La cultura política y democrática del voluntariado social

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La cultura política y democrática
del voluntariado social
JUAN SEBASTIÁN FERNÁNDEZ PRADOS*
EL VOLUNTARIADO SOCIAL
EN EL CONTEXTO DE LA SOCIEDAD
CIVIL
L
a sociedad civil se ha convertido en
un concepto recurrente en escritos de
teóricos de las ciencias sociales, políticas y de todos aquellos que quieran interpretar los cambios culturales que se están
produciendo en la actualidad. De este modo,
ha servido tanto para interpretar las profundas transformaciones que se han venido produciendo en los países del Este y satélites de
la antigua Unión Soviética, como las transiciones de gobiernos y estados autocráticos
hacia regímenes democráticos en Latinoamérica y en otras regiones del globo1.
En las sociedades occidentales, el papel
desempeñado por la sociedad civil ha sido
fundamentalmente considerarse el contexto
más adecuado para entender las nuevas formas de participación política y social. Los
nuevos movimientos sociales en sus diferentes versiones, desde los años sesenta, como
ecologistas, pacifistas hasta la actualidad
más vinculados a tareas de atención social y
al desarrollo de los países más empobrecidos,
encuadrados ahora con la categoría de organizaciones no gubernamentales representan
* Universidad de Almería.
1
ARATO, 2000.
la dimensión más formalizada y organizada,
dinámica y participativa de la sociedad civil,
que ha vuelto a revitalizar la vida pública y la
ciudadanía. En este sentido se ha presentando habitualmente a la sociedad civil vinculada íntimamente a las ONG y organizaciones
solidarias, dando a entender que el retorno,
emergencia, revitalización, resurrección,
resurgimiento, renacimiento, reconstrucción,
consolidación, primacía y auge de aquélla es
fruto del aumento de organizaciones voluntarias y del voluntariado.
Así, la sociedad civil se convierte el concepto clave, a su vez, para comprender las entidades de voluntariado y para situarlas en el
espacio o lugar adecuado desde donde interpretarlas. Las distintas propuestas y modelos
de sociedad civil que han aparecido en el
debate contemporáneo han girado en torno a
la polémica de los límites de ésta; Víctor
Pérez-Díaz2, ha sistematizando los modelos
de sociedad civil en tres versiones. La caracterización de cada una de ellas parte del
modelo que divide la sociedad en tres grandes
sectores (económico, político y social) a los
cuales vienen asociados, respectivamente,
instituciones socio-políticas, socio-económicas y movimientos sociales o asociaciones;
además, lo completa la esfera pública o lugar
de debate y participación en las sociedades
2
PÉREZ-DÍAZ, 1997: 62.
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ESTUDIOS
contemporáneas. La exclusión o inclusión de
los distintos componentes institucionales en
la sociedad civil ofrece como resultado tres
versiones o modelos diferenciados en su concepción y límites: amplia, reducida y restringida:
• Versión amplia (modelo generalista):
Incluye en la sociedad civil todas las instituciones de carácter social, político y
económico, que se generan en la esfera
pública, en el Mercado o como fruto del
imperio de la ley y de la existencia de la
autoridad (Gellner, 1996, 1998; PérezDíaz 1996, 1997).
• Versión reducida (modelo dicotómico):
Incluye en la sociedad civil sólo a aquellos actores sociales no gubernamentales, es decir, tanto los elementos del
mercado económico como las asociaciones y organizaciones sociales que participan en la esfera pública (Keane, 1988,
1992; Giner, 1996).
• Versión restringida (modelo de las tres
partes o sectores): Excluye todos aquellos elementos gubernamentales y del
mercado económico, reduciendo la sociedad civil al tejido asociativo de carácter
voluntario y a los movimientos sociales
(Arato, 1996; Cortina, 1994).
La cuestión sobre los límites y contenidos
institucionales de la sociedad civil no representa una pregunta baladí, dado que nos ayudará a saber de lo que estamos hablando realmente, y a desvelar, en algunos casos, detrás
de una definición y análisis determinado, la
propuesta ideológica y política sobre las funciones que debe cumplir, el significado e
importancia que posee y el proyecto sociopolítico que deseamos diseñar desde esta
categoría social3. De ahí, se infiere que el uso,
aplicación y designación de términos de
orden partidista o provenientes de determi-
3
28
ALEXANDER, 1998: 3.
nadas ideologías (liberal, neo-liberal, marxista, socialista, revisionista...) sean frecuentes
en la aclaración y delimitación de un concepto, obligadamente, político. En definitiva, la
sociedad civil surge como el concepto ineludible para situar determinados fenómenos e
iniciativas sociales en su espacio o esfera más
adecuada, y para comprender los valores y la
cultura de los mismos.
La elección que hemos hecho tras este
sucinto recorrido contemporáneo por las distintas versiones y modelos de sociedad civil es
por el tercero, que representa el defendido
por Cohen y Arato, y que configuran una concepción tripartita de la sociedad y restringida
de la sociedad civil.
A pesar de las diatribas lanzadas en contra
de las tesis de los autores americanos con
influencias Habermasianas, la opción por
esta posición es ventajosa por tres razones: la
primera, porque aciertan al optar por una
versión restringida de la sociedad civil, con el
marco adecuado para discernir toda la amalgama de iniciativas sociales (ONG, entidades
de voluntariado y organizaciones del Tercer
Sector) y diferenciarla claramente de las
otras, que parten de los otros dos reinos o sectores, el político y el económico; la segunda,
porque enmarcan adecuadamente a la sociedad civil asociándola con el Mundo de la Vida
como escenario extenso desde el cual interpretar las interacciones comunicativas, integradoras y solidarias de ésta; y, por último,
porque expresa, en su proyección política y
utópica, la esperanza emancipatoria y liberadora de la sociedad civil, apoyándose y compatibilizándose con una revolución democrática y con un Estado de Bienestar (Cohen y
Arato, 2000; Cohen, 1998: 36).
