1 CIUDADANÍA, ETHOS Y FORMACIÓN MILITAR Selva López Chirico Agradezco a los organizadores de este evento la oportunidad de participar nuevamente en estos debates pioneros en el país, que tiene un déficit grande en investigación y conocimiento sobre sus instituciones de Defensa y especialmente, sobre la institución militar. Este déficit abarca tanto al medio académico como al social y político, incluida la fuerza de gobierno. Creo que existen saberes parciales, sobre aspectos diversos y puntuales, que no alcanzan para plantearse a fondo el qué, el cómo y el por qué de nuestras instituciones de Defensa. Hoy el objetivo del seminario es aportar insumos para una actualización de la Ley Orgánica de las FFAA, lo que supone un conocimiento preciso de lo que existe y una perfil claro del objetivo que queremos conseguir, habida cuenta del contenido normativo de una ley. Creo que no estamos bien pertrechados para esta empresa, tanto por nuestro atraso en la materia como por las complejidades inherentes al momento que vivimos. Por mucho tiempo, el tema de los derechos humanos ocupó y ocupa la atención de la ciudadanía del país. En ese tópico se han producido avances importantes, de trámite doloroso, que redundarán en beneficios para el país en su conjunto. Pero tal vez el protagonismo y la magnitud y alcance de los sucesos vinculados a la violación de los derechos humanos en la historia reciente del país, desvió la atención de algunas perspectivas – por cierto no desvinculadas de ese tema – pero si mas distantes y menos espectaculares, absolutamente necesarias para pensar en la proyección hacia el futuro de este país y esta comunidad humana que somos. Me refiero en este caso puntual – pero no solamente- a la institución militar, sus cometidos y sobre todo, su forma de ser y de reproducirse dentro de la sociedad global. Hoy ella está en el centro del debate y elegí como eje el tema de la formación profesional, por encima del cual sobrevuela la cuestión de la ciudadanía. La pregunta es: ¿qué ciudadanos debemos formar – más allá de las diferentes opciones profesionales - frente a la naturaleza y desafíos que nuestra generación enfrenta, cuando el proyecto es profundizar la democracia e insertarnos activamente en el mundo? Esto implica un programa muy ambicioso para el límite de una conferencia, que trataremos de sistematizarse en dos etapas: 1) ¿Cuál es la realidad sobre la cual pretendemos legislar, es decir, la de la institución militar? ¿Qué tipo de persona forma? ¿En qué medio se encuentra inserta?; 2) Hacia donde queremos y debemos ir, en virtud de un proyecto de democracia avanzada y ante las condicionantes existentes? La frecuentación de la comunidad de académicos que se dedican al tema militar me ha enseñado que todos transitamos un camino parecido, con diversas escalas, algunas de las cuales muchos no recorren. Empezamos estudiando el tema de las “relaciones civilmilitares”, instigados por el impacto de la aparición en la escena política de un actor casi desconocido: las FFAA. Es un gran tema y muchos se quedan allí. Dependiendo de la perspectiva teórica que se adopte, hay o no incentivos para seguir profundizando y adentrarse en lo que se ha llamado, en la jerga académica, la “caja negra” de la institución militar, es decir, su forma de ser y racionalidad intrínseca. Siempre tuve la convicción de que los rasgos específicos que la institución militar fue adquiriendo desde su aparición junto al Estado Moderno, pero sobre todo a partir de los procesos de profesionalización iniciados a fines del siglo XIX, tiene mucho que ver con la forma de sus apariciones en la escena política y los comportamientos que adopta cuando actúa sobre el entorno social. 2 Un camino de ida hacia lo más íntimo de la institución militar, me retornó luego hacia la sociedad, sus formas de organizarse y reproducirse, sus instituciones, las formas de tramitarse el poder y de manifestarse la condición humana. En este trayecto, me sirvió de laboratorio el haber desarrollado mi vida en el interior de otra institución molar de la sociedad: la educativa. Antes de desarrollar mis ideas, quiero dejar claros algunos supuestos de mi enfoque. En primer lugar, este supone que la institución militar está inmersa en un medio social con el cual mantiene muchos vínculos: el análisis institucional es un ejercicio metodológico que aisla los rasgos específicos del objeto para mejor percibir su singularidad. El énfasis que voy a poner en los principios de gestión y organización de las FFAA – disciplina, jerarquía, obediencia, autoridad- como productores de un determinado tipo humano, no desconoce que estos atributos aparecen en todos los espacios sociales, a pesar de que se dan con intensidad paradigmática en la institución militar. En lo referente al proceso que dio visibilidad máxima a las FFAA entre nosotros y se convirtió en motivación para su estudio, la dictadura militar, el supuesto es que fue un proceso civil-militar y que las FFAA entraron en escena convocadas por el poder político; también, que en dado momento y cumplidos los objetivos de derrotar a la guerrilla, fracasó la tentativa política de volverlas a los cuarteles. Eso dejó claro que se trata de una institución difícil de instrumentalizar, tal como ella es, porque tiene la capacidad de actuar de acuerdo a una lógica propia. En oportunidad de mi participación en el evento que inauguró este ciclo de charlas1, un militar me envió una pregunta que no tuve oportunidad de responder porque el escaso tiempo de que disponíamos no habilitó el debate posterior. Ella decía: “Con FFAA prescindentes en materia de defensa interna: 1) ¿Cómo visualiza Ud. enfrentar amenazas como por ejemplo de una “contra” nicaragüense? 2)¿Acaso un gobierno electo democráticamente con FFAA totalmente subordinadas al mismo no alcanza para legitimar el accionar de las FFAA en lo interno, una vez que la policía ha sido superada? 3) En esa línea de razonamiento, FFAA profesionales y subordinadas con capacidad para actuar en lo interno y externo, ¿no son una garantía para que el Gobierno pueda materializar los cambios a salvo de interferencias de cualquier naturaleza?”. Creo que la pregunta traduce la legítima preocupación de un profesional preocupado por el futuro de la institución, para la que ve en la ampliación de su misión en el orden interno una oportunidad de legitimación de su función social. Me inclino a responder negativamente a su planteo porque tengo serias dudas sobre la probabilidad de que , en las condiciones actuales, se concreten los supuestos en que se basa la pregunta. Ellos son: “FFAA profesionales totalmente subordinadas” y “a salvo de interferencias de cualquier naturaleza”. En cierta forma, el contenido de las cuestiones que voy a plantear en esta charla fundamenta esta posición, aunque no siempre tenga a mano todas las respuestas que aquellas ameritan. Pienso que la aproximación a la situación formulada por el militar autor de la pregunta – FFAA profesionales garantizando los cambios – debe ser fruto de un proceso y un quehacer político, incluida la transformación de la Ley Orgánica de las FFAA que hoy nos convoca. 1 Debate Nacional sobre Defensa. Aportes para una Ley de Defensa Nacional. MDN-PNUD. Montevideo, 1516 de mayo de 2006 3 Todas las cuestiones contenidas allí apuntan al centro del tema que me propuse tratar hoy: a) Qué tipo de ciudadano y profesional conforman las FFAA actuales y en qué sentido debería modificarse para ajustarse a un proyecto de cambio y democratización crecientes. b) Cómo inciden los rasgos del medio externo global en las características del ciudadano y por tanto del soldado “deseable” para actuar en ese medio. 1) La institución militar en perspectiva sociológica. En una oportunidad anterior, describí a las FFAA como una institución profesional, burocrática, cerrada y compleja. Estas características conforman un tipo humano dotado de una determinado ethos, ética e ideología, con consecuencias para el tipo de inserción posible en el ambiente político y el entorno social. Desde una perspectiva sociológica, se puede ver a la sociedad como un agregado de instituciones2 que la organizan en función del cumplimiento de funciones fundamentales. La familia se organiza en torno a la función reproductiva, la escuela de la educación y la reproducción del saber adquirido, la ciencia en torno a la construcción del conocimiento, las prácticas políticas vinculantes al Estado, etc... La institución implica siempre un desbalance, una asimetría del poder que articula dependencias múltiples (económicas, de género, de saber-poder, etc...). Podríamos decir que las instituciones convergen para el mismo fin de establecer un orden social, fijando relaciones de fuerza a través de normas y reglas, en un lenguaje de poder disciplinario. En este sentido, podría decirse que un enfoque profundo de “lo político” desde sus raíces sociales, debería empezar reconociendo que la institución en sí ya es política porque fija una relación de poder que es asimétrica.