2. Los propietarios - Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio

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Los pagos de los contratos de arrendamiento se hacían en
especie, era una lógica aspiración de los detentadores de la propiedad para especular mejor con sus granos y aprovechar el
alza de los precios agrarios. En segundo lugar, estaban los contratos que estructuraban el pago de las rentas en especie y en
dinero. Y muy escasos eran los que se contabilizaban exclusivamente en dinero. Sólo en los arrendamientos de pastos o dehesas de pasto se utilizaban con cierta normalidad (21).
El contrato de una suerte de tierra, realizado en Salamanca en 1766 entre el Cabildo y un campesino de Carrascal de
Baños era perfectamente representativo de la preferencia de
los propietarios por el contrato en especie. El vecino firmó contrato por 6 años, y como renta pagaba 25 fanegas de trigo limpio, 2 cargas de paja, 6 cargas de leña y algunas carrascas que
llevaba puntualmente a las puertas del Cabildo (22). El campesino fué desahuciado a los 4 años «a1 pujar un poderoso labrador que secretamente se avino al nuevo precio que el cabildo mandó».
2. Los propietarios
Desgraciadamente, el análisis de la propiedad de la tierra
es una cuestión -que por su diFicultad y complejidad- la historiografia no ha profundizado lo que debiera. Todavía nos
movemos demasiado en el área de las generalizaciones (23).
Pero si la propiedad de la tierra conllevaba además de la ri-
(21) En las dehesas o tierras de pasto, los arrendamientos eran al menos
de 6 u 8 años, y se obligaban los arrendatarios a pagar la renta en metálico,
en plazos, repartidos a lo largo del año.
(22) A.H.N. Consejos; leg.: 1.842, pieza J. Memorial de un vecino de
Carrascal de Baños, junto con otras 35 demandas de colonos del cabildo de
Salamanca, desahuciados también a través del mecanismo de las pujas secretas.
(23) Bernal: La jiropiedad de la tiena, problemas que enmarcan su estudio y eoolúción. En La economía agraria en la Histosia de España. Madrid, 1979. Págs.
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93-101.
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queza una dignidad política y social, no cabe duda que los propietarios del siglo XVIII -como los de siglos anteriores- además de obtener de ella lucrativos beneficios, eran elementos
trascendentes en las formulaciones del poder político de su entorno físico.
Y, en este vago nivel de generalizaciones al que obligatoriamente hoy se está abocado -pese a notables avances- (24)
hemos de movernos. No obstante, no se trata aquí de analizar
la propiedad de la tierra en la Corona de Castilla, cuestión que
rebasa la finalidad de este trabajo; sino que se trata el tema
de la propiedad siempre a la luz de la conflictividad que la gestión de esa propiedad generaba en los núcleos rurales peninsulares. Era la gestión de esa propiedad la que podía crear -y
creaba- problemas o conflictos y nunca, sin embargo, se cuestionó en el Antiguo Régimen la propia titularidad de la propiedad de la tierra. En ninguna parte del expediente se vertió
el menor juicio despectivo o crítico hacia la desigual estructura de la propiedad de la tierra. Y, pese a ello, la mala organización y gestión de las relaciones de producción es la gran protagonista del expediente.
Y razón no les faltaba a los cultivadores de la tierra para
su protesta. Si la lucha por obtener tierra arrendable, supuso
la gran batalla del campesinado español durante la segunda
mitad del siglo XVIII fué, en parte también, porque no eran
muy estimulantes los niveles de ocupación del suelo que poseían -en su mayoría las clases privilegiadas.
El grupo 75' ha mostrado cómo la tierra cultivada en esos
momentos sólo suponía el 46% de la superficie catastrada; los
(24) Recientemente ha aparecido el primer estudio que se ha hecho sobre una provincia del Antiguo Régimen, utilizando las respuestas particulares del Catastro de Ensenada, únicas fuentes rigurosas que pueden solucionarnos el problema del estudio de la propiedad para el Antiguo Régimen
peninsular. Ver ponezar Riquezay propiedad en la Castilla del Anliguo Régimen:
la proaincia de Toledo en el siglo XVIII. Madrid, 1984.
76
prados y dehesas el 32%; y las tierras incultas, de las que no
se obtenía provecho alguno, el 18,8% (25).
Pero si se desciende al obligado análisis regional, las diferencias eran aún más acusadas. Mientras en el antiguo reino
` leonés las superficies cultivadas ocupaban el 47%, en la provincia de Soria el 51% de su suelo estaba compuesto por tierras incultas, registrándose uno de los porcentajes de tierra de
cultivo más reducido de la Corona; o el de Murcia, en donde
la tierra de labranza suponía el 61 % de la superficie catastrada provincial. Por regiones, Andalucía occidental registraba
los más altos porcentajes de tierra cultivada: en Sevilla el 57%,
en Córdoba el 60%..., con la excepción de Jaén, cuyas tierras
incultas superaban a las de labor. En su conjunto, Andalucía poseía unas zonas de cultivo cifradas en torno al 54% de la superficie regional (26).
Así no podrá extrañarnos, por ejemplo, la protesta de los
campesinos de Soria, que tendrían serias diFicultades para obtener tierra arrendable, ni la queja amarga del intendente de
Jaén al expresar su desolación ante tantas tierras desperdiciadas para la producción agrícola (27). ^A pesar de la distorsionada y montañosa geografía peninsular, había que pensar que
la incuria, por una parte, y las tácticas que desplegaban los
propietarios para maximizar las tierras que dedicaban al arriendo, por otra, repercutían desfavorablemente en una población
campesina en evidente aumento demográFico.
Si seguimos a los historiadores que han tratado estas cuestiones, aproximadamente entre el 75 y e180% de la tierra (28)
(25) Grupo 75: La ecanomia de[ Antiguo Régimen. La Renta Nacional de !a
Corona de Castilla. Madrid, 1977. Págs: 85-87.
(26) Ibidem: págs. 87 y 88.
(27) El intendente de Jaén mostraba su amargura en 1768 por esas razones. En A.H.N. Consejos; leg.: 1.844; la.protesta de los sorianos en leg.:
1841.
(28) Canga Arg ^elles, Palacio Atard, Moreau de Jonnes, Artola... redondean en torno a esas cifras el bagage de la propiedad amortizada o vinculada.