EL VOLUNTARIADO SOCIAL
EN LA PUNTA DE LANZA DEL CAMBIO
SOCIOPOLÍTICO
La cuestión actual sobre el cambio social
gira en torno a la pregunta sobre si la moder-
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nidad ha concluido o no; y es en este punto
donde comienzan las diferencias entre dos
grandes corrientes de pensamiento contemporáneo. Para unos, los post-modernos, la
modernidad ha llegado a su fin, para los
otros, los modernos reflexivos, el proyecto
ilustrado se encuentra en plena expansión y
afianzamiento. Los sociólogos y pensadores
más destacados situados en esta última perspectiva son fundamentalmente, por una parte, J. Habermas que ha censurado a los postmodernos por su neo-conservadurismo y ha
subrayado que el proyecto de la modernidad
todavía no ha llegado a su conclusión, y por
otra, un conjunto de científicos sociales entre
los que destacan Giddens y Beck que niegan
el cambio social revolucionario propugnado
por los post-modernos, apostando por apuntar una nueva etapa de la modernidad que
denominan como reflexiva.
Las cuestiones abiertas, por tanto, en este
debate serían básicamente tres:
• ¿Existe realmente un cambio radical o
no en el orden social y cultural?
• ¿Cuál es la vinculación entre los cambios sociales y culturales, es decir, entre
el desarrollo económico y las transformaciones en el mundo de las ideas y los
valores?
• ¿Cuál es la dirección que están tomando
estas transformaciones?
A la primera cuestión, la respuesta tendría
que andar entre la tipología de los cambios
sociales según si su impacto en la estructura
social fuera revolucionario o no, o dicho de
otro modo, si subvierte radicalmente las instancias sociales provocando una crisis sociocultural, o tendremos que valorarlo más como
una evolución lógica y superficial de aspectos
parciales e institucionales de la sociedad. El
siguiente interrogante, nos plantea el clásico
debate sobre la relación, influencia o determinismo entre la infra-estructura y superestructura. Y en último lugar, pero no menos
interesante es la apuesta por un ejercicio de
prognosis social que sólo tiene sentido si responde a un profundo trabajo intelectual y
empírico.
Las tres preguntas tienen una posible respuesta en los planteamientos de R. Inglehart
que culminan la tradición de los estudios de
G. Almond y S. Verba sobre la «cultura cívica»
(Almond y Verba, 1970; Almond, 1998) y trasladan al ámbito sociológico los trabajos de A.
Maslow sobre la «jerarquía de necesidades»
(Maslow, 1964, 1991). Asimismo, las tesis de
Inglehart están fundamentadas empíricamente, ya que informan y concluyen sobre la
base de los estudios y encuestas administradas a lo largo de dos décadas en todo el mundo sobre el cambio cultural de valores y de
cultura política4.
Sobre estos antecedentes teóricos como
vectores más influyentes en su obra y sobre
sus propios esfuerzos intelectuales y de
investigación, Inglehart construye sus respuestas a las cuestiones anteriormente planteadas en torno al cambio social. A la pregunta de si nos encontramos o no ante una nueva
fase de la cultura, el autor responde con el
título de su obra más conocida y de mayor
impacto, The Silent Revolution (La revolución silenciosa); dicho de otro modo, sí está
ocurriendo una transformación estructural y
cultural, pero ésta es progresiva, generacional y silenciosa. En segundo lugar, las vinculaciones complejas entre desarrollo socio-económico y cambio socio-cultural se han explicado tradicionalmente desde el marco teórico
de la modernización que establecía entre
ellos relaciones causales unidireccionales y
deterministas.
Resuelve la cuestión sustentando el cambio cultural en el desarrollo tecnológico y eco-
4
La Encuesta Mundial de Valores (World Values Survey) se ha llevado a cabo en tres oleadas: 1981-83;
1991-1993 y 1995-1996. En la actualidad, se está realizando la cuarta.
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nómico de las sociedades occidentales pero,
que llegado a cierto punto, afirma Inglehart,
la autonomía del ámbito cultural e incluso la
influencia, que no determinismo, de éste
sobre las estructuras socio-económicas. Por
último, responde a la tercera cuestión afirmando que las sociedades contemporáneas
caminan hacia una sociedad post-materialista.
potencialmente positiva de la sociedad civil, y
por otro lado, el reflejo motivacional y la consecuencia lógica del cambio cultural y de
valores; cada uno ejemplifica sus tesis deteniéndose en el análisis pormenorizado del
movimiento feminista, los primeros (Cohen,
1983, 1985; Cohen y Arato, 2000), y en el
movimiento ecologista, el segundo (Inglehart,
1991, 1992).
En primer lugar, esto significa que en el
plano individual se está cambiando hacia
valores cada vez más post-materialistas como
la auto-expresión y calidad de vida y hacia un
aumento de habilidades que permiten la
mayor participación en política. En segundo
lugar, en el plano del sistema social el incremento en los niveles de desarrollo económico,
cultural y educativo están reforzando aún
más el cambio cultural y de valores (Inglehart, 1991, 1998).
Las consideraciones e importancia concedida a los nuevos movimientos sociales por
parte de Cohen y Arato para señalar el sector
más dinámico de la sociedad civil, y por Inglehart para ejemplificar y vincularlos al cambio
cultural y a los valores post-materialistas,
nos obliga a acercarnos a su definición y
caracterización general, aunque sea brevemente.
