COMUNICACIÓN Y CIUDADANÍA EN LOS ESTUDIOS LATINOAMERICANOS DE COMUNICACIÓN COMMUNICATION AND CITIZENSHIP IN THE LATIN AMERICAN STUDIES OF COMMUNICATION María Soledad Segura∗ La relación comunicación- ciudadanía es una formulación relativamente reciente en los estudios de comunicación y hay quienes sostienen que está adquiriendo la relevancia de un subcampo de estudios y prácticas en la región (Mata, 2005a). De allí la relevancia de reconstruir, en los estudios latinoamericanos de comunicación, los debates del proceso de configuración de este vínculo en tanto relación entre comunicación y política con características específicas. Con tal fin, repasaremos en primer lugar los sujetos que construyeron los modelos comunicacionales impulsados e implementados en la región desde mediados del siglo pasado. Luego, analizaremos las tres dimensiones de la relación entre comunicación y ciudadanía en las que se centraron los estudios de comunicación latinoamericanos. En tercer lugar, analizaremos las implicancias teóricas y prácticas de la construcción del sujeto de la comunicación como ciudadano. Finalmente, abordaremos la construcción de las categorías de “ciudadanía comunicativa” (Mata, 2007a) y “comunicación ciudadana” (Alfaro, 2002). Comunicación - ciudadanía - democracia - espacio público medios de comunicación masiva The relationship between communication and citizenship is a relatively recent development in communication studies, and there are those who argue that it is acquiring the relevance of a subdiscipline of studies and practices in the region (Mata, 2005a). Hence the importance of rebuilding the discussions of the process of setting the relationship between communication and citizenship -as a specific relationship between communication and policy- in Latin American studies of communication. In order to that, we first review the subjects of the communicational models implemented in the region since the middle of last century. Then, we analyze the three dimensions of the relationship between communication and citizenship which are focused in Latin American communication studies. Third, we analyze the theoretical and practical implications of the construction of the subject of communication as a citizen. Finally, we address the construction of the categories of "communicative citizenship" (Mata, 2007a) and "citizen communication" (Alfaro, 2002). Communication - citizenship - democracy - public space mass communication media Mgter. en Comunicación y Cultura Contemporánea, UNC y Doctoranda en Ciencias Sociales, UBA. Becaria de CONICET. Integrante Programas de Investigación Comunicación y Ciudadanía, CEA, y Discurso y Sociedad, CIFFyH, UNC. JTP en Escuelas de Ciencias de la Información y de Trabajo Social, UNC. La relación comunicación- ciudadanía -en tanto relación entre comunicación y política con características específicas- es una formulación relativamente reciente en los estudios de comunicación y algunos sostienen que está adquiriendo la relevancia de un subcampo de estudios y prácticas en la región (Mata, 2005a). De allí la relevancia de reconstruir los debates del proceso de configuración de la relación entre comunicación y ciudadanía en los estudios latinoamericanos de comunicación. En este artículo, analizaremos las implicancias de la introducción de la noción de ciudadanía en los estudios y prácticas de la comunicación en América Latina. Con tal fin, en primer lugar se analizarán las visiones del sujeto construidas en los modelos de comunicación que fueron dominantes en la región en cada década desde mediados del siglo pasado. Luego, analizaremos las tres dimensiones de la relación entre comunicación y ciudadanía en las que se centraron los estudios de comunicación latinoamericanos. En tercer lugar, analizaremos las implicancias teóricas y prácticas de la construcción del nuevo sujeto de la comunicación como ciudadano. Finalmente, abordaremos la construcción de las categorías de “ciudadanía comunicativa” (Mata, 2007a) y “comunicación ciudadana” (Alfaro, 2002). Del pueblo al ciudadano A mediados del siglo pasado, lo que luego se conoció en Latinoamérica como comunicación para el desarrollo, estaba ligada a una noción de desarrollo impulsada por la Organización de Naciones Unidas (ONU) y los países centrales, que lo concebía como un avance hacia la prosperidad y el bienestar, ligado a la industrialización y la tecnificación de la agricultura, previsto y organizado racionalmente por la intervención estatal activa con apoyo de la tecnología. Para lograrlo, se requería provocar cambios de conducta y costumbres por persuasión educativa, tanto en funcionarios como en beneficiarios. De este modo, adquirió importancia de la comunicación concebida como difusión. El beneficiario (objeto) del desarrollo era un sujeto cuyas pautas de conducta había que modificar. Desde fines de los años 50, sociólogos y comunicólogos estadounidenses sostenían que los medios de comunicación debían ser usados como instrumental de apoyo en las instituciones que ejecutaban proyectos de desarrollo y que, gracias a su influencia, la