LINEAMIENTOS DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES DESDE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL[1] Bernardo Ellefsen Desde la prehistoria las relaciones entre los pueblos han oscilado entre la beligerancia y la tolerancia recíproca; ambos extremos pueden ser ejemplificados etnográficamente. En lo que respecta a las relaciones entre los estados desde que éstos estuvieron en niveles tecnológicos del bronce, se puede dar ejemplos de imperios negándose a reconocer otros estados independientes, como fue el caso marcado con el imperio incaico, o relacionados en equilibrios entre potencias y pequeños estados. D.G. Hogarth publicó en 1914 un libro que puede ser considerado un clásico, titulado El antiguo oriente, que hasta el día de hoy está en el catálogo del Fondo de Cultura Económica mexicano. Hogarth era estadista además de arqueólogo, y por varias décadas prácticamente dirigió los lineamientos de la política exterior del imperio británico. Su experiencia de las relaciones internacionales de su época se aunaba a la comprensión de los equilibrios en la política internacional en el segundo milenio antes de la era. Ese enfoque, de pugnas y equilibrios entre potencias, fue el vigente en la política internacional europea desde el siglo XVI hasta mediados del XX, incluyendo su proyección en el resto del mundo que pasó a ser, cada vez en mayor grado, la esfera de los intereses coloniales europeos. El carácter de las relaciones internacionales ha estado condicionado a los niveles tecnológicos y por ende socioculturales de la humanidad. Las perspectivas y necesidades interétnicas de pueblos anteriores a la civilización sobreviniente con la edad de bronce, necesariamente han sido más limitadas. Y, aparentemente, el carácter de las relaciones entre los estados desde la edad de bronce, con sus equilibrios de potencias tan típicos en el próximo oriente antes de las hegemonías persa, macedónica y romana, y luego tan típicos entre las naciones europeas, ha variado desde que terminó la segunda guerra mundial. Un factor de fondo en esta variación ha sido la emergencia de la industrialización. Como todos saben, la revolución industrial se inició en Inglaterra a mediados del siglo XVIII y pasó al continente europeo desde los albores del 1800; luego se fue expandiendo durante el siglo XIX con lo ferrocarriles, los barcos de vapor, los telégrafos y finalmente la electrificación, para señalar los aspectos más conspicuos. Sin embargo, es menos conocido que la industrialización ha dado inicio a una nueva era en la infraestructura de la humanidad: la era industrial. Como lo señaló hace ya varias décadas Mario Cipolla -de la universidad de California en Berkeley-, los pueblos preagrícolas sustentaron su consumo energético con la caza y la recolección, mientras que la era agrícola puso a la humanidad dependiente de la agricultura y de la crianza de animales2[2]. Esta era agrícola maduró, con el uso extensivo de hierro y de la madera cortada merced a abundantes herramientas, desarrollando tecnologías, una importante 1[1] El contenido de este escrito fue expuesto en elocución del autor el día 20 de mayo de 2008 en la Academia de Integración y Diplomacia en la ciudad de La Paz. Previamente el embajador Sr. D. Nigel Marcus Baker expuso sobre los lineamientos de la política exterior del Reino Unido. 2[2] Vide: Carlo Mario Cipolla: Historia económica de la población mundial. Ed. Crítica, Madrid 1982. navegación y finalmente armas de fuego; esto junto con un mercantilismo que se transformó en capitalismo. Madurada tecnológica, social y culturalmente la era agrícola, dio lugar a la industrial, pasándose a depender cada vez en mayor grado en las fuerzas mecánicas tomadas de la energía hidroeléctrica, en la combustión de carbón, gas y petróleo, para finalmente desarrollar el aprovechamiento de la energía nuclear. Desde que el mercantilismo y luego el capitalismo se desarrollaron al fenecer la era agrícola para dar lugar a la industrial, paralelamente se desarrollaron aspectos sociales y culturales más allá de lo que ya se había perfilado anteriormente. Las ciencias adquirieron madurez con los naturalistas y matemáticos de hacia el año 1700, pudiéndose dar los ejemplos sobresalientes de Newton y Linneo. En el campo político, fue justamente en Inglaterra, donde el capitalismo adquirió peculiar empuje y se inició el maquinismo, donde el liberalismo se centró desde la