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estaba en manos del rey, la nobleza y el clero; lo que suponía
un gran freno para la propiedad de los trabajadores rurales.
A nivel provincial, estas delimitaciones empiezan a ser más matizadas. Cabo Alonso explica, a través de los fondos del Mayor Hacendado, cómo el reparto de la tierra en la provincia
de Salamanca a mediados del siglo XVIII, se estructuraba en
un 54,73% para la nobleza, un 25,97% para las entidades eclesiásticas, el 1,62% para otras entidades, el 16,58 para la burguesía, el 8,18% para los concejos, el 0,90% para labriegos
vecinos y el 1,02% para otros aldeanos. Y destaca cómo de
un muestreo eritre 988 lugares, el 85,7% correspondía, como^
mayores propietarios, a la nobleza, clero o burguesía agraria,
restando sólo el 14,2% a los aldeanos, forasteros o vecinos, de
manera individual o colectiva (29).
Por tanto, la protesta de los campesinos salmantinos, grandes protagonistas del expediente, estaba íntimamente mezclada a los abusos que estos detentadores de la propiedad realizaban con la gran masa de trabajadores arrendatarios o subarrendatarios. Unido al elevádo número de dehesas en las que
nobleza y clero fomentaban el desaprovechamiento de sus posibilidades agrarias para controlar mejor el nivel. de las rentas
de sus suertes arrendables (30). Esta acción es perfectamente
evidente al analizar las peculiaridades de los despoblados provinciales. Por una parte, un elevado porcentaje de ellos se arrendaban en grandes lotes a los ganaderos mesteños, obviando la
incomodidad de los arrendamientos en pequeñas suertes y, por
otra, la tierra de labranza se ponía en el mercado de arrendamientos a precios tan altos que difícilmente podían acceder a
ellos el campesinado. No había más remedio que convertirse
(29) Cabo Alonso: Concentración de propiedad en e[ campo salmantino a mediados del siglo XVIIII. En La economía agraria en la Histo>ia de España. Madrid,
1979. Pág. 143.
'
(30) Según esa lógica la tierra al ser más escasa sería más demandada
por los campesinos y, por tanto, podían sacar más ventajas económicas a
la hora de sus arrendamientos.
78
en subarrendatario de alguna pequeña suerte o emigrar a otra
zona -zcual?- con mayores posibilidades laborales.
Así, los 170 despoblados del partido de Salamanca repartían el nivel de la propiedad entre nobleza y clero, bien individual o colectivamente (31):
En el sexmo de Armuña
En el sexmo de Baños
En el sexmo de Peña del Rey
En el sexmo de Valdevilloria
Nobleza
%
Eclesiat.
%
Mixto
%
Tota[
desp.
40
66
49,2
43,7
54
30
41
12,5
5,4
3,7
9,2
43,7
37
53
65
16
Por otro lado, la amplia participación señorial -controlando un 71 % de la superficie provincial (32)- iba a agudizar, no poco, los problemas derivados de la gestión y explotación del terrazgo. Y, sin embargo, merece la pena destacar cómo
no fueron los núcleos señoriales los protagonistas documentales del expediente, sino justamente el campesinado proveniente de la zona realenga, en torno a Salamanca y Ciudad Rodrigo. Las competencias jurisdiccionales de los grandes titulares
de sus señoríos, el duque de Alba, el de Béjar, el conde de Miranda, el marqués de Montemayor (33), eran todavía importantes y, por ello, el campesinado señorial no era tan libre como el realengo para formular sus demandas al rey. Una vez
más se pone de manifiesto que la protesta rural no siempre pro-
(31) A.H.N. Consejos; leg.: 1.842, pieza G. Exhaustiva documentación
de 1.763 de todos los despoblados del partido realizada por el corregidor de
la ciudad, a petición del Consejo, tras las denuncias realizadas por el campesinado.
(32) Amalrie, J.P.: Le part des s^igneuss dans !a prooince de Salamanque au
XVIII siéclt. En Congseso de Histosia Rural: siglos XV-XIX. Madrid, 1984.
(33) Mateos, D.: La España del Antiguo Régimen: Salamanca. Salamanca,
1969.
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venía de las entidades más deprimidas o con mayores problemas, sino de las que podían ejercer, en libertad, estas acciones (34).
En la provincia de Segovia, otra zona que se mostró particularmente conflictiva, también las clases privilegiadas obtenían unas importantes rentas provenientes de una eficaz gestión de la propiedad de sus tierras. García Sanz ha explicado
cómo esta gestión se traducía en el control de la mitad del valor del producto anual obtenido, ejercido sobre la tercera parte de la superficie del dominio eminente (35). Sin embargo,
pese a que las dos terceras partes restantes eran propiedad de
cultivadores directos, sólo se conseguía la mitad del producto
bruto obtenido ya que en ellas se computaban las extensas e
improductivas tierras de comunales.
Pese a ello, había numerosas entidades rurales próximas
a la capital donde la presión de la propiedad de la tierra en
manos de las clases privilegiadas se hacía especialmente agobiante. En 1777, respondiendo a peticiones hechas por el Consejo de Castilla, 76 municipios enviaron las peculiaridades de
la propiedad de la tierra en sus demarcaciones. A pesar de ser
una documentación que aparece con carácter de excepcionalidad en el expediente, su análisis no deja ninguna duda respecto al monopolio de la tierra arable ejercido por la nobleza e
instituciones eclesiásticas: en Miguel Ibáñez, por ejemplo, sus
1.440 fanegas eran detentadas en un 65% por el Cabildo y otros
conventos segovianos, mientras que el 35% restante era de posesión nobiliaria. En Aragoneses, de 1.395 fanegas arables, la
Iglesia era propietaria del 41 % y la nobleza del 59% restante;
(34) Van Bath: Historia agraria de la Eusopa occidental. Barcelona, 1974.
Formulado con extraordinaria claridad por el autor: sólo protestan los campesinos más libres y en más desahogada condición económica. Se puede rastrear lo mismo en Segovia que en Zamora o en Salamanca.
(35) García Sanz: Desarsollo y crisis del Anliguo Régimen en Castilla la Vieja.
Economíay sociedad en tierras de Segoaia: 1.500-1.814. Madrid, 1977, pág. 264.
ó0
en Pinilla Ambroz, de 1.100 fanegas arables, el 23% era de
la Iglesia y el resto de la nobleza (36).
