La Arenga del Náufrago Jorge Antares

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La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
La Arenga del Náufrago
LA ARENGA DEL NÁUFRAGO
© 2006 Pedro Belushi por la portada
© 2006 Jorge Antares por el texto
© 2006 Ediciones Efímeras por la edición
contacto: [email protected]
http://www.edicionesefimeras.com
Impreso en España
Jorge Antares
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
1. El castigo del pecado del
conocimiento
El amplio salón
del palacio imperial Cree hervía de vida y
comentarios. Embajadores de mil mundos permanecían inquietos en
sus asientos. La amplia claraboya sobre sus cabezas iluminaba éstas
con un gélido tono azul mientras los dos soles del sistema binario
permanecían en el cielo a semejanza de los ojos inquisitivos de un
titán ciego. La tensión se palpaba en el ambiente como una invisible
tela de araña que impidiera moverse libremente.
De repente el gran portón del salón amenazó con abrirse. Todos
callaron al unísono y miraron la puerta tachonada de bajorrelieves
que narraban toda la historia de la dinastía Lehar. El pesado portón
lentamente dejo al descubierto su secreto...
Un pequeño hombre de unos 40 años apareció esposado y
acompañado por unos recios guardianes de mirada torva. Era Rbin
Vorg, el criminal más buscado del imperio. Lentamente, ante las
miradas de un universo, el menudo reo se acercó, con paso cansino,
hacia el trono de la emperatriz Deena, cubriendo una distancia de
unos trescientos metros de un pasillo alfombrado de rojos zafiros. Al
dirigirse al preso, el rostro de la rubia noble demostró un desprecio
adecuado a su cuna.
—Por fin has caído. Has eludido tu destino demasiado tiempo —
sentenció la monarca. Las palabras reverberaron en los confines del
palacio.
Rbin Vorg levantó la mirada con triste impotencia. Era la viva
estampa del humillado. El tipo de persona que cuando le pisan pide
disculpas.
—Tus crímenes piden a gritos un castigo ejemplar —continuó la
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regia dama. Rbin Vorg sintió un nudo atenazándole el cuello. Temía
las próximas palabras que iban a salir de los labios de la emperatriz
Deena.
—Exilio virtual. —Sentenció la Todopoderosa regente. Rbin Vorg
notó cómo le flaqueaban las piernas.
¿Ése era el premio por su afán de sacar al imperio de la
decadencia de la dinastía Lehar? ¿Por sus noches sin sueño dándole
vueltas a posibles soluciones al nudo gordiano en que se había
convertido la economía Cree? Rbin había aprendido en sus propias
carnes que no es muy juicioso hacer notar al poderoso sus
carencias... por muy buenas intenciones que se tuvieran. Demostrarle
su estupidez a un rey es el camino más corto hacia el abismo. Es un
axioma. Y normalmente cuanta mayor es dicha estupidez, mayor es
su prepotencia.
Aparecieron de pronto unos científicos calvos de bata blanca
con botas negras altas y gafas redondas de color esmeralda oscuro.
Detrás de ellos, en una cubeta gigante montada en una grúa de
ingravidez, una AMEBA Nebular de color carmesí burbujeaba en el
liquido alimenticio.
Rbin Vorg dejó escapar un
respingo directamente desde su
pecho. Su destino estaba sellado. Y el peor castigo estaba delante de
sus ojos, que amenazaban con humedecerse inconscientemente.
¡El exilio virtual! El hombre del saco que temían todos los niños
de la galaxia Nglia... y la mayoría de los adultos. Eternamente
dormido, eternamente despierto ¿Qué diferencia había? Ninguna.
Siempre dudando de la realidad, mientras el parásito se alimentaba
de tu carne y de tus pensamientos, de tus emociones, al tiempo que
te digerían en un proceso de duermevela de siglos.
Los científicos habían refinado la tortura hasta alcanzar el
estado de arte. Introducían diversas sustancias en el líquido
alimenticio
que
provocaban
alucinaciones
en
las
víctimas
disparaban emociones sin freno. Una delicia para la AMEBA.
y
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Rbin
Vorg,
Jorge Antares
conmocionado,
vio
cómo
los
guardianes
le
desnudaban y dejaban al aire sus pequeñas vergüenzas en una
última humillación pública. El menudo hombre miraba azorado al
suelo de zafiros. Los científicos le rociaron con un vapor que le
provocó espasmos en la garganta, y las lágrimas, tanto tiempo
contenidas, corrieron libres por sus mejillas mientras su piel se
abrasaba con el compuesto.
—No queremos que nada se le atragante a nuestra muchachita,
¿verdad? —Comentó un científico calvo a uno de los guardianes— A
saber cuántas enfermedades puede tener en la piel. Mejor prevenir
que curar.
Con la piel en carne viva, Rbin Vorg fue acompañado por sus
captores a un trampolín por encima de la enorme cubeta. Abajo, la
AMEBA parecía anticipar su desayuno milenario y se removía inquieta
en el burbujeante líquido carmesí.
Rbin Vorg sintió un escalofrío en la columna al vislumbrar
dentro de la criatura a otras víctimas a medio digerir. Cabezas que
mostraban
cuencas
vacías,
tendones
y
músculos
parcialmente
visibles, y sobre todo, rostros en extrema agonía, pues todos estaban
vivos
(si
se
puede
llamar
estar
vivos
a
esa
aberración
de
pseudovida).
—Calma, calma, pequeñuela. Pronto te podrás saciar. A éste le
condimentaremos con una nueva mezcla a base de noradrenalina
modificada —oyó decir a uno de los científicos a la amorfa
abominación.
Rbin Vorg levantó la mirada dirigiéndose a la emperatriz Deena
en una última y callada súplica, un perdón que no esperaba. Ella dejó
traslucir una ligera sonrisa maligna de satisfacción. Ambos sabían que
él no debía estar allí y que su peor delito había sido poner en
evidencia la ineptitud de la regia dama. Pero los únicos que lo sabían
eran ellos. De cara a la galería se habían puesto las pruebas
incriminatorias que justificaban el castigo.
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La emperatriz levantó la mano deleitándose con el movimiento
seguido por toda la sala. Dedicó una última mirada a Rbin Vorg,
paladeando su angustia. Y en un segundo que pareció una eternidad,
dio la señal que sellaba el destino final del reo.