segunda mitad del siglo XVII. Para ese entonces los pensadores liberales se dieron en suelo inglés o en su derredor: Escocia, Irlanda, Holanda y Francia. Empero hasta del pensamiento liberal puede hallarse raíces en sociedades de otras épocas; fue Tiberio quien dijo que en un país libre había libertad de opinión. En lo que toca a las relaciones internacionales, inicialmente la industrialización y hasta el liberalismo no alteraron drásticamente los conceptos que venían de siglos anteriores; fue con la segunda guerra mundial que se rompió la fe en los esquemas anteriores sobre las relaciones internacionales. Puede considerarse que hasta entonces se tuvo vigente una especie de corsé en la política internacional. Cabe comentar que en estudios de hacia el año 1900 se demostró que las mujeres que comprimían sus cajas toráxicas con corsés para conseguir tener talles de avispas, limitaban sus capacidades respiratorias; de modo que ninguna mujer con caja toráxica comprimida lograba hacer estudios superiores, por falta de buen funcionamiento cerebral. Del mismo modo, el fin de la segunda guerra mundial llevó a la humanidad a la comprensión de la necesidad de nuevas características en las relaciones internacionales. Los principios de derecho internacional ya fueron manifestados desde hacía siglos; el ensayo de Kant sobre la paz mundial es su paradigma. En el campo económico, es de recordarse lo explicado por John Maynard Keynes sobre la importancia de dirigir la economía de las naciones hacia su desarrollo interno, porque el bienestar material de los pueblos los lleva a apreciar los beneficios de la paz, de las relaciones internacionales armoniosas y de la complementaridad de las economías cuando no están dirigidas a la dominación de otros pueblos3[3]. Cuando Winston Churchill escribió el borrador de la llamada Carta del Atlántico, que fuera suscrita por Franklin Roosevelt y los representantes de diversos países en 1941, se manifestó como principio general en las relaciones internacionales prácticas ya aceptadas en mayor o menor grado, pero muy particularmente en el ámbito del continente americano. No solamente se estatuyó que las relaciones entre estados debían ser igualitarias y no de tutela de las potencias sobre estados pequeños o débiles, sino que además, y esto es importantísimo, que debía comercializarse libremente las materias primas. Hasta entonces las potencias que controlaban materias primas coloniales tenían ventajas económicas sobre las que no las tenían, así esto fuese relativo, porque 3[3] John Maynard Keynes, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero. Ed. Fondo de Cultura Económica, México 1963 (1936): vide VI, 24, IV. naciones de fuerte mercantilismo y grandes industrias manufactureras lograban imponerse económicamente así tuviesen ciertas dificultades en el acceso a materias primas4[4]. La importancia del respeto en el trato entre estados soberanos es obvia. Una nación pequeña no requiere ser el protectorado de una potencia para sobrevivir independientemente. De esto puede seguir señalándose excepciones, porque las relaciones internacionales distan de ser las ideales. Pero más importante aún es que las materias primas se adquieren en bolsas internacionales y no merced a monopolios o cuasi-monopolios protegidos por potencias. Dando un ejemplo concreto, desde la segunda guerra mundial Japón adquiere materias primas en las bolsas internacionales y con su gran industria y nivel de exportaciones se halla que, para fines prácticos, ha ganado esa guerra. La humanidad actual adolece de grandes deficiencias en las relaciones entre estados. Todavía los imperialismos siguen vigentes y no sólo de grandes potencias, porque a las naciones les cuesta aceptar que parte de sus territorios se escindan por la voluntad popular de sus habitantes. Prurismos de soberanías hacen que estados sigan insistiendo en derechos sobre otros. Potencias intervienen militarmente en otros países pese a que las diferencias puedan ser arregladas mediante presiones diplomáticas y económicas, cuando no sencillamente ignoradas. Repetidamente se observan groseras intromisiones de gobiernos en los asuntos internos de otros estados. Empero, como no se vive en un mundo ideal, no puede descartarse que, dentro de los límites de la prudencia, en algunos casos pueda haber necesidad de intromisión. Se ha visto ejemplos de tiranización a minorías nacionales, de luchas dentro de los mismos pueblos en escalas de salvajismo y hasta genocidios. 