DE MATRIMONIOS

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DE MATRIMONIOS, CREENCIAS Y TERAPIAS
1.
¿La realidad...?¿Qué realidad?
En La danza de los maestros del Wu-Li, Gary Zukav (1) se refiere a la realidad
de
la siguiente manera:
"La realidad es lo que tomamos como cierto.
Lo que tomamos como cierto es lo que creemos.
Lo que creemos se basa en nuestras percepciones.
Lo que percibimos depende de lo que buscamos.
Lo que buscamos depende de lo que pensamos.
Lo que pensamos depende de lo que percibimos.
Lo que percibimos determina lo que creemos.
Lo que creemos determina lo que tomamos por cierto.
Lo que tomamos por cierto es nuestra realidad".
Vivimos en un mundo de muchas creencias y pocas certezas. Entiendo por
creencia el conjunto de ideas-verdades con que nos movemos en el mundo. Las
creencias son en gran medida procesos inconscientes y muchas veces difíciles de
identificar. Algunos autores prefieren hablar de paradigmas.
Un paradigma es una teoría o explicación del modo como vemos, como
percibimos e interpretamos el mundo. Todos tenemos muchos mapas en la cabeza,
que pueden diferenciarse en dos categorías principales: mapas del modo en que son
las cosas, o "realidades", y mapas del modo en que deberían ser, o "valores". Con esos
mapas mentales interpretamos todo lo que experimentamos. Pocas veces
cuestionamos su exactitud; por lo general ni siquiera tenemos conciencia de que
existen. Simplemente damos por sobreentendido que el modo en que vemos las cosas
corresponde a lo que realmente son o deberían ser. Estos supuestos dan origen a
nuestras actitudes y a nuestra conducta. En palabras de Stephen R. Covey (2) "El modo
en que vemos las cosas es la fuente del modo en que pensamos y del modo en que
actuamos".
Nuestras creencias determinan lo que podemos ver de la realidad, sea lo que
sea a lo que llamemos realidad. Heinz von Foerster dice "Creer es ver".
Tratar de cambiar nuestras actitudes y conductas es prácticamente inútil si no
examinamos los paradigmas básicos de los que surgen esas actitudes y conductas.
Todos tendemos a pensar que vemos las cosas como son, que somos objetivos. Pero
no es así. Vemos el mundo, no como es, sino como somos nosotros o como se nos ha
condicionado para que lo veamos. Según Bradford Keeney, en su obra Estética del
cambio, cuando describimos algo, en realidad, nos describimos a nosotros mismos, a
nuestras percepciones, a nuestros paradigmas. Esto no significa que los hechos no
existen, pero carecen de significado al margen de su interpretación.
2.
Nuestros paradigmas
Nuestros paradigmas, correctos o incorrectos, son las fuentes de nuestras
actitudes y conductas, y, en última instancia, de nuestras relaciones con los demás.
Stephen Covey, en su libro Los siete hábitos de la gente altamente efectiva
comenta acerca de un pequeño cambio de paradigma que experimentó una
mañana en el metro de Nueva York:
"La gente estaba tranquilamente sentada, leyendo el periódico, perdida en sus
pensamientos o descansando con los ojos cerrados. La escena era tranquila y
pacífica.
Entonces, de pronto, entraron al vagón un hombre y sus hijos. Los niños eran
tan alborotadores e ingobernables que de inmediato se modificó todo el clima.
El hombre se sentó junto a mí y cerró los ojos, en apariencia ignorando y
abstrayéndose de la situación. Los niños vociferaban de aquí para allá, arrojando
objetos, incluso arrebatando los periódicos de la gente. Era muy molesto. Pero el
hombre sentado junto a mí no hacía nada.
Resultaba difícil no sentirse irritado. Yo no podía creer que fuera tan insensible
como para permitir que los chicos corrieran salvajemente, sin impedirlo ni asumir
ninguna responsabilidad. Se veía que las otras personas que estaban allí se sentían
igualmente irritadas. De modo que, finalmente, con lo que me parecía una paciencia
y contención inusuales, me volví hacia él y le dije: "Señor, sus hijos están molestando a
muchas personas. ¿No puede controlarlos un poco más?".