Pero además, estos informes municipales mostraban el grado
de atomización que poseía la tierra segoviana a mediados del
siglo XVIII y cómo se iba agravando a consecuencia de la presión de la demanda de tierras tras la década de los sesenta. En
Miguel Ibáñez, a sus 22 vecinos con ganado de ovino, no les
correspondía por término medio más allá de 65,4 fanegas. En
Aragoneses, sus 33 vecinos se repartían a tenor de 42,2 fanegas por vecino. En Pinilla Ambroz, 22 vecinos arrendaban por
término medio 50 fanegas (37). En realidad estas proporciones quedaban reducidas a la mitad con disponibilidad anual
de ser labradas, ya que la alternancia de año y vez o al tercio,
eran cotidianas a estas -como a las demás- tierras castellanas.
Conviene señalar que por una Real Orden de octubre de
1777, el Consejo solicitó de todos los pueblos de Segovia información detallada sobre la estructura de la propiedad de su terrazgo a través del corregidor provincial. Sin embar^o, no respondieron al cuestionario más que los 76 pueblos señalados,
todos ellos lugares de jurisdicción realenga. Es ilustrativa la
manifiesta ausencia de datos en las zonas de señorío eclesiástico o nobiliario. Este significativo dato ha sido la tónica en la
mayoría de la documentación mostrada en el expediente, tanto en Castilla como en Andalucía y muestra cómo los núcleos
señoriales se veían aún mucho más atados a la administración
señorial; y por tanto, con menos posibilidades de protesta o
de denuncia que las entidades realengas. Y ello, pese a que la
(36) A.H.N. Consejos; leg.: 1.840. Sólo responden a las peticiones del
Consejo los sexmos más cercanos a la capital y, por tanto, los que posiblemente más directamente soportaban la presión de los privilegiados. Sexmo
de San Millán...
(37) Datos de propia elaboración obtenidos al dividir la tierra arable entre los vecinos con yuntas de los pueblos.
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monarquía absoluta estaba persiguiendo la fiscalidad señorial.
Pero, por desgracia, de los 76 pueblos que enviaron sus respuestas, sólo 47 proporcionaron datos cuantitativos detallados
que permitieran conocer la estructura de la propiedad de estos
lugares, dominando la propiedad vinculada entre el 80-95%
de ellos.
La fragmentación parcelaria era evidente. Las parFelas no
solían sobrepasar lás 10 ó 15 obradas de extensión (38). Por
ello, el campesinado debía acudir al mercado de los arrendamientos de forma casi continua: porque necesitaba dos veces
y media esa cantidad para poder subsistir. En este permanente grado de necesidad debía transcurrir buena parte de su vida.
Del grado de distribución de la tierra arable se derivaba
no sólo la existencia de un paisaje agrícola determinado
-mayor predominio del minifundio en el Norte y del latifundio en el Sur-, sino, lo que es más importante en el análisis
sociológico que pretendemos, una diferente estructura social
en la clase trabajadora de la tierra. Había un notable predominio del pequeño arrendatario al norte del Tajo que, en ocasiones, también era pequeño propietario, mientras que en el
sur el predominio de la explotación directa de la tierra confería al latifundio la obligatoriedad de un elev^adísimo número
de jornaleros. Por tanto, la fragmentación del paisaje del norte en suertes arrendablés, era en el sur mucho más escasa, y
restringida a zonas de huerta como la vega de Granada o a
la oferta que los pelentrines desarrollasen en los cortijos andaluces.
Los propietarios nobles
Las tierras de la nobleza eran las superficies de mayor en-
(38) Abundan más las tierras de propiedad eclesiástica que las de la nobleza; lo que no era extraño, dada la importancia terrateniente del cabildo
y de los numerosos conventos segovianos. Sin embargo, predominaba la fragmentación de la tierra, cultivada en numerosísimas parcelas de cortas dimensiones.
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vergadura sometidas a propiedad particular, con evidente ventaja a otras entidades seculares y eclesiásticas. Se extendían estas
propiedades preferentemente en el sur: suponían el 67% de
la superficie sevillana, el 50% de la extremeña, el 70% de la
manchega; aunque también eran mayoría en otras zonas peninsulares: correspondían al 55% de la tierra de Asturias y
León (39). En general tenían tierras dispersas a lo largo y a
lo ancho de la Corona Castellana tanto menos abundantemente
cuanto más al norte se situaran.
La notable parcelación de las tierras al norte del Tajo hacía diferenciar las propiedades de la nobleza -como las de los
restantes propietarios- según se ubicasen en la zona septentrional o meridional. Mientras que, por ejemplo, el marqués
de Paredes poseía en Anaya (Segovia) 8 parcelas de tierra que
sumaban en total 305 obradas (40), el duque de Medinaceli
poseía en Tarifa más de 16.000 fanegas de tierras concentradas en dos cortijos (41). Y ambos casos eran ilustrativos de la
realidad distributiva de la propiedad de la tierra de la nobleza.
Naturalmente, iba a ser mucho más engorroso gestionar las
propiedades septentrionales que las sureñas. Ponerse en contacto con un sinfín de campesinos arrendatarios y formular las
relaciones contractuales pertinentes era una ardua tarea para
el absentismo nobiliario. El gran arrendamiento iba a solucionar, en parte, tan complicada gestión. No puede extrañarnos,
por tanto, que sean los campesinos castellanos los que ofrezcan un mayor grado de conflictividad en este tema.
En cambio, en el latifundio todo era mucho más sencillo.
La gestión directa impedía la parcelación excesiva y generaba
la necesidad temporal de braceros o jornaleros. En otras oca-
(39) Artola: Los o>ígenes de [a Esfiaña contemporánta. Madrid, 1959. Tomo
I. Pág. 48.
(40) A..H.N. Consejos; leg.: 1.840, pieza 3a. Las proporciones más habituales de las parcelas segovianas oscilaban entre 5 y 40 obradas de tierra.
(41) Artola: La enolución del latifundio desde el siglo XVIII. Revista Agricultura y Sociedad, 1978. Pág. 187.
83
siones, la explotación indirecta se desarrollaba también en una
parte del latifundio, pero siempre a través de grandes arrendatarios y una masa escasa de pelentrines. Los mayores latifundios nobiliarios se concentraban a la derecha del Guadalquivir, en las provincias de Córdoba, Sevilla y Cádiz; siendo,
sin embargo, escasos en Huelva, Granada y Almería (42).
