Correa, Relaciones de contacto en el siglo XVI: wayuus y alijunas en las pesquerías de perlas del Cabo de la Vela, informe final de trabajo presentado a la Pontificia Universidad Javeriana y a Colciencias, Bogotá, 1988 (inédito), y el artículo de Weilder Guerra Curvelo, “La ranchería de perlas del Cabo de la Vela, 1530-1550”, en Revista Huellas, N° 49-50, Barranquilla, 1997). Para mirar los primeros contactos entre españoles y nativos en México y Perú, la naturaleza de los mismos y las respuestas de los aborígenes, pueden consultarse, entre otras, la obra de Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio español 1519-1580, México, Siglo XXI, 1967; el artículo de Carlos Sempat Assadourian, “La despoblación indígena en Perú y Nueva España durante el siglo L a conquista del Caribe colombiano... 37 XVI”, en Historia Mexicana, 38, 1989; y las de Steve Stern, Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la Conquista española, Madrid, Alianza América, 1986; de Nathan Wachtel, Los vencidos: los indios del Perú frente a la Conquista española 1530-1570, Madrid, Alianza América, 1976; de Nanci Farris, Los mayas bajo el dominio colonial, Madrid, Alianza América, 1992; de Serge Gruzinski, La colonización de lo imaginario: sociedades indígenas y occidentalización en el México español, siglos XVI-XVIII, México, Fondo de Cultura Económica, 1991, y La guerra de las imágenes: de Cristóbal Colón a Blade Runner, 1492-2019, México, Fondo de Cultura Económica, 1994; de Alberto Flores Galindo, Buscando un inca: identidad y utopía en los Andes, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1987; de Franklin Pease, Del anwantinsuyu a la historia del Perú, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1977; y de Guillermo Bonfil Batalla, México profundo, México, Universidad Autónoma de México, 1985. * José Polo Acuña Magíster en historia, Universidad Nacional de Colombia. Estudios de doctorado en historia, Universidad Central de Venezuela. Autor del libro Etnicidad, conflicto social y cultura fronteriza en La Guajira, 1700-1850, publicado por la Universidad de Los Andes en coedición con el Observatorio del Caribe Colombiano. Profesor asociado y director del programa de historia de la Universidad de Cartagena.