SELECTA DA ENEIDA (Tradución de Dulce Estefanía, ed. PPU, Barcelona 1988) Os deuses guían a Eneas (Eneida, III, 150-190) E ra de noche y en las tierras el sueño dominaba a los vivientes. Me pareció que, mientras me hallaba dormido, se presentaban ante mis ojos, resplandecientes en medio de abundante luz allí donde la luna llena penetraba por las ventanas practicadas en el muro, las sagradas imágenes de los dioses y los Penates frigios que yo había sacado conmigo de Troya y había rescatado de entre las llamas de la ciudad; entonces hablaban así y trataban de calmar mi inquietud con estas palabras: «Lo que Apolo iba a comunicarte una vez que hubieses regresado a Ortigia, te lo vaticina aquí y he aquí que él voluntariamente nos envía a tu casa. Nosotros que después de incendiada Troya te hemos seguido y hemos seguido tus armas, nosotros que bajo tu guía hemos surcado en las naves el mar enfurecido, nosotros mismos elevaremos hasta los astros a tus futuros nietos y daremos el imperio a su ciudad. Tú prepara para los que han de ser grandes, grandes murallas, y no rehúyas el largo sufrimiento de la huida. Has de cambiar de morada. El dios de Delos1 no te ha recomendado estas costas ni te ha ordenado establecerte en Creta. Hay un lugar al que los griegos llaman Hesperia, tierra antigua, poderosa por sus armas y por la fertilidad de su suelo; la habitaron los Enotrios; ahora se dice que sus descendientes, dándole el nombre de su jefe, le han llamado Italia: ésta es nuestra verdadera morada, de aquí salieron Dárdano y el venerable Jasio, fuente de donde procede nuestra raza. Vamos, levántate y alegre comunica a tu anciano padre estas palabras de las que no debe dudar: que busque Corinto y las tierras de Ausonia. Júpiter te niega los campos Dícteos»2. Atónito por tal visión y por las palabras de los dioses (aquello no era un sueño, sino que me parecía reconocer sus rasgos, las veladas cabelleras y sus rostros presentes ante mí; entonces un sudor helado corría por todo mi cuerpo), salto rápidamente del lecho y tiendo al cielo mis manos suplicantes y mi voz, y vierto sobre el hogar ofrendas de vino puro. Gozoso por haber cumplido con este rito informo a Anquises y le expongo punto por punto lo ocurrido. Reconoce la ambigüedad de nuestra descendencia y la existencia de dos antepasados, y que de nuevo se ha engañado con respecto a nuestra antigua patria. Entonces dice: «Hijo, a quien los destinos de Troya han puesto a prueba, solamente Casandra me vaticinaba sucesos tales. Ahora recuerdo que afirmaba que esto estaba reservado a nuestra raza y que hablaba a menudo de Hesperia y del reino de Italia. Pero, ¿quién iba a creer que los Teucros llegarían a las costas de Hesperia?, o ¿a quién podía mover entonces la profetisa Casandra? Cedamos a Febo y advertidos por él sigamos mejores caminos». Así dice y todos entusiasmados obedecemos sus órdenes. Abandonamos también esta morada, y, después de dejar allí a unos pocos de los nuestros, desplegamos velas y recorremos la vasta superficie del mar con nuestras hondas naves. O amor de Dido (Eneida, IV, 1-88) P ero la reina, acongojada ya por un grave desasosiego, alimenta en sus venas la herida y se consume con un fuego secreto. El extraordinario valor del héroe y la gloria extraordinaria de aquella raza acuden constantemente a su mente; su rostro y sus palabras se mantienen clavados en su corazón y la inquietud no permite un plácido reposo a sus miembros. Al día siguiente la Aurora iluminaba las tierras con la lámpara de Febo y había alejado del cielo la húmeda sombra, cuando fuera de sí se dirige con estas palabras a su hermana muy querida: «Ana, hermana mía, ¡qué sueños me atemorizan sumiéndome en la incertidumbre! ¡Qué huésped singular éste que ha venido a nuestra casa! ¡Qué nobleza muestra en su semblante! ¡Qué espíritu valiente y qué arrojo! Creo ciertamente, y no es una ilusión vana, que es de la raza de los dioses. El temor denuncia a los espíritus viles. ¡Ay!, ¡por qué destinos ha sido puesto a prueba él! ¡De qué guerras afrontadas hasta el fin nos hablaba! Si no tuviese en mi ánimo el propósito firme e inconmovible de no aceptar unirme a nadie con vínculo matrimonial una vez que el primer amor con su muerte me dejó desengañada; si no estuviese hastiada ya del tálamo y de las antorchas nupciales, ésta es 1 2 Apolo Campos Dícteos: Campos de Creta (de Dicte, montaña desta illa) 1 quizá la única culpa a la que hubiera podido sucumbir. Ana, te lo confesaré pues, desde