Identidades masculinas y función paterna: actualidad del Edipo1 LUIS SANTOS VELÁSQUEZ Profesor, Escuela de Psicoanálisis Universidad Nacional de Colombia La variedad de configuraciones familiares que se despliega ante nuestra mirada en una revisión de la bibliografía actual sobre la familia es muy grande. En el caso de nuestro país, las transformaciones fruto de las condiciones económicas, la guerra y los cambios sociales, son muy variados. Familias nucleares, extendidas, monoparentales, madres cabeza de familia, parejas homosexuales, grupos callejeros en los que se socializan niños pequeños; además de la ya conocida variedad de organizaciones familiares en las comunidades indígenas tradicionales. La observación de este cuadro tan heterogéneo nos obliga a los psicoanalistas a interrogarnos sobre ¿cómo podemos pensar hoy las relaciones posibles entre estas múltiples estructuras familiares y las identidades sexuales que en su interior se constituyen? y ¿qué pueden aportar a nuestra comprensión los cambios introducidos en la teoría de las nuevas realidades sociales? El fin de este artículo es reflexionar sobre estos temas e intentar comprender qué lugar ocupa el padre en las sociedades actuales y su relación con los cambios en la masculinidad. Aquí nos encontramos con un punto de partida necesario: el descubrimiento por Freud del complejo de Edipo, inicialmente como explicación de las neurosis, y luego elevado al nivel de estructura en las relaciones intersubjetivas, a través de las cuales se instauran tanto la identidad como la orientación sexual en toda Este artículo forma parte de la investigación titulada “La construcción de las identidades masculinas hoy: antiguos modelos y nuevas realidades”, proyecto financiado por la Universidad Nacional de Colombia 1 persona. Por otro lado, al ampliar el concepto de sexualidad a las múltiples manifestaciones de una búsqueda de satisfacción que inicialmente no conoce límites, y de la cual la genitalidad es sólo una de sus expresiones, el psicoanálisis devuelve al cuerpo, y particularmente al cuerpo sexual, el estatuto de primacía que la filosofía y la psicología decimonónicas le habían negado. ¿Qué es el complejo de Edipo para el psicoanálisis? Es el drama que atraviesa todo ser humano en su infancia, al vivir en su cuerpo la confrontación entre una pulsión sexual que requiere perentoriamente de una satisfacción y una normatividad cultural que establece límites a esa pulsión; la primera y más determinante, la prohibición del incesto. Los primeros objetos para la pulsión sexual son los más prohibidos. Lo que encuentra Freud es lo que sus contemporáneos no querían y no podían ver: que la sexualidad infantil es el terreno donde se decide el futuro sexual de hombres y mujeres, y que los niños y niñas lejos de ser los angelitos asexuados que construyó el imaginario victoriano, son verdaderos perversos polimorfos. Hay que matizar esta afirmación aclarando que se trata de una perversidad potencial que es progresivamente reducida a los límites aceptados por un orden cultural que establece una moral sexual, sometida siempre a cambios, pero nunca ausente. El psicoanálisis comprueba repetidamente que la sexualidad está siempre en conflicto desde sus orígenes. ¿Y cuál es ese origen?: la relación con la madre. El otro materno –ante todo, cuerpo– es el garante de la vida, ya que provee la satisfacción de las necesidades, y despierta una erogeneidad que antes de su actualización en el intercambio materno-filial es mero potencial. La madre es la primera y gran seductora, es ella quien, con sus caricias, sus miradas y palabras amorosas logra una erogenización del cuerpo infantil, al tiempo que es la primera transmisora del código que organiza esa erogeneidad, código que ella tiene grabado en su cuerpo y que le indica silenciosa pero tajantemente hasta donde llegar con la caricia, hasta donde permitirla. A la pregunta de quién es una madre, el psicoanálisis actual responde: alguien que desea un hijo, alguien que coloca a ese recién llegado al mundo en un lugar privilegiado; el de objeto de su amor (de su deseo, diríamos en psicoanálisis). Que ese alguien sea mujer, y que además haya sido quien lo concibió, es aleatorio. Sabemos que una madre adoptiva puede desempeñar su papel mucho mejor que una madre biológica. En este punto el psicoanálisis es radical al afirmar que no existe nada que podamos llamar “instinto materno” y que tenemos que dejar de confundir la maternidad, que es una construcción simbólica, con la capacidad reproductiva, esa sí