CIUDADANOS, ¡SED PROTAGONISTAS!. La regeneración política

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CIUDADANOS, ¡SED PROTAGONISTAS!.
La regeneración política para la democracia real.
Antonio Colomer Viadel.
Siempre he creído que por debajo de la apariencia fácil de pasar de todo o
conformarse en un hedonismo de fin de semana existían testimonios de compromiso y
voluntad solidaria en tantas personas, muchas de ellas jóvenes, que ejercían un voluntariado
desinteresado tanto en nuestro país como en el exterior a través de las múltiples
organizaciones no gubernamentales de cooperación.
De todas formas, la espontaneidad y alcance del movimiento del 15 de mayo, el
pronunciamiento colectivo de los indignados y hastiados por una realidad injusta que bloquea
tantas posibilidades de personas con voluntad de participación y de realización compartida,
me ha impresionado e incluso puedo decir que emocionado.
Desde que hace más de 30 años fundé el Instituto Intercultural para la Autogestión y la Acción
Comunal, cuyo triple lema es: Autogestión, Cooperación y Participación, hemos luchado por
estas ideas en torno a la toma de conciencia crítica de la ciudadanía en la política, en la
economía, en la cultura, en el trabajo y en la simple convivencia con los otros miembros de tu
comunidad.
Bajo el título de este periódico La Hora de Mañana, hay un subtítulo que creo es todo un
mensaje y compromiso ideológico: a la búsqueda de esa hora futura en la que la libertad sea
protagonismo de los ciudadanos.
Hace tres años, en el 2008, publicamos un libro colectivo con participaciones de todo un
equipo de colaboradores y que yo coordiné, con el título “Regenerar la Política”. A ese libro, le
puse como subtítulo, el que ahora titula esta editorial,” Ciudadanos, ¡ sed protagonistas!”, era
un llamamiento a la toma de conciencia y al compromiso indisoluble de la virtud cívica de
responder a alguna tarea en beneficio de tu comunidad, a la vez que tu voz sea oída para
determinar ese destino colectivo. Ciertamente, una democracia con libertades y opciones
plurales que puedan expresarse libre y transparentemente y con recursos suficientes para que
ninguna alternativa sea silenciada es un régimen político ideal pero no cabe el reduccionismo
de la democracia al simple derecho de sufragio. Tiene que ser un compromiso más
permanente y cotidiano en la participación, en los asuntos que interesa a la gente cada día.
También tengo que decir que ante algunas tentativas de desacreditar este movimiento
como de antisistema o de nihilismo facilón, me han impresionado la capacidad de
autorganización consciente, el respeto mutuo y plural en las Asambleas participativas y la
cultura de paz que ha traspasado todas estas reuniones.
La indignación de los indignados me parece no sólo comprensible sino incluso templada en
medio de tales circunstancias discriminatorias por las que se margina hacia un desempleo
sistemático o un infratrabajo a tantas personas mientras se produce un enriquecimiento
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desmesurado de las élites económicas y políticas. Es cierto que no todos los empresarios ni
todos los políticos son corruptos pero es muy difícil sobreponerse a la lógica de un sistema que
tiende al intercambio desigual y a la acumulación desproporcionada en unos sobre el
empobrecimiento de otros. De ahí que siempre haya postulado que no pueda haber libertad
política sin libertad económica y que ello implica recuperar el principio de la reciprocidad de
dones y de la equidad en la redistribución de recursos.
Esta indignación ante el bloqueo de la participación tanto en la política como en la economía
viene de lejos. En 1978, antes de que se aprobara nuestra Constitución, ya escribí sobre estas
contradicciones y en uno de aquellos trabajos, recogía una cita del entonces célebre
oceanógrafo comandante Jacques Ives Cousteau, luchador incansable por la supervivencia de
un mundo amenazado con agonizar, que se hacía eco de esa inquietud universal: “ Afirmar que
los ciudadanos se sienten satisfechos de entregar, cada cuatro o cinco años, un mandato a un
representante que no los representa más, no corresponde a nada en este mundo radicalmente
transformado”.
“La gente quiere tener una influencia real sobre su vida de cada día y no una vez cada cuatro o
cinco años. Existe tal anacronismo entre el actual sistema y la realidad, que una gran cólera
está creciendo en el mundo. Los ciudadanos del mundo entero han dejado de creer en los
sistemas políticos, se burlan y desconfían de sus dirigentes.”