EL VOLUNTARIADO SOCIAL COMO
UN NUEVO MOVIMIENTO SOCIAL
La revitalización de la sociedad civil y el
cambio cultural y de valores han servido de
doble marco para situar el tema objeto de
nuestra investigación, y que no es otro que
acercarse a la cultura política y a los valores
de esa porción de la sociedad civil que representan las asociaciones de voluntariado, no
lucrativas, no gubernamentales o también
llamadas solidarias.
Los autores fundamentales para desarrollar los dos escenarios teóricos que se han
expuesto hasta ahora han sido por una parte,
Cohen y Arato, siempre inspirados en Habermas, que han defendido una versión restringida y una valoración potencialmente positiva de la sociedad civil, y por otra parte, Inglehart que ha demostrado un cambio cultural
en el aumento de las habilidades cognitivas y
en una tendencia hacia valores post-materialistas. Tanto unos y otro, concluyen y concretan en los nuevos movimientos sociales
(NMS), por un lado, la dimensión dinámica y
30
Se podría señalar un listado importante de
aspectos donde de una manera u otra encontramos diferencias significativas entre los
«viejos» movimientos sociales y los NMS y,
por consiguiente, los rasgos definitorios de
estos últimos. En síntesis, destacamos como
característica distintiva socio-cultural el
modelo de sociedad post-industrial donde
surgen los NMS, y aspectos diferenciadores
socio-institucionales que presentan los
modos de actuar no-convencionales y de organización menos centralizada e informal de los
NMS.
Si aplicamos una por una las características de los NMS, podemos concluir que las
organizaciones de voluntarios poseen todos
los rasgos señalados y, por tanto, podemos
situarlas perfectamente dentro de aquellos.
El desarrollo y la explosión del voluntariado y de sus organizaciones son el resultado de
la llegada de la sociedad post-industrial, en el
sentido de que la coincidencia en su crecimiento ha estado acompañada de este nuevo
marco y modelo social5. Aunque, si bien es
5
DE FELIPE y RODRÍGUEZ DE RIVAS, 1995: 81-83.
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cierto que el voluntariado existió en otros
momentos históricos del pasado, la generalización y la determinación del concepto es
relativamente reciente 6 . El voluntariado
moderno nace con el tiempo liberado en la
sociedad de la información y del ocio, que se
sustancia en una racionalidad que no es
estrictamente económica (García Roca, 1994:
31).
Otra razón se refiere a la denominación
aplicada a aquellos participantes en los NMS
y que en bastantes ocasiones es la de voluntario, contraponiéndolos en muchos casos al de
militante que está afiliado a movimientos
sociales tradicionales. El voluntariado ha
sido formalmente el denominador común sin
el cual, los NMS como ecologistas y pacifistas,
no hubieran podido desarrollar sus estrategias y prácticas (Falcón, 1997: 9).
En este sentido, el voluntario nace de una
opción libre como el militante, pero mientras
que uno busca intereses particulares o generales, por mor de unos determinados valores
e identidades, el otro persigue defender sus
intereses, ideas y valores en el ámbito de la
lucha política y la conquista del poder. Como
señala J. R. Capella, la idea de militancia lleva aparejada otros conceptos como son la disciplina, auto-impuesta o impuesta desde fuera, la unidad, la jerarquía, la obediencia, el
sacrificio y la entrega... Por esta razón, propone el modelo de trabajador voluntario,
basado en la concepción de considerarse un
asociado entre iguales, que pone en común
con los demás su trabajo no retribuido, cuyo
destinatario es la sociedad y cuya actividad
es pública pero no estatal (Cfr. Zubero, 1996:
218-219).
Aún más importante que algunas características y cuestiones terminológicas, es la
idea de que las organizaciones de voluntariado de bienestar social recogen, codifican y
definitivamente institucionalizan la rica y
6
GUTIÉRREZ RESA, 1997: 22.
compleja revolución de los NMS, completando e implementando el Estado de Bienestar
Keynesiano en la ciudadanía. Dicho de otro
modo, el fermento utópico y desmercantilizador de los NMS de los años sesenta ha sido el
motor básico para la posibilidad y la existencia de este sector voluntario, tanto en su
reciente incremento como en su cambio de
orientación (Alonso, 1998).
LA DESCRIPCIÓN DEL VOLUNTARIADO
SOCIAL ESPAÑOL EN LA ENCUESTA
MUNDIAL DE VALORES ESPAÑOLA
Según la Encuesta Mundial de Valores de
1996 (EMV), el 15% de la población española
reconocía estar asociada a organizaciones
caritativas; del cual, el 47% se consideraba,
además, miembro activo en dichas asociaciones. Esta pertenencia relativamente alta por
parte de los españoles y esta baja implicación
activa de los miembros en comparación con el
resto de asociaciones, nos lleva a concluir, en
términos del profesor Ruiz Olabuénaga, que
estamos frente a una organización de «éxito
ritual»: es decir, que tiene gran capacidad
para favorecer la afiliación de las personas,
pero poca para la implicación directa en sus
actividades (Ruiz Olabuénaga, 1994).
El perfil sociodemográfico del colectivo de
miembros de asociaciones caritativas que
predominan apunta hacia una mujer; adulta
o madura; casada; de ingresos, clase social y
estudios medio-altos; con alto grado de religiosidad; ideología de centro derecha y derecha sobre-representada; y valores más postmaterialistas que materialistas.
El perfil descrito en el párrafo anterior se
acentúa si seleccionamos sólo a los miembros activos que como se puede observar son
aún más mayoritariamente mujeres (58%),
adultos (37%), casados (60%), estudios altos
(34%), nacionalismo dual, es decir, tan españoles como nacionalistas (51%) y religiosos
(79%), por un lado; y quedan sobre-representados en los ingresos medios-altos, en la cla-
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TABLA 1. Perfil socio-demográfico de los miembros de organizaciones caritativas
Fuente: Elaboración propia (EMV, 1996, distribuida por ASEP).
se social media-alta, en la ideología de centro-derecha y derecha, y en valores mixtos y
post-materialistas, por otro lado (ver
TABLA 1).
