Abril 2010 - José Lupiáñez

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EL FARO
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Abril 2010
ABRIL 2010
PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 14
Manuel Azaña
FCO. GIL
CRAVIOTTO
En mi paseo de hoy me acompaña don
Manuel Azaña. Quiero decir un libro de don
Manuel Azaña. Azaña es para la derecha española lo que Voltaire es para los curas y frailes: la insoportable bestia negra que odian y
en el fondo y por más que traten de disimularlo, envidian y admiran. Esto último se percibe en la cantidad de veces que, llegado el
caso, lo citan y plagian. Cada vez que en un
discurso de estos salvapatrias oigo una frase
de Azaña, o percibo más o menos disimuladas sus huellas, no puedo evitar una sonrisa.
Con cuanto gusto, digo para mí, tu abuelito
lo hubiese llevado al paredón o a la cámara
de gas de sus amigos los nazis.
Los primeros libros que yo leí de Manuel
Azaña los conseguí a través de un librero de
viejo, el señor Tarifa, quien un día, después
de larga cháchara sobre la guerra de España y
los asesinatos fascistas, se atrevió a descubrirme, a la hora del cierre, el templo de sus tesoros. Era un cuartucho insignificante, pero
provisto de recia puerta de roble y doble cerradura, sito en el tercer piso de una casa de
vecinos de la calle San Juan de los Reyes de
Granada. Allí tenía el librero todo cuanto no
se atrevía a llevar a su tienda, tesoro al que
tan sólo unos pocos privilegiados, de absoluta garantía, podían acceder. Yo era uno de
ellos. En aquel cuchitril, tras largo y fructífero regateo, siempre insistiendo en que conmigo no tenía peligro alguno, conseguí hacerme, a un precio relativamente aceptable,
con varios libros de Azaña y alguno de nuestro llorado Federico. Antes de salir del cuartucho, el librero me hizo un paquete, tan primorosamente acabado, que cualquiera que se
hubiese fijado en mí en la calle, habría pensado que llevaba un pastel o un pan de estraperlo. Después, en casa, antes de abrir la primera página, forré uno a uno todos aquellos
libros y luego los fui colocando en portadas
y lomos los títulos que me fueron pareciendo
más acordes con la triste situación que padecíamos en España. El forro de uno fue dedicado a Pemán y su Divino impaciente; el de otro,
a Escrivá y Balaguer –todavía en este mundo– y su Camino; el de un tercero al padre
Venancio Marcos y sus adormecedores sermones radiofónicos. De esta manera, si un
día se le ocurría a mi padre o a algún beatón
amigo de la familia darse una vuelta por mi
cuarto, no habría el menor peligro; incluso
quedarían gratamente impresionados. Sería
muchos años después cuando, ya en París, un
día me decidí a comprar las Obras Completas
de Manuel Azaña (editorial Oasis, México) en
la desaparecida Librería Española de la rue
de la Sena. Vaya para esta librería, que duran-
DON
MANUEL
AZAÑA,
PRESIDENTE
DE LA
SEGUNDA
REPÚBLICA
ESPAÑOLA
Y ESCRITOR
EVOCADO
EN UN
NUEVO
CAPÍTULO
DEL
LIBRO
INÉDITO
ORILLAS
DEL
SENA,
POR EL
AUTOR
DE ESTE
ARTÍCULO
te medio siglo tan meritoria labor vino desarrollando en pro de la cultura de nuestro país
en Francia, todo mi emocionado recuerdo.
Esta modesta librería y la editorial Ruedo Ibérico fueron las dos luminarias que, en tierras
galas, mantuvieron vivo el fuego sagrado del
republicanismo español en el exilio. El Manuel Azaña que hoy viene conmigo todavía no
había provocado las iras de los gerifaltes de la
derecha española. Seguramente, ni a él ni a ninguno de sus muchos enemigos, se les había pasado por la cabeza que un día pudiese ser el
presidente de la Segunda República. Mucho
menos que pudiese presidir una guerra fratricida. Es un Azaña joven, poco más de treinta años,
pues se trata de un libro –quizás sería mejor
decir un cuadernillo– que escribió entre 1911 y
1912 cuando, becado por el gobierno de España, permaneció en París un par de años. A mí
me ha llamado poderosamente la atención la
sencillez y veracidad con que el joven Azaña –
32 años– describe los alrededores de París. Valga de ejemplo este fragmento de una carta que
dirige a un amigo de Madrid, José María Vicario, y lleva la fecha de 2 de marzo de 1912. Casi
un siglo:
La otra semana hice la primera excursión. Nos
embarcamos en un vaporcillo y, aguas arriba, fuimos
hasta Charenton; allí tomamos tierra y anduvimos a
la aventura por un camino desconocido. Seguíamos a
lo largo de un canal, prudente y callado como todos
los canales. Una barca enorme remolcada por un
caballo iba delante de nosotros. El sol pasaba por
entre los troncos verdinegros de los árboles. A la derecha corría un río de verdad, sin muelles, ni barcos,
ni atracaderos. Los árboles llegaban hasta la orilla;
pescadores de caña aguardaban pacientemente su fortuna. Un gran molino dejaba oír el fragor de sus
máquinas; más lejos, praderas verdes, casas de campo, humaredas vagas. A nuestra izquierda un monte
y entre el monte y el canal una hilera inacabable de
casas sombrías medio ocultas por los árboles; este es
el gran secreto: nunca sabes en Francia donde se acaba la ciudad y empieza el campo.
Salvo el viaje en el vaporcito –ahora sería
en el RER– y la alusión a la barcaza remolcada
por un caballo –los famosos chemins d´halage
de los ríos y canales de Francia– todo lo demás que le cuenta don Manuel a su amigo
podría muy bien corresponder a los alrededores de París del momento actual. Bastaría
con que retrocediéramos unos pocos kilómetros más hacia la gran banlieue para que todo
fuese exactamente igual que lo refiere Azaña.
No ocurre igual con este fragmento de su
diario –ya en 1911 empezaba su gusto por
los diarios– en el que el futuro presidente de
la República nos da cuenta de una visita a
Suresnes, ahora convertido en el populoso
barrio de La Defense, indiscutible centro comercial y sede de importantes empresas industriales. Merece la pena la cita.
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Cultura/Narrativa
Hemos hecho una excursión a Suresnes. En el
vaporcillo por el Sena. El río está espléndido. Más
allá de Auteuil, el monte de Meudon al fondo, los
bordes frondosos. La luz; el agua azul brillante.
Después el brazo tranquilo del Sena. Las márgenes
de Longchamp. En Suresnes hemos seguido por una
calle o carretera, dejando la gare a la derecha; remontamos una altura; después a nuestra derecha,
rectos hacia la fortaleza del Mont Valerien.
