DE CIVE (Número 0) 2010 LEGALIDAD Y LEGITIMIDAD EN LOS MODELOS PROCEDIMENTALISTAS DE ÉTICA DISCURSIVA (HABERMAS, APEL) Juan Antonio Gómez García UNED Resumen: El trabajo analiza los conceptos de legalidad y legitimidad en el ámbito de los modelos procedimentalistas de ética discursiva propios de Habermas y Apel partiendo de su formulación clásica en la Sociología de Max Weber. El método ejercido se concreta en el análisis de las estructuras de pensamiento que subyacen a estos modelos explicitando, desde su comparación analógica, los aspectos que los vinculan en la tradición jurídicopolítica contemporánea. Palabras clave: Legalidad, Legitimidad, Procedimentalismo, Ética discursiva, Habermas, Apel, Weber, Estructuras de pensamiento. Sumario: 1. Planteamiento del tema; 2. La relación legalidad-legitimidad en Max Weber; 3. Los modelos procedimentalistas de ética discursiva (Habermas, Apel): presupuestos; 4. Característica estructural de los modelos procedimentalistas de ética discursiva; 5. Análisis comparativo entre la concepción weberiana de la relación legalidad-legitimidad y la concepción de la relación propia de los modelos procedimentalistas de ética discursiva. 6. Bibliografía. 1. Planteamiento del tema En la transición entre los siglos XIX y XX en la Europa continental, bajo un contexto como el del Estado liberal de Derecho, donde impera la concepción positivista en su versión normativista como teoría e ideología jurídicas1, y la fuente del Derecho por excelencia es la ley entendida en su sentido formal, es donde aparece de manera más palpable, dentro de tradición político-jurídica reciente, la relación entre los conceptos de legalidad y legitimidad. No es casualidad, pues, que en esa época se dé un planteamiento como el de Weber sobre esta cuestión. 1 La kelseniana Teoría pura del Derecho es el producto teórico más acabado al respecto. 63 DE CIVE (Número 0) 2010 2. La relación legalidad-legitimidad en Max Weber Como sociólogo, Weber ofrece un testimonio directo sobre la crisis de la tradición y la sociedad prusianas, articuladas bajo modelos aristocráticos, autoritarios y patriarcales, y su relación con la aparición de los Estados contemporáneos, sustentados sobre una concepción de lo político en términos de democracia burguesa representativa, gestionada por una burocracia estatal que actúa bajo los estrictos patrones impuestos por la ley. En consecuencia, la Alemania de su tiempo se encuentra en una encrucijada derivada de esta situación: vive unos cambios sociales, históricos y culturales tan profundos, que harán posible que, por primera vez, la Modernidad tome conciencia de sus límites y de la distancia entre su marco político-jurídico y la realidad social. Weber contempla esta situación bajo el siguiente diagnóstico: la tecnicidad de la burocracia estatal, como expresión de una racionalidad formal expresada en la ley, se ha convertido en el único valor (kantismo) para los ciudadanos (legalidad). En esto Weber ve un peligro para el hombre de su tiempo, ya que, en el fondo, la racionalidad burocrática no se traduce prácticamente en otra cosa que en el ejercicio irracional de un poder (al modo de los poderes legitimados sobre criterios de carisma) sobre los ciudadanos, carente de un sustrato material; de tal modo que la única moralidad posible es la derivada de esta fría concepción tecnicista de lo político. Es aquí donde se impone, señala Weber, una reflexión en torno a la naturaleza de la legitimidad de este poder. Según Weber, los tres mecanismos que sustentan el poder político son el dominio, la obediencia y la legitimidad. Que la relación dominio-obediencia no se base en una violencia explícita, sino en la adhesión de los individuos, no puede explicarse sin hacer remisión a mecanismos de fascinación por el poder. La ritualización del poder, la persuasión hacia el individuo destinatario del poder para inducir su obediencia, su aceptación como legítimo, etc., constituyen creencias sin las cuales ningún Estado puede subsistir y que necesita reforzar incesantemente. La relación de desigualdad que, de suyo, presupone el poder, hace difícil a priori el establecimiento de un orden social basado en tal relación, y sin embargo, tal orden social existe porque se dan mecanismos que lo hacen legítimo (incluso deseable) para los individuos. He aquí uno de los