Del análisis detenido del perfil de los
miembros activos de asociaciones caritativas
se puede observar que una gran parte de las
variables se asemeja en su distribución y
porcentaje a los resultados de las organizaciones de la Iglesia. Esta percepción se confirma cuando destaca sobre manera el número de personas que son miembros de una y
otra organización. Así, casi el 80% de los que
32
afirma pertenecer a organizaciones caritativas también lo está en movimientos de la
Iglesia.
Tras analizar el perfil sociodemográfico, el
estudio y análisis de la cultura política del
voluntariado social nos ofrecerá otro aspecto
poco estudiado desde el punto de vista empírico, ya que las investigaciones se han centrado especialmente en cuantificar y medir las
dimensiones del fenómeno social que ha
supuesto en los últimos años el crecimiento
del voluntariado.
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En este caso, tenemos la oportunidad de
examinar a partir de los datos de la EMV en
España algunas características de la cultura
política y democrática del voluntariado
social, puesto que, por una parte, el cuestionario recoge un número importante de preguntas relativas a estos temas y la submuestra de aquellas personas que afirmaron pertenecer activamente o no a asociaciones caritativas, es bastante significativo, 512 y 578
encuestados, respectivamente7. Con estas
muestras vamos a trabajar, aunque no estén
ponderadas para una inferencia a nivel estatal, el objetivo que pretendemos no es tanto
obtener unos resultados para España como
detectar algunas características globales o
tendencias significativas en este colectivo
perteneciente a organizaciones benéficas.
ANÁLISIS DE LAS DIMENSIONES
E INDICADORES DE LA CULTURA
POLÍTICA DEL VOLUNTARIADO SOCIAL
Las dimensiones de estudio de la cultura
política aparecen de diferentes formas organizadas y de distintas maneras cuantificadas o enumeradas. Nuestra opción se reduce
a señalar tres grandes dimensiones de la cultura política, habitualmente tratadas en la
mayoría de los textos actuales y clásicos; y
agrupar bajo ellas un subconjunto de preguntas aparecidas en el cuestionario de la
EMV8.
La primera dimensión comprende el componente cognitivo o de preocupación, interés,
actividad verbal que incita la opinión manifestada por los encuestados hacia la política.
La segunda dimensión se centra en el aspecto
afectivo o de la confianza que provoca algunas de las instituciones más importantes de
la vida política: el gobierno de la nación, el
parlamento y los partidos políticos. Por último, la dimensión conductual o comportamen-
7
8
DEL PINO y BERICAT, 1998.
MORÁN, 1999 y FRÍAS, 2001.
tal se centra en las llamadas acciones políticas no-convencionales como son, por ejemplo,
la firma de una petición, boicot, manifestaciones legales, huelgas ilegales y ocupar edificios (ver TABLA 2).
El análisis descriptivo de estas tres dimensiones a través de las medias resultantes en
las once preguntas nos permite realizar diferentes consideraciones. Antes de comentar
los resultados, habría que hacer una salvedad sobre el tratamiento de los datos, ya que
se han respetado las opciones de respuesta en
el cálculo de la media; es decir, se han conservado los valores de las diferentes variables.
De esta manera, se ha señalado la horquilla
de opciones, desde 1 que representa la mayor
frecuencia, mejor valoración, la más alta
importancia o ha hecho hasta 3 ó 4 que indica
la menor frecuencia, valoración, importancia
o que nunca ha realizado en el caso de las
acciones políticas.
Existen diferencias entre no miembros y
miembros tanto activos como los que no lo son
en la mayoría de los ítem; fundamentalmente
en los que se refieren a la dimensión cognitiva y conductual. Las diferencias que podemos
encontrar entre miembros activos y no miembros en las acciones políticas no convencionales aparecen tan sólo en aquellos comportamientos que se sujetan a una cierta legalidad
(firmas y manifestaciones), frente a aquellas
otras acciones con connotaciones de ilegalidad donde no encontramos ninguna variación. Mientras, en la dimensión afectiva, que
trataba de la confianza en las instituciones
políticas más importantes, las medias son
prácticamente iguales en las tres categorías
de vinculación a entidades caritativas.
La tabla o cuadro resumen logrado nos
facilita la comparación de cada una de las
dimensiones; detectando de nuevo y, en primer lugar, el aumento progresivo en las
dimensiones cognitiva y conductual de las
categorías de no miembro a miembro no activo y activo.
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TABLA 2. Las dimensiones e indicadores de la cultura política según la implicación
en organizaciones caritativas
Fuente: Elaboración propia (EMV, 1996, distribuida por ASEP).
En segundo lugar, existen diferencias
entre los distintos índices solo entre aquellos
que pertenecen a asociaciones comportándose del siguiente modo; destaca el índice cognitivo siguiéndole el conductual para relegarse
en última posición el afectivo. En tercer
lugar, centrados en las dimensiones cognitiva
y conductual que ofrecen un comportamiento
distinto entre los miembros de organizaciones caritativas y los que no lo son, observamos que las diferencias entre ellos aumentan.
La conclusión más relevante que podemos
destacar del análisis de la cultura política a
través de estas tres dimensiones es que, la
participación en asociaciones benéficas o
caritativas aumenta los niveles de preocupación por la política (dimensión cognitiva) y
participación en acciones políticas no-convencionales (dimensión conductual) pero no en
una mayor valoración o confianza en las instituciones políticas (dimensión afectiva). Este
rasgo de la cultura política de los miembros
de organizaciones caritativas se completa con
el aumento de la incongruencia entre los índices cognitivo y conductual.