(Castoriadis 1983) Se trata de un concepto de lo político bastante más amplio que el que habitualmente se maneja, que está centrado en la noción de agente y de actores que toman decisiones vinculantes; y que a mi juicio, incurre en un cierto “olvido” sistemático –desde el punto de vista teórico- respecto a la base estructural y el nivel en que se determinan las asimetrías de poder. Y también de la medida diferente en que los ciudadanos poseen los medios – económicos y culturales – para ser ciudadanos realmente activos en la transformación de su realidad. (Bourdieu 1981) La política como “práctica”, trata de generar estrategias para mantener o convertir lo instituido en otra cosa, de acuerdo a criterios sobre lo deseable. Por tanto, una perspectiva política progresista debe ser necesariamente “instituyente3. Para lograrlo, antes hay que “desconstruir” lo instituido, en el sentido de tratar de saber qué es, de qué se trata, como funciona, para qué sirve, cuáles son sus mecanismos de reproducción, como consigue consagrar la relación de poder existente o por el contrario modificarla, rebelarse contra ella y sustituirla por otra, más de acuerdo al orden deseable. 2 Puede entenderse a la institución como un conjunto de relaciones y prácticas establecidas, regulaciones que establecen comportamientos sociales, normas de conducta, reglas, valores, creencias; cuando se corporizan, toman la forma de organizaciones. Todas tienen aparatos (visibilidad) y reglas (enunciados), que se organizan en torno a una función molar. Deleuze 1987. 3 La idea del juego entre instituido e instituyente en el transcurrir social está bien desarrollada en Castoriadis, Nikos. La institución imaginaria de la sociedad. Tusquets, Barcelona. 1983. 4 La institución militar no escapa a las generales de la ley, sino que las exhibe de modo ejemplar, ya que la función explícita en torno a la cual se articula es el control de los medios de violencia para el mantenimiento del orden hacia adentro y la integridad de la comunidad hacia afuera. Los rasgos específicos de esta institución contribuyen a esclarecer la forma que asume lo instituido en ella. Tal como postulan Bañon y Olmeda (1988), estos rasgos no son deducibles a través de la estructura legal y normativa que las encuadra, de índole liberal, organizada en torno al mandato jurídico de la sumisión al orden legal y “la afirmación del deber ser instrumental al poder civil”, proclive a inducir un “antimilitarismo nominalista y normativo”. Dicen bien estos autores que quedarse en el “deber ser” para entender a la institución constituye un gran equívoco que impide observarla como actor político y social y por tanto, inhibe la operación de modificarla para su mejor desempeño en la función atribuida por la sociedad. En cierto modo, la perspectiva marxista, por objetivos diferentes, incurre en el mismo equívoco, con la diferencia de que la instrumentalización queda a cargo de la clase hegemónica y no del poder legal constituido. Ambas ignoran la complejidad de una organización que maneja los recursos mas contundentes del poder y disfruta de márgenes importantes de autonomía para definir sus propios fines. Las ciencias sociales disponen hoy de un instrumental teórico capaz de dar cuenta de los rasgos institucionales en forma eficiente y multifacética. Bajo su formato actual, que debe mucho a su constitución como nudo coercitivo del Estado moderno, posee un saber especializado para el desempeño de su función que la hace “profesional”. Es “burocrática” porque se organiza en torno a procedimientos racionales que vinculan de la forma mas eficiente los medios necesarios para el cumplimiento de determinados fines, que en el caso extremo tratándose de las FFAA, incluyen la guerra, o “morir por la patria”. Es “cerrada”, porque efectúa un intenso proceso de socialización de sus componentes en un ámbito espacial que delimita un “adentro y un “afuera” y es “compleja”, porque la multiplicidad de saberes y recursos que maneja, así como la especialización funcional, le permiten determinar sus propios fines, en dadas circunstancias. Comenzando por el final. La complejidad - que comenzó a ser trabajada a partir de la física y se ha extendido como forma de consideración de la realidad en sus mas diversos aspectos, asumiendo la calidad de “paradigma científico”- la supone dotada de un grado de indeterminación muy fuerte, debido a la cantidad y diversidad de interacciones capaces de producir la emergencia de un resultado no previsto. (Morin 1994). En el caso de la institución militar, el factor imprevisibilidad tiene que ver con la posibilidad de que la institución, sometida a una multiplicidad de interacciones pero dotada de una identidad muy fuerte y de una verdadera subcultura profesional, sea capaz de darse sus propios fines, llegando a disponer de una autonomía relativa muy grande porque maneja una cantidad de elementos que “los de afuera” no controlan. Eso constituye un riesgo porque se trata de una institución que concentra los medios de violencia de la sociedad; y si ella es capaz de decidir sus propios fines en dadas circunstancias, se produce como resultado una cosa que los sociólogos militares trabajan mucho y a la que llaman la “paradoja del controlador controlado”. Es decir: se supone - de acuerdo al derecho constitucional de los regímenes liberal democráticos - que el poder político tiene la última palabra, y la institución armada es un instrumento al servicio de la defensa de los valores definidos políticamente; pero suele ocurrir con frecuencia que esta relación se invierte y la determinación de los fines tiene una emergencia y un direccionamiento contrario al establecido en la ley: estos terminan por generarse adentro y determinan el accionar institucional hacia el medio exterior, con o sin apoyo civil, respetando o trasgrediendo la ley. 5 La historia está llena de episodios que ilustran este hecho, que constituye el tema estrella de los estudiosos de las relaciones civil-militares. La función específica de la institución militar indujo la opción por un ámbito “cerrado” para la socialización de sus miembros. Una rama actual de la sociología se especializa en este tipo de instituciones, de la cual un sociólogo norteamericano, Erwin Goffman, fue pionero. Elabora una tipología de las instituciones “cerradas” o “totales”, en uno de cuyos tópicos caben las FFAA, y las define como 4: “....las que se han creado deliberadamente para mejorar el cumplimiento de una determinada labor y que sólo se justifican sobre estas bases instrumentales: cuarteles, barcos, escuelas de internos, y campos de trabajo son algunos ejemplos”. Se caracterizan por ser “un lugar de residencia y trabajo, donde un elevado número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un período apreciable de tiempo, comparten en su reclusión una rutina diaria, administrada formalmente”.(Goffman 1972/5). En efecto, por razones profesionales, para mejor cumplir su función, los militares realizan el entrenamiento en un coto cerrado y esto produce unos efectos muy especiales, que devienen de que las múltiples interacciones normales que cualquiera realiza a lo largo del día - por ejemplo, trabajar en un lugar, divertirse en otro, dormir en la propia casa- en la institución total o cerrada se realizan en el mismo lugar, que en el caso militar es el cuartel delimitado por muros. Eso hace que el número de interacciones entre los individuos involucrados institucionalmente sea muchísimo mayor que el de los individuos que desarrollan su vida en un medio social más amplio y que por tal razón interactúan con muchas y diversas a lo largo del día. Dice Etkin (1999/7) que “el sistema cerrado, mas que propósitos, tiene profecías autocumplidas...se refiere a los procesos que refuerzan los valores y creencias existentes, que los consolidan como marco de referencia para la práctica cotidiana. Allí se construye la identidad y la imagen del sistema. Forma modelos y representaciones sobre si misma, ideas compartidas sobre sus límites, sus diferencias, sus rasgos identificatorios y sus condiciones de supervivencia”. Es fácil entrever el vínculo entre este rasgo y la generación de una identidad fuerte entre los partícipes del estamento militar – la “segunda naturaleza del soldado” - así como el espíritu de cuerpo que los caracteriza y constituye uno de los trazos singulares de la institución armada, aunque aquel no se explique sólo por la situación de “encierro” institucional. Todo ello rubricado por el apego a un ceremonial y ritualismo característicos. 