LA ÚLTIMA CITA Llegaba tarde a su cita, tenía que darse prisa si no quería quedar mal. De pronto sonó el teléfono móvil y saltó un whatsapp "llego tarde, he pillado un atasco", una sonrisa iluminó su rostro. Prefería esperar tranquilamente a saberse esperado. Entró en un elegante bar, tan conocido, que desde la puerta el olor mezcla de madera y ambientador le hizo sentirse como en casa. Eligió una pequeña mesa situada en un rincón desde el que podía ver la puerta y se pidió una cerveza helada. Su sonrisa denotaba una felicidad envidiable. Siempre le había gustado ese barrio, guardaba allí muchos recuerdos de su juventud y se sentía tan cómodo que a veces, cuando notaba que el estress o el nerviosismo se apoderaba de él se escapaba allí para pasear por sus calles. Esperaba mirando melancólicamente por una pequeña ventana y sin darse cuenta los ojos se le llenaron de recuerdos. Su mente voló muchos años atrás; allí estaba él, con cinco años, jugando en el parque mientras su madre tejía una bufanda de punto sentada en un banco del parque. Había un montón de niños jugando. Saltaban, reían, se peleaban y volvían a ser amigos, todo ello ajenos al pequeño Toni que desde un rincón del parque les miraba con envidia, “si yo fuese uno de ellos…” "¿Por qué no seré capaz de unirme a ellos?” se preguntaba. Lo cierto es que muchas veces los niños intentaban jugar con él pero Toni no se atrevía y se escondía detrás de las faldas de mamá, deseaba de corazón que le persiguiesen e insistiesen hasta que fuese casi obligado a jugar con ellos, pero nada, los niños se daban la vuelta y seguían con sus juegos. La timidez lo paralizaba. Recordó como pasaron los años y su falta de decisión se convirtió en una falta de seguridad tan grande que incluso en clase se mostraba callado aún sabiendo que conocía las respuestas. La mera posibilidad de equivocarse y provocar con eso las risas y burlas de sus compañeros le aterrorizaba. Era mucho más sencillo pasar desapercibido. Voló mentalmente hacia otra etapa de su vida: la adolescencia. En aquella época recordó que tenía pocos amigos y ninguno de verdad, muchos intentaban aprovechar su inteligencia para que les ayudase en sus estudios, otros simplemente quedaban con él cuando no tenían con quien ir. Así que fue acumulando decepción tras decepción al darse cuenta de que sus amigos desaparecían cuando no le necesitaban. Todo aquello fue duro. A la inseguridad propia de la edad se le sumó el acné juvenil, una "pelusilla" facial muy poco favorecedora y una voz inestable y en muchos momentos irreconocible. Definitivamente la imagen que le devolvía el espejo no le ayudaba en absoluto en su autoestima.- Estos recuerdos le arrancaron una tierna sonrisa. Nunca se fijó en que el resto de sus amigos y compañeros pasaban por la misma situación que él. Simplemente se fijaba en sus propias inseguridades. Día tras día pensaba que nunca sería como los demás, todo estaba en su contra. Nunca se paró a mirar alrededor. Además estaba lo que más le preocupaba… las chicas. Eso era una cuestión aparte, no lo podía afrontar, su cuerpo experimentaba cambios y las chicas eran un gran misterio, no sabía cómo tratarlas. Veía cómo los demás chicos iban con ellas tranquilamente pero él no veía la manera. Y lo peor de todo, su cuerpo se agitaba, su pecho se bloqueaba y sentía cosquilleos por todas partes al ver a una chica en especial, Marta. Era algo incontrolable, se quedaba como alelado. Eso debía de ser alergia o algo así. No era normal. ¿Qué quién era Marta? Ah, pues Marta era la típica niña que todos adoran, bonita, cariñosa, inteligente y segura de si misma. Todo lo contrario a Toni, -al menos eso es lo que él pensaba-. Marta, era tan bonita que todos los chicos de su clase y por lo menos la mitad de los de la clase de al lado estaban por ella y por supuesto con alguno había tenido algo más que un paseo de la mano. Un día Marta se acercó al rincón de la clase donde se sentaba Toni. Quería hacer el próximo trabajo de ciencias con él y quería pedir su opinión para hablar con el tutor. Toni por toda respuesta se puso tan colorado que sólo acertó a asentir con la cabeza. Una vez más se sintió tan estúpido como confundido y llegó a casa reprochándose no haber hablado más con ella, o al menos haber hablado algo. Al fin y al cabo todos los días soñaba con tenerla cerca, imaginaba miles de formas de aproximarse, fantaseaba con las frases que le diría y justo cuando lo tenía tan fácil no había pronunciado ni una sola palabra y para mayor vergüenza seguro que estaba más colorado que aquel carmín que solía usar su madre. Terrible, era un día terrible, se merecía que Marta cambiase de opinión e hiciese otro grupo. Al día siguiente la sorpresa de Toni fue todavía mayor ya que Marta no solo seguía decidida a hacer el trabajo con él si no que le cambió el sitio a su compañero de pupitre para sentarse a su lado y así poder intercambiar opiniones. Aquellos días fueron de los más felices de su