la muerte de mi desgraciado esposo Siqueo, desde que los Penates fueron manchados por la sangre del asesinato realizado por mi hermano, éste es el único que ha impresionado mis sentidos y ha conmovido mi espíritu hasta hacerlo vacilar. Reconozco los vestigios de la vieja llama. Pero antes prefiera que las profundidades de la tierra se abran bajo mis pies o que el Padre omnipotente me precipite con su rayo en la región de las sombras, las pálidas sombras del Erebo y la noche profunda, antes de violarte, Pudor, o de romper tus sagrados lazos. El primero que me unió a él se llevó mi amor; que él lo tenga consigo y lo conserve en el sepulcro» Después de hablar así, inundó su seno con las lágrimas que brotaban de sus ojos. Ana le respondió: «Oh, tú más querida para tu hermana que la luz, ¿vas a consumir toda tu juventud en una solitaria tristeza, sin conocer la dulzura de unos hijos y los placeres de Venus? ¿Crees que las cenizas o los Manes ya sepultados se preocupan de esto? Sea: Ningún pretendiente doblegó hasta ahora tu dolor, ni en Libia, ni antes en Tiro; has despreciado a Yarbas y a otros jefes que alimenta la tierra africana fecunda en triunfos: ¿vas a combatir también contra un amor que te satisface?, ¿no piensas en quiénes son los dueños de los campos en que te has establecido? Por una parte te rodean las ciudades de los Getulos, raza invencible en la guerra y los Númidas desconocedores del freno y la inhospitalaria Sirtes por otra, una región desértica por la sed y los Barceos cuya fiereza se extiende a lo lejos. ¿Y qué decir de las guerras que surgen en Tiro y de las amenazas de nuestro hermano? Ciertamente, bajo los auspicios de los dioses, yo creo, y por un favor de Juno han dirigido aquí su curso las naves troyanas empujadas por el viento. ¡Cuán grande, hermana, contemplarás a esta ciudad! ¡Qué reino verás surgir con tal unión! Asociada a las armas de los Teucros, ¡con cuán grandes hazañas se elevará la gloria púnica! Tú, solamente, pide indulgencia a los dioses y después de ofrecerles sacrificios entrégate a la hospitalidad e inventa motivos para retenerlos: mientras la tempestad y el lluvioso Orión se desencadenan sobre el mar y las naves están quebrantadas, mientras el cielo no se muestre tratable». Con estas palabras inflamó su alma con un amor infinito, hizo concebir esperanza a su mente vacilante y desató los lazos de su pudor. Primero se dirigen a los templos y recorriendo los altares imploran la paz; sacrifican ovejas elegidos según la costumbre a la legisladora Ceres, a Febo y al padre Lico, y antes que a todos a Juno, la que vela por los vínculos conyugales. La hermosísima Dido, sosteniendo ella misma con su diestra una pátera, la derrama entre los cuernos de una vaca blanca, o ante las imágenes de los dioses se adelanta hacia los altares bañados de sangre y celebra de nuevo el día con ofrendas y examina con avidez las entrañas palpitantes en los costados abiertos de las víctimas. ¡Ay, mentes ignorantes de los arúspices! ¿De qué sirven las ofrendas a quien ha perdido la razón? ¿De qué le sirven los santuarios? La llama devora entretanto su tierno corazón y la herida alienta en silencio dentro de su pecho. Se abrasa la infeliz Dido y vaga enloquecida por toda la ciudad, como una cierva cuando un pastor persiguiéndola con sus dardos, después de disparar una flecha, la ha herido desde lejos cogiéndola desprevenida en medio de los bosques de Creta y sin saberlo ha abandonado el hierro alado; ella recorre en su huida los bosques y desfiladeros Dícteos; la mortal saeta permanece clavada en su costado. Ora lleva consigo a Eneas por medio de la ciudad y le muestra los recursos sidonios y la ciudad dispuesta a recibirlo, comienza a hablar y se detiene en medio de sus palabras; ora, al declinar el día, procura un banquete igual que el de la víspera, pide, en su delirio, oír de nuevo los sufrimientos de Ilio y de nuevo se queda pendiente de la boca del narrador. Después, cuando se retiran y la luna oscura, a su vez, vela su luz y las estrellas en su declinar invitan al sueño, sola en su casa vacía se queda triste y se recuesta sobre el lecho que él ha abandonado. Ausente oye y ve al que está ausente, o retiene en su regazo a Ascanio seducida por su parecido con su padre, por ver si puede engañar su indecible amor. No se elevan las torres comenzadas, la juventud no se ejercita en las armas, y no construyen el puerto ni las defensas que ofrecen seguridad en la guerra; quedan pendientes los