puntos claves en el trabajo de Weber: el análisis de las condiciones del surgimiento y mantenimiento de la creencia social e individual en la legitimidad del poder. Se trata, en definitiva, de mostrar el modo en que la dominación se transforma en obediencia y la obediencia genera legitimidad. Según este presupuesto, 64 DE CIVE (Número 0) 2010 Weber afirma la existencia de tres tipos ideales de legitimidad y dominación, en función del tipo de racionalidad sobre las que descansan: a) Dominación-Legitimidad tradicional: se funda en la creencia del carácter sagrado de las tradiciones y de quienes dominan en su nombre. La sacralidad del orden social deriva de su naturaleza intemporal, eterna, expresada en su naturaleza tradicional. b) Dominación-Legitimidad carismática: se sustenta en la creencia según la cual el sujeto (individuo o institución) dominador tiene alguna condición o aptitud que lo hace especial, provocando admiración y adhesión por parte de los sometidos a su poder. Son las circunstancias históricas las que determinan la naturaleza y los tipos de carisma. c) Dominación-Legitimidad racional conforme a la ley: es la propia de los Estados modernos, donde se confunden, o tienden a confundirse, legalidad y legitimidad. El orden social viene establecido por la ley, entendida como regla general, objetiva, impersonal y abstracta, expresión de la razón. Por lo tanto, la ley se concibe como una instancia formal, originada y regida por técnicas procedimentales de creación y desarrollo, y aplicable según criterios de calculabilidad objetiva. En tanto expresión concreta de lo anterior, es la tecnocracia burocrática la que gobierna la sociedad, y por tanto es la burocracia el pilar fundamental sobre el que reposa el producto político-jurídico propio de esta forma de dominación-legitimidad: el moderno Estado de Derecho. Se racionaliza así cuasi-milimétricamente el orden social, puesto que la diferenciación entre el ámbito político-administrativo y el resto de ámbitos sociales (la religión, la economía, la moral, etc.) se proyecta en el orden social resultante de la actividad instrumental que realiza la burocracia con respecto a la ley; y, asimismo, todos los sistemas organizativos eficaces se basan en este modelo burocrático: la empresa, la Iglesia y las asociaciones sociales en general. Las sociedades modernas, pues, están impregnadas por este ethos burocrático (racionalidad e impersonalidad: objetividad). 65 DE CIVE (Número 0) 2010 Por consiguiente, es en este último tipo ideal de dominación-legitimidad donde tiene sentido la distinción legalidad-legitimidad en el sentido weberiano, porque, aparte de dar cuenta de la relación en el contexto del Estado liberal de Derecho moderno, es significativo de la (valga la expresión) auto-conciencia de la Modernidad políticojurídica de sus propios límites y de la distancia que la separa de la realidad social. Como buen kantiano, piensa Weber que esto es necesario para clarificar en sus justos términos el referente y el lugar en que han de situarse el sujeto moderno y sus valores (lo justo): en la legitimidad. 3. Los modelos procedimentalistas de ética discursiva (Habermas, Apel): presupuestos La característica fundamental de las sociedades contemporáneas es el pluralismo. La multiplicidad de grupos sociales existentes en su seno y, sobre todo, la gran variedad y heterogeneidad de aspiraciones de estos grupos y de los individuos que los componen así lo demuestran. Tal situación es consecuencia de considerar como socialmente legítimos toda aspiración y todo interés humano (de los hombres, de las mujeres, de los divorciados, de los jóvenes, de los homosexuales, de los deportistas, de los obreros, de los campesinos, etc.) en referencia a algún fin determinado, el cual se entiende, a su vez, como expresión de una determinada identidad. Así pues, en tanto expresión identitaria (y por tanto, con entidad subjetiva en el ámbito social), se afirma en igualdad de condiciones (en igualdad de derechos) para ser tolerada políticamente en el ámbito del grupo social y reconocida por parte de su sistema político-jurídico. Por lo tanto, en las sociedades actuales resulta cada vez más difícil ofrecer respuestas éticas y, más concretamente, un concepto o una formulación universal de lo justo, desde la proclamación de uno o varios principios y