4 Goffman define las instituciones totales como aquellas cuyo carácter envolvente y totalizador está simbolizado "por los obstáculos que se oponen a la interacción social con el exterior y a la salida de los miembros, y que suelen adquirir forma material: puertas cerradas, muros altos, alambradas, acantilados, ríos, bosques...” Considera varios tipos diferentes de instituciones totales: a.Las instituciones erigidas para cuidar personas incapacitadas pero inofensivas: centros para invidentes, huérfanos, indigentes, ancianos...; b. Grupos integrados por personas que no pueden cuidarse ellas mismas pero que, a diferencia del grupo anterior, representan una amenaza involuntaria contra la comunidad: hospitales psiquiátricos, de enfermos infecciosos, etc...c. Aquellas instituciones que, a diferencia de las anteriores, se proponen el bienestar inmediato del interno, se organizan para proteger a la comunidad de aquellos que constituyen una amenaza real o no; d. Las que se han creado deliberadamente para mejorar el cumplimiento de una determinada labor y que sólo se justifican sobre estas bases instrumentales: cuarteles, barcos, escuelas de internos, y campos de trabajo son algunos ejemplos; y, e) establecimientos concebidos como refugios del mundo, lugares que con frecuencia sirven para la formación de religiosos: abadías, monasterios, conventos y otros claustros. 6 La solidaridad, el desarrollo de la camaradería y el sentido de pertenencia y cobijo que la vida institucional desarrolla en el soldado son algunos de los resultados gratificantes de los rasgos corporativos de la institución militar. Hay quien analiza esta forma de socialización en ámbito cerrado como una forma de potenciar el elemento colectivo, tal vez esencial en una institución pensada para enfrentar situaciones límite. André Malraux decía que el coraje es cosa de organización; es decir, es la organización la que suple la debilidad de las personas. El supuesto básico es que cualquier soldado inserto dentro de esa estructura, puede llegar a comportarse heroicamente en un campo de batalla. Los psicoanalistas y antropólogos apelan al concepto de “retorno a la horda primordial”, en que el refugio en lo colectivo permite conjurar el temor a la muerte. (Morin 1979). La moderna organización racional burocrática trataría en cierta forma de lograr los mismos efectos, potenciando lo colectivo a través de una estrategia organizativa deliberada. Esto nos conduce a los otros dos rasgos de la institución: el de ser profesional y burocrática. En tanto profesión, ella transmite un saber técnico y especializado, pensado para lograr los fines para los cuales existe, el manejo de los medios de violencia y en el límite, la guerra. En cuanto comunidad profesional y especializada, la institución se ciñe a reglas de procedimiento rígidas y racionalmente organizadas, es decir, burocráticas. En el período de interguerras, Max Weber llegó a entrever el obstáculo para el desarrollo democrático que significaba el proceso de burocratización creciente, al perder los ciudadanos el control sobre las decisiones públicas y privadas, cada vez mas monopolizadas por comunidades de especialistas. Vio este proceso como inevitable, debido a la complejización creciente de la gestión social que tiende a producir la separación entre los productores y sus medios en las diferentes esferas de la sociedad. (Weber 1983; Portantiero 1983; Souza Santos 2003)5. Este análisis es tan central en su teoría, que lo consideró el eje de un modo de dominación específico, que llamó “racional legal”. Este se basa en la especialización funcional y la subordinación a reglas estrictas de procedimiento, jerarquía, autoridad, etc... en el cumplimiento de la función. En mérito a la eficacia y eficiencia de la acción, medios y objetivos prioritarios de la “razón instrumental”6, el énfasis en el procedimiento puede desplazar el cumplimiento de los fines específicos que sirve la función, enalteciendo la supervivencia institucional y la reproducción autónoma de los sectores administrativos como criterio dominante. La inscripción que reza en lugar visible del patio de armas de la ESMA, en Buenos Aires, lo ilustra perfectamente: “Piérdase la batalla pero sálvese la disciplina”. Creo que a Weber lo asistía razón cuando definía al sistema de administración “racional-legal” como modo de dominación, porque lo específico de la forma burocrática es que se rige por los principios de jerarquía y disciplina, y la disciplina es una forma de administración de las relaciones de poder muy peculiar, que las desbalancea permanentemente en el mismo sentido, consolidando la dominación. 5 ... “la separación del trabajador de los medios materiales de producción, destrucción, administración, investigación académica y finanzas en general es la base común del Estado moderno, en sus esferas política, cultural y militar” (Weber 1983: 776 y sts.) 6 El término “razón instrumental” ha sido popularizado por los filósofos de la Escuela de Francfort y se refiere a una tendencia desarrollada por la cultura moderna a utilizar la razón para el control de la naturaleza y la dominación de los hombres mismos. Representaría un desvío de la potencialidad emancipatoria que la razón lleva en si, como instrumento de autonomía y autodeterminación del hombre y su cultura. 7 El elemento disciplinario está presente en todas las instituciones, pero la burocracia armada hace de estos rasgos su razón de ser organizativa y los militares conocen mejor que nadie su forma de funcionamiento. La transgresión de la regla disciplinaria se considera falta y es objeto de punición por el superior jerárquico, quien determina la sanción con un margen siempre existente de arbitrariedad, a priori del derecho a la queja. Este orden de prioridades determina la eficacia disciplinaria, porque el reclamo sólo ocurre después que se cumplió el objetivo de introducir al sujeto en el carril de la conducta deseada. Se trata de una forma de operar inversa a la de la ley, que determina una zona de igualdad entre los ciudadanos y supone la inocencia hasta que se pruebe lo contrario; la pena sobreviene sólo a posteriori de la prueba. La ley determina el ámbito de derechos y deberes de los ciudadanos mientras que la mecánica disciplinaria lo que establece es la potestad del superior para imponerle una sanción discrecional al inferior.7 El hábito que la acción disciplinaria repetitiva genera, se llama obediencia. En el medio militar, esta pasa a ser “obediencia debida”, altamente valorada de acuerdo al contexto ético de la institución que privilegia la disciplina, la jerarquía, la autoridad y la responsabilidad en el cumplimiento del deber. Este es un rasgo típico del poder burocrático, central en las FFAA y significa la interdicción para el sujeto de decidir por si mismo lo que es bueno y lo que es malo. El individuo suspende su juicio y lo traslada al superior jerárquico. Éste decide y los subordinados ejecutan. Esta forma de operar genera una consecuencia esencial: la acción principal – única desde donde se puede avizorar sus fines - resulta fragmentada en muchas acciones menores, de modo que el ejecutor pierde la visión de conjunto y el sentido de la acción final. Sólo es responsable de la parte que le toca. De modo que para el ejecutor, el medio se convierte en fin. Y para el mandante, el subordinado es un instrumento. Esta lógica se impuso progresivamente en la modernidad a través de la búsqueda da la eficiencia y la eficacia en la acción, e impregna toda la cultura occidental. Sus versiones más puras en cuanto “razón instrumental” aparecen en la empresa capitalista, las esferas tecnocráticas y en las FFAA, donde sus derivaciones adquieren aristas crudas por la índole de las acciones sobre las personas que involucran sus actividades. Con el acto de suspender el juicio sobre el fin de las acciones y la fragmentación burocrática de estas, se produce el desplazamiento de la responsabilidad moral desde los ejecutores directos –“desresponsabilizados” por el principio de obediencia debida - a los responsables de dar las órdenes. La evidencia de este hecho quedó plasmada por primera vez en los interrogatorios a los criminales de guerra nazis: el común denominador de los testimonios de gente que estuvo vinculada a la tortura y en los campos de exterminio, es la ausencia de culpa. La atribución del hecho a la obediencia -“yo cumplía órdenes”- saldaba la cuestión, incluso después de conocida la magnitud del genocidio. 