DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA Y ALGUNAS APRECIACIONES FINALES. Rerum Novarum (de la cosas nuevas de 1891), León XIII, relativa a la cuestión social, ya vista. Quadragesimo Anno (cuarenta años 1931), Pío XI, sobre cuestiones laborales. Mater et Magistra (madre y maestra 1961), Juan XXIII, sobre la situación del campesinado. Pacem in Terris (paz en la tierra 1963), Juan XXIII, sobre la amenaza de confrontación mundial. Populorum Progressio (el progreso de los pueblos 1967), Paulo VI, de lo señalado. Octagessimo Anno (ochenta años 1971), Paulo VI, sobre los nuevos problemas sociales. Laborem Excercens (ejercicio del trabajo 1981), Juan Pablo II, sobre el trabajo humano. Sollicitudo Rei Socialis (solicitud de la cosa social 1988), Juan Pablo II, temas sociológicos y metodológicos de la situación de la humanidad. Centesimus Annus (cien años 1991), Juan Pablo II, nuevas cosas de hoy (a cien años de la R.Novarum), suntos relacionados con los trabajadores agrícolas. Veritatis Splendor (el esplendor de la verdad 1993), Juan Pablo II. Evangelium Vitae (evangelio de la vida 1995), Juan Pablo II, sobre el valor de la vida humana. Caritas in Veritate (caridad en la verdad 2009), de Benedicto XVI. Debemos agregar, que en el seno de la Conferencia Episcopal Latinoamericana CELAM, han surgido documentos extraordinariamente valiosos y relevantes, que han influido significativamente tanto en la legislación laboral, como social. Destacado lugar tienen los documentos de Medellín (1968), documento de Puebla (1979), y, últimamente documento de Aparecida (2007), los cuales han acogido el espíritu original de la Rerum Novarum, además de mantenerlo vivo, teniendo en cuenta todo lo que aún falta por hacer en materia de justicia social, en nuestro continente, dentro de un contexto de democracia y libertad. Respecto a esta labor doctrinaria de la iglesia, cuyo afán original fue dar respuestas a los problemas que estallaron en la época de la primera de las mencionadas encíclicas, existen una variada gama de matices. Téngase presente, que los primeros chilenos en acoger la Rerum Novarum fueron los conservadores, paradoja política podría parecer, mas es de toda lógica, pues eran los más llanos a “obedecer” las directrices de Roma, siendo en esto, incluso más receptivo que los propios liberales. El Papa tenía como finalidad darle una válvula de escape a los conflictos sociales generados a partir del auge de la Revolución Industrial y el Liberalismo Económico, inquietudes muy atendibles si nos retrotraemos a 1891, especialmente en el viejo continente. León XIII vio el peligro que significaba para la Fe, el avance del marxismo en Europa como consecuencia de la explotación de que eran objeto los trabajadores (tema ya tratado y que Chile no era la excepción), luego, poco a poco se fueron introduciendo mejoras laborales y sociales (leyes de intención social). Esta influencia dura hasta nuestros días (post-natal de seis meses, laboral y pro maternidad) Con el tiempo, y con distinto énfasis la Doctrina Social de la Iglesia ha ido marcando la pauta en el mundo latinoamericano, incluido Chile, donde ha sufrido grandes altibajos producto de la coyuntura política. Muchos movimientos sociales y políticos han surgido de la doctrina social de la iglesia, los énfasis y las interpretaciones abundan, analizarlos uno a uno requeriría de un tiempo del que no disponemos, pero es importante señalar al social cristianismo y la democracia cristiana como movimiento de tercera vía ante los modelos de sociedad capitalista y marxista. Todos ellos alcanzan su apogeo en la década de 1960, con inmediata posterioridad al Concilio vaticano II, aunque debemos observar que tienen una data, u origen, bastante anterior en algunos casos. Una corriente muy polémica derivada del pensamiento cristiano y social es la llamada Teología de la Liberación, que, al tener tan diferentes matices, según sus partidarios, aunque un mismo distorsionado afán, según sus detractores, su análisis sería tan complejo, que se requeriría de una tesis de doctorado (no un apunte). La iglesia se pronunció sobre esto en LIBERTATIS NUNTIUS 1984 Y LIBERTATIS CONSCIENTIA 1986, labor que desarrolló brillantemente el cardenal Joseph Ratzinger (hoy S.S. Benedicto XVI), donde clarificó las confusiones y enmendó los errores teológicos e interpretativos de la polémica teología. APRECIACIONES FINALES SOBRE LAS CONSTITUCIONES DE 1833, 1925 Y 1980 Los contenidos están en los