ñfio II. fiám. 14 Barcelona 5 pcbrero 1899 LA VIDA GALAÍ#E Revista semaiial ilustrada BlRECClÓH T ADUIHlSTBAClÓa: GRflViHfl. 10 Toda la correspondencia al Administrador BT ffsta es setisQal, G8 ardiente, es-traidar; sus nervios, tienen todo el elóotricw Tí^ór de la lujuria} au cuerpo, todas las actitndas de la lascivia; sus ojo9, todo* loaoentollúos de la pasión ¡Quien dijo alma de gato, dijo alma de mujerl 15 CÉNTIMOS 158 L A V I D A GALANTE Un chistosísimo quid pro quo, que pudo acarrear gravísimas consecuencias, ha regocijado la semana anterior á la aristocrática colouia francesa que tiene establecidos en Niza sus lujosos cuarteles de i n vierno. El conde Armando y, recién casado con una mis de peregrina gentileza, vivía en un cuarto amueblado sito en una de las calles más céntricas de la ciudad. Días pasados llamaron muy temprano en casa del conde, salió la doncella á abrir y se encontró con una mocetona muy guapa y muy ricamente vestida, que manifestó deseos de ver al «señor». —Está durmiendo,—la respondieron. — No importa, sé que que me recibirá. Dígale que h a venido Alicia... y como comprendiese que la doncella mostraba repugnancia á dejarla entrar, añadió: —Ahí va, entregúele usted esa tarjeta,... L a tarjeta era del conde, y decía: Te espero mañana á las diez. No faltes. L a sirviente, estupefacta, hizo pasar á Alicia al recibimiento, dicióndola que tuviese la amababilidad de esperar algunos momentos. Armando estaba dormido, y quien recibió el recado fué su mujer. El discreto lector comprenderá fácilmente el efecto que en el ánimo de una recién casada, aunque sea inglesa (y quien dijo inglesa dijo fría), producirían las cariñosas frasea de la tarjeta. L a joven, sin cuidarse de corregir el desprden de su traje, se lanzó fuera de su habitación y llegó al recibimiento hecha una furia. Allí se desarrolló una escena lamentable. Alicia se había levantado, muy sorprendida de encontrarse con otra mujer. —¿Qué quiere usted?- -preguntó la condesa. —Ver al conde,—repuso Alicia serenándose. —¿Y p a r a qué? —Eso no le interesa á nadie. Yo vengo á hablar con Armando, no con usted. ¿Quién es usted?... Aquellas contestaciones duras y terminantes, agot a r o n la paciencia de la pobre mis. ¡Llamar á su esposo -íArmando», así, á secas, con tina familiaridad insultante!... ¡Querer verle á t a l e s horas y preguntarla á ella que quien era, siendo la dueña y reina de aquel hogar!... E r a realmente el colmo del tupé. —¡Márchese usted de aquí, mala mujer, mala pécora, que por usted y otras de su ralea hay tantos matrimonios desavenidos!... Si el conde tuvo el descaro de dormir con usted,.y de decirla que viniese sepa usted que yo soy su esposa y que no soporto áninguna otra mujer!... E n pecos momentos la enfurecida inglesa había, agotado el vocabulario de los improperios, yj nopasó á vías de hecho porque su mismo coraje ató susmanos privándola de conocimiento. Cuando Armando se levantó sobresaltado por el ruido de la trifulca, su mujer yacía en el suelo presade un espantoso ataque de nervios, y Alicia habíadesaparecido. * * * Aunque las apariencias ofreciesen al conde comoun marido disoluto y poco cuidadoso de ocultarle á su mujercita sus criminales devaneos, hay qiie d e c l a r a r que el pobre Armando no era responsable de nada, y que en este drama ha sido tan inocente y t a n burladocomo su mujer y como la misma Alicia. El hecho fué el siguiente: L a noche, víspera del día en que ocurrió el lanceque acabamos de referir, algunos socios del Casino estuvieron con varias heteras .en un chalet muy frecuentado por la gente alegre. U n a de las pecadoras que concurrieron á la orgía,, fué Alicia. El periódico que describe esta aventuracon mayor lujo de detalles, asegura que el caballeroque acompañaba á la joven, después de conseguir deella todo cuanto quiso, la despidió regalándola un b i llete de cincuenta francos. —Esto no me sirve para nada,—dijo ella.' , —Pues aquí no tengo más dinero. ""^^No importa... Mañana es igual... ¿Quieres quevaya á t u casa?... El caballero quiso resistirse, pero ella insistió, i n sistió mucho... empleando las palabras más diilces, los^ ardides más convincentes... Y además le sorprendía en uno de esos momentos de borrachera y de pasión en que los hombres no pueden negar nada. Los quepresenciaron aquella escena refieren que ella le decía: —Si eres soltero y vives sólo, ¿qué inconvenientepuedes