MUERTO ERA-para El Día Del Padre

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MUERTO ERA
PERSONAJES
SIMEÓN. Anciano padre
NATANAEL. Hijo mayor
OTONIEL. Hijo menor
ABIEL. Una joven amiga de la casa
CRIADO
SIRVIENTE
AMIGO 1
AMIGO 2
RICO
PORDIOSERO
VOCES
PRIMER ACTO
(Afuera de la casa está Otoniel sentado junto al pozo. Está pensativo, entra Abiel que
lleva un cántaro al hombre, viene a traer agua.)
ABIEL. Buenas tardes, Otoniel, es muy extraño que ya estés de regreso a tan temprana
hora, ¿qué ha pasado?
OTONIEL. Nada malo, Abiel, sólo que no he podido trabajar como todos los días. He
estado pensando que será mejor irme lejos… sí, muy lejos.
ABIEL. ¿Qué dices? ¿Qué has de irte muy lejos? Pero, ¿por qué?
OTONIEL. Tal vez no podrías comprenderme pero yo no puedo soportar por mucho
tiempo más estar encerrado dentro de estas cuatro paredes. Yo quiero seguir una vida
muy diferente a la que han vivido mi padre y mi hermano Natanael.
ABIEL. ¿Lo crees tú así? Ya ves a Natanael cómo trabaja y cuida de la vida de tu padre
que es anciano.
OTONIEL. (Riéndose.) Sólo él podrá hacerlo, Abiel, porque yo no podría. Imagínate la
vida que me espera, todo un caballero respetado, intelectual, paseando por todas partes
y conociendo los misterios de esta vida, ¿qué te parece?
ABIEL. Creo que te burlas. Sin embargo todo eso estaría bien, pero lo que no creo es que
tú llegues a lograr todo lo que sueñas, y mucho me lamentaría que terminaras como
todos los jóvenes que han buscado sólo sus placeres y han abandonado el camino del
bien.
OTONIEL. ¿Crees tú que eso pasaría también conmigo?
ABIEL. Calla, que ahí viene tu padre.
SIMEÓN. Paz sea contigo Abiel, y contigo, mi querido Otoniel.
OTONIEL. Y también contigo, padre mío.
SIMEÓN. ¿Aún no ha llegado Natanael tu hermano?
OTONIEL. Aún no, padre, pero no ha de tardar. Creo que ya está entrando. Te quedarás
con nosotros, ¿verdad, Abiel? Y así tomaremos los alimentos juntos.
ABIEL. Iré a dejar el cántaro de agua que mamá espera, y regresaré pronto.
SIMEÓN. Sí, ve, hija mía.
(En esos momentos entra Natanel.)
NATANAEL. La paz sea contigo padre, y contigo Otoniel.
SIMÉON. Te esperábamos hijo para tomar los alimentos.
NATANAEL. Gracias, padre. ¿Y acaso no ha venido por esta casa Abiel?
OTONIEL. Precisamente llega en este momento.
NATANAEL. Pasa, querida Abiel y seas bienvenida.
ABIEL. Espero que no les haya hecho esperar mucho.
SIMEÓN. No, hija, esperábamos a Natanel también, pero ahora sí, tomemos los
alimentos. (Mientras está hablando, el criado prepara una pequeña mesa con los platos y
sirve.) Me parece que este año tendremos la mejor cosecha, ¿no les parece, hijos?
NATANAEL. Tengo la misma idea que tú, padre, no serán en vano tantas fatigas y tanto
afanarnos.
SIMEÓN. Dios quiera que así sea, y que su voluntad la recibamos con regocijo, como una
bendición de su bondad infinita. Y tal vez podamos hacer mejoras a la finca que tanto lo
necesita.
NATANAEL. Bien pensado, padre, que mucha falta le hace. Y también necesitamos unos
cuantos animales. He de trabajar con todas mis fuerzas hasta verlo realizado.
SIMEÓN. Dios ha de premiar tus esfuerzos… pero… tan distraídos hemos estado que nos
hemos olvidado de tu hermano. ¿Qué piensas de esto, Otoniel?
OTONIEL. Perdóname, padre, pero no me molesta esta plática, tú siempre pensando en
tu hacienda, pero nunca en tus hijos…
ABIEL. Cuidado, Otoniel, que ofendes a tu anciano padre.
SIMEÓN. ¿Deseas que tu padre se preocupe más por ti, hijo? ¡Cuando todo lo que tengo
es tuyo! He trabajado día tras día para poder dártelo a ti y a tu hermano. ¿Esto no te
basta?
OTONIEL. Bien, padre, pero ¿y nuestra educación, nuestras distracciones y placeres? Tus
hijos no conocen otra cosa que no sea esta hacienda: esto es todo el mundo para tus
hijos. Cuando otros nos invitan a sus casas, tú no te das cuenta de la vida que llevan.
