Capítulo 4

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Una educación social para el Uruguay II. Hacia la construcción que nos debemos
Capítulo 4
“Redes. Pensando desde la Educación Social”
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Educ. Soc. Paola PASTORE
INTRODUCCIÓN
En los últimos tiempos, en las prácticas educativas el concepto de red ha cobrado
relevancia y vigencia; la observamos en la formulación de distintos proyectos y
programas, por lo que desde el ejercicio de la profesión -Educación Social- surgen
diferentes interrogantes sobre la pertinencia de nuestra intervención en dicho marco.
Consideramos de interés detenernos a discutir las relaciones entre la intervención
educativo social y el trabajo en red; a la vez que es necesario delimitar un marco teórico
preciso sobre el concepto de redes y el trabajo en red, esto es, los aportes posibles desde
la práctica de la Educación Social.
En principio: ¿a qué fenómenos sociales refiere el término red?, ¿qué es una red?, ¿para
qué trabajar en red?, ¿cómo trabajar en red?, ¿no es ineludible para el educador social
trabajar “sobre” las redes de los sujetos? Es dable cuestionarse en qué medida las redes
son un elemento más de control social al servicio de la reproducción y contención de la
pobreza, y cómo se articula esta aparente contradicción con la idea de que las redes son
una estrategia para el desarrollo y el mejoramiento de la calidad de vida de los
individuos de una comunidad o un barrio.
El presente trabajo pretende abordar el tema en dos dimensiones, primero poniendo
énfasis en el sujeto y el trabajo en sus redes primarias o informales de relación social;
luego el trabajo en red que tiene como objeto privilegiado generar una estrategia de
fortalecimiento del tejido social y de enriquecimiento de la vida individual y colectiva.
En ambos casos reflexionando sobre las intervenciones de los educadores sociales, ya
sea en tareas de atención directa como en aquellas de gestión, coordinación, diseño de
propuestas y elaboración de lineamientos de intervención.
Para enriquecer la propuesta sociológica del estudio de las redes desde los contextos
educativos, vinculándolas directamente con las procesos de exclusión/ inclusión social,
pensando a las redes como plataformas de reformulación crítica y sostén de la inclusión
social, discutiríamos el vínculo de los procesos educativos y las construcciones de
redes.
Interesa pensar sobre las prácticas en red con relación a los adolescentes y jóvenes;
observando las posibles interacciones entre las singularidades del mundo juvenil y lo
social, tratando de diseñar prácticas que propongan abordajes que promuevan la
integración, por tanto la inclusión social.
IDEAS GENERALES, APROXIMACIÓN AL TEMA
En las ultimas décadas el cambio es el factor común, es lo que escuchamos
últimamente. Tanto en lo económico, lo político, lo social, en las ideas y la tecnología;
como en la vida cotidiana, en la educación y la comunicación, las costumbres y los
valores. El fenómeno de globalización político, económico, social y cultural, incide
directamente en nuestras prácticas educativas.
Se relativizan las nociones de tiempo y espacio: los lugares se acercan y los tiempos
aceleran, la comunicación virtual es el elemento de nuestra época, “comunícate con
quien quieras de donde quiera”. Se universaliza la concepción de un ser humano acultural; surgen nuevas concepciones de igualdad y solidaridad; se absolutiza el tiempo
presente, el pasado se considera sin importancia y el futuro es irrelevante, lo importante
es vivir aquí y ahora, se extiende y generaliza así un sentimiento de intrascendencia de
la vida.
Estos cambios y redefiniciones han producido transformaciones en la vida cotidiana,
pero no podemos dejar de encontrar como denominador común la extensión de la
marginación y la exclusión social, prácticas que además de mantener su vigencia, han
evolucionando acompañando los cambios. Fenómenos que se estabilizan y consolidan
escenarios polarizados. Marginados, pobres, excluidos, segregados son categorías que
ocupan un lugar en la agenda pública. Proponemos pensar intervenciones que rompan
con la dinámica conservadora posibilitando diseñar estrategias que cuestionen la
estabilidad de la exclusión social.
Esta estabilidad se ha consolidado a partir de la construcción de prácticas y discursos
que hacen a los individuos únicos responsables de su situación de exclusión-inclusión,
desarrollando en consecuencia mecanismos y dispositivos que controlan e inhiben los
intentos de superación de dicha situación.
Desde las ciencias biológicas se ha estudiado las tendencias evolutivas de los sistemas,
en especial tomaremos un aporte sobre el estudio de la estabilidad que la contrapone a la
conectividad; sin querer extrapolar modelos nos parece una propuesta interesante de
pensar y buscar nexos con los fenómenos sociales que estamos estudiando.
Williams Ross Ashby, psiquiatra inglés, dedicó sus estudios sobre un aparato que
denominó “homeóstato”. Esta máquina que él construyó fue un modelo electrónico para
mostrar sus ideas relacionadas con la capacidad de los sistemas de autocontrolarse. La
teoría de Ashby se desarrolla en torno de los conceptos de ultraestabilidad y la
homeostasis. Sin indagar demasiado en esta teoría nos interesa centrarnos en uno de los
problemas a los que Ashby se dedicó: el vínculo entre la estabilidad y la conectividad.
Denomina estabilidad a la capacidad de un sistema de “permanecer estacionario en el
tiempo y a recuperar sus posiciones originales si estas variables son alejadas de sus
valores estacionarios”,[1] el científico observó que la máquina (el homeóstato)
construida a partir de varias unidades idénticas, cuya única finalidad era buscar en las
distintas situaciones las reglas capaces de estabilizarlas, encontraba grandes dificultades
para retornar al equilibrio si sus partes estaban fuertemente conectadas.
Al cabo de muchos estudios Ashby concluye (transcripción parcial): “(1) la estabilidad
del todo no es deductible a partir de la estabilidad de las partes. Se dan ejemplos
mostrando que partes todas ellas muy inestables forman un todo estable y
recíprocamente. (2) Si una parte singular se vuelve intrínsecamente muy estable ella
tiende a volverse constante y a perder su efecto en el comportamiento del todo. (3) Si
todas las partes se vuelven intrínsecamente muy estables, el todo se vuelve equivalente a
una colección de partes aisladas. (4) Al incrementar la riqueza de las conexiones entre
las partes se reduce la probabilidad de estabilidad.”.[2]
Estas cuatro conclusiones nos hacen reflexionar sobre los procesos de exclusión que a lo
largo de la historia se manifiestan de forma estable en el sentido de permanencia y
existencia. Muchas dinámicas han cambiado pero ninguna de ellas ha dejado de
engendrar prácticas excluyentes. Los procesos de exclusión social se estabilizan a lo
largo de la historia reacomodándose en cada momento y en cada cultura, explicitando
uno de los problemas más agudos a afrontar en estos tiempos. Romper con la estabilidad
de la exclusión es uno de los desafíos enfrentados por las organizaciones de derechos
humanos, los sindicatos, las ONG y los gobiernos.