Huertecillos a una parte y otra. De pronto, entre
una casucha y un cercado de árboles, una vista incomparable de París. A nuestros pies las casitas
desperdigadas de Suresnes, los tejados rojos. Un poco
de río. La masa profunda de verdor del Bois de
Boulogne, que sube en ligero declive. Corónalo el
caserío de París, que se extiende cómo una franja
blanca, entre la arboleda del bosque y el cielo azul.
Líneas suaves, difusas. Unas nubes posadas serenamente. Aparece el Arco de la Estrella, destacándose
con una majestad sublime, macizo, solemne, sobre los
tejados.
Otra vez el vaporcito. En este siglo XXI el
viaje sería en Metro o RER. Rascacielos de
más de treinta pisos se alzan ahora en lo que
antes era Suresnes. Una ciudad cosmopolita
y populosa, con más habitantes que Versalles,
que se extiende por Suresnes, Puteaux y
Nanterre, ocupa el espacio de los antiguos
huertecillos. Sin embargo, el verdor del Bois
de Boulogne continúa intacto, así como la
panorámica hacia París. Sigue la descripción
de Azaña:
A la izquierda, en el fondo, surge la Butte, el
fantasma blanco del Sacré-Coeur, sobre la colina
oscura. El sol hiere unas veces, otras se oculta. La
basílica aparece o desaparece a nuestros ojos, como en
una obra de magia. Vemos correr las manchas de
sombra, brillar y extinguirse los rayos de sol, según
la marcha de las nubes. Todo de ensueño, entre gasas
aparece en una calma divina. ¿Es ahí donde millones de gentes se atropellan por las calles?
En aquel entonces París ya era un hervidero de gentes. ¿Qué pensaría si pudiese ver el
París actual a la hora punta de la mañana o
tarde? ¿Y si nosotros pudiésemos ver el París
del siglo XXII o el XXIII? Sólo pensarlo produce vértigo. Quizás lo más sugerente de toda
esta página sea la llegada de la noche y el toque lírico con el que Azaña termina su descripción: Anochecer; oro en el cielo y en el agua.
Nubes rosas. Alegría del campo que se comunica;
emoción y entusiasmo. ¿Cantar? ¿Llorar? Ser buenos y felices.
¿Se podrá expresar con menos palabras y
más emocionado lirismo lo inefable de un
atardecer?
La prisión
de los espejos
JOSÉ VICENTE
PASCUAL
¿Cómo reaccionaría una persona normal si, por azares de su
profesión, llegase a tener pruebas de una monumental confabulación entre políticos corruptos, tiburones de las finanzas y distinguidos miembros de la más exquisita burguesía de su ciudad? El
psicólogo Marc Viadiu no es una persona normal, ni sus planes y
último propósito en esta historia son en absoluto normales. Por
otra parte, ninguna novela se detiene demasiado –ni tiene porqué–, en los afanes habituales de la gente corriente y con vocación
de seguir siéndolo a perpetuidad.
El descubrimiento de esta trama de poder, sobornos, cohechos
y maldad que no se detiene ante nada y es responsable del asesinato de uno de sus pacientes, lleva al psicólogo a una arriesgada
determinación. Se presenta en la apartada y lujosa mansión de
uno de los dirigentes de la perversa, «honorable sociedad» y le
expone sus condiciones. Es un pacto que, sabe, «ellos» no van a
aceptar.
Ambientada en la Barcelona actual, ciudad que vuelve a convertirse en territorio literario merced a la eficaz prosa del autor, La
prisión de los espejos desentraña con espléndido desparpajo una intriga compleja y al mismo tiempo colmada de sencillez. Compleja
por cuanto lo son aquellas maquinaciones inhumanas del poder, la
avaricia y el ansia de supremacía. Sencilla porque, en el fondo,
todo se resume en el diabólico juego eterno: ser depredador o
víctima; vivir o morir. Entre ambos extremos, una interesante triada
de personajes: el psicólogo Marc Vadiú, la madura, sentimental y
en extremo lúcida Mercedes y el campesino Albiol –quizás el mejor conseguido de los tres–, establecen un subyugante juego de
identidad en el caos de una historia vertiginosa: quién es cada cual,
qué motivos les mueven y por qué se han involucrado en esta trama de voluntades en desafuero, es el enigma fundamental de la
novela, el cual se resolverá de forma ingeniosa y con notable solidez narrativa.
Se echa de menos en esta novela, sin embargo, un más concienzudo trabajo de edición, el cual debería haber «depurado» del texto algunas expresiones en exceso reiteradas y alguna que otra situación demasiado forzada, las cuales restan verosimilitud al conjunto del argumento. Sin embargo, considerando los niveles de
desinterés hasta los que se desmorona hoy día la edición en España, no podemos poner ninguna seria objeción al autor ni a El Baile
del Sol, modesta editorial tinerfeña que se ha encargado de llevar a
imprenta esta novela. En este caso los «peros» no menoscaban el
resultado final.
Escrita con infrecuente brillantez para un autor de su edad,
depurado estilo y no poca ambición de conseguir una obra llena
de intriga cuya acción atrape al lector desde el principio, la novela
evoca en algunos memorables intervalos a maestros como Mishima
(El color prohibido y su «prisión de los espejos») y Paul Auster (Ciudad de cristal), sensación muy de agradecer en un autor que, desde
su radiante juventud, manifiesta un compromiso inequívoco con
la literatura en estado puro, el gran arte de narrar sin concesiones
a la baratura comercial ni desaliento ante lo difícil de este reto. Es
la apuesta, admirable, del escritor más prometedor de su generación. Una generación, todo hay que decirlo, aún no nacida. Rafael
Martín Masot (Granada, 1989), prodigiosamente se adelantó con
Abulagos (2004) y La luna eclipsada (2006), al surgimiento de las
nuevas voces que, acaso, lo acompañarán en el futuro como máximos exponentes de la narrativa española.
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Cultura/Narrativa
Los enigmas del convento
JOSÉ
ANTONIO
SÁEZ
Benedicamus Domino (Adoremos al Señor) es
la novela con la que la escritora Ángela Reyes,
nacida en Jimena de la Frontera (Cádiz), pero
residente en Madrid desde su más tierna infancia obtuvo el XV premio de novela «Ciudad de
Majadahonda». Esta obra ha tenido, que sepamos, dos ediciones hasta la fecha: una en editorial Everest (2008) y otra en editorial Nostrum
(2009) y en verdad que se trata de una novela
excepcional por muchos aspectos.
Ángela Reyes es autora de una vasta obra
que ha repartido entre dos géneros literarios: la
poesía y la narrativa, alcanzando en ambos notables reconocimientos que son prueba de su
talento y del reconocimiento que de año en año
va alcanzando una producción literaria tan personal como es la suya. Daremos cuenta aquí de
sus títulos narrativos más sobresalientes: Crónica de un lirista naufragado, Morir en Troya (Premio
Juan Pablo Forner) Adiós a las amazonas y Cuentos de la Arganzuela. Del mismo modo, es digna
de destacar su labor al frente de la asociación
Prometeo de Poesía, siempre de la mano del
poeta Juan Ruiz de Torres, ambos cofundadores
de la misma.