La protesta andaluza se centraría, más que en la problemática contractual, en el abandono e indigencia con que se gestionaban parte de estos latifundios. Los labradores pelentrines
de Marchena denunciaban, por ejemplo, cómo de las 16.000
fanegas labrantías del duque de Arcos, reunidas en dos cortijos del lugar, sólo se cultivaban un tercio de sus posibilidades
a través de los jornaleros (43).
La nobleza, además de conservar sus patrimonios y mayorazgos, había iniciado un proceso de acaparamiento de tierras
por diversas vías que continuaba, y se incrementaba, en la segunda mitad del siglo XVIII. Rafael Mata, tomando como punto de análisis la andaluza Casa de Arcos, demuestra cómo desde
los inicios de la Edad Moderna se aprecia una cierta estrategia
tendente a consolidar y ampliar sus patrimonios. La constitución de extensos cotos redondos como base de la explotación
agro-ganadera y la conexión territorial de los distintos predios
adquiridos se englobaban dentro de tal estrategia (44). Fruto
de esta planificación ascendente eran esas 80.000 fanegas y casi
dos millones y medio de reales de renta que percibía sólo en
las 13 demarcaciones estatales en que aparecía como mayor
hacendado (45). O la del mayor hacendado de toda Andalu-
(42) Ibidem: pág. 193.
(43) A.H.N. Consejos; leg.: 1.844. Pieza 7a. ^^Cuando es tan necesario
arrendar tierra a tantos miserables pelentrines de Marchena^>, año 1768.
(44) Mata, R.: Participación de la nableza andaluza en el mercado de la tierra.
La casa de Arcos: siglas XV-XVII. En Congreso de Historia Rural siglos XVsXIX.
Madrid, 1984.
(45) Artola y otros: El lat:fundio. Propiedad y explotación sig[os XVIII-XIV.
Madrid, 1978. Pág. 42.
84
cía, el duque de Medinaceli, con más de 120.000 fanegas esparcidas por 24 pueblos de la baja Andalucía (46).
Con la consolidación de amplias extensiones territoriales
que se habían dado al sur del Tajo, la segunda mitad del siglo
XVIII va a seguir siendo extraordinariamente favorable para
la expansión de la gran propiedad. A1 monopolio nobiliario,
sobre los comunales locales, de modo parcial o total vinieron
a sumarse, con visos de legalidad desde 1762, las leyes que los
ilustrados otorgados sobre el reparto de tierras de Baldíos y
Comunales.
Zulueta ha mostrado la utilidad que tuvo en Extremadura
para la nobleza el reparto de los espacios concejiles. En las divisiones efectuadas en Zafra y Zafrilla, los mayores beneficiados fueron las grandes casas nobles con impecables patrimonios territoriales -los Ovando, Cáceres y Quiñones, Camarasa, etc.- quienes reunieron el 90,3% del repartimiento (47).
Y esto, aunque el espíritu que había presidido el reparto de
los bienes comunales había sido conceder tierra a los más débiles representantes de la sociedad rural: jornaleros, senareros
y pequeños labradores de una yunta (48). Estas actitudes acaparadoras fueron muy frecuentes en la nobleza del sur de España y tras las órdenes de 1767 que decretaban el reparto de
Propios y Baldíos por el resto de Extremadura, la Mancha y
Andalucía.
Los vecinos de Olvera (Extremadura) explicaban cómo varios mayorazgos, violando el mandato real que ordenaba repartir las tierras entre los más necesitados del pueblo, habían
acaparado sus comunales frustando las esperanzas de los braceros y senareros del lugar (49). El resultado de tales prácticas
(46) Ibidem: pág. 187.
(47) Zulueta, J.: La tierra de Cácnes: estudio geográfico. Madrid, 1977. Pág.
94.
(48) Ibidem: pág. 93.
(49) A.H.N. Consejos; leg.: 1.842. Memorial de Olvera al Consejo en
1768.
85
suponía un notable incremento de las tierras de propiedad nobiliaria quienes junto «con los labradores acomodados y justicias se quedaron mediante pujas y amenazas con casi todos los
términos» (50).
En Andalucía, en general, el reparto de tierras concejiles
resultó ser un fracaso, por la ingenuidad consustancial al hecho de que fueron las autoridades locales las encargadas de realizar el reparto de las suertes entre los jornaleros. Puede suponerse la parcialidad y argucia con la que obrarían la nobleza
y las oligarquías municipales para beneficiarse, ellas mismas,
de los nuevos repartos (51). Pues llevar a efecto la filosofía de
estas leyes significaba no sólo privarse de mano de obra barata, sino del control del mercado de la tierra arable y de unos
pastos en donde sus ganados se alimentaban de forma gratuita.
La protesta de los vecinos de Marchena, Osuna, Ecija y
tantos otros pueblos andaluces, mostró la poca eficacia y el amplio incumplimiento que tales medidas generaron (52). En resumidas cuentas, la gran propiedad se consolidaba también a
expensas de la debilidad e indefensión de los estratos más humildes del campesinado.
Los propietarios eclesiásticos
La propiedad eclesiástica, considerada globalmente, era mucho menos espectacular que la ostentada por la nobleza. Canga Argtielles subrayaba la importancia excepcional de su asentamiento en Galicia, con un 51 % de su extensión catastral. Sin
(50) Cabo Alonso: Constantes históricas de la gran propiedad en el campo extremeño. En Congreso de Historia rural...
(51) Sánchez, F.: Los repartos de tierras concejiles en Andalucía durante la segunda mitad del siglo XVIII. En Congreso de Histosia Rural... Pág. 266.
(52) A.H.N. Consejos; leg.: 1.844. Memoriales de 8 pueblos de la Andalucía occidental mostrando las razones por las que no se habían Ilevado
a efecto, según las leyes de 1.767, 1.768, 1.770 y 1.771, el reparto de las
tierras de Propios y Baldíos.
86
embargo, en Extremadura no pasaban sus propiedades del
35% (53), y en la provincia de Toledo, -trádicional reducto
eclesiástico-, del 24% (54) cuando el estado seglar reunía
-entre nobleza, dones y labradores- un 50,6% de la superficie provincial. Cantidades más inferiores eran las que se detectaban en las restantes provincias de la Corona Castellana.
