Psicogeografía y derivados

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REVISTA DE ARTE Y PENSAMIENTO
Año 2
Nº 6
www.revistabostezo.com
México 80 Pesos | UE 7 € | GB 6.5 ₤ |
Argentina 30 Pesos | Guatemala 60 Qtz |
Perú 30 N Soles | Brasil 25 Reais | USA 7.5
$ | Tinduf 150 Drs | Uruguay 200 Pesos |
Cuba 4 CUC | Colombia 50.000 Pesos
2º TRIMESTRE
Dossier
Psicogeografía y derivados
ENTREVISTAS CON MARC AUGÉ Y RICHARD STALLMAN / ARTEFAGIA EN
CHINA / escondrijos de ciudad / GEOGRAFÍAS DEL MORBO
6.00 €
3
Primer premio /escondrijo de a coruña. Adrián López.
cONCURSO FOTOGRÁFICO
Escondrijos de ciudad
Finalista /escondrijo de salvador de bahía. Joan Gómez.
Director: Walter Buscarini
(http://walter-buscarini.blogspot.com)
Editor: Paco Inclán ([email protected])
Director de arte: Enrique Ferrando
([email protected])
Redactor-Jefe: David Barberá
([email protected])
Producción gráfica: Sergio Inclán y Montse de Mateo
(www.artefagia.com)
Editor literario: Héctor Arnau
Mesa de redacción: Laura Domingo, Albeliz Córdoba,
Sonia García, Quique Falcón, Ausiàs Navarro, Itziar Castelló,
Jesús González, Javi Llorens, Carlos Madrid, David Moya,
Alejandro Morales, Alfonso Moreira, Pablo Santiago, Eduardo
Romaguera, Inés Plasencia y Paqui Santos
Equipo fotográfico: Eva Máñez, Laura Sánchez, Elisa
García, María Sainz y Martín Martínez
Club de artistas: Javi Altabert, Aracely Kennedy, Esteban
Hernández, Sergio Luna, Marta Pina, Po Poy, Juanvi Martínez,
Dani Sanchis, Irene Fenollar, Riccardo Maniscalchi, Mik Baro,
Mª José Reche, Gloria Vilches, Martín López y Clara-Iris Ramos
Psicóloga: Eva Vives
Correctora: Sonia Vives
Departamento de souvenirs: María Ferrando
Logística: Carmen Cervera
Colaboradores/as: Poncho Martínez, Silvia Nanclares,
Fermín Alegre, Pilar Pedraza, Arturo Castelló, Vicente
Chambó, Nacho Messeguer, Olga Esther, Miguel Morata,
Eloy Fernández Porta, Santiago Alba Rico, MacDiego,
Kiko Amat, Ignacio Echevarría, Ester Giménez, Nacho
Moreno, Javier Reguera, Epo, Nacho Fernández, Víktor
Gómez, Miguel Brieva, Guillermo López, Alicia Martínez,
Paco Arroyo, Erika Jordán, David Moreno, Abelardo Muñoz,
Laura Navarro, Jaime Ortega, Miguel Brieva, Eugeni
Machancoses, J. J. Pérez Benlloch, Vicente Ponce, Ángela
Sánchez de Vera, Dildo de Congost, Rogelio Villarreal y
María José Vizcarro
Consejo editorial: Suscriptores/as de Bostezo
EDITA: Asociación Cultural Bostezo
DIRECCIÓN: Calle Santa Teresa, 26. 46110, Godella
(Valencia). España
EDITORIAL
Ilustración de Irene Fenollar
Diseñador: Andrés García (www.setembre.es)
¿POR QUÉ PSICOGEOGRAFÍA?
E
l concepto cayó en gracia en el hirsuto
equipo de redacción de Bostezo, por esa curiosidad
que suelen provocarnos aquellos términos que
proponen imbricadas dobleces de pensamiento,
como afro-chino, tecno-alquímico o ‘rururbano’. Por eso
solo por eso escogimos la psicogeografía como tema
central del dossier de este número. El término había sido acuñado por Guy Debord, autor de La sociedad del espectáculo, en el seno de la
Internacional Situacionista (I.S.), considerada en algunos cenáculos artísticos como la última vanguardia del siglo XX. La psicogeografía explicaba Debord supondría el estudio de los efectos
y las formas del ambiente geográfico en las emociones y el comportamiento de las personas.
Posteriormente añadiría que el concepto guardaba una amable vaguedad y reconocía las dificultades de la praxis situacionista. Así que, aprovechando la laxitud del concepto, decidimos darle
alguna forma, cualquiera de ellas.
La práctica de la psicogeografía se ejerce principalmente a través de las derivas, paseos sin
rumbo llámenlo deambular o vagar o errar con los que se pretende recoger las experiencias y
los cambios ambientales que pueden ocurrir durante improvisados recorridos por las ciudades.
Los situacionistas abogaban por perderse como forma de dejarse sorprender e influir por los
distintos acontecimientos surgidos durante sus derivas. Era su forma de analizar el urbanismo y
el espacio público de una manera transgresora, explorarlos desde sus lados ocultos, diagonales o
aparentemente intrascendentes. La mayoría de las veces sus conclusiones quedaban en las barras
de los bares; en las menos, anotadas en enrevesados mapitas más estéticos que concluyentes. La
ciudad situacionista de Constant una urbe a escala planetaria móvil y nómada, apoyada sobre
ruedas que permitieran su continuo desplazamiento puede ser considerada la representación
emblemática de su propuesta.
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AÑO: 2011
ISSN: 1889-0717
DEPÓSITO LEGAL: V-4401-2008
Malos tiempos para perderse
Cuando se cumplen cuarenta años de la disolución de la Internacional Situacionista, la psicogeografía y sus subyacentes derivas se enfrentan a un replanteamiento obligado por la aparición de
los GPS, el Google Maps y los dispositivos móviles, que hacen que el acto de perderse tenga un
riesgo añadido: que te tomen por imbécil. Por desgracia, y con este dossier nos unimos a la larga
lista de culpables, las propuestas situacionistas han sido ensalzadas por el mismo mundillo artístico
que ellos tantas veces negaron y pretendieron superar. Sus postulados de ingenuas aspiraciones subversivas han sido asimilados en su forma más light y complaciente por museos, galerías,
artistas y proyectos financiados por entidades bancarias. Debord y sus compinches acabaron absorbidos por el mismo sistema espectacular que denunciaron en sus textos más corrosivos.
Recogiendo el malogrado testigo de aquellos obstinados borrachines, cultos de buen verbo,
con Psicogeografía y derivados hemos querido adentrarnos en la relación que como seres humanos establecemos conscientemente o no con nuestro entorno: cómo lo identificamos, lo transitamos, lo imaginamos, lo modificamos o lo estigmatizamos a través de la subjetividad radical que
aplicamos a cada espacio que habitamos o recorremos. Solo eso, nada más. Disfruten del paseo. Y
no se preocupen si se pierden: se trata precisamente de eso.
Sumario
Diseño de portada: Aitana Carrasco Inglés, 2011
RETROVISOR
04. I wish you weren’t here, Inés Plasencia
06. Drogarse no es consumir, Juan Mal Herido
07. El primer cuentamangas, David Taranco
08. Lecturas para bostezar, Daría Barbate
10. Los Ángeles sin Hollywood, Laida Lertxundi
15. Escondrijos de ciudad, Revista Bostezo y colectivo Artefagia
16. Sombreros o el puñetero servidor del lápiz, Abelardo Múñoz
18. Con k de Bankia, Walter Buscarini
4
PLATICANDO...
12. Richard Stallman, Revista Bostezo
52. Marc Augé, Ester Giménez Beltrán
BOSTEZO VISUAL
36. Artefagia en China, Sergi Inclán (fotografías)
PENSAMIENTO EN ACCIÓN
59. Psicogeografía en el metro, con Desayuno con Viandantes, Superville y SETEM
BATISCAFO
65. Suplemento literario. Nº6
16
puntos de venta de la revista bostezo
Alacant: 80 mundos. Alcoi: Exlibris. Alcúdia: L´Esplai. Algemesí: Samaruc. Alginet: Sambori. Alzira: Xuquer. Barcelona: Laie- Pau Claris, Laie-CCCB, La Central-El Raval,
La Central (c/Mallorca), Aldarull, Cap i Cua, La Ciutat Invisible. Benicàssim: L´Ambit. Benicarló: Grévol. Bilbao: Anti-liburudenda, Gataska. Burjassot: Rayuela, Burjassot.
Canals: La Parra. Castelló: Babel, Argot, Plàcido Gomes. Ciudad Real: Subtexto. Dénia: La Mar, Públics. El Perelló (Tarragona): Canigó. Elx: Ali i Truc. Gandia: Ferrer,
Gavina. Godella: La Biblioteca Bar y Kiosko La Estación. Granada: Bakakai. Huesca: Anónima León: Elektra Cómics. Logroño: Castroviejo Librero. Madrid: Traficantes
de Sueños, Laie-Caixa Forum, Arrebato, Pantha Rei, Marabunta, Paradox, Muga, Enclave de Libros, Visor. Málaga: La Casa Invisible. Oliva: La Fona. Ontinyent: La Llibreria.
