Tema_1_ - derechosocial

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Derecho Constitucional| Evolución del Estado de Derecho, tema 1 - Bloque 1
2011
María Martínez, María Gallego, María Ortega, Haidar Najem
1.1- Introducción. El Estado Moderno o Estado Absoluto
1.1.1-La autonomía del poder político: absolutismo, burocracia y ejército
La identificación entre Estado Moderno y Estado Absoluto se deriva de la comprobación de
que, en un determinado período de la historia de Europa, se produce un cambio en los estilos
y las formas de dominación política, consistente en una determinación del territorio
geográfico y en una mayor concentración de ese poder de dominación en manos del monarca.
Esa concentración del poder se efectúa en perjuicio de otros poderes anteriormente dispersos
en manos de los nobles y de la Iglesia, y se va cristalizando, bien en algunas instituciones
nuevas (ejército permanente o compleja burocracia), bien en el cambio de sentido y de
funciones de las viejas instituciones feudales.
Desde el punto de vista institucional, en los estados absolutos, pese al indudable aumento
del poder del rey, conviven con él otras poderosas instituciones feudales: la nobleza y la
Iglesia, que no sólo se hallaban exentas de pagar impuestos, sino que continuaban poseyendo
capacidad tributaria propia y, lo que es más importante, potestad jurisdiccional en sus
territorios. Así, los señoríos jurisdiccionales y los señoríos eclesiásticos aparecían como “islas
de poder” en las que el monarca no podía intervenir.
La nueva realidad política se agrupaba en torno a las siguientes características:
 Autonomía del aparato político respecto del funcionamiento social.
 Unificación del poder en una única persona: el monarca.
 Estructuración de un aparato administrativo profesional al servicio de ese poder.
 Mantenimiento de un ejército profesional y permanente.
 Determinación de unas fronteras territoriales como base material y personal de lo anterior.
La diferencia entre el Estado Moderno y el Estado Feudal es que con el absolutismo se
produce un solo dominio con un solo poder público: el dominio directo y sin límites legales
ordinarios que el monarca ejerce sobre todos sus súbditos sin necesidad de mediación de
poderes intermedios.
1.1.2-Elementos conceptuales y organizativos
La característica central del estado absolutista residía, pues, en la asunción por una sola
persona de todos los poderes de dominación sobre el conjunto de la sociedad existente en un
determinado territorio. A esto se denominó soberanía monárquica de origen divino. Esta
forma política no acabó con las formas económicas de dominación feudal, ya que convivió con
los poderes territoriales y económicos de la nobleza y del clero.
Sin embargo, la estructura política se va llenando de todos los elementos que le permiten
actuar con plena capacidad operativa: el poder se legitima mediante el concepto de
soberanía –poder absoluto y perpetuo de la comunidad política–, y ese poder se ejerce
sometido al derecho divino del que se entiende que procede, y sin otros límites que no sean
los provenientes de las leyes fundamentales del reino.
La consecuencia teórica y a la vez, jurídica y política, fue que, pese al mantenimiento de la
sociedad estamental, todos los miembros de la comunidad formaban un mismo pueblo en
tanto que todos tenían un mismo señor y habitaban un mismo territorio. Esta conjunción de
elementos –poder unificado, población determinada y territorio unificado por medio de la
delimitación de sus fronteras– es lo que comenzó a dar a los estados absolutos la
configuración de estados nacionales, lo que a su vez favoreció el desarrollo de una nueva
organización jurídica, tanto a nivel privado como a nivel público.
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1.1.3-El Derecho en el Estado Moderno
El Derecho surgía de la voluntad del rey, y se completaba con las normas que los jueces
entendían más adecuadas para cada caso. El Derecho Romano obtuvo su definitivo
renacimiento mediante su sistematización; el Derecho Privado Romano volvió a ser aplicable
para la solución de conflictos derivados de las relaciones de propiedad y de las relaciones
comerciales, pues resultó ser extraordinariamente útil.
Así, se fue postergando el Derecho proveniente de la costumbre para cobrar especial
relieve el Derecho escrito, aplicado ya por jueces profesionales que formaban parte de la
organización estatal. El Derecho se configura como algo creado por la voluntad de quien tiene
competencia para ello –voluntas, non veritas, facit legem–.
1.2- El Estado Liberal como Estado de Derecho
1.2.1-La caída del Antiguo Régimen. Surgimiento del Estado Liberal
El Estado Liberal aparece a finales del siglo XVIII como consecuencia del ascenso de una
nueva clase social, la burguesía, que había iniciado sus andanzas con el despegue mercantil de
las ciudades en el último período del feudalismo. El aparato político del absolutismo del siglo
XVII en Inglaterra y finales del XVIII en Francia funcionaba como un impedimento al desarrollo
y al enriquecimiento de la burguesía, pues eran los burgueses, campesinado y artesanos los
que sufragaban los gastos del Estado. Estallan en consecuencia, y de forma paralela, varias
“revoluciones burguesas”.