trabajos interrumpidos y las enormes amenazas de los muros y las máquinas que iban a alcanzar el cielo. O suicidio de Dido (Eneida, IV, 585-693) Y a la Aurora comenzaba a bañar las tierras con una luz nueva abandonando el lecho purpúreo de Titono. La reina en cuanto vio alborear el día desde lo alto de su palacio y que las naves avanzaban con las velas al unísono y se dio cuenta de que la ribera y el puerto habían sido abandonados por los remeros, golpeando con sus manos tres y cuatro veces su hermoso pecho y mesándose sus rubios cabellos dice: ¡por Júpiter!, ¿él se marchará?, ¿y se habrá burlado el extranjero de mi reino?, ¿no se procurarán armas, y lo perseguirán desde toda la ciudad y otros con naves de mis arsenales destruirán sus navíos? Id, lanzad rápidamente llamas sobre ellos, disparad dardos, empujad los remos. ¿Qué es lo que digo?, ¿o dónde estoy?, ¿qué locura hace desvariar mi 2 mente? Infeliz Dido, ¿ahora te conmueven las hazañas del impío? Entonces era preciso, cuando le confiabas el cetro. ¡He aquí la diestra y la fidelidad del que dicen que lleva consigo los Penates de su patria y que cargó sobre sus hombros a su padre agotado por los años! ¿Es que yo no pude deshacer su cuerpo en pedazos y dispersarlo en medio de las olas?, ¿no pude con mi espada dar muerte a sus compañeros y al mismo Ascanio y servirlo para comer en la mesa de su padre? Pero la suerte de este combate hubiera sido dudosa. ¡Que lo hubiese sido!: ¿a quién había de temer, dispuesta como estoy a morir? Yo hubiese llevado las antorchas a su campamento, hubiese incendiado los puentes de sus navíos y hubiese dado muerte al padre y al hijo con todo su linaje y me hubiese arrojado yo mismo sobre ellos. Sol, que con tus rayos iluminas todos los trabajos del mundo, y tú, Juno, mediadora y testigo de estas desgracias, y tú, Hécate, a quien se invoca en medio de alaridos durante la noche en las encrucijadas de las ciudades, y vosotras, Furias vengadoras y dioses de la agonizante Elisa, escuchad esto, volved, pues lo he merecido, vuestra divinidad hacia mis males y oid mis súplicas. Si es preciso que este hombre maldito toque puerto y llegue a tierra y si así lo requieren los destinos fijados por Júpiter y ese final es inmutable, que sea atormentado al menos en la guerra por las armas de un pueblo audaz y arrojado de sus fronteras, y que arrancado del abrazo de Julo tenga que implorar auxilio y vea los funerales indignos de los suyos; y que, después de haberse entregado sometiéndose a las leyes de una paz inicua, no disfrute del reino ni de la luz ansiada, sino que caiga antes de tiempo y quede sin sepultura en medio de la arena. Esto os pido, éste es el grito supremo que derramo junto con mi sangre. Vosotros, Tirios, cebad vuestros odios en su estirpe y en toda la raza que de ella ha de nacer y ofreced este presente a mis cenizas. Que no se establezca entre nuestros pueblos ninguna amistad, ni ningún pacto. Nace de mis huesos tú, un vengador, cualquiera que seas y persigue con el fuego y con la espada a los colonos Dardanios, ahora, después, y en cualquier ocasión en que las fuerzas te lo permitan. Suplico que vuestras playas sean enemigas de sus playas, vuestras olas de sus olas, vuestras armas de sus armas; que luchen nuestros pueblos mismos y sus descendientes. Esto dice, y desviaba su pensamiento en todos sentidos buscando acabar cuanto antes con la odiosa luz. Entonces se dirige brevemente a Barcé, la nodriza de Siqueo, pues la suya era presa de la negra ceniza en la antigua patria: «Mi querida nodriza, haz venir aquí a mi hermana Ana; dile que se apresure a purificar su cuerpo con fluyente agua de río y que traiga consigo las víctimas y las ofrendas que se me han indicado. Que venga así, y cubre tú misma tus sienes con la banda sagrada. Tengo intención de terminar los sacrificios en honor de Júpiter Estigio, cuyos preparativos he iniciado ya ritualmente y de poner fin a mis cuidados y entregar a las llamas la pira del Dardanio. Así dice. Y ella apresuraba con afán sus pasos de anciana. Dido, temerosa y enfurecida por sus terribles proyectos, dando vueltas a sus brillantes ojos inyectados de sangre, con sus mejillas temblorosas sembradas de lívidas manchas, y con la palidez de la muerte ya próxima, se precipitó en el interior del palacio, subió fuera de sí los altos escalones y desenvainó la espada del Dardanio, regalo que no había sido ofrecido para estos usos. Entonces, cuando vio los vestidos troyanos y el lecho conocido, se