propiedad fisiológica, aunque también potencialmente afectable por los procesos simbólicos, como lo saben los expertos en trastornos de la reproducción. | 280 | IDENTIDADES MASCULINAS Y FUNCIÓN PATERNA: ACTUALIDAD DEL EDIPO Entonces, ¿cómo se explica, el surgimiento de ese deseo de hijo? Para el psicoanálisis, es producto de una historia que se remonta a la sexualidad infantil y por supuesto al paso por la estructura de relaciones llamada Complejo de Edipo. Un componente fundamental de las identidades femeninas es precisamente la identificación con la capacidad maternal de la madre, ser como la madre, ser madre. Evidentemente la mujer está mejor equipada biológicamente que el hombre para desempeñar esas funciones, pero no por eso el hombre está incapacitado para hacerlo. Situaciones en que el hombre se ocupa de la crianza, lo comprueban: el padre que materna puede desarrollar una capacidad tan sutil y compleja de proporcionar cuidados como las de la mujer madre. Y no es sólo cuestión de aprendizaje, porque en este punto sabemos que el deseo es básico. Entonces surge la pregunta:2 ¿esa ubicación feminiza al hombre? y ¿qué consecuencias tiene desde el punto de vista de las identificaciones que promueve, por ejemplo, en su hijo varón? Independientemente de la respuesta que demos a esta última cuestión, ya polémica, en lo que sí coincidiríamos es que la función materna es un lugar que se puede ocupar de diversas maneras: el viejo adagio de que madre no hay sino una, tiene que ser actualmente abandonado. Madres pueden haber muchas y de muy diversas clases, pero mi intención es extenderme un poco más en la pregunta por el padre: ¿qué es un padre? Fijaré un punto de partida: no hay un referente biológico obligado para la noción de padre, como si lo hay para la madre. No hay ninguna evidencia de que alguien en particular sea el co-responsable del inicio de un proceso de gestación. Es más, aunque haya todas las pruebas, incluida la flagrancia proporcionada por un testigo ocular, no es posible establecer con plena certeza la paternidad (la misma prueba de ADN dejará unas milésimas de duda en su versión más sofisticada). Lo que nos permite aseverar que el otro viejo adagio de que la paternidad es un acto de fe, se mantiene en pie. Téngase en cuenta que no estoy diciendo que la maternidad sea una cuestión biológica, pero sí el referente inicial que está en la base de la creación del concepto. Sabemos hoy, gracias a los datos que nos proporciona la antropología, que existen múltiples figuras del padre. Aunque el donador del semen y presunto padre biológico es la más conocida de estas figuras, hay también otras, menos frecuentes y hasta sorprendentes: el hermano mayor de la madre, en sistemas matrilineales y sin embargo patriarcales, como el caso de los Wayuu en la cercana Guajira. En diversos países, incluido Colombia, el padre de los hijos de una mujer casada es el hombre con el que ella se casó, mientras no se demuestre lo contrario. En otros contextos, como lo encontró Kathleen Gough entre los Nayar de la India; el padre 2 Volnovich, Juan Carlos. “Mi papá (me) paga”, en Revista Lote No. 16, 1928. LUIS SANTOS VELÁSQUEZ | 281 | es el esposo ritual de la madre, aunque esté ausente, compartiendo el lugar en el orden social con los amantes de la mujer que colaboren para la manutención del hijo, mientras entre los lovedu africanos –descritos por Krige–3, la “esposa” ritual de la madre, cumpliría este papel; y no tiene que ver con una homosexualidad aceptada socialmente, sino con una organización económica en la que se establecen relaciones de alianza y se otorgan filiaciones de tipo patriarcal, para colmo de confusión de nuestras cuadriculadas mentes. Estos son sólo unos pocos ejemplos de la complejidad y enorme variedad de las que llamaré, siguiendo la propuesta de la psicoanalista española Silvia Tubert4 “figuras del padre”. Pero, entonces, ¿qué es un padre? Me ubicaré en el terreno que me interesa y que conozco, el del psicoanálisis, para tratar de, sino dar una respuesta, al menos revisar los elementos necesarios a tener en cuenta para construir el concepto. En la historia del psicoanálisis podemos ubicar básicamente tres autores en el desarrollo de este concepto: Sigmund Freud, Melanie Klein y Jacques Lacan. Para Freud (1924), el padre ejerce una función separadora entre la madre y su hijo/a, en particular desde el momento en que los/las niños/niñas, ingresan en la diferencia sexual. Para el pequeño varón (heterosexual), en la medida en que su objeto amoroso es la madre, el