El eco universal despertado por este movimiento social se demuestra en algunos de los
artículos remitidos por nuestros colaboradores desde el exterior. “Indignados” de Roberto
Bertossi, desde Córdoba, Argentina o “la protesta española” que firma Luís Carvajal en el
Diario el Espectador de Bogotá ( http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna271569-protesta-espanola) . Curiosamente un poco antes de que se iniciara esta protesta un
estudiante de la Universidad de Salamanca, Carlos Vázquez, nos enviaba el artículo titulado
“Decidir” en la línea filosófica de esta protesta de los indignados.
En el plano electoral, es posible introducir mejoras mediante reformas legislativas. Es
indiscutible que algunas de las propuestas que hemos leído en esas plazas son perfectamente
asumibles por cualquier persona sensata y honesta: listas limpias y abiertas, transparencia en
las cuentas públicas, castigo del absentismo parlamentario, etc, etc .
Posiblemente podría irse más allá e incluso introducir el mecanismo de la revocación por
democracia directa de aquellos responsables políticos que estén incumpliendo o traicionando
el compromiso que asumieron a la hora de ser elegidos.
Es también llamativa la alergia de los aparatos de los partidos políticos hacia un ejercicio
efectivo de instituciones de democracia directa y semidirecta como la anterior o el
referéndum, la iniciativa legislativa popular, etc. Sin lugar a dudas, hay que usarlos con
ponderación pero no se puede desacreditar, en nombre del monopolio práctico de la
participación política por los aparatos de los partidos políticos, instituciones que en países tan
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sensatos como Suiza, sirven para tomar las decisiones políticas, legislativas e incluso
constitucionales más decisivas.
Cuando en el Preámbulo de nuestra Constitución se dice que la nación española, deseando
establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran en
uso de su soberanía, proclama su voluntad de, entre otras cosas, establecer una sociedad
democrática avanzada, tendría que entenderse como una sociedad de ciudadanos conscientes
que entiendan como una virtud cívica el intervenir en responsabilidades comunitarias y no ser
manejados como un simple rebaño de adhesión incondicional a los carismáticos de turno.
Podríamos añadir el sarcasmo que supone la prohibición del mandato imperativo en nuestras
constituciones y su pervivencia camuflada por medio de la férrea disciplina parlamentaria que
convierte a los parlamentarios y senadores en simples muñecos de guiñol, actuando por los
hilos que mueve el portavoz de cada grupo.
Seguramente un sistema electoral de distritos pequeños en el que se eligiera por mayoría un
solo diputado que estuviera mucho más próximo a sus electores y que tuviera que continuar
dando explicaciones a los mismos a lo largo de su mandato, sería una democracia mucho más
auténtica que esa adhesión incondicional a listas de desconocidos en donde no podemos
cambiar a nadie y vienen recubiertos de la púrpura del partido.
En nuestro libro “Regenerar la Política”, se hacen también propuestas concretas a las que
podemos añadir otras nuevas. (Espero poder disponer dentro de poco en abierto de este libro
para que aquellas reflexiones puedan servir a todos los que estáis realizando ahora esa valiosa
convivencia intelectual de compartir e intercambiar ideas y sentimientos.)
Algunas de esas reflexiones se inician preguntándome yo mismo si es posible regenerar la
política y los medios para activar esa regeneración democrática y la conciencia ciudadana.
Sigo creyendo que la educación para la participación y en los valores de la convivencia
democrática y la asunción de la obligación de responsabilidades comunitarias es fundamental
para estos cambios. Algunas otras medias podrían ser la no reelección de cargos públicos o la
limitación de mandatos a no más de dos para incentivar la circulación de los ciudadanos en
esas responsabilidades públicas, los posibles sorteos aleatorios entre ciudadanos para estar
presentes en algunas instituciones y en los procesos de toma de decisiones tanto políticas
como administrativas, en la relación entre administradores y administrados; la
descentralización efectiva pero de núcleos societarios responsables y transparentes, la
ampliación del poder de controlar por los ciudadanos, favorecido ahora por las nuevas
tecnologías; el potenciar las instituciones de democracia directa y semidirecta, el transformar
la institución del Defensor del Pueblo en una Magistratura de elección popular directa a la que
no pudieran acceder aquellos que hubieran tenido un vínculo partidista al menos los últimos
diez años, otorgarle al Defensor la propuesta de referéndums respondiendo a iniciativas
populares. Crear también los Defensores Municipales.