abandonó un momento a las lágrimas y a las reflexiones, se arrojó sobre el lecho, y dijo estas últimas palabras: «Dulces vestidos, mientras los destinos y una divinidad lo permitían, recibid mi vida y libradme de estos sufrimientos. He vivido y he recorrido el camino que la fortuna me había trazado, y ahora mi gran sombra descenderá a las profundidades de la tierra. He fundado una magnífica ciudad, he llegado a contemplar mis murallas, vengando a mi marido castigué al hermano que era su enemigo, feliz, ay, demasiado feliz, si solamente jamás las quillas dardanias hubiesen tocado nuestras playas». Dijo, y apoyando sus labios en el lecho exclama: Moriré sin venganza, pero muramos. Así, así me es grato descender al reino de las sombras. Que el cruel Dardanio desde alta mar grabe en sus ojos este fuego y lleve consigo los presagios de mi muerte». Había dicho, y mientras se hacía tales reflexiones sus esclavas la ven desplomarse bajo el hierro y su espada espumante de sangre y sus manos manchadas. Un clamor asciende hasta lo alto de los atrios; La Fama corre como una bacante a través de la impresionada ciudad. Las mansiones se agitan con lamentos y gemidos y con los gritos de las mujeres, el cielo resuena con ruidosas lamentaciones, como si habiendo penetrado los enemigos toda Cartago o la antigua Tiro se precipitasen y las llamas enfurecidas se propagasen por los techos de los hombres y de los dioses. Su hermana consternada lo oye y espantada, en temblorosa carrera arañándose el rostro con las uñas y golpeándose el pecho con los puños, se precipita por medio de la multitud y llama a gritos por su nombre a la moribunda: ¿Este era aquel proyecto tuyo, hermana?, ¿tratabas de engañarme?, ¿esto es lo que me preparaba esa pira, esto los fuegos y los altares?, ¿de qué he de lamentarme primero en mi abandono?, ¿despreciaste en tu muerte la compañía de tu hermana? Hubiéramos llamado a los mismos destinos; el mismo dolor y la misma hora nos hubiesen arrebatado bajo el 3 mismo hierro. ¿Con estas manos levanté la pira e invoqué con mi voz a los dioses patrios, para, cruel, estar ausente cuando tú estuvieses tendida en ella? Te has dado la muerte y me la has dado a mí, hermana, y a tu pueblo, y a los Padres Sidonios, y a tu ciudad: Dadme, lavaré con agua sus heridas y si aún flota un último hálito, lo recogeré con mis labios». Hablando así había ascendido los elevados escalones y abrigaba a su hermana agonizante oprimiéndola contra su regazo con un gemido y secaba con su vestido los negros borbotones de sangre. Dido, intentando levantar sus pesados ojos, de nuevo se desvaneció, y bajo su pecho la abierta herida produjo un sonido agudo. Por tres veces se levantó irguiéndose y apoyándose sobre el codo, tres veces volvió a caer revolcándose sobre el lecho y buscó con ojos errantes la luz en el alto cielo, y gimió habiéndola encontrado. Baixada de Eneas ós infernos (libro VI) E n el fondo de un verde llano encajonado entre montañas el venerable Anquises reconocía a las almas allí encerradas que más adelante irían a la luz de arriba examinándolas con afán y en aquel momento pasaba revista a la multitud de los suyos, sus queridos descendientes, a los destinos y fortunas de aquellos héroes, a sus costumbres y hazañas. Y cuando vio ante sí a Eneas que se dirigía a él a través de la pradera, alegre le tendió las dos manos y las lágrimas rodaron por sus mejillas y de su boca salieron estas palabras: «¿Viniste, por fin, y tu piedad, de la que tanto esperaba tu padre, superó el duro viaje?, ¿se me concede, hijo, contemplar tu rostro y oír tu voz familiar y responderte? Esto es lo que pensaba yo ciertamente en mi corazón y, contando los días, estaba convencido de que sucedería; y no me engañó la esperanza. ¡Qué tierras y cuán inmensos mares has tenido que atravesar antes de llegar hasta mí! ¡Cuán grandes peligros, hijo, han puesto a prueba tu valor! ¡Cómo temí que los reinos de Libia te ocasionasen algún daño!» El respondió: «Tu imagen, padre, tu triste imagen, saliendo a mi encuentro en repetidas ocasiones, me obligó a venir a estas moradas; mis naves se encuentran en el mar Tirreno. Déjame darte mi diestra, déjame, padre, y no te substraigas a mi abrazo». Y mientras hablaba así, bañaba su rostro con abundantes lágrimas. Tres veces intentó echar sus brazos en torno a su cuello; tres veces la imagen en vano apresada huyó de sus manos igual a los ligeros vientos y muy semejante al sueño fugaz. (...) « Ea, ahora te explicaré