Oviedo: Cambalache. Palma de Mallorca: Literanta, La Casa Tomada. Pamplona-Iruña: Hórmiga Atómica. Port de Sagunt: El Puerto. Picassent: Odisseu. Santander: La Libre. Santiago de Compostela: Pedreira. Sagunt: Tres en ratlla. Sevilla: La Fuga, Un Gato en Bicicleta. Sueca: Sant Pere. Terrassa: Ateneu Candela. València:
Dadá, Futurama, Slaughterhouse, Arte&Facto, El Dorado, Primado, Viridiana, Railowsky, Soriano, La Traca, Ramon Llull, Tirant Lo Blanc, Kiosko España, Espai Visor, L´Iber,
Intertécnica-Politécnica. Vila-real: Ausiàs. Vinaròs: Obreda. Vitoria-Gasteiz: Zapateneo, Zuloa Irudia. Xàtiva: La Costera. Zaragoza: Cálamo, Antigona, La Pantera
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DOSSIER: PSICOGEOGRAFÍA Y DERIVADOS
21.La catedral y el aeropuerto: la lucha contra el cuerpo, Santiago Alba Rico
24.Midway, el plástico y los albatros, Manuel Maqueda
26.Esta casa es una ruina, Dildo de Congost
30. Manzanas podridas en puertos hanseáticos de poniente, Héctor Arnau
33.Psicogeografía del futuro, Jorge Carrión
38.Decir la calle y no callar, David Pérez
40. Casas vacías, gente a la calle, Proyecto áSILO (José Milara)
42.Se llama pasear, Guy, Kiko Amat
44.Geografías del morbo, Pepe Miralles
47.Una patria a su gusto, Carlos Jimen
50.Psicogeoqué?, Pau Rausell
56. La conspiración de los tecno-paseantes, Nacho Moreno
62.Los no-lugares: el nuevo ecosistema, Raúl Minchinela
24
30
59
COLABORACIONES
Esta revista ha recibido una ayuda de la Dirección General del
Libro, Archivos y Bibliotecas
del Ministerio de Cultura, para
su difusión en bibliotecas, centros culturales y universidades
de España, para la totalidad de
los números del año 2011.
Para la impresión de este número,
la Asociación Cultural Bostezo
ha recibido ayuda económica de
la Concejalía de Participación
Ciudadana del Ayuntamiento
de Godella, a través de la
convocatoria de subvenciones
a asociaciones locales.
letras
Drogarse no es consumir
El sistema de los objetos, Jean Baudrillard. Ediciones Siglo XXI, 1979.
Juan Mal Herido
www.lector-malherido.blogspot.com
L
a lista de la compra que ofrezco a continuación incluye un ítem anómalo: digan cuál. ‘Actimel, cocaína, yogures, leche, chorizo, Kit-kat’.
No, no era Kit-kat.
No, no era chorizo.
En fin: coca.
La cocaína nunca se apunta. Tenemos buena memoria para lo que
nos interesa, y por eso las drogas nunca se incluyen en una ‘lista de la
compra’. Tampoco se venden en el súper (ni siquiera en el Lidl por ese
tipo que te abre la puerta); nunca salen en los spots de tías buenas de
la tele; nunca ocupan la contraportada de El País Semanal. Sin embargo,
‘consumo de cocaína’ es un sintagma recurrente en las monsergas estatales, las estadísticas europeas y algunas conversaciones estiradas. Se
dice que el consumo de cocaína ha subido o ha bajado este año, que el
consumo de cocaína es el principal problema de los jóvenes españoles o
de los gerentes de sex-shops; que se van a hacer grandes cosas contra
el consumo de cocaína.
Basta leer El sistema de los objetos, de Jean Baudrillard, para entender lo siguiente -que es crucial para entender nuestra vida: el ‘consumo
de cocaína’ no existe. Existe la cocaína. Existía esa raya de cocaína que
me he metido hace quince minutos para escribir esta mierda. Existirá
Colombia por largos años en la parte más perfumada de los mapas. Sí, no
lo niego. Pero no existe, en puridad, el ‘consumo de cocaína’.
Los objetos a los que se refiere Jean Baudrillard en este estupendo
ensayo son las cosas de Perec con el precio colgando: la televisión, el
coche, las cortinas. Pero también el Actimel y el chorizo. Estos objetos,
de obsolescencia programada o caducidad manifiesta, forman un código social que todos entendemos y difundimos. Puede decirse que
hablamos chorizo y charlamos Actimel, que denotamos yogures
y rotuladores. Basta subir en un transporte público para darse
cuenta de que la mayoría de la gente no tendría nada que decir
si antes no hubiera comprado algo.
Baudrillard nos enseña que los objetos de consumo
son signos y que forman un sistema semántico que
utilizamos para construir nuestra identidad ante los
demás. Y para reconocer la identidad de los otros.
Los objetos más valorados son los que admiten una
evolución técnica. Si un objeto no evoluciona, deja
de consumirse o pasa a ser una reliquia, ‘el exotismo
del objeto primitivo’. La fascinación por los automóviles, los ordenadores y la Blackberry procede de que su
automatismo e independencia nos los configuran como
casi-humanos. Lo que no dice Baudrillard es que muchos
teléfonos móviles son más autónomos e independientes
que muchas exnovias.
La publicidad, apunta el sociólogo, no busca informar
de las características del producto, sino proponer en
la ubicuidad de sus manifestaciones (anuncios en
televisión, en páginas webs, en marquesinas de
autobús) dos evidencias paradisíacas: vives en
libertad (que es la libertad de comprar) y trabaja-
mos por tu integración en la sociedad. Consumir, por lo tanto y en cursiva,
es elegir pertenecer.
Resulta irónico que las ideas de Baudrillard hayan envejecido mejor
que los productos de moda que pone como ejemplo; muchos de ellos ni
siquiera existen ya. Que las ideas sigan funcionando al cabo de los siglos
mientras que un miriñaque o un gramófono no sirvan a partir de determinado momento ni para señalarlos con el dedo me hace feliz. También
es verdad que muchas otras ideas desaparecen antes que la tinta en una
entrada de cine, pero eso también me hace feliz.
Baudrillard estableció en 1968 en este ensayo las claves del consumismo y apenas dejó un resquicio para pensadores posteriores. Los
franceses lo han pensado siempre todo del derecho y del revés, y por
eso en España ‘pensar’ ha llegado a significar ‘aplaudir al francés’; porque
nadie en España tiene nunca ninguna idea que no haya tenido antes un
francés.
Tampoco nadie en España ha follado nunca de una manera que no
haya follado antes un francés.
Somos un país al que Francia le hace falta para pensar y para desvirgarse.
Lo que no dice Baudrillard, sin embargo, y Foucault no tuvo tiempo
de analizar, y por eso lo tengo que hacer yo, es que el ‘consumo de cocaína’ ha de considerarse en rigor como anticonsumo.
Porque la cocaína, como producto, no evoluciona. Nació perfecta.
Uno de sus seudónimos, ‘nieve’, tiene más que ver con esa perfección
que con la burda similitud a primera vista.
Además, la cocaína no hace publicidad y, desde luego, no admite quejas del consumidor a no ser que el consumidor sea negro y bastante
musculado.
Mientras que los yogures quitan y ponen vitamina C y nueces,
la coca sigue siendo la misma y no por eso ha dejado de ser demandada. Esto quiere decir que la cocaína no se consume, que
no forma parte del mercado según lo conocemos, sino de
tiendas paralelas y abstractas que no participan de las
estrategias de toxicidad intelectual de los colmados
habituales en nuestras transacciones.
Podemos afirmar que drogarse no es consumir en
virtud de que nadie mira el precio de la droga, y además
ese precio se paga con sumo gusto. Tampoco se atiende al hecho de que pueda haber sido fabricada por niños explotados; no
importa mucho el diseño de su envoltorio, ni la ausencia en él de un
sello con la fecha de caducidad.
Además, la droga es el único producto que dispone de una anticampaña publicitaria: la que hace el Estado para disuadir de su
consumo, amén de las leyes que la prohíben. Un producto que se
consume masivamente cuando todo un aparato administrativo
aconseja que no se consuma es un producto que no se
consume: se vive.
Y eso es sin duda una buena cosa. Algo sano.
Algo que nos mejora como personas y nos libera
del afán adquisitivo.
Ilustración de Jorge Parras
6 | retrovisor |
cómic
El primer cuentamangas
David Taranco (texto y fotos)
Corresponsal en Tokio
E
n Japón hay un personaje peculiar que se gana la vida leyendo
mangas a los viandantes. Viñeta por viñeta va narrando la acción con diferentes voces, sonidos guturales y chasquidos de
la lengua, acompañados de gestos faciales y algún que otro
aspaviento con los brazos. Es una especie de cuentacuentos que ha
cambiado las fábulas y las leyendas infantiles por las aventuras de
Dragon Ball, Doraemon o Evangelion.
Rikimaru Toho es el nombre artístico del primer y único cuentamangas de la historia. Su aspecto desaliñado y esquivo le ha convertido en una figura inconfundible en Tokio. Luce una larga melena, resultado de nueve años sin cortarse el pelo, una barba poblada y unas
gruesas gafas de pasta. Alrededor de la cabeza lleva anudada una
toalla blanca como si fuera un pañuelo. Siempre viste una camiseta
roja, una cazadora vaquera y unos jeans. En lugar de zapatos calza
unos tabi, una especie de calcetines de lona con suela, propios de los
obreros de la construcción en Japón.
Tres noches a la semana Rikimaru se instala en una de las salidas
de la estación de tren de Shimokitazawa, y los fines de semana pone
su puesto ambulante en el parque de Inokashira. Llega en bicicleta
cargado con su colección de mangas que extiende sobre el suelo con
rigurosa meticulosidad. Al lado coloca un bote de miel con jengibre
para suavizarse la garganta entre lectura y lectura, y unos caramelos
que regala a su público, no más de dos o tres personas a la vez, cuando
termina la función y recibe su gratificación. El precio por una historieta son cien yenes -algo menos de un euro-, aunque algunas personas
le dan algo más o, los que ya lo conocen, le traen una bolsa de arroz,
lo único que prepara en su casa, o cualquier otra cosa que se pueda
comer sin necesidad de cocinar, como galletas o latas de conserva.
Rikimaru es un tipo modesto y sin ambiciones de ningún tipo.
Reside en un apartamento sin baño de apenas quince metros cuadrados en el que se apilan, junto a un futón, centenares de mangas
carcomidos por la abrasión solar, el viento y la lluvia. No tiene amigos,
no tiene novia, vive apartado de su familia y no posee más afición
que la lectura y la música. Así se comprende que pueda sobrevivir en
Tokio con el fruto de sus cuatro días de trabajo más alguna aparición
esporádica en anuncios de publicidad o como extra en películas. Él
no se inmuta cuando se le recuerda el salario medio de un japonés
de su edad.