Sin embargo, esta menor participación en las relaciones de
propiedad las suplía con un aparente mejor aprovechamiento
de las tiérras que las de los mayorazgos, con tanta frecuencia
deficientemente explotados (55). Este mayor control en la gestión de la tierra por parte de cabildos, curatos, conventos o monasterios,. venía subrayada de una parte, por la mejor calidad
de sus propiedades -casi todas productivas- frente a las abundantes tierras yermas o incultas de la nobleza; y de otra, por
un más exhaustivo cuidado en definir, con habilidad, las relaciones de producción.
Dice Vilar que a mediados del siglo XVIII, las rentas del
clero suponían un cuarto de las rentas agrícolas y sus ganados
la décima parte de los ingresos ganaderos totales. En conjunto, su producción económica era notable: 1/5 ó 1/4 de los ingresos globales (56). Donézar nos muestra esa realidad para
la provincia de Toledo: -siendo su extensión 762.191
fanegas-, el 27,8% del producto bruto total provincial centralizaba la notable suma de 21.130.098 reales (57): superior
a lo obtenido, proporcionalmene, por la nobleza. La atonización parcelaria del paisaje septentrional español hacía sin em-
(53) Citado por Artola en Osígenes dt la España... Pág. 39.
(54) Donézar. Riquezay propiedad...; en especial, ver el capítulo dedicado a la propiedad eclesiástica.
(55) Vilar: Structures de la societés espagnole aers 1.750. Quelques leçons du Catastre de la Ensenada. En Melanges a la memoire de Sarrailh. París, 1966.
(56) Ibidem: pág. 57.
(57) Donézar. Riqueza y propiedad en la Castilla del Antiguo Régimen. La prooincia de To[edo en el siglo XVI77. En cambio la nobleza obtenía^unos rendimientos sensiblemente menores: sus 333.668 fanegas sólo rendían 8.696.664
reales.
87
bargo, menos rentable la propiedad eclesiástica, tan asentada
en la submeseta norte, y constataba una mayor habilidad de
las propiedades eclesiásticas en tierras donde no sobraba la extensión, tal y como puso de relieve la desamortización eclesiástica de Mendizabal.
Las parcelas cuya propiedad la ostentaban curatos, obras
pías, capellanías y la llamada fábrica de la iglesia, solían ser
las de más cortas dimensiones, siguiendo en orden de importancia, las própiedades de conventos, cabildos y monasterios,
todas de mayor calidad y producción. Por ejemplo, en Tabladillos (Segovia) el cabildo provincial poseía un total de 5 propiedades a tenor de 30, 80, 20, 26 y 15 obradas de tierra (58);
el convento, dos parcelas de 32 y 60 obradas; y la fábrica de
la iglesia, sólo 3 obradas. Esta distribución no era infrecuente
en otros muchos pueblos castellanos. En Lumbrales (Salamanca), cuyas dos terceras partes de la tierra eran propiedad del
cabildo de Ciudad Rodrigo, no había ningún propietario vecino del lugar, «pues las demás tierras las tienen tres conventos de Salamanca, algún forastero y el curato y la fábrica de
la iglesia» (59).
Sin embargo, la.gran propiedad no era ajena a las instituciones eclesiásticas y se concentraba preferentemente en las dehesas. El cabildo de Ciudad Rodrigo poseía en 12 pueblos próximos 13.049 fanegas ubicadas en varias dehesas (60). Y el convento de San Clemente de Toledo, en un solo despoblado, 3.276
fanegas, por las que obtenía 8.276 reales anuales (60).
A diferencia de la nobleza, cabildos, monasterios y curatos
(58) A.H.N. Consejos; leg.: 1.840, pieza G. Datos enviados al Consejo
en diciembre de 1777. Era un pueblo próximo a la capital donde existían
también otros propietarios nobles, labradores y algún mañero.
(59) A.H.N. Consejos; leg.: 1.534. Memorial de los vecinos de Lumbrales al Consejo.
(60) A.H.N. Consejos; leg.: 1.534. Datos de propia elaboración obtenidos al analizar las dehesas que poseían en los pueblos de Atalaya, Aldea,
Alameda, Campillo de Azaba, Castillejo, Encina, Espeja, Olmedo, Pastores, Sexmiro, Zamarra y Villar de la Yegua.
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eran mal vistos como propietarios de tierra, tanto por parte
de los labradores -que querían a su costa ampliar sus
propiedades-, como por parte de los campesinos -que sentían sus dificultades contractuales-. A1 equipo ilustrado le interesaba esta crítica a la propiedad eclesiástica, porque no era
considerada como propiedad individual. Hay que tener en cuenta que, según el pensamiento ilustrado liberal, lo que había (61)
de defenderse, primordialmente, era la propiedad individual.
De ahí que las enajenaciones se planeasen sobre bienes de «propiedad colectiva» entre los que, según esa óptica, se encontraban tanto las tierras del clero -secular o regular-, como las
de Propios y Baldíos. Tónica que había de seguirse en las desamortizaciones de los gobiernos liberales decimonónicos. En
la literatura ilustrada, la propiedad eclesiástica era tenida como un grave obstáculo para el progreso agrícola (62). Compomanes en su tratado de «Regalía de Amortización» era explícito: suponía un evidente mal para el erario público -por
la inalienabilidad de los bienes eclesiásticos- y para los campesinos a los que la búsqueda de suertes arrendables les desarraigaba con excesiva periodicidad de sus entornos, haciéndoles la vida especialmente difícil. Campomanes, cómo los restantes ilustrados, eligió cuidadosamente a los protagonistas de
su crítica, los eclesiásticos propietarios, obviando cuestionar la
propiedad nobiliaria, a la que era tan afin.
Las abundantes denuncias de los pecheros mostraban cómo el clero olvidaba, con frecuencia, sus específicas funciones
apostólicas para gestionar esos bienes que, según esas peticiones, debían de pasar a manos de los labradores. En el expediente fué muy notable la protesta de sexmeros y labradores
que querían jugar fuerte en sus aspiraciones en el mercado de
la tierra. Los sexmeros de Salamanca, Zamora y Toro solici(61) Donézar. Riquezay propiedad... Especialmente ilustrativo es el capítulo dedicado a la propiedad eclesiástica.
