EL FARO 1 Abril 2010 ABRIL 2010 PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 14 Manuel Azaña FCO. GIL CRAVIOTTO En mi paseo de hoy me acompaña don Manuel Azaña. Quiero decir un libro de don Manuel Azaña. Azaña es para la derecha española lo que Voltaire es para los curas y frailes: la insoportable bestia negra que odian y en el fondo y por más que traten de disimularlo, envidian y admiran. Esto último se percibe en la cantidad de veces que, llegado el caso, lo citan y plagian. Cada vez que en un discurso de estos salvapatrias oigo una frase de Azaña, o percibo más o menos disimuladas sus huellas, no puedo evitar una sonrisa. Con cuanto gusto, digo para mí, tu abuelito lo hubiese llevado al paredón o a la cámara de gas de sus amigos los nazis. Los primeros libros que yo leí de Manuel Azaña los conseguí a través de un librero de viejo, el señor Tarifa, quien un día, después de larga cháchara sobre la guerra de España y los asesinatos fascistas, se atrevió a descubrirme, a la hora del cierre, el templo de sus tesoros. Era un cuartucho insignificante, pero provisto de recia puerta de roble y doble cerradura, sito en el tercer piso de una casa de vecinos de la calle San Juan de los Reyes de Granada. Allí tenía el librero todo cuanto no se atrevía a llevar a su tienda, tesoro al que tan sólo unos pocos privilegiados, de absoluta garantía, podían acceder. Yo era uno de ellos. En aquel cuchitril, tras largo y fructífero regateo, siempre insistiendo en que conmigo no tenía peligro alguno, conseguí hacerme, a un precio relativamente aceptable, con varios libros de Azaña y alguno de nuestro llorado Federico. Antes de salir del cuartucho, el librero me hizo un paquete, tan primorosamente acabado, que cualquiera que se hubiese fijado en mí en la calle, habría pensado que llevaba un pastel o un pan de estraperlo. Después, en casa, antes de abrir la primera página, forré uno a uno todos aquellos libros y luego los fui colocando en portadas y lomos los títulos que me fueron pareciendo más acordes con la triste situación que padecíamos en España. El forro de uno fue dedicado a Pemán y su Divino impaciente; el de otro, a Escrivá y Balaguer –todavía en este mundo– y su Camino; el de un tercero al padre Venancio Marcos y sus adormecedores sermones radiofónicos. De esta manera, si un día se le ocurría a mi padre o a algún beatón amigo de la familia darse una vuelta por mi cuarto, no habría el menor peligro; incluso quedarían gratamente impresionados. Sería muchos años después cuando, ya en París, un día me decidí a comprar las Obras Completas de Manuel Azaña (editorial Oasis, México) en la desaparecida Librería Española de la rue de la Sena. Vaya para esta librería, que duran- DON MANUEL AZAÑA, PRESIDENTE DE LA SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA Y ESCRITOR EVOCADO EN UN NUEVO CAPÍTULO DEL LIBRO INÉDITO ORILLAS DEL SENA, POR EL AUTOR DE ESTE ARTÍCULO te medio siglo tan meritoria labor vino desarrollando en pro de la cultura de nuestro país en Francia, todo mi emocionado recuerdo. Esta modesta librería y la editorial Ruedo Ibérico fueron las dos luminarias que, en tierras galas, mantuvieron vivo el fuego sagrado del republicanismo español en el exilio. El Manuel Azaña que hoy viene conmigo todavía no había provocado las iras de los gerifaltes de la derecha española. Seguramente, ni a él ni a ninguno de sus muchos enemigos, se les había pasado por la cabeza que un día pudiese ser el presidente de la Segunda República. Mucho menos que pudiese presidir una guerra fratricida. Es un Azaña joven, poco más de treinta años, pues se trata de un libro –quizás sería mejor decir un cuadernillo– que escribió entre 1911 y 1912 cuando, becado por el gobierno de España, permaneció en París un par de años. A mí me ha llamado poderosamente la atención la sencillez y veracidad con que el joven Azaña – 32 años– describe los alrededores de París. Valga de ejemplo este fragmento de una carta que dirige a un amigo de Madrid, José María Vicario, y lleva la fecha de 2 de marzo de 1912. Casi un siglo: La otra semana hice la primera excursión. Nos embarcamos en un vaporcillo y, aguas arriba, fuimos hasta Charenton; allí tomamos tierra y anduvimos a la aventura por un camino desconocido. Seguíamos a lo largo de un canal, prudente y callado como todos los canales. Una barca enorme remolcada por un caballo iba delante de nosotros. El sol pasaba por entre los troncos verdinegros de los árboles. A la derecha corría un río de verdad, sin muelles, ni barcos, ni atracaderos. Los árboles llegaban hasta la orilla; pescadores de caña aguardaban pacientemente su fortuna. Un gran molino dejaba oír el fragor de sus máquinas; más lejos, praderas verdes, casas de campo, humaredas vagas. A nuestra izquierda un monte y entre el monte y el canal una hilera inacabable de casas sombrías medio ocultas por los árboles; este es el gran secreto: nunca sabes en Francia donde se acaba la ciudad y empieza el campo. Salvo el viaje en el vaporcito –ahora sería en el RER– y la alusión a la barcaza remolcada por un caballo –los famosos chemins d´halage de los ríos y canales de Francia– todo lo demás que le cuenta don Manuel a su amigo podría muy bien corresponder a los alrededores de París del momento actual. Bastaría con que retrocediéramos unos pocos kilómetros más hacia la gran banlieue para que todo fuese exactamente igual que lo refiere Azaña. No ocurre igual con este fragmento de su diario –ya en 1911 empezaba su gusto por los diarios– en el que el futuro presidente de la República nos da cuenta de una visita a Suresnes, ahora convertido en el populoso barrio de La Defense, indiscutible centro comercial y sede de importantes empresas industriales. Merece la pena la cita. EL FARO 2 Abril 2010 Cultura/Narrativa Hemos hecho una excursión a Suresnes. En el vaporcillo por el Sena. El río está espléndido. Más allá de Auteuil, el monte de Meudon al fondo, los bordes frondosos. La luz; el agua azul brillante. Después el brazo tranquilo del Sena. Las márgenes de Longchamp. En Suresnes hemos seguido por una calle o carretera, dejando la gare a la derecha; remontamos una altura; después a nuestra derecha, rectos hacia la fortaleza del Mont Valerien. Huertecillos a una parte y otra. De pronto, entre una casucha y un cercado de árboles, una vista incomparable de París. A nuestros