Rbin Vorg cayó empujado por uno de los guardianes. La AMEBA
eructó burbujas de placer y ácidos gástricos mientras el menudo
hombre surcaba el espacio hacia la gran cubeta. El choque del cuerpo
sobre el líquido viscoso sonó pastoso en una sala temerosamente
silenciosa. Todo el mundo sabía que el menor desliz les abocaría a
alimentar a la bestia milenaria. 'Mejor él que nosotros' pensó más de
uno.
El proceso de absorción empezó. Rbin Vorg gritó con todas sus
fuerzas, pero era inútil. La AMEBA se estaba introduciendo por todos
los orificios de su cuerpo. Notó cómo los fieros seudópodos se abrían
paso por su boca y nariz hasta llegar a su garganta. La sensación de
claustrofobia era total y el pánico se cebó en él. Cada vez que hacía
un movimiento para liberarse, la AMEBA le apresaba más, y más, y
más....
En medio de su lucha sin esperanza, miró suplicante a una
mujer deltana de la primera fila. Ésta apartó la mirada con una
mezcla de horror y de asco. Y después Rbin Vorg notó cómo le
arrastraban al centro de la bestia informe. Sintió que se ahogaba
mientras se hundía, y se hundía, y se hundía...
Robin Gulliver despertó de repente en la oscuridad de su dormitorio.
Se ahogaba. Estaba totalmente aterrado y la ansiedad hacía temblar
inconscientemente su cuerpo. Intentó calmarse, hacer uso de todos
los ejercicios de relajación que conocía, pero no tuvieron ningún
efecto. Estaba asustado, totalmente asustado. Miró a su mujer, que
yacía dormida a su lado. Respiró profunda y lentamente. La sensación
de ahogo estaba remitiendo. Había vuelto a la realidad.
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2. El viaje a ninguna parte
El despertador sonó
rompiendo tenuemente el silencio
del dormitorio. Una mano rápida surgida de las sabanas de la cama lo
apagó. Otro día más. Y aun era martes. Robin se incorporó
lentamente y se sentó al borde de la cama. Agachó la cabeza y cerró
los ojos intentando arrancar unos segundos más de sueño.
Se levantó en la oscuridad y, sin hacer ruido, se puso los
pantalones que estaban en una silla a los pies de la cama. Miró a su
mujer, Mareena y a la pequeña Keva. Ambas permanecían dormidas
placidamente. Se acercó al bebé y atisbó en la penumbra de la cuna
una sonrisa en su carita. ¿Qué estaría soñando? Cualquiera sabe.
Envidió su inocencia y placidez, ajena a todo problema salvo comer
cada seis horas.
Se dirigió al salón con el resto de la ropa. Allí encendió la luz y
continuó vistiéndose. Antiguamente, pensó, los señores de la guerra
se ponían armaduras y corazas antes de partir a la guerra. Ahora el
único uniforme que llevamos es el traje estándar de payaso:
chaqueta, camisa y corbata. La maldita corbata. Estaba hasta las
narices de escuchar a sus superiores, con sutileza paternalista, que
nunca la llevaba 'derecha'. Si le dejaran... sabía perfectamente donde
iba a ir la corbatita de marras. Tenía una curiosa teoría acerca de las
corbatas. Pensaba que su uso impedía que la sangre llegase
adecuadamente al cerebro con todas las consecuencias que esto
conlleva. Y la experiencia no hacía más que confirmar la teoría cada
vez que veía a un ejecutivo con la corbata bien apretada y cruzaba
alguna palabra con él. Así que, como medida preventiva, nunca se
abrochaba el botón final del cuello de la camisa y mantenía la corbata
suelta.
Terminó de vestirse y se dirigió a la cocina, cogió dos piezas de
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fruta y una servilleta de papel y las metió en su bolsa de trabajo.
Miró el reloj. Iba bien de hora. Se puso el abrigo y salió de casa
procurando hacer el menor ruido posible.
La calle le recibió con sonidos vespertinos: Un trino de pájaro,
un claxon lejano,... Aun era de noche y hacía mucho frío. Pensó que
tenía que haberse traído una bufanda mientras se dirigía al cercanías.
Llegó a la estación y esperó unos minutos hasta que las luces
lejanas del tren rompieron la oscuridad. Se abrieron las puertas y un
borbotón humano amenazó con llevarse a los que esperaban. Robin
peleó un poco con otros pasajeros al entrar y se acopló en un rincón
del vagón. Miró los rostros del resto de los pasajeros y vio lo de
siempre: algunos dormidos, otros despiertos, pero en todos un
sentimiento de cansancio, de derrota, de inercia,... Y lo peor de todo
es que no necesitaba un espejo para saber que él estaba igual.
¿Dónde se quedó el joven que se iba a comer el mundo?
Seguramente se perdió cuando empezó a pagar la hipoteca a cien
vidas de su lujosa casa de cincuenta metros cuadrados... O tal vez
cuando dejó de escribir sus relatos, habitualmente por falta de
tiempo. Recordó otras épocas más felices en las que todo era un
gozo, una efervescente sucesión de momentos divertidos en los que
nunca se sabía cómo iba terminar el día. Era otra vida, otros amigos.
Tiempos más sencillos en los que las cosas parecían más claras.
Un pequeño cupido pasó por delante de sus ojos. Los cerró con
fuerzas. Últimamente, de vez en cuando, veía cosas extrañas. Cosas
que le hacían dudar de su cordura. Abrió, temeroso, los ojos y no vio
nada salvo el rostro triste de una mujer de unos cuarenta años que,
tal vez como él, se estuviera preguntando qué hacía allí todos los
días.
El viaje se estaba terminando y Robin Gulliver sintió que la
congoja se apoderaba de su pecho. Inconscientemente, sin aviso, la
maldita ansiedad tomaba de nuevo las riendas. Luchó por vencerla y
empezó a hacer los ejercicios respiratorios para calmarse. Cerró los
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ojos y comenzó a pensar en cosas placenteras, tranquilas, su mujer,
la cría, su pequeño arcón de relatos,... el sudor corría como un
torrente por su frente. Musitó entre dientes la palabra 'tranquilo' y la
repitió una y otra vez, mientras respiraba lentamente y con cada
bocanada llenaba completamente sus pulmones. Poco a poco, por
suerte, el ataque fue remitiendo. La congoja que le ahogaba estaba
desapareciendo. Soltó un pequeño suspiro y abrió los ojos. La mujer
de cuarenta años le estaba mirando extrañada. Se sintió avergonzado
de su debilidad.