El hombre alzó los ojos como si sólo entonces hubiera tomado conciencia de
la situación, y dijo con suavidad: "Oh, tiene razón. Supongo que yo tendría que hacer
algo. Volvemos del hospital donde su madre ha muerto hace más o menos una hora.
No sé qué pensar, y supongo que ellos tampoco saben cómo reaccionar."
¿Puede el lector imaginar lo que sentí en ese momento? Mi paradigma
cambió. De pronto vi las cosas de otro modo, y como las veía de otro modo, pensé de
otra manera, sentí de otra manera, me comporté de otra manera. Mi irritación se
desvaneció. Era innecesario que me preocupara por controlar mi actitud o mi
conducta; mi corazón se había visto invadido por el dolor de aquel hombre.
Libremente fluían sentimientos de simpatía y compasión. "¿Su esposa acaba de morir?
Lo siento mucho... ¿Cómo ha sido? ¿Puedo hacer algo?" Todo cambió en un instante".
Muchas personas experimentan un cambio de pensamiento análogo y
fundamental cuando enfrentan una crisis que amenaza su vida. De pronto ven sus
prioridades bajo una luz diferente. O cuando asumen un nuevo rol, como el de esposo,
padre, abuelo, o encaran nuevas responsabilidades en sus vidas, dejan de sentirse
víctimas de las circunstancias.
Bateson utilizó el término epistemología para designar las premisas básicas
que subyacen en la acción y la cognición. Si un clínico no reconoce las premisas que
subyacen en su manera de operar, esta falla en su comprensión puede hacer que su
trabajo resulte menos eficaz. Lo ideal sería que los terapeutas dejáramos atrás la
tradicional dicotomía entre teoría y práctica clínica para centrarnos en el contexto de
nuestras prácticas, lugar que constituimos como miembros participantes.
Para Don Juan, el maestro de Castaneda, "detener el diálogo interno" era el
requisito previo para experimentar una epistemología alternativa:
"El primer acto de un maestro consiste en inculcar a su alumno la idea de que
el mundo tal como lo concebimos sólo es una visión, una descripción del mundo. Pero
aceptar este hecho parece ser una de las cosas más difíciles de lograr; nos gusta
seguir atrapados en nuestra particular visión del mundo, que nos obliga a sentir y
actuar como si lo supiéramos todo acerca de él. Un maestro, desde el primerísimo
acto que ejecuta, procura detener esa visión. Los brujos lo llaman "parar el diálogo
interno", y están persuadidos de que es la técnica más importante que el novicio
puede aprender".(3)
Creo que la función del terapeuta es generar un contexto de confianza, de
amor (en el sentido platónico de desear el bien), donde los consultantes sientan que
son contenidos, respetados, escuchados, queridos, y, a partir de ahí puedan expresar
sus sentimientos más profundos y sus vivencias, compartirlas con nosotros, y juntos,
descubrir ideas novedosas que les permitan construir el mundo de una manera
diferente y mejor para sí mismos y sus seres queridos.
Nadie puede convencer a otro de que cambie. Cada uno de nosotros
custodia una puerta del cambio que solo puede abrirse desde adentro. No podemos
abrir la puerta de otros ni con argumentos ni con apelaciones emocionales. Pero lo
que sí podemos hacer es ayudar a quienes nos consultan a reflexionar sobre las
bondades del cambio en alguna dirección, o los inconvenientes de seguir en el rumbo
ya conocido y acompañarlos en el camino que ellos elijan.
3.
Autoconciencia
Más allá de la influencia innegable de los factores genéticos, de cierto
determinismo psíquico vinculado a la familia, la educación recibida, la afectividad de
los años de infancia y de las facilidades o dificultades propias de la pertenencia a un
determinado sector social, el ser humano tiene una capacidad única que lo diferencia
de otros seres vivos: la autoconciencia.
En palabras de Covey: "No somos nuestros sentimientos. No somos nuestros
estados de ánimo. Ni siquiera somos nuestros pensamientos. El hecho mismo de que
podamos pensar sobre estas cosas nos separa de las cosas y del mundo animal".
La autoconciencia nos permite distanciarnos y examinar incluso el modo en que
"nos vemos"; ver el paradigma de nosotros mismos. El cómo nos vemos afecta el modo
en que vemos a las otras personas. De hecho, mientras no tengamos en cuenta cómo
nos vemos a nosotros mismos y cómo vemos a los otros, no seremos capaces de
comprender cómo ven los otros y qué sienten acerca de sí mismos y de su mundo. Sin
esa conciencia, proyectaremos nuestras propias intenciones sobre su conducta y al
mismo tiempo nos consideraremos objetivos.