pies las casitas desperdigadas de Suresnes, los tejados rojos. Un poco de río. La masa profunda de verdor del Bois de Boulogne, que sube en ligero declive. Corónalo el caserío de París, que se extiende cómo una franja blanca, entre la arboleda del bosque y el cielo azul. Líneas suaves, difusas. Unas nubes posadas serenamente. Aparece el Arco de la Estrella, destacándose con una majestad sublime, macizo, solemne, sobre los tejados. Otra vez el vaporcito. En este siglo XXI el viaje sería en Metro o RER. Rascacielos de más de treinta pisos se alzan ahora en lo que antes era Suresnes. Una ciudad cosmopolita y populosa, con más habitantes que Versalles, que se extiende por Suresnes, Puteaux y Nanterre, ocupa el espacio de los antiguos huertecillos. Sin embargo, el verdor del Bois de Boulogne continúa intacto, así como la panorámica hacia París. Sigue la descripción de Azaña: A la izquierda, en el fondo, surge la Butte, el fantasma blanco del Sacré-Coeur, sobre la colina oscura. El sol hiere unas veces, otras se oculta. La basílica aparece o desaparece a nuestros ojos, como en una obra de magia. Vemos correr las manchas de sombra, brillar y extinguirse los rayos de sol, según la marcha de las nubes. Todo de ensueño, entre gasas aparece en una calma divina. ¿Es ahí donde millones de gentes se atropellan por las calles? En aquel entonces París ya era un hervidero de gentes. ¿Qué pensaría si pudiese ver el París actual a la hora punta de la mañana o tarde? ¿Y si nosotros pudiésemos ver el París del siglo XXII o el XXIII? Sólo pensarlo produce vértigo. Quizás lo más sugerente de toda esta página sea la llegada de la noche y el toque lírico con el que Azaña termina su descripción: Anochecer; oro en el cielo y en el agua. Nubes rosas. Alegría del campo que se comunica; emoción y entusiasmo. ¿Cantar? ¿Llorar? Ser buenos y felices. ¿Se podrá expresar con menos palabras y más emocionado lirismo lo inefable de un atardecer? La prisión de los espejos JOSÉ VICENTE PASCUAL ¿Cómo reaccionaría una persona normal si, por azares de su profesión, llegase a tener pruebas de una monumental confabulación entre políticos corruptos, tiburones de las finanzas y distinguidos miembros de la más exquisita burguesía de su ciudad? El psicólogo Marc Viadiu no es una persona normal, ni sus planes y último propósito en esta historia son en absoluto normales. Por otra parte, ninguna novela se detiene demasiado –ni tiene porqué–, en los afanes habituales de la gente corriente y con vocación de seguir siéndolo a perpetuidad. El descubrimiento de esta trama de poder, sobornos, cohechos y maldad que no se detiene ante nada y es responsable del asesinato de uno de sus pacientes, lleva al psicólogo a una arriesgada determinación. Se presenta en la apartada y lujosa mansión de uno de los dirigentes de la perversa, «honorable sociedad» y le expone sus condiciones. Es un pacto que, sabe, «ellos» no van a aceptar. Ambientada en la Barcelona actual, ciudad que vuelve a convertirse en territorio literario merced a la eficaz prosa del autor, La prisión de los espejos desentraña con espléndido desparpajo una intriga compleja y al mismo tiempo colmada de sencillez. Compleja por cuanto lo son aquellas maquinaciones inhumanas del poder, la avaricia y el ansia de supremacía. Sencilla porque, en el fondo, todo se resume en el diabólico juego eterno: ser depredador o víctima; vivir o morir. Entre ambos extremos, una interesante triada de personajes: el psicólogo Marc Vadiú, la madura, sentimental y en extremo lúcida Mercedes y el campesino Albiol –quizás el mejor conseguido de los tres–, establecen un subyugante juego de identidad en el caos de una historia vertiginosa: quién es cada cual, qué motivos les mueven y por qué se han involucrado en esta trama de voluntades en desafuero, es el enigma fundamental de la novela, el cual se resolverá de forma ingeniosa y con notable solidez narrativa. Se echa de menos en esta novela, sin embargo, un más concienzudo trabajo de edición, el cual debería haber «depurado» del texto algunas expresiones en exceso reiteradas y alguna que otra situación demasiado forzada, las cuales restan verosimilitud al conjunto del argumento. Sin embargo, considerando los niveles de desinterés hasta los que se desmorona hoy día la edición en España, no podemos poner ninguna seria objeción al autor ni a El Baile del Sol, modesta editorial tinerfeña que se ha encargado de llevar a imprenta esta novela. En este caso los «peros» no menoscaban el resultado final. Escrita con infrecuente brillantez para un autor de su edad, depurado estilo y no poca ambición de conseguir una obra llena de intriga cuya acción atrape al lector desde el principio, la novela evoca en algunos memorables intervalos a maestros como Mishima (El color prohibido y su «prisión de los espejos») y Paul Auster (Ciudad de cristal), sensación muy de agradecer en un autor que, desde su radiante juventud, manifiesta un compromiso inequívoco con la literatura en estado puro, el gran arte de narrar sin concesiones a la baratura comercial ni desaliento ante lo difícil de este reto. Es la apuesta, admirable, del escritor más prometedor de su generación. Una generación, todo hay que decirlo, aún no nacida. Rafael Martín Masot (Granada, 1989), prodigiosamente se adelantó con Abulagos (2004) y La luna eclipsada (2006), al surgimiento de las nuevas voces que, acaso, lo acompañarán en el futuro como máximos exponentes de la narrativa española. EL FARO 3 Abril 2010 Cultura/Narrativa Los enigmas del convento JOSÉ ANTONIO SÁEZ Benedicamus Domino (Adoremos al Señor) es la novela con la que la escritora Ángela Reyes, nacida en Jimena de la Frontera (Cádiz), pero residente en Madrid desde su más tierna infancia obtuvo el XV premio de novela «Ciudad de Majadahonda». Esta obra ha tenido, que sepamos, dos ediciones hasta la fecha: una en editorial Everest (2008) y otra en editorial Nostrum (2009) y en verdad que se trata de una novela excepcional por muchos aspectos. Ángela Reyes es autora de una vasta obra que ha repartido entre dos géneros literarios: la poesía y la narrativa, alcanzando en ambos notables reconocimientos que son prueba de su talento y del reconocimiento que de año en año va alcanzando una producción literaria tan personal como es la suya. Daremos cuenta aquí de sus títulos narrativos más sobresalientes: Crónica de un lirista naufragado, Morir en Troya (Premio Juan Pablo Forner) Adiós a las amazonas y Cuentos de la Arganzuela. Del mismo modo, es digna de destacar su labor al frente de la asociación Prometeo de Poesía, siempre de la mano del poeta Juan Ruiz de Torres, ambos cofundadores de la misma. La novela que nos ocupa está ambientada en el convento de la Encarnación de Mujarna, lugar imaginario pero totalmente verosímil, y se inicia un 29 de octubre de 1981, a las 10 de la mañana, alcanzando su final en el mismo lugar y en la misma fecha hacia la una de la tarde. Parece increíble que en tan pocas horas como las que transcurre la acción desarrollada en ella pueda sucederse un tan trepidante número de sucesos como los que aquí se narran con tal maestría y rigor, con semejante carga de intriga y pasión que el lector se ve atrapado por la trama desde las primeras páginas de la novela y hasta un total de 352 con las que cuenta. Varios son los enigmas que plantea la obra, y diversos los caminos que confluyen en el universo de Mujarna. Por un lado, digamos que la acción principal se cierne en torno a la muerte en condiciones extrañas de una de las hermanas, Margarita, la cual había comenzado a levitar, según el resto de sus compañeras en 1960. La hermana Margarita muere tras caer a tierra después de una levitación, llevándose un fuerte golpe en la frente que en principio habría causado su muerte. Pero un ambiente de fraude y de sospecha se difunde por el aire, de tal manera que el padre Benitico se verá obligado a abrir una investigación entre las monjas para intentar descubrir la verdad de los hechos. La madre superiora parece la más interesada en que se sepa «la verdad» que ella defiende y difunde entre las hermanas para que no puedan darse contradicciones en sus declaraciones. Pero el control que ejerce sobre ellas no parece tan omnímodo como pudiera creerse. Todas estas mujeres, al fin y al cabo, piensan y sienten como tales, además de tener sus motivaciones religiosas más o menos legítimas o fundadas. Cada una de ellas tiene su pasado fuera del convento y ese pasado va poniéndose de manifiesto, en algunos casos, casi desde el principio de la novela, como ocurre con Jimena, la novicia violada por su propio tío y acogida en el convento tras el suicidio de su madre, una vez que ambas son abandonadas por su padre. La joven Jimena, discípula de la hermana Margarita, la levitadora, es también la encargada de los menesteres más humildes en ÁNGELA REYES. PORTADA DE LA SEGUNDA EDICIÓN DE SU OBRA relación con ella, pues entre sus ocupaciones diarias están las de asearla y vestirla. El lector va así conociendo el pasado y el presente de cada una de estas mujeres que también son religiosas y sus días transcurren con la monotonía y regularidad de cualquier convento entre las horas de labor (repasando el bordado del manto de la Virgen del Saliente), las tareas culinarias o de aseo personal, los momentos de oración y descanso, etc. Pero también entre ellas, como seres humanos que son, se crean lazos afectivos y sufren las debilidades de la carne como celadas urdidas por el mismo diablo. El convento se convierte así en lugar de refugio y acogida para una pequeña congregación de hermanas que no pierden su condición de mujeres y que en muchos casos están férreamente marcadas por su pasado mundano. Uno de los enigmas de la novela está en el papel que desempeña la retirada del mar de las proximidades de la localidad. Las gentes de Mujarna se pasan la vida añorando el mar, su regreso, pues el mar significaba el futuro y el progreso para el pueblo. Viven esa retirada como una maldición bíblica incomprensible para ellos, seres inmersos en la fatalidad, en el fanatismo y en el analfabetismo. Gentes que asisten a su propio derrumbe junto al derrumbe de la tierra en que hunden sus raíces. Puede que también las pequeñas catástrofes que se relatan en la obra se conviertan en aliadas de esta otra gran catástrofe mayor: la retirada del mar. Así, por ejemplo, las inundaciones que sufre el pueblo que terminan por provocar su ruina prácticamente total. También el convento de la Encarnación vive sus días peores y sobrevive con dificultad manifiesta bajo la amenaza de su cierre, lo cual está empeñada en evitar a toda costa la madre superiora, quien se esfuerza, con increíble tesón, por ocultar los escándalos vinculados al mismo y por contribuir al buen nombre de la congregación allí residente. De ahí la necesidad de «inventarse» las levitaciones de la hermana Margarita y que el pueblo ignorante y arruinado mire a la novicia Jimena como a una posible santa, con la potestad de hacer milagros, pese a que ella insiste en quitar a las gentes que así la consideran la venda que ciega sus ojos y sus men- tes. La frágil y quebradiza Jimena, quien siente las tentaciones de la carne como alucinaciones provocadas por el diablo y hasta sufre un embarazo imaginario tras un fugaz encuentro amoroso. Los conflictos parecen perpetuarse sin que nadie consiga deshacer el montaje que se cierne sobre el convento y el posible asesinato de la hermana Margarita. Sólo muy al final de la novela comienza a recomponerse el ovillo y a ordenarse la madeja, tras la imposibilidad de mantener en secreto el escándalo del embarazo de la novicia y por la persistencia en la investigación del padre Benitico y el padre Letona. No desvelaré a quién pertenece la mano asesina de la monja levitadora ni las condiciones en que se cometió el crimen. Jimena, tras el juicio en que ha de verse envuelta junto a las demás religiosas, la novicia de delicada y frágil salud, tanto mental como física, volverá a ser entregada a su tía, único familiar que puede hacerse cargo de ella, y continuará residiendo en Mujarna, tras el reparto de las hermanas por diversos lugares y el cierre del convento. No parece que haya redención posible para ella sino la de hacer frente a sí misma y a sus fantasmas interiores en el mismo lugar en que ocurrieron los hechos que provocaron su traumático devenir. Ángela Reyes ha dado con esta novela un paso de gigante en la evolución de su trayectoria como narradora. Las insignificantes objeciones que pudieran argumentarse en su contra de ningún modo pueden empequeñecer las excelencias que contiene (una de ellas, a mi juicio, está constituida por las débiles referencias históricas vinculadas