Las puertas del vagón se abrieron y Robin Gulliver se dirigió a
la salida. Se dijo a sí mismo que tenía que ser fuerte y que era
preferible haber tenido el ataque en el cercanías que en la oficina. No
era cuestión de dar armas al enemigo.
Siguió andando y agradeció el aire fresco mañanero. Todos los
días recorría el mismo camino, unos quinientos metros por un
descampado
solitario
hasta
la
oficina
situada
en
un
parque
empresarial del extrarradio, un edificio inteligente cerrado, que en
verano era un congelador y en invierno una sauna. La situación del
mismo había sido elegida por el bajo precio en comparación con otras
instalaciones en el centro de la ciudad y, sobre todo, por la
proximidad a los domicilios de los directores generales. El que los
empleados utilizasen dos horas en ir y otras dos en volver era un
detalle irrelevante.
Robin Gulliver franqueó las puertas de entrada del gigante gris
de acero y cristal. Saludó a los guardas de seguridad y se dirigió a los
ascensores. Había llegado a su condena diaria y esperaba no ver a la
Bestia.
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3. El prisionero del cubículo
512, planta 12.
El ascensor llegó
a su destino en la planta 12. Un breve
momento de deceleración en el estomago de Robin Gulliver y las
puertas se abrieron.
—Sé fuerte. —Se dijo no muy convencido. Notó un brote de
aprensión, pero logró vencerlo. Empezó a andar con paso rápido.
—Unos segundos. Aguanta. Unos segundos más. —El pasillo de
cubículos de la planta 12 era idéntico al de la 11, y al de la 10 y al
de... Pequeños espacios separados por planchas de contrachapado
forrados en tela gris en los que se generaba una actividad
enfebrecida. Todos eran iguales en forma, con su ordenador, su silla,
su teléfono, su cajonera, su papelera... Cada empleado buscaba huir
de esta unificación personalizando su cubículo con pequeños detalles:
una foto familiar, unos muñequitos estúpidos encima de la pantalla
del ordenador, etc. Cualquier cosa para escapar de la uniformidad. Y
el cubículo de Robin Gulliver era sin duda bastante distinguible... Si
alguien se preocupaba de acercarse a él y echarle un vistazo.
Situado en el extremo más lejano del infinito pasillo de
cubículos, en una esquina de la planta, el sitio estaba rodeado de
ordenadores obsoletos y restos de mudanzas, fruto de una ubicación
momentánea que acabó siendo definitiva. Y en el medio de todo este
maremagno de piezas de desecho la silla de Robin Gulliver.
Dejó su abrigo en la percha
y un demonio enano saltó de la
misma hacia el suelo, desapareciendo entre un teclado medio roto y
un monitor polvoriento. Robin se empezaba a acostumbrar, muy a su
pesar, a estos toques de irrealidad. Sabía que la mente reacciona de
forma extraña ante
estados de
soledad extrema. Y
ese
era
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justamente su caso: soledad extrema.
Su único contacto con el resto de la raza humana estaba dos
filas de cubículos más allá. Pero para el caso podía haber estado en
las antípodas, pues la gente que allí trabajaba tenía la orden tácita de
no hablarle. A veces se había cruzado con ellos en la máquina de
café, pero, aunque intentó saludarles y sacar un tema banal de
conversación, lo único que recibió fue un vacío desdén, como si no
estuviera, y la desaparición de sus ‘compañeros de equipo’, huyendo
a toda prisa como del que tiene una enfermedad innombrable y
contagiosa.
Taciturno, los miró y deseó estar con ellos, riendo con sus
ocurrencias, compartiendo un bocado o dejándoles la grapadora...
Pero sabía que no podía ser. Su destino estaba sellado y se sintió
avergonzado de su cobardía, de no enfrentarse a la Bestia. La Bestia.
Le había puesto ese nombre recordando un seminario al que acudió y
en el que comentaron que había que poner nombre a los problemas
para personalizarlos y poderlos abordar. La Bestia, un nombre tan
bueno como otro para Dina, su jefa. La triunfadora tan soberbia como
inútil y falta de talento, a la que poco le importaban sus carencias.
Su cohorte de acólitos siempre la apoyaban en todo. Sobre todo en
sus jueguecitos de después de las cenas.
Cada cierto tiempo, Dina, como toda buena mama gallina,
llevaba a sus pollitos a cenar a caros restaurantes a costa de la
empresa. Allí le reían sus gracias. Robin Gulliver nunca había ido a
estos ‘importantes eventos’ pero llegaron a sus oídos los divertidos
temas de conversación de los que trataban allí. Se podía imaginar
perfectamente una velada con Dina como si fuera un guión dirigido
por Alfred Hichtcock...
DINA (Con actitud jocosa)
¿ALBERT? ¿QUÉ PASA CON ALBERT?
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ACÓLITA Nº 1
NADA, NO QUIERO COMENTARLO MUCHO. NO ME
GUSTA
HABLAR MAL DE LOS COMPAÑEROS QUE NO ESTÁN DELANTE,
PERO... SE LE VAN LOS OJOS DETRÁS DE LAS FALDAS. CADA
VEZ QUE HABLA CONMIGO, NUNCA ME MIRA A LA CARA.
SIEMPRE ME MIRA AL PECHO. ME HACE SENTIR INCÓMODA.
ACÓLITA Nº 2
ESTÁ MUERTO DE HAMBRE DESDE QUE SE DIVORCIÓ. Y VA
PARA LARGO. CON SU TIPO, LO LLEVA MUY CLARO.
ACÓLITO Nº 3
¿OS HABEIS FIJADO QUE COJÉA UN POCO? PARECE UN
CUASIMODO BUSCANDO SU ESMERALDA...
ACÓLITA Nº1
PUES NO SERÉ YO.
DINA (Sonriendo pícaramente)
JE, JE,...CREO QUE NO OS TENDRÉIS QUE PREOCUPAR MÁS
POR ALBERT.