4.
Responsabilidad
Como seres humanos somos responsables de nuestras propias vidas. Nuestra
conducta es una función, en gran parte, de nuestras decisiones, no de nuestros
condicionamientos. Como seres racionales, podemos subordinar los sentimientos a los
valores. Tenemos la iniciativa y la responsabilidad de hacer que las cosas sucedan.
Epicteto, filósofo griego nacido cerca del año 55 de nuestra era, dice en alguno
de sus Discursos (4): "Cuando algo ocurre, lo único que está en nuestro poder es
nuestra actitud hacia ese suceso; podemos aceptarlo o rechazarlo. Lo que realmente
nos atemoriza y desconsuela no son los acontecimientos en sí mismos, sino la forma
como pensamos en ellos. No son las cosas las que nos perturban, sino la forma como
interpretamos su importancia. Las cosas y las personas no son lo que deseamos que
sean ni lo que aparentan ser: son lo que son. No podemos elegir nuestras
circunstancias externas, pero siempre podemos elegir la forma como respondemos a
ellas. Por esta razón, cuando suframos reveses, perturbaciones o penas, nunca
culpemos a los demás sino a nuestras propias actitudes".
En una recopilación de artículos que realizó Paul Watzlawick titulada La
realidad inventada, diversos autores sostienen que la realidad no es más que una
construcción, una invención, que surge del modo en que cada observador ve el
mundo. En otras palabras, vivimos interpretando el mundo, pero creemos que nuestra
visión es la realidad y por tanto nos oponemos a otros que no concuerdan con nuestra
manera de captarla, pensando que se equivocan o lo hacen con mala intención.
5.
Hechos y significados
Bill O' Hanlon y Pat Hudson, en un hermoso libro titulado Amor es amar cada
día (5) , proponen diferenciar el nivel de las cosas y los hechos, y el nivel de los
significados que se les atribuyen.
Las cosas y los hechos se limitan a observaciones y descripciones de base
sensorial. Se trata de lo que percibimos o recordamos haber percibido a través de
nuestros sentidos; es lo que está sucediendo o ha sucedido.
Los significados son interpretaciones, conclusiones y creencias relacionadas
con esas cosas y hechos percibidos. Vivimos en un mundo de interpretaciones. Todos
tenemos una lente a través de la cual interpretamos lo que luego llamamos realidad,
sin darnos cuenta de que esa realidad en la que creemos es nuestra propia creación.
Dice Krishnamurti: "Todas las creencias son ilusiones, pero a causa de que creo
tan fuertemente en ellas, son reales para mí".
Actuamos en concordancia con los motivos que atribuimos a las acciones de
los otros y también en concordancia con nuestros propios proyectos. Esto es válido con
respecto al modo como experimentamos las acciones de nuestra pareja, de nuestros
hijos, de nuestros parientes y amigos. Una multitud de factores gravita en el modo en
que interpretamos esas acciones, especialmente el grado de desarrollo de nuestras
relaciones familiares y matrimoniales, los condicionamientos y mandatos sobre la
naturaleza del matrimonio y lo que se puede esperar de él, y sobre el lugar de los hijos
y los imperativos sociales y estereotipos respecto de los sexos.
La realidad de una familia no será más que uno de los modos de dar sentido a
las cosas y hechos que los miembros de esa familia experimentan, y la forma en que
responden a los mismos.
En cuanto a la atribución de significados, el hecho de que un mapa o modelo
de creencias sea adecuado no significa en ningún sentido que sea verdadero o que
esté más cerca de la verdad absoluta que otro modelo. Todo lo que puede decirse es
que las pautas de asociaciones seleccionadas, las conexiones realizadas y los
significados atribuidos por medio de esos marcos son más o menos útiles para ciertos
propósitos. La habilidad del terapeuta consiste en ver la realidad familiar lo bastante
próxima a las ideas de los miembros de esa familia como para poder comprometerlos
en una realidad compartida suficientemente diferente como para ayudar a generar
cambios en los significados y por tanto en sus experiencias y respuestas.
6.