¿Sabes dónde están nuestros amigos?
SIMEÓN. Calla, Otoniel, que me haces daño… casi entiendo lo que pretendes… me temo
que eres un mal hijo… ¡qué dieran otros por poseer lo que tú tienes…!
OTONIEL. Lamento que creas eso de mí, padre. En realidad no quiero ser mal hijo. Es
que… sencillamente… quiero irme.
ABIEL. (Se acerca a Otoniel y le pone la mano sobre su hombro.) Piensa lo que vas a
hacer, Otoniel. Eres joven y no sabes si puedes descubrir los misterios que tiene la vida
y hacia dónde serás arrastrado, si te separas de tu hogar.
OTONIEL. Sí, Abiel, lo sé, pero déjame que me vaya. Y tú, padre, no me detengas… y te
ruego que me des la parte de la herencia que me corresponde.
NATANAEL. Déjalo que se vaya, padre. Sí, ¡que se vaya, que goce, que sufra! Ya que así
lo quiere…
SIMEÓN. (Sale por una bolsa de monedas y la pone en las manos de su hijo.) Aquí tienes,
Otoniel, y que Dios (levantando las manos) te guarde en tus caminos.
(Otoniel sale. El padre se queda mirándolo alejarse. Luego, con hondo sentimiento,
exclama.)
SIMEÓN. ¡Otoniel, hijo, regresa… Otoniel… Otoniel…!
SEGUNDO ACTO
(Esta escena se desarrolla en una ciudad en donde encontramos a Otoniel disfrutando
con unos amigos de la hacienda que le dio su padre.)
OTONIEL. En la hacienda de mi padre no podía imaginarme hasta dónde puede uno
divertirse y gozar de los placeres de este mundo, pero si mi padre supiera que no he
aprovechado de su herencia para educarme, su maldición caería sobre mí.
AMIGO 1. ¿Para qué preocuparse, Otoniel? ¿Acaso nosotros no te hemos comprendido?
¿Acaso no te hemos enseñado muchas cosas que tú ignorabas?
OTONIEL. Así es, pero bien me temo que Abiel tenía razón, mi inolvidable Abiel… Pero
dices bien, (saca su bolsa y hace sonar las monedas y saca algunas.) Mientras haya
monedas ¿recuerdas? ¡Debemos gozar de los placeres de esta vida!
AMIGO 2. La divertida que nos dimos ayer, ¡cómo nos envidiaron aquellas mujeres! Han
de haber creído que éramos distinguidos príncipes.
OTONIEL. (Riéndose.) Mi hermano quisiera estar en estos lugares, pero es un tonto. En
cambio yo estoy aquí gozando, desde que salí de casa no sé lo que es trabajar. Lo único
que extraño es mi querida amiga Abiel. (Se dirige al sirviente que se ha acercado.)
Toma, cóbrate y devuélveme lo que sobre.
SIRVIENTE. (Toma la bolsa y saca el dinero.) Señor, este dinero no es suficiente para
pagar lo que debes.
OTONIEL. ¿Qué dices? ¿Qué no es suficiente? Pues no voy a pagarte ni un centavo más…
¿Lo oyes? ¡Ni un centavo más! Pero, ¿qué ha pasado? (Se inclina y sus amigos salen.)… Se
han ido… Me han dejado, ya no tengo dinero. ¡Ay! Creía que sería eterna mi fortuna,
¡pero cuánto dolor me causa esto! ¿Qué haré ahora?
PORDIOSERO. Buenas tardes, mi amo… Pero, ¿qué le pasa? Usted siempre alegre y
ahora… ¿Está usted llorando?
OTONIEL. Calla, no me atormentes más, y vete como los otros se han ido. Ya no tengo
más dinero, ¿lo oyes? No tengo más dinero… ¿tienes tú una moneda que me des para
poder comer?
PORDIOSERO. ¡Tú, el joven rico! ¿Pidiendo limosna? Te compadezco, pobre joven, ¡ja,
ja, ja! Si quieres comer, tendrás que trabajar. Vé a una hacienda en la orilla del pueblo,
y tal vez allí te ocupen para apacentar puercos y así te ganes tu comida…
OTONIEL. (Le toma por la ropa.) ¡Calla, miserable! ¡Vete de aquí! (Luego, hablándose a
sí mismo.) Se ha burlado de mí, pero bien merecido lo tengo. ¡He sido un tonto en
haberme dejado llevar por la vanidad y el deleite de este mundo! ¿Qué haré, Señor? (Cae
de rodillas.) Dios, ¡ilumíname! (Queda pensativo.) El mendigo se ha ido también… No
tengo amigos, no tengo hogar, no tengo dinero… dijo que yo podría apacentar puercos,
yo nunca lo he hecho… pero tengo hambre… tendré que ir. (Se levanta y sale.)