La novela que nos ocupa está ambientada
en el convento de la Encarnación de Mujarna,
lugar imaginario pero totalmente verosímil, y
se inicia un 29 de octubre de 1981, a las 10 de la
mañana, alcanzando su final en el mismo lugar
y en la misma fecha hacia la una de la tarde.
Parece increíble que en tan pocas horas como
las que transcurre la acción desarrollada en ella
pueda sucederse un tan trepidante número de
sucesos como los que aquí se narran con tal
maestría y rigor, con semejante carga de intriga
y pasión que el lector se ve atrapado por la trama desde las primeras páginas de la novela y
hasta un total de 352 con las que cuenta.
Varios son los enigmas que plantea la obra,
y diversos los caminos que confluyen en el universo de Mujarna. Por un lado, digamos que la
acción principal se cierne en torno a la muerte
en condiciones extrañas de una de las hermanas, Margarita, la cual había comenzado a levitar, según el resto de sus compañeras en 1960.
La hermana Margarita muere tras caer a tierra
después de una levitación, llevándose un fuerte
golpe en la frente que en principio habría causado su muerte. Pero un ambiente de fraude y
de sospecha se difunde por el aire, de tal manera que el padre Benitico se verá obligado a abrir
una investigación entre las monjas para intentar descubrir la verdad de los hechos. La madre
superiora parece la más interesada en que se sepa
«la verdad» que ella defiende y difunde entre las
hermanas para que no puedan darse contradicciones en sus declaraciones. Pero el control que
ejerce sobre ellas no parece tan omnímodo
como pudiera creerse. Todas estas mujeres, al
fin y al cabo, piensan y sienten como tales, además de tener sus motivaciones religiosas más o
menos legítimas o fundadas. Cada una de ellas
tiene su pasado fuera del convento y ese pasado
va poniéndose de manifiesto, en algunos casos,
casi desde el principio de la novela, como ocurre con Jimena, la novicia violada por su propio
tío y acogida en el convento tras el suicidio de
su madre, una vez que ambas son abandonadas
por su padre. La joven Jimena, discípula de la
hermana Margarita, la levitadora, es también la
encargada de los menesteres más humildes en
ÁNGELA REYES. PORTADA DE LA SEGUNDA EDICIÓN DE SU OBRA
relación con ella, pues entre sus ocupaciones
diarias están las de asearla y vestirla. El lector va
así conociendo el pasado y el presente de cada
una de estas mujeres que también son religiosas y sus días transcurren con la monotonía y
regularidad de cualquier convento entre las horas de labor (repasando el bordado del manto
de la Virgen del Saliente), las tareas culinarias o
de aseo personal, los momentos de oración y
descanso, etc. Pero también entre ellas, como
seres humanos que son, se crean lazos afectivos
y sufren las debilidades de la carne como celadas urdidas por el mismo diablo.
El convento se convierte así en lugar de
refugio y acogida para una pequeña congregación de hermanas que no pierden su condición
de mujeres y que en muchos casos están
férreamente marcadas por su pasado mundano.
Uno de los enigmas de la novela está en el
papel que desempeña la retirada del mar de las
proximidades de la localidad. Las gentes de
Mujarna se pasan la vida añorando el mar, su
regreso, pues el mar significaba el futuro y el
progreso para el pueblo. Viven esa retirada como
una maldición bíblica incomprensible para ellos,
seres inmersos en la fatalidad, en el fanatismo y
en el analfabetismo. Gentes que asisten a su
propio derrumbe junto al derrumbe de la tierra
en que hunden sus raíces. Puede que también
las pequeñas catástrofes que se relatan en la obra
se conviertan en aliadas de esta otra gran catástrofe mayor: la retirada del mar. Así, por ejemplo, las inundaciones que sufre el pueblo que
terminan por provocar su ruina prácticamente
total.
También el convento de la Encarnación vive
sus días peores y sobrevive con dificultad manifiesta bajo la amenaza de su cierre, lo cual está
empeñada en evitar a toda costa la madre superiora, quien se esfuerza, con increíble tesón, por
ocultar los escándalos vinculados al mismo y
por contribuir al buen nombre de la congregación allí residente. De ahí la necesidad de «inventarse» las levitaciones de la hermana Margarita y que el pueblo ignorante y arruinado mire
a la novicia Jimena como a una posible santa,
con la potestad de hacer milagros, pese a que
ella insiste en quitar a las gentes que así la consideran la venda que ciega sus ojos y sus men-
tes. La frágil y quebradiza Jimena, quien siente
las tentaciones de la carne como alucinaciones
provocadas por el diablo y hasta sufre un embarazo imaginario tras un fugaz encuentro amoroso. Los conflictos parecen perpetuarse sin que
nadie consiga deshacer el montaje que se cierne
sobre el convento y el posible asesinato de la
hermana Margarita. Sólo muy al final de la novela comienza a recomponerse el ovillo y a ordenarse la madeja, tras la imposibilidad de mantener en secreto el escándalo del embarazo de
la novicia y por la persistencia en la investigación del padre Benitico y el padre Letona.
No desvelaré a quién pertenece la mano asesina de la monja levitadora ni las condiciones
en que se cometió el crimen. Jimena, tras el juicio en que ha de verse envuelta junto a las demás religiosas, la novicia de delicada y frágil salud, tanto mental como física, volverá a ser entregada a su tía, único familiar que puede hacerse cargo de ella, y continuará residiendo en
Mujarna, tras el reparto de las hermanas por
diversos lugares y el cierre del convento. No
parece que haya redención posible para ella sino
la de hacer frente a sí misma y a sus fantasmas
interiores en el mismo lugar en que ocurrieron
los hechos que provocaron su traumático devenir.
Ángela Reyes ha dado con esta novela un
paso de gigante en la evolución de su trayectoria como narradora. Las insignificantes objeciones que pudieran argumentarse en su contra de
ningún modo pueden empequeñecer las excelencias que contiene (una de ellas, a mi juicio,
está constituida por las débiles referencias históricas vinculadas con diferentes aspectos de la
transición española, entre ellos el golpe de estado del 23 de febrero de 1981, que el lector no
acaba de encajar suficientemente en el ambiente y entre los sucesos de la narración). Una gran
obra que atrapa al lector desde la primera hasta
la última página y que en algunos aspectos vinculados al tema bien podría traernos a la memoria uno de los títulos más significativos de
Jesús Fernández Santos: su novela Extramuros.
Evidentemente, la obra de Ángela Reyes es una
novela personalísima y plena de originalidad que
ofrece muestras de un talento narrativo poco
común entre nuestras escritoras.