comunicación de desarrollo sería la creación de “una atmósfera pública favorable al cambio que se considera indispensable para lograr la modernización de sociedades tradicionales” (Beltrán, 2005). En esa época, los servicios públicos de agricultura, educación y salud copatrocinados por los gobiernos de EEUU y de la región, tenían sus propios órganos de comunicación dedicados a la “extensión agrícola”, la “educación sanitaria” y la “educación audiovisual” respectivamente. La práctica de la comunicación para el desarrollo se consolidó durante los años 50 y 60 con el apoyo de los gobiernos de Estados Unidos, Alemania y Holanda, y de organismos multilaterales de la ONU y de la Organización de Estados Americanos (OEA). En la década de 1960, economistas y cientistas sociales latinoamericanos impugnaron las teorías desarrollistas, realizaron análisis de los procesos históricos de constitución de las estructuras económicas de la periferia en el orden capitalista internacional en el marco del dominio neocolonial y la división internacional del trabajo, y sostuvieron que los países dependientes debían formular políticas de consolidación de los mercados internos y protección de los trabajadores. Para estos análisis, conocidos como teoría de la dependencia, el beneficiario del desarrollo, cuyas pautas de conducta había que cambiar, se convierte en sujeto de un desarrollo diseñado desde el propio Tercer Mundo, y aparece un nuevo sujeto de cambio: la clase trabajadora. En la investigación en comunicación, múltiples teóricos latinoamericanos (paraguayos, venezolanos, brasileños y argentinos) cuestionaron el modelo difusionista clásico de comunicación y reflexionaron sobre el vínculo entre comunicación y organización popular. Entonces, se desarrollaron prácticas de comunicación alternativa “para decir lo que los grandes medios no decían” (Beltrán, 2005) en muchos países de la región: las escuelas radiofónicas y reporteros populares de comunidades campesinas en Bolivia promovidas por la iglesia católica; cooperativas de agricultores en Uruguay; campesinos en Ecuador; enseñanza por televisión en El Salvador y México; periodistas con la prensa nanica (en miniatura) en Brasil; y otras más en Perú. En estas prácticas pioneras de la comunicación alternativa, el sujeto popular era identificado con los campesinos e indígenas y considerado esencialmente opositor a las clases dominantes. Se consideraba que la comunicación debía contribuir a la “concientización” de las clases subalternas para impulsar el cambio social que conduciría a su “emancipación” o “liberación”. Estas prácticas fueron duramente reprimidas durante las dictaduras de las décadas de 1970 y 1980. En 1973, los gobiernos que formaban parte del Movimiento de Países No Alineados proclamaron la necesidad de un Nuevo Orden Internacional de la Información (NOMIC) en el que disputaban el control de las comunicaciones en tanto recurso estratégico en la lucha cultural, ideológica e informativa; reclamaban un flujo de información no sólo “libre” sino también “equilibrado” (Mastrini y de Charras, 2005); la reafirmación de la identidad nacional y el fin de las secuelas coloniales de dependencia cultural. Esta discusión que se desarrolló paralela a la del reparto más justo de la riqueza y la necesidad de un Nuevo Orden Económico Mundial, se expresó en la UNESCO a partir de 1969 y desembocó en la aprobación de un informe (conocido como informe MacBride) en la Asamblea General del organismo en Belgrado, en 1980. Su aplicación fue suspendida pocos años después por la oposición de los países centrales y ante el cambio de contexto internacional. A mediados de la década de los 80, el comunicólogo español radicado en Colombia, J. Martín Barbero, introdujo una renovación conceptual al plantear la comunicación como un fenómeno de mediaciones culturales más que de medios. Se procuraba superar así la visión bipolar de la política mundial y de las clases sociales, para abordar los procesos de mediación y los mediadores, y con ellos, todo aquello que hace complejo el enfrentamiento, el “choque cultural”. Esta propuesta, junto con los aportes del argentino radicado en México, N. García Canclini sobre las relaciones entre lo popular y lo masivo en las modernidades periféricas, contribuyó a que lo popular deje de ser asimilado exclusivamente a lo campesino e indígena, y considerado un sujeto esencialmente opositor que lideraría el proyecto emancipador, y a que se pasara a abordar su complejidad cultural y contradicciones políticas, en relación al mestizaje, a lo urbano y a lo masivo. En la década del 80, luego de la apertura y desmembramiento de la URSS y la caída del muro de Berlín, Estados Unidos se afianzó como potencia mundial única, y se multiplicaron los discursos sobre el fracaso del comunismo y el triunfo del capitalismo. En esos años se consolidó el enfoque neoliberal de la economía en la región: la meta a alcanzar era la estabilidad macroeconómica y para eso, se consideraba necesario encarar un drástico achicamiento del Estado para liberar el mercado y las supuestas