Cuando terminó el bachillerato Rikimaru era un chico timorato y
solitario que soñaba con encontrar una vía de comunicación con la
gente para expresar sus sentimientos. Después de un año de reclusión en su casa, víctima de una depresión juvenil, quiso vencer su timidez haciéndose cantante de folk. No lo consiguió, pero enseguida
buscó otro camino y decidió convertirse en actor de doblaje de películas de animación. Sin embargo, un día asumió que tampoco lo lograría.
Encontró entonces una original forma de expresión: sería el primer
cuentamangas del mundo. Como parte de su entrenamiento para ser
actor de doblaje, Rikimaru leía mangas en voz alta en su habitación.
¿Por qué no hacerlo delante de lwa gente?, se preguntó una mañana
y salió de casa con un par de cómics debajo del brazo en dirección de
la estación de Chigasaki. Allí tuvo lugar su primera actuación. Nadie
le prestó atención, pero eso no impidió que volviera al día siguiente.
Así estuvo seis meses, compaginando esta actividad con ocupaciones a tiempo parcial hasta que consiguió un empleo fijo en un local
de karaoke, que tampoco duró para siempre. Después de siete años
de vaivenes laborales, Rikimaru optó por dedicarse en exclusividad al
oficio de cuentamangas. Una noche de otoño se plantó frente a la estación de Shibuya, una de las más transitadas de la capital. Ocho años
después, aún recuerda el sonido de la primera moneda que cayó en
el bote en el que guardaba sus ganancias por aquel entonces. Ahora
simplemente se mete el dinero en el bolsillo. Este, quizás, es el único cambio que ha habido en su puesta en escena, aunque reconoce
también que con los años va venciendo su timidez. Dice que su mayor
satisfacción es precisamente haber podido establecer un canal de comunicación con la gente a través de los cómics. ¿Su sueño? Su sueño
no es más que poder seguir contribuyendo a la difusión del manga
con una perseverancia indolente y audaz al mismo tiempo. Hasta que
el cuerpo aguante.
| retrovisor | 7
LETRAS
Con k de Bankia
Un magnífico caso de ‘recuperación’
Walter Buscarini
www.revistabostezo.com
E
l capitalismo se atreve con todo1. Es
capaz de adoptar en su seno al mismo enemigo que le escupe, le niega, le cuestiona. Sucede con el Che
Guevara, con los Sex Pixtols, con los iconos
zapatistas, con términos como ‘alternativo’,
‘ecológico’ o ‘underground’, con la bandera
cubana, con el mismo movimiento situacionista. Solo Al Qaeda, Kim Jong-il y Héctor
Arnau parecen escapar por ahora de la abducción capitalista. Debord y los suyos lo
llamaban ‘recuperación’ lo contrario que
détournement2 definido como la posibilidad de que ideas subversivas y sus representaciones pudieran ser incorporadas a las
lógicas dominantes que obedecen al capitalismo. La estrategia para esto es despojarlos
de contenido y adaptarlos al sistema mercantilista. Como la k de Bankia.
Poco sabemos de la k: de supuesto origen fenicio (y ensalzada por los griegos), undécima letra de nuestro alfabeto, no queda
claro si nos pertenece del todo o solo se emplea para palabras de origen foráneo, tales
como koiné, kamikaze o kiwi. En los últimos
años, la academia aconseja su progresiva
sustitución por la c o la q, como en quilo, Iraq o
quiosco (tal vez la palabra con más grafías en
castellano: quiosco, kiosko, kiosco, ‘quiosko’).
El lenguaje aplicado a los SMS de la telefonía móvil donde los ‘que’ son ‘k’ y los ‘quien’
son ‘kien’ y la plena asunción en castellano
de los anglicismos O.K. y K.O. representan los
estértores de la siempre asediada k.
Se trata pues de una letra exótica, casi
alóctona, con un pie siempre fuera de la ortografía castellana. Su sonido se define como
obstruyente, oclusivo, velar y sordo. No entiendo mucho de sonidos de letras, pero todos estos adjetivos se me antojan oscuros,
desquiciantes y desconcertantes. Ante el
rechazo 'oficial' de la k en nuestra gramática,
son los movimientos subversivos en su mayoría de procedencia ‘adolescentoide’ los
Interesante ampliar esta frase con la lectura en diagonal
de Rebelarse vende, de Joseph Heath y Andrew Potter.
La antítesis de la ‘recuperación’: apropiarse de algún
objeto creado por el capitalismo o el sistema político hegemónico y distorsionarlo para producir un efecto crítico.
1
2
18 | retrovisor |
que la recogen para emplearla como forma
de expresar disconformidad con el sistema
imperante. Empleada en palabras como okupación, radikal, kalimocho o Vallekas (el travieso barrio madrileño); eslóganes como ‘Mili
KK’; movimientos como el punk o el rock de
bandas irredentas (al menos en apariencia)
como Eskorbuto, El Último Ke Zierre o Benito
Kamelas. ¿Quién no ha tenido un amigo/a rebelde en el instituto que se hacía llamar Kike,
Óskar o Klaudia? Si a ello le unimos que la k
es la letra por antonomasia del euskera, ya
la hemos liado parda: la k está bajo sospecha, acusada de colaborar con movimientos
corrosivos de naturaleza insurrecta. Al mismísimo Sabino Arana histórico vascuence
culpable, según el nacionalismo español,
de todos los males procedentes de sus
vascongadas se le ha acusado, entre otras
'aberraciones', de introducir la ‘malvada’ k en
el euskera (¿no os da miedo verla escrita en
kale borroka?), como si alguien tuviese que
defenderse de introducir letras en los alfabetos. Sin embargo, fuentes más acreditadas aseguran que la k fue introducida en el
euskera a finales del siglo XVIII, mucho antes
del nacimiento de Arana. También la universal figura de Kafka y el inquietante señor
K., protagonista de El proceso contribuyen
a ese aire misterioso y desasosegado de la
letra k. El adjetivo kafkiano perfectamente
podría ser definido como obstruyente, oclusivo, velar y sordo, ¿no?
Pero he aquí que, en pleno descrédito
global de los entes financieros, se gesta un
banco, resultante de la fusión de dos cajas,
que en su campaña para captar accionistas
decide emplear la k en sus anuncios. Imagino
que sus asesores en mercadotecnia la escogerían por la imagen rebelde y juvenil que
transmite. Una ‘recuperación’ como la copa
de un pino para captar al cliente despistado, capaz de confundir un banco con una
entidad chachi y molona. “Hace unos años
kerías kemar bankos, ahora keremos k te
hagas bankero”. Les faltó decir “solo son mil
pavos”. La k de tintes subversivos transformada ahora en icono modernete, guay, buen
rollito, hermano. Estos señores le echan
tanto morro que es para quitarse el sombrero. Tenemos mucho que aprender de ellos.
¡Bankia, olé tus kojones!
Ilustración de Fernando Vicente
dossier
dossier: PSICOGEOGRAFÍA Y DERIVADOS | retrovisor | 19
Coordina: CLARA-IRIS RAMOS
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La catedral y el aeropuerto: la
lucha contra el cuerpo
Por Santiago Alba Rico
ilustraciones de Riccardo Maniscalchi
E
l espacio es sin duda una condición, pero también
una decisión. No es el vacío que queda cuando se
han descontado todos los cuerpos que lo pueblan sino, al contrario, el aura o hueco que se revela entre
ellos y que al mismo tiempo les impone sus complexiones
y sus posturas. El espacio es cosa de dos, y allí donde solo hay
uno -el eremita en el desierto, el insomne en su cama o
Dios volando por encima de las aguas antes de la creación-,
no cabe nada, ni siquiera el propio cuerpo, que coincide
con los límites del universo, como coinciden los límites del
molusco con los de la valva que lo encierran. Por decirlo de
algún modo: nos reunimos para que haya sitio; nos juntamos para dejar lugar. Todo espacio es un espacio ocupado.
Todo espacio ocupado es un espacio liberado. El ataúd, involución del hombre al mejillón, retroceso del alma a almeja,
es la negación al mismo tiempo del cuerpo y de su espacio.
Poética del espacio
En 1957, el científico y filósofo Gaston Bachelard escribió
un libro memorable, La poética del espacio, en el que repasaba las imágenes más potentes de la intimidad espacial. A
Bachelard le interesaba en este caso el trabajo de colonización individual de los recintos cerrados, las representaciones con las que la imaginación puebla los interiores protegidos o, como él mismo dice, el repertorio de “los espacios
felices”. Su estudio de ‘topofilia’ se ocupa menos de los confines levantados por la geometría y la arquitectura contra
la inmensidad exterior que de la actividad vital desarrollada dentro de ellos; menos de las barreras y muros de contención que “del ser que se concentra en el interior de los
límites protegidos”. La felicidad, el bienestar, la memoria,
la familiaridad ansiolítica, la introspección, la intensidad,
la realidad ontológica están atadas por una raíz poética a
espacios subjetivamente elaborados, excavados desde hace
siglos por la imaginación humana, al menos por la imaginación occidental: la casa, el cofre, el cajón, el armario, el
nido, la concha, el rincón. Todos esos espacios, a su vez, nos
conducen a ciertas representaciones del cuerpo y a los verbos que las describen: agazaparse, acuclillarse, acurrucarse, acciones mediante las cuales los cuerpos, por así decirlo,
interiorizan el exterior; se adaptan al medio al mismo tiempo que lo cargan de vida humana. Agazaparse, acuclillarse o
acurrucarse son verbos notoriamente espaciales -el trabajo
de ajustar los propios límites a los del recinto ocupado o el
de reducir los límites del espacio a los del propio organismo
en contracción-, aunque pueden también reconducirnos, en
lugar de a la casa o al nido, a la celda de aislamiento, a la
cámara de torturas o al quirófano. Un cambio de postura en la cama, como en las primeras páginas de En busca
del tiempo perdido de Proust, puede abrir el vasto espacio
íntimo de la memoria;
el dolor o el terror
infligido en un
sótano, por su
parte, pueden
plegar un cuerpo en la postura fetal de la
intimidad yacente y el reposo satisfecho. La
poética del espacio es en cualquier caso una
fenomenología de
interiores, una cartografía de paredes
marcadas y huecos revividos: el cuerpo que
define un territorio
con sus secreciones y
que al hacerlo separa
del mundo, en un cuadrado, una intimidad
universal.