34
¿Cómo cabe interpretar dichos resultados?, ¿Cómo es posible que a personas asociadas, movilizadas cognitivamente por la política, y activas en acciones políticamente no
convencionales, no les acompañe una mejor
valoración de la democracia y una mayor confianza en las instituciones políticas que la
sustentan? Otro interrogante que queda en el
aire tras el análisis de la cultura política es
cómo explicar o comprender el aumento del
diferencial entre la dimensión cognitiva y
conductual entre los miembros activos de las
organizaciones benéficas o caritativas.
Hemos realizado semejante análisis de la
cultura democrática centrándonos en dos
dimensiones en las que se valora, por un lado,
de manera general la democracia como sistema político y forma de gobierno, y por otro
lado, de modo particular o instrumental, se
somete a la opinión de los encuestados aspectos concretos sobre la eficacia de la democracia en el ámbito de la política, economía o del
control social.
Así, la primera dimensión de la cultura
democrática considerada (valoración gene-
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TABLA 3. Las dimensiones e indicadores de la cultura democrática según
la implicación en organizaciones caritativas
Fuente: Elaboración propia (EMV, 1996, distribuida por ASEP).
ral) abarca dos ítems mientras que la segunda dimensión (valoración particular) contiene tres preguntas del cuestionario de la EMV
1996 en España (ver TABLA 3).
Los descriptivos de las cinco cuestiones
nos ofrecen pocas variaciones en las tres categorías consideradas en el cruce, es decir, no
ser miembro de organizaciones caritativas,
ser miembro no activo y ser activo. Las
medias obtenidas de las valoraciones de las
opciones de respuesta que iban de uno como
muy bueno o muy de acuerdo, hasta la opción
cuatro que significaba malo o muy en desacuerdo, reflejan unas diferencias escasas de
una décima en algunas preguntas.
Ni tan siquiera la desviación típica nos vislumbra serios contrastes en las categorías
mencionadas, lo cual nos hace pensar no sólo
que no existan diferencias en las medias sino
que además la dispersión de los datos es bastante similar.
Contrariamente a lo que pudiera parecer,
el no haber hallado diferencia alguna en la
valoración de la democracia en el caso de los
miembros activos o no de organizaciones caritativas, no debe interpretarse como un desacierto o fracaso. Era de esperar que los
miembros de organizaciones o asociaciones
de cualquier tipo, en este caso benéficas o
caritativas, tuvieran una mejor valoración de
la democracia en un sentido amplio o particular, algo similar debería haber ocurrido tam-
bién con la confianza en las instituciones
políticas democráticas.
¿Cómo cabe interpretar dichos resultados?, ¿cómo es posible que a personas asociadas, movilizadas cognitivamente por la política, y activas en acciones políticamente no
convencionales, no les acompañe una mejor
valoración de la democracia y una mayor confianza en las instituciones políticas que la
sustentan?
El estudio de los tipos políticos y democráticos que se refuerzan entre los participantes
en asociaciones caritativas nos puede aportar
algo de luz para responder a estas cuestiones.
El siguiente epígrafe trata, a través del análisis de correspondencias múltiples y de la
explotación de los índices elaborados en el
presente apartado, de construir tipos ideales
en el ámbito de la cultura política, democrática y participación política.
ANÁLISIS Y TIPOLOGÍAS DE CULTURAS
POLÍTICAS, PARTICIPATIVAS,
Y DEMOCRÁTICAS EN EL
VOLUNTARIADO SOCIAL
Uno de los instrumentos más utilizados
por los sociólogos para desentrañar la realidad social son los tipos ideales, que desde M.
Weber han sido profusamente empleados.
Juan Del Pino y Eduardo Bericat en el infor-
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me de la EMV en Andalucía dedican el último
capítulo a detallar los aspectos de la cultura
política de los andaluces, donde presentan
diferentes tipologías que han inspirado gran
parte de este apartado.
La técnica estadística empleada ha sido
fundamentalmente el análisis de correspondencias múltiples que al igual que el análisis
factorial reduce la información, pero se puede
decidir el número de dimensiones que deseemos y además nos permite trabajar con variables nominales y ordinales.
En primer lugar, a partir del análisis de
correspondencias múltiples administrado al
conjunto de preguntas relacionadas con dos
de las dimensiones de la cultura política (cognitiva y conductual), obtenemos los siguientes resultados. Las categorías de cada una de
las ocho variables se desenvuelven a lo largo
de las dos dimensiones establecidas previamente y ofreciéndonos cuatro áreas. En el eje
vertical se desplaza la dimensión conductual
o comportamental desde la acción potencial a
la efectiva, mientras en el eje horizontal se
desenvuelve la dimensión cognitiva desde la
menor a la mayor implicación e interés por la
política.
El resultado, por tanto, son cuatro cuadrantes donde se ubicarían los cuatro tipos de
cultura política que vamos a definir a continuación, de modo semejante al realizado por
los autores del informe de la EMV-Andalucía
19969:
d) «Apolíticos»: los apolíticos ni han realizado acción política alguna ni están dispuestos a llevarlas a cabo, y además, su
interés o preocupación por la política es
completamente nulo.
Los tipos de cultura política delimitados
en esta clasificación muestran una distribución como cabía esperar entre las diferentes
categorías de participación en organizaciones
caritativas. El tipo político activo está precisamente sobre-representado entre los miembros activos de las organizaciones benéficas;
mientras que los interesados son mayoría
entre los miembros no-activos. Estos dos primeros tipos responden a la clase de personas
más interesadas y activas en política frente a
los tipos apáticos y apolíticos que aparecen
sub-representados tanto entre los miembros
activos como los que no lo son en comparación
con los no miembros (ver TABLA 4).
a) «Activos»: no solo han hecho la mayoría
de las acciones políticas no-convencionales sino que consideran muy importante la política, muestran mucho interés y hablan frecuentemente sobre ella.