tendencias autorreguladoras de la sociedad civil. Entonces se desarrollaron teorías de la recepción que ponían el acento en la libertad del receptor/ consumidor/ usuario de hacer uso de los productos culturales, particularmente de los mensajes de los medios, y de resignificarlos. Si bien muchos estudios centraron su interés en analizar las lecturas y usos diferenciados que realizaban los receptores de acuerdo a sus condiciones sociales y culturales, muchos otros, al configurar un consumidor particular “soberano en sus elecciones” en un mercado libre, contribuyeron a borrar la cuestión del poder de la comunicación y a invalidar la cuestión de las determinaciones sociales y económicas del consumo individual como de la producción y consumo cultural nacional. “De ahí las derivas neopopulistas de algunas teorías de la recepción”, apunta Mattelart (1997: 103). En este contexto, sumado al auge de Internet, el imaginario tecnicista que se venía configurando desde mediados de la década del 70, se afirmó en los 80 y se expandió en los 90. Estos planteos futuristas vieron en la tecnología una solución para la crisis económica del capitalismo postfordista y para la democratización de la sociedad. Desde la década del 80 y durante la de los 90, se produjo una nueva utopía de la comunicación: la de la “democracia en tiempo real” gracias a las “autopistas de la información” (Lévy, 1990 y 1994 citado por Mattelart, 1997: 120). Para esta tecnoutopía, el sujeto era un usuario de la tecnología igual a los demás en tanto está libre de condicionamientos económicos, sociales y culturales. Sin embargo, también hay quienes observaron en estos desarrollos tecnológicos una amenaza: la posibilidad del control omnipresente. Así las tecnologías de la información y la comunicación fueron consideradas tanto condición de emancipación como de sujeción. En los años 90, los gobiernos de Estados Unidos y Europa impulsaron el proyecto de la Sociedad de la Información sobre la base de la apertura, liberalización y libre actuación del sector privado, mientras que la Organización Mundial de Comercio (OMC) impulsó políticas libremercadistas dirigidas a concretar la desregulación del comercio audiovisual, la propiedad intelectual y las telecomunicaciones. En el nuevo siglo, luego de la caída de los valores bursátiles tecnológicos y la quiebra de varias empresas de telecomunicaciones, la convocatoria de Naciones Unidas a la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información –en Ginebra en 2003 y en Túnez en 2005- reactivó el debate multilateral sobre la información y la comunicación. En esta oportunidad, se pusieron en discusión nuevos temas ligados a los desarrollos tecnológicos, se asignó al Estado “sólo el lugar de ‘velar por la libre competencia’” y propiciar el “entorno habilitador” para el desarrollo del mercado y se hace hincapié en la necesidad de saldar la “brecha digital” desconociendo su origen en el desequilibrio socioeconómico (Mastrini y de Charras, 2005). Por su parte, los movimientos sociales por la democratización de las comunicaciones en este nuevo milenio recuperan las relaciones entre comunicación y política al reivindicar la centralidad de la libertad de expresión, la pluralidad informativa, el acceso a la información pública y la diversidad cultural para asegurar la participación ciudadana y el Estado de Derecho, al considerar a la comunicación como un bien social y un servicio público vinculado a la vigencia del sistema democrático y al desarrollo social, y al impulsar cambios en el sistema de medios. Estas organizaciones latinoamericanas desarrollan estrategias de acción en alianza con otras que proponen la democratización de las relaciones sociales en diversos ámbitos como el Foro Social Mundial, y frente a Estados, organizaciones supranacionales y empresas, como en la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información. Ante la crisis del modelo neoliberal en los países latinoamericanos, los investigadores en comunicación también retoman las discusiones económicas y políticas de los años 70. En este marco, en el campo de estudios de la comunicación en Latinoamérica continúan las reflexiones sobre comunicación alternativa y hegemónica y comunicación para el desarrollo, y se registra un renovado interés por los estudios de economía política de los medios. En los estudios de comunicación de la década del 2000 se verifica una renovada preocupación por el nexo entre comunicación y política que se ocupa ahora de la relación entre comunicación y ciudadanía, acorde con las reconceptualizaciones producidas también en la filosofía y la teoría política. En Latinoamérica, la discusión académica y social de esta noción resurgió en los 80 y 90 frente a los problemas de la estabilidad democrática y el crecimiento económico, ante la distancia entre la ampliación de los derechos legales y las crecientes restricciones para su ejercicio, ligada a la valoración de la democracia como sistema político ideal. La ciudad, los medios y la política La relación entre comunicación y ciudadanía en el campo de estudios de