La Educación Social “atiende a la producción de efectos de inclusión cultural, social y
económica, al dotar a los sujetos de los recursos pertinentes para resolver los desafíos
del momento histórico”.[3] Lo que implica asumir el compromiso de movilizar y
desestabilizar las lógicas excluyentes y en contraposición, consolidar prácticas
inclusivas.
La intervención en red implicará un abordaje desde los vínculos y conexiones de los
sujetos, actores individuales y colectivos, que presenta posibilidades de construir
lógicas y sistemas capaces de generar movimientos y transformaciones que
desestabilicen las formas arraigadas de exclusión social. Se busca combinar el
desarrollo de prácticas cotidianas generadoras de identidad y sentidos con las
posibilidades de conectarse en los distintos niveles, generando prácticas que fortalezcan
a los individuos e instancias desde las cuales se minimicen los efectos de la exclusión.
ALGUNOS CONCEPTOS PREVIOS
La Educación Social se configura como un tercer espacio educativo que no pretende
sustituir a los espacios ya existentes. Se integra en la diversidad de marcos
institucionales con el objeto de diseñar intervenciones educativas dirigidas a la
promoción cultural y social de los sujetos. “El tercer espacio educativo queda, para
nosotros, configurado con relación a las formas institucionales posibles que dan marco
al ejercicio de la acción educativo social. Mediante estas acciones es posible
transformar intencionalmente los ambientes cotidianos y recurrir a las posibilidades
existentes en lo social amplio para permitir a los sujetos apropiarse de un capital
cultural valioso y participar de todas las posibilidades sociales integrándose crítica y
responsablemente”.[4]
Los espacios de intervención educativa contemplan el entorno inmediato del individuo,
que está constituido por las condiciones concretas y simbólicas de existencia y las
relaciones que éste establece con el medio. El espacio cotidiano constituye el ámbito de
mayor influencia en la formación de la identidad del individuo. Se trasmiten valores,
usos y costumbres, así como “lecturas del mundo”. Todo esto es vivido naturalmente, es
el mito de la vida cotidiana que nos hace creer que es la forma natural de ver, sentir y
estar. El sujeto de la educación es ante todo un sujeto de recorridos sociales.
Entendemos que “...la Educación Social no debe ser una mera e inconsciente
colaboradora de una clonificación de los valores que una sociedad consumista,
individualizadora y ajena a los problemas de los demás nos quiere imponer, sino la
provocadora de alternativas que permitan a través del trabajo conjunto y solidario, la
consecución de mejoras tanto en procesos individuales como comunitarios”.[5]
Así entendida la ecuación social impulsa intervenciones que trasciendan el espacio
concreto de atención directa y tengan un mayor alcance e impacto en lo social amplio,
con el propósito de la promoción cultural pero también el fortalecimiento del tejido
social.
La intervención educativa social provocará la construcción y la reconstrucción de
vínculos, la resignificación del espacio social contemplando al sujeto individual -sujeto
de recorridos sociales-, el entorno y las relaciones que se establezcan, sin perder de vista
las condiciones locales y materiales sobre las cuales se construyen esas relaciones.
El educador social se desarrolla en torno de distintos espacios y tareas, atención directa
con niños, niñas, adolescentes y jóvenes, gestión de proyectos, la elaboración y
promoción de propuestas de intervención, la construcción de políticas sociales, etcétera.
La intervención en red que desarrollaremos (teniendo en cuenta los distintos fenómenos
a los que nos referimos, para entenderlos luego en términos de posibles intervenciones),
se presenta como un posible abordaje integral que pretende articular y apostar al
desarrollo local, y al fortalecimiento de los distintos actores -individuales y colectivosde una comunidad a partir de los recursos existentes. Entendiendo que “...no hay
desarrollo comunitario sin desarrollo personal (y viceversa); las personas crecen y se
desarrollan en la medida y al tiempo en que se desarrolla la comunidad de la que forman
parte; la intervención educativo social es una intervención, a la vez, sobre las personas y
sobre la comunidad”.[6]
Es necesario precisar algunos conceptos que atraviesan el análisis, ya que al hablar de
redes comunitarias estaremos analizando una intervención que se desarrolla en una
determinada zona geográfica, un barrio, una comunidad.
“La comunidad es una unidad social cuyos miembros participan de algún rasgo, interés,
elemento o función común con conciencia de pertenencia, situados en una determinada
área geográfica en la cual la pluralidad de personas interaccionan más intensamente
entre sí que en otro contexto (...) La comunidad no es una simple ‘aglomeración´ de
personas, pues ella resulta de un territorio (valor geográfico), de una población (valor
demográfico), de la convivencia (de personas y grupos de personas) y de control social
(regulación y ordenamiento de la vida en comunidad)”.[7]
El barrio resulta una unidad social con interacciones y representaciones recíprocas
desde las cuales se construyen subjetividades. Sobre la base del espacio geográfico,
material y concreto, se crea un espacio simbólico en el cual se representan las
relaciones, aspiraciones, tradiciones, valores, saberes colectivos e individuales en
constante construcción y transformación. Esta representación es la síntesis de las
relaciones entre las personas, las instituciones y el medio.
Pensar una intervención que contemple directamente las relaciones entre lo individual y
lo comunitario obliga a explicitar nuestra idea de educación comunitaria. Coincidimos
con E. Dabas quien la concibe como “un campo teórico de principios e hipótesis que
tienden a mejorar la calidad de vida de una población a través del protagonismo de los
individuos y los grupos en los asuntos que le competen. Esto implica abordar la
solución de los problemas a través de estrategias participativas que van desarrollando el
pensamiento reflexivo y la creación comunitaria”.[8] A partir de la visualización de los
vínculos entre los procesos educativos y los procesos sociales, potenciando los sistemas
de aprendizaje generados y desarrollados en los contextos locales, comunitarios.
Al poner los contextos barriales y comunitarios en el centro de la cuestión “surge” la
propuesta de trabajo en red comunitaria como una posible intervención educativa a
promover desde los educadores sociales. En el entendido de que sus propósitos
encuentran varios puntos en común.
Habría entonces dos posible abordajes, uno desde lo particular del sujeto de la
educación, y otro desde procesos colectivos que el educador irá promoviendo y
gestionando.
ALGUNAS IDEAS GENERALES SOBRE REDES
El término red es una metáfora que pretende describir a las relaciones y vínculos que los
individuos y las instituciones establecen en lo social amplio. Esta construcción teórica
está íntimamente relacionada con las nociones de intercambio, articulación y
complementariedad.