En ese período se inscriben las revoluciones políticas liberales, que expresaron, en el nivel
político, las necesidades de las burguesías nacionales. La correlación entre hegemonía social de
la burguesía y triunfo del liberalismo político es una constante que puede observarse en los
distintos modelos estatales decimonónicos; y aunque, una vez reformado el Estado y
alcanzado el poder político, las formas políticas liberales sufrieran importantes retrocesos, lo
cierto es que los movimientos revolucionarios estuvieron integrados por facciones de la
burguesía pro-liberal. De hecho, con la aparición de los primeros estados liberales (Estados
Unidos, Francia y, progresivamente, Inglaterra), lo que se produce es una nueva articulación
del ejercicio del poder del Estado: por una parte, la soberanía de la nación sustituye a la
soberanía divina del monarca; por otra parte, frente al sistema despótico de las últimas fases
de las monarquías absolutas, se instaura la división funcional y orgánica de los tres poderes
(Legislativo, Ejecutivo y Judicial).
1.2.2-El fundamento ideológico del liberalismo
El pensamiento liberal, desde Locke hasta Rousseau, justifica la existencia del Estado por
entender que es la consecuencia de un contrato entre las personas mediante el cual han
decidido delegar la protección de sus derechos naturales, anteriores y superiores al propio
Estado, a una organización política que se justifica únicamente por actuar como garante de
esos derechos naturales. Estos derechos son descubiertos por la razón humana como propios
e inherentes a su misma naturaleza.
La esencia profunda del pensamiento liberal ha de buscarse siempre esa idea de contrato
como elemento fundacional del Estado.
1.2.3-Los conceptos de nación y soberanía popular
Nación es un concepto que se fragua en Francia a lo largo del s. XVIII. Hace referencia a la
unidad política representada por el Estado absoluto y el conjunto de súbditos. Pero al estallar
la Revolución, esa idea de unidad sufrirá una doble depuración conceptual: por un lado, se
expulsa del concepto de nación a la nobleza como clase improductiva y a la Iglesia en cuanto
institución privilegiada y, por otro, se diferencia entre el pueblo francés y la nación francesa,
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entendiendo sólo a esta última como el cuerpo político (es decir, la burguesía) en el que reside
la capacidad y la voluntad de organizar el Estado (poder constituyente).
1.3- La Constitución (no explicado. Leer)
Desde la perspectiva del pensamiento liberal pre-revolucionario, la Constitución quedaba
definida como la plasmación escrita de un contrato entre hombres libres e iguales que
sienten poseer y expresar un poder suficiente para el establecimiento de un Estado como
forma de organización política de la sociedad. Naturalmente, como teorizaron Sieyés y
Hamilton, los titulares de esa capacidad habían de ser quienes más interés tuvieran en la
dirección del cuerpo político, es decir, los propietarios.
En la práctica, las constituciones liberales no fueron exactamente producto de un pacto
entre iguales, sino un conjunto de convenciones entre los sectores sociales dominantes,
incluida la nobleza, por los que se dotaban de un documento para organizar el Estado que ellos
iban a dirigir y que contenía unas cláusulas técnicas de organización de necesario
cumplimiento por las partes –división de poderes y reconocimiento de derechos–. Es decir, el
traslado de las teorías del contrato social a la práctica política concreta obligó a abandonar
alguno de los principios originarios de los primeros momentos. Y esa dirección se mantuvo a lo
largo del proceso de expansión del constitucionalismo liberal.
Ahora bien, las constituciones que se redactaron en este proceso adoptaron diversos
perfiles en función de la forma política específica de cada Estado. Así, en Estados Unidos, ese
mayor aspecto jurídico de “contrato entre iguales” se trasladó en sus consecuencias a todo el
ordenamiento y, por ello, desde el principio, la Constitución tuvo carácter normativo superior y
fue aplicada por los jueces. En Gran Bretaña, ese elemento contractual no se halló nunca
presente y la Constitución aparecía no como un documento sino como un conjunto de reglas,
prácticas y convenciones de diverso tipo que aseguraban el funcionamiento de las
instituciones básicas del Estado, entendidas éstas como productos de la propia historia. En
Francia, por ese componente de convenio entre fracciones sociales muy distintas, la
Constitución expresó un pacto, pero sólo un pacto político que incidía directamente sobre la
configuración del aparato estatal, pero que carecía de aplicación jurídica ordinaria.
