Isidoro Andrés Vilarroya

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Hombres y Mujeres de Castellón por Salvador Bellés
ISIDORO ANDRÉS VILLARROYA
Director de la escuela
de Magisterio
El profesor que enseñó
lengua y literatura española
L
a vida de un profesor no debería tener un protagonismo especial, un
brillo singular en la sociedad, sino a través de la luz de sus alumnos, los que han
llegado a ser también sus discípulos, quienes en sus vidas respectivas han tenido
que ver al profesor por sí mismo en su
labor de enseñante y por su implicación
en la sociedad en la que han vivido o han
tenido que servir. Y en este caso, subyace el eco del profesor, su verdadera misión en la vida que es la de ser maestro y
ayudar a serlo en todo momento.
Y cuando me apresuro a confeccionar esta página todavía con el hecho reciente de su fallecimiento, tengo la convicción de que don Isidoro explicaba en
clase y en las relaciones cívicas su noción de la libertad, que él nos recordaba una y otra vez que debe abarcar
siempre el sentido de responsabilidad,
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es decir, hago lo que debo, para mí y
para los demás, y no simplemente lo
que quiero. Ese era su concepto de libertad y de justicia, sus valores, que a
él le llegaron desde la Escuela de Salamanca, aquel grupo de juristas y tratadistas creado desde los profesores de la
universidad salmantina, entre los siglos
XVI y XVII y entre cuyos estudios han
destacado las obras del dominico Francisco de Vitoria. Hablo de unos valores
que don Isidoro, hombre culto, catedrático de Lengua y Literatura Españolas, pero antes que eso católico practicante, consciente, los explicaba citando cualquier obra literaria, el Quijote,
de Cervantes, por ejemplo, del que decía que es preciso leerlo despacio para
comprender y asimilar todos sus valores, o La Celestina, la obra de Fernando de Rojas, de gran riqueza idiomáti-
ca y profundo realismo, considerada la
“mejor historia que se ha escrito”. En
su clase y en toda su vida, siempre había algo que enseñar, aunque él recordaba con toda la humildad posible que
también había mucho que aprender.
LA VIDA
Nació en Albocàsser el 1 de noviembre de 1916, hijo de un superviviente de la guerra de Cuba, Isidoro Andrés Marín, y de su esposa María del Pilar Villarroya, singular maestra de escuela que ya en 1912 daba clases en
Ares, pasó por Albocàsser, estuvo un
tiempo en Nules y finalmente recayó en
Castellón, en un colegio de la que hoy
es plaza del Real. Y fueron naciendo los
hijos en cada pueblo de destino, Piedad,
Amparo, Fernando, Perfecta, que vive
todavía en casa de su hermano, Isidoro
y Alfonso, el químico de Adrian Klein.
Ya es sabido que Fernando fue un ilustre y querido sacerdote de Santa María,
largos años como profesor del Instituto Ribalta, varios libros de texto sobre
temas capitales publicados, Dogma y
Moral, y tercer punto de apoyo de aquel
trío de notables con el que sería cardenal Tarancón y mossén Royo, que tanto influyeron en su tiempo a la juventud castellonense, su formación religiosa y cultural.
Isidoro estudió bachillerato y después Magisterio, con la meta de oposi-
Nació en Albocàsser, el 1 de noviembre de 1916. Fue padre de
cinco hijos y ocho nietos.
Murió en Castellón, el 10 de
enero de 2006.
Hay a su nombre un Centro Escolar, en el lugar donde estuvo
la Normal, homenaje a su prudencia y su sentido de justicia.
tar a Cátedras. Coincidió con su amigo
Antonio Armelles en Madrid para optar a maestros de cien mil habitantes. Y
ejerció en el Ejército, Obispo Climent
y algún otro colegio antes de ir a Girona, ya como catedrático de Escuelas
Normales. La ley le permitió volver a
Castellón, con plaza en propiedad, acogiéndose a la circunstancia de ser consorte de maestra, pues ya su esposa Isabel ejercía en la Aneja. En sus años de
juventud se habían conocido, y a pesar
de que él era varios años mayor, ambos
coincidieron en Acción Católica y hacían también lo posible por encontrarse en las pandillas que han formado tierna historia costumbrista en las fiestas
por Pascua en aquellos masets de Benadresa, donde siempre había alguien
que aportaba el tocadiscos y los juegos
de adivinanzas o de la comba se convertían en fiesta del baile al sonar la
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música. Claro que la estampa de Isabel
e Isidoro, sentados muy modositos o paseando discretamente entre pinos, chocaba con la algarabía general de la pandilla, en aquel maset de los Nebot, donde realmente formalizaron el noviazgo.
El 8 de julio de 1950 Isabel Robres
Díaz y su novio Isidoro Andrés Villarroya contrajeron matrimonio en Santa María, oficiando mossén Andrés. Y poco a
poco fueron apareciendo los hijos, Mabel, Isidoro, Fernando, Santiago y Antonio, primero en su casa de la calle Luis
Vives y ya después en el edificio de los
representantes, en la calle Moncada. Cónyuges de los hijos, fueron incorporándose al núcleo familiar Gabriel López, Rosario Aymerich, Rosa Chacón y María
Sales. Y así llegaron también los nietos,
Miguel, Marta, María Pilar, Sergio, Germán, Santiago, Carlos y Álex.
Pero don Isidoro forma parte de la
historia de los estudios de Magisterio
en Castellón. En 1890 ya había un aula
en el Instituto de Santa Clara y cuando
en 1917 se inauguró el actual Ribalta,
también asumió la Escuela un ala del
edificio. Más tarde, en 1960 ocupó el
nuevo inmueble construido al final de
la calle de Herrero, todavía con la separación de chicas y chicos, con los
nombres de Isabel Ferrer y Francisco
Tárrega respectivamente, con cien anécdotas del traslado en el que colaboraron
gran número de alumnos. En la inauguración, pronunció un emotivo discurso de alto nivel académico y gran
sentido literario. Y es que Isidoro Andrés fue el director y lo siguió siendo
20 años después del traslado, antes lo
había sido Rafael Balaguer y después
José Sánchez Adell y otros profesores.
Como era compatible, Isidoro Andrés
también se acercaba a dar clases a otros
centros de Castellón, Carmelitas, Escuelas Pías, Akademos... Y tuvo tiempo para ser jurado en premios y certámenes, donde destacaba su sentido de
la justicia, uno de sus valores más resaltable. ❖
COPLAS. JORGE MANRIQUE
Como profesor, Isidoro Andrés hablaba de los autores españoles de todos los
tiempos, desmenuzando cada estilo o característica, pero como ser humano su
obra más querida eran las Coplas de Jorge Manrique, uno de los momentos culminantes de la poesía española, que el autor escribió a la muerte de su padre, 40
espléndidas coplas de pie quebrado.
Manrique desarrolla una breve introducción sobre lo efímero de la vida humana, una oración cristiana tan grata a don Isidoro, una serie de consideraciones sobre la fugacidad de los bienes terrenos, la famosa elegía del maestre don Rodrigo, breve invocación a la muerte, es decir, el gran hallazgo literario del siglo XV.
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