Todas estas medidas deben tener un soporte en la educación comunitaria y participativa ya
citada, que es además el mejor antídoto contra la demagogia y que puede combinar
perfectamente la coexistencia de democracia participativa y de la democracia representativa.
Otra garantía fundamental es la independencia de los Jueces que no puedan ser manipulados
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por ningún otro poder. Es lo que yo llamaba en este libro la triple I: Independencia,
Imparcialidad e Integridad que sería fundamental para un orden de justicia y equidad.
También la generalización de la mediación judicial mediante la cual, los propios ciudadanos
pueden encontrar de común acuerdo una salida a sus conflictos y superar esa solución de
vencedores y vencidos que casi es una venganza cumplida, en muchos casos.
Es necesario también que esta voluntad regeneradora tenga su proyección en el trabajo y la
actividad económica. Estamos en un paro permitido (véase el libro del Profesor Parra Luna con
este título y los artículos que han publicado en la Hora de Mañana, así como el vídeo con la
entrevista que le hicimos hace poco) por falta de alternativas para salir de la crisis. Hay que
dar recursos a los emprendedores individuales pero también a los emprendedores
comunitarios de formas cooperativas y autogestionarias y hay que movilizar a ese descomunal
ejercito de desempleados para tareas de recuperación social, medioambiental, servicios
sociales, etc, etc. para que tengan la dignidad de ayudar a la recuperación colectiva y no vivan
la humillación de la actitud mendicante.
A la nefasta relación entre política y economía dediqué el Búho-Editorial anterior, bajo el
subtítulo “los intereses creados en torno al botín”. Véase también en la portada el artículo “el
dinero y la ética de la economía”, de Joaquín Guzmán, catedrático de Economía de la
Universidad de Sevilla.
Hay que poner el ahorro popular al servicio de esta reconstrucción y no de las grandes
entidades financieras y de los grupos especulativos. De este movimiento por la democracia
real y la participación ciudadana, además de reflexiones, ideas y propuestas sobre reformas
electorales, sobre propuestas de regeneración democrática y política debieran también nacer
iniciativas de autorganización social y económica de carácter solidario como un instrumento al
servicio de ese sector de la economía solidaria al que hay que facilitarle al menos los mimos
recursos financieros, tecnológicos, comerciales, de seguros, etc que tienen los otros sectores
protagonistas de la vida económica que viven mitificando el becerro de oro del mercado.
Sin lugar a dudas, como se citaba en uno de las hojas distribuidas estos días en algunas
de las plazas de nuestro país y evocando una canción en la que se decía “sólo le pido a Dios
que la injusticia no nos sea indiferente”, nos encontramos ante un gran desafío de orden ético
y de orden político del que debe salir un gran aprendizaje, un principio de ayuda mutua y de
reciprocidad, dentro de ese respeto al pluralismo en una cultura de paz pero sin hacernos
acomodaticios a los abusos del poder económico, social o político. Tal vez esto sea un
planteamiento “reforvolucionario” como escribí en el primer libro que se publicó en la Editorial
La Hora de Mañana en mayo de 1977, vísperas de las elecciones de la democracia recobrada.
La revolución de los peldaños, de los pasos irreversibles que van transformando la realidad
conquista a conquista , sin afanes mitológicos ni proféticos pero con la fuerza de estar
sirviendo a la razón y a la justicia del interés de las gentes honradas.
En lo que no necesitamos establecer límites ni etapas es en la exigencia ética de los
comportamientos de aquellos que quieren inducir al pueblo a optar por determinados
caminos.
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El imperativo ético en la conducta colectiva no se basa tanto en una concepción filosófica
previa, como en la experiencia humana de que medios diferentes perturban los fines
previamente elegidos, convirtiéndose aquellos en la única realidad dominante.
La historia contemporánea contempla la existencia de gigantescas organizaciones opresoras
que han generado su sistema de auto justificación, aunque pervivan unas referencias retóricas
a los objetivos liberadores que en principio explicaron su nacimiento.
Si sólo la verdad puede hacernos libres, hay que exigirla sobre todo, a los que nos prometen
hacernos libres.
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