4[4] El 10 de agosto de 1941 británicos y americanos formularon su declaración conjunta de política internacional con los siguientes principios: 1) sin aspiraciones territoriales; 2) que cuando hayan que sean con consenso de los pueblos; 3) derecho de los pueblos a escoger su forma de gobierno; y 4) distribución equitativa y justa de los productos esenciales, dentro de cada país y entre todas las naciones; y 5) creacción de una organización internacional de naciones para su seguridad y de la navegación de los mares sin necesidad de armamentismo. Pese a la acusación de ser conservador, Churchill redactó inicialmente esta Atlantic Charter, firmándola conjuntamente con Roosevelt el 12 de agosto de 1941. Luego se amplió esta declaración para comprender a las naciones beligerantes contra el Eje, siendo finalmente presentada como Pacto de las Naciones Unidas. En ese entonces Litvínov era el embajador soviético en Washington y Roosevelt le hizo aceptar y firmar la declaración sobre libertad religiosa, perorándole luego sobre el fuego del infierno, a lo que Churchill le dijo al presidente americano que lo postularía a arzobispo de Cantorbery si perdía la siguiente elección. La Carta de las Naciones Unidas fue firmada en el escritorio oval de la Casa Blanca por Roosevelt, Churchill, Litvínov y Soong representando a China. Los países firmantes inicialmente fueron: Estados Unidos, Reino Unido, Unión Soviética, China, Australia, Bélgica, Canadá, Costa Rica, Cuba, Checoslovaquia, República Dominicana, El Salvador, Grecia, Guatemala, Haití, Honduras, India -que pese a su situación de colonia era en la práctica un dominio autónomo-, Luxemburgo, Holanda, Nueva Zelanda, Nicaragua, Noruega, Panamá, Sudáfrica y Yugoslavia (Winston Spencer Churchill, The Second World War. The Grand Alliance. Ed. Houghton Mifflin Co., Boston 1950: II, 4 (p. 434; idem, pp. 442-444); ibidem, II, 15 (p. 665); ibidem, II, 16 (pp. 682-684). Quizá con no menos importancia, hay falencias en los conocimientos sobre las diferencias de las sociedades en cuanto a sus modos de producción, sus sistemas familiares y sus religiones. La confrontación de la guerra fría no sólo fue con una ideología cargada de elementos extraños como lo es el marxismo, sino ante todo entre el modo asiático de producción y el capitalismo, sin que las partes antagónicas pudiesen reconocer las naturalezas de sus sistemas económicos y de sus diferencias. Las mismas sociedades varían en lo referente a sus sistemas familiares y asociativos, como lo señalara Francis Fukuyama5[5]; sin embargo, los conocimientos que se tiene no han ingresado al haber de los estudios generalizados, pese a que estas diferencias inciden en divergencias sociales y económicas. Pero así como la prudencia y la discreción deben primar en las relaciones internacionales, los particulares se mueven en otra esfera y por los mismo no tienen esas constricciones. Es deber de la opinión pública dirigir a los gobiernos de los pueblos, así como denunciar los males, incluso con vehemencia. Vivimos en una humanidad no sólo imperfecta culturalmente, sino llena de enfermedades mentales que se propagan y conservan en los cerebros individuales y en los cuerpos sociales de un modo semejante a los virus de las computadoras. Son lo que algunos estudiosos británicos han denominado mems. Ideologías políticas, para ejemplo el marxismo, y también religiones, para ejemplos las denominadas “religiones superiores”, funcionan merced a estas programaciones mentales. Faltan estudios para reseñar cómo estos virus ideológicos se adjuntan a aspectos culturales funcionales. Por ejemplo, junto al carácter extraño que tiene el cristianismo, se puede señalar que se ha acompañado de la ética del evangelio, como variante expositiva de la ética que se formó entre los israelitas. De modo que un pensador anticristiano como el emperador Juliano fue un reaccionario socialmente, porque los filósofos griegos y en general los paganos grecorromanos no tenían un cuerpo doctrinario ético que pudiese suplir las necesidades de una sociedad en la edad de hierro. En cambio el confucianismo sí suplió esta necesidad en la civilización china. Lo expuesto apunta a la necesidad de sistematizar mejor los conocimientos actuales. 5[5] Francis Fukuyama, Trust. The Social Virtues and the Creation of Prosperity. Ed. Free Press Paperbacks, Simon & Schuster, Nueva York 1996.