qué gloria ha de seguir en el futuro a la descendencia de Dárdano3, qué descendientes de la raza Itala te aguardan, y las almas ilustres que tomarán nuestro nombre y te mostraré tus propios destinos. Aquel que, ves, se apoya en unas jabalina sin hierro, ocupa por designación de la suerte los lugares próximos a la luz y saldrá el primero a las brisas etéreas mezclándose con sangre Itala. Es Silvio, nombre Albano, descendencia postrera que te dará tardíamente, cuando seas anciano, en una floresta tu esposa Lavinia, rey y padre de reyes, a partir del cual nuestra estirpe dominará en Alba Longa. Cerca de él está Procas4, gloria de la raya troyana, y Capis5 y Numitor6 y el que con su nombre te recordará, Silvio Eneas, igualmente ilustre por su piedad y por sus armas, si es que alguna vez llega a ocupar el reinado de Alba. ¡Qué jóvenes! ¡Mira cuán poderosas fuerzas ostentan, y tienen sus sienes sombreadas por la encina cívica!7. Unos te fundarán sobre los montes Nomento y Gabi y la ciudad de Fidenas, otros las fortalezas de Colacia, Pomecia, Castrum Invo, Bola y Cora. Estos serán entonces sus nombres, ahora son tierras sin nombre. Y también acompañará a su abuelo, Rómulo, el hijo de Marte, a quien dará a luz su madre Ilia8, de la sangre de Asáraco9. ¿Ves cómo se alza sobre su cabeza un doble penacho y su padre en persona lo señala ya con su propio honor que es el de los dioses?10 Bajo los auspicios de éste, hijo, la noble Roma igualará su imperio a las tierras y su espíritu al Olimpo y encerrará juntas dentro de sí con un solo muro siete ciudadelas, fecunda en descendencia de héroes: como la madre Berecintia11 coronada de torres se traslada en su carro por las ciudades frigias, feliz por haber dado a luz a dioses y abrazando a sus cien nietos, todos ellos habitantes del Olimpo y todos ellos señores de las alturas del cielo. Vuelve ahora hacia aquí tus ojos, mira a este pueblo, tus romanos. Aquí está César y toda la descendencia de Julo que irá bajo la gran bóveda del cielo. Aquí, aquí está el héroe que muchas veces has oído que se te prometía, César Augusto12, descendiente de un dios, el cual 3 Dárdano: Rey da Tróade. Constructor da cidadela de Troia. Procas: Rei lendario, pai de Numitor e Amulio, bisabó de Rómulo e Remo. 5 Capis: Lendario rei de Alba. 6 Numitor: Rei de Alba, abó de Rómulo e Remo. 7 encina cívica: Se lle daba ós fundadores de cidades e ós soldados que salvaran ós seus compañeiros. Feita con follas de aciñeira coas súas belotas. 8 Ilia: Rhea Silvia, nai de Rómulo, tiña sangue Troiana (=Ilia: de Ilión, nome grego de Troia). Virxilio relaciona así ós personaxes lendarios da fundación de Roma cos descendentes de Eneas, príncipe troiano. 9 Asáraco: Fillo de Tros, heroe epónimo (=”que da nome”) ó pobo troiano. 10 Alúdese aquí á apoteose do rei Rómulo, fillo de Marte. Despois da súa morte Rómulo foi o deus Quirino. 11 Berecintia: Cibeles, a “Gran Nai” dos deuses. 12 César Augusto: Fillo adoptivo de Xulio César, foi o primeiro emperador de Roma, divinizado tra-la súa morte. 4 4 establecerá de nuevo en los campos del Lacio, sobre los que en otro tiempo reinó Saturno13, la edad de oro y extenderá su imperio más allá de los Garamantes14 y los Indos, donde la tierra se extiende fuera de la influencia de las constelaciones y de los caminos del año y del sol, donde Atlante, el que sostiene el cielo, hace girar sobre sus hombros la bóveda celeste salpicada de brillantes estrellas. Ante la llegada de éste, ya ahora se atemorizan con las respuestas de los dioses los reinos Caspios y la tierra Meótica15 y se turban temblorosas las bocas del Nilo de siete brazos (...) (...) Y entonces Eneas (pues veía que en su compañía avanzaba un joven que se distinguía por su belleza y por sus armas refulgentes, pero de semblante poco alegre y con los ojos bajos) dice: «¿Quién es, padre, aquel que así acompaña en su marcha al héroe?, ¿un hijo, o tal vez algún descendiente de tan noble estirpe? ¡Qué gran rumor levantan en torno a ellos los miembros de su séquito! ¡Qué gran nobleza hay en él! Pero una negra noche vuela con siniestra sombra en torno a su cabeza». Entonces el venerable Anquises, derramando lágrimas, le respondió: «Hijo, no intentes conocer el enorme dolor de los tuyos; a éste los destinos solamente lo mostrarán a las tierras y no permitirán que viva más. La raza romana, dioses del Olimpo, os hubiese parecido excesivamente poderosa si hubiésemos podido conservar este don. ¡Cuán grandes gemidos de los varones