padre entra como rival. Para la niña (heterosexual) el padre aparece como objeto de deseo preferible a la madre. En segundo lugar, el padre es un ideal con el cual identificarse, en el caso del niño, o un ideal a satisfacer en el caso de la niña. En la versión de Melanie Klein(1928), el padre es una metonimia de la madre, dicho en términos más claros, una prolongación de ella. Aunque reconoce su función separadora, para Klein el padre aparece secundariamente, introducido por la madre e inicialmente como parte de ella. Lacan realiza un gigantesco trabajo de reformulación de la mayoría de los conceptos psicoanalíticos. Sobre el tema que nos ocupa, en los Seminarios 4 y 5 construye una teorización que permite salir del pequeño teatro en que se había convertido el Edipo en las versiones repetitivas posteriores a Freud y lo eleva al nivel de estructura de relaciones. Ya no se trata del drama entre el niño y sus padres (objetos deseados y prohibidos) sino de un sistema en el que cada uno de los lugares que lo componen y los elementos que ocupan esos lugares, son definidos por las relaciones que tienen con los otros, y todos ellos organizados en torno a un lugar vacío, totalmente simbólico, el falo. Dicho autor introduce la noción de función paterna, a la que atribuye las siguientes condiciones: 3 Citado en Tubert, Silvia. Figuras del padre. Madrid: Cátedra, 1997. 4 Tubert, Silvia. Figuras del padre. Madrid: Cátedra, 1997. | 282 | IDENTIDADES MASCULINAS Y FUNCIÓN PATERNA: ACTUALIDAD DEL EDIPO La ejerce un tercero que se interpone entre la madre y su producto, ser inevitablemente presente, ya que la díada madre hijo no constituye una célula social viable por sí misma. Ese lugar tercero es un nombre en boca de la madre, un acto de fe; alguien a quien se dirige el deseo de la madre; y que tiene derechos sobre su producto; aquel o aquellos que representan un principio genealógico: otra vez un nombre, en nuestro caso un apellido. • Un ideal y en el caso de las familias patriarcales “el Ideal”, ya que precisamente es uno de los aspectos definitorios del patriarcado: su preponderancia en el nivel de la producción del mundo simbólico. • Desglosemos: 1. Un nombre en boca de la madre (acto de fe): como ya hemos visto la paternidad no tiene un referente biológico, sino que se puede ubicar desde su inicio como una abstracción, producto simbólico por excelencia. 2. Alguien a quien se dirige el deseo de la madre: es preciso que la vida afectiva de la madre no tenga como único centro al hijo. Esta es una advertencia que parece exagerada pero que múltiples observaciones psicoanalíticas justifican. No quiere esto decir que volvamos a la demonización de la madre como apareció efectivamente en muchos textos psicoanalíticos de mediados del siglo pasado. Estamos hablando del riesgo que plantea para el hijo/la hija una madre cuya vida afectiva y sexual se cierre o se agote en aras de la maternidad. Que el deseo de la madre se juegue en otras relaciones diferentes a la del hijo permite que él se libere de la pesada carga de ser responsable de la dicha (o desdicha) de la madre. Esa es una función del padre en la familia nuclear; aunque esa función la pueden cumplir las parejas hetero u homosexuales de la madre o, el recuerdo de alguien que ya no está, porque ya no es el que fue o murió, incluso la búsqueda de ese objeto amoroso. En síntesis, muchos pueden ser esos objetos terceros para el deseo de la madre. 3. Este planteamiento del psicoanálisis conlleva a la pregunta: ¿qué ideal agencia el padre? En la versión freudiana original, se respondería que todos, pues estamos hablando de la familia patriarcal. Sea la oportunidad para hacer la consabida descarga a favor de Freud, quien en su época fue un patriarca judío y, aunque no fuera religioso practicante, heredó una tradición cultural cuyos mecanismos de dominación, sin proponérselo, le ayudaron a develar un legado de enorme valor cultural: sus hallazgos acerca de los complejos inconscientes de mujeres y hombres de su época, y unas teorizaciones que, aunque están atravesadas por los prejuicios de la sociedad en la que le correspondió vivir, nos han permitido construir modelos teóricos más amplios como el que estoy parcialmente exponiendo hoy. LUIS SANTOS VELÁSQUEZ | 283 | Entonces, el padre de hoy ¿qué ideales agencia? En la medida en que la paternidad ha hecho eclosión y ya no se la puede definir por el modelo dominante del patriarcado a ultranza, sino que se reconoce bajo las múltiples formas contemporáneas, podemos proponer también un cambio en la teoría: el padre, o mejor, el tercero que ocupa el lugar del padre, puede ejercerlo de muchas formas, pero eso sí, con la condición de que realmente lo haga. Por ejemplo: de vez en cuando encontramos un padre aparentemente presente, pero que no actúa como tal, hay otro casos en que está más presente un padre muerto que uno vivo. Pero si el padre ejerce como tal, ya no lo hace bajo la figura de la autoridad última, sino de ese otro punto de referencia, alguien que ejerce, con o sin disputas, un poder y unos derechos frente a los hijos. Desde esa perspectiva, los ideales que transmite ese tercero pueden ser tantos como las formas de ocupar ese lugar. 