Metafísica del espacio
Por oposición a la poética del espacio, podemos concebir también una
metafísica del espacio, en la que es
la inmensidad exterior la que toma
las decisiones, rechazando sin parar
toda tentativa de ocupación. Son,
digamos, las inmensidades naturales, cuyo repertorio puede reducirse
a tres fundamentales: el desierto, el
océano y el bosque. Fracaso y reclamo
de la arquitectura, los cuerpos viven
ahí los tres peligros extremos que
amenazan su existencia. En el desierto, la amenaza procede de arriba, del
cielo despellejado, sin tapa, vertiginoso, cuyo sol incandescente y solitario
impide alzar la mirada; no hay nada
más que él (no hay más sol que el sol) y
la sombra inalcanzable del viajero que trata de escapar a
su dominio. Quizás no es
una casualidad que la interpretación religiosa de
| psicogeografía y derivados | 21
esta inmensidad se llame monoteísmo,
históricamente asociado, en efecto, al
desierto egipcio del Sinaí.
Luego tenemos el mar, desierto
derretido -e invertido- en el que los
peligros proceden de abajo, de esa
masa líquida en perpetuo movimiento en la que desaparecen las piernas y
el tronco del nadador, expuesto a ser
absorbido en el abismo o arrastrado
hacia abajo por una succión repentina. El barco se mantiene a flote por
encima de un frenesí de vidas ciegas
y terribles, cuerpos deformados por
la oscuridad que se mueven mediante impulsos, restos de naufragios que
revelan en un fogonazo la inhabitabilidad -la inhumanidad- del agua. No
es una casualidad tampoco que Hermann Melville identifique el océano
con los tormentos de la teodicea, disciplina que trata en vano de explicar el
problema del Mal, o con el escándalo
del ateísmo, carnoso, blanco, lleno de
bultos, tan desprovisto de alma como
una gran ballena. Lo Demasiado Grande de Arriba es un espíritu; lo Demasiado Grande de Abajo es una carne.
Tenemos por fin el bosque, en el
que los peligros -horizontales- provienen de la multiplicidad misma,
de la autogénesis sin límite a ras de
suelo. Retoños, brotes, líquenes, zarzas, una proliferación minuciosa de
vidas particulares demasiado rápidas
para el ojo, audibles en forma de chasquido o cuchicheo, pero inasibles,
escurridizas, fugitivas. Tampoco es
una casualidad que el bosque sea el
hogar religioso del paganismo o del
politeísmo, con su bullicio de criaturas
supernaturales: sílfides, ninfas, sátiros, duendes, gnomos, trasgos, elfos
y todas las huestes de la Demasiada
Vida, incluidos brujas y súcubos, que
no encuentran refugio entre los árboles sino que crecen al mismo tiempo
que ellos para invadir y devorar la civilización.
Política del espacio
La poética del espacio proporciona las
imágenes del cuerpo entrometido; la
metafísica del espacio las del cuerpo
rechazado. Pero hay también una política del espacio a la que corresponde
decidir, por su parte, los lugares privilegiados de la representación social,
el recinto donde los cuerpos interiorizan los valores de una sociedad concreta y con ellos su propio valor individual. Todas las culturas construyen
espacios artificiales en los que se imaginan a sí mismas como sistema; es
22 | psicogeografía y derivados |
decir, en los que materializan la ideología dominante, entendiendo por
ideología -con Althusser- “la representación necesariamente imaginaria
de las propias condiciones materiales
de existencia”. En este sentido, viene
al caso recordar la interesante clasificación que, a partir de esta definición,
propone el filósofo marxista Étienne
Balibar. Si toda ideología es una “representación imaginaria” y por lo tanto ‘engañosa’ de la base económica,
las diferentes sociedades se habrían
distinguido por su diferente manera
de ‘engañarse’ a sí mismas. Así, el engaño propio de la Grecia clásica, en el
periodo de la polis democrática, habría sido la política; el engaño propio
de las sociedades cristianas feudales
habría sido la religión; y lo paradójico
de las sociedades capitalistas industriales es que su específica forma de
engañarse -acerca de las condiciones
económicas- es precisamente la economía.
Habría que añadir que a cada una
de estas formas específicas de ‘autorrepresentación’ corresponde un
espacio físico privilegiado, foco de
construcción y reproducción del imaginario social y fragua de los cuerpos normalizados. El urbanismo y la
arquitectura son también ideología.
Así, podríamos decir que el centro
espacial de la polis griega era el ágo-
En el mundo mágico de
las mercancías, donde
nada se usa y nada
envejece, los cuerpos se
esfuerzan por parecerse
a sus electrodomésticos
y sus coches; son
metonimias trágicas de
sus propios artefactos
que tratan inútilmente
de reducir la carne y
ampliar la imagen
ra, donde la igualdad ante la ley y la
igualdad de palabra (isonomía e isegoría), reconocidas entre ciudadanos,
iban acompañadas de una determinada inscripción del cuerpo en el espacio público. Frente a las mujeres y los
esclavos, que permanecían ocultos en
la ergástula y el gineceo y que solo podían salir vestidos a la calle, el ágora
imponía la comparecencia de cuerpos
desnudos, elaborados al margen del
trabajo, en el gimnasio y en la guerra,
que exponían ante la vista el sistema
de proporciones por el que se regía la
libertad política de la ciudad. Lo propio del espacio político es el cuerpo
como revelación.
Al espacio político del ágora responden las sociedades feudales cristianas con un centro espacial de carácter religioso: la catedral. Expresión
de la desigualdad apabullante entre
Dios y sus criaturas, prolongación y
anulación de un orden jerárquico que
cede ante la Muerte, el empuje por
elevar las bóvedas, culminado con el
arco ojival y los arbotantes del gótico,
determina un esfuerzo proporcional
por rebajar los cuerpos, toscas herramientas de un orden superior y obstinados estorbos para una felicidad más
alta. Lo propio del espacio religioso es
el cuerpo como obstáculo.
En cuanto al capitalismo, entendido como régimen ‘destituidor’ de
cuerpos y de cosas, su lugar ideal es
el pasillo, por el que circulan permanentemente las mercancías, sustituyéndose unas a otras en un proceso de
renovación que, como he escrito otras
veces, no distingue entre cosas de comer, cosas de usar y cosas de mirar,
pues las destruye (consume) todas por
igual. El conjunto de todos los pasillos
capitalistas se conoce con el nombre
de mercado, dentro del cual, desde el
principio, los cuerpos solo son el resto de una acumulación de riqueza
abstracta. En el mundo mágico de las
mercancías, donde nada se usa y nada
envejece, los cuerpos se esfuerzan por
parecerse a sus electrodomésticos y a
sus coches; son metonimias trágicas
de sus propios artefactos que tratan
inútilmente de reducir la carne y de
ampliar la imagen. Lo propio del espacio económico capitalista, como del
bombardeo aéreo, es el cuerpo como
residuo.
Santa Sofía y la Terminal 4
La política, como reprochaban los
persas a los griegos, se materializa espacialmente en un ‘agujero’: la plaza
pública. El contrario lógico de la plaza
es el pasillo y una sociedad compuesta
solo de pasillos -un mundo puramente alimenticio de mondos impulsos
biológicos- debería ser incompatible
no solo con la política sino con toda
construcción arquitectónica. Pero el
capitalismo tiene también sus propias
catedrales fugaces, como todos los imperios que quieren proclamar la eternidad de sus fundamentos (aunque se
trate, en este caso, de la eternidad del
pasaje). Las construcciones arquitectónicas paradójicas del capitalismo son
lo que el antropólogo Marc Augé llamó
hace quince años ‘los no-lugares’, esos
espacios de transición en los que solo
es posible identificarse como consumidor. Pues bien, entre los no-lugares
del capitalismo -pasillos de mercancías y de sus accesorios corporales- el
que mejor señala la continuidad arquitectónica con el espacio religioso es el
aeropuerto. Y ningún aeropuerto es
más catedralicio ni expresa más depuradamente la ‘autorrepresentación’ de
la sociedad mercantil que la Terminal
4 del aeropuerto de Barajas de Madrid.
Se construye una casa o un nido
-poética del espacio- contra la metafísica de las intemperies sin límites.
Pero las catedrales no se construyen
contra la inmensidad, como refugio íntimo frente a la tormenta, sino con la
convicción de que el universo mismo
cabe en una de sus partes; y de que es
posible agrandar el cielo. Santa Sofía,
la catedral de Constantinopla, asombra ya desde el exterior: es como una
gran araña que se aúpa -y se aúpapor encima de la ciudad o como un
dios-bizcocho que se hincha sin parar
en el horno del mundo. La impresión
visual es de crecimiento, de inflamación y hasta de palpitación. Pero el
milagro se produce al entrar. Porque
en realidad, cuando se entra en Santa
Sofía, uno tiene más bien la impresión
de salir; se pasa de un mundo muy
grande bajo el sol a un mundo mucho más grande
bajo la bóveda
central. En ningún desierto, en
ningún océano,
en ningún bosque
se tiene la revelación
de extensión, de vastedad, de altura que nos
golpea en Santa Sofía;
la inmensidad, como la
intimidad, es también
un interior y hay que entrar al exterior para sentirse
un poco más protegido. Bajo ese cielo
más alto que el cielo, el cuerpo comprende cuanto hay de pecaminoso en
su incapacidad de volar, en su necesidad de comer, en su afán de abrazar.