fines objetivos comunes y omnicompresivos (no digamos ya normas morales) de esta complejidad social, válidos para la totalidad de los numerosos grupos e individuos que las componen. De ahí que hayan surgido numerosos modelos éticos que pretenden ofrecer respuestas al respecto, con el propósito último (en justa correspondencia con la aspiración fundamental del pensamiento político-jurídico moderno) de fundar y articular lo político; entre éstos, unos de los más pujantes en los últimos tiempos son los llamados modelos procedimentalistas, en la versión de las también llamadas éticas del discurso (Diskursethiks), desarrolladas por autores como Jürgen Habermas y Karl-Otto Apel. 66 DE CIVE (Número 0) 2010 En la medida en que hemos constatado que el pluralismo social contemporáneo constituye el punto de partida de estos modelos, comparten con el modelo weberiano una perspectiva metódicamente sociologista en su reflexión sobre lo justo, de ahí que resulte pertinente una relación comparativa a este nivel entre ambos, con independencia de la frecuente y explícitamente declarada por parte de Habermas y Apel, deuda filosófica que, con respecto a Weber, reconocen en el desarrollo de su pensamiento. 4. Característica estructural de los modelos procedimentalistas de ética discursiva En razón de este pluralismo social, lo característico de los modelos de ética discursiva no es tanto la proclamación de uno o varios principios éticos y morales que actúan como referentes primeros, fundantes de una determinada normatividad moral concreta (una ética metafísica o metaética, que permita establecer de antemano juicios sobre cualquier aspiración o comportamiento humano desde una norma previa y exterior), sino más bien el establecimiento de un marco que permita incluir en su ámbito cualesquiera tipos de contenidos normativos de tipo ético2. En lo que respecta a lo político, dentro del modelo de Estado constitucional y democrático de Derecho (más concretamente en el marco social propio del Estado del bienestar, auténtico telón de fondo de los modelos procedimentalistas) la estructura anterior se concreta en la ausencia de verdades prácticas, en el presupuesto político del radical no-consenso en cuanto a los fundamentos últimos de la articulación material de la acción y de los mandatos del poder político: en definitiva, en el escepticismo en torno a la afirmación de verdades últimas como algo esencial del orden democrático liberal. Estamos, pues, ante una estructura dialéctica, que actúa como base, y que es expresión de la permanente existencia de opiniones contrarias: he aquí el fundamento conceptual de lo democrático en este contexto3. En consecuencia, no hay, como dice el aristotélico Muralt al caracterizar metafísicamente estos modelos, una moral del bien objetivo real propio de la voluntad, ni tampoco una concepción política del bien común de la ciudad. El cuerpo social es, de 2 Ciertamente, existen diferencias entre Habermas y Apel en la determinación del alcance de este principio discursivo, de este marco de eticidad: el primero afirma que es producto de un punto de vista trascendental débil (en sentido kantiano), mientras que el segundo habla de una transformación del punto de vista trascendental kantiano. En todo caso, se trata de dos modelos que comparten el partir de una o varias condiciones trascendentales para su desarrollo. 3 Así pues, el criterio que determina el ámbito de lo ético es el constituido por la regulación del Estado, pues actúa como instancia fundante y garantizadora de las normas que definen el comportamiento moral de cada individuo. 67 DE CIVE (Número 0) 2010 suyo, amoral absolutamente, quedando reducido a la mera co-existencia de las múltiples y diversas aspiraciones de los individuos que lo componen (las cuales derivan, a su vez, del poder que define su voluntad absoluta de cualquier finalidad común), en aras de la consecución y el mantenimiento de la estabilidad de este (en términos aristotélicos) orden accidental de utilidad pública4, en el que todas las diferencias quedan vaciadas en una supuesta y deliberada neutralidad ideológica, y yuxtapuestas según una coexistencia moralmente indiferente5. En muy sutiles palabras del autor suizo: “En semejante mundo moral y social, regido por la sola eficiencia, absolutamente ajeno a toda causalidad final de un bien objetivo real, lo que es posible será, y el derecho se reduce al poder de la voluntad absoluta, es decir, de la libertad, según la definición del derecho propia del pensamiento moderno: ius-libertas-voluntas-potestas”6. 