7 En la interpelación parlamentaria al Gral. Medina, Ministro de Defensa en 1988, la contradicción entre ley y disciplina aparece con extrema claridad, pero pasó desapercibida tanto para el gran público como para el más selecto e informado. Sólo para los muy familiarizados con este tema Medina fue clarísimo: recitó los manuales de la disciplina militar. Cuando el poder disciplinario sanciona, castiga una falta, no un delito: puede haber faltas sin que haya delitos, y puede haber las dos cosas juntas. Esto se debatió mucho en el caso de la firma de Silberman autorizando la revisión de la Ley de Caducidad. Y del debate lo que surgió a la luz fue que los reglamentos disciplinarios dejan un buen margen a la arbitrariedad del jefe, que significa la desnudez del poder. 8 Entre nosotros, el relato del capitán Tróccoli (Tróccoli 1996) sobre sus funciones en el Pozzo Orletti, tan bien debatido por Daniel Gil (1999), es un ejemplo extremo, en que el “amoldamiento institucional” es esgrimido como argumento para la exención de toda culpa.8 Y cuando surge el drama, como en el caso del capitán argentino Schilingo, no deviene de su sentimiento de culpa por los actos cometidos, sino del hecho de sentirse abandonado por los Jefes, que dieron las órdenes.9 Es decir que la inserción prolongada e intensa en la estructura burocrática aparece aquí generando una brecha entre lo que la sociedad considera moralmente deseable y los valores cultivados en el interior institucional.10 El efecto de esta exposición prolongada a la inserción burocrática sería lo que Hannah Arendt llamó la “banalización del mal” (Arendt 1999), es decir, la transmutación en acto de servicio, exonerado de culpa, de un acto moralmente reprobable. Primo Levy fue quien mejor definió lo que es la violencia burocrática, las características del “orden perverso” y la inversión de valores que este produce, cuando verbalizó su experiencia de campo de concentración y el tormento que sufrió, concluyendo que este fue fruto del “vaciamiento por goteo de la capacidad de pensar para poder infligir la muerte y el castigo con indiferencia y sin odio”. (Levy apud Gil/1999) Eso es lo que trasuntan todos los testimonios de los autores de crímenes de lesa humanidad, desde el holocausto judío hasta Argentina y Uruguay: la NO culpa. “Nosotros no teníamos nada contra ellos pero había que obtener información, teníamos poco tiempo, dependía la vida de los compañeros, es la justificación que se aduce. La existencia de la violencia burocratizada no significa que todos se curven ante sus mandatos. Algunos son capaces de decir “no”. Pero hasta estos casos arrojan luz sobre los efectos de la socialización institucional en las circunstancias límite: ella eleva significativamente el costo de decir “no”, porque los que así lo hicieron en el Uruguay “en mi unidad no se tortura”- tuvieron que soportar encarcelamiento, tribunales de honor y extrañamiento del colectivo dentro del cual se había desarrollado su vida. Está todo configurado como para que la mayoría diga “sí”. La famosa experiencia de Milgram, muy citada en los textos que versan sobre violaciones a los derechos humanos, demuestra que la inclusión de los individuos en una estructura de autoridad (en la experiencia en cuestión el poder médico) facilita la transgresión de normas morales de comportamiento frente al prójimo, infringiéndole sufrimientos físicos. 8 Daniel Gil (1999) bajo la designación de La tetralogía del mal, describe el paradigma de la burocratización total del ejercicio de la violencia: magnificar la obediencia debida; sustituir la preocupación ética por una de índole administrativa; identificar como virtuosos comportamientos eficientes y eficaces desde el punto de vista de los objetivos (razón técnico-instrumental); substitución del sentimiento de culpa por el de responsabilidad funcional; desplazamiento hacia la cima del orden jerárquico de la culpa. 9 Interpretando de acuerdo a los elementos que da Daniel Gil, podría atribuirse esa angustia a la ruptura de una relación de sumisión entre el sujeto y la autoridad, que en el caso del autoritarismo no “representa a la ley sino que la encarna”, degradándola por su uso arbitrario.“En tanto la relación entre el sujeto y la autoridad se mantiene intacta la tensión que podría provocar el contrariar una norma moral no existe”. Gil/88 10 Desde el punto de vista del interior institucional, transgredir un derecho humano consagrado no merece sanción si el acto se cometió en cumplimiento de una orden de servicio. El discurso del Gral. Medina ilustraba bien este aspecto: “…yo escondí las citaciones, yo no dejo que los citen porque yo di las órdenes de torturar, ¿por qué voy a dejar que los citen a ellos?, en todo caso que me juzguen a mí, pero yo no los mando a declarar”. Es la asunción de la “lógica de la guerra” bajo el criterio de que “todo está permitido”. 9 La mayoría de los individuos recuperan la capacidad de resistir la orden de torturar y la ética retorna de un “exilio forzado” cuando esa estructura de poder se resquebraja y los sujetos retoman la capacidad de juzgar por sí mismos. Hay una ambigüedad inherente a la naturaleza humana y la institución militar juega con ella, intentando abolirla bajo el imperativo de la “obediencia debida”. (Bauman 1995/59-61) Jorge Etkin (1999) ha dedicado muchas página a describir la forma en que organizaciones complejas de la más diversa índole pueden dar lugar a “órdenes éticamente perversos”, en el sentido de conjuntos éticos que transgreden o deforman un orden ético propio de un contexto social determinado. En la concepción de este autor, lo “perverso” no coincide con lo “desviado” o “anormal”. En los hechos es posible observar como en las organizaciones es continua la existencia de procesos recurrentes, que no son sancionados, que mantienen desigualdades, incorporan injusticias y generan conflictos. Nadie espera ser sancionado individualmente por una situación reconocida por su grupo de referencia. En cuanto a los perjudicados sus resistencias están imbuidas por la idea de lo inevitable o de la obediencia como algo natural”.( Etkin1999/101) Entonces la generación de un “orden perverso”, éticamente hablando, existe en la forma de un conjunto de prácticas institucionales rutinarias que –cuando se dan las circunstancias adecuadas- redundan en la comisión de actos que se dan frontalmente contra la moral hegemónica en la sociedad global; ésta, regida por los principios de libertad, justicia, equidad y respeto a los derechos humanos, puede entrar en colisión violenta con un código ético perverso fácil de generar a partir de las prácticas de socialización militar y la historia está llena de estos episodios. Así ocurren los casos de violencia burocrática en la que se sustituye la culpa por la responsabilidad funcional, con o sin complicación política civil. “A mí el Parlamento me mandó a ganar una guerra y me señaló el enemigo, los tupamaros, hay que liquidarlos y nosotros lo hicimos a nuestra manera”. 11 Las instituciones construyen configuraciones éticas adecuadas al cumplimiento de su misión, que a su vez funcionan dentro de un contexto social mayor que a su vez posee su propia configuración de prioridades y valores éticos; estos órdenes no son monolíticos y con frecuencia ocurre que hay contradicciones serias entre ellos. Se generan conflictos éticos cuando ciertos principios considerados prioritarios en una dada configuración entran en contradicción y afectan principios tenidos como válidos en otros contextos. El caso ejemplar en relación con la institución militar se da en relación con el principio de obediencia debida, en cumplimiento de cuyos mandatos se han cometido transgresiones a los derechos humanos indamisibles para el contexto social global. La idea de “orden perverso” en contraadicción con el entorno resulta clara cuando nos acercamos a la figura del Tribunal de Honor Militar; el código de honor es altamente valorado por los militares y en Occidente viene de una tradición caballeresca de origen medieval. 11 Gonzalo Fernández, en nota de Brecha/2 de septiembre/2005, menciona la figura jurídica del “dominio del hecho” para penalizar a aquellos que sin ser ejecutores, “utilizan la acción de otros agentes cuya voluntad dominan”. Una modalidad de la misma reside en los aparatos de poder organizados. “El hecho atributivo de responsabilidad es la pertenencia del sujeto al cuadro directriz desde donde se domina el hecho, entendiendo por tal no la perpetración de un acto singular, sino la gestión integral del aparato de poder”. 