(62) Campomanes: Tsatado de la Regalía de la Amortización. Reedición de
la Revista de trabajo realizada por Tomás y Valiente. Madrid, 1975.
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taron, formalmente, en 1771 que se atemperase la gestión de
los bienes eclesiásticos «para que las tierras pasen a explotarlas los propios labradores y se retiren los eclesiásticos al curato
de las almas que tan necesario es». Otro tanto pidieron los sexmeros de Ciudad Rodrigo en 179.0 y, tanto en la filosofia de
los informes de los intendentes de Andalucía como en las protestas de los diputados de Marchena y Jerez (63), se acariciaba la idea de una desamortización eclesiástica como fórmula
de mejorar la producción.
Pero la Ilustración se pronunció con mucha ambig ^edad.
Decía que apoyaba al campesino pero sabía que había de sustentarse en los labradores para llevar adelante su programa económico. Y es que el punto de vista del equipo ilustrado coincidía, plenamente, con las aspiraciones de los labradores. Desde
su óptica fisiocrática, estos empresarios agrícolas formaban el
grupo productivo por excelencia, el modelo de «empresario»
de Cantillon o de «clase productiva» de Quesnay. Eran estos
labradores y no los campesinos los que, a sus ojos, estaban llamados a revitalizar la economía de la Corona porque poseían
ahorros que deseaban invertir en tierra (64). Schumpeter en su «Historia del Análisis Económico»- dice que el propio
Quesnay nunca consideró seriamente más mundo agrícola que
el basado y promovido por una clase agraria inteligente y activa y dotada de posibilidades tecnológicas y comerciales.
Por tanto, si se quería hacer política filantrópica, las aspiraciones campesinas tenían `cabida; pero si se deseaba incrementar la producción agrícola -según el modelo fisiocráticoeran los labradores hacendados, grandes arrendatarios y comerciantes de granos los que iban a ser los beneficiados de la
(63) La petición de los castellanos se centró especialmente en A.H.N.
Consejos legs.: 1.840 y 1.534; las peticiones de los andaluces se concentraron en leg.: 1.844.
(64) Ver las consideraciones que hace Donézar en su obra citada, págs.
58-60.
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acción desamortizadora. Y en la documentación del expediente
esta última idea era evidente.
Los ataques contra la propiedad eclesiástica aumentaron
a lo largo de la segunda mitad del setecientos y se agudizaban
toda vez que un nuevo año crítico hacia difícil no sólo pagar
la renta contractual sino proporcionarles el diezmo anual. Los
labradores, ante la precariedad de las cosechas de 1.766,
1787-1789 y de 1803-1805, solicitaron ser excluídos del pago
del diezmo. Pero aunque el objetivo inmediato era ver postergado el pago del impuesto dezmero, el verdadero motivo se
dirigía a atacar los bienes eclesiásticos con la esperanza de poder ir introduciéndose en la propiedad de las tierras que entonces sólo arrendaban. Labradores de Ronda, Santa Fe, Toro... expusieron con estas intenciones sus memoriales al Consejo. Las respuestas de los eclesiásticos, en actitud defensiva,
no tardaron en llegar. Alegaban cómo el descenso de la producción agrícola se traducía también en la mayor exig ^ idad
del diezmo recaudado y recordaban al Consejo cómo era el diezmo la fuente básica de su subsistencia. No les faltaba razón
en valorar tan positivamente las rentas dezmeras. Según las
estimaciones que poseemos, eran tan gravosas para los trabajadores como rentables para el clero. Anes ha señalado que suponía el 50% del producto neto obtenido de la agricultura y
ganadería. Donézar ha explicado cómo en la provincia de Toledo, comparando el producto bruto de la tierra de los distintos pueblos y sus diezmos, era difícil encontrar lugares que participaran con el teórico 10% pagado a la iglesia (65). En cualquier caso, se mostraban los porcentajes dezmeros por encima
o por debajo de lo que su etimología explicaba.
Mas si estos porcentajes podían ser válidos para zonas castallanas donde el clero era, a la vez, gran propietario de tierra, la importancia del diezmo se acusaba notablemente en am(65) Anes: Cris^ agrarias en la España Moderna. Pág. 293. Donézar: Riqueza.., Pág. 472. Los porcentajes variaban extraordinariamente, Ilegaban incluso hasta un 40 o u ❑ 50%.
91
plias zonas del País Vasco. En Guipúzcoa suponían -con los
ingresos complementarios- la base de las rentas eclesiásticas.
Fernández Albadalejo estima para Guipúzcoa la importancia
del diezmo en torno al 70% de las rentas totales eclesiásticas (66). Este clero, pobre en relación con el castellano, se opuso
con virulencia a la nueva ideología antidiezmo que se estaba
extendiendo por la sociedad rural, aunque no participaba el
gobierno de ese entusiasmo estando tan interesado, como lo
estaba, en continuar participando del cobro de las tercias.
Pero si el clero guipuzcoano, no detentador de propiedad
de tierra, ventilaba su subsistencia en la crítica al diezmo, no
era el caso del resto del clero terrateniente. Para éste el diezmo era una saneadísima fuente de obtención de productos agropecuarios, con vistas a su hábil comercialización en los mercados. Una saneada renta que había que unir a otras provenientes de los arrendamientos de la tierra, de las primicias, de las
limosnas...
Pero los ataques, no importa a qué partida de las rentas
eclesiásticas, continuaron a lo largo de todo el final del Antiguo Régimen. En primer lugar, el régimen ilustrado propugnó y consiguió el reparto de las propiedades de «manos muertas» -capellanías, obras pías- entre 1798 y 1808, que fueron
a parar a«ansiosos» labradores y a profesionales que deseaban
enriquecerse con el mercado de lá tierra (67). Por supuesto,
el campesino no estuvo invitado a esta fiesta. Varios vecinos
de 8 lugares salmantinos, ante el resultado de estas medidas
expusieron su desaliento al Consejo:
(66) En su obra: La crisis de[ Antiguo Régimen en Guipuzcoa, 1766-1833. Madrid, 1975. Págs. 317 y 318. El clero vasco no poseía tierra. Por tanto, sólo
el curato de almas y los emolumentos que por él obtenían, junto con el diezmo, eran las bases de su economía. El diezmo, por ejemplo, suponía el 77%
de las rentas totales en Tolosa y el 73% de las de Cestona.