tener en recibirme?... Yo iré por la mañana y pasaremos todo el día juntos. Je t' aime, je í' «¿me, (te amo, te amo),., luego m& das lo que gustes... E l joven viéndose atajado por todas partes, sactS su cartera, con intenciones, tal vez, de darle su t a r jeta, pero de prouto vio la del conde Armando, y cambió de propósito. —Toma—dijo —ahí van mis señas. —Eso es poco,—contestó ella; —escríbeme algo, p a r a enseñárselo al portero en caso de que se niegue á dejarme subir... El ladino caballero titubeó algunos momentos; pero luego, creyendo q>i« todo aquello sería una bro- L A VIDA. GALANTE m a de muy buen gusto; escribió con lápiz aquel... « Te €sj3ero mañana á las diez. No faltes-»... Que taufca y t a n legítima desesperación puso en el corazón de la mis. E l suceso es m u y comentado. Dicen que h a y un desafío pendiente y que la condesa lia pedido el divorcio. U. d e morlTECnñR BÁQUICA Brindad, chocando las doradas copas, por la rnaaro común Naturaloza, quQ on los brillantes átomos del vino todos los goces do la vida eucioi-ra! Coronadas de piimpanos las sienes, á compás de la alegre pandereta hagamos renacer con sii bullicio la3 bacanales de la antigua Grecia. En estantes quo brillan como el oro, •colocadas en filas, las botellas á apuroj" nos invita sus licores que al bañar los cerebros donde llegan, liacon surgir paisajes y episodios, fragor de luchas y tronar do fiestas. Málafja nos drrá sus dulces vinos, ardiente cual m sol y cual sus hembras quo osparcer le sus playas la alegría y de sus rici ñores las esencias, Sanlúf.ar sw. ^lorosa manzanilla, que huele & mejorana y alhucemas, y nos recuerda zambras y cantares •al son do melancólicas vihuelas, de la lidia el brillante panorama y de aovilla la lujosii. feria. ^erez su rico caldo gonoroso, dorado como ol trigo do sus eras, que hace soñar con árabes palacios, rostros moronotí y ñoridas rojas, do á, la luz do la luna los amantes las improsionos de su amor so cuentan. También Champaña verterá entro espuiMas, su cristalino néctar, que semeja, al caer sobre las copas, brillante lluvia de azogadas perlas. El Eiiiii hará soñar con cielos grises, con catedrales que hasta al cielo llegan, castillos de vetustas tradiciones y virgínea de rubia cabellera. A través del Falerno admiraremos los célebres canales do Venecia, do Ñapóles el golfo trasparente donde el Vesubio su fulgor refleja, do Roma antigua las sagradas ruinas y las joyas y templos de Florencia. Chipre nos mostrará las verdes islas que surjan de los mares, cual nereidas coronodaa de flores, y de Venus recordará los lujuriosas fiestas... ¡La historia entera de la especio humana encerrada so encuentra en las botellasl 159 Cuentos agen El_ PARAÍSO REHU I. E s t a b a soñando y se me apareció un ángel. —Ángel hermoso—le dije—¿á qiaé debo la alegría de recibirte en tal hora de la noche en esta alcoba perfumada aún por mis amadas? ¿No sientes n n arrobador aroma de pecado que debe ofender tu ofalto acostumbrado iil incienso que esparcen las manos de once mil vírgenes allá en lo alto del cielo azul? ¿A que has venido? El ángel sonrió y me dijo: — Nosotros, los bienaventurados del Señor, t a m bién tenemos caprichos. Quiero p r o t e g e r t e , y he venido para p r e g u n t a r t e si te g u s t a r í a ir al Paraíso sin pasar antes por las vanas fórmulas de la m u e r t e y de los funerales. Y a comprenderéis cuánto debió a g r a d a r m e semej a n t e proposición. Acepté, pues, i n m e d i a t a m e n t e , y apenas había terminado de hablar cuando descendió Loa que sentís las náuseas del hastio; los quo dejasteis on la abrupta senda ensueños ó ilusiones, cual corderos que entro las zarzas sus vellones dejan; almas por la desgracia combatidas; filósofos sin fe; tristes poetas, cantores del dolor, que en débil cuerpo arrastráis como un tardo el alma muerta, ¡bebed, porque os el vino la alegría! ¡la única religión que hay en la tierra!... [él prestará vigor a los sentidos y nueva sangro á las exhaustas venas! ¡Brindad por ese coro de hermosuras de labios de coral y ojos do estrellas, que entro sus brazos nuostra dicha ahogaron como ahoga á los árboles la hiedra! ¡Brindad por ese mundo repugnante| que A nuestras plantas desquiciado rueda, ¡por el ansia imposible! ¡por ol vuelo que hasta la luz al insectillo lleva! ' cuando entro sus brazos vaporoso» Ía embriaguez nos envuelva... ¡hundamos un puñal en nuestros pechos para que nunca despertemos do ella! Fra&claoQ VILLAE3FESA Una do las )H«es/rfls que debioron inspirarlo á Adolfo Llanos su libro Tauromaquia femenina ó Arle de torear á loa hovibres. 