10 Aún sin conocer sus reglas de funcionamiento interno, para el buen sentido de la sociedad resulta incomprensible que se someta a juicio de una Tribunal de Honor a un militar que faltó a su palabra o que fue desleal a la institución según criterio de los mandos, pero nunca hayan sido sometidos a tribunales de honor autores confesos de órdenes de torturar. Esto muestra claramente que hay un orden de prioridades éticas claramente discrepante entre la corporación militar y el entorno social. Esas características someramente descritas, producen una específica forma de ver el mundo, basada en un ethos y una ética peculiares de la institución armada, que solemos visualizar cuando ella se proyecta hacia fuera – como pasó durante la dictadura militar – y militariza a la sociedad, imprimiéndole sus prácticas y visión de mundo. Llamamos ethos al comportamiento, la manera de ser fruto del ejercicio rutinario de una actividad. Se trata de los hábitos de ser y de pensar adquiridos a través de la práctica profesional prolongada. Eso desarrolla lo que se llama una cultura institucional - una ética corporativa la llamamos a veces - pero hay diferencias marcadas entre ethos y ética. El ethos corporativo es algo que no se adquiere por adoctrinamiento; emerge de la práctica del cuartel, de la coexistencia compartida con los otros militares, del sometimiento común y permanente a las prácticas disciplinarias. La ética alude a un determinado orden de prelación en los valores que la institución cultiva, una cierta combinación de valores para el cumplimiento de la función. La defensa del Orden figura en lugar primordial, porque es su razón de ser institucional. Y el orden siempre es un determinado orden, imperfecto y asimétrico, por lo tanto perfectible. Los valores que garantizan para la institución el cumplimiento del mandato de Orden, son la disciplina, la jerarquía, la autoridad, la responsabilidad en el cumplimiento de la misión, el coraje, la lealtad a la institución, la camaradeería, la “obediencia debida”; esto es lo que para el militar configura el “paquete ético” de la Institución El “espíritu de cuerpo” es su manifestación mas evidente y es altamente valorado por los militares. Se trata de una fuerte solidaridad generada a través de esas interacciones múltiples que se producen en el ambiente cerrado, burocrático, profesional, capaz de engendrar una identidad muy fuerte, determinando un “nosotros” y un “ellos”, origen del recurrente clivaje civil-militar. Es muy difícil que en el discurso militar no aparezca en algún momento esa distinción, derivada directamente del ethos institucional que fundamenta una ética de la solidaridad grupal. Esta se refuerza con el cultivo de la tradición y los valores adjudicados a la comunidad, privilegiando entre ellas al Estado-Nación. Su tipo de postura ante el mundo, trae aparejadas concepciones organicistas y esencialistas. Los militares tienden a ver todo bajo la óptica de la totalidad, de lo orgánico, tienen una dificultad grande para coexistir con el conflicto y una propensión marcada a conceptuar lo diferente, lo discrepante como desviado y patógeno. Se sienten representantes de la unidad del Estado y de los valores esenciales y permanentes que lo fundamentan: una aproximación somera a documentos y discursos militares encuentra enseguida una secuencia de palabras con mayúscula: Ser Nacional, Patria, Orden, etc...Son imágenes y valores estrechamente vinculados a la figura del Estado-Nación, su territorialidad, la homogeneidad de valores y sentimientos a que convocó en la modernidad, a los cuales rinden culto y dedican su sentido de misión. 11 Tienden a privilegiar la unidad del Estado frente a la fractura de la opinión política bajo la forma de partidos, cuyo juego les cuesta aceptar. Frente al conflicto – por imperativos profesionales - se deslizan con naturalidad a la posición confrontativa amigo-enemigo, lo que obstaculiza la comprensión de que la política en general y la democracia en particular, son formas de solventar conflictos, entre otras cosas. Prefieren la política de la antipolítica, que no incluye el compromiso y la negociación. Cultivan la reverencia ante entes inmutables, entre los cuales se incluye la naturaleza humana, que ven bajo tintes pesimistas y hobbesianos, egoísta y siempre dispuesta a la confrontación con otros hombres. Y por todos estos rasgos, es proclive al maniqueísmo, a poner las cosas en blanco y negro12. Es posible que estos trazos resulten más acusados porque el discurso militar es muy formal y tiene pocas oportunidades de explicitarse. Es difícil “oír hablar” a la institución, hasta porque el imperativo de la subordinación intercepta el habla. Pocas veces se escucha el discurso militar y cuando se lo oye en los actos patrios, se trata de expresiones muy formales y más bien repetitivas, acordes con el estilo ritualista y ceremonioso que la institución cultiva. Es este conjunto de valores el que informa las prácticas de formación y educación de los militares, es decir, el dispositivo educativo de la institución. Que es intenso, se realiza en el espacio cerrado del cuartel y las academias militares, y apela en gran medida al modelado del alma a través de la acción sobre el cuerpo (Foucault 1981). La educación en general tiene un componente disciplinario, pero hay disciplinas que son blandas y otras duras, y la formación militar es una de las disciplinas más duras que existen. Podría decirse que ella tiene un componente educativo en cuanto a la formación del carácter, las capacidades de las personas y la transmisión de un saber específico, pero por otro lado tiene mucho de adiestramiento, de inducción de hábitos por la reiteración de prácticas disciplinarias que tienden a generar reflejos condicionados, entre los cuales el de obedecer es el más importante. La obediencia en las FFAA es central y se logra con métodos nada compasivos: arrestos, sanciones previstas en reglamentos, rituales iniciáticos a los cuales son sometidos los cadetes cuando ingresan13. Ningún reglamento incluye esas prácticas, pero forman parte de la cultura institucional y contribuyen a reproducir los mecanismos de transmisión mecánica del reflejo de obediencia y respeto a la jerarquía, corroborando la fibra institucional disciplinaria dura de la institución, que no entra por la cabeza sino que se imprime en el cuerpo a través de todas las prácticas institucionales; y que responden a una mecánica, y no a la ley. 12 El Gral. Medina, en su pasaje por el Ministerio de Defensa, nos dio muchas oportunidades de oír el discurso militar y en algún momento dijo que “…yo como Ministro vine porque lo tomo como un servicio, no es una cosa que me guste, porque en el Ejército todo es blanco o negro y la política está llena de colores cenizas”. 13 Un antropólogo carioca hizo una investigación en la academia militar de Agulhas Negras; pasó 36 días encerrado con los cadetes, y escribió un libro donde describe cómo y porqué los cadetes que recién ingresan se dejan vapulear y hacer todo tipo de cosas por los “veteranos”: tienen la esperanza de hacerles lo mismo a los que vienen atrás, cuando llegue su hora. 12 Si tomamos el ethos de la Institución, (cerrada, total, profesional, burocrática), y le sumamos esta ética, riesgosa, donde es tan fácil hacer de los medios fines, obtenemos una visión del mundo muy específica, que constituye lo que se llama la “ideología militar”. Huntington, en clásico estudio sobre este tema, dice que los militares tienden a un realismo conservador, y no le llama ideología sino que la identifica con una cierta mentalidad inmutable, propia del estamento. Realismo conservador ¿por qué?: porque asume como misión la conservación del orden y ese orden es un dado orden, no es el orden mejor utópicamente posible sino que es un dado orden. Y al reflejo de mantenimiento del mismo, Huntington le llama “realismo conservador “. Ideología, al fin. Esta peculiar visión del mundo, da lugar a un estilo peculiar de ubicarse frente a ciertos fenómenos del acontecer histórico. Es típico el reflejo de rechazo a la organización horizontal de los subalternos en las FF.AA, que lleva en si la amenaza de ruptura jerárquica. Lo que definió el golpe de 1964 en Brasil fue el discurso que les hizo Goulart a los marineros que estaban formando un sindicato: sin saber nada sobre como funciona una institución militar, incitó a los marineros y a los subalternos a organizarse –cosa que ya estaban haciendo – contra la superioridad. Hasta los militares legalistas lo abandonaron y adhirieron al golpe. La contrapartida de este reflejo, es que cuando los militares hacen política, la hacen jerárquicamente y sus asociaciones (logias, etc..) se estructuran de esa forma. Y cuando protagonizan una acción política, el “estilo” militar independe de la tendencia política que la oriente. Entrando a considerar especificidades históricas y cotejando ejemplos muy diferentes en sus objetivos políticos, es posible encontrar que tanto en el régimen de los militares peruanos de 1968, como en el terrorismo de estado argentino, hay estilos de hacer las cosas que se repiten. Por ejemplo, el rechazo a las masas organizadas es una cosa que los militares dificilmente superan14. Y estos son reflejos reñidos con las prácticas democráticas y es difícil percibir como, sin que la institución se transforme profundamente, podría avanzarse hacia una mayor coherencia entre los valores democráticos y la institución. 