Podría decirse que aeropuerto y catedral mantienen una relación con el
cielo, pero eso sería poco más que una
broma. Lo interesante de la Terminal
4 de Madrid es que, como Santa Sofía,
trasciende materialmente los límites
del universo; sus excesos arquitectónicos, funcionales a un mundo que no
funciona, imponen una autoconciencia del cuerpo muy ajustada a la dinámica ‘destituidora’ de los mercados. Es
catedral, pero es pasillo, y el tiempo
que contiene no es el de la salvación
del alma sino el de la espera inútil, el
tiempo-basura de un cuerpo residual
que no encuentra más justificación,
mientras transita de un país a otro,
que la que le ofrecen las tiendas libres
de impuestos. Esa combinación de
altura catedralicia y tiempo residual
consumístico imponen una noción
del cuerpo radicalmente religiosa:
allí uno percibe su propio cuerpo
como un freno a la evolución
humana, como una excrecencia primitiva, como
un síntoma de invencible
subdesarrollo. Mientras la
tecnología avanza, mientras en las pantallas se suceden las imágenes, mientras
las salas inmensas de cristal y
acero parecen a punto de despegar del suelo, el cuerpo es un atraso, nos mantiene siempre retrasados.
El aeropuerto, como pasillo-catedral
donde el capitalismo imagina su perfección, quintaesencia de la lucha tenaz del mercado contra los cuerpos.
Podemos decir que, bajo el
capitalismo, todo progresa
salvo los hombres, y
que por lo tanto
el progreso
mismo
del capitalismo excluye todo aquello
que ha caracterizado históricamente
las relaciones antropológicas entre
los seres humanos. Hay que librarse
de ellos. Los no-lugares son también
no-cuerpos. El deseo circulante sin cuerpo
es el motor mismo del mercado. Frente a él, hay que recuperar la poética
del espacio, la metafísica de la intemperie, la política de las ágoras, donde
los cuerpos, acurrucados o batidos
por el viento, palabra contra palabra,
puedan defender valientemente su
mortalidad, proteger audazmente su
imperfección y construir colectivamente su dignidad humana.
Santiago Alba Rico es
ensayista y escritor
| psicogeografía y derivados | 23
Midway, plástico y albatros
por Manuel Maqueda
Fotografía de Chris Jordan
E
n el medio del Pacífico hay una diminuta isla donde
las aves y los humanos se mezclan en un ciclo de renovación y de búsqueda interior. Un lugar donde el
medio de la nada se convierte no solo en el medio de
alguna parte, sino en el corazón de todo.
La isla de Midway tiene tres kilómetros de largo y apenas
uno de ancho. Como su nombre sugiere (midway significa ‘a
medio camino’ en inglés), este atolón se encuentra justo en
el centro del océano Pacífico norte, a medio camino entre
California y Japón; y entre Hawái y el Ártico.
Midway es uno de los lugares más aislados y remotos del
mundo. Sin embargo, para los nativos hawaianos, el atolón
de Midway (que ellos llaman Pijemanu) es un lugar de gran
poder y singular importancia. En la tradición hawaiana, el
rosario de pequeños atolones que se extiende desde Kauai
hasta Kure representa un largo linaje de kupuna, antepasados. Midway es, por tanto, un venerable anciano-isla en una
larga dinastía. Flores de lava que emergieron de las aguas y
24 | psicogeografía y derivados |
se fueron apagando con las largas estaciones de la geología,
dejando tras de sí un paisaje marino cubierto de exquisitos
pétalos de coral.
Papahanaumokuakea es el nombre hawaiano de la inmensidad de mar azul que rodea a Midway. Esta palabra significa
‘el lugar donde la unión de Papa (la madre Tierra) y Wakea (el
padre cielo) engendra islas en medio de la inmensidad’. Para
los hawaianos estos atolones no solo son su cordón umbilical
con el pasado, sino también una serie de hitos a lo largo de
una antigua ruta que conduce las almas hacia el más allá.
Saltando de isla en isla, los espíritus de los muertos avanzan
desde Hawái hacia el noroeste, al encuentro con el Po, la
gran oscuridad, donde se reúnen con sus parientes muertos.
Midway es la última isla antes del trópico de Cáncer, que
marca la frontera con el reino de las tinieblas de Po. El último peldaño antes del salto definitivo hacia lo ignoto.
Midway es una isla remota y aislada, pero paradójicamente ha sido escenario de acontecimientos centrales en la
Cadáveres que revelan un macabro caleidoscopio de objetos inútiles de plástico
historia de la humanidad. En 1903 se produce en Midway
el empalme del primer cable telegráfico transpacífico.
Ello permitió que un mensaje electrónico, un telegrama,
diera la vuelta al mundo por primera vez. En 1935, Pan
American Airlines construye en Midway una base de repostaje y un hotel que permiten inaugurar el primer servicio aéreo regular desde San Francisco a China usando
hidroaviones. En 1942, Midway fue escenario de una de
las mayores batallas de la Segunda Guerra Mundial, que
marca el fin del control japonés del Pacífico. Durante los
años cincuenta y sesenta, en plena Guerra Fría, el ejército
estadounidense crea en Midway un centro ultrasecreto de
espionaje para el seguimiento de submarinos soviéticos.
Con él se instalan más de tres mil quinientos militares y
funcionarios en la isla. En 1969 el presidente estadounidense Nixon y su homólogo vietnamita Nguyen Van Thieu
se reúnen por sorpresa en Midway para intentar poner fin
a la guerra de Vietnam.
Con el fin de la Guerra Fría, los militares se marchan,
dejando tras de sí una tierra violada, destruida y explotada. Decrépitos edificios, pistas de aterrizaje abandonadas,
maquinaria herrumbrosa y hangares fantasmagóricos son
testimonio de aquella época.
Bonitos objetos venenosos en el buche de los albatros
Pero mi fascinación por Midway poco tiene que ver con
todo esto. Mi fascinación surge de un siniestro fenómeno
actual, desconocido y profundamente metafórico.
En la actualidad, la remotísima isla de Midway está cubierta de objetos de plástico desechable.
Cientos de miles de mecheros, cepillos de dientes, maquinillas de afeitar y tapones de botellas cubren cada metro cuadrado de la isla. Estos objetos llegan hasta Midway
en el buche de millones de albatros, grandes y majestuosas
aves marinas que anidan aquí desde tiempos inmemoriales. Los albatros son amos y señores del Pacífico: pueden
volar hasta quinientos kilómetros al día, lo que les permite un territorio de caza que va desde Alaska a México.
Los albatros son monógamos, alcanzan los sesenta años de
edad y anidan cada año exactamente en el mismo lugar.
Desde hace millones de años, los albatros han sobrevolado el océano en busca de comida: calamares, pececillos,
huevos de peces... En la actualidad, estas majestuosas criaturas encuentran plástico de brillantes colores flotando
en la superficie del océano, lo confunden con comida y se
lo regurgitan a sus polluelos. Gran cantidad de polluelos
mueren de inanición y deshidratación y se ven afectados
por la toxicidad del plástico. Tras la época de cría, los albatros abandonan Midway y dejan atrás miles de cadáveres
que, al descomponerse, revelan un macabro caleidoscopio
de objetos inútiles de plástico.
Midway Journey es un proyecto transmediático para
documentar los efectos de nuestra cultura de usar y tirar, y
también para explorar la metáfora de Midway a través del
cine, la fotografía, la poesía, Internet y artículos como este.
El proyecto surge en diciembre de 2008 tras varias conversaciones con Chris Jordan, artista visual de fama internacional afincado en Seattle. Por aquel entonces, yo andaba
buscando herramientas visuales para explicar de un modo
visceral el fenómeno desconocido de la contaminación por
plásticos y Chris Jordan había alcanzado reconocimiento
mundial con su espectacular serie de fotomontajes Running
the Numbers, que retrata la magnitud y el absurdo de nuestra sociedad de consumo. Al poco tiempo Chris funda
Midway Journey y yo fundo Plastic Pollution Coalition, una
coalición mundial de organizaciones que buscan poner
fin a la contaminación por plásticos y sus efectos tóxicos
en las personas, los animales y el medio ambiente. Surge
también entonces una amistad entre Chris y yo que nos
ha llevado a colaborar de diversas maneras. En septiembre
de 2009 tomé parte en el primero de una serie de viajes
a Midway liderados por Chris Jordan en compañía de un
pequeño grupo de artistas. Las impactantes fotos de Chris
Jordan que muestran albatros muertos llenos de plástico
han dado ya la vuelta al mundo. El proyecto sigue adelante
y hay una película documental en preparación para 2012.
Antes de viajar a Midway, los miembros del equipo
fuimos a pedir el permiso y la bendición de los ancianos
hawaianos. Al fin y al cabo, con nuestras cámaras seguimos la senda de los espíritus, escuchando la llamada de los
antepasados hasta asomarnos a los bordes de Po, la gran oscuridad, para cumplir el importante ritual de ser testigos.
Mi relación con Midway surge de mi pasión por los problemas medioambientales y sociales emergentes y futuros
–para los cuales pienso que las crisis actuales son apenas
un laboratorio. Nuestra sociedad aún no ha descubierto la
manera de resolver los problemas planetarios que estamos
creando. Comenzamos a darnos cuenta de que nuestro modelo económico, basado en el crecimiento permanente y
en una reducción mecanística del complejo y sutil tejido de
la vida, no nos permite un futuro sostenible. Sin embargo,
nuestra sociedad carece todavía de un modelo alternativo,
y no sabe hacia dónde dirigirse para alcanzarlo. Estamos
atrapados en el punto intermedio, atrapados en Midway.
El albatros no solo ilustra las consecuencias del uso masivo del plástico, un material altamente tóxico y duradero
que la tierra no es capaz de digerir. El albatros también
muestra a un ser que se llena el buche de bonitos objetos
de colores y se los regurgita a su prole. Objetos llamativos
que son venenosos y carecen de valor nutritivo.
El albatros se convierte así en un mensajero heroico, un
animal que está entregando su vida para traernos un mensaje poderoso. Un mensaje que habla de la interconexión
de todos los sistemas vivos, y también de nuestra creciente
desconexión con quienes realmente somos.