comunicación en Latinoamérica ha sido abordada con tres énfasis diversos: en lo urbano, en lo mediático y en la relación con la democracia y la política (Mata y otros, 2007b). Estas diferencias de acento implicarían distinciones sobre las dimensiones constitutivas de este vínculo, dimensiones que están, sin embargo, sustancialmente interrelacionadas. En primer lugar, muchos estudios sobre comunicación y ciudadanía ponen énfasis en una de las dimensiones constitutivas de este vínculo: su relación con la política, la democracia y la ciudadanía. Estas investigaciones conciben a la comunicación como constitutiva de la política concebida como prácticas conflictivas de producción de lo común. Asumen una visión republicana de ciudadanía, en la que la comunicación deja de ser un medio o un instrumento para el logro de fines políticos y pasa a ser condición esencial para la existencia misma de una comunidad política, para la definición de lo que se consideran bienes comunes, para la existencia de la democracia y de la ciudadanía misma. En este sentido, la comunicación no hace referencia sólo a un grupo de derechos civiles analíticamente separados de los políticos: “Desde perspectivas que asumen este horizonte filosófico, la comunicación se reconoce como fundante de la ciudadanía en tanto interacción que hace posible la colectivización de intereses, necesidades y propuestas. Pero, al mismo tiempo, en tanto dota de existencia pública a los individuos visibilizándolos ante los demás y permitiendo verse -representarse a sí mismos” (Mata, 2002). En ese marco, la condición ciudadana se define por la aparición de sujetos – individuos y grupos- en el espacio público en pugna por la constitución de identidades y por la definición de los asuntos de interés público. Se basan en una concepción de la ciudadanía no sólo como reconocimiento de derechos y deberes, sino también por la adquisición de la responsabilidad pública de participar de los debates y decisiones comunes. Ahora “la ciudadanía tiene que ver con el poder de acceder como emisor en la comunicación pública” (Hopenhayn, 2006: 126). Según este enfoque, la práctica ciudadana implica no sólo ejercicio de deberes y derechos de los individuos en relación al Estado, sino también “un modo específico de aparición de los individuos en el espacio público caracterizado por su capacidad de constituirse en sujetos de demanda y proposición respecto de diversos ámbitos vinculados con su experiencia” (Mata, 2006). Está, por lo tanto, condicionada por la posibilidad de participar con mayor igualdad en el intercambio comunicativo, el consumo cultural y el manejo de la información (Hopenhayn, 2006: 122). La esfera pública es constituida por la participación ciudadana y es en ese ámbito donde se forman los ciudadanos porque se es ciudadano en tanto se participa en la esfera pública en una comunidad cultural y de lenguaje. En los valores compartidos en esa comunidad de sentido, se basa la posibilidad de definir bienes públicos comunes y surge la posibilidad de ostentar la titularidad de los derechos. Por eso, “en esta visión cobra centralidad el desarrollo de espacios públicos, diferentes del Estado, como expresión de autonomía y vitalidad de la sociedad civil” (Levin, 2004: 125). Por eso, los estudios sobre comunicación y ciudadanía que ponen énfasis en su vínculo con la democracia y la política, se proponen: 1. Analizar nuevos modos de ejercicio ciudadano ya no sólo frente al Estado o el sistema político, sino en múltiples ámbitos de participación en organizaciones sociales y frente a empresas y el poder económico. En esta línea, el chileno M. Hopenhayn, por ejemplo, considera que la idea republicana de ciudadanía reaparece, no necesariamente en el ámbito de la participación política en lo público- estatal, sino en múltiples prácticas de asociación o comunicación social porque las prácticas ciudadanas ya no convergen hacia un solo eje de lucha focal como el Estado o el sistema político, sino que se realizan en múltiples campos de acción y espacios de negociación. “El ciudadano (…) busca participar en ámbitos de ‘empoderamiento’ (empowerment) que va definiendo según su capacidad de gestión y también según su evaluación instrumental de cuál es el más propicio para la demanda que quiere gestionar” (Hopenhayn, 2001: 119). 2. Considerar una visión multidimensional de la justicia en la que se vuelven indisociables sus tres dimensiones: económica, política y cultural, y por lo tanto, las exclusiones de cada tipo y las luchas para superar los tres tipos de injusticia. De este modo, Martín- Barbero destaca que la lucha contra la injusticia es hoy indisociable de la construcción de un nuevo modo de ser ciudadano que posibilite a cada persona reconocerse en las demás. Esta condición indispensable de la comunicación y también de la ciudadanía en tanto “red de relaciones igualitarias de reconocimiento recíproco” (Levín, 2004: 126), asocia la lucha contra la injusticia a la lucha contra la discriminación y las diversas formas de exclusión. “Al descubrir la relación entre política y cultura –que nada tiene que ver con la vieja obsesión de ‘politizar’ todo-, los movimientos sociales descubren la diferencia como espacio de profundización de la democracia y la autogestión” (Martín- Barbero, 2006: 153). 