hará llegar el famoso campo de Marte a la gran ciudad de Marte!, o, ¡qué funerales contemplarás, Tiberino, cuando fluyas por delante de su reciente tumba! Ningún joven de la raza Ilíaca llevará más lejos las esperanzas de sus antepasados latinos; ni la tierra de Roma se vanagloriará nunca tanto por haber alimentado a alguien. ¡Ay, piedad, ay, antiguo honor, ay, diestra invencible en la guerra! Nadie hubiese salido impunemente al encuentro de sus armas, ya avanzase contra el enemigo a pie, ya hiriese con sus talones los íjares de su espumante caballo. ¡Ay, desgraciado niño! ¡Si de algún modo pudieses romper tu cruel destino! Tú serás Marcelo. Derramad lirios a manos llenas, esparza yo flores purpúreas y colme al menos con estos dones el alma de mi descendiente y tribútele este vano homenaje». Así van de un lado a otro por toda aquella región a través de las extensas campiñas cubiertas de nubes y recorren con sus ojos todos los parajes. Y después que Anquises condujo a su hijo por cada uno de estos prodigios y encendió su espíritu con el deseo de la gloria futura, le habla de las guerras que en lo sucesivo tendrá que llevar a cabo y le enseña los pueblos Laurentes y la ciudad de Latino y de qué modo y qué pruebas ha de evitar y afrontar. (...) Venus faille entrega ó seu fillo das armas feitas por Vulcano (libro VIII) E ntretanto, Venus se acercaba atravesando resplandeciente las étereas nubes y llevando sus presentes; cuando desde lejos vio a su hijo en el retirado valle, apartado de sus compañeros junto ala corriente del helado río, se presentó espontáneamente a él y le dirigió estas palabras: «He aquí los regalos prometidos realizados por el arte de mi esposo; no vaciles ahora, hijo, en desafiar a combate a los soberbios Laurentes o al duro Turno». Así dijo la diosa de Citera y abrazó a su hijo, y colocó las brillantes armas al pie de una encina que había enfrente. El, satisfecho por los regalos de la diosa y por tan gran honor, no pudo dejar de contemplarlos y pasea sus miradas por cada una de las armas y observándolas con admiración, hacía girar en torno a sus manos y sus brazos el terrible casco con penacho que despedía amenazadoras llamas, la espada portadora del hado, la rígida coraza de bronce, roja como la sangre, enorme, como cuando una grisácea nube se enciende con los rayos del sol y resplandece a lo lejos; las flexibles grebas de electro16 y oro dos veces fundido, la jabalina, y los indescriptibles relieves del escudo. Allí, el señor del fuego, conocedor de las profecías de los adivinos y sabedor del porvenir, había cincelado las hazañas ítalas y los triunfos de los romanos; allí todo el linaje de la futura estirpe de Ascanio17, y sus guerras en el orden en que se iban a llevar a cabo; había cincelado también, tendida en la verde gruta de Marte, a la loba recién parida y, jugando en torno a ella, a los dos niños gemelos, pendientes de sus ubres, y lamiendo impávidos a su madre, y a ésta con su redondo cuello inclinado acariciando ora al uno, ora al otro, y moldeando sus cuerpos con su lengua. Y no lejos de allí había añadido a Roma y a las Sabinas arrebatadas de la gradería contra todo derecho de gentes durante la celebración de los grandes juegos circenses, y la nueva guerra que repentinamente había surgido entre las huestes de Rómulo y el anciano Tacio18 y los austeros ciudadanos de Cures. A continuación los reyes mismos, abandonada de mutuo acuerdo la lucha, permanecían de pie 13 Saturno: Deus itálico identificado con Crono. Despois de seren destronado por Xúpiter, habitou as terras da futura Roma, e o seu reinado constitúe, debido á súa prosperidade, a época coñecida por Idade de Ouro. 14 Garamantes: Pobo que habitaba un oasis de Libia. 15 Meótica: Pais dos Escitas. 16 electro: ámbar. Aleación de catro partes de ouro e unha de prata, e color semellante ó do ambar. Ascanio: tamén chamado Iulo, é o fillo de Eneas. 18 Tacio: rei dos sabinos de Cures. 