160 L A Y I D A GALANTE hasta nosotros una nubécula sonrosada en donde subi^—Aún te queda en lo más profundo del corazón^ mos el ángel y yo, elevándonos con rapidez en la so- allá donde no llegan las ambiciones ni las concupisledad azul de la noche. cencias, el recuerdo de una niña, que un día, en el lindero del bosque, cuando t ú tenías diez y seis años, II t e negó un beso, el único que tú pedías. ¡Ea! arroja ese peso como has arrojado los otros, y llegarás al P a Mientras se desvanecían en la tenebrosa lonraíso que allí arriba resplandece. tananza las moradas de los hombres, los montes y los — jNo!—grité con rabia. ríos, preguntó á mi acompañante: Entonces el ángel, con un gesto desdeñoso, me—Ángel tutelar, ¿es realmente tan hermoso el P a raíso como lo imaginamos los hombres? Habla ¡oh! abismó al través de la luz y de las sombras y caí s o bre la tierra dura y negra, lejos para siempre de los. divino guía. paradisiacos resplandores, pero feliz y dichoso de ha-^ Y el ángel respondió: ber podido ctmservar en cambio el recuerdo de la p á —No hay palabras en ningún idioma humano (los lida doncella, que una tarde, en el lindero del bosque, linicos que tú podrías comprender) para expresar el no quiso darme el único beso virginal y puro que y o perpetuo prodigio de la paradisiaca mansión. Aún he solicitado en toda mi vida. cuando te figurases el milagro de un jardín cuyo suelo C á t a l o CnÉflDES tuviese el color y la transparencia del sol de verano, en donde todas las flores fueran vírgenes y donde el aire estuviese compuesto de evaporación de perlas, t u quimera distaría tanto de la realidad como tina noche T E A J E DE V I A J E de helado invierno de una noche de ardoroso estío. Habíamos dejado atrás las prinieras estrellas cuando advertí que nos deteníamos. —¿Qué pasa? —La nube no puede seguir subiendo. Pesas mucho:.. Es decir, el peso que interrumpe nuestra ascensión no 63 u n a carga material. Si deseas llegar al P a raíso conviene que t e desembaraces de las ambiciones, de los sueños de gloria y de opulencia que te ab:"uman en el mundo inferior. ¿Qué poeta no ama los sueños de grandeza, los capitolios llenos de aclamaciorieá, las multitudes domadas por el ritmo pomposo de los versos; y en los palacios llenos de oro y pedrerías, los coros de jóvenes cantando rapsodias triunfales? Pero el deseo de llegar al Paraíso me dominaba, y resueltamente lancé al espacio, hacia la tierra desdeñada, mi orgullo, mis esperanzas de renombre y de riquezas, y . . . comenzamos á subir á gran velocidad. • • ni Aun. cuando muy lejos todavía del objeto sublime, bañábanos dulce y blanco resplandor. Salíamos de las tinieblas terrestres y entrábamos en el verdadero cielo. E l aire que respiraba llenaba mi corazón de suave alegría, cuando de repente noté, lleno de inquietud, que nos deteníamos de nuevo. •—Ya veo en qué consiste—dijo el ángel.—Todavía pesas mucho. —Pues ¿no he repudiado las ambiciones, los sueños de gloria y de opulencia? —Sí, pero llevas en el fondo de tu alma los recuerdos de los amores humanos. No has olvidado las sonrisas ni los besos de las pecadoras. —¿Cómo... también?—y para hacerme digno del Paraíso consentí en el cruel sacrificio de arrojar á las obscuridades de allá abajo el recuerdo de mis-mejores días. Inmediatamente subimos, cada vez más de prisa. IV • ¡Oh espectáculo maravilloso! Al fin vi las puertas de diamante de la incomparable morada. Allí estaba el Paraíso. Me sentí desfallecer de emoción. Allí est a b a el seno augusto de la eterna alegría. ¡Pero ¡ay! de nuevo noté que nos deteníamos. —Aún pesas, aún pesas. Animo—me dijo el ángel; —un esfuerzo más y llegamos. •—¿Qué debo hacer?—preguntó. —¿Se a p u e s t a n nstodos algo á que si me p r e s e n t o en^el P o l o ^ o r t o en este traje, empieza el deshielo? " • L A V I P A GALANTE Pobpecitasí... OBRECiTAS, si, todas las ¡mujeres que trabajan!... Pero más dignas de compasión que las modistas que pasan su juventud encerradas en la penumbra malsana del ta~ ller, confeccionando vestidos que nunca han de ponerse, y que las errabundas peinadoras que corretean las calles con frío ó con calor, y que todas las mujeres que luchan por la vida como hombres, son... (las pobrecitas planchadoras!... L i s demás muchachas de oficio arreglan sombreros, ñores, trajes, bordados, labores todas propias de su sexo; mientras que la plan<;hadora vive ligada al hombre, trabaja para el hombre, abrillantando los cuellos, rizando las pecheras de sus camisas y hermoseándole con su trabajo... p a r a <jue luego vaya á enamorar á otras mujeres... ¡Es el colmo de la abnegación!... 