con diferentes aspectos de la transición española, entre ellos el golpe de estado del 23 de febrero de 1981, que el lector no acaba de encajar suficientemente en el ambiente y entre los sucesos de la narración). Una gran obra que atrapa al lector desde la primera hasta la última página y que en algunos aspectos vinculados al tema bien podría traernos a la memoria uno de los títulos más significativos de Jesús Fernández Santos: su novela Extramuros. Evidentemente, la obra de Ángela Reyes es una novela personalísima y plena de originalidad que ofrece muestras de un talento narrativo poco común entre nuestras escritoras. EL FARO 4 Abril 2010 Cultura/Entrevista Pedro Juan Gutiérrez, el León tropical ANTONIO COSTA Qué pena que esté cerrado el Café Barbieri, en Lavapiés. Con sus columnas larguísimas y su aire decadente podría sentirse en La Habana Vieja. Esperamos un rato por el ilustrador Xan López Domínguez. Cuando llega le digo: Yo no soy periodista, soy escritor. Y éste no es fotógrafo, es un ilustrador famoso, propuesto por España para el premio Astrid Lindgren. Y él contesta: Y yo no soy escritor, soy un extraterrestre. Nos ponemos a charlar una mañana en una terraza de Lavapiés. Pedro Juan Gutiérrez irrumpió en la Literatura rompiendo retóricas y clichés. Escribe con un estilo vertiginoso, llama a todo por su nombre, rompe con todo lo literario, llena los libros de vida y de olores. Parece que los personajes chisporrotean y van a salir de los libros. Recuerda un poco lo antiliterario de algunos norteamericanos, pero el referente remoto sería Luis Ferdinand Celine, que rompió todo el glamour literario con la primera frase de Viaje al fin de la noche. – Muchos te comparan con Bukovski. ¿Tú qué diferencias ves con él? – Lo que pasa es que los editores tienen que inventar etiquetas para vender a un autor. Y en Anagrama inventaron lo de Bukovski caribeño. Pero yo no tengo nada que ver con Bukovski. Bukovski era un tipo anglosajón, era depresivo, con un terror pánico contra el padre. Yo, al contrario, adoraba a mi padre y mi padre me adoraba a mí, se me murió en mis brazos. No he tenido esos típicos traumas de los anglosajones. Somos latinos, pero yo más que latino soy caribeño, que es como un latino multiplicado por cuatro. – Pero conoces a ese autor – Sí. Pero yo en aquel momento no lo conocía. Se dejaron de recibir libros sobre el 60, 61. Se cerró mucho el país. Se dejaron de recibir libros de España, Argentina y México, que era de donde llegaban. Después se recibieron algunos de Bruguera en las bibliotecas. Yo leí a Truman Capote, Faulkner, Hemingway, en traducciones buenas o malas, pero eran los que estaban en la biblioteca de Matanzas. – No llegó a influirte Bukovski – Quien sí me influyó mucho en esa época fue Truman Capote. Yo leía mucho a Sherwood Anderson, John Doss Passos, Truman Capote. Leía a todos los norteamericanos de los años 50, 60. Y estando en eso choco con Desayuno en Tiffanys. Cuando lo leo me quedé asombrado, no me parece literatura, es tan natural. Me dije: Esto es perfecto. Si algún día yo soy escritor yo quiero hacer esto. – Estudiaste Periodismo – Pasé el servicio militar. En Cuba en el 70, 71 había muchas posibilidades de hacer una carrera universitaria. Podías pedir becas para irte a la Unión Soviética, a Bulgaria, a Checoslovaquia. Yo pensaba estudiar Arquitectura, que era mi locura desde niño, y me fascinaba el dibujo. Y finalmente no pude hacer arquitectura porque tenía que becarme y yo ya estaba trabajando y ya estaba acostumbrado a tener dinero. Yo hacía trabajos para una emisora de radio. Y me dicen: Si empiezas a trabajar aquí tienes que estudiar Periodismo. EL ESCRITOR CUBANO PEDRO JUAN GUTIÉRREZ, FOTOGRAFÍA DE XAN LÓPEZ Esto es lo que menos me imaginaba. Entonces hice Periodismo yendo un día a la semana a La Habana desde Matanzas. Yo tenía una idea muy clara desde el primer momento: no quería estudiar Literatura. Creía que estudiar Literatura me iba a aplastar mi sentido de la audacia. Si yo quiero ser escritor lo que tengo que hacer es templar todas las mujeres que pueda, viajar todo lo que pueda, conocer a muchísima gente de todo tipo. – Te interesa la gente – Para mí es igual de importante conocer a un barrendero que está ahí, o una prostituta con Sida, a hablar con el rey Juan Carlos. Yo me puedo poner con el rey a hablar dos o tres horas y nos vamos a despedir con un beso y un abrazo. ¿Te das cuenta? Me puedo poner en los niveles más diferentes. Comportarme como todo un aristócrata, que de vez en cuando me encanta, yo tengo mis amigos en el barrio de Salamanca, pero también los tengo aquí en Lavapiés, emigrantes cubanos, sobre todo, a los que les ha ido mal y están muy jodidos. – Además tú no excluyes por ideología – Todo lo humano me interesa. Podría hablar con la madre Teresa de Calcuta – Hablaste de lo depresivo de Bukovski. Yo he visto en tus libros como un cinismo, un descreimiento. Pero por otro lado un vitalismo, como si dijéramos un vitalismo desesperado – Es que los cubanos somos así. Los cubanos, yo creo que somos un pueblo mestizo. Tú no te has leído Corazón mestizo, mi último libro. Pero ahí yo describo la idea ésa de que somos un pueblo mestizo y eso es lo que nos salva. El mestizaje con africanos, no solo con españoles, que son una gente tan fuerte, con tanta energía, tan chocantes. Y con africanos, que son muy bulliciosos, muy locos. Entonces creo que esa vitalidad nos viene por ahí. Ese amor por el sexo, ese amor por la música, ese amor por la vida. – Tu estilo muy anárquico, muy antiliterario, da la sensación de algo escrito tal como te sale, muy espontáneo, muy vivo, me recuerda a Celine. ¿Escribes como te surge o hay una elaboración? – Ese es el quid de la cuestión. Aprender a escribir así me llevó treinta años. Escribí el primer cuento de la Trilogía sucia en septiembre del 94 y digo: Coño, este cuento sí funciona. Pero ya había escondido en un aparador cientos de cuentos, miles de poemas. Yo creo que la literatura tiene que ser como la vida, más relajada, con más serenidad. Yo veo la vida como una gran aventura. Y tú tienes que dejarte arrastrar por esa aventura, hasta que llegues al final, pero disfrutarla con alegría. Veo la Literatura de la misma manera. Hay que relajarse, es lo que pasa con el dibujo, uno no puede predisponerse. Y es lo mismo que pasa con la