RICO. (Aparece en escena un hombre de buena apariencia, muy elegantemente vestida,
habla en voz fuerte.) ¿Quién podría apacentar mis puercos? (Paseándose.) Nadie quiere
trabajar, prefieren morir de hambre. ¡Qué gusto! ¿Dónde tendrán la cabeza?
OTONIEL. (Entra.) Señor, yo necesito trabajar. ¿Me darías el trabajo de apacentar tus
cerdos, por unas monedas y un pedazo de pan?
RICO. ¿Has dicho unas monedas? ¡Ni lo pienses! Si acaso, te daría unas cuantas piezas de
pan. ¿Crees que voy a pagarte más por cuidar mis cerdos? Pero dime, ¿de dónde eres?
Porque tu vestidura parece ser de un joven rico… aunque (tocando el vestido de Otoniel)
tus ropas ya están bastante rotas y sucias…
OTONIEL. Señor, te ruego no me atormentes más, y déjame apacentar tus cerdos.
RICO. Vé, y procura no comerte la comida de mis animales, que es bien poca. Y, ¡cuida
tu vestido, no se vaya a manchar más! (Se va riéndose.)
OTONIEL. (Se sienta muy pensativo.) Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen
abundancia de pan y yo aquí perezco de hambre. He sido un tonto, me dejé llevar por la
vanidad y el deleite de este mundo. ¡Qué miserable es este hombre! ¡Ojalá que no
llegue él también a la miseria… hasta donde he llegado yo! (Llora.) ¿Qué haré, Señor?
¡Miserable hombre de mí! (Se oyen las siguientes voces, mientas en voz muy tenue
cantará el coro.)
VOZ. (Se lee el pasaje de Isaías 53:3,5,6) Despreciado y desechado entre los hombres,
varón de dolores…
(Otoniel ha quedado como en sueños. El mensaje divino llega a él en las voces.)
VOCES. ¡Crucifícale, crucifícale! Suéltanos a Barrabás y este sea crucificado… No digas
nuestro rey… No hallo culpa de Él; ¿le soltaré? ¡No, no, crucifícale!
VOZ. Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquel que en Él cree, no se pierda mas tenga vida eterna.
OTONIEL. (Cae de rodillas, solloza, y luego habla.) Gracias, Señor, por tu perdón; porque
andaba perdido y he reaccionado, muerto era y me has rescatado. Iré a mi padre y le
pediré su perdón. Gracias, Señor. (Inclina la cabeza.)
TERCER ACTO
(En la hacienda, el anciano se encuentra sentado muy pensativo. Entra Abiel, para
saludarle, lleva su cántaro.)
ABIEL. La paz sea contigo, señor. Vine por agua, que mi madre necesita, pero quise
enterarme si hay noticias de Otoniel.
SIMEÓN. Ninguna, hija mía, creo que hemos de perder toda esperaza de que vuelva a
casa, ¿qué habrá sido de él? (Inclina la cabeza y llora.)
ABIEL. No hemos de perder nuestras esperanzas, mi corazón me dice que pronto volverá.
Ojalá y no sea como muchas veces lo he soñado.
SIMEÓN. ¿Cómo lo has soñado hija?
ABIEL. Como un pordiosero, sucio y caminando como un anciano.
SIMEÓN. No me importaría hija que así fuera, con tal que volviera a casa. Pero no creo
que pase tal cosa. Él es inteligente y habrá aprovechado bien su dinero.
CRIADO. (Entra corriendo.) Señor, por el camino se acerca un hombre bastante sucio,
pero se parece a tu hijo por la forma en que camina…
SIMEÓN. (Con mucha angustia.) ¿Dices que se parece a mi hijo? (Corre hacia una
ventana.) ¿Dónde? No puedo ver, mis ojos se nublan… ¡No puedo ver! Abiel, hija mía,
acércate y ve si ese hombre que viene a lo lejos es Otoniel.
ABIEL. Ya se acerca, su paso es vacilante… parece Otoniel, pero no, no puede ser él.
SIMEÓN. (Se pasea de un lado para otro.) No puedo esperar más, correré a su encuentro.
ABIEL. Espera, señor, ya corre… ¡Es él! ¡Es Otoniel!
OTONIEL. (Entra y se arroja a los pies de su padre.) ¡Padre! (Llora.) He pecado contra el
cielo y contra ti, ya no soy digno de que me llames tu hijo. Tan sólo hazme como a uno
de tus jornaleros.
SIMEÓN. No, hijo, eso no. Dios ha oído mis ruegos y te ha devuelto a mí. Te pondrás
vestidos nuevos, y anillos en tus dedos y zapatos en tus pies. (Le habla a su criado.) Vé y
mata el becerro grueso, y hagamos una fiesta, porque este mi hijo, muerto era y ha
revivido… ¡habíase perdido y es hallado!
Publicado por Teatro Cristiano
Etiquetas: relación padres e hijos
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