Del mismo modo, hemos construido una
clasificación en dos dimensiones a través de
un análisis de correspondencias múltiples, a
partir de una primera dimensión que agrupa
las variables referidas a la menor o mayor
implicación y movilización política cognitiva
y comportamental, y una segunda dimensión
que engloba a las preguntas relacionadas con
la afección y confianza que les merecen las
instituciones políticas más destacadas (Parlamento, gobierno y partidos políticos).
b) «Interesados»: estarían dispuestos a llevar a cabo la mayoría de las acciones propuestas por la encuesta, y además demostrar bastante interés por la política.
El resultado es la división en cuatro clases
de actitudes que vamos a definir como tipos
de cultura participativas y que las etiquetaremos del siguiente modo:
9
36
c) «Apáticos»: no han realizado ninguna
de las acciones o conductas, aunque
algunas de ellas estarían dispuestos a
llevarlas a cabo; y con respecto a la
dimensión cognitiva, consideran su
interés por la política prácticamente
nulo.
DEL PINO, J. y BERICAT, E. 1998: pág. 261 y ss.
a) «Afectos desmovilizados»: La desmovilización en la acción y desinterés por la
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JUAN SEBASTIÁN FERNÁNDEZ PRADOS
política va anexa a una consideración
muy positiva de las instituciones políticas que la mantiene. Lo político para
este tipo de coherencia está claramente
concretado en las formas institucionalizadas, y no en las posibilidades de
acción y participación no convencional.
b) «Desafectos desmovilizados»: En este
caso a la poca o nula simpatía por las
instituciones le acompaña una negativa a participar en acciones políticas o a
mostrar un mínimo interés por la política. Representa una actitud coherente
en tanto que este tipo de personas ha
vaciado completamente de contenido su
cultura política, generando una especie
de nihilismo político.
c) «Desafectos movilizados»: La absoluta
desconfianza hacia las instituciones
políticas más representativas como el
parlamento, gobierno y partidos políticos se contradice con una activa participación en acciones políticas no convencionales. Detrás de este tipo se sitúan el
mayor grado de disconformidad con el
sistema y una disposición activa a cambiar de manera radical y revolucionaria
el statu quo.
d) «Afectos movilizados»: Este tipo mejora
su confianza en las instituciones y
muestra a su vez una disposición a desarrollar acciones políticas. El grupo
que se acoge a este modelo de coherencia respalda el sistema político de un
modo activo y refuerza el concepto
amplio de lo político sin pretender quebrar el sistema.
La distribución de los distintos tipos de
cultura participativa, con respecto a las categorías de vinculación a organizaciones caritativas, nos ofrece un cuadro donde los afectos y
desafectos desmovilizados aparecen subrepresentados entre los miembros de dichas
asociaciones. Mientras, las otras dos clases
de culturas participativas están sobre-repre-
sentados en el subconjunto de pertenecientes
a las organizaciones benéficas; aquí habrá
que destacar el peso específico y sobre-valorado de los afectos movilizados que aglutinan a
la mayoría de los miembros activos (ver
TABLA 4).
Por último, hemos obtenido de la misma
forma los tipos de cultura democrática en
función de las cinco cuestiones y de las dos
dimensiones correspondientes, formuladas
en el apartado anterior10. La dimensión que
aparece en el eje vertical pertenece a la valoración general o democratismo y que va desde
la peor consideración de la democracia como
sistema político y forma de gobierno hasta la
mejor apreciación; en el eje horizontal nos
encontramos con la valoración particular de
diferentes aspectos de la democracia, discurriendo de igual modo que la anterior dimensión.
La combinación de dos dimensiones y sus
respectivos indicadores nos aporta una vez
más un conjunto de cuatro tipos que desarrollan las diferentes culturas democráticas
posibles:
a) «Demócratas puros»: Su valoración global de la democracia es muy positiva,
consideran que es la mejor forma de
gobierno y que es muy bueno tener una
democracia, así como respaldan la eficiencia del sistema democrático en
todos los planos.
b) «Demócratas acríticos»: Aunque globalmente no tienen un juicio tan positivo
como el anterior, tampoco emiten valoraciones en contra de la eficacia de la
democracia en aspectos particulares
como la economía, política u orden
social.
c) «Demócratas críticos»: En general, para
el demócrata crítico la democracia es un
buen sistema o está de acuerdo en que
10
DEL PINO, J. y BERICAT, E. 1998: pág. 235 y ss.
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es la mejor forma de gobernar, pero en
las facetas puntuales como la gestión
económica, política y social, opta por
definirla como ineficaz.
d) «Críticos con la democracia»: Las opciones escogidas por este tipo coinciden en
despreciar a la democracia tanto por
valorarla como mal o muy mal sistema
o forma de gobierno como por apoyar la
afirmación sobre la ineficacia de la
democracia en los terrenos económicos,
en la toma de decisiones y en el establecimiento del orden social.
El resultado del cruce de los diferentes
tipos de culturas democráticas con las categorías de participación en organizaciones caritativas refuerza el respaldo hacia la democracia por parte de los miembros activos en asociaciones de esta clase. El voluntariado social
ofrece el porcentaje más alto de personas que
se pueden clasificar como demócratas puros y
acríticos, es decir, los que menos rechazan la
democracia en ambas dimensiones (ver
TABLA 4).