vida, charlaron, trabajaron, rieron y sorprendentemente dejó de ruborizarse para pasar a tener un tono más natural. Así que se armó de valor y decidió dar algún paso para conseguir el amor de Marta aunque hay que reconocer que ella, mucho más atrevida que él y por lo que parecía más experimentada en estos menesteres, le puso muy fácil en varias ocasiones la posibilidad de un paso más allá en esa amistad y aún así Toni no supo aprovecharlo en ningún momento. Siempre se decía: "de mañana no pasa, encontraré el valor y hablaré con ella", pero ese día nunca llegaba. Por el contrario un buen día simplemente se encontró con que Marta ya no se sentaba a su lado, ni siquiera estaba en su clase y para más desgracia había abandonado el colegio, ciudad y pais. No hubo avisos, ni despedidas, ni más oportunidades. Quedó su trabajo inacabado, sus esperanzas destrozadas y su corazón desgarrado. ¡No podía imaginar tragedia mayor! Justo en ese momento se dio cuenta de que no se pueden dejar las cosas importantes para más adelante, hay que actuar para que no se te escapen los sueños entre los dedos. Esa sensación le causó tal angustia que Toni cayó enfermo, no comía, no dormía, no salía, simplemente Toni ya no vivía. Dicen que no se puede enfermar de pena pero yo creo que si. Que la pena te puede calar tan dentro que adormece el cuerpo, ralentiza los sentidos, bloquea el cerebro y todo empieza a fallar. Todos estos pensamientos pasaron por su mente en cuestión de minutos, parecía mentira cómo había cambiado todo. ¡Qué persona tan diferente era ahora! Recordó que aún tuvieron que pasar unos años hasta que tomó una gran decisión, la llamaba "la decisión de su vida": Aquello no era más que una simple reflexión "El mañana no existe. No puedo posponer nada y mucho menos la felicidad. El mañana no existe, solo existe un hoy eterno". Y después de decir esto recuerda cómo se miró al espejo, sonrió y se marcó sus nuevos objetivos. El principal: ser feliz. Acababa de dejar atrás al pequeño Toni y acababa de nacer Antonio, el maduro y sonriente Antonio. Sonó nuevamente el teléfono móvil y volvió a ver un wassap; - lo siento, sigo en el atasco, si quieres lo dejamos para otro día - De ninguna manera, tranquila, llega cuando puedas .-) - ok La verdad es que estaba disfrutando de su cerveza, su barrio y sus recuerdos, ¿qué más podía pedir? Y volvió a sus ensoñaciones: Recordó con nostalgia cómo cambió su vida aquella reflexión. Dejó de asustarse por todo y consiguió enfrentarse a aquello que deseaba. Con esta nueva perspectiva de la vida consiguió todo aquello que se propuso y se adaptó con agrado a todo lo que la vida le ofreció. Echándo la vista atrás se dio cuenta de que la vida le había regalado toda la felicidad que creía que era capaz de asimilar. Definitivamente la vida es "una cuestión de actitud", ¿qué otra cosa podría ser? y volvió a sonreir. Pensó "...si "dinero llama a dinero, ¿por qué no podría ser que felicidad llamase a felicidad?" podría ser un nuevo dicho popular. De pronto un ligero toque en el hombro sacó a Antonio del repaso mental que estaba haciendo de sus memorias, fue como despertar, casi no sabía ni dónde se encontraba. Y allí delante suya estaba una agradable mujer con una gran sonrisa que iluminaba su rostro. - Perdóname, con lo poco que me gusta llegar tarde - No te preocupes, estaba muy a gusto Se miraban con cariño, con ternura, yo me atrevería a decir que casi con adoración. Los dos rondaban los sesenta años pero en sus ojos se veía un resplandor casi adolescente, esa chispa y esa ilusión que emanan los enamorados. Al verse todo lo demás había desaparecido, todo a su alrededor perdió importancia. Pidieron dos cervezas heladas y se sentaron juntos, pegados a la ventana tal y como llevaban haciendo más de dos años. - He pensado que esto no puede continuar así -dijo Antonio muy serio. - No entiendo que quieres decir -respondió ella con un nudo en la garganta - Me refiero a que he estado pensando mucho y hoy me he terminado de convencer. ¡Ya está bien de perder el tiempo! Sin dejar tiempo a respuesta alguna se levantó del sitio, apartó con agilidad la silla en la que estaba sentado y se puso de rodillas frente a su amada mientras sacaba del bolsillo un pequeño estuche negro. - Marta, amor, ¿me harías el honor de casarte conmigo y pasar el resto de tu vida conmigo? Las lágrimas surcaban el rostro de Marta sin poder controlarlas. Llevaba toda la vida esperando este momento. Recordó aquel día en que lo vio entrar tímidamente en clase. Ese mismo día se enamoró de él pero el traslado inesperado de su padre a Australia truncó todas sus ilusiones muchos años atrás Se arrodilló junto a Antonio sin casi poder hablar. Por toda respuesta tomó su cara, besó sus lágrimas, sus labios, sus ojos y tomó el anillo que le ofrecía poniéndoselo de inmediato en el dedo. Creo que perdieron la noción del tiempo en ese momento. Allí quedaron, de rodillas junto a esa ventana y llorando de felicidad.