Acerca de las historias
"No debemos considerar que nuestro pasado está establecido
definitivamente... Mi pasado varía a cada minuto, en función
del significado que se le da ahora, en este momento"
Czeslaw Milosz
Cada persona tiene su propio punto de vista sobre lo que sucede en sus
relaciones. Llamamos historia a estas explicaciones para enfatizar el hecho de que
nuestros puntos de vista no constituyen "la Verdad". Todos recurrimos a historias que
explican lo que nos pasa.
La mayoría de nosotros nos vemos afectados por historias que creemos sobre
nosotros mismos, sobre otras personas y sobre las relaciones que mantenemos con
ellas. Pero nos olvidamos que son sólo historias que hemos inventado. Entonces,
terminamos creyendo que ésa es la verdad, y en la pelea por ver cuál es la verdad
más verdadera, todos perdemos.
O'Hanlon y Hudson clasifican tres tipos de historias que entorpecen las
relaciones y desaniman a las parejas y familias: historias que imputan culpas, historias
que invalidan e historias que eliminan la posibilidad de cambiar.
Historias que imputan culpas: Culpar implica atribuir malas intenciones o malas
cualidades a alguien, e incluye la acusación "Tú eres el problema". La gente que se
siente culpada por los problemas de su matrimonio suele ponerse a la defensiva y
atacar a su vez a su pareja.
Historias que invalidan: Estas son historias que transmiten a la pareja el
mensaje de que no se puede confiar en sus percepciones o sentimientos. Cualquier
declaración que socave la confianza en la propia experiencia y en las propias
percepciones es una declaración de invalidación.
Historias que eliminan la posibilidad de cambiar: Hay que procurar no quedar
anclados en historias que nos convenzan de que el cambio no es posible. La idea de
que nuestra pareja no puede cambiar o no quiere cambiar es tan desalentadora que
puede favorecer el fin de la relación. Una vez que decidimos que nuestra pareja "es"
de determinado modo, tendemos a dedicarnos a reunir pruebas de esa conclusión, lo
que hace muy difícil apreciar cualquier muestra de lo contrario.
Una forma frecuente de eliminar posibilidades a nuestra pareja es etiquetarla. Al
ponerle una etiqueta, se deja de ver a la pareja como persona y se la empieza a
considerar sólo en términos de la historia que construimos, lo cual la relega a una
categoría: dependiente, fantasiosa, obstinada, alcohólica, fóbica, etc.
En las relaciones, las etiquetas no sólo no conducen a soluciones, sino que
muchas veces se transforman en el problema.
Las etiquetas pasan por alto la complejidad del comportamiento humano y lo
reducen a generalizaciones excesivamente simples. Después de todo, nadie se
comporta siempre de la misma manera.
Otra forma de confundir las realidades personales con la realidad compartida es
leer la mente. Hay dos tipos de lectura de la mente: una es creer que conocemos la
intención de nuestra pareja; la otra es creer que sabemos lo que nuestra pareja está
pensando y sintiendo.
Cuando atribuimos intenciones a las personas, estamos suponiendo que podemos
saber cuales son sus motivos. Cuando las parejas están con problemas tienden a
interpretar poco comprensivamente a sus cónyuges.
7.
El contrato matrimonial
"El casamiento es debido generalmente a falta de juicio
el divorcio, a falta de paciencia, y
la reincidencia a falta de memoria".
Arnold Lazarus.
Clifford Sager, en su obra Contrato Matrimonial y Terapia de Pareja, dice que
cuando una pareja de novios decide contraer matrimonio, en cada uno de ellos se
desarrolla un conjunto de expectativas que espera ver cumplidas en su vida en
común.
Algunas seguramente fueron objeto de conversaciones a lo largo del noviazgo.
Otras son anhelos inconfesados, vagas ensoñaciones, esperanzas y fantasías que no se
plantearon como tales pues se suponía que su compañero/a compartiría. Hay, por
otra parte, muchos deseos que son inconcientes...
Lo cierto es que demasiado a menudo la pareja inicia su vida marital sin haberse
puesto plenamente de acuerdo sobre los múltiples aspectos de su existencia futura.