4. Aquel o aquellos que representan un principio genealógico: otra vez un nombre, en nuestro caso un apellido. De nuevo se trata de que un tercero se interponga, en el caso de la filiación por vía patrilineal es muy claro: se trata de una expropiación del producto del vientre de la madre, el hijo es del padre. En la versión más extrema la madre es sólo un receptáculo en el que se desarrolla el producto masculino. Pero aún si el apellido es el de la madre estamos frente al mismo principio: el hijo no es sólo de la madre, el apellido, al establecer una filiación a un linaje y a una familia, separa al hijo de la madre e introduce de inmediato a un tercero. 5. El tercero es alguien que tiene derechos sobre el producto de la madre: este es un punto fundamental en la historia del patriarcado, por supuesto hay quienes dicen que esta historia fue construida por el patriarcado mismo. Lo dejo apenas enunciado, ya que sería objeto para otro escenario y otra discusión; por ahora veamos sólo una mínima digresión. Desde mediados del siglo XIX, con las obras de Friederich Engels El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884) y Johann Jacob Bachofen El matriarcado (1861), se viene documentando la aparición del patriarcado como un paso decisivo en la historia de la humanidad. Es un largo proceso que para el caso de la historia de esta parte del globo, se puede ubicar entre el neolítico tardío (10.000 a 6.000 a.c.) y la aparición de las primeras ciudades-Estado en el oriente medio (Sumer y Babilonia), se produce una transformación social de enorme importancia que para efectos del tema que nos ocupa podemos llamar siguiendo a Engels la “derrota histórica de las mujeres”. Con la aparición de la propiedad privada, la urbanización progresiva, la expansión territorial por medio de la guerra y el desarrollo tecnológico impulsado por ésta última, la humanidad ha vivido una larga historia patriarcal que parece estar dando paso a un orden no | 284 | IDENTIDADES MASCULINAS Y FUNCIÓN PATERNA: ACTUALIDAD DEL EDIPO patriarcal, tampoco matriarcal, al que tal vez habría que llamar “gilánico”, según el término poco conocido que acuñó Riane Eisler.5 Plantear la función paterna como netamente simbólica no significa decir que es la función simbólica misma. No hay que confundir la función simbólica con su referente. En el patriarcado, el referente fundamental de la función simbólica es el padre. Podríamos decir, siguiendo a Lacan, que el nombre del padre es el primer significante, el significante Uno del patriarcado, principio fundamental y único: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, comienza el Génesis. El padre-dios es un principio universal que todo lo explica, del que todo el universo se deriva y sólo en su nombre es posible hablar. Precisamente en eso consiste el patriarcado. Se trata, como podemos ver, de los cimientos de una estructura social y mental vigente por milenios y que, con la expansión colonial de los grandes imperios, se globalizó. ¿Habrá caducado esa estructura? A quienes trabajamos en clínica psicoanalítica nos resulta claro que no: constantemente comprobamos que los inconscientes de hombres y mujeres siguen siendo androcéntricos y patriarcales. No debemos confundir nuestros deseos con la realidad, ya que con seguridad somos muchos y muchas los que creemos en la necesidad de profundizar en los cambios que ha venido sufriendo, en el último medio siglo, el sistema de género vigente. Sin embargo, ese deseo de cambio no nos debe llevar a engañarnos sobre la vigencia de las estructuras básicas. En nuestro país, además, estamos enfrentando un enorme movimiento regresivo a causa de la violencia. Los señores de la guerra están imponiendo su ley en grandes porciones del territorio nacional. La vuelta a épocas de androcentrismo a ultranza se está viviendo cotidianamente en muchas partes: la persecución y eventual