respectivos apuntes, que tratan, en detalle, cada uno de los textos señalados, como en los textos constitucionales originales puestos a su disposición. La relación existente entre los textos no ha sido establecida a modo comparativo en forma directa, haremos pues, un somero análisis de sus legitimidades, a la luz de lo estudiado. Como sabemos, no es justo juzgar los fenómenos históricos, jurídicos y políticos, con criterio del año en que vivimos. Esto equivaldría a decir que en la Atenas de Pericles nunca hubo democracia, pues había esclavos, o que Hernán Cortés fue un intolerante religioso al prohibir a los aztecas sacarle al corazón a su prójimo (estando viva la víctima) para ofrecerlo en sacrificio al dios Huitzilopochtli. Hablamos de épocas, sociedades, costumbres, creencias, leyes, que nos pueden parecer hoy desde lo ridículo, hasta lo abominable, tanto desde el punto de vista jurídico, como el político. Surge entonces la pregunta, guardando, claro está, las proporciones: ¿por qué las constituciones políticas habrían de estar ajenas a ello?. La Constitución de 1833 fue redactada y aprobada por “un grupo de amigos” (la gran convención) patriotas bien intencionados, sin duda; honestos a cabalidad, eruditos como el que más. Hoy no resistirían análisis los requisitos para votar que establecía: varón, saber leer y escribir, casado mayor de 21 años, soltero mayor de 25, ser propietario de de un bien raíz, o tener un capital en giro. Vota la elite de la elite, ¿alguien lo consideró discriminatorio?. Tal texto rigió casi cien años (bastante deformado sabemos), ¿alguien lo consideró ilegítimo en cuanto a su origen?. ¿Hubo Estado Constitucional de Derecho pleno?, si, desde 1833 a 1925 (salvo el quiebre de 1891). ¿Algún gobierno posterior cuestionó la legitimidad?, ninguno, sólo se limitaron a reformarla. La Constitución de 1925 no es muy distinta, considerando la diferencia de época, considerado el transcurso de casi cien años. La fórmula romana del plebiscito, sabemos que fue la astuta estrategia de Alessandri, ¿cómo?: mediante cédulas de colores, es decir, el voto no secreto; sin registros electorales, escasa información y propaganda electoral fuera de las ciudades grandes, nula en los campos (la economía y la población aún eran muy agrarias). Sumen el texto de cada cédula (inductor de aprobación el de la roja), sumen la abstención (que “ganó”), sumen que no votaban las mujeres (la mitad de la población) y los analfabetos (de los varones, muchos aún). ¿Alguien lo consideró discriminatorio?. Tal texto rigió cerca 40 años, ¿alguien lo consideró ilegítimo en cuanto a su origen?, ¿Algún gobierno posterior cuestionó la legitimidad?, ninguno, sólo se limitaron a reformarla. ¿Hubo Estado Constitucional de Derecho pleno?, si, desde 1932 a 1973. Lo único a observar es el período desde 1925 a 1932, pero entendemos que la explicación de la existencia de ese lapso, no pasa por un cuestionamiento a la carta, ni a su origen, al menos directamente. Distinta a las cartas de 1833 y 1980, su espíritu coincide en fortalecer el presidencialismo, la autoridad y el orden, debilitados, en este caso, por los excesos del régimen de asamblea, aunque graves, son incomparables a las situaciones generadas tanto en 1829, como en 1973. Llegamos a la Constitución de 1980, sabemos que el plebiscito (nuevamente Roma colabora con su genio) se redujo a determinar la continuidad, o no, del gobierno militar, sin que hubiera una discusión abierta, informada, pluralista, libre y democrática del contenido de la carta fundamental, la que se dio en círculos muy reducidos y expertos (abogados), muy en privado; además de los pocos políticos opositores que quedaban activos, destaca el acto presidido por el ex presidente Frei, en el Teatro Caupolicán. Hombres, mujeres y analfabetos, pudieron votar, aunque sin registros electorales. El contexto de la Guerra Fría generó una Constitución rígida, autoritaria, presidencialista muy acorde a la identidad del gobierno militar, trayendo el espíritu “portaliano” de 1833 a 1980, por lo que cualquier disenso frente al proyecto era interpretado, en la época, como un retroceso a la situación de 1973, generada por una Constitución de 1925 que nunca contempló, o no tuvo conciencia, de que el proyecto de una sociedad socialista, asentado exitosamente en la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, fuera a prosperar y llegar a Chile, a su modo, como finalmente lo hizo. Como ven, aunque los orígenes de las