ACÓLITA Nº1
¿NO? ¿SABES ALGO QUE DEBIÉRAMOS SABER?
ACÓLITO Nº3
¡VENGA, VENGA! ¡DILO!
DINA
SE ESTÁ BARAJANDO UN AJUSTE DE PERSONAL...
Se produce un silencio sepulcral en la mesa.
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DINA
NO
OS
PREOCUPÉIS.
NO
OS
AFECTA.
YA
TENGO
UN
CANDIDATO QUE OFRECER AL COMITÉ...
ACÓLITA Nº2
¿ALBERT?
DINA
¡BINGO! ¡PURITO PARA LA SEÑORITA! YA SABÉIS, HAY QUE
RECORTAR GASTOS Y ALBERT ES EXTERNO.
ACÓLITA Nº1
¿Y SU TRABAJO? ¿QUIÉN LO HARÁ? NO NOS IRÁS A CARGAR
CON SUS COSAS. ¿NO?
DINA
NINGÚN PROBLEMA. UN BECARIO Y PUNTO.
ACÓLITA Nº1
¡PUFF!¡¡MENOS MAL!!
ACÓLITO Nº3
¡ES QUE NOS DAS UNOS SUSTOS, DINA!
DINA
NADA, NADA. MIENTRAS ESTÉIS CONMIGO, NO TENDRÉIS
NINGÚN PROBLEMA...
Y así, al pobre Albert le llamaron cinco minutos antes de la hora de
salida del viernes. Cuando el lunes no le vieron por la oficina, nadie
dijo nada, nadie preguntó qué había pasado. Y la vida continuó.
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Robin sí se dio cuenta de la falta, pero él era nadie. Se imaginó
lo sucedido y recordó a Albert. Era de los pocos, los últimos, que le
dirigían la palabra. Incluso habían compartido un café hablando de
temas informales y la última película que habían visto.
Hubo otros tiempos, que ahora parecían lejanos y olvidados,
aunque sólo habían pasado dos años, en los que las cosas eran
distintas. Robin Gulliver dirigía un equipo encargado de estudios en
internet. Navegaban todo el día buscando lo último en tendencias,
divirtiéndose donde entraban... un trabajo agradable. El jefe de
entonces les dejaba libertad de movimientos y los resultados eran
espectaculares. Este jefe estaba al mismo nivel que la Bestia y por
eso mismo estaban cordialmente enfrentados. Por lo menos cara a la
empresa. En el fondo no se aguantaban y siempre que podían
manifestaban muy sutilmente, eso si, la falta de profesionalidad del
otro.
Todo seguía un camino de Guerra fría y de 'no te metas en mi
terreno y yo no me meteré en el tuyo'. Aguantándose mutuamente,
sin bajar la guardia. Americanos y rusos. Montescos y Capuletos.
Robin nunca valoró tanto a su jefe como cuando se fue. Su marcha a
otra empresa supuso la caída del Muro. Y como en el Muro, el
pistoletazo de salida para los excesos de la Bestia. Robin se convirtió
en víctima por asociación. Ya que no podía hacer nada contra su
antiguo Némesis, la Bestia se cebaría en sus subalternos.
La Bestia no esperó a que se enfriase la silla de su rival.
Cuando recibió, por encargo de sus superiores, la labor de hacerse
cargo del departamento huérfano no tardó en imponer unas medidas
de choque. Auspiciada por sus adláteres, empezó la tarea de acoso y
derribo del otro equipo. Les quitó labores beneficiando a sus pollitos.
Luego comenzó la labor de incomunicación y desprestigio: reuniones
sorpresa sin aviso ('No colaboran. No asisten a las convocatorias'),
pequeños chismes profesionales ('Son bastante anárquicos. No
trabajan en equipo'.), pequeños chismes personales ('El trato con
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algunos de ellos es algo, digamos, especial. No son muy normales'.)
Tras seis meses de excelsa gestión, casi todos abandonaron el
departamento de una manera u otra, dirigiéndose en peregrinación,
los afortunados, a otros departamentos y a otras empresas, y la
mayoría,
al paro. Las excusas para despedirlos eran de lo más
peregrinas, sobre todo la del perfil fue muy utilizada. Personas que
llevaban años en un puesto, de repente, ya no tenían el perfil
adecuado. Ante esta humillación había quien perdía los nervios
ahorcándose profesionalmente y dando la razón a quienes habían
comentado de ellos que eran ‘inestables emocionales’.
Robin no daba crédito a sus ojos. Cada día le sorprendían con
una nueva estratagema, un nuevo cebo para que picase, algunos
burdos, otros más elaborados. Más de una vez pensó en abandonar.
Si la situación le hubiera cogido con unos años menos, sin una familia
que mantener y sin una losa en forma de hipoteca, habría hecho las
maletas y hubiera saltado a otra empresa. Pero el mundo esta lleno
de Sies, y no podía permitirse un cambio. Aparte de la situación
catastrófica en el mercado laboral, su edad era uno de los mayores
impedimentos. Con cuarenta años a sus espaldas era considerado
viejo para la mayoría de los trabajos.
—¿Viejo? Dentro de poco serás viejo a los treinta, y luego a los
veinte... ¿Dónde demonios vas a conseguir una experiencia de cinco
años en un puesto con solo veinte? —pensó amargamente, mientras
miraba la pantalla de su ordenador. Vio pasar volando un hada ligera
de ropa delante de sus ojos que le hizo volver a la realidad.
Y que a tiempo, al fondo vio que Lala, una de las manos
derechas de la Bestia, se acercaba. Robin aparentó estar interesado
en la pantalla mientras utilizaba el teclado. Desde hacía más tiempo
del que deseaba, aparentaba trabajar. Le habían quitado tantas
responsabilidades que su labor diaria se podía realizar en escasos
minutos. Era agónico estar día tras día sin hacer nada la mayoría del
tiempo, viendo cómo se escapaba la vida en una estéril secuencia de
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momentos inútiles. La Bestia esperaba que se cansase, tirase la toalla
y se fuera, pero Robin resistía numantinamente en su olvidado sitio.
Pensó en su mujer y en su hija y sacó fuerzas de flaqueza mientras
Lala se acercaba a su vera.