música, escucha el piano de Bebo Valdés, que parece que no le da trabajo, que le sale natural. El arte es, yo creo, el relax controlado. Estoy pensando en un cuento días y días, hasta que digo: coño, y me sale. – En Melancolía de los leones comparas al artista con el león. Dices que los leones necesitan comer carne viva y cosas prefabricadas, si no se ponen melancólicos. Sería como si el escritor necesitara morder la vida. – Sí, creo que la Literatura es conflicto y antagonismo. Tiene que haber antagonismo, EL FARO 5 Abril 2010 Cultura/Entrevista / Poesía personas en situación límite, que puede ser espiritual o realmente física. Tú siempre tienes que poner al personaje en situación límite, en momentos de decisiones, en los aportes de la vida. Creo que en primer lugar la Literatura no debe ser aburrida. Eso quizás me viene del periodismo. Aprendí desde el primer día a no ser pesado. Si tú escribes tú quieres que te hagan caso. De ahí esa decisión de escribir ante todo cosas que pueden ser interesantes, gente en situación conflictiva. – En Nuestro GG en La Habana dices que el escritor se parece al sacerdote – Nuestro GG es un libro que yo me divertí muchísimo haciéndolo. Me costó año y medio dar con las claves. Es un libro hecho por encargo. El editor me dice: Tengo una colección que se llama Literatura y Muerte, que consiste en unasunovelita de 100 páginas basada en un escritor reconocido y debe ser una trama policiaca. Graham Greene a mí me interesaba mucho porque era un tipo que se las daba de católico, pero en realidad era un viejo perverso, era un loco, borracho, y vivía solo, su familia vivía en otro lugar, andaba por todo el mundo, tenía una casita en Capri. Entonces empecé a investigar alrededor de GG. Y al fin me paso a leer El americano impasible y ahí esta- ban las claves, esa novela es muy autobiográfica. No te puedes apresurar en escribir, tienes que escribir en el momento preciso. Fue increíble, porque me vino todo a la mente, lo que tenía en el subconsciente. Entonces preparé como unas secuencias, como si fuera una película. Le envío la novela al editor y el tipo no la publica, la llena de anotaciones al margen: Consultar con el abogado, consultar con el abogado. – Yo pensé eso también. El comienzo es alucinante. – Mi agente se la dio entonces a Herralde y Herralde en una semana la estaba contratando. Yo aproveché para hacer una trama antipoliciaca, yo siempre he ido a la contra. No quise ir al Festival de Gijón de filme policiaco, a mí esas cosas me molestan. Ahora me acaban de invitar a la mesa Sexo y Literatura en la Feria de Guadalajara. Ni aunque me paguen muy bien voy a ir, porque no me da la gana esos encasillamientos: Pedro Juan Gutiérrez es un escritor erótico, los cojones, yo no soy escritor erótico, yo soy escritor y punto. Entonces yo hago una novela antipoliciaca, en la que se sabe quiénes son los asesinos; a mí lo que me interesaba era colocar a un escritor en una situación de acción y ver cuál es la reacción de él, que es un hombre de pensamiento. En el momento que acaba de escribir una novela, anda con una novela bajo el brazo, no tiene tiempo de revisar ni cojones, son cinco días de locura. Entonces pongo lo que va pensando sobre el oficio de escritor, y aprovecho para ir dando unas ideas sobre lo que para mí es una novela. Tanto el escritor como el sacerdote creen profundamente en lo que están haciendo y tratan de convencer a otros de que es la verdad. – Entonces no eres tan descontrolado, tan bohemio, como pudiera parecer – Mira, yo estuve cuarenta años bebiendo; he bebido demasiado, ya me estaba haciendo mucho daño. Hace ocho meses que no bebo una gota de alcohol, ni fumo. Y voy a estar por lo menos dos o tres años sin probar una gota. Hay un momento en que dices: Bueno, yo estoy vivo de milagro. De tanto templar me hubiera cogido un Sida o una sífilis, y me hubiera muerto de una borrachera. Sigue contando tantas cosas, podría escribir una novela sobre él. Le doy una carta de un club de admiradores de Cartagena de Indias, me dice que no le gustan los grupos ni hablar de Literatura. Tampoco le gustaba a Hemingway, ni a los grandes solitarios llenos de fuerza. Ahora pienso en Knut Hamsun. La divina locura de Juanete MAURICIO GIL CANO Éramos muy jóvenes. Una vieja taberna de resonancias anarquistas, Las piedras negras, en el casco antiguo de Jerez, ocupaba el bajo de un vetusto caserón del que hoy sólo queda su fachada, como un decorado de cartón piedra envolviendo las nuevas viviendas construidas en su solar. Aquella tasca estaba viva. La llevaban varios hermanos encantadores, casi todos músicos, gente sensible y abierta que había conseguido que confluyeran en aquella esquina, flanqueada por el Palacio Pemartín y la Iglesia de las Reparadoras, bohemios, artistas y jóvenes con el entusiasmo que propicia la falta de prejuicios. Una de las noches en que me dejaba ir por la amigable cháchara de los vasos de buen fino, apareció en el local alguien extraordinario, por su genuino aspecto no tanto como por aquello que decía: Voy solo por los caminos/ pa que me lleve el destino/ donde vive la pureza. Me interesó conocer al poeta y pronto estuvimos charlando. Era un gitano de pura cepa que vivía la poesía como un don. Juan Vargas Monje, quien asumía en su sobrenombre de cantaor estar poseído por la divina locura de la creación: «El loco romántico». Un hombre limpio en el mundo hostil, apóstol de la libertad y mártir de la belleza. Venía acompañado de su incansable amigo el pintor Pepe Sumariva. Entre los dos acababan de publicar, en 1985, el libro Pataleando. Poemas de Juanete Monje Silvestre -así firmaba-, ilustrados por Sumariva, una pequeña obra de arte bibliográfico -en su doméstica sencillez-. En ellos se nos revela un autor eternamente niño, que alcanza la sabiduría de los bienaventurados: … que el ser mayor es la primera muerte/ de un mundo sin futuro. Conmueve la nobleza con que Juanete escribe las más profundas verdades. Parece la inocencia de aquellos que se encuentran en estado de gracia. Vitalista libertario y profeta de la naturaleza, estaba convencido de su verdad y la quería compartir con nosotros. Juan Vargas amaba la vida y eso le llevó a hacer camino, como en los versos de Machado, al andar. Se pateó tierras de España y Portugal, conociendo su variedad de paisajes y gentes. Se quedó a