pena de muerte a los homosexuales; la exigencia de formas de comportamiento, incluso de apariencia (hasta el corte de pelo), que no dejan duda acerca de la virilidad; la socialización del adolescente hombre en grupos armados en los que se exaltan tanto la violencia extrema como los valores patriarcales más arcaicos; el retorno del padre todopoderoso de la horda primitiva, amo y señor de vidas, haciendas y otros. El llamado a ese padre tiránico se escucha cada vez con mayor fuerza y no sería de extrañar que nos llevara a formas de autoritarismo similares a las que vivieron los europeos no hace más de medio siglo. En resumen, el padre aparece en la historia que nos atañe como aquel que detenta el poder sobre la(s) mujer(es) y los hijos: el pater familias latino. Este poder de dar vida o muerte, especialmente, sobre los hijos, fue siendo mitigado a medida que se conformaron estructuras sociales más y más complejas, hasta llegar, después de una larga historia, al padre actual. Con todas las salvedades 5 Eisler, Riane, El cáliz y la espada, Santiago de Chile: Cuatro Vientos, 1991. LUIS SANTOS VELÁSQUEZ | 285 | que sea necesario hacer, es innegable que estamos asistiendo a la declinación del patriarcado. Este ya no es un anuncio apocalíptico de las feministas, como nos lo dicen muchos investigadores en el campo de las ciencias sociales: el padre todopoderoso, el padre semidios, el padre tirano, el padre abusador sexual de las hijas que encontrábamos con tanta frecuencia en el medio rural colombiano, ha comenzado a desaparecer, o podríamos decir, está casi muerto. Viva el nuevo padre, nos dicen las y los optimistas. Pero, ¿quién es ese nuevo padre? Ya hay bastantes trabajos al respecto. Investigaciones como las de Matthew Gutmann6 y Rafael Montesinos7 en México, Norma Fuller8 en Perú o Mara Viveros9 en Colombia, y muchos otros que sería imposible mencionar aquí, nos muestran cómo los gigantescos cambios que está sufriendo tanto la masculinidad como la paternidad (tendríamos que decir los cambios que estamos viviendo cada uno de nosotros) se insertan y se hacen comprensibles en el contexto de una transformación social que se puede estudiar desde muy distintas perspectivas. Padres menos ausentes, tiernos, comprensivos, amigos de sus hijos, con alguna frecuencia esclavos de ellos, menos infieles a sus esposas, y hasta tan comprensivos de la infidelidad, que ya no la matan si la encuentran con un amante. Para concluir, podemos decir que la teoría nos permite diferenciar masculinidad de función paterna. La masculinidad es una posible vía del desarrollo psicosexual que pueden tomar tanto niños como niñas en el contexto del Complejo de Edipo, definido como conjunto de relaciones intersubjetivas en el que se construyen tanto la identidad (masculina o femenina) como la orientación sexual (hetero, homo o bisexual). La función paterna es una noción eminentemente simbólica y múltiple, que incluso se puede ejercer en ausencia, a condición de que efectivamente en algún punto alguien la ejerza. Se trata de un conjunto de condiciones que se deben dar tanto dentro de la estructura familiar como en la sociedad, de tal manera que se pueda realizar a cabalidad el proceso de conformación de un sujeto sexuado en un contexto cultural dado. Hoy le reconocemos múltiples formas de expresión a la masculinidad, en la medida en que ha venido siendo cada vez más evidente que el modelo hegemóGutmann, Matthew “Traficando con hombres. La antropología de la masculinidad”, en Robledo, Ángela y Puyana, Yolanda, (comp.) Ética: masculinidades, feminidades, Bogotá, CES, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia. 2000. 6 7 Montesinos, Rafael. Las rutas de la masculinidad. Barcelona: Gedisa, 2002. Fuller, Norma. Identidades masculinas. Lima: Fondo Editorial de la Universidad Católica del Perú, 1997. 8 Viveros, Mara. De quebradores y cumplidores. Bogotá: Universidad Nacional, Fundación Ford, Profamilia, 2002. 9 | 286 | IDENTIDADES MASCULINAS Y FUNCIÓN PATERNA: ACTUALIDAD DEL EDIPO nico es sólo uno de los muchos posibles y que hoy es cada vez menos frecuente. Así como la relación entre feminidad y maternidad dejó de ser de equivalencia, debemos pensar de manera mucho más amplia las relaciones entre masculinidad y paternidad. Bibliografía GOUGH, Kathleen, “Los nayar y la definición del matrimonio”, en Polémica sobre el origen y la universalidad de la familia. Barcelona: Anagrama, 1982. LACAN, Jacques. El Seminario, Libro 4, La relación de objeto, Buenos Aires: Paidós, 1994. LUIS SANTOS VELÁSQUEZ | 287 |