14 Los militares peruanos cuando aparecieron los sindicatos y manifestaron su acuerdo con el programa que estaban desenvolviendo - “hagan la reforma agraria”, etc., “nosotros los queremos apoyar” – recibieron por respuesta: “No, ustedes tranquilos en su casa” y organizaron un Sistema Nacional de Movilización (SINAMOS) que era un formato de movilización de la gente controlado por ellos de arriba hacia abajo. Cuando se lee en la Revista El Soldado sobre guerras de guerrillas –que los medios militares manejan mucho habida cuenta de la poca credibilidad de cualquier sistema defensivo convencional en este país- siempre el colofón es que coordinar esta forma de la resistencia les daría la oportunidad de controlar lo que pasa “abajo” para que las masas no se desborden. 13 2) Ciudadanía y Estado en la actualidad Hay en la página del MDN una ponencia del CALEN que enfatiza la figura del “ciudadano” para enfocar los temas militares. Creo que es una buena estrategia. Hoy en día se habla en el campo de las ciencias sociales de un “Retorno del ciudadano”. Acontecimientos políticos relevantes lo vuelven a colocar en el centro de la problemática política contemporánea, luego de un período de exilio. Entre otros, ellos son: la acción de “nuevos sujetos” reclamando el reconocimiento de derechos, el asalto al Estado de Bienestar por el neoliberalismo, las tensiones anexas a la proximidad de razas y culturas en los centros del mundo, el colapso de la Unión Soviética, las confrontaciones étnicas y el renacimiento del nacionalismo en todos los continentes, la concreción de la Unión Europea y la afirmación de movimientos sociales transnacionales que defienden los derechos humanos en el orden global, así como los derechos del medio ambiente. La ciudadanía vuelve a ser objeto de debate porque los profundos cambios producidos a nivel global han conmocionado todas las categorías vinculadas al EstadoNación. Desde el Siglo XVII, el Estado Nación, reconocido como actor del orden internacional desde Westfalia (1648), aparece dotado de cuatro atributos esenciales: territorialidad, soberanía, autonomía y legalidad. Los efectos de las nuevas condiciones tecnológicas para una resignificación del espacio y el tiempo erosionan profunda y desigualmente el peso y la significación de aquellos atributos. (Vieira 2001/24). Sobre todo, a través de la constitución de nuevas fuerzas trans-sociales y transnacionales que desterritorializan la gestión del poder a nivel mundial. Las élites dominantes hoy en día son nómades y extraterritoriales, como corresponde a las condiciones fluidas de la modernidad en su etapa actual: el meta-propósito de la política y también de las guerras (flúidas) es hoy mantener las fronteras abiertas a un tráfico constante y ampliado. Ya no quieren prender y permanecer, sino golpear y huir, prefiriendo lo transitorio a lo durable. Abrir el espacio para “la promoción del libre comercio por otros medios”.(Bauman 2001/19). La conquista del espacio, del territorio, deja de ser un objetivo deseable para el poder, que, como el capital, quiere levedad y facilidad de movimientos. Puntos de apoyo para bases de desplazamientos rápidos son mucho más eficientes. La guerra gana en fluidez y asume un formato “pos-heroico” al basarse mucho más en altas tecnologías y menos exigencias en cuanto a “morir por la patria”. Simultáneamente, hay espacios que se revalorizan en función de ciertos bienes y objetivos, sin respetar fronteras: petróleo, acuíferos, reservas ambientales. El acceso a las nuevas condiciones de espacio y tiempo es diferencial y marca los márgenes de libertad de unos y otros. Quien manda se mueve rápido y libremente. Sin sujeción a normas y sin demasiado interés en crearlas. Controla la incertidumbre y el riesgo, distintivos de nuestra época. (Beck 1998). A su vez, el poder de los que se mueven es fuente de incertidumbre e inseguridad para el que está quieto: los dominados son los que no pueden abandonar el lugar, o los que lo abandonan y quedan fijos en comunidades controladas, guetos, espacios sub-nacionales rodeados por fronteras de exclusión social, étnicas, culturales, religiosas. 14 Mientras que el poder se globalizó, la política continúa siendo local. El EstadoNación está preso dentro de este doble movimiento de erosión de sus fronteras “por arriba” y “por abajo”. Se conmueven los cimientos de su construcción moderna, basada en un proyecto de homogeneidad de los de adentro y delimitación de una fuerte identidad respecto a los de afuera. A la par que sus fronteras, se fragilizan sus atributos seculares: la soberanía y autonomía se reducen, horadadas por los super poderes globales y la política de los poderes locales adopta la forma de estrategias para atraer e intentar fijar los capitales cada vez más fugitivos que circulan por el planeta. Se abre un abismo entre la afirmación del derecho a la soberanía y la capacidad de controlar las fuerzas que rigen el mundo y que apelan al chantaje y la amenaza de abandono como medio de poder. El Estado se debilita y emergen otras formas de amparo para los individuos desguarnecidos; comunidades y tribus formadas a partir de “actos individuales de auto-identificación”. Los fundamentalismos de diverso signo suplen el déficit de seguridad que las formas de vida vigentes no habilitan. (Bauman 2001; 2003) Y un renacimiento del nacionalismo, versión cultural, pre-política y más rígida de las Repúblicas, cumple ese mismo objetivo en relación con comunidades enteras. Desde el punto de vista de las ciencias sociales, la ciudadanía puede ser vista como “la pertenencia pasiva o activa de individuos a un Estado-Nación con ciertos derechos y obligaciones universales en un específico nivel de igualdad” (Janoski apud Vieira 2001/334). Tiene una historia, no lineal, en la cual se fueron sumando a los derechos civiles, los políticos y los sociales, al compás de la acción de nuevos sujetos que aparecen en escena reclamando reconocimiento de sus derechos. Es una historia inacabada, a la que contribuyen hoy en dia una multiplicidad de luchas por el reconocimiento de nuevos derechos, que ahora incluyen desde la libertad de opción sexual hasta los de género y diferencias étnicas y culturales. Se han producido avances notables en la incorporación de derechos “de jure” al concepto normativo de ciudadanía. Pero nunca ha habido un abismo tan grande respecto a los derechos “de facto”, es decir, aquellos que suponen las garantías para ejercerlos. La hegemonía de mercado con efectos arrolladores sobre las estructuras protectoras de los derechos individuales montadas desde la posguerra se han derribado. El individuo se perfila como en las utopías liberales, pagando el precio de su “individuación” con la pérdida de garantíass y la imposibilidad real de vivir de acuerdo al cúmulo de derechos que la ley le reconoce. Reaparece la “cuestión social” bajo nuevas formas excluyentes en el Sur y en el Norte y multitudes migrantes ensayan la supervivencia sometidas a estrategias diversas de fijación y discriminación en los lugares de destino. Según Vieira, “los impactos transformadores de la globalización alcanzaron en profundidad a la ciudadanía democrática en su doble naturaleza, como modo de legitimación y como modo de integración social, como status legal igualitario de derechos y deberes de los miembros de la comunidad política y como comunidad nacional de origen y destino. El incremento de la polarización social, en escala doméstica y global y la erosión de la solidaridad social derivadas de dos décadas de intensa globalización económica, afectando especialmente la figura del Estado de Bienestar y los derechos sociales, ha provocado fuertes restricciones en el doble registro arriba mencionado, así como en la dimensión siempre presente de “ciudadanía activa” comprometida con la búsqueda de la “buena sociedad” en términos de democracia sustantiva”. (Vieira 2001/221). 