Esta metáfora, nos “...permite hablar de relaciones sociales aportando los atributos de
‘contención’, ‘sostén’, ‘posibilidad de manipulación’, ‘tejido’, ‘estructura’, ‘densidad’,
‘extensión’, ‘control’, ‘posibilidad de crecimiento’, ‘ambición de conquista’, ‘fortaleza’,
etcétera, tomados en préstamo de su modelo material”.[9] Al hablar de redes sociales
nos referimos a “sistemas abiertos mediante los cuales se produce un intercambio
dinámico tanto entre sus propios integrantes como con integrantes de otros grupos y
organizaciones, posibilitando así la potencialidad de los recursos que posee”.[10]
Al analizar lo social desde los vínculos existentes encontramos redes de distinta
naturaleza. Estas se diferencian por los tipos de intercambios que se dan tanto en el
ámbito interno como en el externo. Lia Sanicola[11] realiza una presentación de redes,
distinguiendo en:
Redes Primarias. Se caracterizan por recurrir a reciprocidad. Constituyen el ámbito
donde el espíritu de la donación se instaura y se desarrolla de modo privilegiado, dando
forma al mundo afectivo y simbólico de los individuos y el grupo.
Redes Secundarias Informales. Se constituyen a partir de las redes primarias, ante una
necesidad compartida para cuya satisfacción organizan una ayuda o un servicio. Pueden
consistir en una unión de pares o un grupo de ayuda o ayuda mutua no formalizado (...)
Usan como medio de intercambio la solidaridad, esto es, de dimensión misma de la
reciprocidad que se manifiesta en términos de responsabilidad colectiva.
Redes Secundarias Formales. Se caracterizan por los intercambios fundados en el
derecho, en primer lugar de ciudadanía. Éstas brindan prestaciones o servicios e
intervienen de acuerdo con exigencias de los usuarios. Son los servicios sociales
organizados para la protección de la infancia y la familia.
Redes del Tercer Sector. Se constituyen como organizaciones de servicios sin fines de
lucro, utilizando como médium, no sólo al derecho sino también a la solidaridad. Son
las cooperativas sociales, las asociaciones de voluntariado, las fundaciones.
De las diferentes redes que estudiaremos nos interesa destacar tres elementos de su
estructura que entendemos son importantes a la hora de trabajar sobre ellas: amplitud,
densidad e intensidad. Estos tres elementos por sí solos no ofrecen riqueza al análisis,
pero al pensarlos juntos permiten profundidad. La amplitud hace referencia a la cantidad
de actores involucrados; la densidad refiere a los vínculos entre los actores, y la
intensidad sobre aquellas cosas que comparten, que sienten en común. Las redes poco
densas y poco intensas no resultan significativas en los procesos sociales e individuales,
pues no ofician de soporte constructor de identidades individuales ni colectivas fuertes
en su capacidad creadora y constructora de la vida cotidiana individual y colectiva.
Pensar en términos de red es pensar globalmente, integrando lo familiar, lo comunitario
y lo institucional, mirando la totalidad. A partir de un sujeto poder analizar su
desenvolvimiento en los distintos espacios sociales.
Con relación a las redes primarias podemos afirmar que se consolidan en torno de las
relaciones interpersonales, ya sean de parentesco, amistad, vecindad, etcétera, siendo
lazos de carácter principalmente, pero no exclusivamente, afectivos. Su dinámica es
poco estática, son susceptibles a modificaciones en el transcurso del tiempo en la vida
de un sujeto. Estas redes son la que dan inicio y soporte a los distintas intervenciones de
carácter comunitario. El trabajo en red tomará la trama de relaciones que se da en un
territorio determinado para estudiarlo y proponer un posible abordaje sobre estas y otros
vínculos que se crearán en el proceso.
Dice S. García: “Esto de mirar las interacciones nos abre una capacidad de una nueva
visión tanto en el campo de la descripción de los fenómenos como en el campo de la
intervención y las estrategias de intervención, en suma, hablar de red es hablar de las
interfaces entre individuo, la familia, la comunidad y la sociedad en su conjunto”.[12]
Esta modalidad de intervención supone “complejizar” las relaciones. Trabajar en redes
es tener en cuenta la integralidad, no sólo como categoría de análisis sino también como
propuesta de acción.
DESDE LA EDUCACIÓN SOCIAL
La Educación Social se ha propuesto trabajar desde la complejidad del sujeto, en ningún
momento busca tratar a los individuos como seres aislados olvidando sus relaciones;
todo lo contrario, sin perder de vista al sujeto quien será el centro de la intervención,
realiza un análisis de su situación, de su vida cotidiana, de las relaciones con su familia
y con la comunidad. La complejidad es un desafío diario para el educador social, quien
entonces no busca fragmentar al individuo ni a la comunidad, es una herramienta que
permite comprender e induce a indagar tanto en lo más sencillo como en lo más
complejo del ser humano y sus relaciones
Cuando en el campo de lo educativo nos referimos a redes no podemos confundir de
qué fenómeno estamos hablando, por un lado el término red nos propone estudiar al
individuo a partir de su relación con el medio; de las interacciones e intercambios los
sujetos generan -de forma espontánea- vínculos que irán constituyendo su red primaria
o informal. Sobre ésta la práctica educativo social interviene directamente en el trabajo
-atención directa- con el sujeto.
Por otro lado, al hablar de trabajo en red estamos haciendo referencia a una intervención
que pretende partir de estas redes existentes e impulsar una propuesta de acción
colectiva de organización de esos vínculos. El trabajo en red es una definición que
caracteriza a la intervención, a la institución o bien al proyecto. El educador social
participa de las instituciones y proyectos, involucrándose en procesos de discusión en
los cuales se diseña la propuesta, se definen los lineamientos educativos en lo referente
a la gestión y promoción de estrategias de intervención.
El reconocimiento de las redes primarias es entonces para el educador social un insumo,
pero además, un “objeto” de trabajo con el sujeto de la educación. Un “objeto” desde el
cual poder analizar, criticar, proyectar, transformar y fortalecer su integración de forma
consciente, para su promoción y participación; realizando acciones educativas y
facilitando procesos de creación de vínculos habilitando nuevas construcciones sociales.
Desde que nacemos e iniciamos nuestra vida en una localidad determinada,
pertenecemos a una red (predeterminada socialmente por los adultos), a lo largo de la
vida aquélla se va ampliando y enriqueciendo, o no. A medida que el individuo va
adquiriendo desenvolvimiento propio, autónomo, va construyendo su propia red
primaria.