161 á las modistas, la quietud en que viven y el monótomo manejo de la aguja, las enflaquece y avegenta cubriendo sus rostros juveniles con ese tinte pálido, macilento, de las personas que viven á la sombra; mient r a s que el uso de la plancha supone actividad, movimiento, y desarrolla las fuerzas, y arrebola las mejillas y da al cuerpo esbeltez y gallardía. Desde muy temprano se oye á la planchadora que trastea en su cuarto, preparando la mesa, mojando la ropa, encendiendo el Hornillo, limpiando las planchas; y mientras trabaja entona á media voz esos dulces cantares con que nuestro pueblo adormece sus penas. \ ''^!'k Los obradores de planchar ofrecen de noche un aspecto encantador. Alrededor de la g r a n mesa del trabajo, aparecen ellas, las gentiles oficialas, con sus mejillas encendidas por el calor y sus largos delantales blancos, manejando montones de ropas blancas también, que brillan como copos de nieve bajo la luz de los focos eléctricos; ¡todo tan claro, t a n limpio, t a n coquetón!... Cuando éramos jóvenes recuerdo que decíamos «caderas de planchadora,» cuando queríamos describir esas caderas turgentas, pomposas, duras, de las mujeres que siempi'e están de pie. Todos hacíamos gala de tener una amiga de este oficio. —¿Qué es tu querida? nos preguntaban. Y respondíamos con una entonación de orgullo mal disimulado: —¡Planchadora!... Y los amigos sonreían y nos miraban el cuello de la camisa. ¡Pobrecitas!... Desde entonces han pasado muchos años y, no obstante, el corazón y el deseo se nos van t r a s los obray , sin embargo, la planchadora está siempre condores de planchado. t e n t a , como si la labor, un t a n t o varonil, á que se ¡Aquellas gentiles compañeras de nuestra bohemia, •consagra, vigorizase su espíritu al mismo tiempo que eran t a n bonitas!... sus brazos. A las peinadoras, que siempre están á la intemperie, se las estropea y a r r u g a pronto el cutis; 162 L A V I D A OALANTIÍ En París todos los tranvías llovan imperial; en Barcelona, qne tantos puntos do semejanza guarda con la gran ciudad, la tienen algunos... ¡La escalerilla del tranvía! .. Uno de los pretextos más deliciosos, más fáciles, para que la presunción femenina descubra los deliciosos contornos quG el pudor y la costumbre recatan. ¡Diriase quo esa bendita escalerilla la inventó alguna mujer coqufita!... Ellas suben y bajan recogiéndoselas faldas con adorable mala intención, saboreando el dulce engreimiento do sor deseadas. El cobrador las mira de hito en hito y los ojos so le van tras aquellas piernas, banderillas ardientes del deseo; pero su cargo le impido decir los piropos que lo retozan en los labios y desfigurando su rostro con la careta de la más acendrada impasibilidad... cobra y suspira... L A VIDA GALANTE Julia.—¿Por qué no fuiste á vorme, ingratón? López.—¡Ay, Fifi; estoy muy malitol Ella.—¡To adoro...! Soy tuya!.., (Cantando). 163 JE/ía.—fCon aconto imperioso).—ru28 te fastidias; yo quiero probar la Dlandura do esos colchonrs. Pero Lópoz sufro en ol estómago un violento retortijón y echa ¿ correr hacia un lugar... que esctiaado os decirlo. Y ella, ofendida en su amor propio de mujer bonita, le dio una bofetada y se marchó tan oronda. 164 L A V I D A GALANTE CONTESTACIÓN Me dices en t u carta, amable Rosa, que eres u n a mujer digna y h o n r a d a , que en tí se ceba la calumnia odiosa, que es J u a n a una viciosa de la que no he de h a b l a r t e p a r a n a d a , y que yo siempre he sido el perfecto modelo del perdido. Y t r a s do a^rradecer, como es corriente, t u s frases lisonijeras, permíteme que to hable francamente y habla tú, luego, todo lo quieras. J u a n a es u n a viciosa; pero es una morena t a n hermosa, con dos ojos tan negros, t a n brillantes, y u n a boca t a n fresca y t a n lozana como la misma flor momentos a n t e s de d e s p u n t a r la luz de la m a ñ a n a , Y al salir por las callos de la corte, luciendo la elegancia do sil p o r t e y poniendo á, la vista sus a t r a c t i v o s t a n t o s , n o h a y h o m b r e que resista al poderoso imán de sus e n c a n t o s . entre los anchos pliegues de t u m a n t o , pero h a s oído p a l a b r a s seductoras y ¿qué h a s hochoV Otro t a n t o que h a n hecho o t r a s muchísimas,., sonoras. T si ibas por el día á presidir a l g u n a cofradía, ya on t u hotel, do la noche á l a m a ñ a n a h a s sido la perfecta cortesana. Así es que n o mo vengas con razones n i quieras e v i t a r comparaciones. J u a n a es perdida, lleva mala vida... t ú eres en cambio, hipócrita y p o r d i d a . Bailón i^S2N3I0 UA3. El tepno gms Al despertarse Gabriel aquella mañana, lo primero que peusó iué en que teaía que hacer dos cosas, las dos muy distiutas entre sí, sin relación aparente la una con la otra; pero ambas gemelas en el fondo, hijas de idéntico motivo y encaminadas al mismo fin: escribir una carta de amor y empeñar su terno gris. Traite lo primero desazonado y caviloso. Decla* * rarse por escrito parece empresa fácil y al alcance de Tú, mi querida E.osa _ . siempre has sido u n a rubia caprichosa, las más limitadas inteligencias; pero la c a r t a que él que t e h a s pasado ol día pensaba escribir había de ser, por faerza, objeto do de sermón en novena y letanía. largas y profundas meditaciones: una maravilla de Que h a s salido A la calle ocultando lo airoso do t u t a l l e corrección y delicadeza; algo breve, discreto, velado.., y no una retahila de vulgaridades y cursilerías, i n dignas de la bellísima, aristocrática ó ilustre dama eu quien Gabriel había puesto los ojos. Los encantos de Soledad (ó Sólita; como todos la llamaban), habían, sorbido el seso al pobre muchacho, y cuando él lo comprendió así intentó no volverá verla, y huir como un cobarde de aquel presunto enemigo de su tranquilidad... ¿ Q a i e n e r a él, mísero estudiante de Derecho, morador de u n a vil casa de huéspedes, para aspirar á ser amado de tamaña beldad? Mirábase al espejo y no se parecía mal del todo. Otros más feos que él andaban por el mundo sin asustar á la gente. Pero faltábale realzar sus gracias naturales con ciertos porulenores de indumentaria que no consentía la exigua cantidad que mensualmente le enviaba el autor de sus días.. ¡Gentil pareja haría él, bohemio de los billares económicos gatera de las aulas, oliendo á pestilente tabaco desde una legua... j u n t o á aquella figura ideal y vaporosa, modelo de elegancia, dejando en pos de sí suaves aromas de violeta y oppoponaxe! Pero es el caso que ella le animaba con los ojos, y acabó Gabriel por aceptar la felicidad coa que le brindaban aquellas dulcísimas miradas de la joven; y determinó (como queda dicho), escribir una carta... P a r a hacerla llegar á su destino pensaba utilizar á la doncella de Sólita, no menos almibarada y peripuesta, en su clase, que la señorita; detalle que Gabriel tuvo en cuenta, calculando que le iban á costar la torta un pan los servicios que t a n ñ a m a n t e doncella le prestara. Por fortuna, el terno que iba á empeñar est a b a casi nuevecito, y el préstamo sobre él daría lo suficiente p a r a atender á la imperiosa necesidad de una espléndida propina. JSl deleite es fugaz j/ las fatigas de una noche de amor tienen Gabriel no vaciló , y en un dos por tres virtud de volver á los hombres reflexivos y vielancólicos. • redactó la epístola, tal y como en su caletre la A-uiaeto, (filosofando)—\0)i'., necesitas dinero!.. ¡Qué diablos! tenía de tiempo atrás bosquejada. ¡To t a m b i é n tengo mis compromisos!... L A V I D A GALANTE Cuatro palabritas bien piiestas, compendio y resumen de sus jispiracicnes... El párrafo más snbstancioso decía: «Para dar este paso... ¡cuánto he tenido que luchar conmigo mismo! Pero presumo de leer en los ojos, y los de usted me revelan tesoros do sensibilidad; me dicen que es usted buena y caritativa, que no querrá usted abandonar á un desdichado...