EL FARO
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Cultura/Entrevista
Pedro Juan Gutiérrez, el León tropical
ANTONIO
COSTA
Qué pena que esté cerrado el Café Barbieri,
en Lavapiés. Con sus columnas larguísimas y
su aire decadente podría sentirse en La Habana Vieja. Esperamos un rato por el ilustrador Xan López Domínguez. Cuando llega le
digo: Yo no soy periodista, soy escritor. Y éste
no es fotógrafo, es un ilustrador famoso, propuesto por España para el premio Astrid
Lindgren. Y él contesta: Y yo no soy escritor,
soy un extraterrestre. Nos ponemos a charlar
una mañana en una terraza de Lavapiés.
Pedro Juan Gutiérrez irrumpió en la Literatura rompiendo retóricas y clichés. Escribe
con un estilo vertiginoso, llama a todo por su
nombre, rompe con todo lo literario, llena los
libros de vida y de olores. Parece que los personajes chisporrotean y van a salir de los libros. Recuerda un poco lo antiliterario de algunos norteamericanos, pero el referente remoto sería Luis Ferdinand Celine, que rompió todo el glamour literario con la primera frase de Viaje al fin de la noche.
– Muchos te comparan con Bukovski. ¿Tú
qué diferencias ves con él?
– Lo que pasa es que los editores tienen que
inventar etiquetas para vender a un autor. Y
en Anagrama inventaron lo de Bukovski
caribeño. Pero yo no tengo nada que ver con
Bukovski. Bukovski era un tipo anglosajón,
era depresivo, con un terror pánico contra el
padre. Yo, al contrario, adoraba a mi padre y
mi padre me adoraba a mí, se me murió en
mis brazos. No he tenido esos típicos traumas de los anglosajones. Somos latinos, pero
yo más que latino soy caribeño, que es como
un latino multiplicado por cuatro.
– Pero conoces a ese autor
– Sí. Pero yo en aquel momento no lo conocía. Se dejaron de recibir libros sobre el 60,
61. Se cerró mucho el país. Se dejaron de recibir libros de España, Argentina y México,
que era de donde llegaban. Después se recibieron algunos de Bruguera en las bibliotecas. Yo leí a Truman Capote, Faulkner,
Hemingway, en traducciones buenas o malas,
pero eran los que estaban en la biblioteca de
Matanzas.
– No llegó a influirte Bukovski
– Quien sí me influyó mucho en esa época
fue Truman Capote. Yo leía mucho a
Sherwood Anderson, John Doss Passos,
Truman Capote. Leía a todos los norteamericanos de los años 50, 60. Y estando en eso
choco con Desayuno en Tiffanys. Cuando lo leo
me quedé asombrado, no me parece literatura, es tan natural. Me dije: Esto es perfecto.
Si algún día yo soy escritor yo quiero hacer
esto.
– Estudiaste Periodismo
– Pasé el servicio militar. En Cuba en el 70,
71 había muchas posibilidades de hacer una
carrera universitaria. Podías pedir becas para
irte a la Unión Soviética, a Bulgaria, a Checoslovaquia. Yo pensaba estudiar Arquitectura, que era mi locura desde niño, y me fascinaba el dibujo. Y finalmente no pude hacer
arquitectura porque tenía que becarme y yo
ya estaba trabajando y ya estaba acostumbrado a tener dinero. Yo hacía trabajos para una
emisora de radio. Y me dicen: Si empiezas a
trabajar aquí tienes que estudiar Periodismo.
EL ESCRITOR
CUBANO
PEDRO
JUAN
GUTIÉRREZ,
FOTOGRAFÍA
DE XAN
LÓPEZ
Esto es lo que menos me imaginaba. Entonces hice Periodismo yendo un día a la semana a La Habana desde Matanzas. Yo tenía una
idea muy clara desde el primer momento: no
quería estudiar Literatura. Creía que estudiar
Literatura me iba a aplastar mi sentido de la
audacia. Si yo quiero ser escritor lo que tengo
que hacer es templar todas las mujeres que
pueda, viajar todo lo que pueda, conocer a
muchísima gente de todo tipo.
– Te interesa la gente
– Para mí es igual de importante conocer a
un barrendero que está ahí, o una prostituta
con Sida, a hablar con el rey Juan Carlos. Yo
me puedo poner con el rey a hablar dos o
tres horas y nos vamos a despedir con un beso
y un abrazo. ¿Te das cuenta? Me puedo poner en los niveles más diferentes. Comportarme como todo un aristócrata, que de vez
en cuando me encanta, yo tengo mis amigos
en el barrio de Salamanca, pero también los
tengo aquí en Lavapiés, emigrantes cubanos,
sobre todo, a los que les ha ido mal y están
muy jodidos.
– Además tú no excluyes por ideología
– Todo lo humano me interesa. Podría hablar con la madre Teresa de Calcuta
– Hablaste de lo depresivo de Bukovski.
Yo he visto en tus libros como un cinismo, un descreimiento. Pero por otro lado
un vitalismo, como si dijéramos un
vitalismo desesperado
– Es que los cubanos somos así. Los cubanos, yo creo que somos un pueblo mestizo.
Tú no te has leído Corazón mestizo, mi último
libro. Pero ahí yo describo la idea ésa de que
somos un pueblo mestizo y eso es lo que nos
salva. El mestizaje con africanos, no solo con
españoles, que son una gente tan fuerte, con
tanta energía, tan chocantes. Y con africanos,
que son muy bulliciosos, muy locos. Entonces creo que esa vitalidad nos viene por ahí.
Ese amor por el sexo, ese amor por la música, ese amor por la vida.
– Tu estilo muy anárquico, muy
antiliterario, da la sensación de algo escrito tal como te sale, muy espontáneo,
muy vivo, me recuerda a Celine. ¿Escribes como te surge o hay una elaboración?
– Ese es el quid de la cuestión. Aprender a
escribir así me llevó treinta años. Escribí el
primer cuento de la Trilogía sucia en septiembre del 94 y digo: Coño, este cuento sí funciona. Pero ya había escondido en un aparador cientos de cuentos, miles de poemas. Yo
creo que la literatura tiene que ser como la
vida, más relajada, con más serenidad. Yo veo
la vida como una gran aventura. Y tú tienes
que dejarte arrastrar por esa aventura, hasta
que llegues al final, pero disfrutarla con alegría. Veo la Literatura de la misma manera.
Hay que relajarse, es lo que pasa con el dibujo, uno no puede predisponerse. Y es lo mismo que pasa con la música, escucha el piano
de Bebo Valdés, que parece que no le da trabajo, que le sale natural. El arte es, yo creo, el
relax controlado. Estoy pensando en un cuento días y días, hasta que digo: coño, y me sale.