Las constituciones escritas que se promulgaron a finales del XVIII y a lo largo del XIX son
bastante homogéneas: por un lado, suelen arrancar de una parte llamada dogmática en que se
hacía un reconocimiento formal de los derechos ciudadanos; en todas ellas se establece el
principio de separación de los tres poderes, cada uno con sus respectivas funciones y
facultades; finalmente, establecen las cláusulas de reforma constitucional. Pero, además, en
todas ellas la fuente de su legitimidad, situada en la soberanía racional, se activaba por medio
del sufragio censitario, puesto que la institución parlamentaria aparece como órgano de
representación nacional directa.
1.4- La separación de poderes y la primacía de la ley
El principio de la división de poderes (Legislativo, Ejecutivo y Judicial) tenía dos significados
diferentes y complementarios. En un sentido tradicional –recogido por Montesquieu–, la
separación de poderes venía a significar el reparto de funciones estatales entre órganos
diferentes con la finalidad de evitar que uno solo de entre ellos acumulara todo el poder.
Pero en sentido propiamente liberal, la división de poderes se conectaba con los momentos
en que se concretaba la voluntad de la nación: con una primera expresión mediante la Ley
(Poder Legislativo); una segunda mediante su ejecución (Poder Ejecutivo); y una tercera
mediante su aplicación en caso de conflicto (Poder Judicial). Por ello, la Ley, como expresión
de la voluntad general, debía ser general y abstracta.
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La primacía de la Ley pretendía significar en todos los estados liberales, incluidos los de
sistema presidencial, que la nación se expresaba por medio de ella y que todas las
manifestaciones políticas efectuadas por órganos distintos al Poder Legislativo debían
sometidas o subordinadas a su imperio (imperio de la Ley).
1.5- Los derechos de los ciudadanos
Las constituciones liberales ofrecieron tres modelos distintos:
 El de asegurarlos en la propia Constitución –modelo estadounidense–.
 El de dejarlos a la acción del Poder Legislativo –modelo francés–.
 El de proclamarlos como principios políticos no garantizados ni legislativa ni
jurisdiccionalmente –modelo centroeuropeo y español–.
En cualquier caso, se articulan en torno a los llamados derechos de libertad del individuo.
1.6- Los modelos constitucionales
1.6.1-El modelo británico
Convenciones constitucionales no escritas. La Constitución británica no es propiamente una
constitución escrita sino un conjunto de textos, de tradiciones codificadas y de prácticas
convencionales a los que el sistema político, receptor directo de esa Constitución maleable,
confiere el carácter constitucional. La esencia liberal de sus contenidos: división de poderes y
derechos ciudadanos de igualdad, libertad y propiedad.
1.6.2-El modelo francés
El documento que contiene todo el compendio ideológico-político revolucionario francés
no se encuentra tanto en su primera Constitución de 3 de septiembre de 1791 como en la
célebre Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 26 de agosto de 1789: los
hombres nacen libres e iguales en derechos; el Estado tiene como fin la conservación de los
derechos naturales e imprescriptibles del hombre; el principio de toda soberanía reside
esencialmente en la nación; la libertad consiste en poder hacer todo lo que no perjudica a los
demás, lo que no está prohibido por la ley está permitido, la ley es expresión de la voluntad
general y es igual para todos; se reconocen los principios de legalidad penal, irretroactividad
de las normas penales y presunción de inocencia; la libertad de opinión, expresión e
información; el deber de contribuir al gasto público; la garantía de los derechos y división de
poderes, y el derecho de propiedad como inviolable y sagrado.
El texto constitucional de 1791 concreta los derechos arriba mencionados, y queda
confirmado por un acto del poder constituyente, encarnado en la Asamblea Nacional. No hay
mención alguna a su naturaleza de norma jurídica aplicable por los tribunales. Por otro lado,
esta expresión constitucional del racionalismo ilustrado queda privada, precisamente, de una
de las características básicas de la ideología liberal —la de la universalidad— al sesgar su
significado de forma casi exclusiva en la burguesía.
1.6.3-El modelo estadounidense
Tiene pretensiones de regulación general de la actividad estatal. Es la que más se acerca al
concepto ideal liberal por la inexistencia de una nobleza y un clero con privilegios históricos
asentados.
La característica más sobresaliente de la Constitución no residió en su naturaleza política
sino en su proyección jurídica. Ya en los primeros años del siglo XIX, la Constitución, cuyo art.
6.2 contenía una cláusula de supremacía sobre los ordenamientos de los Estados, comenzó a
considerarse como norma de aplicación directa por todos los tribunales, y especialmente por
el Tribunal Supremo.
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