La red -informal o primaria- construida por un individuo muestra “la estrategia puesta
en acto por una persona para hacerse cargo de sus problemas y responder a sus
necesidades en un momento dado”.[13] La red primaria de un individuo nos muestra el
vínculo entre la vida privada individual y la vida social pública.
La Educación Social procura que los individuos se integren en redes normalizadoras,
que no son más que redes primarias que organizan y facilitan la circulación por la
sociedad. Entonces, la intervención educativa social se abocará a la promoción social y
cultural de los sujetos promoviendo procesos de inclusión social, favoreciendo el
tránsito por entornos sociales amplios.
Esto supone un trabajo sobre esas redes primarias que el sujeto ha construido en su vida
cotidiana, que fortalezca y amplíe el campo de posibilidades; desde una intervención
educativa que habilite procesos de desconstrucción y construcción de vínculos que
enriquezcan las redes primarias. Al generar propuestas y espacios de inclusión que
amplíen dicha red, e incidan directamente en el desarrollo integral de los sujetos, es que
pueden circular por espacios sociales amplios, sobre el entendido de que las redes
sociales y en especial las primarias desempeñan funciones de protección, pertenencia,
identidad. Según V. Giorgi,[14] la riqueza y la amplitud de la red social de un individuo
es un elemento protector de la salud. Esa red que el individuo fue construyendo a lo
largo de su vida, cumple hoy funciones tradicionales de la familia, tales como la
contención y sostén, protección y seguridad. Las redes son productoras de identidad.
El sustento de esta intervención es la relación educativa individual. El educador social
trabaja sobre sujetos concretos individualizables a partir del reconocimiento de la
identidad personal, y de cómo el sujeto se articula con el medio, con el fin de promover
la participación en las distintas manifestaciones culturales de la comunidad, y lo social
más amplio. Desarrollando las posibilidades y potencialidades individuales, conociendo
e involucrándose con la comunidad, sometiendo los modelos actuales a crítica, de forma
que se den nuevas construcciones. Lo que supone no sólo asumir la dinámica cotidiana
sino participar en ella, involucrándonos en distintas actividades y propuestas. Trabajar
con los sujetos desde su individualidad es invitarlos a que ellos se individualicen,
reconozcan y proyecten en sus capacidades y desarrollen aprendizajes que les permitan
constituirse como sujetos. Al decir de Meirieu “...el propio sujeto, se interroga sobre la
pertinencia de los procedimientos que utiliza, compara su efectividad con su coste
cognitivo y afectivo, con la inversión que requiere, en términos de tiempo, de
complejidad, pero también -y no se dice suficientemente, para mi gusto- en términos de
placer y sufrimiento”.[15]
En suma, podríamos afirmar que el educador social interviene desde la singularidad del
sujeto y crea las condiciones básicas para que éste pueda conectarse con “lo demás” de
su cultura en cada momento histórico, habilitando procesos de inclusión social activa,
generando procesos de intercambio y aprendizaje entre sujeto y objetos culturales,
“...entre lo psicológico del individuo, heredado de toda su historia personal, y lo
epistemológico, impuesto por la estructura de los objetos de saber, se inmiscuye un
sujeto que escapa, a la vez de la reproducción de sí mismo y la duplicación del objeto
un sujeto que, en el propio gesto de aprender, esboza una diferencia constitutiva de su
propia individualidad”.[16]
En la relación entre agente y sujeto de la educación se producirá un nuevo encuentro
con el “mundo”, cada uno desde su lugar y sus posibilidades construyendo nuevas
posibilidades y cuestionando los destinos supuestamente inevitables. Todo esto
entendiendo que en el curso de la vida un sujeto se abre y construye lazos no sólo
cuando quiere, sino también cuando puede y se encuentra en situaciones habilitantes. La
libertad de acceso y circulación está pautada por el interjuego entre posibilidades
individuales y condiciones ofrecidas por el medio, por lo que se ponen en juego, más
que nunca, los soportes individuales.
La Educación Social pretende recuperar la dimensión de lo individual y la importancia
de la individuación en todo proceso educativo, el cual suele estar relegado al colectivo.
Promueve procesos con objeto de “...que les permita a los sujetos de la educación hacer
sus propias combinatorias, trazar sus propios recorridos, buscar (construir) sus anclajes
sociales, culturales, económicos, etcétera”.[17] Esto significaría para el sujeto estar
conectado con su actualidad, en el sentido de ser parte de los procesos de
transformación y construcción social y cultural. Estas conexiones y uniones, no estáticas
ni unidireccionales, con base en el intercambio desde posiciones asimétricas, encuentran
como objetivo el fortalecimiento de la integración y participación en lo social amplio,
generando redes que oficiarán de plataforma para su inclusión social. Se busca
fortalecer al individuo y operar como soporte de nuevas construcciones.
Como toda práctica compleja interesa pensar algunos elementos que le dan sentido y
rompen con lógicas lineales, reduccionistas y omnipotentes. Es el sujeto de la educación
el responsable de sus decisiones y acciones. El agente de la educación promueve e
interviene para generar movimientos y transformaciones, pero es el sujeto quien debe
decidir sobre su proyecto individual, más allá de lo que “nos pese” a los educadores.
Entender que “...toda acción, una vez ejecutada, entra en un juego de interacciones y
retracciones dentro del medio en que se lleva a cabo, que puede hacer que se desvíe de
sus fines e, inclusive que llegue a un resultado contrario al esperado (...) las
consecuencias últimas de la acción son impredecibles”[18] es un pilar básico de toda
intervención educativa. Con esto nos proponemos no limitar los efectos de la
intervención educativa a hechos significativamente visibles a corto plazo. A veces los
“resultados” y “productos” de la intervención no se logran en el tiempo de proyecto del
educador, pero esto no quiere decir que la intervención no sea válida. Los tiempos del
sujeto de la educación no empiezan y terminan con el proyecto, no están pautados
exclusivamente por la intervención educativa, sino que la trascienden.
Sin perder la criticidad de la intervención, esto es, sin depositar todo posible fracaso
sobre la elección del sujeto, es preciso el ejercicio analítico de la pertinencia de la
propuesta y sus verdaderos alcances, en el sentido de posibilidades reales. Toda
propuesta educativa debe estar contextualizada.
Al hablar del contexto de la intervención nos referimos a los soportes materiales y
simbólicos sobre los cuales se desarrolla. Por un lado, el contexto territorial, el barrio, la
comunidad. Es previo a la intervención el conocimiento de éste, de sus recursos,
servicios, proyectos, etcétera. Pero la intervención no sólo estará pautada por el
contexto territorial sino también por el contexto institucional que dará el marco a la
intervención, desde el cual estarán definidas las políticas institucionales que habilitarán
o no las distintas propuestas.