– En Melancolía de los leones comparas
al artista con el león. Dices que los leones necesitan comer carne viva y cosas
prefabricadas, si no se ponen melancólicos. Sería como si el escritor necesitara
morder la vida.
– Sí, creo que la Literatura es conflicto y antagonismo. Tiene que haber antagonismo,
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Cultura/Entrevista / Poesía
personas en situación límite, que puede ser espiritual
o realmente física. Tú siempre tienes que poner al
personaje en situación límite, en momentos de decisiones, en los aportes de la vida. Creo que en primer
lugar la Literatura no debe ser aburrida. Eso quizás
me viene del periodismo. Aprendí desde el primer
día a no ser pesado. Si tú escribes tú quieres que te
hagan caso. De ahí esa decisión de escribir ante todo
cosas que pueden ser interesantes, gente en situación
conflictiva.
– En Nuestro GG en La Habana dices que el
escritor se parece al sacerdote
– Nuestro GG es un libro que yo me divertí muchísimo haciéndolo. Me costó año y medio dar con las
claves. Es un libro hecho por encargo. El editor me
dice: Tengo una colección que se llama Literatura y
Muerte, que consiste en unasunovelita de 100 páginas
basada en un escritor reconocido y debe ser una trama policiaca. Graham Greene a mí me interesaba
mucho porque era un tipo que se las daba de católico,
pero en realidad era un viejo perverso, era un loco,
borracho, y vivía solo, su familia vivía en otro lugar,
andaba por todo el mundo, tenía una casita en Capri.
Entonces empecé a investigar alrededor de GG. Y al
fin me paso a leer El americano impasible y ahí esta-
ban las claves, esa novela es muy autobiográfica. No
te puedes apresurar en escribir, tienes que escribir en
el momento preciso. Fue increíble, porque me vino
todo a la mente, lo que tenía en el subconsciente. Entonces preparé como unas secuencias, como si fuera
una película. Le envío la novela al editor y el tipo no
la publica, la llena de anotaciones al margen: Consultar con el abogado, consultar con el abogado.
– Yo pensé eso también. El comienzo es alucinante.
– Mi agente se la dio entonces a Herralde y Herralde
en una semana la estaba contratando. Yo aproveché
para hacer una trama antipoliciaca, yo siempre he ido
a la contra. No quise ir al Festival de Gijón de filme
policiaco, a mí esas cosas me molestan. Ahora me
acaban de invitar a la mesa Sexo y Literatura en la
Feria de Guadalajara. Ni aunque me paguen muy bien
voy a ir, porque no me da la gana esos
encasillamientos: Pedro Juan Gutiérrez es un escritor
erótico, los cojones, yo no soy escritor erótico, yo soy
escritor y punto. Entonces yo hago una novela
antipoliciaca, en la que se sabe quiénes son los asesinos; a mí lo que me interesaba era colocar a un escritor en una situación de acción y ver cuál es la reacción de él, que es un hombre de pensamiento. En el
momento que acaba de escribir una novela, anda con
una novela bajo el brazo, no tiene tiempo de revisar
ni cojones, son cinco días de locura. Entonces pongo
lo que va pensando sobre el oficio de escritor, y aprovecho para ir dando unas ideas sobre lo que para mí
es una novela. Tanto el escritor como el sacerdote
creen profundamente en lo que están haciendo y tratan de convencer a otros de que es la verdad.
– Entonces no eres tan descontrolado, tan bohemio, como pudiera parecer
– Mira, yo estuve cuarenta años bebiendo; he bebido
demasiado, ya me estaba haciendo mucho daño. Hace
ocho meses que no bebo una gota de alcohol, ni fumo.
Y voy a estar por lo menos dos o tres años sin probar
una gota. Hay un momento en que dices: Bueno, yo
estoy vivo de milagro. De tanto templar me hubiera
cogido un Sida o una sífilis, y me hubiera muerto de
una borrachera.
Sigue contando tantas cosas, podría escribir una
novela sobre él. Le doy una carta de un club de admiradores de Cartagena de Indias, me dice que no le
gustan los grupos ni hablar de Literatura. Tampoco
le gustaba a Hemingway, ni a los grandes solitarios
llenos de fuerza. Ahora pienso en Knut Hamsun.
La divina locura de Juanete
MAURICIO
GIL CANO
Éramos muy jóvenes. Una vieja taberna de resonancias anarquistas,
Las piedras negras, en el casco antiguo de Jerez, ocupaba el bajo de
un vetusto caserón del que hoy sólo queda su fachada, como un decorado de cartón piedra envolviendo las nuevas viviendas construidas en su solar. Aquella tasca estaba viva. La llevaban varios hermanos encantadores, casi todos músicos, gente sensible y abierta que
había conseguido que confluyeran en aquella esquina, flanqueada por
el Palacio Pemartín y la Iglesia de las Reparadoras, bohemios, artistas
y jóvenes con el entusiasmo que propicia la falta de prejuicios. Una de
las noches en que me dejaba ir por la amigable cháchara de los vasos
de buen fino, apareció en el local alguien extraordinario, por su genuino aspecto no tanto como por aquello que decía: Voy solo por los
caminos/ pa que me lleve el destino/ donde vive la pureza.
Me interesó conocer al poeta y pronto estuvimos charlando. Era un
gitano de pura cepa que vivía la poesía como un don. Juan Vargas
Monje, quien asumía en su sobrenombre de cantaor estar poseído
por la divina locura de la creación: «El loco romántico». Un hombre
limpio en el mundo hostil, apóstol de la libertad y mártir de la belleza.
Venía acompañado de su incansable amigo el pintor Pepe Sumariva.
Entre los dos acababan de publicar, en 1985, el libro Pataleando. Poemas de Juanete Monje Silvestre -así firmaba-, ilustrados por Sumariva,
una pequeña obra de arte bibliográfico -en su doméstica sencillez-.
En ellos se nos revela un autor eternamente niño, que alcanza la sabiduría de los bienaventurados: … que el ser mayor es la primera muerte/ de
un mundo sin futuro. Conmueve la nobleza con que Juanete escribe las
más profundas verdades. Parece la inocencia de aquellos que se encuentran en estado de gracia. Vitalista libertario y profeta de la naturaleza, estaba convencido de su verdad y la quería compartir con nosotros. Juan Vargas amaba la vida y eso le llevó a hacer camino, como
en los versos de Machado, al andar. Se pateó tierras de España y Portugal, conociendo su variedad de paisajes y gentes. Se quedó a vivir y a morir, ay- en Granada, donde habitaba una cueva del Sacromonte.
En el barranco del Hornillo, cuatro días después de su desaparición,
en mayo de 2004, hallaron el cadáver de quien había nacido en Jerez
en 1953.