constituciones señaladas compitan entre sí, en falta de pluralismo y representatividad, cuestionable legitimidad originaria, el cristal con que son vistas es el que difiere, por la razón explicada con reiteración: contexto. La situación actual de la Constitución de de 1980 es muy distinta, si bien desde sus inicios (y minoritariamente, aún hoy) ha sufrido un cuestionamiento permanente, las sucesivas reformas la han transformado, las más de las veces, en una notable, moderna y técnica Constitución Política, de la cual hoy los chilenos podemos enorgullecernos, las reformas de 1989 y de 2005 que el constituyente derivativo ha introducido, no sólo la han actualizado, sino que también legitimado, casi nadie pone esto en duda hoy. El país y el mundo han evolucionado de tal manera que la fórmula de 1833 (que puramente sólo rigió los decenios), modificada por la República Liberal, mal interpretada por el Congreso a partir de 1891, ya no podría ser referente en el 2011 (tampoco en 1980, sin embargo lo fue), mas debe seguir siendo estudiada y bien entendida por todos los alumnos de Licenciatura en Derecho. En la versión de 1980, hermanados en espíritu, Diego Portales y Jaime Guzmán hombres muy distintos, en épocas muy distintas, coincidieron en un modelo presidencialista autoritario, el primero necesario y acorde con el Chile de su época, el segundo no tan así, no por nada ha sido juzgado con muchísimo mayor rigor que el primero, por razones obvias: el Chile de 1833 era muy distinto al Chile de 1980, salvo, tal vez por la coyuntura análoga de enfrentamiento entre compatriotas, la que todo ser humano de buena voluntad no quiere para su tierra. Pretender reinstaurar a don Diego, un siglo y medio después fue, independientemente de las intenciones del constituyente originario, una mezcla rara de utopía, desesperación, temores y anhelos tan enfáticos como la Constitución Moralista de Egaña, o como el Proyecto de Constitución Federal de Infante, con la salvedad, de que con Guerra Fría o sin ella, Chile, a pesar de sus desafortunados proyectos y desencuentros políticos anteriores, en 1980, era un adulto acorralado por las circunstancias, por el devenir de los hechos históricos, dentro de una especie de vorágine recorriendo un largo camino errático (comenzado en 1970), no obstante que en 1833, Chile era un niño iluminado, prodigio político de la Hispanoamérica republicana. Los períodos de vigencia plena, o parcial, de las cartas fundamentales citadas, están señalados y descritos, con toda claridad, en los apuntes correspondientes, por lo que la presente apreciación pudo haber sido hecha por cualquiera de ustedes. SOBRE LA SITUACIÓN INSTITUCIONAL DEL AÑO 1931 Y 1973 Están explicadas clara y precisamente en los apuntes “ESTADO DEMOCRÁTICO Y LA EVOLUCIÓN DEL RÉGIMEN POLÍTICO” y “LA CRISIS FINAL DEL SISTEMA DE LA CARTA DE 1925 Y LOS GOBIERNOS CONTEMPORÁNEOS”. Ibáñez era militar, Allende médico; Ibáñez era un dictador “sui generis”, Allende un presidente elegido democráticamente en su origen; Ibáñez era personalista, Allende era respaldado por una coalición; Ibáñez tenía una personalidad avasalladora, Allende era de escuchar y tomar en cuenta a los suyos (diversas visiones); Ibáñez no era socialista, Allende si lo era; Ibáñez no fue revolucionario (aunque hubo adelantos sociales y obras públicas), Allende si lo fue; el gobierno de Ibáñez estuvo inmerso en el periodo histórico llamado Segunda Anarquía, el gobierno de Allende se desarrolló durante normalidad institucional aunque muy cuestionada al final; la crisis de 1929, la caída del precio del salitre y el cobre, con sus repercusiones económicas y sociales generan la salida de Ibáñez, la polarización política del país, la inflación acaban con la UP; la crisis institucional de 1931 se incubó desde 1925, la de 1973 lo hizo desde la elección misma de 1970. La guerra fría no existía en el gobierno de Ibáñez, sin embargo, fue tal vez, el factor detonante de la crisis de 1973. En ambos casos hubo tanto factores internos (nacionales), como externos (internacionales) que generaron la situación de tensión institucional; los primeros fueron consecuencia de los segundos, en ambos casos. El detonante en 1931 nos parece más económico que político, en contraposición a lo que sucedió en 1973. El presente análisis, de ambas situaciones de tensión institucional, puede ser profundizado por ustedes, sin mayor esfuerzo, revisando los apuntes señalados al efecto. “Sois alumnos de abogacía”.