La Educación Social interviene con el objetivo de la promoción del sujeto, pero las
posibilidades de conectarse y generar redes encuentran contextos fragmentados, con
dificultades para articular propuestas y ampliar las posibilidades sociales. La hegemonía
de las relaciones mercantiles que signan nuestra contemporaneidad han impuesto
prácticas culturales productoras de subjetividades individualistas que debilitan el tejido
social fragmentándolo e inhibiendo las acciones colectivas. Contextos en los que sobre
la base de las diferencias se desarrollan prácticas distantes incapaces de conectarse y
construir espacios amplios de inclusión, potenciando las desigualdades. La escasa
circulación del capital social, debilita los procesos colectivos de construcción de nuevos
sentidos, capaces de integrar las diferentes manifestaciones de la cultura.
Más allá de la integración individual se hace necesario impulsar acciones reconstitutivas
del tejido social, con el fin de mejorar la construcción de vínculos sociales, y la creación
de espacios colectivos promotores de integración social, que se ocupen de jugar roles en
la construcción de políticas sociales para la ciudadanía, que amplíen el campo de las
posibilidades y promuevan el desarrollo social.
La propuesta de construcción de redes como plataformas de integración y la promoción
del trabajo en red, se articulan generando una práctica de promoción y fortalecimiento
individual y colectivo. Ambas propuestas se fortalecen. Entendiendo que se consolidan
territorios de intervención simbólica que construyen identidades conectadas,
propiciando cambios en las mutuas identificaciones, individuales y colectivas. Si bien
afirmamos que el trabajo en red es una definición del proyecto y no del educador, éste
se pone en juego a la hora de diseñar y proponer estas intervenciones, más allá de su
participación directa en la ejecución. El educador social integrado a los equipos de
trabajo deberá involucrarse y polemizar sobre los distintos tipos de intervención que se
propongan, de manera de incidir sobre las definiciones que caracterizan la intervención,
trascendiendo la atención directa como parte de un proyecto de intervención más
amplio.
La responsabilidad de gestionar proyectos que impulsen el trabajo en red no se
corresponde solamente con la propuesta del educador, debe estar avalada y sostenida
desde una propuesta institucional.
Una vez reconocida la existencia de redes y su abordaje desde la singularidad del sujeto
de la educación, creemos necesario centrarnos en la promoción, por parte del educador,
del trabajo en red como propuesta de desarrollo cultural y social.
El trabajo en red será un “proceso lento, que implica un reaprendizaje de las relaciones,
de la utilización del lenguaje como instrumento de poder”.[19] La idea central será
promover un sistema de actores que a partir de las relaciones ya establecidas puedan
organizarse y consolidarse mediante modos participativos y formular un proyecto
común. La intervención en red parte del reconocimiento de las redes ya existentes y será
un intento por organizar el espacio colectivo, aportando una mirada compleja que
enriquezca y fortalezca a los diferentes actores por medio de la cooperación y la
articulación, generando transformaciones. “La red se convierte en una alternativa de
desarrollo comunitario cuando en cada uno de los actores implicados se producen
cambios en los niveles de las condiciones materiales de existencia y de la construcción
subjetiva de la realidad [...] También experimentaron aprendizajes en dos niveles:
personal, grupal y comunitario, que se manifiesta en el modo de enfrentar nuevos
problemas. Por su parte los equipos técnicos desarrollan cambios en su práctica
profesional y en la metodología para operar en red”.[20]
Los propósitos de la intervención son: potenciar y fortalecer las redes existentes, lograr
niveles de articulación entre las instituciones y con la comunidad; optimizar los recursos
existentes, aprovecharlos en sus máximas posibilidades; crear espacios de participación,
discusión desde el cual iniciar un proceso de reconstrucción del poder que se traduzca
en formas propositivas de desarrollo, desde el cual poder decidir y ejecutar acciones
futuras. Comprender a la comunidad como un sistema de actores (instituciones e
individuos), donde cada uno se “suma” a la acción colectiva sin perder su singularidad.
La intervención encuentra como objetivo principal la formulación de estrategias de
intervención que mejoren la calidad de vida de los individuos de la comunidad,
proyectando un plan de acción común. El espacio de trabajo en red está abocado
también a la construcción de políticas locales de intervención. Lo que no significa
perder la identidad del proyecto desde el cual se participa; no significa suplir a las
instituciones con proyectos locales, sino fortalecerlas desde un proyecto común.
Las redes y la participación mantienen un vínculo estrecho: “La noción de red es una
invitación a verse a sí mismo como un participante reflexivo y no como el ‘objeto
social’,[21] participar y apropiarse de un modelo de gestión construido colectivamente
para el cual todos los actores involucrados aportaron desde su visión”.
El espacio de trabajo en red “…también se desarrolla como una alternativa para que los
riesgos sean enfrentados con una política que mantenga vigente los principios de la
ciudadanía”.[22] Este tipo de trabajo promueve la construcción de ciudadanías
comprometidas con una historia común, un ciudadano integrado a la sociedad de forma
crítica, autónomo y reflexivo, con capacidad de análisis de sus condiciones de vida y la
de los demás, comprometido con el cambio, en búsqueda constante de alternativas que
mejoren la calidad de vida del colectivo.
En conclusión, el trabajo en red “...es un desafío para todos hacerlo. Es una hipótesis
complicada, porque genera actores sociales, y los actores sociales generan hechos
políticos y estos generan miedo, por lo tanto no es una estrategia de fácil desarrollo y
que no genere oposición en su transito...”.[23]
Desde el punto de vista de los procesos educativos observamos que estos espacios están
abocados a la reconstrucción del sentido de la acción colectiva, y pretenden formular
estrategias de intervención mediante la participación.
Eje fundamental de la intervención educativo social es abordar la dimensión creadora y
recreadora de la cultura, y la capacidad de transformación de las relaciones, a partir del
análisis de los sujetos involucrados, creando espacios de inclusión.
Cuanto más diversa sea la conformación de la red, más complejo será el trabajo, pero
mayor su capacidad integradora; pudiendo generar diálogos entre actores esencialmente
distintos. La red se configura como un espacio con bordes difusos y sin centro; el poder
de participar debe estar igualmente repartido entre todos los actores que la integren,
consolidándose como una práctica promotora de horizontalidad en los vínculos sociales.
El desarrollo de educadores sociales en la promoción, la gestión y coordinación de las
redes es pertinente, ya que fortalecería el tejido social promoviendo la integración,
estimulando el fortalecimiento de relaciones comunitarias en la promoción del
individuo y del colectivo, creando espacios de interacción, y de generar aprendizajes
desde una práctica concreta que permitan crecer en nuevas experiencias.