> Estos renglones, como se vé, resultaban un tantico anfibológicos; pero él así lo escribió, pensando que en esa misma vaguedad estaba el quid de la cosa, que al buen entendedor con media palabra le basta, y que eii. negocios de aquella índole más valía pecar de comedido que de resuelto y desenfadado. Si esta verídica narración hubiera de ser escrita en forma de novela, explicándose todos los incidentes con sus pelos y señales, veudría ahora como de molde que el autor diera aquí fin á un capítulo,'comenzando otro bajo este largo epígrafe, segiln la antigua usanza. De cómo nuestro Jiéroe empeñó el temo gi'is guardando cuidadosamente la papeleta en el holsiUa, y puso en manos de la doncella ocho pesetas y la epístola tan largamente meditada. Pero no es cosa de detenerse en t a n nimios detalles, y volvemos á encontrar á Gabriel en su habitación, donde todo el día estuvo encerrado, lleno de impaciencia, y asomándose no pocas veces á la ventana p o r ver si veía llegar á la linda portadora de la contestación, y con ella la más g r a t a de las noticias... Lo que es, como enamorado, sí que lo estaba el chico. A la caída de la t a r d e . . . ¡por fin! entró la patrona en la habitación, trayendo en uua mano la suspirada esquelita, y en la otra un envoltorio. ¿Qué mil diablos de lío era aquél? ¿Por qué se lo traían? Apresuróse á deshacer los nudos... y se quedó con t a n t a boca abierta... ¡El terno gris! Rasgó con temblorosa mano el sobre de la carta y leyó: «Caballero. L a m e n t o su estrechez y le envío con gusto su ropa desempeñada, pues por eso, sin duda, me remitió usted dentro de su carta la papeleta de empeño... No merecía la pena que se tomase usted el trabajo de leer en mis ojos la caridad, ni la sensibilidad, ni la bondad, ni menos el haber seguido mis pasos durante t a n t o tiempo p a r a recabar de mi t a n pequeño favor. S.* ¡¡Horror!!... ¡Había metido atolondradamente la papeleta^de empeño dentro dé la amorosa misiva! I^. BLiAflCO RÁPIDA Comienzo á opinar como los hombres, ¡Pobre cota es la virtud de las mujeres! ¡Y de lo que depende, Dios mió! ¡Ah! En vano se quieren desplegar las alas; el limo las hace pesadas; el cuerpo es una ancla que retiene al espíritu en la tierra; en vaito ticjide sus velas al viejito de las más altas ideas; el navio permanece iiimóvil como si todas las remoras del occeano se hnbicran suspendido de su quilla. La naturaleza se complace en estos sarcasmos, cuando ve • un pensamiento erguido sobre su orgullo como sobre una columna, tocar casi al cielo con la cabeza, dice en voz baja á la sangre que apresura el paso y se amontone á la puerta de las arterias; manda á los oidos que zumben, d las sienes que palpiten, y entonces el vértigo se apodera de la idea altiva; todas las imágenes se confunden y embrollan, la tierra parece ondular como el puente de un buque durante la tempestad, el cielo voltea alrededor y las estrellas bailan la zarabanda; los labios que solo pronunciaban máxim^as, austeras se pliegan y avanzan como para besar, los hrazos tan firmes para rechazar se vuelven débiles y enlazadores como 165 cintas] añádase á esto el contado de una 'epidermis, el sojylo de tm aliento á través de vuestros cabellos, y todo se lia perdido. ¡A veces no es necesario tanto! ZJn olor de follaje que llegue délos campos por la ventana entreabierta, la vista de doi ¡tajaros que se picotean, una margatila que se álire, una anlifíva canción de ainor que se recuerda y que se repite sin comprender su sentido; un viento tibio que turba y evibriaffa, la hlandnra y comodidad del lecho ó del sofá... una de estas circunstancias basta. La soledad misma del gabinete induce á pensar en que dos estarían allí mucho mejor, y que no habría nido más precioso de amores que aquel sitio. Las cortinas corridas, la luz opaca, el silencio, todo excita á la idea fatal que os ro::a con su-? alas de paloma y que arrulla dulcemente en torno vuestro... Lostejidos que locan vuestra carne parecen acariciaros... Entonces la joven abre sus brazos el jtrimer lacayo con quien se encuentra á solas; el filósofo deja sin concluir su página, y con la cabeza ardiente corre a2>resiirado á visitar á la prostituta más cercana... Tícfilo GAUriER. CANTARES Floi-Gcita do los campos, n o le digas al casQro que con el mes de la fecha son c u a t r o los que le debo. Eu cadfi l u n a r qno tongas te h e lie d a r c u a t r o mil besos; Dios te dé t a n t o s l u n a r e s como estrellas tiene el cielo. Soy zapatero de viejo y n o t e n g o que f'omor; estoy por c e r r a r la t i e n d a y a b r i r la de mi mujer. E n la liuejles Martyres, hay xm Hotel de viajeros propiedad de Mr. Fran90is, D; viejo celoso que vive maritalmente con la encantadora R e n a t a , una de las pecadoras más graciosas y bonitas del fauhourg Montmartre. E n el mismo Hotel habitaba desde hace algunos meses u n capitán de artillería, joven y guapo, con el cual malas lenguas aseguran