En 2008 la Diputación de Cádiz editó El loco romántico: naturaleza
viva, bello volumen que recoge una recopilación de textos de Juanete
realizada por Yhamile Jojo, su compañera sentimental y madre de su
hijo Sol. El prólogo a cargo de Juan José Téllez se titula «La otra cara
del mito del buen salvaje». Téllez lo describe como «moreno, divertido y enorme», confiesa que le hubiera gustado «compartir con él mesa
y mantel, o su estremededora y voluntaria pobreza», y se refiere a su
muerte, violenta a causa de un politraumatismo «de muy probable
etiología accidental», según la autopsia. Por su parte, Yhamile explica
JUAN VARGAS MONJE, POETA Y CANTAOR JEREZANO (IZDA.)
que el manuscrito de Vargas Monje «es el pasatiempo de un ser que
convivía con la soledad, la disfrutaba y la habitaba, trayéndome de allí
un vuelo a lo Zen, y remitiéndome, sin saberlo él, al Kundalini Yoga
cuando practicaba, con tanta convicción, un descubrimiento
psiconeuronal removiendo la parte viva de su propia fisiología». Sugiere la recopiladora que el autor había llegado a «redescubrir, con su
propio paso contemplativo, las ciencias sin previa influencia». Sabiduría innata del que fue prescindiendo de todo hasta dar en lo esencial. En uno de los poemas del libro, Juanete se describe como vagabundo: Con un trocito de ná/ yo me siento muy feliz,/ y hay quien tiene mucho/
y no puede ni vivir.// Por eso yo no quiero dinero,/ quiero vivir mi vida como la
llevo. Más allá del tópico, Juan Vargas Monje se sabía encarnación de
su propia filosofía.
EL FARO
6
Abril 2010
Cultura/Viajes
Capri, la ensoñación de Axel Munthe
CONSUELO
DE ARCO
Es admirada por escritores, poetas, músicos, la joya que da al golfo de Nápoles,
donde hay que agachar la cabeza por el casi
seguro roce de una gaviota que busca como
darte la bienvenida. Su puerto de Marina
Grande, y el recorrido panorámico por la
carretera hacia Anacapri es un verdadero
alucine. Nos sube un autobús pequeño
como la isla y empieza mi corazón a latir
desacompasadamente, camino de mi sueño hecho realidad. Mi compañero el escritor Antonio Costa no esconde una sonrisa
de complicidad y placer por haber conseguido su objetivo de seguir los pasos de su
poeta preferido Rainer María Rilke.
Vamos admirando la panorámica vista y
comprendiendo por qué es la isla más famosa del mundo.
Cuesta arriba, vamos viendo mar, paredes rocosas, plantas, acantilados, los
farallones con su forma extraordinaria, casas pintorescas, dando la impresión de que
todo es una obra de arte celestial. Ya en la
parte alta de Anacapri, situados en la plaza
Victoria, nos decidimos a continuar por una
calle peatonal estrecha, llena de tiendas a
los lados, cogidos de la mano con pasos
ligeros, como si nos estuviera esperando el
médico más joven de esa época, para tomar un vino de las uvas de Falanghina,
Biancolella y Greco.
Quedo muda al traspasar el umbral de la
Villa San Michele, donde Axel Munthe
construyó piedra a piedra su paraíso sobre
los cimientos de la casa de Tiberio, utilizando todo lo que veían sus ojos, llenos de
amor y de arte (él se dedicó a coleccionar
arte desde jovencito). Seducido por los encantos de la isla, se queda a vivir rodeado
de sus amigos, animales, a tal punto que
compra una montaña (Barbarossa) deteniendo así la caza indiscriminada de aves
migratorias. Discípulo del doctor Charcot
y médico de la aristocracia italiana, sus pacientes lo seguían hasta su villa, pasando
largos periodos de convalecencia, entre
ellos la reina de Suecia Victoria de Baden.
En sus jardines mirando al mar, luminosos, se respira paz y un algo especial flota,
seguro que es su alma noble, generosa,
compasiva con el dolor de sus semejantes,
a tal punto que no recibía retribución alguna de los pobres.
En sus estancias encontramos bustos
romanos, esculturas de una esfinge etrusca
y otra egipcia, («hay que sobarla para que
traiga buena suerte»), en su alcoba su cama,
muebles de la época, una pequeña máquina de escribir, y sobre la mesa un libro abierto y una cabeza de medusa. En otra estancia encontramos una necrología de Munthe
en un periódico de 1942 donde dice Indro
Montanelli: «Murió Axel Munthe en Suecia con un pasaje para Capri en su bolsillo». El manuscrito de la primera edición
de La historia de San Michele, realizada en
Londres en 1929, y versiones en otros idiomas. Numerosos objetos de arte, diosas,
cupidos, el joven que tenía una gota de agua
en la barbilla, fotografías, recortes de diarios. Ese pasillo largo con una mesa preciosa que va a los jardines, mármoles antiguos de la época de Tiberio, su busto sobre
una columna que yo abracé en un jardín
lleno de multicolores plantas. Desde la esfinge egipcia se mira a lo lejos la costa
amalfitana.
Invito a seguir leyendo su libro sobre la
villa San Michele, es un libro que enamora,
donde él cuenta las anécdotas de su vida
como estudiante, después como médico,
como ayuda a combatir el cólera en Nápoles
con sus dosis de láudano ( yo utilicé láudano
en una siembra de tomates cuando era agricultora en la tierra del cacique Zipacoa, en
la provincia de Bolívar, Colombia). Para mí
fue una joya inevaluable la visita a este lugar y seguiré tras las huellas en Capri de
Neruda, Byron, Graham Greene, Goethe
y el poeta de mi novio, Rainer María Rilke.
EL ESCRITOR SUECO
AXEL MUNTHE, QUIEN
SE ESTABLECIÓ EN
LA ISLA DE CAPRI,
EN DONDE CONSTRUYÓ
LA VILLA DE SAN
MICHELE, EN EL PUNTO
MÁS ALTO DE LA
MISMA, JUSTO EN
EL LUGAR QUE
OCUPARA
ANTERIORMENTE
LA VILLA DEL
EMPERADOR ROMANO
TIBERIO. ALLÍ RESIDIÓ
LA MAYOR PARTE DE
SU VIDA
EL FARO
7
Abril 2010
Cultura/Viajes
La iglesia negra de Kronstadt
JOSÉ
ENRIQUE
SALCEDO
¿Qué hace esa gente que aúlla por la calle?