5. Análisis comparativo entre la concepción weberiana de la relación legalidadlegitimidad y la concepción de la relación propia de los modelos procedimentalistas de ética discursiva Hemos dicho anteriormente que es la perspectiva sociologista común a ambos la que nos permite relacionar metodológicamente el modelo weberiano y los modelos procedimentalistas de ética discursiva. Desde este presupuesto, se impone ahora la relación entre ambos, desde la manera en que entienden la relación legalidadlegitimidad, a la luz de su análisis comparativo. Inicialmente debe constatarse la semejanza entre ambos modelos en torno a la concepción de subjetividad que les es propia a cada cual: el sujeto moderno, intencional, constituye el sustrato sobre el que se articulan ambas concepciones, si bien el sujeto 4 En las concepciones éticas de corte aristotélico se postula un núcleo sustancial invariable que se concreta en diversos modos históricamente diferentes. En los modelos de ética discursiva este elemento sustancial está representado por las condiciones pragmáticas de la argumentación desde la actitud performativa del sujeto actuante; de ahí que, desde este punto de vista, el orden ético que determina el bien común sea, en perspectiva aristotélica, accidental. 5 La diferencia con el modelo procedimentalista de John Rawls, por ejemplo, es clara: en este último se logra un criterio que otorga imparcialidad a los juicios morales y que refuerza el contrato social primero, a través de la configuración teórica de una posición original desde la condición impuesta por el velo de la ignorancia con el que los sujetos deciden en tal posición, de tal forma que cada uno dispone, por su cuenta, del criterio para determinar la validez moral del juicio realizado, y el grado de compromiso individual y social con el problema se trasluce en un mayor refuerzo de la voluntad ya constituida previamente por el propio procedimiento. Este procedimentalismo ético pretende así un acuerdo universal derivado del punto de vista moral, y no una mera ética de mínimos sustentada sólo sobre el ámbito de la racionalidad práctica, como ocurre en los modelos de ética discursiva. 6 MURALT, André de: L´unité de la philosophie politique de Scot, Occam et Suárez au libéralisme contemporain. Paris: J. Vrin, 2002, p. 60. Hay traducción española parcial de esta obra con el título: La estructura de la filosofía política moderna. Sus orígenes medievales en Escoto, Ockham y Suárez. Trad. de V. Fernández Polanco. Madrid: Istmo, 2002. 68 DE CIVE (Número 0) 2010 racional weberiano es distinto al sujeto comunicante discursivo. En Weber tenemos sin duda un sujeto racional al modo kantiano, mientras que en los modelos de ética discursiva este sujeto racional kantiano está reducido materialmente a actividad puramente comunicativa. De aquí se derivan las siguientes consecuencias: La legitimidad weberiana es, por encima de todo, valores; esto es, un deber ser que actúa como criterio material sobre el que descansa lo justo, expresado en la ley como su forma cuando ésta es legítima (modelo de legitimidad racional conforme a la ley). El sujeto es todavía conciencia plena que actúa (acción) – sujeto trascendental kantiano-. En los modelos procedimentalistas de ética discursiva la racionalidad subjetiva queda reducida a la racionalidad propia del sujeto comunicante, es decir, al simple y formal atributo de un individuo7 dotado con el poder de comunicarse a través de su habla (acción comunicativa) –sujeto trascendental en tanto animal comunicante: reducción del sujeto trascendental kantiano-. Aquí lo justo viene a ser una suerte de artificial virtue (Hume), basada en un permanente consenso que construye, ya que, como hemos dicho, el razonamiento público (lo político) es radicalmente el régimen de la no-verdad práctica. a) La legalidad weberiana es expresión de la racionalidad social de una comunidad de sujetos racionales; la ley es así la vicaria de su voluntad política (democrática) en tanto expresión del consenso común. En los modelos procedimentalistas de ética discursiva la racionalidad social de una comunidad de