vivir y a morir, ay- en Granada, donde habitaba una cueva del Sacromonte. En el barranco del Hornillo, cuatro días después de su desaparición, en mayo de 2004, hallaron el cadáver de quien había nacido en Jerez en 1953. En 2008 la Diputación de Cádiz editó El loco romántico: naturaleza viva, bello volumen que recoge una recopilación de textos de Juanete realizada por Yhamile Jojo, su compañera sentimental y madre de su hijo Sol. El prólogo a cargo de Juan José Téllez se titula «La otra cara del mito del buen salvaje». Téllez lo describe como «moreno, divertido y enorme», confiesa que le hubiera gustado «compartir con él mesa y mantel, o su estremededora y voluntaria pobreza», y se refiere a su muerte, violenta a causa de un politraumatismo «de muy probable etiología accidental», según la autopsia. Por su parte, Yhamile explica JUAN VARGAS MONJE, POETA Y CANTAOR JEREZANO (IZDA.) que el manuscrito de Vargas Monje «es el pasatiempo de un ser que convivía con la soledad, la disfrutaba y la habitaba, trayéndome de allí un vuelo a lo Zen, y remitiéndome, sin saberlo él, al Kundalini Yoga cuando practicaba, con tanta convicción, un descubrimiento psiconeuronal removiendo la parte viva de su propia fisiología». Sugiere la recopiladora que el autor había llegado a «redescubrir, con su propio paso contemplativo, las ciencias sin previa influencia». Sabiduría innata del que fue prescindiendo de todo hasta dar en lo esencial. En uno de los poemas del libro, Juanete se describe como vagabundo: Con un trocito de ná/ yo me siento muy feliz,/ y hay quien tiene mucho/ y no puede ni vivir.// Por eso yo no quiero dinero,/ quiero vivir mi vida como la llevo. Más allá del tópico, Juan Vargas Monje se sabía encarnación de su propia filosofía. EL FARO 6 Abril 2010 Cultura/Viajes Capri, la ensoñación de Axel Munthe CONSUELO DE ARCO Es admirada por escritores, poetas, músicos, la joya que da al golfo de Nápoles, donde hay que agachar la cabeza por el casi seguro roce de una gaviota que busca como darte la bienvenida. Su puerto de Marina Grande, y el recorrido panorámico por la carretera hacia Anacapri es un verdadero alucine. Nos sube un autobús pequeño como la isla y empieza mi corazón a latir desacompasadamente, camino de mi sueño hecho realidad. Mi compañero el escritor Antonio Costa no esconde una sonrisa de complicidad y placer por haber conseguido su objetivo de seguir los pasos de su poeta preferido Rainer María Rilke. Vamos admirando la panorámica vista y comprendiendo por qué es la isla más famosa del mundo. Cuesta arriba, vamos viendo mar, paredes rocosas, plantas, acantilados, los farallones con su forma extraordinaria, casas pintorescas, dando la impresión de que todo es una obra de arte celestial. Ya en la parte alta de Anacapri, situados en la plaza Victoria, nos decidimos a continuar por una calle peatonal estrecha, llena de tiendas a los lados, cogidos de la mano con pasos ligeros, como si nos estuviera esperando el médico más joven de esa época, para tomar un vino de las uvas de Falanghina, Biancolella y Greco. Quedo muda al traspasar el umbral de la Villa San Michele, donde Axel Munthe construyó piedra a piedra su paraíso sobre los cimientos de la casa de Tiberio, utilizando todo lo que veían sus ojos, llenos de amor y de arte (él se dedicó a coleccionar arte desde jovencito). Seducido por los encantos de la isla, se queda a vivir rodeado de sus amigos, animales, a tal punto que compra una montaña (Barbarossa) deteniendo así la caza indiscriminada de aves migratorias. Discípulo del doctor Charcot y médico de la aristocracia italiana, sus pacientes lo seguían hasta su villa, pasando largos periodos de convalecencia, entre ellos la reina de Suecia Victoria de Baden. En sus jardines mirando al mar, luminosos, se respira paz y un algo especial flota, seguro que es su alma noble, generosa, compasiva con el dolor de sus semejantes, a tal punto que no recibía retribución alguna de los pobres. En sus estancias encontramos bustos romanos, esculturas de una esfinge etrusca y otra egipcia, («hay que sobarla para que traiga buena suerte»), en su alcoba su cama, muebles de la época, una pequeña máquina de escribir, y sobre la mesa un libro abierto y una cabeza de medusa. En otra estancia encontramos una necrología de Munthe en un periódico de 1942 donde dice Indro Montanelli: «Murió Axel Munthe en Suecia con un pasaje para Capri en su bolsillo». El manuscrito de la primera edición de La historia de San Michele, realizada en Londres en 1929, y versiones en otros idiomas. Numerosos objetos de arte, diosas, cupidos, el joven que tenía una gota de agua en la barbilla, fotografías, recortes de diarios. Ese pasillo largo con una mesa preciosa que va a los jardines, mármoles antiguos de la época de Tiberio, su busto sobre una columna que yo abracé en un jardín lleno de multicolores plantas. Desde la esfinge egipcia se mira a lo lejos la costa amalfitana. Invito a seguir leyendo su libro sobre la villa San Michele, es un libro que enamora, donde él cuenta las anécdotas de su vida como estudiante, después como médico, como ayuda a combatir el cólera en Nápoles con sus dosis de láudano ( yo utilicé láudano en una siembra de tomates cuando era agricultora en la tierra del cacique Zipacoa, en la provincia de Bolívar, Colombia). Para mí fue una joya inevaluable la visita a este lugar y seguiré tras las huellas en Capri de Neruda, Byron, Graham Greene, Goethe y el poeta de mi novio, Rainer María Rilke. EL ESCRITOR SUECO AXEL MUNTHE, QUIEN SE ESTABLECIÓ EN LA ISLA DE CAPRI, EN DONDE CONSTRUYÓ LA VILLA DE SAN MICHELE, EN EL PUNTO MÁS ALTO DE LA MISMA, JUSTO EN EL LUGAR QUE OCUPARA ANTERIORMENTE LA VILLA DEL EMPERADOR ROMANO TIBERIO. ALLÍ RESIDIÓ LA MAYOR PARTE DE SU VIDA EL FARO 7 Abril 2010 Cultura/Viajes La iglesia negra de Kronstadt JOSÉ ENRIQUE SALCEDO ¿Qué hace esa gente que aúlla por la calle? Acompaña a un cortejo de hombres armados con lanzas y espadas, hombres con cotas de malla y cascos y mantos. Toda la comitiva ha salido del «Bastión de los Tejedores». Aligero el paso -entre curiosos y fotógrafos- para aproximarme al cortejo medieval, animado por los músicos que hacen resonar trompas y tambores y por la gente que aúlla en el séquito con antorchas de fuego en las manos. La nieve enseñorea las calles de la ciudad, después de tres días de nevada