3. Repensar lo público y lo privado considerando las formas de resistencia que, entre la sumisión y la rebelión, dicen lo indecible y visibilizan lo invisible ya no en la esfera pública oficial, sino en las prácticas cotidianas de grupos sociales subalternos. El colombiano J. I. Bonilla procura superar la clásica concepción de comunicación política y discurso político ligados a lo emitido en la esfera oficial y reemplazarla por una visión que incluya las disputas con múltiples esferas públicas alternativas donde se expresan las relaciones de dominación y resistencia en las sociedades. Sostiene que hay “una comunicabilidad de la política que no pasa necesariamente por el espectro visible del discurso oficial, la escena pública y el enfrentamiento directo con el poder”, sino que por el contrario, sus agentes y códigos son anónimos y discretos: “No dejar huella es una acción deliberada y una táctica de supervivencia frente al peligro que implica el uso arbitrario y desmedido del poder” (Bonilla, 2006: 167). De este modo, la noción de ciudadanía viene asociada al concepto de espacio público en sus dimensiones urbana y mediática. Por lo tanto, de esta concepción de la ciudadanía entendida necesariamente como práctica comunicativa en el espacio público, se desprenden las otras dos dimensiones constitutivas del vínculo comunicaciónciudadanía: aquella que pone énfasis en el espacio público urbano y la que pone el acento en el espacio público mediático. Los estudios urbanos y comunicacionales tienden a entender la ciudad en relación con los procesos de comunicación -particularmente mediática- y a éstos vinculados con la trama urbana. Por un lado, “la ciudad no es vista ya sólo como escenario para habitar y trabajar, y por lo tanto como simple organización espacial, lugar de asentamiento de la industria y los servicios” (García Canclini, 1996: 9), por lo que se hace necesario incluir la perspectiva comunicacional en el estudio de las ciudades porque “en ellas hubo y hay un modo de construirse y materializarse de la comunicación social” (Entel, 1996: 25). Por otro lado, “los medios no son concebidos únicamente como redes invisibles y deslocalizadas, cuya dinámica podría entenderse sólo por las estrategias empresariales y los recursos tecnológicos que movilizan” (García Canclini, 1996: 9). Los trabajos de investigadores como la argentina radicada en México M. Piccini, la mexicana R. Reguillo, Martín Barbero y la argentina A. Entel, sobre una nueva ocupación del espacio público urbano, ponen énfasis en el vínculo comunicaciónciudadanía en lo urbano. Conciben “la materialidad urbana como elemento sustantivo de las relaciones sociales de exclusión e inclusión, es decir, las redefiniciones del espacio urbano como espacio público por antonomasia” (Mata y otros, 2007b). En esa línea, en sus investigaciones sobre los miedos urbanos, Reguillo coincide con los análisis que develan el protagonismo creciente de los medios de comunicación “en la expansión del imaginario de las violencias, del riesgo, del ‘fin de la historia’”. Sin embargo, propone ubicarse en “los territorios diferenciales de la vida de las ciudades”: “ahí donde el miedo silencioso, pero actuante, ocupa un lugar privilegiado en los modos de socialidad y sociabilidad” (Reguillo, 2006: 51- 52). Por lo tanto, el énfasis en esta dimensión del vínculo entre comunicación y ciudadanía puesto en el espacio público urbano, remite a su complemento y contracara: el espacio público mediático. Los estudios sobre comunicación y ciudadanía que pusieron énfasis en los medios masivos de comunicación los consideran espacios centrales en la constitución del espacio público en nuestras sociedades, en trabajos que muestran, entre otros factores, cómo éstos han desplazado a las instituciones políticas y sociales antes relevantes. Sin embargo, coexisten dos perspectivas contrapuestas en lo concerniente al papel atribuido a los medios y las tecnologías de la información y la comunicación en la actual configuración de la esfera pública: la que les atribuye una capacidad determinante y la que asume su centralidad pero postula complejas interacciones con otras instituciones sociales. Esta última perspectiva que considera a los medios como condicionantes, pero no determinantes, es la que funciona como contracara del énfasis puesto en lo urbano. En esta línea, Bonilla asegura que, si bien los medios de comunicación son unos centros de significación muy importantes a la hora de fijar determinadas interpretaciones públicas, son, sin embargo, unos centros entre otros, y como tales, entran a formar parte de un complejo sistema de representaciones, legitimidades y disputas alrededor de lo que está permitido decir. Por eso, sostiene que los medios de comunicación pueden ser analizados como lugares de contienda entre fuerzas sociales que disputan relaciones más amplias y complejas de