que la frágil R e n a t a divertía sus largas horas de aburrimiento. E n t r e t a n t o , el militar abonaba puntualmente los cuarenta y dos francos que importaba el alquiler de su habitación, y Mr. Fran90Í3 se daba por muy contento y bien pagado. La alcoba en que el patrón y su coima dormían, estaba situada debajo de la habitación ocupada por el capitán, y más de una vez Mr. Pran90is se había quejado á R e n a t a del ruido que el joven causaba todas las mañanas con su sable, sus espuelas y sus botas de montar; y ella, deseando remediar aquél inconveniente y favorecer al propio tiempo los intereses de su amante, le dijo á M r . Francois. —Todo eso se arregla alfombrándole la habitación. —¡Oh, oh!... entonces tendríamos que aumentarle el alquiler — hubo de contestar el hostelero, que tem- 166 L A V I D A GALANTE biaba ante la posibilidad de que la lista de sus ingreAplicó el oído á la cerradura... y oyó que cuchisos disminuyesen. cheaban; pero tan bajo, que no pudo conocer las Días pasados R e n a t a y Fi'an90Í-í estaban todavía voces. acostados; y ella, que sia duda tenía deseos de ver á Entonces, acicateado por una sospecha terrible, se su galán, decía afectando un aire displicente de mu- puso de hinojos y miró por debajo de la p u e r t a . . . jercita juiciosa: Pero sólo alcanzó á ver dos pare.sde botas de m o n t a r . . . —Eres demasiado económico, porque con unos Y Mr. Fran90is, tranquilizado r e p e n t i n a m e n t e , cuantos francos se evitan todas estas molestias. Te respiró satisfecho, murmurando: j u r o que hace cuatro ó cinco noches qne ese maldito —¡Bah! ¡Son hombres solos! militaroiie no me deja dormir... * — S i t e empeñas... dijo el patrón dejándose convencer. * * — Sí, Fran^ois, me empeño... sí; si preciso fuese Nos consta que pocos días después el militar regate empeñaría á ti para comprar la alfombra. Este ló á Mr. Frau90is, en testimonio de amistad y simpamaldito hombre me crispa los nervios con el ruido de tía, u n precioso bastón de ébano rematado por u n a sus espuelas. Ahora mismo, antes de que vuelva ¿ a l - artística cabeza de ciervo. morzar, voy á medir la habitación. —Perc, ¿se ha ido? U n BOÜLiHVñRDlBíi. —Sí, coco, se fué hace más de media hora. París, 21 Enero. Después de vestirse l i g e ramente, R e n a t a salió de la alcoba, echó escaleras arriba SORPRESA y entró en la habitación. E l joven, en efecto, había salido; y R e n a t a permaneció perplej a . Se aspiraba allí u n a atmósfera especial, mezcla de tabaco y de esencias, y en medio del más admirable desorden resplandecía, como una luz sobre la bruñida superficie de un espejo, un pa'- de botas de m o n t a r , cuidadosamente embetunadas. ¡Parecía imposible que un mocetóu como el capitán, t a n alto y tan cumplido, tuviese el pie tan pequeño. R e n a t a se miró á los pies, pensando tal vez en que los carnavales se acercan. Después se dibujó u n capricho pueril en los pliegues de su entrecejo, miró rápidamente e n torno suyo, y . . . ¡se puso las botas del capitán! L a estaban un poco grandes, pero, ¡eran t a n bonitas, estaban t a n c h a r o l a d a s ! . . . Pensando en estas tonterías y coa las faldas recogidas , se paseaba dando fuertes taconazos , sin acordarse de que Mr. Frannois dormía aiín en la habitación de abajo. De pronto sintió que unos labios se apoyaban sobre su nuca y que unos brazos varoniles redeaban su cintura, ¡Era el capitán que acababa de entrar de puntillas! E n aquel momento solemne, el hostelero despertó. Es imposible determinar los extraños y poco tranquilizadores presentimientos que asaltaron su imaginación; ello fué, que después de llamar R e n a t a repetidas veces, subió al piso se•"-^Jv gundo y se dbtuvo delante de la habitación del militar. —iCiólos!... Un animal con cuernos.., ¡Croi que era mi marido'. L A VIDA E N S E Ñ A R CON E L E J E M P L O Una niña candorosa, «n tesoro do JDOtoiicia., lo prfigiintnba il su novio, coronel de la rosei'Ta, y, como tal, hombro práctico on las cosas dela^ii^rra, fli ora cosa muy difícil, tomai- una fortaleza. — (iQuióres una explicación, sistema Troehel, completa? Enscfiar con ol ejemplo os lo mojor. —Como quieras. —Pues siéntate en G1 sofá; tú aeras la fortaleza, yo el sitiador. No liaya miedo, propárate á la dofonsíi. lío te rlaa, que mo acerco... Voy á desfilpgar mis fuerzas... Comienzo el ataqna... ¡ahora! ¿Ves con qué bravura empieza? mo acerco