La red se configura como un espacio promotor de la inclusión social, desde los cuales
los distintos actores se promueven en la diversidad, reduciendo los efectos de la
fragmentación social. El educador social impulsa este tipo de procesos educativos
grupales con la finalidad del reconocimiento de la identidad de los sujetos con relación
al contexto del cual son producto y productores, en el cual el individuo se reconoce con
los otros de su comunidad, para transformarla y recrearla día a día. Impulsando
estrategias para mejorar el relacionamiento social, creando espacios de negociación y
construcción. Y a partir de la participación de diferentes actores se explotan los recursos
culturales de la comunidad.
Se forman lugares en los cuales la producción y distribución del conocimiento
constituyen una práctica democrática, compromiso asumido por la Educación Social,
participando activamente en la redistribución del legajo cultural y social, al alcance de
todos los individuos, para que estos puedan tomar parte en la construcción social de su
época. Este impulso pretende revalorizar los contextos locales, sin perder de vista lo
global, tener un proyecto en común con el supuesto de que el aprendizaje que en sí
mismo potencia el proceso de integración individual, enriquece las conexiones de los
sujetos y la creación de nuevos vínculos que fortalecerán al sujeto a la hora de
trascender lo local y enfrentar escenarios más amplios.
Como objetivo macro del trabajo vemos a la red incidiendo en las políticas sociales de
infancia y juventud. La dimensión de un colectivo como actor político consiste en
consolidarse como actor local, territorial, para contribuir al diseño de las políticas. Esto
supone ser reconocido como actor, primero en el propio contexto para luego pasar las
fronteras de lo local y ser reconocido por los organismos que diseñan e implementan
políticas sociales, trascendiendo prácticas fragmentadas siendo capaces de interpretar
intervenciones singulares en términos de planes y acciones colectivas.
Desde esta perspectiva se pretende involucrar a todos los actores en la construcción de
políticas públicas, desde la fase de elaboración de diagnósticos hasta la implementación
de planes y proyectos locales.
Las políticas públicas son la expresión de lecturas y concepciones sociales que
promueven acciones y estrategias tendientes (o no) al desarrollo social y cultural de la
sociedad.
Como toda práctica compleja, las redes encuentran obstáculos en su transcurrir, por lo
que será necesario mantenernos atentos a su desarrollo. La red corre riesgo de
burocratizarse, los liderazgos no deben jerarquizarse, de forma de que el poder no se
ejerza en términos de dominación-opresión. Todos los participantes tienen las mismas
posibilidades de incidir, de decidir.
Por otro lado, vemos el riesgo de que la red produzca procesos de exclusión y de control
social marginando a los que no la integran, o no permitiendo la participación; o bien
cerrándose en sí misma, “si la red es exclusivamente local y no es flexible y no traspasa
la frontera de lo local cuando nosotros estamos en zonas geográficas muy
estigmatizadas por el tema de la vulnerabilidad quedarnos cerrados, a una red local,
puede estar también potenciando la exclusión y desfavoreciendo la posibilidad de
movilidad social”.[24]
De esta forma la red pasa de ser un instrumento de desarrollo local, de control social,
desde el cual los individuos no logran trascender el espacio concreto e integrarse en
espacios más amplios. Está “el peligro de la hiperorganización, de trazar bordes
demasiados firmes, de quitar la ambigüedad creativa que suele estar en las raíces
informales de toda ‘red social’ (...) La tentación opuesta se encuentra en el hecho de
pecar por defecto, confiándose en un espontaneismo que puede ser caótico”.[25] La
rigidez actúa en contraposición al desarrollo, al libre crecimiento; por un lado el
espontaneismo desliga a los individuos de la responsabilidad pues las “cosas se
suceden” como sin querer. En toda organización debemos buscar equilibrar estos
procesos pues será necesaria la organización para poder pensar, actuar, interactuar y
caminar, avanzar en un proyecto, en una búsqueda. Pero también la creatividad y el
espontaneismo enriquecerán la experiencia.
En síntesis, los procesos de “conexión” y “enganche” individual y la promoción de
espacios de trabajo colectivo son dos fenómenos que se potencian y favorecen la
inclusión social y a la sociedad en su conjunto. Dos prácticas que generan procesos
educativos que configuran espacios de intervención de la Educación Social, en los
cuales la intervención profesional adquiere relevancia; permitiendo al educador social
comprometerse, con la atención directa y como un actor más en el diseño y
planeamiento de políticas sociales.
LO EDUCATIVO Y LAS REDES EN PRÁCTICAS CON ADOLESCENTES Y
JÓVENES
La adolescencia y la juventud está en nuestro país conceptualizada como una etapa por
la que “hay que pasar”, se define generalmente por lo que no es: ni niño ni adulto. Esta
construcción del imaginario social colectivo desvaloriza al joven en su capacidad de ser,
participar e integrarse, poniendo énfasis en la transición al mundo adulto. Este lugar de
transición, plagado de coercitivos rituales de iniciación alienantes, no permite encontrar
espacios de desarrollo pleno.
Esta situación se ve agravada aun más cuando nos referimos a adolescentes y jóvenes
pertenecen a sectores de bajos recursos, los cuales cargan con estigmas sociales
denigrantes, lo que genera impedimentos para visualizar un futuro posible. Transitar por
la juventud puede ser un escondite desde el cual es posible no asumir la responsabilidad
con un proyecto de vida alternativa, lo cual no es exclusivo de los contextos de pobreza.
Se inician procesos de exclusión que conviven con la autoexclusión, promocionada por
el desencanto actual, herencia de la aplicación de políticas neoliberales. Esto se ve
reflejado en los bajos niveles de participación y de búsqueda de incidencia en los
cambios, ya sea a nivel macro como en los espacios cotidianos. Es necesario construir
nuevos sentidos que inviten a los jóvenes y adolescentes a ser parte de la vida social,
que devuelvan a estos, roles protagónicos en la construcción de las prácticas cotidianas
responsables.
La adolescencia y a la juventud es una etapa creativa. Cuando nos referimos a la
juventud hacemos referencia a la etapa de la vida de consolidación de la identidad,
aunque con diferencias etarias en el proceso. No es una etapa generalizable; hay tantas
adolescencias y juventudes como adolescentes y jóvenes. La construcción de identidad
y la participación están asociadas a los procesos de exclusión e inclusión. ¿Existen en
los tiempos que corren espacios promotores de participación desde los cuales realizar
experiencias de inclusión social?, o estamos invitados a convivir en un presente
fragmentado desde el cual el futuro no se presenta como un espacio a construir, sino
como un provenir sólo para algunos.
