CARTA 1 Con mi marido Adrián llevamos casi 14 años casados. Nos conocimos en 1999, el 14 de enero del 2000 nos pusimos de novios y el 24 de febrero del 2001 nos casamos. Fue bastante rápido; siempre consideramos que no éramos ningunos “pibes” como para estar mucho tiempo de novios; cuando nos casamos yo tenía 29 y él 31. La fiesta fue hermosa y sencilla, ya que queríamos que toda nuestra familia y amigos estuvieran presentes. Todavía hay gente que recuerda lo mucho que se divirtió esa noche. Después disfrutamos de la luna de miel, quince días en Brasil… ¡maravillosa! Cuando volvimos empezamos nuestra vida de casados y como muchas parejas hacen, decidimos cuidarnos un tiempo para disfrutar de estar solos. Pero cuando tomamos la decisión de buscar un hijo las cosas no resultaron como esperábamos. Los meses pasaban y no quedaba embarazada. Y ahí comenzó nuestro triste camino: médicos, estudios, otros médicos, otros estudios, consejos… vayan a ver a este médico que a mi vecina le dio resultado, es que están pensando mucho en el tema, hagan gimnasia, salgan a caminar, viajen... Todo el mundo tenía algo para aportar. Nuestra familia con el tiempo se dio cuenta del problema y con la sabiduría de los padres dejó de preguntar ¿para cuándo el bebé? Ellos sabían que nos hacía mal. Cuando estábamos transitando ese arduo camino se nos ocurrió pensar en la adopción, creo que siempre estuvo presente esa posibilidad. Lo que nosotros queríamos era ser padres. Así fue como un día tomamos la decisión y nos anotamos en el Registro de Adopción. Presentamos todos los papeles que nos pedían y nos dieron un número de legajo, el Nº 1333, no lo olvidaremos jamás. Eso fue en Octubre del 2005. Cuando tuvimos la primera reunión con el asistente social, éste fue muy directo, nos dijo que la espera no era menor a siete años. ¡Dios mío! nos pareció una eternidad. De ahí en más todo se redujo a esperar que el tiempo pasara. Lo mismo seguimos con algunos tratamientos médicos para ver si lográbamos quedar embarazados, hacíamos los dos caminos a la vez. Uno de los requisitos para que nuestro lugar en la lista del registro subiera era ir cada seis meses a ratificar nuestro deseo de ser padres, o sea que cada seis meses íbamos, firmábamos una conformidad, nos daban el número de orden en el que estábamos y nada más. De ahí a esperar que pasaran seis meses más para volver. En todo ese tiempo nuestro matrimonio fue pasando por distintas etapas, muchas veces, sobre todo yo, quería tirar la toalla. ¡Dios mío!, cómo me costaba contener las lágrimas cada día del padre, cada día de la madre, cada día del niño. El corazón se me estrujaba, sé que mi marido también sufría pero no lo demostraba, la procesión iba por dentro. Pero nunca, nunca nos quedamos encerrados en nuestra casa lamentándonos: festejábamos con los demás, celebrábamos la llegada de cada hijo de nuestros amigos, de cada sobrino, nunca dejamos de asistir a bautismos y cumpleaños, no dejamos que nuestro dolor de no poder ser padres nos afectara en nuestra relación con la familia y los amigos, aunque después en casa lloráramos como locos. El tiempo siguió pasando y tomamos la decisión de ya no tratar nada más por la parte médica. Ya estábamos muy cansados y no lográbamos nada. Nos tranquilizamos y nos dedicamos a disfrutar. Tanta medicación, tanta programación para todo nos había agotado. Y así, sin pensarlo, el 3 de julio del 2013 sonó mi celular a las 10:30. Cuando miré el teléfono para ver quién era decía “desconocido”. Lo primero que pensé era que alguien me llamaba para venderme algo; para colmo yo estaba en el trabajo; entonces contesté “hola” y del otro lado de la línea se escuchó: ¿Alejandra?. Sí, contesté yo, entonces me dice la otra persona: hablo del Juzgado de Las Heras, es para decirle que su hija ha nacido. En ese momento pensé que me moría, me puse a llorar como loca, no podía respirar, mi corazón latía a mil; me quedé callada mucho tiempo porque del otro lado me decían tranquila, respire hondo, me imagino lo que significa recibir una llamada de ésta. No sé si en verdad sabía lo que yo estaba sintiendo; después de casi ocho años de espera nuestro sueño estaba a punto de cumplirse: ¡íbamos a ser padres! Después recibí la información por parte del juzgado, dirección y hora en la que teníamos que encontrarnos con la jueza para ultimar detalles. Cuando corté la llamada y pude recomponerme lo primero que hice fue llamar a mi esposo para darle la noticia. Al principio no entendía nada, pobre, él también estaba en el trabajo. Como será que después me llamó él, cuando se dio cuenta de lo que le hablaba. Llamé a mis padres, a mi hermana, a una amiga y así la noticia llego a oídos de todos y mi teléfono no dejó de sonar ni un minuto, fue algo tan hermoso… toda la gente que nos acompañó durante la espera estaba feliz, porque por fin había terminado. A las 16:00 fuimos al juzgado para saber cómo seguía todo; ahí nos pusieron al tanto: nuestra hija había nacido el 28 de junio, estaba en perfecto estado de salud y nosotros habíamos sido elegidos como sus padres. Nos dieron el oficio y la fuimos a buscar al hospital. Cuando llegamos nos atendió una doctora y nos hizo pasar. Nos tuvimos que higienizar bien, ponernos ropa adecuada y así entramos. Juro por Dios que fue el momento más hermoso que viví en mi vida. Cuando ingresamos ella estaba en los brazos de una de las tantas enfermeras que la había cuidado durante esos cinco días. La doctora pidió que la dejaran en la cuna para que yo, su mamá, la pudiera alzar. Una vez que estuvo en la cuna le acerqué mi mano y ella tomó mi dedo. Ya no me salían más lágrimas, fue FELICIDAD con todas las letras. Allí nos enteramos que las enfermeras le habían puesto un nombre para que no fuera tan frío el trato, pero desde ese momento fue MELINA, le dimos el nombre que durante tanto tiempo habíamos soñado para ella. Y nos fuimos a nuestra casa, los tres, ahora sí formando la familia que tanto soñamos ser. Después disfrutamos tanta felicidad junto a nuestra familia y nuestros amigos. Lloramos, nos reímos, nos sacamos fotos, fue un hermoso momento que no se borrará nunca de nuestras mentes ni de nuestros corazones. Hoy Melina tiene 14 meses, la amamos con todo nuestra vida, todo el tiempo que esperamos valió la pena, olvidamos todo lo malo en el momento que la conocimos. Gracias Dios por habernos dado la oportunidad de elegirnos: Melina a nosotros y nosotros a Melina. ¡TE AMAMOS HIJA! Alejandra Roxana Giannoni- Las Heras- Mendoza Para Melina: Eres, por Soledad.