De las tipologías presentadas hasta ahora
se pueden obtener algunas conclusiones
relevantes y algunas pistas para responder
a las cuestiones sobre las incongruencias
obtenidas en el apartado anterior. La afirmación que, sin ningún tipo de duda hemos
llegado a alcanzar es que la participación en
las asociaciones implica un aumento en la
preocupación e interés por la política y una
mayor disposición a actuar, es decir, a movilizarse políticamente. Esta conclusión se ve
respalda por la primera clasificación llevada
a cabo sobre los distintos tipos de cultura
política donde los miembros de organizaciones caritativas refuerzan o sobrerepresentan a los activos e interesados en política.
En segundo lugar, las descriptivas de las
variables empleadas en la EMV para evaluar a la democracia no mostraban diferencias significativas entre los pertenecientes
a asociaciones benéficas y los que no lo
eran. La tipología presentada para clasificar las dos principales dimensiones de opinión sobre la democracia nos aporta una
TABLA 4. Tipologías de cultura política, democrática y participativa, según
la vinculación con entidades de voluntariado social y caritativo
Fuente: Elaboración propia (EMV, 1996, distribuida por ASEP).
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posible respuesta. Los tipos demócratas
puros y demócratas acríticos o poco proclives a censurar en ningún aspecto a la democracia son los más ponderados entre los
miembros activos de organizaciones caritativas. Las escasas diferencias encontradas
en las distintas variables analizadas anteriormente se manifiestan de un modo más
patente en la potenciación de los dos tipos
democráticos más favorables al sistema
político vigente.
REFLEXIONES Y CONCLUSIONES
El recorrido realizado en este trabajo ha
partido de los diferentes contextos donde ubicar la actividad voluntaria y las entidades de
voluntariado: sociedad civil, cambio cultural
y nuevos movimientos sociales, y que nos ha
sido útil para comprender y explicar el origen
y desarrollo del Tercer Sector. Tras esta
introducción, nos hemos adentrado a analizar a través de la mera descripción y de diferentes tipologías, para vislumbrar algunas
claves de la cultura política de los participantes activos en asociaciones de carácter caritativo y social en España. Las cinco reflexiones,
que a modo de conclusiones, se van a exponer
a continuación pretenden plantear más sugerencias para un debate permanente, más que
la exposición de unas tesis completamente
confirmadas:
• En primer lugar, se constata una vez
más, un principio fundamental que desde las ciencias sociales y políticas se ha
venido reafirmando desde que Tocqueville escribiera en el siglo XIX su libro
clásico La Democracia en América y es,
que el asociacionismo es síntoma de
vitalidad democrática o dicho de otro
modo, cuanto más asociada esté una
sociedad más vertebrada y democrática
será. Almond y Verba definieron ya en
los años sesenta perfectamente el rol
que cumplían en el contexto de la cultu-
ra política democrática las asociaciones
voluntarias11.
Cabe cuestionar este principio de estrecha vinculación entre asociacionismo y
cultura política democrática en determinados casos, como por ejemplo aquellas organizaciones que tienen explícitamente a gala defender ideas no democráticas o aquellos tipos de organizaciones, en algunos casos de carácter religioso, que favorecen una disminución
del nivel participativo y movilización
política.
• En segundo lugar, además de este principio básico encontramos un conjunto de
funciones sociales y políticas que las
asociaciones voluntarias y especialmente las entidades de voluntariado social
cumplen. Así, la función socializadora y
educativa especialmente entre la juventud, permite conformar un talante
humano y personal que fomenta el paso
en ese continuo entre lo individual y
colectivo, en definitiva, logrando ciudadano solidario (Bernal, 2002). También
el voluntariado y la sociedad civil, por
ende, constituyen un colchón que amortigua los conflictos sociales y libera a la
Administración y al Estado de la sobrecarga de responsabilidades (Subirats,
2001). Del mismo modo, las organizacio-
11
«Lo que hemos demostrado hasta aquí es que las
asociaciones voluntarias desempeñan un rol importante
dentro de una cultura política democrática. El asociado,
en comparación con el no asociado, está inclinado a considerarse más competente como ciudadano, a ser un partícipe más activo en la política, a conocer y preocuparse
más de los asuntos políticos. Esta, por consiguiente, más
cerca del tipo ideal del ciudadano democrático. (…) La
inscripción en cualquier asociación, aunque el asociado
no considere su integración políticamente importante y
aunque no suponga su participación activa en la organización, conduce a una ciudadanía más competente. El
pluralismo, incluso aunque no se trate de un pluralismo
explícitamente político, puede ser ciertamente uno de los
fundamentos más importante de una democracia política» ALMOND, G. A. y VERBA, S., 1970: 364.
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nes de voluntariado y las ONG, en general, se convierten en los interlocutores
sociales de la sociedad civil, cuando participan en foros, mesas de negociación,
etc., manifestando sin ninguna duda la
implicación política de su presencia y
siendo para muchos la voz de los sin voz
(Revilla, 2002).
En resumen, el voluntariado social
cumple esa triple función de socialización, corresponsabilidad e interlocución
política. Tal vez, estas mismas tareas
que asumen con frecuencia las entidades de voluntariado se solapan o le resta la responsabilidad que les corresponde a las otras esferas, especialmente, al
Estado; originándose en este punto, al
debate sempiterno en torno al espacio
entre lo privado y lo público, es decir, a
la difícil situación y equilibrio de las
ONG de origen privado con interés
público, social y solidario, por un lado, y
al ineludible apoyo y fomento de la
sociedad civil por parte del Estado, por
otro.
• Los miembros de asociaciones caritativas y benéficas que constituyen al
voluntariado social poseen un conjunto
de perfiles sociodemográficos entre los
que habría que destacar la alta participación de mujeres, la religiosidad, y
otros rasgos del ámbito político, como es
el significativo grado de españolismo y
la tendencia hacia la ideología de centro, frente al resto de organizaciones
voluntarias. Esta descripción viene a
coincidir esencialmente con el tipo de
voluntario que el profesor Gutiérrez
Resa denomina comprometidos/satisfechos (Gutiérrez Resa, 2000). Existen
dos aspectos del análisis descriptivo que
son destacables, por una parte la combinación singular de religiosidad y valores post-materialistas, y el protagonismo en este tipo de asociaciones de las
mujeres, por otra.