Acompaña a un cortejo de hombres armados con lanzas y espadas, hombres con cotas
de malla y cascos y mantos. Toda la comitiva
ha salido del «Bastión de los Tejedores». Aligero el paso -entre curiosos y fotógrafos- para
aproximarme al cortejo medieval, animado
por los músicos que hacen resonar trompas y
tambores y por la gente que aúlla en el séquito con antorchas de fuego en las manos. La
nieve enseñorea las calles de la ciudad, después de tres días de nevada intensa. Alcanzo
la cabeza del desfile, admiro a los guerreros y
a los abanderados, y nos metemos por la pintoresca calle Sforii (siglo XIV), una de las más
estrechas de Europa. Alegremente, detenemos el tránsito de los coches por la calle
Gheorghe Baritiu, y nos llegamos hasta el
Bastión Graft, en la parte exterior de las antiguas murallas de Brasov. Allí se fingen unos
desafíos y unos combates singulares entre los
infantes del cortejo.
Después me dirijo a la Puerta Ecaterina
para ver cómo va otra comitiva: hay tantas
personas como letras del lema que se quiere
exhibir durante el recorrido, un lema que alude a la «Taria Cetatii...», o sea, a la fuerza de
la ciudad, que depende de la unidad de los
ciudadanos. «Taria» es, por sí mismo, el nombre de una bebida alcohólica muy fuerte.
Acompaño a toda la fila de niños, mayores,
jóvenes. Yendo por el paseo nevado al pie del
monte Tâmpa, hablo con los niños que encabezan la comitiva, dirigida por una mujer,
quien les pregunta sobre los monumentos más
notables de la ciudad, que en vista panorámica se pueden distinguir iluminados de noche.
Ha sido un placer visitar la Iglesia Negra y
admirar los símbolos alquímicos que dejaron
los caballeros sajones quienes, en su expan-
sión hacia el sur, se establecieron en la tierra
transilvana de Bârsa y edificaron este templo
gótico. Del conocimiento de los misterios
templarios, dejaron el testimonio en la Virgen Negra de una pintura mural en la entrada
lateral dirigida al norte.
La iglesia que los caballeros sajones comenzaron a construir en 1383 sobre una iglesia
románica del siglo XIII fue destruida en 1421
por la invasión turca. Al año siguiente se inicia la reconstrucción, que concluye en 1480.
Iancu de Hunedoara hizo una espléndida donación en 1444 para la reconstrucción. Por
este motivo se ve su blasón en el interior, junto
al escudo de la ciudad.
Hubo un hombre destacado, Iohannes
Honterus (1498-1549), miembro de la Reforma luterana, y primer pastor evangélico de
Brasov entre 1544 y 1549.
Fue un eminente humanista, impresor (preocupado por publicar, sobre todo, los clásicos cristianos y antiguos), editor (la curiosa
obra musical Odae cum harmoniis, 1548, entre
muchas otras), cosmógrafo y cartógrafo. Creó
una notable biblioteca. Su casa perdura hoy
frente a la Iglesia Negra. Vivió en la época
floreciente del Renacimiento, y recorrió toda
Europa dejando publicaciones propias por
doquier, desde la primera en Cracovia en
1530. Fue contemporáneo suyo Nicolaus
Olahus, otro gran humanista de Hermannstadt
(Sibiu).
El 21 de abril de 1689 hubo un gran incendio en la ciudad. La Iglesia de Santa María,
de la que hablamos, quedó destruida en gran
parte por el fuego y abrasada por otras zonas. Desde entonces se le da el nombre de
«Iglesia Negra».
Entre 1689 y 1772 se reconstruyó. Y sos-
pecho -de acuerdo con Fulcanelli- que, debido a esas operaciones nuevas, en aquellos lugares donde ahora sólo hay inexpresivos adornos vegetales se han perdido los símbolos
herméticos.
Si alguien levantara la vista y viera el león
alquímico en cierto arco de la izquierda, no
sabría el significado del animal, pero se quedaría embobado con el escudete que guarda
inscrito el año 1710. Si otro, turista tal vez,
alzara su mirada y viera dos sirenas aladas
uniendo sus dorsos y portando un escudito
con la fecha de 1714, apreciaría su encanto,
pero quizá no el simbolismo callado de esas
figuras. Otro podría dar con la fecha de 1654
en el vestíbulo del Pórtico de la Virgen, pero
¿qué significan todos esos iconos? En la Casa
Muresenilor han explicado esta rica
simbología, y les ha gustado a mis amigos la
disertación. La Iglesia ha tenido restauraciones posteriores en el interior entre 1981 y
1984. Se supone que la UNESCO habrá respetado el original Pórtico de la Virgen.
Mis amigos de Brasov me cuentan una leyenda, según la cual hay galerías subterráneas
que comunican la Iglesia Negra con la mayoría de las casas nobles de la ciudad. Así se
reunían en secreto los cofrades templarios sin
ser vistos. Todo esto es negado por los actuales guías del monumento, dicen que no hay
hueco en el subsuelo de la casi catedral.
Cuando paso de noche ante los contrafuertes del exterior del ábside, me fijo en sus
hieráticas imágenes. Ahí, el apóstol Santiago,
patrón de los alquimistas, bajo el solio de piedra; allí, el obispo; más allá, el andrógino coronado que sojuzga con su arma una figura
infrahumana que se revuelve a sus pies. ¡Qué
pensaría Bécquer!, ¡qué murmuraría ValleInclán!
EL FARO
8
Abril 2010
Cultura/El Canto del Urogallo
Los Alcázares de la memoria
PEDRO
RODRÍGUEZ
PACHECO
… y ahora hablemos de Fernando de
Villena. Antes de conocerlo personalmente
lo había hecho de la mejor manera que conviene a un poeta, por sus versos. Y si es verdad el dicho evangélico de que por sus obras
les conoceréis, éstas eran magnificas y envidiables, que es esta sublimidad la que determina los territorios fulgurantes de una creatividad cenital… Años después habría de
tropezármelo en Lanjarón. Me había presentado al premio Juan Gutiérrez Padial y él estaba en el jurado junto con Antonio Sánchez
Trigueros, Emilio Orozco, F. Gálvez López y
el mismo Gutiérrez Padial… El día de la entrega del premio le conocí personalmente y,
luego, también con motivo de un premio,
Ciudad de Jerez, se me presentó, en carta
emocionante que guardo en su física y elegante grafía, José Lupiáñez y, casi de inmediato, Antonio Enrique y, ya, Ángel Moyano,
Enrique Morón, Juan León que en gracia de
Dios se encuentre haciéndoselo pasar bien
entre sátiras inmensas e intensos poemas de
amor, vida y muerte. Pero de todo esto -hace
ya veinte años- di cuenta en un artículo –»Viaje, amistad y poesía»– publicado en El periódico del Guadalete, un uno de abril de 1990…
Desde aquel lejano 1983 de mis premiados
Los lujos corporales y El largo eclipse de Épsilon, la
amistad, la fraternidad y la admiración han
sido como un ininterrumpido fluido de vasos comunicantes que, en lo que a mí se refiere, me ha determinado y ha sido determinante de que, en inolvidables viajes a Granada, lo hiciera acompañado por personas hospedadas, entonces, en mi corazón y que quería que, al igual que yo, gozaran de la amistad
de mis granadinos. Y así fui el introductor de
Javier Sánchez Menéndez, Enrique Rodríguez
Baltanás y Manuel Mantero; como, con éste
último, ejercí igual cometido con Miguel García Posada aunque, ahora, al parecer, y en
memorias públicas, parece ser, que el crítico
sevillano se presentó espontáneamente en
Sanlúcar la Mayor a rendir pleitesía al autor
de Misa Solemne…
Y así, cumplidos los extremos de la amistad, entremos en los excesos de una obra
impecable, bella, de una coherencia implacable en la que el mayor acierto ha sido unir
clasicismo y contemporaneidad, sin desdoro
para ninguna de las partes: la admirable tensión entre los tiempos de la Edad de Oro y la
inteligencia e intuición de ser hijo de un tiempo concreto, se realiza de una manera armónica de forma que se concreta en la unicidad
de esos dos centros dinámicos, significante y
significado de toda su obra, tanto la esencial
–poética– como la complementaria –narrativa, novela, ensayo, memorias– en conjunto
armónico, definidor de un estilo, de una impronta personal que marca identidad y determina diferencia.