(67) Herr: La vente de firopietés de main-morte en Espagne: 1798-1801. Annales 1974. Hace un detallado estudio sobre la provincia de Salamanca; los
nuevos propietarios no eran sino los labradores ricos tradicionales, regidores, militares y otros funcionarios destacados.
92
«porque hemos visto, con amargura, cómo las tierras de obras
pías de esta comarca se iban a las manos de los 19 poderosos
que ya poseen una gran parte de la tierra de Salamanca como arrendatarios de mayorazgos» (68).
En segundo lugar, la habilidad del regalismo imperante consiguió del papa Benedicto XIV que los diezmos novales diezmos obtenidos por las nuevas tierras roturadas- fuesen
transferidos a la Real Hacienda. Pero tras la concesión en 1749
a Fernando VI de tan interesantes rentas, que «era un pingiie
negocio para la corona y la nación española« (69), la voracidad de labradores y de los reformistas hacía peligrar las inestables relaciones Iglesia-Estado.
Sin embargo, el dificil equilibrio de las relaciones IglesiaEstado -incluso tras el Concordato de 1753- se agudizaba,
toda vez que la Iglesia-Institución deseaba ampliar el ámbito
de sus competencias más allá de lo establecido por el equipo
de gobierno. Una real resolución de 1764 condenó las prácticas que el obispado y cabildo salmantinos realizaban con sus
arrendatarios. Llevados del deseo de maximizar sus rentas, se
comportaban como auténticos tribunales de justicia, dictando
sentencia contra sus renteros «alegando mil argucias y falsedades» que conducían al desahucio de sus colonos. En la real
resolución, a la par que se hacía una dura y ácida crítica contra la ineficacia de sus labores de predicación y culto «que han
abandonado junto a otros trabajos propios de su rango», se prohibía tajantemente a los eclesiásticos la práctica jurídica, «que
sólo compete a los tribunales civiles» (70).
(68) A.H.N. Consejos; leg.: 1.841. Memorial de los vecinos de Terrones, Santa Marta y otros seis lugares salamantinos. Año de 1799. Enviado
al Consejo de Castilla tras su exclusión de la compra de la-nueva tierra desamortizada.
(69) Olaechea R.: Política eclesiást^a del gobiano de Fernando VI. En Textos
y Estudios de la Catedsa Fe^oo. Oviedo, 1981.
(70) A.H.N. Consejos; leg.: 1.842, pieza L. Resolución de S.M. contra
los abusos del obispo y cabildo de Salamanca. En los memoriales campesinos se argumentaba profundamente contra el abandono de sus labores de
culto.
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No obstante, las relaciones del guante blanco presidían la
comunicación de la diplomacia española con el papado y ahí
el regalismo borbónico tuvo logros indudables. Pero los problemas internos que la gestión de la propiedad eclesiástica conllevaba fueron, por permanentes, mucho más difíciles de solventar y, en cualquier caso, la voluntad gubernamental no fué
otra que divulgar la ineficacia, incuria y escasa rentabilidad
de las relaciones de propiedad detentadas por los eclesiásticos.
E1 tratado de la Regalía de la Amortización de Campomanes
es un ejemplo ilustrativo de tal espíritu. Pero se podían dar
otros muchos.
En el expediente abundaron mucho más las demandas de
labradores y campesinos contra los cabildos .y curatos que contra
las propiedades del clero regular y órdenes militares. Mientras que contra los primeros se computan un total de 43 memoriales, sólo son 19 las demandas frente a monasterios y órdenes Militares. Es éste un hecho significativo ya que las entidades monacales solían gestionar más exhaustivamente su tierra ejerciendo una mayor presión ante los renteros (71).
Los vecinos de Robliza de Cojos mostraban las dificultades que habían de salvar anualmente con el monasterio de Valparaíso, gran propietario de esa comarca salmantina, que exigía un cuarto de la cosecha obtenida como renta contractual,
amén de diezmos, tercias, primicias y un sinfín de derechos
dominicales. Pero, al decir de los colonos, esas pesadas cargas
no eran las más importantes. La esencia de la protesta campesina estribaba en
«la claúsula que nos obligan a cumplir en todos los contratos
(71) Domínguez Ortiz: El Monasterio de Sahagún durante el siglo XVIII. En
Hechosy Figuras del sig[o XVIII españo[, Madrid, 1975. Y García, P.: El Monasterio de San Benito de Sahagún en la época moderna. Memoria de licenciatura
inédita U.A.M. Madrid, 1982. EI ^^arca de reserva» era un sofisticado sistema de piéstamos a los colonos que dependían dél monasterio como arrendatarios y como vasallos jurisdiccionales.
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de arrendamiento: no acudir a los tribunales civiles en caso
de conllicto, aún cuando mediase desahucio» (72).
Otras peticiones y denuncias de colonos de conventos y monasterios zamoranos (73) corroboraban cómo no eran excepcionales estas prácticas dentro del clero regular. No debe minimizarse, por tanto, la relativamente escasa protesta de los
renteros de tierras monacales o conventuales ya que las limitaciones a que estaban sometidos impedían su formulación.
Y sin embargo, la mayor participación campesina en la protesta contra la gestión de curatos y obispados no estaba relacionada con un régimen abusivo en la gestión de su tierra, sino en las mayores facilidades ambientales que la posibilitan.
Hecho que, por lo demás, es perfectamente suscribible a otros
ámbitos operativos del expediente. La mayor protesta de los
pueblos realengos y la escasísima de los pueblos señoriales corroboró a conciencia estas acciones.
La creciente pérdida del prestigio social de la Iglesia era
evidente en los memoriales que labradores y campesinos enviaron al Consejo. Las peticiones desamortizadoras venían dadas, en primer lugar, para satisfacer una imperiosa necesidad
económica (74) -era el planteamiento que esgrimían los
labradores- y, en segundo lugar, para subsanar un problema
social: ocupar a jornaleros y pequeños campesinos infrautilizados. De lo poco que se hizo, en ambos sentidos, en el período ilustrado, sólo los labradores fueron los beneficiados.
(72) A.H.N. Consejos; leg.: 1.843. Memorial de los vecinos de Robliza
de Cojos, año 1768. Explicaban los colonos cómo comercializaban la tierra
a su antojo, sin problemas con la jurisdicción civil y dentro del desaliento
general del campesinado. Obtener un cuarto del producto neto en tierra de
escasa calidad, era, evidentemente, una renta abusiva.