15 La ciudadanía, amarrada en su historia a la soberanía del Estado, a la territorialidad en crisis de la nación, desmerece en calidad y se debilita en la medida en que el Estado reduce sus funciones históricamente construidas de verlar por la satisfacción de necesidades sociales básicas, conservando sólo el viejo perfil de “juez y gendarme”. Entre los efectos de este proceso que enfatiza la desregulación del mercado y la desresponsabilización por la cuestión social, aparecen la apatía y desconfianza de los ciudadanos respecto a la política y los políticos; la descomposición de la sociedad civil y la disolución de identidades y asociaciones subnacioales y colectivos intermedios, promoviendo la soledad de los individuos. Enormes masas entran en situación de vulnerabilidad social o acentúan la que ya poseían. Se percibe un retroceso de lo político en beneficio de lo pre-político, basado en rasgos culturales de fuerte arraigo y mucho menos en opciones racionales en pos de un modelo de “buena socieddad”. (Vieira 2001/94) Para manejarse en ese escenario, es más que nunca necesario un concepto de ciudadanía capaz de superar las tensiones entre el universalismo de una comunidad legal igualitaria –ignorante de las diferencias económicas, culturales, de etnia etc... y el particularismo de una comunidad cultural “ a la que se pertenece por origen y destino” (Vieira 2001). Y ello sólo será posible junto a un proceso de reconstrucción de las capacidades del Estado para postular y concretar una agenda política que coloque en primer lugar las garantías al ejercicio de una ciudadanía activa. Esto sólo puede ser superado si se despoja a la nación de todo significado prepolítico, etnocéntrico, para concebirla como una nación de ciudadanos embarcados en la construcción común de la polis. El ejemplo de la comunidad europea ilustra el sesgo cosmopolita que puede asumir este proceso, a través del cual se compensa la densidad ciudadana perdida por la acción de los poderes globales, ganando espacio de acción y decisión transfronterizos, regionales, encaminando la ciudadanía hacia el concepto de “dignidad de la persona humana”, como define la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, 1948, aludiendo a un campo superior al de la ciudadanía nacional. Y progresando en la construcción de comunidades que propongan un nuevo concepto de ciudadano que tienda a disociar la nacionalidad de la ciudadanía, otorgando derecho a todos los responsables de la reproducción cotidiana de la comunidad. De fronteras adentro, la única forma de compensar la pérdida de ciudadanía, sería densificarla desde lo local, incrementando la participación en las decisiones y el contralor de las políticas públicas. 16 Eso sólo es conquistable dentro de una régimen democrático compartido y con vocación de profundizarse.15 Para concretarse necesita apoyarse en un Estado que saque fuerzas de flaquezas, actúe y apoye a los perjudicados por la globalización, articulando todas las fuerzas capaces de oponer alguna resistencia creativa a los poderes globales desatados16. No es tarea fácil en una etapa en que el poder es global y la política sigue siendo local.(Bauman 2003) Puede concluirse entonces que tanto los aspectos objetivos de la evolución de la realidad como los aspectos normativos emergentes, muestran un panorama de profundos cambios en términos del ciudadano existente y del ciudadano deseable. Mientras el primero se nos muestra con un perfil descaecido, erosionado por la integración global “por arriba”, abandonado a sus propias fuerzas, el segundo se reviste de una serie de promesas al hacerse visible la diversidad de la experiencia humana y postularse como objetivos la paz, la justicia social, la diversidad cultural y la protección ambiental. El ciudadano real debe moverse con los pies muy afirmados entre una realidad llena de incertidumbres y desafíos y las imágenes de futuro que apuntan a una ciudadanía enriquecida con escenarios de acción regionales, globales y densificada a nivel local. Lejos de constituirse en su escenario único, la territorialidad nacional del ciudadano se convierte en su plataforma de lanzamiento para una temporalidad que aún no existe, porque “lo que es real no es sustentable”. (Vieira 2001). Operación complicada, que exige mucha flexibilidad, apertura, información y voluntad de renovación y de cambios. 3) ¿Qué ciudadano, qué formación? Veo el tema de la formación militar inserto en la temática más inclusiva de la formación ciudadana. Por todo lo dicho, la ciudadanía debe reconstituirse a partir de dos expansiones: la del reconocimiento de nuevos espacios de derechos y la del real ejercicio de los mismos. Veo la tarea que las democracias tienen por delante como un proceso difícil de reconstrucción de las capacidades del Estado a partir de los ciudadanos y de las posibilidades de ejercicio ciudadano apoyado por la acción del Estado. Creo que de la exposición previa respecto a la institución militar surge un cuadro que diseña una realidad conservadora y de estrechamiento del campo de la ciudadanía del soldado. Es improbable que de aquí emerja un apoyo espontáneo a las tareas que la democracia tiene por delante. 15 Aludo aquí a la democracia en el sentido de Jacques Rancière (apud Bauman 2001), mas que como a un régimen político o una institución, como una “fuerza antiinstitucional”, una ruptura en la tendencia, por demás implacable, de los poderes efectivos, a silenciar y a eliminar del proceso político a todos aquellos que no han “nacido”dentro del poder o han pugnado por conseguir el derecho exclusivo a gobernar sobre la base de su singular pericia”. “Mientras que los poderes efectivos promueven el gobierno de los pocos, la democracia es un llamamiento constante en nombre de todos, una pugna por conseguir el poder sobre la base de la ciudadanía, esto es, de una cualidad que pertenece a todos. La democracia se expresa a través de una continua e implacable crítica de las instituciones...donde mejor se puede reconocer a una sociedad democrática es en sus continuas quejas de no ser suficientemente democrática”. (Bauman 2001/68) 16 Boaventura de Souza Santos llama a esta nueva figura de Estado, “Estado como novísimo movimiento social” y lo concibe mucho más activo, móvil y excéntrico que en la forma que asume desde su origen moderno. Santos, en “Reinventar a democracia: entre o pré-contratualismo e o pós-contratualismo” in Oliveira e Paoli (Org.) Os sentidos da democracia. Políticas do dissenso e hegemonia global. Editóra Vozes, Petrópolis 1999. 17 Y en este punto, quiero retomar la cuestión planteada por el militar que formuló la pregunta en ocasión de mi anterior intervención en estos debates. Recordemos los supuestos que mencionaba para una legitimación de la función interna de las FFAA como garantía de los cambios: profesionalismo y subordinación total a un régimen democrático legítimo y no interferencia exterior de ninguna naturaleza. . En relación con el supuesto de la subordinación total al poder civil, puede decirse que este tiene una larga historia en el análisis político de Occidente y el problema no se puede considerar resuelto. Creo que todo lo que dije antes contribuye a aclarar la raíz profunda de la tensión entre profesionalidad y profesionalismo en las FFAA. Si la primera alude al concepto de capacitación técnica, desarrollo en la carrera y subordinación a las autoridades legítimas del gobierno, el segundo apunta directo al desarrollo de la especialización funcional, que impulsa la expansión de la autonomía institucional, tal como corresponde a una “institución compleja”. Esto da lugar al dilema del “controladorcontrolado”. De acuerdo a Bañón y Olmeda (1988) el sentido de la profesionalidad debe buscarse afuera y no en la institución misma. De ahí viene la pugna mas o menos explícita en torno a los sistemas de nombramiento en la cúpula y los esfuerzos por conseguir la subordinación militar al poder político haciendo valer el mandato constitucional de las cartas liberal-democráticas de subordinación institucional a su mando legítimo, el Ejecutivo constitucional. El supuesto implícito en la pregunta parece basado en la postulación de Huntington (1957) sobre “control objetivo” de las FFAA que este autor identifica con la subordinación que deviene de la profesionalización y neutralidad política de una institución militar reconocida en su autonomía profesional. Supone que un cuerpo de militares profesional está preparado para garantir la política de cualquier autoridad legítima. El control subjetivo, en cambio, niega una esfera militar independiente: el control disminuye en la medida que los militares se involucran en la política civil y que se instrumentaliza a la institución, colocándola en función del grupo en el gobierno. La teoría de la neutralidad política de las FFAA profesionales ha sido contradicha por Alfred Stepan (1973), quien defendió que FFAA altamente profesionalizadas tienen una forma específica de politización, que es la política de la antipolítica. Huntington, al identificar la ideología de las FFAA con una posición ideológica específica, el conservadorismo, admite que el sesgo político “natural” en las FFAA, que llama “realismo conservador”, permite niveles óptimos de profesionalización...siempre que la sociedad toda adopte esos valores.... “...en una sociedad liberal el poder civil de los militares es la mayor amenaza