poder en la sociedad. Los medios no agotan lo que llamamos esfera pública. “Por lo tanto, la centralidad que éstos adquieren como operadores de la visibilidad pública autorizada debe cotejarse con el acceso y el posicionamiento diferenciado que los distintos proyectos, grupos y sujetos sociales ocupan en las variadas esferas públicas y privadas de la sociedad” (Bonilla, 2006: 173- 174). Sin embargo, Martín Barbero va más allá cuando sostiene que los procesos urbanos no son comprensibles hoy sin pensar que los medios se han convertido en parte del tejido constitutivo de lo urbano, pues “el empobrecimiento comunicativo, generado por un tipo de urbanización irracional se está compensando, de alguna forma, por la eficacia comunicacional de los medios y las redes” (Martín- Barbero, 2006: 149). Por lo tanto, como contrapartida, asegura que “lo que los medios hacen, lo que producen verdaderamente en la gente, no puede ser entendido más que en referencia a las transformaciones que sufren hoy los modos urbanos de comunicar” (Martín- Barbero, 2006: 149- 150). La posibilidad de entender el papel que ejercen hoy los medios -especialmente la televisión- está, tanto o más que en estudiar lo que pasa en ellos, en analizar los procesos que hacen que la gente se resguarde en el espacio privado del hogar porque la pérdida de las calles y plazas como ámbitos para la comunicación hace que la televisión sea hoy un sustituto de los lugares de encuentro. Sin embargo, esto se debe también al desproporcionado crecimiento de las industrias de medios, la crisis de las instituciones políticas y la falta de representación de la academia (Martín- Barbero, 2006: 150- 151). Si el ciudadano se constituye en su aparición y por su participación en el espacio público, en estas reconfiguraciones del espacio público y de las relaciones entre lo público y lo privado, se juegan sus posibilidades mismas de acción y existencia. El ciudadano como sujeto privilegiado La noción de ciudadanía como la irrupción en la esfera pública de los individuos caracterizados como sujetos políticos, como sujetos de demanda y proposición en diversos ámbitos vinculados con su experiencia, que manifiestan el derecho a tener derechos por sobre el orden estatuido, exigiendo una ampliación de las posibilidades de ejercicio ciudadano, implica asumir a la comunicación como condición sine qua non para su existencia porque es imprescindible para la colectivización de demandas y proposiciones así como para su presentación en el espacio público (Mata y otros, 2007a). Para hacer visible conceptualmente la convergencia entre las condiciones de públicos y ciudadanos desde las que actuamos en nuestras sociedades mediáticas, Mata propone la noción de “ciudadanía comunicativa” a la que define como “el reconocimiento de la capacidad de ser sujeto de demanda y proposición en el terreno de la comunicación pública, y el ejercicio de ese derecho” (Mata y otros, 2007a). Por lo tanto, el ejercicio de la ciudadanía comunicativa se vuelve imprescindible para la existencia de una sociedad de ciudadanos. “Es por eso que adquiere sentido político y validez teórica la emergencia de la cuestión ciudadana en los estudios de comunicación. Porque ella puede y debe revelar hasta qué punto la apropiación de los recursos expresivos de carácter público por parte del Estado y el mercado es reconocida o no como límite sustantivo para el ejercicio de la condición ciudadana y la posibilidad de la democracia” (Mata y otros, 2007a). Con el fin de hacer operativa la noción para comprender e intervenir en nuestras sociedades, Mata distingue cuatro dimensiones de la ciudadanía comunicativa. La formal que es representada por el conjunto de derechos específicos consagrados jurídicamente; la ciudadanía comunicativa reconocida en tanto conocimiento que los individuos tienen de esos derechos como inherentes a su condición de integrantes de una comunidad determinada; la ciudadanía comunicativa ejercida, comprendida por las prácticas sociales reivindicatorias de dichos derechos en pos de su vigencia y ampliación; y la ciudadanía comunicativa ideal: aquella que se plantea como utopía o meta alcanzable en vinculación con los procesos de democratización de las sociedades. De este modo, la noción de ciudadanía comunicativa implica reconocer la existencia de disputas en la que hay diversos actores en pugna (unos que tratan de ejercer y ampliar estos derechos, otros que tienen el poder de concederlos u obstaculizarlos o que los pervierten o restringen), y condiciones que favorecen o limitan su ejercicio y ampliación. Así, la construcción del ciudadano como nuevo sujeto privilegiado de las prácticas y estudios de comunicación en Latinoamérica tiene -sostiene Alfaro- varias implicancias políticas para las prácticas comunicacionales. En primer lugar, la ciudadanía es igualdad. En tanto la desigualdad real implica restricciones a la participación pública, pero no quita el derecho a la existencia pública, esto implica consideraciones y tratos mutuos de respeto igualitario, pero también implica hacerse cargo de la desigualdad