individuos comunicantes descansa sobre el consenso (comunicativo) común, alcanzado a través de determinados procedimientos en el ámbito de la argumentación dialógica. El procedimiento, pues, define lo político en razón del principio discursivo que actúa como su base, construyendo la voluntad discursiva como lo propiamente político, y la ley constituye el medio formal en que se desarrolla este procedimiento y se expresan sus resultados. b) En conclusión, la distinción weberiana es una distinción eminentemente moderna, que se distingue de la concepción liberal clásica en que, como hemos 7 Repárese en el sentido existencialista del término individuo, cuyo uso originario por lo demás se encuentra en la obra de Kierkegaard. 69 DE CIVE (Número 0) dicho al principio, comienza 2010 tomar conciencia de sus límites materiales8; mientras que la estructura de los modelos procedimentalistas de ética discursiva es una especie, en un más alto grado de formalización, de la weberiana, en tanto desarrollo de ésta en un determinado sentido (también moderna, pues). Desde luego, esta comparación ha de entenderse en el contexto de las condiciones en que ha de considerarse un punto de partida como el sociológico en el modelo actual de Estado del bienestar (el propio de los modelos de ética discursiva), donde impera (naturalmente tamizado por las circunstancias histórico-culturales) el principio ockhamista de autonomía (libertad) absoluta de todo fin a través del expediente teórico de la naturaleza humana y de los derechos naturales que de ella se derivan. Y es que los modelos de ética discursiva no tienen otro objetivo que el de ofrecer un planteamiento teórico y práctico que, en última instancia, no es más que la adecuación de los clásicos modelos político-axiológicos modernos a la situación actual. Y en este sentido, el procedimiento constituye el instrumento teórico (con vocación práctica) que puede aunar tales pretensiones desde una concepción antropológica que trata también de incorporar los logros de la semiótica y la filosofía del lenguaje contemporáneas, en tanto que se concibe al hombre en sociedad básicamente como un animal comunicante. Estas condiciones son, como hemos visto, muy distintas de las que partió Weber, aunque los resultados no lo son tanto. 6. Bibliografía: - APEL, Karl-Otto: La transformación de la Filosofía. Vol. I:”Análisis del lenguaje, semiótica y hermenéutica”. Vol. II: “El a priori de la comunidad de comunicación”. Trad. de A. Cortina, J. Chamorro y J. Conill. Madrid: Taurus, 1985. —Teoría de la verdad y ética del discurso. Trad. de N. Smilg. Barcelona: Paidós, 1991. - GARCÍA MARZÁ, V. Domingo: Ética de la Justicia. J. Habermas y la ética discursiva. Madrid: Tecnos, 1992. - GÓMEZ GARCÍA, Juan Antonio: “La estructura filosófica de los modelos procedimentalistas de justicia: los modelos de ‘ética discursiva’ de Jürgen Habermas y 8 Recuérdese la gran influencia que la sospecha nietzscheana en torno a la Modernidad ejerció sobre Weber, en su actitud y en el diagnóstico de su situación contemporánea. 70 DE CIVE (Número 0) 2010 de Karl-Otto Apel”, en Anales de la Cátedra Francisco Suárez, Universidad de Granada, núm. 40, 2006, pp. 171-182. - HABERMAS, Jürgen: Conciencia moral y acción comunicativa. Trad. de R. García Cotarelo. Barcelona: Península, 1996. — Escritos sobre moralidad y eticidad. Trad. de M. Jiménez Redondo. Barcelona: Paidós, 1991. — Facticidad y validez. Sobre el derecho y el Estado democrático de derecho en términos de teoría del discurso. Trad., sobre la cuarta edición revisada, de M. Jiménez Redondo. Madrid: Trotta, 1998. - LEÓN FLORIDO, Francisco: Ética y consenso. Madrid: La Tarde ediciones, 2006. - MURALT, André de: L´unité de la philosophie politique de Scot, Occam et Suárez au libéralisme contemporain. Paris: J. Vrin, 2002. Hay traducción española parcial de esta obra con el título: La estructura de la filosofia política moderna. Sus orígenes medievales en Escoto, Ockham y Suárez. Trad. de V. Fernández Polanco. Madrid: Istmo, 2002. - RAWLS, John: Teoría de la Justicia. Trad. de M.D. González. México: Fondo de Cultura Económica, 1979. - WEBER, Max: Economía y Sociedad. Esboso de Sociología comprensiva. 2ª ed. en español de la 4ª edición alemana, trad. de J. Winckelmann y J. Medina Echevarría. México: Fondo de Cultura Económica, 2002. 71