para su propio profesionalismo. Sin embargo, en la medida en que haya una amenaza contra la seguridad norteamericana, es muy improbable que ese poder disminuya en forma apreciable. La condición para una adecuada seguridad militar es un cambio en los valores básicos norteamericanos desde el ángulo liberal al conservador. Sólo un entorno que es armónicamente conservador permitirá a los líderes militares norteamericanos combinar el poder político que la sociedad les ha confiado con el profesionalismo militar sin el cual ninguna sociedad puede perdurar”....”Los Estados Unidos pueden aprender hoy mas de West Point que West Point de los Estados Unidos....Si los civiles dejan libertad a los soldados para adherirse a los stándares militares, las naciones mismas pueden encontrar su salvación y seguridad al convertir dichos stándares en los propios” (Huntington 1957, apud Tapia Valdés, 63/64) 18 Esto es la descripción de lo óptimo para alguien que, como Huntington es un conservador. Siempre ha estado vinculado a la Comunidad de Seguridad de los EEUU como asesor académico e incluso ayudó a “prefigurar” al próximo enemigo ecuménico con el lanzamiento en 1990 de la tesis sobre “El choque entre civilizaciones”, tan sólo un año después que el enemigo tradicional, la Unión Soviética, implosionó en 1989. Lo que había propuesto en el párrafo reproducido arriba, ya en los 50s (Plena Guerra Fría), resulta en una inversión de Clausewitz: si este veía la “la guerra como la política por otros medios”, Huntington va mas allá, proponiendo que la política se subordine a la lógica militar. Aquellos dichos de los lejanos 50s cobran aristas mucho mas realistas después del 11/setiembre/2001, cuando la estrategia de la potencia hegemónica pasó a postular, en aras de su seguridad nacional, la “intervención preventiva” contra el terrorismo, propiciando un concepto de guerra global y generalizada. (Rizzo de Oliveira 2005) Esto supone la eliminación de la paradoja del controlador-controlado, ya que el controlador ahora adopta los valores del controlado, al instituir a la Seguridad como el objetivo central de su política y a sus factores militares como el eje de su presencia en el mundo. La formación de la “Comunidad de Seguridad” en los EEUU después de la Segunda Guerra, que no ha hecho mas que desarrollarse desde entonces, da cuenta de la amalgama cívico-militar que constituye el corazón del poder hegemónico mundial. (Barnett 1971). Y también, del entronizamiento a política de Estado de objetivos de seguridad nacional basados en la lógica instrumental ampliada a escala planetaria. El tipo de control objetivo que Huntington propone, entonces, sólo sería posible en el caso de hegemonías políticas conservadoras. Los regímenes de tendencia liberaldemocrática y democráticos radicales, estarían limitados al control subjetivo, que instrumentaliza a las FFAA en función de la tendencia política del gobierno, habitualmente a través de la gestión de las cúpulas militares. Y sin poder minimizar la tensión “controlador-controlado”. De mantenerse la formación militar en el punto que está, la subordinación profesional militar a un gobierno que haga del cambio una prioridad de su agenda no es imposible, pero es por lo menos improbable. Es más fácil encontrar en el continente ejemplos de FFAA que se colocan ellas mismas al frente de los cambios y los procesan “a su manera”, que ejemplos de subordinación profesional tranquila a procesos de cambio liderados por el poder civil. De ahí que la hipótesis de la “defensa interna” no me parezca defendible ni plausible, por estas razones y porque el otro supuesto, el de la “inexistencia de ingerencia externa de cualquier naturaleza” me parece insustentable, en la era de la globalización económica y el unipolarismo militar. Estamos atravesados por interferencias de todo tipo que no podemos evitar. Lo más fácil sería plegarse a la situación hegemónica establecida, pero ella, a su vez, es por sí misma insostenible, a medio plazo. Sólo podemos aprender a navegar en aguas revueltas, dentro de márgenes muy estrechos, sacando el mejor partido de los recursos que tenemos. 19 Creo que hay otra opción para una democracia avanzada, fuera de laa dicotomia conocida entre control objetivo y subjetivo. Razonando como Huntington lo hace en el párrafo más arriba transccito, habría que admitir que si la garantía de la profesionalización militar es la coherencia de valores entre el medio civil y el militar, una forma legítima de mantenerla en un régimen político democrático que se propone introducir cambios para hacer realidad el ejercicio de la ciudadanía en toda su amplitud, sería transformando a las propias FFAA para aproximarlas a una concepción más densa y progresista de la ciudadanía en el espacio de los derechos que reconoce a los soldados y en el tipo de formación que otorga a sus integrantes. Si el ser cerrada, total y burocrática es lo que induce el sesgo conservador de su ideología interna, como creemos, habría que abrirla más a la sociedad, procesar la formación militar –en lo que no tiene de estrictamente técnico- en las instituciones de educación comunes, aplicar criterios disciplinarios compatibles con el desarrollo de la conciencia ética de los sujetos, intensificar el contenido humanístico y social de la educación, aflojar la rigidez de las formas y el acartonamiento de los rituales y combatir los preconceptos en todas sus formas, que aún cuando no son exclusivos del medio militar, parecen encontrar especial abrigo en sus filas 17. No es posible ignorar la magnitud del desafío que esto representa para una organización sólidamente montada sobre principios jerárquicos y disciplinarios. Pero tampoco hay que magnificarlo, porque desde hace ya mucho tiempo es familiar a la institución la diferencia entre jefatura y liderazgo. Quienes desarrollamos nuestra vida profesional en una institución que necesita la disciplina como pre condición para desarrollar su función específica –el proceso de enseñanza-aprendizaje- sabemos que los resultados óptimos sólo se obetienen despertando interés por lo que decimos y demostraando respeto y reconocimiento por cada uno de nuestros estudiantes. Esta es la base de la disciplina y autoridad en el aula y no tiene por qué no serla en la institución armada. Soldados reconocidos en sus derechos y superiores afirmados más que en la jerarquía, en la solidez de sus conocimientos, cultura y valores humanos sin duda harán más por la solidez de la insitución militar que las virtudes coercitivas de los rígidos reglamentos, si estamos hablando de un una institución que funcione en un contexto democrático. Por todo lo dicho, no creo que unas FFAA sin transformaciones profundas en ese sentido ofrezcan garantías suficientes para el procesamiento de los cambios que tendrán que venir. Porque así como son, cobijan en su seno las condiciones de producción del “reflejo conservador”. No es por casualidad que los alemanes –quienes protagonizaron los peores aspectos del drama de la Segunda Guerra- estén a la cabeza de los que experimentan con el concepto de “ciudadano en uniforme”, después de haber vivido la generación de un “orden perverso” desde la propia sociedad. No creo que sea una tarea fácil, pero es indispensable. En un régimen de democracia avanzada, las FFAA sólo podrán ser auténticamente profesionales y subordinadas cuando sus componentes se impregnen de valores democráticos y adopten códigos éticos compatibles con los de una ciudadanía integral, republicana, mas allá de sus opciones político-partidarias puntuales. “No todo está permitido”, debería ser la norma inquebrantable. 17 Me refiero, por ejemplo, al “machismo”, confeso en el caso del Gral. Medina, que lo mencionó en célebres reportajes. O a los prejuicios discriminatorios sobre opciones sexuales no convencionales, expreso en figuras destacadas del aparato educativo del ambiente militar. ( “Liceo militar. Es muy bella mi bandera” Brecha 18/8/2006.) 20 Y ningún tipo de adiestramiento ni concepto de la obediencia –debida o no- debería confiscarle al soldado el núcleo de su auténtica humanidad, que es la capacidad de juzgar sobre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. Pido disculpas a los integrantes de la comunidad militar que están presentes por la dureza de algunos de los conceptos sobre los que fue construida esta exposición. Pero creo que por especialización profesional, los militares están preparados para todas las contingencias, incluso la de oír a los sociólogos. 21 BIBLIOGRAFIA CITADA Arendt, Hannah. Eichmann em Jerusalem. Um relato sobre a banalidade do mal. Companhia das Letras, Sáo Paulo, 1999. Bañón, R y Olmeda, J A. La institución militar en el Estado Contemporáneo. 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