Al hablar de la Edad de Oro distingo, Renacimiento y Barroco; el primero en su vertiente formal: asentamiento del escandido
versal, acentual, rítmico y estrófico y el segundo, como consagración de toda esa argentería formal y dispensador de una ideología
definida en su gran conquista: el poema, como
un ente absoluto, diferencial, complejo; dis-
EL ESCRITOR FERNANDO DE VILLENA
tinto en cuanto a su lenguaje, su arquitectura
interior, lexical, sintáctica, semántica, es decir, continente y contenido en un todo absoluto en el que todos sus componentes,
retóricos y estructurales, concurren en la perpetración de alcanzar un lenguaje estrictamente poético, un lenguaje sólo útil para la poesía. Esta tradición dorada es el primer foco
que conforma la obra poética de Fernando
de Villena y, como ejemplares, títulos tan significativos, En el orbe de un claro desengaño, La
tristeza de Orfeo, Amar lo efímero, Vos o la muerte,
Pensil de rimas celestes o, tan significativa y
ambiciosamente, Soledades tercera y cuarta, en
los que, la creación del gran poema cíclico y
unitario, terminará consiguiéndose, espléndidamente, en ese libro magistral que titula, Los
siete libros del Mediterráneo.
Ser hijo de un tiempo, asumir el tiempo,
los cortes sincrónicos de época, sin renuncia
de ese orbe vital que ha sido el venero nutricio que ha sustentado tan continuo esplendor, es signo definidor del gran poeta… «Mediterráneo» es la culminación portentosa de
una obra en marcha, en el sentido juanramoniano de la formulación; dicha culminación
hay que entenderla como ininterrumpida
marcha hacia el vasto dominio de una creatividad incesante que se apoya en sus antecedentes y, asegurado en ellos, se abre a los consecuentes intactos, vírgenes, propiciatorios.
La obra en marcha, configurándose en sus
motivos y en sus afectos, en los fastos celebrados y en las catástrofes dolidas, en esa
continuidad de los esquejes y túrdigas de sueños y dolencias: la vida, el ser y estar en el
tiempo y sus actualidades imprevisibles, es
decir, el otro polo tensional que pule y trasciende la anécdota diaria, su concedido y encendido acontecer. Y así, ese bullir versal que
asume desengaños, frustraciones, temores,
gozos, plenitudes, paisajes: clamores de las
ansias del corazón y música, tanta música y
color en esos frisos armoniosos de la vida del
poeta, Poema de las estaciones, Año cristiano,
Arco de Rosales, Libro de música, Las horas del
día… Y, ya, el avizoramiento de la edad y sus
pérdidas y el refugio en el ámbito de la amistad, el amor, el perfumado amor: Conticinio,
Por el punzón oscuro, La década sombría, La hiedra y el mármol… El día a día que salva sus
portentos y llora sus penurias, verso a verso,
trascendentes versos que destellan y
sustantivan la real función de la poesía «el
vasto dominio» del mundo interior y exterior
del poeta Fernando de Villena.
Uso con plenitud el título aleixandrino porque la impronta creadora es vasta en extensión y plena en dominios y facultades. Nada,
genéricamente, le es ajeno. Desde el relato,
«Las mariposas negras», a las novelas, Rélox
de peregrinos, Atlántida interior, La casa del indiano, La primavera de los difuntos, Sueño o destino,
Iguazú o su última, El testigo de los tiempos han
ido componiendo un inmenso mural en el que
personajes, paisajes, situaciones, tiempos en
una variedad asombrosa y unas facultades
léxicas tan absolutas por las que hasta el lenguaje de los personajes se adaptan a las
formulaciones idiomáticas y morfosintácticas
de las épocas y tiempos que recrea. Esta gran
variedad de espacios escénicos y personajes
arquetípicos es común denominador de todos esos escritos, desde Rélox de peregrinos pasando por La casa del indiano y terminado con
Iguazú. Esta multiplicidad episódica de tipos,
de evoluciones paisajísticas, se completan con
las transustanciaciones genéricas: hay biseles
de novela bizantina, de novela picaresca, novela fantástica, costumbrista, realista,
autobiográfica, mágica, embridadas con certero pulso y seducente fuerza de quien es
dueño del idioma, conoce pericialmente los
resortes de la lengua y, al conocerlos con tantas potestades, toda creación adquiere ese
perfil insoslayable de quien, por encima de
todo, es un espléndido poeta que no renuncia a los efectos propios de la poesía, la metáfora y la imagen…
Queda la vida ahí con sus hervores y sus
fallecimientos, pero la memoria levanta sus
alcázares y preserva en ellos todo lo que es
caro al corazón, a la inteligencia y a la sensibilidad. He levantado estos alcázares y sus
torres, las he nutrido de «los arqueros finos»
de los que decía Lorca de Sevilla y de sus
poetas. En estos alcázares, desde sus torres,
disparan sus flecha de oro, Fernando de
Villena, José Lupiáñez, Antonio Enrique,
Enrique Morón, Antonio Carvajal, mis granadinos supremos, unos con más asiduidad y
cercanía a la diana del corazón, «Versos al
corazón» ¿recordáis? Hay otras torres, otros
arqueros, pero hoy, ahora, hablamos de Fernando de Villena y él sabe que pese a los
aconteceres infaustos que en toda vida ocurren, él es, ha sido y será, por las vastas estancias de los alcázares de mi memoria, pebetero en el que arde el incienso y la mirra de la
mejor poesía, la que, flecha de oro, siempre
llega y se hospeda en el corazón, el alcázar
supremo de toda memoria, de toda vida, «Búscame siempre en mi palabra escrita», ¡Qué
hermosura, Fernando, esa hiedra rampante
por el mármol perenne!
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