social, del conflicto existente entre los principios y la realidad. Esto recupera para la democracia la idea de justicia. Implica una comunicación para la que la pobreza y la inequidad son noticia. El ciudadano pertenece a una sociedad. La pertenencia primero a la clase obrera o campesina y luego al vecindario, es reemplazada en estos modelos comunicacionales por la pertenencia a una nación o comunidad de naciones. Esta pertenencia implica compartir valores culturales y políticos comunes, historia y destino. Por lo tanto, también genera responsabilidades en la construcción de ese destino común. Es una pertenencia activa. Ser ciudadano es ser sujeto de la construcción pública con otros. Una incorporación e integración a la sociedad incómoda y crítica que implica una comunicación ligada al debate. El ciudadano es un individuo. El acento que los estudios y prácticas de comunicación en nuestra región habían puesto antes en el pueblo y luego en la comunidad, pasa a instalarse nuevamente en el individuo. La concepción del ser humano individual como un micromundo que vale por sí mismo, aporte del liberalismo que había quedado devaluado en la propuesta socialista, recobra importancia. De este modo, la lucha de los 60 y 70 por la transformación de las estructuras, y las búsquedas de los 80 y 90 de emancipación de los sujetos, pasa en el nuevo siglo a buscar sujetos que procuren de modificar el orden social. La ciudadanía le otorga al sujeto la capacidad de reordenar la sociedad, la economía y la política, superando así la oposición individualismocolectivismo. Si bien el ciudadano es un individuo, la ciudadanía implica el reconocimiento de los otros como conciudadanos en las mismas condiciones. Los derechos y obligaciones de unos y otros pueden entrar en conflicto, pero por eso mismo, existe al mismo tiempo, la posibilidad de elaboración de intereses, demandas y propuestas comunes por los cuales actuar colectivamente. Esto implica una comunicación que busque la construcción de acuerdos, la creación de redes y espacios públicos. En tanto implica el reconocimiento del otro como un igual y la pertenencia a una sociedad común, la ciudadanía es solidaria. Por lo tanto, se trata de una solidaridad permanente y comprometida, no esporádica ante hechos de especial gravedad. De allí la necesidad de una comunicación que promueva en los individuos comportamientos solidarios y que fomente compromisos y empoderamientos colectivos, que ligue las particularidades individuales con lo local y la ciudad, pasando por el Estado nacional para llegar a otros lugares del mundo. La nueva noción de ciudadanía implica una nueva ética que transita de los derechos a las responsabilidades. No es sólo defensiva como la propuesta liberal clásica, sino que implica un compromiso con los otros. Esto conlleva la idea de participación en los asuntos comunes, en tanto formar y tomar parte activa, ponerse en movimiento por sí mismo para participar de algo colectivo. No hay sólo un modelo de ciudadano, sino procesos diversos de acercamiento a la ciudadanía, en tanto se ven favorecidos o limitados por sus condiciones de vida, son permitidos o restringidos por otros actores, y cada individuo intenta o no su ejercicio y ampliación. Por lo tanto, una comunicación ciudadana debe tener en cuenta estos diversos modos de construcción y diferentes trayectorias de los ciudadanos. La ciudadanía socializa lo público y politiza lo social al reconocer que lo público no es sólo estatal, sino también una cuestión de la sociedad civil, y que lo político no es cuestión exclusiva de los partidos y estructuras políticas tradicionales, sino también cuestión de los múltiples movimientos y organizaciones sociales. Esto conlleva nuevas actuaciones políticas: descentralizadas, movimientistas, en función de acontecimientos, desde cualquier lugar -incluso desterritorializadas-, tanto a nivel individual como colectivo. En tanto condición para favorecer la ciudadanía comunicativa, Alfaro define la noción de “comunicación ciudadana” (2002). En oposición a lo que se conoce como comunicación política ligada al marketing y la construcción e instalación de imagen de los candidatos en el “mercado electoral”, Alfaro sostiene que “para ser ciudadana, la comunicación debe trascender una visión de impacto o propaganda hacia una estrategia comunicativa y pública, sembradora de acercamientos políticos a la democracia y el desarrollo” (Alfaro, 2002: 47). Considerando las implicancias de la noción de ciudadanía para las prácticas de comunicación, Alfaro sostiene que una comunicación ciudadana debe exponer los sentidos políticos de las relaciones ciudadanas, explicitar los consensos, promover debates reales de intercambio para construir decisiones participativas en pos de producir una agenda colectiva, realizar una gestión educativa de la formación y puesta en marcha de las demandas ciudadanas, impugnar el modo tradicional de construir poder para que cada ciudadanía construya el suyo propio y lo ejerza, involucrar a la solidaridad como parte de la organización social y política de la