—¿Muy ocupado? —dijo con sorna la joven morena.
—Sí, ya sabes que estos informes diarios llevan su tiempo —
mintió Robin, como ya era costumbre.
—No te olvides del estudio de calidad para el viernes —continuó
Lala con una sonrisa falsa.
—¿Estudio? ¿Qué estudio? —replicó Robin sorprendido.
—El que te pedimos hace un mes...
—Pues,...no sabía que hubiera que hacer ese informe.
—Ay, ay, ay... que despistado estás. Seguro que has perdido el
mail. Pues es un informe muy importante para enseñar a los jefazos.
Bueno, no te preocupes. Te lo vuelvo a mandar y haz lo que puedas.
Aunque no creo que tengas tiempo...
Lala se marchó con una sonrisa triunfante. Robin se quedó
parado unos segundos. La rabia se iba apoderando de él y pensó en
lanzarle a Lala la grapadora. Pero se contuvo... por enésima vez se
contuvo. Sabía de sobra que no existía ningún mail. Desde hacía
tiempo, tenía un directorio en el ordenador donde guardaba día a día
todos los encargos y peticiones que se le hacían. Una medida de
seguridad, porque todo lo que queda escrito se puede esgrimir como
prueba. O al menos así se automentía Robin, en un entorno en el que
la realidad era tan cambiante como las acciones de bolsa.
Tecleó rápidamente en el ordenador y buscó dentro del
directorio de encargos. Sabía de sobra lo que iba a encontrar, pero
tenía que comprobarlo. Un pequeño gnomo de pies grandes cayó
desde encima de la pantalla, rebotó dos veces y siguió su caída por el
borde de la mesa.
Una de las razones para comprobar en el directorio era esa.
Estas pequeñas irrealidades le hacían temer por su cordura. Sabía
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que no existían, que no debían existir. Habían aparecido a las pocas
semanas de quedarse solo en su cubículo. Entonces vio a un
unicornio enano paseándose a su lado. Le miró a los ojos y salió al
galope perdiéndose por el pasillo. Al principio se asustó mucho. Su
primer pensamiento fue decirlo a sus compañeros de dos filas mas
allá, pero la palabra ‘compañeros’ le mantuvo callado. No tenía
compañeros. Unos por estar cercanos a la Bestia y otros por no
querer el destino de Robin al romper la tácita orden de vacío. El
resultado era que no podía plantarse y decir lo que había visto. Le
estaría dando armas al enemigo y sellando su despido inmediato. Así
que calló lo visto. No debía de decirlo a nadie, ni siquiera a su esposa.
Si le tachaban de loco, perdería todo.
Por fin terminó de comprobar el fichero de tareas y los mail
enviados. Como había supuesto, no había ninguna petición. Suspiró
un poco. Por lo menos en esto su mente no estaba jugando con el.
Se puso a hacer el trabajo. Era algo tedioso, pero por lo menos
tendría unas horas ocupadas. Y eso era un tesoro en medio de un
desierto de inactividad acongojante.
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4. El hombre que hablaba
con los tiburones
Habían pasado dos
meses desde que Iván naufragó. La
isla tenía de todo: agua limpia, fruta abundante y sabrosa, y carne;
ya había paladeado algún que otro conejo (nunca se le hubiera
ocurrido que los plátanos fritos en tiras finas podían tener tanto
parecido a las patatas fritas).
También había tenido mucha suerte con el ocio, pues entre los
restos del naufragio pudo rescatar una caja llena de libros. Así que
cuando acababa las tareas de pura supervivencia, se sentaba debajo
de una palmera delante del mar y devoraba lentamente las aventuras
de intrépidos cadetes espaciales, fornidos aventureros de los años
veinte y poesía del siglo pasado, en un extraño, aunque revitalizador,
cóctel literario que le ayudaba a matar las largas horas hasta la
llegada de la noche.
Desde el principio, se impuso una rutina diaria. Sabía que si así
lo hacía no dejaría que la depresión se apoderase de él. Por la
mañana, conseguía alimentos, almacenaba leña para cocinar y
calentarse, se aseaba en un pequeño río cercano y se obligaba a
escribir un pequeño diario en unas hojas de papel higiénico (Otro de
los hallazgos rescatados era un arcón lleno de suave papel destinado
a otros fines menos artísticos). Después hacía un pequeño recorrido
por la isla para hacer ejercicio. Descubrió, para su tranquilidad, que el
mayor peligro que podía esperar del reino animal dentro de la isla,
era una colonia de papagayos que se habían asentado en una florida
ladera. Con respecto al exterior de la isla, era otra cosa. Estaba
rodeado de tiburones. Nunca había visto tantos y tan variados:
tintoreras, azules, martillo,... Tal vez habían detectado la presencia
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de Iván y, hartos de su dieta a base de pescado, pensaran en un
cambio culinario, una delicatessen humana. El día que Iván llego a la
isla no había ningún escualo, pero al día siguiente, toda la isla estaba
rodeada. Iván recordó "los pájaros" de Hitchcock. Parecía que olían
su presencia de algún modo sobrenatural. Cuando se movía de un
lado a otro de la playa, los tiburones le seguían como un torvo
ejercito de sicilianos siguiendo a su hermana virgen.
Sabía, mejor dicho esperaba, que alguien le rescatase de la
isla... pero pasaban los días y los meses, y nadie aparecía en el
horizonte, salvo gaviotas que a veces confundía, en su necesidad, con
aviones... y los tiburones seguían allí en todo momento.
—¡No probaréis mi carne! —gritó con rabia mirando al mar lleno
de aletas,... y para su asombro, oyó:
—Sshhhabemosss esssperar. Essss cuessstión de tiempo. —
Iván se quedó de piedra. Había alguien más en la isla. Se volvió hacia
la selva y sacando fuerzas de flaqueza, se enfrentó a lo desconocido
fingiendo entereza.
—¿Quien es?... Creí que no había nadie más en la isla...
—Y no hay nadie mássss, essstúpido. No ssssé porque nosss
dasss la essspalda. —¿Dar la espalda? Una idea peregrina e imposible
cruzó la mente de Iván. Lentamente, con ese pánico que se apodera
de uno en las pesadillas en las que no puedes eludir tu fatal destino,
se volvió al mar.