40
Los miembros de organizaciones caritativas o benéficas comparten significativamente más valores post-materialistas que el resto de la población; lo cual
confirma la hipótesis de que las asociaciones voluntarias en el ámbito de lo
social y el voluntariado social son parte
de la punta de lanza del cambio cultural
en los términos defendidos por Inglehart. Sin embargo, los miembros activos
de estas organizaciones manifiestan ser
también más religiosos que aquellos
que no pertenecen, característica, en
principio, contradictoria con los valores
post-materialistas. Por tanto, las organizaciones caritativas están siendo el
lugar de encuentro de una combinación
singular entre valores religiosos y postmaterialistas que están generando, a su
vez, un tipo ético en el que se casan la
caridad salvadora de origen cristiano
con la solidaridad auto-expresiva de
inspiración post-moderna; o el amor al
prójimo basada en los Mandamientos
con la ayuda humanitaria fundamentada en los derechos humanos.
El peso relevante desempeñado por las
mujeres en el seno de las entidades de
voluntariado social y benéficas nos
recuerda el papel secundario que, en los
espacios de decisión política, posee la
población femenina. Pareciera que esta
dimensión y espacio del cuidado particular, de la ayuda y lo social estuviera
reservada para la mujer, mientras que
el hombre ocuparía el lugar de lo público, de la decisión, y lo político. Esta escisión y distinción de roles queda cuestionada en función del cariz que desarrolla
la acción voluntaria, tal y como vamos a
describir en la última conclusión.
• De las tipologías presentadas hasta
ahora se pueden obtener algunas conclusiones relevantes. La afirmación
que, sin ningún tipo de duda hemos llegado a alcanzar, es que la participación
en las asociaciones implica un aumento
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en la preocupación e interés por la política y una mayor disposición a actuar,
es decir, a movilizarse políticamente.
Esta conclusión se ve respaldada por la
primera clasificación llevada a cabo
sobre los distintos tipos de cultura política donde los miembros de organizaciones caritativas refuerzan o sobre-representan a los activos e interesados en
política. En segundo lugar, las descriptivas de las variables empleadas en la
EMV para evaluar a la democracia no
mostraban diferencias entre los pertenecientes a asociaciones benéficas y los
que no lo eran. La tipología presentada
para clasificar las dos principales
dimensiones de opinión sobre la democracia nos aporta una posible respuesta.
Los tipos demócratas puros y demócratas acríticos o poco proclives a censurar
en ningún aspecto a la democracia son
los más ponderados entre los miembros
activos de organizaciones caritativas.
Las escasas diferencias encontradas en
las distintas variables analizadas anteriormente se manifiestan de un modo
más patente en la potenciación de los
dos tipos democráticos más favorables
al sistema político vigente.
En definitiva, el voluntariado social
despliega un modelo de cultura política
de fuerte carácter integrador, en el sentido de que su mayor participación y
preocupación política no está orientada
a cuestionar el statu quo ni el sistema
político instituido. Evidentemente, su
mayor movilización implica un enriquecimiento para la democracia y el sistema, aportándole contenidos.
• Por último, el voluntariado social aparece como modelo de excelencia ciudadana aunque su institucionalización e
influencia estatal cuestionan ese calificativo (Madrid, 2001); además, la acción
meramente caritativa y voluntaria queda en entredicho cuando no responde a
una auténtica respuesta a las necesida-
des del colectivo atendido. Dicho en términos de diferentes autores, la acción
voluntaria y su dimensión política queda trastocada y coartada sin ese componente emancipatorio, cuando renuncia
a su capacidad de transformación social
y política (Aranguren, 2001; García
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RESUMEN
44
El fenómeno del voluntariado hay que enmarcarlo previamente para explicarlo y comprenderlo. Así, se pretende en el presente artículo, antes de describir, analizar y reflexionar sobre la cultura política y democrática del voluntariado según los resultados de la última Encuesta Mundial de Valores disponible en España (EMV, 1996), ubicar el voluntariado social en un triple escenario: la sociedad civil, el cambio socio-cultural y los nuevos movimientos sociales.
La sociedad civil nos ofrecerá el escenario, la esfera y espacio donde las entidades de voluntariado desarrollan una lógica discursiva y solidaria e interaccionan con el resto de los
ámbitos sociales: Estado y Mercado en la esfera pública. El cambio cultural nos muestra la
dirección que los participantes en organizaciones voluntarias, ponderando valores postmaterialistas y mostrando una competencia y repolitización cada vez mayor. Así, tanto el
espacio de la sociedad civil como la dinámica del cambio social identifican a los nuevos
movimientos sociales como los protagonistas de la nueva cultura política y democrática, y
de la ciudadanía de la modernidad tardía, o si se prefiere postmoderna.
En conclusión, el voluntariado social despliega un modelo de cultura política y democrática de fuerte carácter integrado, en el sentido de que su mayor participación y preocupación
política no está orientada a cuestionar el statu quo ni el sistema político democrático instituido. Más bien al contrario, los voluntarios muestran una mayor movilización política que
implica un enriquecimiento para la democracia y el sistema político, aportándoles sus verdaderos y originales contenidos de participación y protagonismo ciudadanos. De este modo,
se confirma la tesis de Tocqueville cuando afirmaba que el gobierno democrático se ve fortalecido, no debilitado, cuando tiene en frente a una vigorosa sociedad civil.
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