intensa. Alcanzo la cabeza del desfile, admiro a los guerreros y a los abanderados, y nos metemos por la pintoresca calle Sforii (siglo XIV), una de las más estrechas de Europa. Alegremente, detenemos el tránsito de los coches por la calle Gheorghe Baritiu, y nos llegamos hasta el Bastión Graft, en la parte exterior de las antiguas murallas de Brasov. Allí se fingen unos desafíos y unos combates singulares entre los infantes del cortejo. Después me dirijo a la Puerta Ecaterina para ver cómo va otra comitiva: hay tantas personas como letras del lema que se quiere exhibir durante el recorrido, un lema que alude a la «Taria Cetatii...», o sea, a la fuerza de la ciudad, que depende de la unidad de los ciudadanos. «Taria» es, por sí mismo, el nombre de una bebida alcohólica muy fuerte. Acompaño a toda la fila de niños, mayores, jóvenes. Yendo por el paseo nevado al pie del monte Tâmpa, hablo con los niños que encabezan la comitiva, dirigida por una mujer, quien les pregunta sobre los monumentos más notables de la ciudad, que en vista panorámica se pueden distinguir iluminados de noche. Ha sido un placer visitar la Iglesia Negra y admirar los símbolos alquímicos que dejaron los caballeros sajones quienes, en su expan- sión hacia el sur, se establecieron en la tierra transilvana de Bârsa y edificaron este templo gótico. Del conocimiento de los misterios templarios, dejaron el testimonio en la Virgen Negra de una pintura mural en la entrada lateral dirigida al norte. La iglesia que los caballeros sajones comenzaron a construir en 1383 sobre una iglesia románica del siglo XIII fue destruida en 1421 por la invasión turca. Al año siguiente se inicia la reconstrucción, que concluye en 1480. Iancu de Hunedoara hizo una espléndida donación en 1444 para la reconstrucción. Por este motivo se ve su blasón en el interior, junto al escudo de la ciudad. Hubo un hombre destacado, Iohannes Honterus (1498-1549), miembro de la Reforma luterana, y primer pastor evangélico de Brasov entre 1544 y 1549. Fue un eminente humanista, impresor (preocupado por publicar, sobre todo, los clásicos cristianos y antiguos), editor (la curiosa obra musical Odae cum harmoniis, 1548, entre muchas otras), cosmógrafo y cartógrafo. Creó una notable biblioteca. Su casa perdura hoy frente a la Iglesia Negra. Vivió en la época floreciente del Renacimiento, y recorrió toda Europa dejando publicaciones propias por doquier, desde la primera en Cracovia en 1530. Fue contemporáneo suyo Nicolaus Olahus, otro gran humanista de Hermannstadt (Sibiu). El 21 de abril de 1689 hubo un gran incendio en la ciudad. La Iglesia de Santa María, de la que hablamos, quedó destruida en gran parte por el fuego y abrasada por otras zonas. Desde entonces se le da el nombre de «Iglesia Negra». Entre 1689 y 1772 se reconstruyó. Y sos- pecho -de acuerdo con Fulcanelli- que, debido a esas operaciones nuevas, en aquellos lugares donde ahora sólo hay inexpresivos adornos vegetales se han perdido los símbolos herméticos. Si alguien levantara la vista y viera el león alquímico en cierto arco de la izquierda, no sabría el significado del animal, pero se quedaría embobado con el escudete que guarda inscrito el año 1710. Si otro, turista tal vez, alzara su mirada y viera dos sirenas aladas uniendo sus dorsos y portando un escudito con la fecha de 1714, apreciaría su encanto, pero quizá no el simbolismo callado de esas figuras. Otro podría dar con la fecha de 1654 en el vestíbulo del Pórtico de la Virgen, pero ¿qué significan todos esos iconos? En la Casa Muresenilor han explicado esta rica simbología, y les ha gustado a mis amigos la disertación. La Iglesia ha tenido restauraciones posteriores en el interior entre 1981 y 1984. Se supone que la UNESCO habrá respetado el original Pórtico de la Virgen. Mis amigos de Brasov me cuentan una leyenda, según la cual hay galerías subterráneas que comunican la Iglesia Negra con la mayoría de las casas nobles de la ciudad. Así se reunían en secreto los cofrades templarios sin ser vistos. Todo esto es negado por los actuales guías del monumento, dicen que no hay hueco en el subsuelo de la casi catedral. Cuando paso de noche ante los contrafuertes del exterior del ábside, me fijo en sus hieráticas imágenes. Ahí, el apóstol Santiago, patrón de los alquimistas, bajo el solio de piedra; allí, el obispo; más allá, el andrógino coronado que sojuzga con su arma una figura infrahumana que se revuelve a sus pies. ¡Qué pensaría Bécquer!, ¡qué murmuraría ValleInclán! EL FARO 8 Abril 2010 Cultura/El Canto del Urogallo Los Alcázares de la memoria PEDRO RODRÍGUEZ PACHECO … y ahora hablemos de Fernando de Villena. Antes de conocerlo personalmente lo había hecho de la mejor manera que conviene a un poeta, por sus versos. Y si es verdad el dicho evangélico de que por sus obras les conoceréis, éstas eran magnificas y envidiables, que es esta sublimidad la que determina los territorios fulgurantes de una creatividad cenital… Años después habría de tropezármelo en Lanjarón. Me había presentado al premio Juan Gutiérrez Padial y él estaba en el jurado junto con Antonio Sánchez Trigueros, Emilio Orozco, F. Gálvez López y el mismo Gutiérrez Padial… El día de la entrega del premio le conocí personalmente y, luego, también con motivo de un premio, Ciudad de Jerez, se me presentó, en carta emocionante que guardo en su física y elegante grafía, José Lupiáñez y, casi de inmediato, Antonio Enrique y, ya, Ángel Moyano, Enrique Morón, Juan León que en gracia de Dios se encuentre haciéndoselo pasar bien entre sátiras inmensas e intensos poemas de amor, vida y muerte. Pero de todo esto -hace ya veinte años- di cuenta en un artículo –»Viaje, amistad y poesía»– publicado en El periódico del Guadalete, un uno de abril de 1990… Desde aquel lejano 1983 de mis premiados Los lujos corporales y El largo eclipse de Épsilon, la amistad, la fraternidad y la admiración han sido como un ininterrumpido fluido de vasos comunicantes que, en lo que a mí se refiere, me ha determinado y ha sido determinante de que, en inolvidables viajes a Granada, lo hiciera acompañado por personas hospedadas, entonces, en mi corazón y que quería que, al igual que yo, gozaran de la amistad de mis granadinos. Y así fui el introductor de Javier Sánchez Menéndez, Enrique Rodríguez Baltanás y Manuel Mantero; como, con éste último, ejercí igual cometido