—Ésssto essstá mejor. Nosss gusssta verte. Nosss gussstan
losss humanosss. —A este comentario siguieron unas risas in
crescendo.
Iván no daba crédito a lo que estaba sucediendo.
—¿Sois...sois los tiburones? —Titubeó con labios temblorosos.
—¡Claro que sssomossss losss tiburonesss! ¿Quién sssi
¿Esssos essstúpidosss papagayosss?
—¡Pero no puede ser! ¡Los tiburones no habláis!
no?
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
—Esss curiossso. Esss lo misssmo que pensssabamos de
vosssotrosss. Lo cual esss muy lógico. ¿Acassso te hasss preocupado
de hablar con losss conejosss que te hasss comido?
Definitivamente
Iván
ya
sabía
lo
que
estaba
pasando.
Demasiado sol, la soledad,...todo se había conjugado y se estaba
volviendo loco.
—Loco... —Balbuceó con la mirada perdida.
—Sssí, tal vez, pero nosssotrosss tenemosss el remedio que te
curará.
—¿Cúal? —Se oyó decir, sintiéndose estúpido por hablar con un
espejismo de la mente.
—Ven
a
nadar
con
nosssotrosss.
Ven
a
nadar
con
nosssotrosss... —Y con este comentario oyó de fondo pequeñas risas
contenidas de bocas con tres filas de dientes.
—Puedo estar loco, pero no quiero lo que me ofrecéis.
—Sssabemosss esssperar.
Iván salió corriendo hacia su choza aterrado. Se estaba
volviendo loco, gaga, demente,... le faltaban palabras.
Lo sabía a
ciencia cierta. De nada había servido seguir la rutina. Pero aun así...
Decidió luchar contra las imaginaciones, y con entereza volvió otra
vez a la playa. Vio como todas las aletas se volvían hacia él.
—¿De nuevo aquí? ¿Nosss echasss de menosss?
—Sois fruto de mi imaginación. Vais a desaparecer. Vais a
desaparecer... —Dijo Iván apretando los ojos. Sabía que si mandaba
una orden enérgica a su subconsciente podría borrar esta locura, o al
menos eso había leído en algún libro de autoayuda.
—¿Quieresss que desssaparezcamosss? Ven un ratito con
nosotrosss y ya verásss como desssaparecemosss... Dessspuésss.
—Vais a desaparecer. Vais a desaparecer... —Continuó Iván
apretando más los ojos y con los puños cerrados a punto de hincarse
las uñas en la palma de las manos.
—No sigasss, tonto. Sssomos tan realesss como tú. ¿Quieresss
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
una prueba?
—Sí. —Dijo Iván interrumpiendo su letanía.
—Bien. Danosss una orden y nadaremosss hacia donde nosss
digasss.
—De acuerdo. Esto demostrará que sois ilusiones. Bien. Los que
estáis a mi derecha, nadad hacia la derecha y los de la izquierda,
nadad hacia la izquierda. —Iván sabía que no cumplirían esta orden
pues todo estaba en su mente... Pero, de repente y ordenadamente,
las aletas empezaron a moverse. Unas hacia la derecha, otras hacia
la izquierda, dejando un amplio pasillo tan grande como el asombro
de Iván.
—¿Essstáss convencido ahora, essstúpido? —Iván calló unos
momentos. Era imposible, pero estaba ocurriendo.
—¡Es real! Entendéis lo que os digo. —Gritó desasosegado.
—Puesss claro. Te lo esstábamosss diciendo. Esss irónico que la
essspecie dominante del planeta tenga la mente tan cerrada. No
creéisss en sssirenas, ni tritonesss, ni krakensss, ni en nada que ssse
sssalga de vuessstro concepto de lasss cosssasss.
—Es...es que nunca hubiera imaginado que tuvierais esa
capacidad.
—Todosss losss hombresss que conocemosss sssaben que
hablamosss. Sse lo decimosss nosssotrosss.
—Pues no lo sabía.
—Esss normal que no lo sssepasss. Sssolo hablamosss con ellos
en el momento final. Less sssusssurramosss cómo nosss gussstan. El
miedo añadido losss hace mássss sabrosssosss.
—¿Y...y por qué me lo decís ahora? —dijo Iván temiendo la
respuesta.
—Porque esss tu momento final y no lo sssabes. Esssta isssla
essstá fuera de lasss rutasss del hombre. Nadie va a venir a
sssalvarte. Esss sssólo cuessstión de tiempo...
—¿Cuestión de tiempo qué?
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Jorge Antares
—Cuessstión de tiempo que te vuelvasss loco de sssoledad y
quierasss un final rápido. Nosssotros te lo ofrecemosss. Sssabemos
de lo que hablamosss. Por aquí han passsado noblesss del siglo XVI,
marinerosss del XIX y, el último, un aventurero maltesss de
principiosss del XX. Todosss denegaron nuessstro ofrecimiento al
principio, pero
luego
essstuvieron dessseosssos de nadar
con
nosotrosss. Disssfrutamosss mucho con su compañía.
Iván se quedó mudo con ojos vidriosos, sin esperanza. Tras
unos breves momentos se dirigió de nuevo a su choza y se dejó caer
en su cama de ramas. Mirando al techo con mirada perdida, recordó
cómo había llegado allí: el premio del crucero (el primero en su
vida...y el último), las bromas de sus amigos sobre las nativas
voluptuosas, los vómitos por el balanceo de cubierta, y la tormenta,
la gargantuesca tormenta que, de improviso, volcó el barco de placer.
¿Cuántos
habrían
sobrevivido?
Con
los
tiburones
le
parecía
improbable que muchos. ¿Les habrían susurrado a todos que 'less
gussstaban'? No podía quitarse de la cabeza esas voces roncas,
profundas y siseantes. No tenía que hacerles caso. Lo único que
querían era minar su moral para comérselo. No les daría ese gusto.
Tenía que ser fuerte. Más que ellos, más de lo que había sido nunca.
Tendría que convencerlos de que le dejasen salir de la isla. Allá a los
lejos se veían otras islas, tal vez estuvieran habitadas, tal vez no,
pero tenía que intentarlo... Con estos pensamientos y el cansancio
producido por la tensión, Iván se durmió con un sueño intranquilo.