vida, tener a los problemas y la gestión de gobierno de la ciudad en la agenda pública, producir relatos comunes a los ciudadanos de la ciudad, planificar lugares de encuentro y creatividad, vigilar la gestión pública, y promover iniciativas ciudadanas para proyectar el futuro (Alfaro, 2002: 47 y 49). Por lo tanto, una estrategia de comunicación ciudadana implica definir el tipo de sociedad mejor que se pretende construir, el tipo de ciudadanía que se promueve y busca, y el modelo comunicacional que serviría como matriz de ese accionar. Consideraciones Finales En los estudios y prácticas de comunicación en Latinoamérica, siempre ligados a los procesos políticos de cada época, los sujetos privilegiados fueron: los técnicos y la clase media modernizadora en la comunicación para el desarrollo mientras los pobres, indígenas y campesinos eran objeto del cambio planificado en los años 40 y 50, el pueblo entendido como entidad esencialmente opositora al statu quo y revolucionaria en la comunicación alternativa en las décadas de los 60 y 70, los vecinos de la comunidad en la comunicación comunitaria que comienza a pensar al pueblo como complejo y contradictorio tanto cultural como políticamente en los 80, los consumidores individuales como libres receptores de los medios e iguales usuarios de las nuevas tecnologías sin condicionamientos socio- económicos ni culturales en algunos estudios de recepción y en la tecno- utopía de la democracia en red de los 90. En tanto, en este nuevo siglo se está consolidando al ciudadano como nuevo sujeto privilegiado de los estudios y prácticas de comunicación de la región. El abordaje de la relación entre comunicación y ciudadanía -en tanto específico vínculo entre comunicación y política- en los estudios latinoamericanos de comunicación, puso énfasis en tres dimensiones complementarias: la referida a la sustancial relación de la comunicación con la política y la democracia, a la importancia de lo urbano en la constitución del espacio público, y a la condicionante centralidad de los medios en la constitución del espacio público. Si el ciudadano se constituye en el momento mismo de su aparición y presentación de sus demandas en el espacio público urbano o mediático, la comunicación es condición sine qua non para la existencia misma de la ciudadanía. En este sentido, Mata construye la categoría de ciudadanía comunicativa como el reconocimiento de la capacidad de ser sujeto de demanda y proposición en el terreno de la comunicación pública, y el ejercicio de ese derecho. La apelación al ciudadano como sujeto privilegiado de la comunicación, implica instalarse nuevamente en el ser humano individual. A diferencia de etapas anteriores, ahora se buscan sujetos que procuren de modificar el orden social. Si bien el ciudadano es un individuo, la ciudadanía implica pertenencia a un colectivo social. Por lo tanto, supone el reconocimiento de los otros como conciudadanos en las mismas condiciones. La ciudadanía implica consideraciones y tratos mutuos de respeto igualitario, pero también implica hacerse cargo de la desigualdad social. Esto recupera para la democracia la idea de justicia. La ciudadanía socializa lo público y politiza lo social al reconocer que lo público y lo político son también cuestión de la sociedad civil y de los múltiples movimientos y organizaciones sociales. La posibilidad de aparición de conflictos y de elaboración de consensos, conlleva una imprescindible revalorización de los mecanismos institucionales de la democracia. El oponente es ahora un adversario cuya existencia es legítima, forma parte de la misma comunidad política y debe ser tolerado. El conflicto se torna condición de existencia de la democracia. La política recupera un valor intrínseco. Los ciudadanos se constituyen en la participación pública que les permite incluso expandir su estatus a partir de la lucha por nuevas demandas. La comunicación es fundante de lo político y sustantiva para la existencia de la ciudadanía. Se es ciudadano en tanto se participa en la esfera pública. La comunicación es condición para la existencia de una comunidad política, la definición de los bienes comunes, y la vigencia de la democracia. Considerando esto, la comunicación ciudadana debe tener en cuenta los diversos modos de construcción y diferentes trayectorias de los ciudadanos, propiciar el debate, buscar la construcción de acuerdos, la creación de redes y espacios públicos, y tender hacia una estrategia comunicativa pública que permita acercamientos políticos a la democracia y el desarrollo. Bibliografía Alfaro, Rosa María (2002). “Politizar la ciudad desde comunicaciones ciudadanas”. Diálogos de la comunicación. 65, 34- 53. _________________ (2000). “Descifrando paradojas ciudadanas: una mirada cultural a la política”, en: Seminario- taller Comunicación, ciudadanía, espacio local. Bibliografía complementaria, Centro Nueva Tierra, Buenos Aires. Alfaro, R. M. (comp.) (1997). Comunicación, política y cultura. Escenografías para el diálogo. Lima: CEAAL y Calandria. 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