Poco se ha dicho sobre la división de tareas en el hogar o sobre el uso que darán
uno y otra al espacio habitacional, al dinero, a los bienes gananciales; apenas han
rozado el tema de la responsabilidad de marido y mujer en la crianza de los hijos, y tal
vez ni hayan mencionado el problema de la fidelidad sexual, las relaciones que se
juzgarán aceptables o inaceptables con otras personas, la dedicación profesional de
cada uno y el uso del tiempo libre. Los integrantes de la pareja no han negociado un
contrato; cada uno actúa como si su propio programa matrimonial fuera un pacto
convenido y firmado por ambos, y está convencido de que recibirá lo que él quiere, a
cambio de lo que piensa dar al otro; pero como procede basado en sus propias
cláusulas contractuales inexpresadas, e ignora las del compañero, y como además
esas cláusulas van cambiando con el tiempo según las diferentes etapas del ciclo vital,
suele ocurrir que uno de los esposos, cuando no ambos, modifique las reglas del juego
sin discutirlas, y ciertamente, sin el consentimiento del otro.
Dadas estas circunstancias, no es sorprendente que en algunos países la tasa de
divorcios sea del orden del 50%, y que una enorme cantidad de matrimonios sufran a
consecuencias de uniones insatisfactorias o destructivas.
La teoría según la cual la sociedad humana debe su origen, o mejor dicho, su
posibilidad en cuanto sociedad, a un contrato o pacto entre individuos, suele llamarse
"teoría del contrato social o contractualismo".
Platón (La República, Libro II) comenta que los sofistas habían desarrollado una
teoría contractualista de la sociedad. Sostenían que para evitar las injusticias y daños
que unos hombres se infligían a otros, decidieron que era más provechoso entenderse,
y de ahí nacieron los pactos.
Aquí usaremos contrato no en su acepción legal, sino como sinónimo de pacto,
tratado, convenio o acuerdo.
Sager utiliza el término contrato matrimonial como un medio para conceptualizar
y ordenar los innumerables factores intrapsíquicos y de interacción que determinan la
calidad de la relación marital.
Este concepto ha resultado utilísimo en el tratamiento de matrimonios y familias,
como modelo para dilucidar las interacciones entre los esposos, en función de la
congruencia, complementariedad o conflicto existente entre las expectativas
recíprocas de los esposos.
El autor usa además otros dos conceptos: el contrato individual y el contrato de
interacción.
El contrato individual comprende las ideas, expresadas o no, concientes o
inconcientes que posee una persona con respecto a sus obligaciones conyugales y a
los beneficios que espera obtener del matrimonio en general y de su esposo en
particular, pero subrayando especialmente el aspecto recíproco del contrato: lo que
cada cónyuge espera dar al otro y recibir de él a cambio de lo otorgado. Los
contratos abarcan todos los aspectos imaginables de la vida familiar: relaciones con
amigos, logros, poder, sexo, tiempo libre, dinero, hijos, etc. El grado en que un
matrimonio pueda satisfacer las expectativas contractuales de cada esposo en estos
terrenos es un determinante importante de su calidad. Los términos de los contratos
individuales son fijados por los profundos deseos y necesidades que cada persona
espera satisfacer mediante la relación marital. Estas necesidades pueden ser normales
o sanas, pero también las hay neuróticas y conflictivas.
Quizás sea relativamente fácil conocer algunos de los deseos profundos propios,
pero dificilmente se conozcan las expectativas implícitas del cónyuge.
Muchas personas con las que hemos conversado han supuesto la existencia de
un acuerdo mutuo donde no lo hubo. En estos casos, el individuo actúa como si
hubiera un contrato real a cuyo cumplimiento estuvieran obligados por igual ambos
cónyuges. Al no cumplirse pautas importantes del supuesto acuerdo, especialmente
cuando éstas escapan a su propia conciencia, uno de los cónyuges puede
reaccionar con ira, ofensa, depresión, retraimiento, violencia, etc. Esto ocurre
especialmente cuando uno de los dos cree que ha respetado sus obligaciones y el
otro no.
En la práctica, Sager propone que pacientes y terapeutas elaboren en forma
conjunta el contenido del contrato matrimonial individual, teniendo en cuenta: a)las
expectativas del matrimonio; b)los determinantes intrapsíquicos de las necesidades de
cada individuo y c)las áreas de conflicto.
Cada categoría contiene materiales procedentes de tres niveles de conciencia
diferentes: concientes y expresados, concientes pero no expresados y no concientes.