Despertó de madrugada con los gritos de los papagayos. Eran
unos gritos escalofriantes, como los de un bebe a medianoche. Salió
de su tienda con miedo. Se preguntaba temeroso si las aves habrían
sido atacadas por alguna fiera salvaje no detectada en sus paseos.
Para salir de dudas, se dirigió al origen del sonido: la playa. Allí
descubrió un espectáculo dantesco. Miles de tiburones peleándose por
un puñado de plumas tiñendo el mar de rojo. Tal era su ansia y
ferocidad que no dudaban en atacarse salvajemente por el nimio
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
botín. No se podía distinguir a quien pertenecía más sangre, si a los
pobres papagayos, apenas reconocibles por trozos de pico, o a los
tiburones que en su furor llegaban al canibalismo.
—Sssalvajesss —oyó decir a una aleta solitaria cerca de la playa
y apartada de la vorágine sangrienta.
—¿Eh? ¿Qué haces tú aquí? ¿Por qué no estás con ellos? —dijo
Iván,sintiéndose aterrado y estúpido al mismo tiempo. Aún no estaba
acostumbrado a hablar con tiburones.
—¿Y arriesssgarme a morir por un puñado de plumasss? No. Me
consssidero másss civilizado. Tengo modalesss ¿sssabes?
—¿Un tiburón con modales? Eso es difícil de creer.
—¿Un humano inteligente? Essso esss másss dificil de creer
aun. Asssí no vamosss a empezar bien nuessstra relación.
—¿Relación? ¿De qué diablos estás hablando? ¿Relación?
¿Acaso estás enamorado de mí o algo así? Ya sería lo último...
—Hay muchosss tiposss de relacionesss. Digamosss que la
nuessstra esss comercial. Tú me dasss algo, yo te doy algo...
—¿Y qué quieres de mí? —Iván calló un momento, y prosiguió—
¡Ya sé lo que quieres de mí! ¡Lo mismo que quieren los otros!
—Essstásss equivocado. No quiero tu carne. No me gussstan
losss humanosss. Sssoy essstúpido. No tenía ni que haber intentado
hablar contigo, ni proponerte nada...
—¿Qué clase de propuesta era esa?
—Algo en lo que pudieramosss beneficiarnosss losss dosss. Pero
antes lasss presssentacionesss. Ya te he dicho que tengo modalesss.
Mi nombre esss Sssar. ¿Cuál esss el tuyo?
—Iván. Es...estoy intrigado con tu, eh,... con tu 'propuesta'.
—Ya, la propuesssta. Bien, essstoy un poco harto de comer
pessscado. Ahí ressside la bassse de nuessstro intercambio. Tú me
puedesss proporcionar unosss sabrosssosss y exquisssitos conejoss y
yo, a cambio, te puedo dar información. Información importante.
—¿Qué clase de información?
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Jorge Antares
—Información horaria. Cuando ssse van los tiburonesss a sssu
reunión semanal.
—¿Reunión semanal?
—¡Moluscosss! ¿Esss que no sabesss hacer otra cosssa que
repetir lo último que te digo como sssi fuera una pregunta? ¡Sssi,
reunión sssemanal! El momento en el que todosss ssse juntan y
dejan la playa. Un momento que puedesss aprovechar...
—¿Para escapar?
—No, para hacer relojesss de sssol con los cocosss... ¡Puesss
claro! ¡Para essscapar, bobalicón! Una barca y un buen viento te
pueden llevar a las islasss de másss alla.
Iván se vio navegando con el viento en su cara. No veía difícil la
construcción de una pequeña barca. De hecho, entre los libros
rescatados del naufragio, se encontraba un manual de maquetas
marítimas con planos y todo. Si extrapolaba y simplificaba los planos
podría tener su barco en un par de semanas. De pronto, el ánimo
perdido retorno con brío. Era capaz de superar la situación. Sólo
quedaba un pequeño detalle...
—¿Y la información que me vas a dar es buena?¿No será una
trampa?
—Por sssupuesssto que no. Ademásss, hay otro motivo que te
iba a contar. Mira, sssoy un gourmet. Y hay deliciasss en esssasss
issslasss inalcanzablesss para mí. Gallinasss, cerdosss salvajesss, y
máss classsesss de frutasss que aquí.
—Y claro, necesitas que alguien las cace y recoja por ti. ¿No es
así?
—Bien. Parece que empezamosss a entendernosss. Para que
essstosss palurdosss no sssepan lo que maquinamosss, tenemosss
que reunirnosss en sssecreto. Hay una pequeña bahía a unosss
dossscientosss metrosss de aquí. Essstá bassstante essscondida y
esss poco transssitada. Nosss reuniremosss allí al sssalir el sssol.
Losss otrosss a esssasss horasss essstán haciendo incursionesss mar
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
adentro en bancos de pesca.
—De acuerdo. Déjame que me lo piense. Es la primera vez que
hago tratos con tiburones y me gustaría darle una vuelta antes de
contestarte.
—¿La primera vez que tratasss con tiburonesss? ¿Tú, un
humano? Deja que me ría. Vivísss rodeado de ellosss toda vuessstra
vida. Lo malo esss que osss han convencido de
que no lo ssson.
Vale, piénsssatelo. Mañana me dirásss la ressspuesssta en la bahía.
Ya sabesss, al sssalir el Sssol.
La aleta del tiburón se marchó lentamente. Más allá, el mar
estaba recobrando su tono azul. Los tiburones habían terminado su
banquete.
Iván se dirigió a su cabaña y estuvo sopesando la oferta del
tiburón. Pensó, que aparte de la buena voluntad, se haría un par de
lanzas. Por si acaso, siempre era mejor prevenir.
Al día siguiente, con los primeros rayos del Sol, Iván se acercó
a la bahía. Allí le esperaba una solitaria aleta.
—Buenoss díass, Iván. Veo en tus ojosss la respuesssta.
—Sí, la tengo, Sar. Acepto tu propuesta, pero con una
condición.
—¿Una condición?
—Vaya, ahora eres tú el que me responde con lo último que he
dicho...Sí, una condición. Que me acompañes en mi viaje atado a la
barca.
—¿Qué? ¿Atado a la barca?