17 5 armados y con las páteras en la mano ante el altar de Júpiter y después de sacrificar una cerda, concertaban un tratado. Cerca, rápidas cuadrigas lanzadas en diversas direcciones despedazaban a Mecio19 ( ¡Que no te mantuvieses fiel a tu palabra, Albano! ), y Tulo se llevaba las vísceras del embustero varón a través del bosque y las zarzas bañadas por su sangre se humedecían. También Porsena20 daba ordena los romanos de recibir a Tarquinio expulsado por ellos de su reino y acosaba a la ciudad con terrible asedio; los de Eneas corrían a las armas en favor de la libertad. Podías ver a aquél con actitud indignada y amenazadora porque Cocles21 se había atrevido a arrancar el puente y Clelia22 después de haber roto las cadenas, atravesaba a nado el río. En lo alto del escudo estaba Manlio, guardián de la fortaleza de Tarpeya23, en pie delante del templo y ocupaba la cima del Capitolio, y el palacio real de Rómulo, aún reciente, mostraba su techumbre de paja. Y allí un ganso de plata, revoloteando por los dorados pórticos anunciaba con su canto que los Galos24 se acercaban a las puertas. Los Galos se aproximaban deslizándose entre los matorrales y, protegidos por las tinieblas y el favor de la oscura noche, intentaban apoderarse de la ciudad: sus cabellos son dorados y dorados sus vestidos, sus listados capotes resplandecen, sus cuellos blancos como la leche están rodeados de oro y protegiendo sus cuerpos con largos escudos, cada uno de ellos blande en su mano dos dardos alpinos. Aquí había modelado las danzas de los Salios25 y a los desnudos Lupercos26, los casquetes de lana y los escudos caídos del cielo; las castas matronas conducían los objetos sagrados en ágiles carrozas a través de la ciudad. Lejos de aquí añade también las mansiones del Tártaro, entradas profundas de Plutón, y los castigos de los delitos, y a ti, Catilina27, suspendido de una amenazadora roca, mostrando horror ante los rostros de las furias28, y a los piadosos, alejados, y a Catón29 dictándoles leyes. En el centro se perdía de vista la imagen dorada del hinchado mar, pero las aguas azuladas se cubrían con la espuma de blancas olas y en torno a ellas, blancos delfines de plata, describiendo un círculo, barrían las aguas con sus colas y hendían la superficie. En medio de éstos se podían ver broncíneas naves, el combate de Accio, y se veía que, dispuesto Marte, toda la Leúcade30 hervía y que el oleaje despedía un brillo de oro. De un lado, empujando al combate a los Italos, en pie en lo alto de una popa, estaba César Augusto con los senadores y el pueblo, y los Penates y las grandes divinidades; sus sienes vomitan alegres dos llamas y sobre su cabeza se distingue el astro de su padre. En otro lugar, Agripa31, desde arriba, conduce, secundado por los vientos y los dioses, un ejército; en sus sienes resplandece una corona naval adornada con espolones, insigne distinción de la guerra. De otro, Antonio con sus fuerzas bárbaras y con variadas armas, regresando vencedor de los pueblos de la Aurora y del rojizo litoral, trae consigo Egipto y las fuerzas de Oriente y a la alejada Bactra, y le sigue (oh, vergüenza) su egipcia esposa. Todos corrían a una y toda la superficie del mar agitada por los remos que los marineros atraían hacia sí y por los espolones de tres dientes se llenaba de espuma. Se dirigen a alta mar; se podría pensar que las Cícladas32 desprendidas atravesaban a nado el oleaje, o que altos montes chocaban con otros montes: con tan enorme masa atacan los hombres desde las popas sembradas de torres. Estopa inflamada es lanzada por las manos, las armas hacen volar el hierro, y los campos de Neptuno se enrojecen con una mortandad nueva. En el centro la reina convoca a sus 19 Mecio: Dictador de Alba que, durante o combate que Tulo Hostilio mantivo contra os de Fidenas, permaneceu coas súas tropas á expectativa para unirse despois ó vencedor. Tulo fíxo que o atasen a dous carros e que o despedazasen. 20 Porsena: Rei dos etruscos que pretendeu restablecer no trono de Roma a Tarquinio o Soberbio. 21 Cocles: Horacio Cocles, romano, que defendeu, el só contra o exército de Porsena, a ponte Sublicia e despois, tirándose ó río, penetrou en Roma san e salvo. 22 Clelia: Patricia romana que, prisioneira de Porsena, rompeu as súas cadeas e arrastrando con elas a outras nove xoves en poder do rei etrusco, entrou en Roma. 23 Tarpeya: roca que había no Capitolio e que tomaba o seu nome de Tarpeia, a filla do gobernador que en tempos de Rómulo tiña baixo o seu cargo Roma. A xove, seducida polos brazaletes de ouro que levaban os sabinos, permitiulles a entrada na cidadela e morreu despois sepultada baixo os escudos sabinos. 24 Galos: a lenda contaba que os gansos sagrados alertaron desde o Capitolio do ataque sorpresa dos Galos. 