En última instancia, la contaminación por plástico se
origina dentro de nuestros corazones y la profecía de los
albatros es que volverá al lugar de donde surgió. Solo entonces, tal vez, el dolor nos hará salir de este lugar a medio
camino y dar un salto hacia el futuro.
¿Quién iba a pensar que en Midway, donde la unión de
Papa y Wakea dio a luz a una diminuta isla en la inmensidad azul, el medio de la nada podría convertirse no solo
en el centro de alguna parte, sino quizás también en el
principio de muchas cosas?
Manuel Maqueda es integrante del
proyecto www.midwayjourney.com
| psicogeografía y derivados | 25
BOSTEZO VISUAL
Artefagia
Colectivo artístico que escudriña su entorno
para vivirlo como proceso creativo en sí mismo. En su empeño por plasmar las múltiples,
concretas y dispersas realidades que nos habitan, aun a sabiendas que esa plasmación
simplemente es producto de un instante
decisivo o no, los dos miembros de este
colectivo valenciano, Sergi Inclán y Montse
de Mateo, se sumergen en la cultura y sociedad chinas para sacar a flote aquello que
sus retinas captan. Fruto de este ejercicio de
buceo encontramos su investigación Estrategias subversivas y feminismos en el arte
contemporáneo chino, becado por el Centro
Cultural Montehermoso, y su serie fotográfica Lugares desarticulados.
La muestra que se recoge en estas páginas es una pequeña parte de la inmersión
que el fotógrafo Sergi Inclán realizó en las
ciudades de Pekín y Shanghái, así como en la
región de Jiangsu. A través de la quietud de
un instante, de un momento impreciso, sus
fotografías hacen resonar los latidos de la
ciudad, más allá de la epidermis urbana.
LUGARES DESARTICULADOS
Lugares presentes de un futuro pasado. Lugares cansados. Abarrotados. Vacíos.
Habitados. Ausentes. Lugares repletos de lugares. Lugares consagrados a la
vida. Al anonimato. Al sinsentido. Al recogimiento. Lugares que van hacia algún
lugar. Lugares que brillan por su ausencia. Presentes. Anticipados. Ahuyentados.
Reales. Inciertos. Que cantan. Que imaginan ser. Lugares que son lo que fueron.
Que serán lo que son. Que son siendo. Lugares pintados. Agigantados. Empobrecidos. Menoscabados. Lugares que piensan ser. Que no fueron concebidos. Que
imaginaron ser. Que no fueron soñados. Lugares que tienen miedo por dejar de
ser. Lugares desarticulados.
Sergi Inclán
36 | bostezo visual |
| psicogeografía y derivados | 37
Se llama
pasear, Guy
por Kiko Amat
ilustración de manuel gómez burns
42 | psicogeografía y derivados |
L
a primera pregunta que procede hacerse al hablar de
psicogeografía es: ¿por qué el maldito palabro? ¿Por
qué le llaman amor cuando quieren decir sexo? ¿Qué
tenía de malo llamar al acto por su nombre: paseo?
Se lo diré: ‘paseo’ no quedaba bien, porque sonaba a cosa
que podía hacer cualquiera, usted, yo, mi amigo el cervecero o Engracia, nuestra encantadora señora de la limpieza.
Y a los situacionistas, que fueron los primeros listillos en
proponer lo de psicogeografía, no les gustaban las cosas que
podía hacer cualquier señora de la limpieza. Se llenaban la
boca con conceptos como la “insurrección de un millón de
mentes”, no cabe duda, pero lo que en realidad deseaba Guy
Debord, su insignificante little hitler, era una revolución en
la que solo participara gente con una mente, casualmente
una que fuese e-xac-ta-men-te igual que la suya; o sea, protogordos de mal beber –yo siempre lo visualizo escupiendo
tintorro, farfullando que va a invadir Polonia en una fecha
próxima–, lectores de Hegel, ‘acarreajofainas’ de los surrealistas e impenitentes pesados de bar (pub bores, los llamaría
Jeffrey Bernard). No, pese a los (divertidísimos) libros que
presentan al hombre como una especie de omnipotente profesor Xavier del mutante mayo del 68 –caso de la mitografía The game of war, de Andrew Hussey– yo lo imagino más
bien como al carcoma enano y venenoso de La cizaña, de
Astérix. Pues, en verdad les digo, Debord era ciertamente
una figura shakespeareana, incluso dickensiana, puro Black
Adder (incluso se parecen físicamente): el tapón resentido y
‘avinagrao’ que conspira por entre el cortinaje, envidiando
a aquellos que sí estaban arriesgando el pellejo por la revolución y odiándolos a muerte por ello, enfrentando a antiguos
amigos, despidiendo a asociados por las más nimias –e imaginadas– ofensas, mascullando en tabernas como un orate,
sin un solo amigo, pensando nuevos eslóganes pero sin atreverse a levantar un adoquín. ¡Qué gran publicista hubiese
sido Debord! Y –¡ay!– cuánto esfuerzo desperdiciado el suyo,
cuánta palabrería arenosa e intrascendente, cuánto complot
de parvulario, cuánto boato e inquina se ocultaban debajo
de su trenca gris.
De todas las estupideces desperdicia-folios que se sacaron
de la manga los situacionistas para justificar su escaso talante como hombres de acción, la psicogeografía es una de las
más irritantes. Y eso es mucho decir. Porque, verán, incluso
cuando me fascinaban las ideas situacionistas (lo confieso:
soy un renegado, ¿pasa algo? Rectificar es de sabios), todo lo
del urbanismo y la psicogeografía me sonaba a camelo. Pase
que nos traguemos lo de la vida como juego, toda la retórica
flamígera sobre las pasiones destructivas y ‘el incendio’ (que
tantos borregos y ‘trabajadores culturales’ se han tragado
desde entonces), incluso la patraña de la ‘revolución cotidiana’ (si existe una excusa hecha a medida para no hacer nada,
para no ir a asambleas ni manifestaciones ni mover un dedo,
es esa. “¿Cómo, que si voy a la sentada en Sol? No, lo siento:
yo estoy haciendo la ‘revolución cotidiana’ en mi café con
leche y melindros”), incluso la soberana gilipollez de la ‘creación de situaciones’. Pase, digo, que nos endilgaran toda esa
palabrería de falso adivino a aquellos que estuvimos momentáneamente deslumbrados por la decreciente brasilla del ‘incendio’ debordiano. Pero, ¿psicogeografía? ¡‘Amos’, hombre!
Lean tan solo este humeante montón de excremento de la
Asociación Psicogeográfica de Londres: “La psicogeografía es
universalismo con actitud. Es el universalismo que no busca
expresarse mediante palabras, que se mantiene solo como
una sinopsis de lo salvaje. La psicogeografía investiga la intersección entre el tiempo y el espacio, y así ataca a la ciencia
en su punto más débil –la repetición mecánica de resultados.
La psicogeografía es la universalidad de lo específico, de lo
particular en su punto de disolución”. Y ahora, contéstenme
con sinceridad: ¿tomarían un chato de vino con alguien que
habla así? ¿Con cualquier pájaro que hubiese pronunciado los
términos ‘sinopsis de lo salvaje’?
No, queridos lectores, en el situacionismo se trataba de
sobre-intelectualizarlo todo de la manera más pomposa para
que solo pudiesen entenderlo cuatro o cinco graduados de
La Sorbona. Tienen que subtitular mentalmente todos sus
textos, para comprender de inmediato qué significan en realidad sus retorcidos palabros: ‘creación de situaciones’ quiere
decir hacer la rabona, no ir a trabajar un día y sentarse en
una terraza a tomar una caña y leer, quiere decir subirse a
una mesa una noche de farra y bailar el Wa-Watusi sin pantalones. Simplemente esto. Y no es que se trate de algo pernicioso, todo lo contrario; sencillamente, es de necios llamarle
‘creación de situaciones’. Solo el más despreciable escarabajo
de biblioteca apodaría de una forma tan académica y envarada a un acto de simple y espontáneo a-tomar-por-culo-lo-quediga-mi-jefe-me-voy-a-tomar-unas-copitas.
Un santísimo peñazo
Y respecto a lo que nos ocupa en este número: la psicogeografía. Oh, la psicogeografía. Ustedes saben de sobra que se trata
simplemente de pasear sin rumbo fijo, como un hombre contento, recordando cosas con dulce melancolía, asociando memorias a aquella esquina, aquel bar que ya no existe, y ¿no vivía aquí mi amiga Candela? Se trata de eso, y nada más. ¿Por
qué, entonces, bautizarlo de una forma tan antipática? ¿Por
qué, pues, complicar sus sencillos mecanismos y almidonar
sus blanduras con ladrillos y más ladrillos de impenetrable
teoría para empollones? Se lo diré: para que nadie fuese feliz.
Para convertirlo en una especialidad. Para hacerlo un trabajo.
Para que fuese una cosa exclusiva de Debord y sus seis mamporreros, algo de lo que alardear en aquellas inconscientes
humorísticas reuniones de la Internacional Situacionista (me
recuerdan intensamente a los clubs mods de los ochenta, formados por Pepito de Bilbao, Juan de La Rioja, Miguelón de
Castellón... Uno en cada pueblo, pero completamente solos),
combustible fósil para la infantil megalomanía de sus acólitos. La psicogeografía juega el mismo papel que los ensayos
de quinientas páginas de Greil Marcus sobre música pop:
convierten el acto, el ente, el sonido, en un santísimo peñazo.
La psicogeografía es como un tratado posmoderno que hable
de The Clash relacionándolos con Habermas, arruinándolo
todo, aguando cualquier posibilidad de emoción y pasión
real, momificando cada significado. La psicogeografía es una
filfa, no es nada, es pura jerga de licenciados en Literatura
Comparada y realizadores de happenings de ‘palabra y sonido’,
la psicogeografía es el chiste del basurero portugués que se
hace llamar ‘engenheiro do carro da merda’.