con Miguel García Posada aunque, ahora, al parecer, y en memorias públicas, parece ser, que el crítico sevillano se presentó espontáneamente en Sanlúcar la Mayor a rendir pleitesía al autor de Misa Solemne… Y así, cumplidos los extremos de la amistad, entremos en los excesos de una obra impecable, bella, de una coherencia implacable en la que el mayor acierto ha sido unir clasicismo y contemporaneidad, sin desdoro para ninguna de las partes: la admirable tensión entre los tiempos de la Edad de Oro y la inteligencia e intuición de ser hijo de un tiempo concreto, se realiza de una manera armónica de forma que se concreta en la unicidad de esos dos centros dinámicos, significante y significado de toda su obra, tanto la esencial –poética– como la complementaria –narrativa, novela, ensayo, memorias– en conjunto armónico, definidor de un estilo, de una impronta personal que marca identidad y determina diferencia. Al hablar de la Edad de Oro distingo, Renacimiento y Barroco; el primero en su vertiente formal: asentamiento del escandido versal, acentual, rítmico y estrófico y el segundo, como consagración de toda esa argentería formal y dispensador de una ideología definida en su gran conquista: el poema, como un ente absoluto, diferencial, complejo; dis- EL ESCRITOR FERNANDO DE VILLENA tinto en cuanto a su lenguaje, su arquitectura interior, lexical, sintáctica, semántica, es decir, continente y contenido en un todo absoluto en el que todos sus componentes, retóricos y estructurales, concurren en la perpetración de alcanzar un lenguaje estrictamente poético, un lenguaje sólo útil para la poesía. Esta tradición dorada es el primer foco que conforma la obra poética de Fernando de Villena y, como ejemplares, títulos tan significativos, En el orbe de un claro desengaño, La tristeza de Orfeo, Amar lo efímero, Vos o la muerte, Pensil de rimas celestes o, tan significativa y ambiciosamente, Soledades tercera y cuarta, en los que, la creación del gran poema cíclico y unitario, terminará consiguiéndose, espléndidamente, en ese libro magistral que titula, Los siete libros del Mediterráneo. Ser hijo de un tiempo, asumir el tiempo, los cortes sincrónicos de época, sin renuncia de ese orbe vital que ha sido el venero nutricio que ha sustentado tan continuo esplendor, es signo definidor del gran poeta… «Mediterráneo» es la culminación portentosa de una obra en marcha, en el sentido juanramoniano de la formulación; dicha culminación hay que entenderla como ininterrumpida marcha hacia el vasto dominio de una creatividad incesante que se apoya en sus antecedentes y, asegurado en ellos, se abre a los consecuentes intactos, vírgenes, propiciatorios. La obra en marcha, configurándose en sus motivos y en sus afectos, en los fastos celebrados y en las catástrofes dolidas, en esa continuidad de los esquejes y túrdigas de sueños y dolencias: la vida, el ser y estar en el tiempo y sus actualidades imprevisibles, es decir, el otro polo tensional que pule y trasciende la anécdota diaria, su concedido y encendido acontecer. Y así, ese bullir versal que asume desengaños, frustraciones, temores, gozos, plenitudes, paisajes: clamores de las ansias del corazón y música, tanta música y color en esos frisos armoniosos de la vida del poeta, Poema de las estaciones, Año cristiano, Arco de Rosales, Libro de música, Las horas del día… Y, ya, el avizoramiento de la edad y sus pérdidas y el refugio en el ámbito de la amistad, el amor, el perfumado amor: Conticinio, Por el punzón oscuro, La década sombría, La hiedra y el mármol… El día a día que salva sus portentos y llora sus penurias, verso a verso, trascendentes versos que destellan y sustantivan la real función de la poesía «el vasto dominio» del mundo interior y exterior del poeta Fernando de Villena. Uso con plenitud el título aleixandrino porque la impronta creadora es vasta en extensión y plena en dominios y facultades. Nada, genéricamente, le es ajeno. Desde el relato, «Las mariposas negras», a las novelas, Rélox de peregrinos, Atlántida interior, La casa del indiano, La primavera de los difuntos, Sueño o destino, Iguazú o su última, El testigo de los tiempos han ido componiendo un inmenso mural en el que personajes, paisajes, situaciones, tiempos en una variedad asombrosa y unas facultades léxicas tan absolutas por las que hasta el lenguaje de los personajes se adaptan a las formulaciones idiomáticas y morfosintácticas de las épocas y tiempos que recrea. Esta gran variedad de espacios escénicos y personajes arquetípicos es común denominador de todos esos escritos, desde Rélox de peregrinos pasando por La casa del indiano y terminado con Iguazú. Esta multiplicidad episódica de tipos, de evoluciones paisajísticas, se completan con las transustanciaciones genéricas: hay biseles de novela bizantina, de novela picaresca, novela fantástica, costumbrista, realista, autobiográfica, mágica, embridadas con certero pulso y seducente fuerza de quien es dueño del idioma, conoce pericialmente los resortes de la lengua y, al conocerlos con tantas potestades, toda creación adquiere ese perfil insoslayable de quien, por encima de todo, es un espléndido poeta que no renuncia a los efectos propios de la poesía, la metáfora y la imagen… Queda la vida ahí con sus hervores y sus fallecimientos, pero la memoria levanta sus alcázares y preserva en ellos todo lo que es caro al corazón, a la inteligencia y a la sensibilidad. He levantado estos alcázares y sus torres, las he nutrido de «los arqueros finos» de los que decía Lorca de Sevilla y de sus poetas. En estos alcázares, desde sus torres, disparan sus flecha de oro, Fernando de Villena, José Lupiáñez, Antonio Enrique, Enrique Morón, Antonio Carvajal, mis granadinos supremos, unos con más asiduidad y cercanía a la diana del corazón, «Versos al corazón» ¿recordáis? Hay otras torres, otros arqueros, pero hoy, ahora, hablamos de Fernando de Villena y él sabe que pese a los aconteceres infaustos que en toda vida ocurren, él es, ha sido y será, por las vastas estancias de los alcázares de mi memoria, pebetero en el que arde el incienso y la mirra de la mejor poesía, la que, flecha de oro, siempre llega y se hospeda en el corazón, el alcázar supremo de toda memoria, de toda vida, «Búscame siempre en mi palabra escrita», ¡Qué hermosura, Fernando, esa hiedra rampante por el mármol perenne!