¿Qué lugar ocupan los jóvenes y los adolescentes en nuestra sociedad? La sociedad
envía mensajes contradictorios a los jóvenes, por un lado son el futuro, pero en el
presente se los ubica en lugares predeterminados para que “no molesten”. Los jóvenes
han dejado de ser los protagonistas de los cambios y transformaciones de la vida social
para ocupar lugares de responsabilidad directa en cuestiones vinculadas a la violencia,
las drogas, la delincuencia, etcétera; a partir de constructos ideológicos sociales y
mediáticos, ocupando espacios de vulnerabilidad social que inhabilitan al joven a ser
parte de la vida colectiva. Tanto a participar como a hacer valer su opinión y a ser
respetado en su condición, y no visualizados como una “amenaza” para la sociedad.
Se crean políticas que pretenden contener a los jóvenes en su condición y prepararlos
para la vida adulta. Espacios de escasa participación y problematización de las
cuestiones culturales. Para el mundo adulto los jóvenes están, o muy cerca o muy lejos.
Son, por un lado, factores para la continuidad, pero a la vez generan discontinuidad, que
por momentos amenaza y cuestiona las verdades construidas. Los jóvenes y
adolescentes son invitados a participar de los cambios, pero al mismo tiempo excluidos
de este proceso. Se construyen imaginarios que pretenden homogeneizar a jóvenes y
adolescentes definidos por la negativa, ya que estos parecen no cumplir con las
expectativas que el mundo adulto ha construido.
Al hablar de integración no nos referimos a sociedades homogéneas ni sociedades sin
conflicto ni contradicciones, sino que una sociedad integrada es cuando integra y
articula la diversidad tanto de ideas, de símbolos como de individuos, ya sean niños,
niñas, adolescentes, jóvenes o adultos. La propuesta radica en entender a la producción
juvenil como parte de la producción cultural en cada momento histórico, otorgándole el
valor que posee.
Cualquier propuesta homogeneizadora es en definitiva excluyente, ya que fácilmente
aparta a aquel que no cumple con la norma, aquel que no se adecua a lo esperado. La
integración no homogenizante pretende producir y sostener procesos diferentes que se
generen, en contraposición a la integración-homogenizante que no dan lugar a la
producción de nuevos sentidos. Una sociedad integrada es capaz de articular la
diversidad, integrando y promoviendo la convivencia dinámica que reconstruye
constantemente los vínculos.
El educador social, en el trabajo con adolescentes y jóvenes buscará conectar las
culturas juveniles con lo social amplio de forma de que se produzcan interacciones
múltiples que permitan el desarrollo de construcciones colectivas de mutua incidencia,
sin que prevalezcan unas sobre las otras, integrando las distintas dinámicas. Esto es,
construyendo sentidos colectivos que permitan la integración de los distintos actores en
los diferentes escenarios sociales. Cuando se es adolescente y joven, se suelen construir
lazos que amplían los vínculos familiares y se constituyen como los principales
referentes desde los cuales desarrollar aprendizajes en los que los factores cognitivos,
las motivaciones y lo afectivo, se convierten en estímulo permanente de la actividad, el
pensamiento y la comunicación, articulando la realidad y la fantasía; procesos que
habilitan la integración o la exclusión de los sujetos individuales.
Desde esta perspectiva, la Educación Social es el soporte de acompañamiento (en
tiempos y espacios acotados) de la socialización individual, desde la cual rescatar y
trabajar sobre la construcción social de cada individuo. El lugar del educador es de
mediar entre la cultura y el sujeto de la educación, emprendiendo prácticas
emancipatorias que produzcan autonomía, “en la medicación educativa, se despliega un
juego de seducción donde alguien induce a otro alguien a quedar enganchado, pero no a
un sujeto seductor (agente), sino al objeto que seduce (la cultura)”.[26]
Surge como primera preocupación la existencia del interés de querer ser parte, de
involucrarse; por esto será para el educador un desafío trabajar sobre procesos que
despierten interés, alguna demanda que promueva al joven y lo invite a tomar contacto,
a construir redes para transitar por diferentes propuestas culturales y sociales; buscar
conexiones de las producciones juveniles con lo social amplio, reconociéndose como
sujetos activos en los procesos de cambio. “El concepto sujeto hace referencia a lo
fundamental, a lo clave, a lo realmente condicionante y decisivo de todo posible proceso
de transformación: se refiere a los hombres y mujeres que llevaran a cabo los cambios
sobre la base de su decisión y determinación de participar en procesos de cambios; y
esto será así en la medida en que sean ellos quienes asuman la transformación como
necesidad y un proceso propio, es decir, en la medida en que se decidan a participar en
él”.[27]
El educador social creará entonces las mejores condiciones para que los adolescentes y
jóvenes puedan conectarse desde su presente con el mundo que los rodea, apropiándose
de los distintos espacios sociales generando prácticas que produzcan sentidos en los
cuales se reconozcan. Conectarse es sentirse parte, tener parte, jugar un rol, encontrarse
y desencontrarse con otros, desatando procesos de interacción que promueven
participación activa. Tomar parte, comprender, conocer, descubrir, construir saberes
desde lo individual y lo colectivo a partir de espacios de interacción.
Para integrar e incluir es necesario que los jóvenes y adolescentes participen desde su
singularidad y desde los colectivos que integren en la elaboración de sentidos, teniendo
en cuenta la diversidad en la que se mueven, sin reproducir las censuras (sobre el
entendido que toda práctica educativa es una práctica de concientización en la cual se
analizan y explicitan distintos mecanismos que actúan en una situación, y a partir de su
explicitación se promueven cambios, no una mera reproducción) de las que son objeto
habitualmente.
Esto implica que además de crear sus redes, también puedan “engancharse” en las redes
ya existentes y participar de ellas, siendo promotores de su integración, al construir
espacios que habiliten la integración.
Las redes se configuran como espacios facilitadores de procesos de toma de conciencia
del ser individual y de la pertenencia a un grupo, a un territorio, a una sociedad, pero a
la vez invitan a no quedar por fuera de la construcción de sentidos. Sentirse parte y
reconocerse en el contexto favorece el compromiso con la construcción de significados
y la apropiación de éstos, mediante procesos de concientización y reconocimiento de las
potencialidades y obstáculos individuales, así como del medio que ha condicionado las
anteriores construcciones.
El proyecto educativo construirá un espacio desde el cual experimentar y vivenciar la
participación consolidada como espacio de aprendizaje y experiencia que tendrá que
trascender lo concreto de la intervención invadiendo los distintos espacios sociales del
sujeto de la educación.
Más allá de lo concreto de las intervenciones, la Educación Social se debe comprometer
en la construcción de herramientas para el abordaje de una propuesta integral para el
mejoramiento de la calidad de vida de los jóvenes y adolescentes. Hay que promover el
debate y la discusión acerca de temas directamente relacionados a jóvenes y
adolescentes y a su entorno. Así como convocar, movilizar y provocar a estos en pos de
la construcción de una sociedad diversa.