No, queridos. ¿Recuerdan aquella frase surrealista, aquel
axioma imprudente y psicópata de Breton que rezaba: “el
acto surrealista más simple consiste en salir a la calle con un
revólver en cada mano y, a ciegas, disparar cuanto se pueda
contra la multitud”? ¿Lo recuerdan a ese, el más imbécil y
jactancioso y engreído y vacío de los eslóganes? Pues lo que
tienen que hacer es darle la vuelta y salir a la calle con revólveres, sin duda, pero solo para apiolar al próximo que les diga
que se marcha a realizar una ‘deriva psicogeográfica’.
Venga, señores, ¿somos niños, o qué?
Kiko Amat es escritor. www.kikoamat.com
| psicogeografía y derivados | 43
Fotografía de Olga Esther
Geografías del morbo
UNA CONVERSACIÓN SOBRE CRUISING CON PEPE MIRALLES
Por revista bostezo
El cruising es una práctica de interacción sexual entre hombres en espacios de uso público:
playas, zonas boscosas cercanas a las playas, áreas de descanso, váteres de centros
comerciales y estaciones, jardines urbanos, construcciones abandonadas, aparcamientos
en áreas de servicio. Pepe Miralles, profesor de Bellas Artes de la Universidad Politécnica
de Valencia, ha realizado un exhaustivo trabajo de documentación y estudio del cruising en
www.geografiasdelmorbo.net, consistente en un archivo de testimonios sobre lo que ocurre
en estos espacios, casi siempre transitorios e inestables. Recogemos algunos de estos
testimonios de la web del proyecto, junto a las respuestas de Miralles a nuestras preguntas.
44 | psicogeografía y derivados |
M
iralles: A mí me ha interesado
siempre el uso de los espacios.
El arte público o las vinculaciones del arte con la esfera
pública, o como lo quieras llamar. Y
los espacios de cruising son lugares muy
especiales. En primer lugar porque el
espacio público ha sido y sigue siendo
heterosexual en todas sus expresiones,
dimensiones y dispositivos. Si estás en
la playa, ves unos señores que pasean
por las dunas y te preguntas: ¿qué están
haciendo ahí? La respuesta ‘heterocentrada’ es “están paseando”. Pero realmente están ligando, y la mayoría de gente
no conoce esa dimensión. El objetivo de
Geografías del morbo es contar que hay
otros usos de los espacios, que hay otro
tipo de prácticas que están delante de
ti y que tú no las reconoces como tales
posiblemente porque no tienes los mecanismos suficientes para poder leer ese
acontecimiento, porque tus mecanismos
están centrados en lo heterosexual: lo
demás no existe, y sin embargo está ocurriendo. En un estudio reciente sobre la
práctica del cruising en los parques del
cauce del río Turia, en Valencia, se realizaron entrevistas a cruisers y al resto
de usuarios del río. Pues bien, ninguno
de estos usuarios ‘normales’ sabía que se
daban este tipo de prácticas.
Hay gente que piensa que evidenciar
que esos espacios existen es provocar o
favorecer su desaparición. Yo pienso que
mostrarlos ayuda a crear una sociedad
más diversa y tolerante.
Testimonio: “Es un lugar que lo rehabilitaron para que la gente lo utilice
para hacer comidas. Hay paelleras y para
hacer carne a la brasa y los días de fiesta
se llena de grupos de amigos o familias
para pasar allí el día y comer. Cuando ves
una silla que se nota que no está tirada
como un escombro, sino puesta en un
lugar, es para mamarla más cómodamente”. (La Xopera, Algemesí).
Miralles: Geografías del morbo es
esencialmente un archivo de memoria
con dos partes: primero, la recogida de
los testimonios orales de los cruisers;
y segundo, las fotos, que comparten
una característica: no hay personas,
solo el lugar, solo la playa o el parque.
Obviamente, mi intención no era ir con
una cámara oculta a intentar pillar a la
gente follando. Así que decidí hacer las
fotos del lugar vacío, no para esconder
lo que allí pasa, sino para evidenciar
que en ese espacio pueden convivir
múltiples usos, algunos aparentemente ‘invisibles’.
Fotografía de Olga Esther
Testimonio: “Llego al bosque y me
quedo en pelotas apoyado en un pino
ofreciendo mi culo. Al rato un tío empieza a rozármelo, a tocármelo, a comérmelo y acaba follándome. Un día tenía
cuatro en cola y los cuatro me follaron
uno detrás de otro”. (Platja d’es Trenc).
Miralles: Primero localizo el lugar,
luego hay un trabajo de observación no
obstructiva que me permite saber los
flujos y tiempos. Y finalmente, la investigación participativa, la más compleja,
difícil y divertida. Hay muchas anécdotas: una vez me encontré en una playa
a un hombre de unos setenta años, un
hombre que se veía que había sido muy
guapo. Me interesaba mucho hablar
con él: en esa playa había cruisers desde
la Transición, desde la aparición de las
playas nudistas, y quería que me contara esa historia. A los cinco minutos de
estar hablando, empezó a tocarme. Fue
peculiar: entendí que debía dejar que me
tocara si quería conocer su historia.
El espacio público ha
sido y sigue siendo
heterosexual en todas
sus expresiones,
dimensiones y
dispositivos
Testimonio: “El camionero de
Perpiñán acaba de entrar en el aparcamiento del área de descanso (…) empieza a dar vueltas a su camión, andando
a grandes y pausadas zancadas, como si
estuviera estirando las piernas, mirando
hacia las ruedas, hacia los montes cercanos, hacia el cielo, como si no estuviera
ligando, disimulando lo que su paquete
delata. El camionero da vueltas al camión y desde un lugar estratégico, en el
que yo lo veo pero el resto de gente no,
empieza a tocarse el paquete. Da otra
vuelta al camión y se vuelve a colocar
en el mismo sitio. Yo lo miro fijamente
desde el interior de mi coche. Al final
se saca la polla y se la empieza a menear, mirándome. Tiene una buena polla y lo que quiere es que se la chupe”.
(Beneixida, área de descanso A-7).
Miralles: Los códigos de comunicación son muy particulares. En primer
lugar, el silencio. No hay palabras, hay
una especie de glosa corporal, una comunicación no verbal que se establece entre dos cuerpos, una comunicación que
empieza por la gestualidad y se certifica
con la mirada. Es un juego de encuentros
y persecuciones hasta que dos personas
deciden que les interesa lo mismo.
Testimonio: “Subiendo hacia la fábrica vi que en la pinada había una furgoneta aparcada y un tío de unos 35-38
años, con un mono verde militar, botas,
casaca de cazador guateada y una escopeta. Se me queda mirando y se toca los
huevos. Lo típico. Bajé del coche. Hacía
| psicogeografía y derivados | 45
“La indignación se debe sobrepasar”
MARC AUGÉ
Antropólogo y creador del concepto ‘no-lugar’
Entrevistamos a Marc Augé en el marco de las XIl Lecturas de la Fundación Botín, que este
año han llevado como título Historia y formas de la curiosidad, dirigidas por Francisco Jarauta.
El antropólogo del mundo contemporáneo por antonomasia accede a responder nuestras
preguntas mientras ojea con curiosidad los últimos números de Bostezo desde una terraza al
sol santanderino.
POR ESTER GIMÉNEZ BELTRÁN
entrevista y fotografía
M
arc Augé acaba de ofrecer una conferencia que
navega desde sus primeros trabajos de campo en
África hasta las paradojas del anonimato en la ciudad contemporánea. Augé es un escritor prolífico y
un curioso incansable que no ha dejado de preocuparse por
temas de actualidad que afectan a las sociedades en las que
convivimos. Ha sido el creador de conceptos de referencia que
ya pertenecen al léxico contemporáneo en el contexto de la
mundialización como el no-lugar o la sobremodernidad. A sus
setenta y seis años sigue preocupándose por cuestiones que
generan el debate sobre la sociedad contemporánea como
los mecanismos de apropiación de la ciudad, en espacios
concretos o abstractos, y el desarrollo del espacio virtual. El
antropólogo nos volvió a trasladar al metro de París en su
obra El metro revisitado, el viajero subterráneo veinte años después
(2008), segunda parte de Un etnólogo en el metro (1986). El metro aparece como metáfora de la vida social e individual con
sus direcciones, sus líneas de vida, sus cambios y cruces. La
red del metro se extiende ‘rizomáticamente’ en las ciudades
contemporáneas; es, en sí misma, un mundo. Nadie mejor
que Augé para debatir sobre la influencia (o no) de la psicogeografía en el análisis de los actuales procesos urbanos.
–Usted se define en su obra El metro revisitado como un
parisino de los que ‘usan’ el metro. Este aparece como un
elemento de su identidad geográfica y de su identidad social.
Es, en definitiva, un lugar donde el individuo contemporáneo desarrolla una cierta subjetividad apropiándose del
espacio. En el metro existen una cierta intimidad, recuerdos
y cruces. ¿Qué otros lugares en la ciudad contemporánea
poseen características similares y facilitan la posibilidad de
apropiación del individuo?
Para empezar, el metro parisino es bastante particular, configura una red muy densa, es habitual coger el metro incluso
para trayectos muy cortos. Además los itinerarios en metro se
pueden combinar con itinerarios en la superficie. De hecho,
los nombres de las estaciones se suelen corresponder con el
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nombre de un cruce, una avenida o una calle, existe una especie de correspondencia con el exterior. No existen lugares
en la ciudad de París en los que no llegue el metro. Lo que
encontrábamos desde el inicio exclusivamente en las calles lo
tenemos ahora también en los pasillos y pasajes subterráneos.