(73) A.H.N. Consejos; leg.: 1.842. Varios pueblos de la tierra de Sayago y de la tierra del Vino denunciaban esas cláusulas.
.
(74) Tomás y Valiente: E! Proceso de desamort^ación de la tierra en España.
Agricultura y sociedad, 1978.
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Los propietarios no nobles
Los propietarios particulares no pertenecientes a las clases
privilegiadas no controlaban una cantidad importante de tierra. Conformaban un variado grupo social en el que unos pocos se acer^aban a los niveles de rentas de los propietarios terratenientes privilegiados -los labradores hacendados, regidores y cargos municipales o administrativos, militares, grandes arrendatarios de tierra-, y los más formaban la pléyade
de campesinos rurales propietarios de mínimas parcelas pero,
a la vez, arrendatario • de otras tierras para poder subsistir.
Entre Josef Miranda, comerciante salmantino, propietario
en el lugar de Arrabal de Puerto Mayor (Salamanca) de 60 huebras de pan (75) y 10 aranzadas de viñas y Juan Arroyo, vecino de Pedrosa del Páramo (Burgos), propietario de 5 fanegas
de tierra (76) había, evidentemente, diferencias. Las que median entre un labrador propietario y gran arrendatario que formulaba unas relaciones capitalistas de producción, a través de
unos contratos trianuales, y las de un campesino indefenso que
había de recurrir al jornal para subsistir y que ocupaba, por
tanto, el estadio más bajo de la sociedad rural.
Diferencias que se manifestaban, también en el plural asentamiento del vecindario. Mientras los labradores no solían vivir en los lugares de donde eran propietarios -al menos
permanentemente-, los campesinos eran vecinos del lugar donde estaban sus propiedades. El labrador Rafael Pérez, vecino
de Granada, tenía numerosas tierras en SanEa Fé que arren-
(75) Era propietario de tres pueblos más de la provincia con un total de
170 fanegas de cereales, más un número indefinido de viñas y otros cultivos. La explotación de sus tierras era realizada mediante arriendos. A.H.N.
Consejos; leg.: 1.842. Pieza L. Sus colonos denunciaban sus abusos contractuales del mismo modo que el resto de los vecinos.
(76) El pequeño propietario arrendaba tierra para poder vivir. Arroyo
lo hacía al convento de las Huelgas de Burgos -12 fanegas-. Pero a la
vez,.trabajaba como jornalero en algunas tierras de mayorazgos. A.H.N.
Consejos; leg.: 1.842. Año 1768.
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daba a los pelentrines del lugar; sin embargo, el campesino José
Arnáiz era vecino de Churriana y sus antepasados estaban asentados allí desde hacía tres generaciones (77). I,a pequeña propiedad implicaba automáticamente residencia; y sin embargo,
el labrador hacendado no la necesitaba para supervisar de cerca las relaciones de producción que desarrollaba en sus propiedades aprovechándose, además, ventajosamente de las tierras comunales de los diferentes lugares de donde era propietario.
En Alcázar de San Juan, que ofrecía el perfil característico
de la distribución de la propiedad en la zona manchega: poca
propiedad nobiliaria, escásos comunales y dominio de la propiedad eclesiástica, órdenes militares y dones, el 70,1 % del término era propiedad de esos grupos. Los pequeños propietarios -que no llegaban a vivir de sus tierras- ocupaban el
26,4% del total (78), siendo el resto arrendatarios y jornaleros que explotaban las tierras de la iglesia y órdenes militares
y, en menor medida, de la nobleza.
El conjunto de los propietarios no nobles era, a la fuerza,
muy amplio:
•
Los propietarios labradores. Eran escasos; aunque en algunas zonas como la Mancha suponían porcentajes notables.
•
Los propietarios que debían completar sus insuficientes
rentas con arrendamientos y trabajos temporeros. Eran
los más numerosos.
• Los que siendo habitualmente jornaleros, poseían alguna suerte de tierra. No eran muy abundantes.
• Los que perteneciendo al sector secundario o terciario
(77) A.H.N. Consejos; leg.: 1.841. Los vecinos de Santa Fe denunciaban cómo los forasteros «mañeros» controlaban la mayoría del término municipal. Los de Churriana se quejaban de la extensión del subarriendo, por
el extraordinario poder de los grandes arrendatarios en esa comarca; en leg.:
1.844, año 1769.
(78) Donézar: Riqueza y propi^dad... Págs.: 213-17.
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poseían alguna parcela en propiedad. Iban en aumento
tras el alza de los productos agrarios, desde mediados
del siglo XVIII.
En su conjunto, fueron los propietarios nobles los que generaron una mayor coriflictividad con sus colonos. En el cuadro n° 1, se han clasificado los conflictos que muestra el expediente en función de sus propietarios. La nobleza ocupaba un
destacado lugar, con un 50% de las tensiones existentes en la
sociedad rural, aunque también estaban allí incluídos los propietarios no eclesiásticos. Seguía la Iglesia secular con un 34,7%
y la regular con un 13, 7%. Las órdenes militares sólo suponían, apenas, un 1,6% como protagonistas del conflicto que ,
enfrentaba a arrendatarios y propietarios; hacía tiempo que había perdido el brillante papel desempeñado en la época bajomédieval.
Si clasificamos estas tensiones en función de las causas, la
subida de precios de las rentas de las tierras establecidas en los
arrendamientos era la causa esencial que enfrentaba a colonos
y propietarios: ocupaba un 63% del total del conflicto. Los problemas derivados del deficiente reparto de la tierra de Propios,
suponían un 20%. Y los conflictos generados por el subarrendamiento, ineludible con la expansión del gran arrendamiento,
alcanzaban el 10,4%. Finalmente, los problemas que enfrentaron a vecinos y forasteros «mañeros» por las prioridades a
la hora de arrendar tierra, se concretaban-en torno al 6,6%
de la convulsa sociedad rural de finales del setecientos.
3. Los arrendatarios
Dentro del grupo que iba a explotar la tierra de la mayoría
absentista había que diferenciar a los pequeños de los grandes
arrendatarios. Los primeros suponían la masa campesina trabajadora. Los segundos eran la ascendente burguesía agrícola
con imperiosos deseos de controlar no sólo la tierra arable -lo
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