25 Salios: confraría de sacerdotes de Marte que executaban unha danza ritual cos seus escudos, que consideraban regalo do deus. 26 Lupercos: sacerdotes que desfilaban espidos en procesión azotando ás mulleres con correas feitas da pel dunha cabra sacrificada. O sacerdote mollaba as frontes dos Lupercos coa sangre do animal e despois limpábaos cun guecho de lá. 27 Catilina: conspirador que pretendeu o poder consular e foi expulsado de Roma por Cicerón, entón cónsul; foi derrotado na batalla de Pistoia (Etruria). 28 Furias: tamén chamadas Erinias, eran divindades infernales. 29 Catón: célebre censor romano. 30 Leúcade: promontorio situado ó sur da illa de Leúcade (Acarnania, rexión máis occidental de Grecia) 31 Agripa: lugartenente de Augusto que decidiu a batalla de Accio. 32 Cícladas: illas gregas ó sureste de Atenas 6 ejércitos con el sistro33 patrio y no ve todavía a su espalda las dos serpientes. Las monstruosas divinidades del Nilo y el ladrador Anubis34 empuñaban las armas contra Neptuno y Venus y contra Minerva. En medio del combate Marte, cincelado en hierro, se enfurece y descienden del cielo las funestas Furias y la alegre Discordia con su manto rasgado y en pos de ella Belona35 con ensangrentado látigo. Al verlas, Apolo de Accio36 tiende su arco desde lo alto: ante este terror todo Egipto y los Indos, toda la Arabia y todos los Sabeos volvían la espalda. Se veía a la misma reina, después de invocar a los vientos, desplegando las velas y aflojando ya, ya casi, las cuerdas. El dios dueño del fuego la había representado, pálida por la muerte que le iba a sobrevenir, llevada por las olas y por el Yápige37 en medio de la matanza, y enfrente al Nilo, de gigantesco curso, entristecido abriendo los pliegues de su toga y con todo su vestido desplegado llamando a su azulado regazo y a sus oscuras ondas a los vencidos. César, transportado en triple triunfo en torno a los muros romanos, consagraba a los dioses ítalos trescientos enormes templos, ofrenda inmortal, en toda la ciudad. Los caminos trepidaban de alegría, de juegos y de aplausos; en todos los templos hay un coro de madres, en todos altares; ante los altares los novillos sacrificados cubren la tierra. El mismo, sentado en el níveo umbral del resplandeciente Febo38, reconoce los presentes de los pueblos y los cuelga de las soberbias puertas; los países vencidos avanzan formando una larga fila, tan distintos por el aspecto de sus vestidos y por sus armas como por sus lenguas. Aquí había modelado Múlciber39 la raza de los Nómadas y a los africanos desceñidos, en otra parte a los Léleges y a los Carios y a los Gelonos armados con flechas; avanzaban el Éufrates con sus olas ya más apaciguadas y los Morinos que ocupaban lo último del mundo y el bicorne Rin y los indomables Dahes y el Araxes indignado con su puente.40 Tales acontecimientos contempla con admiración Eneas sobre la superficie del escudo de Vulcano, regalo de su madre, e ignorante de los acontecimientos se alegra con aquella representación, levantando sobre su hombro la gloria y los destinos de sus descendientes. 33 sistro: antigo instrumento músico de metal, que se facía soar axitándoo coa man. Anubis: deus exipcio con cabeza de can. 35 Belona: deusa romana da guerra. 36 Accio: lugar onde tivo lugar a batalla na que Octavio Augusto derrotou a Marco Antonio e Cleopatra. 37 Yápige: vento característico do sur de Italia. 38 Febo: epíteto de Apolo 39 Múlciber: Vulcano. 40 Éufrates, Rin, Dahes, Araxes...: eran ríos famosos na Antigüidade. Unha crecida deste último provocou a destrucción dunha ponte construida por Alexandre Magno. 34 7 CUESTIÓNS SOBRE OS TEXTOS 1. ¿Quen se lle aparece en soños a Eneas e que lle comunica? 2. Analiza e describe o sentido desta frase que Dido pronuncia perante a súa irmá Ana: “Reconozco los vestigios de la vieja llama”. 3. Na resposta da súa irmá Ana, aparecen as vantaxes que lle proporcionaría unha unión con Eneas, tanto de índole persoal como polítIca. ¿Cales son estas? 4. ¿Que empuxa á raiña a botar unha terrible maldición? ¿A que divindades invoca Dido? ¿Que quere dicir exactamente con estas palabras: “Vosotros, Tirios, cebad vuestros odios en su estirpe y en toda la raza que de ella ha de nacer y ofreced este presente a mis cenizas”. ¿Cres que estas palabras se fixeron realidade anos máis tarde? ¿En que momento da historia de Roma? 5. ¿Qué personaxe lle sinala a Eneas na súa baixada aos infernos aos grandes homes da historia de Roma? Dime cales deses homes son contemporáneos de Virxilio, e como os describe o poema. 6. ¿Quen lle fai entrega a Eneas dunha armas fabulosas? ¿Por quen foron elaboradas? Cita os episodios famosos e personaxes da futura historia de Roma descritos nos relevos do escudo. 8