Es cierto que no se trata exactamente de calles peatonales,
pero son calles donde podemos encontrar de todo: tráfico,
peatones, paseantes, panaderías, puestos de comida, etc. Eso
siempre ha funcionado a la perfección en la superficie de la
ciudad de París en la medida en que han convivido ejes de
circulación con aceras anchas. Pero esto está desapareciendo
por diferentes razones, por ejemplo, por el desarrollo en
la construcción de vías rápidas. Al mismo tiempo intentan
animar la ciudad con otros mecanismos, invitando a los individuos a apropiarse de la ciudad con espacios como Paris Plage
en el que recrean cada año una playa a orillas del Sena para
que la gente pueda emular el verano en la costa, con arena,
sombrillas, etc. Pero el montaje es muy artificial. En París
existe también una forma de vida muy lugareña, encerrada
en ciertos barrios. Un parisino puede pasar toda la vida sin
ver la torre Eiffel, aunque puede visualizarla constantemente
en la televisión. Tenemos lugares tradicionales que se prestan
muy bien al encuentro, a la circulación. Pero amenazados por
el exceso de circulación rodada y por otra parte por puestas
en escena artificiales o enfocadas al consumo. Hasta en el
metro intentan crear estrategias para animarlo. Pero la realidad es que los músicos comparten muchas veces el espacio
con la pobreza de los sin techo. Han intentado instalar hasta
televisiones, ¡espero que eso no tenga mucho éxito!
–En su obra El metro revisitado comenta: “Hoy los transportes públicos son el lugar por excelencia donde la noción de
espacio público conserva un sentido. El espacio público si
lo entendemos como espacio concreto donde todo el mundo
se cruza con todo el mundo, pero también como espacio
abstracto donde se forma la opinión pública, queda identificado en gran medida con el espacio de transportes públicos”.
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¿Piensa usted que en la ciudad contemporánea existe un
cambio que hace que los espacios de transporte se conviertan
en cierta forma en los verdaderos espacios públicos?
Sí, en cierta medida, de la misma forma que observamos el
fenómeno en los espacios de consumo. Evidentemente una
gran ciudad existe por la calidad de sus espacios públicos.
En estos espacios nos cruzamos y permiten también la concentración de individuos. Hay lugares donde se encuentran
líneas de metro, de autobús, estaciones de tren, etc., redes
que se superponen. Se trata de lugares muy particulares que
se están desarrollando en la actualidad. Las estaciones de
tren empiezan a parecer aeropuertos. Su emplazamiento es
a menudo interesante porque en muchos casos están estratégicamente situadas en los centros de las ciudades. Un buen
ejemplo es la Hauptbahnhof de Berlín: tiene vistas espléndidas
sobre la ciudad y es un buen modelo de integración de transportes, autobús y metro, todo ello en ‘capas’ superpuestas.
En París lo que podría corresponder es la Gare du Nord, pero
es muchísimo menos elegante. De una forma moderna han
construido sobre lo antiguo. Me gustan las estaciones de tren,
participan en la respiración de la ciudad, mientras que los
aeropuertos se sitúan en el exterior de las ciudades.
Las estaciones de tren son lugares en los que piensan
ahora mucho los arquitectos. No deberían intervenir demasiado en ellas, deberían dejar suficiente libertad. Los lugares
se crean por lo que hacen las personas en ellos y con ellos,
se trata de procesos que escapan a la normalización.
–Usted define el espacio público no solo como un lugar físico
sino también como un lugar en cierta manera intangible
donde se puede dar la formación de la opinión pública.
¿Piensa que el espacio virtual hoy es un espacio público, un
espacio de formación de la opinión pública?
El espacio virtual tiene varios aspectos. La televisión, por
ejemplo, hace de todo para intentar crear la ilusión de que
se participa, pero en realidad solo la consumimos. Por otra
parte tenemos también Internet. Es extraordinario comprobar cómo la metáfora del espacio está presente en Internet,
en las webs, etc. Muchas personas se expresan en Internet
e incluso dialogan. Soy un poco escéptico, bueno quizás no
escéptico, pero creo que hay que estudiar más de cerca lo que
llamamos las redes sociales a las que hemos elogiado bastante
rápido en relación con las revoluciones actuales. Vamos a
ver a lo que llevan esas revoluciones, no estoy seguro de que
el resultado vaya a ser espléndido. La idea de que la gente
joven se ha reunido gracias a la comunicación vía Internet
es sin duda parcialmente cierta. Claro que Internet es un
medio muy potente, pero tiene sus límites y peligros. Por una
parte, no todo el mundo tiene acceso hoy en día a Internet.
Por otra, el principal peligro es que la relación virtual es una
relación fácil pero abstracta. La gente escribe en el espacio
virtual cosas que no diría en la vida cotidiana. Hacemos una
pausa, nos creamos un personaje al mismo tiempo, siempre
es un poco así, pero en Internet es mucho más fácil. ¿Esas
redes existen como tales? No estoy del todo seguro. Tienen
una existencia metafórica y puede que se exagere su importancia en la constitución de una cierta opinión pública.
Nos mostraban las plazas en Túnez o en Egipto, y atribuían
el fenómeno a las redes sociales. Pero eso no es cierto, no
todos los participantes allí reunidos provenían del contacto
a través de las redes sociales. Algunos de ellos sí, pero no la
mayoría. La opinión pública se crea a través del diálogo y la
discusión. No estoy seguro de que se hayan creado las condiciones adecuadas para que se cree un verdadero diálogo en
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Internet. Haría falta una distinción elemental, pero lo que me
parece apropiado tener en mente es la distinción entre el fin
y el medio. Internet es un medio prodigioso pero se utiliza
a veces como fin, una finalidad en sí misma que constituye
un mundo real. Tengo miedo de que nos situemos en la ilusión. Es como en el terreno de la educación. Evidentemente
existe algo fascinante en el hecho, por ejemplo, de que todo
el mundo pueda tener acceso a la biblioteca del congreso.
La accesibilidad es una ventaja, pero ¿qué va a enseñar en sí
misma? Es muy peligroso que el conocimiento manejado por
ignorantes pueda dar la ilusión del saber. Lo que digo puede
aplicarse también a la noción global de espacio público, a los
intercambios de opinión.
–Cuando habla de sobremodernidad insiste en el paso del
espacio físico al espacio virtual. ¿Piensa que ciertas manifestaciones actuales, por ejemplo en Egipto o el 15M en
España, producen un cierto paso en el sentido inverso? Es
decir, ¿piensa que permiten pasar del espacio virtual a una
manifestación física?
Sí, es como el teléfono, lo teníamos ya, es un medio de
comunicación y puede ser fantástico. En el momento en el
que nos situamos ante una situación que requiere una comunicación rápida, entonces es muy útil. Si utilizamos Internet
como un medio permite convocar a las personas. Aunque se
necesita que la toma de conciencia exista, porque si pensamos que se va a crear en Internet estamos equivocados. No
digo que no sea posible pero me parece complicado, no está
asegurado.
Las manifestaciones como las de los ‘indignados’ son quizás
un nuevo romanticismo. ¿Y después? Porque la indignación
tiene su sentido y está bien que se exprese, pero también se
debe sobrepasar. No se puede superar la indignación únicamente con el acto de compartir. Creo que hay que utilizar plenamente los nuevos medios de comunicación como medios,
pero cuidándose de pensar que siempre aportan soluciones;
de lo contrario, se puede caer fácilmente en la decepción.
–Cambiando de tema, ¿estaba usted en París en mayo del
68?, ¿cómo vivió los acontecimientos?
No, estaba en Abiyán, en África. Dejé París, tenía vacaciones
en abril del 68. Viví muy intensamente Mayo del 68, pero en
la distancia. Hasta fui elegido para llevar una reivindicación
a un organismo de investigación. Estaba a punto de hacerlo
cuando todo basculó bastante rápido y el director llegó a
Abiyán antes de que yo partiera a París. Ganamos muchas
cosas entonces. Observé Mayo del 68 en pequeña escala, en
un medio francés, un equipo de cooperación, aquello fue
apasionante.
–¿Piensa que el movimiento situacionista tiene algún tipo de
trascendencia en la forma de pensar el urbanismo contemporáneo? En su opinión, ¿ciertos conceptos como la deriva
o la psicogeografía son conceptos interesantes y útiles para
analizar otras cuestiones más subjetivas que pueden darse
en la ciudad o cree más bien que la psicogeografía no se entiende más que en el contexto determinado de Mayo del 68?
No hay que aplicar hipótesis antiguas a situaciones nuevas. Los nuevos conceptos llegan de forma espontánea. Es
malo aplicar recetas. No es que esté totalmente en contra,
pero es que, en el espíritu mismo del verdadero movimiento situacionista, hay que dejar abiertas las hipótesis cuando
aparecen. De todas formas, nos equivocamos con frecuencia
en el sentido de las revoluciones en el pensamiento político.
Finalmente, olvidamos a menudo que Mayo del 68 fue un
enorme fracaso político que dio respuestas materiales a la
gente porque estábamos en un periodo de enorme desarrollo
y había dinero. Había tensiones evidentes entre las centrales
obreras como el CGT y los movimientos de Mayo del 68. Estos
últimos hablaban más sobre las costumbres, la forma de vivir,
que sobre las reivindicaciones materiales. En este sentido, fue
un poco la revolución de los ricos. Los efectos de Mayo del 68
sobre las formas de vivir tuvieron también sus contra-efectos,
sus réplicas en el sentido inverso. Tengo la impresión de que
hoy en día continúan todavía las réplicas: re-consolidación
de la familia, de los valores tradicionales. No hay que pensar
en la revolución como una herencia.
¡Encantador! En París no habría que hacerlo en las horas
punta… Se trata de ideas muy interesantes. Imagino que
compartiría con placer mi café, además es una buena forma
de definir el espacio público. ¡El metro no es un no-lugar!
Con frecuencia los pequeños gestos son muy importantes.
Por ejemplo, el intercambio de fuego entre cigarrillos ha
desaparecido, es un pequeño gesto sin importancia pero que
permite el intercambio. Esos gestos tienen un poder que olvidamos a menudo. El espacio público debería ser fundamentalmente un lugar de intercambios. La idea de un desayuno
en el metro es muy buena, pero no hay que confundir un
lugar de intercambios con un lugar de asistencia. Es cierto
que no se puede cambiar la ciudad sin cambiar la sociedad.
–Y, para terminar, ¿qué haría si sube a su línea de metro y
se encuentra un desayuno colectivo en un vagón?
Traducción del francés: Ester Giménez Beltrán
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