al foso, idefiéndoto! ¡Caramba, no te estás quieta, que no hay honra on la victoria si no hay ruda rfisistencia!,,, Derroto las avanzadas, arrimad las escaleras... busco apoyo en el saliente do los muros... jya flaguea!... Tina descarga de besos... jBipu! ¡tPor qué los ojos ciorrasV Los ojos son los vicias. jNo quitos los centinelas!... Abrí un portillo. ¡Tu bocal jHoltt! filteaistGs.., braveas?... No importa ¡firme, adalanto!... Ya estoy tocando á la puerta... Un esfuerzo, otro, el supremo... duro y ¡L la bayoneta. lEl último cañonazo! No haya piedad ni clemencia... ¡Se rindió k guarnición! ¡Ya Ds rafa la fortaleza! GALANTE 1G7 —Perfectamente,—dijo ella;— si t e empeñas... no quiero desairarte. E n t r a r o n en un figón de los de peor estampa, v cuando se acercó el mozo, el galán se apresuró ó decir: —:Tráigase usted do3 huevos: uno p a r a cada u n o . —¿Cómo lo quiere usted? —Frito. —¿T usted?... —¿Yo?... Con otro y como usted quiera. Aunque sea con jamón, no me incomodo. U n a distracción: Don Eladio se paAi I: 1 sea por su cuarto en calzoncillos y á grandes zancadas. •—¡Caracoles!... E l t r e n sale á las nueve y apenas me queda un cuarto de hora para arreglar el baúl. ¡ E a ! Ahora meteré la ro} a de cualquier modo: lo esencial es que no í-e me olvide nada. ¡Maldito baúl! parece que no cierra bien... (Don Eladio, furioso,se pone á forcejar.) — ¡Oh! pues cerrará! ¿Ño h a de cerrai? — ¡Bueno fuera!... ¡Y quedó tan enterada (Consultando el reloj): la futura coronóla! —¡Faltan ocho minutos! ¿A que me qviedo en tierra?... No, antes morir haciendo fuerza.II " {Acababa de cerrar ¡Blanquita como la nieve!,.. el baúl cuando llegó Qué lástima do gachis qiie otro gachó se la yevel el mozo que había de llevarlo á la estación). — ¡Pronto, pronto, — dijo don Eladio; — no h a y momento que perder... g r a n velocidad, ¿eh?... Yo voy enseguida... Gracias á Eios. Ahora me visto y . . . (J^e pronto dio im grito y estuvo á punto de caer de espaldas). E n t r e pecadoras: —¡¡Maldición!!—gritó! — ¡Estoy en calzoncillos y —¡Cómo! ¿Acabas de confesarte con u n sacerdote he metido en el baúl toda la ropa exterior!... y vas á buscar á otro? —Naturalmente. Un galán enamorado —No lo comprendo. le dijo d una niña así: — E s que yo reparto mis pecados. A s i parecen ^Aíientras no me des el si aquí me tendrás plantado. menos. Y con ojos retozones, olla contestó al momento: —No so planto usted. Sarmiento, quo van A nacer molones. U n conquistador que se Iñs echa de m u y devoto cuando el buen parecer se lo oxíje, visita á u n a señora qne vive con su hija, preciosa muchacha. E l teatro por dentro. — ¿Por qué están ustedes t a n compungidas? •^Veamos, Carolina: ¿tú trabajas en esa revistilla — P o r q u e ésta, — respoiitie la mamá, — dice que que acaban de estrenar? su mayor ambición la cifra en ser madre abadesa de —Sí. , u n convento. —¿En qué coro? — N a d a m á s . . . •— añade la joven con acento hu— E n el de los pelotaris. milde. —¿Y qué eres? ¿Zaguera ó delantera? — P u e s corre de mi cuenta el que sea usted madre —No sea usted malo, dou J u a n . Siempre está us16 antes posible. ded diciendo cosas feas. . - ¿ - ? • "Dn estudiante, á pesar de su poco dinero, se arriesga á invitar á comer á una modistilla amiga suya. Imprenta particalar de LA VIDA GMIANTE, Gravina, 10, Sarcclona LA. VIDA GARANTÍ; ^ SI poeta.—¡Oh musa! Tengo ontre mis manos l a l i r a divina do Orfeo... ¡Te amo! Concédemo la m&a pálida d a t a s sonrisas y mo verás e s c a l a r l a s cimas del P a r n a s o . f Ella.—¡Ta, ta, belitre!... ¿No sabes que en estos tiempos u n a oda de a m o r sólo es buena 'do u n billete de B.an,co al dorso eacrita? Una mujer... hasta allí, con-salero y calió; l a mujer más resalé que hemos visto por a q u í . CAPULLO DE NOVELA opíginal da ÜD Qütop qcjs iüé eosinepo antes que fpalle. Es un libro que tiene la pimienta por montones y la gracia por espuertas... y que dará muchísimo que hablar á la gente con pupila y aficionada á lo bueno. Precio: Para los lectores de lia Vida Galante, t5 CÉNTIMOS ¡¡ pero no se lo digan á nadie I! Pídase en, todos los kioscos y á los vendedores de esta Revista, La,semana próxima aparecerá el primer cuaderno de una Biblioteca científica, relacionada eon la vida intima. Y todo ello será tan,interesante, tan sugestivo, que lo,leerán con deleite «Desde la princesa altiva a l a que pesca en rufn barca.»