Habitualmente un terapeuta podrá obtener de los esposos información
correspondiente a los dos primeros niveles de conciencia, pues las parejas que buscan
ayuda suelen estar preparadas para verbalizar lo conocido y lo que no han podido
expresar por miedo o angustia. Para descubrir el material contractual que escapa a la
conciencia se requiere la co-construcción entre la pareja y quien oficie de consultor.
El terapeuta que utiliza un enfoque contractual, que es adaptable a la mayoría
de las teorías en boga, supone que los desengaños relacionados con el contrato son
causa fundamental de desavenencias conyugales. Por consiguiente, procura aclarar
los puntos importantes de los contratos y trata de ayudar a las parejas a negociar y
elaborar pautas de comportamiento más acordes con la nueva situación planteada
en el momento de la consulta.
Conviene introducir el concepto de contrato individual a comienzo del
tratamiento, subrayando desde un principio los elementos mutuamente satisfactorios
que poseen los contratos de ambos cónyuges. El énfasis en los elementos positivos
hace que la pareja tome conciencia de los aspectos valiosos de su matrimonio y los
motiva para la difícil tarea terapéutica que les aguarda.
El fin último del tratamiento es mejorar la relación marital, el funcionamiento de
la
familia y el crecimiento de cada uno de sus miembros.
El esclarecimiento de las transacciones contractuales en terapia arroja luz sobre
los factores intrapsíquicos y los modifica; y viceversa, cuando un matrimonio es viable,
la aclaración de los contratos individuales puede causar una mejoría notable en la
relación de pareja y favorecer el desarrollo personal de cada esposo.
Los contratos matrimoniales no escritos contienen cláusulas que abarcan casi
todo lo referente a sentimientos, necesidades, actividades y relaciones. Los cónyuges
traen a la relación marital sus propios contratos y deben tratar de elaborar uno
conjunto. Naturalmente, en un contrato matrimonial pueden incluirse un número
ilimitado de áreas y sería imposible mencionar a todas. Siguiendo a Clifford Sager,
podremos agrupar tres tipos de categorías:
I. Parámetros basados en expectativas puestas en el matrimonio
Algunas de las expectativas que encontramos con frecuencia son:
1. Un compañero que sea fiel, amante y exclusivo, alguien con quien crecer y
desarrollarse.
2. Un sostén constante contra el resto del mundo.
3. Una compañía que asegure contra la soledad.
4. El matrimonio puede ser una meta en sí, más que un comienzo.
5. Una esperanza contra el caos.
6. Una relación permanente y estable.
7. Una relación sexual lícita y facilmente asequible.
8. La creación de una familia.
9. Una posición social respetable.
10. Seguridad económica.
II. Determinantes intrapsíquicos y biológicos.
Se basan en las necesidades y deseos de los individuos y están determinados por
factores intrapsíquicos y biológicos más que por el sistema marital propiamente dicho.
Si bien éste puede causar grandes modificaciones, adquiere especial importancia
aquí la índole recíproca de los contratos individuales, ya sean concientes o no
concientes. Se trata de lo que cada miembro quiere y necesita y lo que está dispuesto
a dar a cambio.
Las diversas áreas a investigar son:
1. Independencia/Dependencia. Esta área crucial comprende la capacidad
del individuo de cuidar de sí mismo y obrar por sí solo. ¿Necesita un cónyuge para
completar su noción del propio yo, o para iniciar lo que él (ella) no puede hacer por sí
solo? ¿Tiene la sensación de que no podría sobrevivir sin él (ella)?
2. Intimidad/Distanciamiento. ¿Es la comunicación lo suficientemente directa
como para manifestar necesidades, resolver problemas, compartir sentimientos y
experiencias?
3. Actividad/Pasividad. Se refiere a observar la capacidad de cada uno de los
miembros de la pareja para llevar adelante por sí mismo sus deseos y necesidades.
4. Uso/Abuso del poder. Dominio/Sumisión. ¿Pueden ambos esposos compartir
el poder? ¿Pueden diferenciarse áreas donde alternativamente uno u otro lo ejerzan?
¿Alguien quiere ser siempre dominante? ¿Alguien se siente siempre sometido?
5. Miedo a la soledad y al abandono. ¿Hasta qué punto el amor está motivado
por el miedo a la soledad?
Hector D. Klurfan
[email protected]
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