Las acciones educativas se despliegan en torno de la promoción del desarrollo de una
mayor conciencia ciudadana, porque se aprende a participar ejercitando ese derecho,
con los adolescentes y jóvenes en situación de tomar decisiones y comprometiéndose
con ellas. La acción educativa contemplará la relación entre la inclusión y la
participación ciudadana, cada sujeto desde su singularidad trazará caminos y generará
sus redes que le permitirán transitar distintos espacios tendientes a la inclusión. En la
promoción del ejercicio de los derechos sociales, culturales y económicos de jóvenes y
adolescentes, valorizando su aporte productivo y cultural, así como produciendo
espacios que habiliten nuevas formas de participación. Los adolescentes y jóvenes
producen participación en esencias y estéticas diferentes a la del mundo adulto, por lo
que éstos a veces son incapaces de entenderla, de codificar y valorizarla. Se realizan
lecturas desde lugares que pretenden encasillarlos sin captar las múltiples formas de
expresión y particularidades del mundo joven y su desenvolvimiento social.
Por otro lado, es tarea de la Educación Social:
Involucrarse en la creación de políticas públicas de juventud.
Articular los recursos de la sociedad civil y de las distintas dependencias del Estado
para alcanzar niveles de coordinación capaces de incidir positivamente en las acciones y
programas sociales que contemplen a los adolescentes y jóvenes.
Ser parte de la construcción simbólica de las formas de identificar y categorizar a las
juventudes que no contenga estereotipos ni categorías discriminatorias.
Construir prácticas y discursos abiertos que reconozca la condición de ciudadanía de los
jóvenes y los adolescentes.
Ser herramienta de difusión para incorporar en las políticas públicas las distintas
propuestas que emanen de los procesos de participación juvenil.
Convocar a los jóvenes a ejercer su propia ciudadanía creando espacios para la
discusión, el diseño, la elaboración y la ejecución de programas que los involucre.
Generar abordajes interinstitucionales, creando enlaces entre la sociedad civil donde la
interacción promueva una amplia participación juvenil.
CONCLUSIONES
La inclusión social se configura como una práctica dinámica y creativa donde cada
sujeto transita un camino de conexión con los demás, creando vínculos que lo habiliten
a ser parte de un todo, pero también a incluir a otros en los distintos ámbitos sociales.
La intervención educativa social estará atenta a los procesos individuales para generar,
en cada uno de ellos, propuestas que tiendan a la integración activa, al desenvolvimiento
individual y grupal de los sujetos en su vida cotidiana. Procurará producir los contextos
donde las redes puedan emerger. Deberá comprometerse con la construcción de
prácticas que no tiendan a estabilizar los procesos de exclusión.
Los procesos de integración individual y la construcción de espacios sociales capaces de
integrar las diferencias, son dos procesos que se combinan y generan prácticas sociales
integradoras, desde las cuales los actores individuales y colectivos producen sentidos en
los cuales los sujetos se reconocen. Se intensifica la producción cultural y la
intercomunicación impulsando prácticas inclusivas. Estos dos espacios se consolidan
como posibles espacios de intervención educativa social, desde los cuales desarrollar
prácticas complementarias, abordajes individuales y colectivos, que incidan
directamente en la construcción de política sociales que tengan como horizonte la
inclusión social.
La intervención educativa social pondrá en marcha una serie de dispositivos para que
cada sujeto, desde su individualidad, pueda reconocerse como sujeto histórico, y
construya relaciones significativas que oficien de soporte para el desarrollo de su vida
cotidiana, promoviendo a cada individuo en particular y al colectivo, desarrollando
acciones que mejoren la calidad de vida.
Esta intervención educativa propone para el sujeto de la educación un rol protagónico
desde el cual reelaborar los conceptos de participación y ciudadanía. Romper el binomio
exclusión-inclusión sigue siendo otro de los desafíos, ya que se presentan como lógicas
coexistentes. La construcción de redes, si bien se constituye como proceso que sostiene
y promueve la inclusión social, puede en su curso provocar procesos de exclusión
acorde a la demanda de la época, por lo que la responsabilidad y la ética puestas en
juego en el transcurrir de una propuesta cobran su importancia.
Finalmente, el objeto es generar procesos que sobre las bases de la diferencia no
produzcan desigualdad ni desconexión, sino que inviten a articular las diferentes
manifestaciones de la cultura desde las cuales los individuos se representan, identifican
y construyen redes, desde proyectos comunes. Somos parte de un todo, todo repercute
sobre todo, y todo cambia cuando “algo” cambia, y el equilibrio lo debemos
comprender como la constante síntesis y transformación del todo por obra de las partes.
Aun en la ambigüedad y ambivalencia de los fenómenos, la realidad no es un todo
coherente; está en la naturaleza misma de los fenómenos sociales la contradicción. Se
hace necesario incorporar el principio de polaridad (que no significa oposición o
conflicto), que nos propone que no hay que disociar lo que se debe distinguir o
diferenciar. No debemos fragmentar cada momento de la realidad. La realidad necesita
una comprensión policausal, tener una visión poli-ocular de los hechos y sucesos,
amplia y compleja, no reducida ni simplificada; tener presente que en cada circunstancia
hay una infinidad de variables que están actuando simultáneamente. La intervención en
red permite tener una visión abarcadora del individuo, visualizar al individuo, la familia
y a la comunidad a partir de sus relaciones.
Por otro lado, el trabajo en red pretende analizar las causales de los problemas para
poder trabajar sobre ellas y no esperar situaciones emergentes; el trabajo en red
comunitaria fortalece el trabajo en prevención y promoción, aspecto fundamental de la
intervención educativa social.
La Educación Social pretende confrontar a cada sujeto con el orden social vigente, y
que a partir de ese encuentro surjan nuevas formas de concebir las relaciones sociales,
los lugares, los códigos y sentidos, que son construcciones comunes y que deben ser
reformuladas desde la acción colectiva.
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2. Mizraji, E. (1999), El segundo secreto de la vida. La evolución biológica, la
cibernética y las moléculas: Crónica de un encuentro. Uruguay, Trilce.
3. Núñez, V. (1999), Pedagogía social: cartas para navegar en el nuevo milenio. Bs.As.,
Santillana.
4. Miranda, F. y Rodríguez, D. (1997), La Educación Social: tercer espacio educativo.
Ficha realizada por el Centro de Formación y Estudios del Iname (actual INAU),
Montevideo.
5. Petrus, A; Romans, M; Trilla, J. (2000), De profesión: educador (a) social. Barcelona,
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