—Sí, atado a la barca. Como muestra de buena fe. Imagínate
que a mitad del camino, tus amigos deciden visitarme...
—No lo harán. Tienesss mi palabra.
—Ya. Lo sé. Pero por si acaso, tengo que cubrirme las espaldas
¿Lo comprendes? Sólo nos conocemos de ayer.
—Lo
comprendo. Tienesss que
asssegurarte. No
ressspuesssta que esssperaba, pero vale. Essstoy de acuerdo.
esss la
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
—Bien. Entonces, ya podemos hablar... —y así Iván y Sar
conversaron del plan de huida saltando de isla a isla hasta llegar al
continente y del precio.
Se acordó darle al tiburón treinta conejos como pago de sus
servicios por cada isla alcanzada. A cambio éste le daría la
información sobre los horarios y ausencias del resto de los escualos.
Iván se afanó en tener la embarcación lista cuanto antes, al mismo
tiempo que iba cazando los conejos. Por suerte para él, había una
población extensa. Con el objetivo de su marcha en mente, en pocas
semanas consiguió tener el barco y la caza.
—Bien, hoy esss el día. Todosss losss tiburonesss essstán
reunidosss. Debesss darte prisssa.
—Bien, Sar. Aquí están tus conejos. Como acordamos, te los
daré cuando lleguemos a la primera isla.
—Esss jusssto. Vamosss.
Y así, Iván ató al tiburón y se lanzó al mar. Ayudado por el
viento, al poco, la antigua isla donde había vivido los últimos meses
se convirtió en un puntito en el horizonte. La alegría de la huida no
empañó su miedo y desconfianza ante su nuevo compañero. Tenía a
mano una recia lanza dispuesta a atacar el ojo del escualo al menor
signo de traición.
—¿Quién te iba a decir a ti con quién haríasss alianzasss?
—Sí, por el momento no tengo ninguna queja.
—Te noto un poco tenssso. ¿Quieresss que te cuente algo para
passsar el rato? ¿Conocesss un viejo cuento sssobre un essscorpión y
una tortuga?
—No. ¿De qué va?
—Esss un cuento tan antiguo como el tiempo. Érassse una vez
un essscorpión que quería cruzar un río. A la orilla había una tortuga
que al percatarssse de su presssencia inició la huida. "No huyasss,
amigo. Sssólo quiero pedirte un favor". La tortuga exxxtrañada paró
sssu lenta huida. "Quiero passsar a la otra orilla y no sssé nadar.
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Jorge Antares
¿Podríasss ayudarme a cruzar llevándome en tu lomo?" "No sssé".
Ressspondió la tortuga. "Todo el mundo sssabe que eresss de aguijón
fácil. Eresss un essscorpión y essstá en tu naturaleza picar". "Ya te he
dicho que no sssé nadar. Sssi me llevasssesss y te picassse en el
camino, yo también moriría contigo, ahogado". La tortuga ssse quedó
pensando un momento. Lo que decía el essscorpión tenía sssu lógica.
Miró al arácnido y le dijo: "Vale. Monta en mi lomo". Asssí, La pareja
empezó a cruzar el río. En mitad de él, el essscorpión se pussso muy
nerviossso y clavó el aguijón en la cabeza de la tortuga. Mientrasss
ésssta se hundía, asssombrada, decía: "¿Por qué lo hasss hecho? ¿No
vesss que tú vasss a morir también?" Como ressspuesta recibió otro
aguijonazo. Mientrasss ambosss ssse hundían, el essscorpión dijo:
"Lo sssiento. Esss sssuperior a misss fuerzasss. Como bien dijissste,
essstá en mi naturaleza". Y asssí ambosss desssaparecieron en lasss
turbiasss aguasss del rio. ¿Te ha gussstado?
Iván se había quedado blanco. Disimuladamente asió la lanza,
preparado para utilizarla.
—Esss sssólo un pequeño cuento para passar el rato. Mira ya
casssi hemosss llegado a la isssla. —Iván levantó la vista y a pocos
metros se encontraba una amplia playa de arena tenue y limpia. Dio
un suspiro de alivio y se dirigió al tiburón.
—¿Por qué me has contado este cuento en particular?
—Para passar el rato, ya te lo he dicho. Un buen cuento debe
captar la atención y el interésss del oyente.
—Pues te aseguro que la captó muy bien.
—Lo sssé.
—Por un momento pensé que...
—¿Que iba a hacer como el essscorpión? Puesss no. Tenemosss
un trato. Tal vez sssi el essscorpión hubiera sssido un gourmet como
yo, el cuento tendría otro final.
—Sí, tal vez... —Iván varó la barca en la playa y echó un
vistazo a la selva que se extendía unos metros más allá. Respiró
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
profundamente, aliviado, y se volvió al escualo.
—Ahora sssuéltame y dame mi parte del acuerdo. —Iván
asintió, soltó las cuerdas del tiburón, cogió la carga de conejos y se la
lanzó al tiburón. Éste los comió educadamente.
—Bien, Sar. Ahora te tengo que dejar. Tengo que ver dónde
voy a dormir esta noche. Gracias por todo. Nos volveremos a ver
para ir a la próxima isla.
—Dessde luego. Ten por ssseguro que nosss volveremosss a
ver. —Iván se adentró en la selva.
Sar se quedó al borde de la playa deleitándose con las futuras
golosinas que esta isla le iba a ofrecer: las gallinas, los cerdos, el
hígado humano... Ah, el hígado humano, lo único de valor de los
hombres. Eso sí que era una auténtica deliccatessen. Oyó un grito,
luego otro, luego otro más bajo y luego silencio.
Esa noche paladearía su preciado hígado. Ésa era su parte del
trato con el caníbal de la isla porque Sssar era un gourmet, no un
sssimple essscorpión...
Robin despertó inquieto, rodeado de oscuridad. Se había quedado
dormido en el servicio de la oficina y había soñado con náufragos y
tiburones. Una pesadilla que le dejó palpitaciones en su cansado
corazón y un sudor febril empapando su cuerpo. Encendió la luz.
Últimamente, los servicios se habían convertido en el último reducto
de tranquilidad, a salvo del acoso continuo que estaba sufriendo. Allí
nadie le interrumpía, salvo algún necesitado que sin darse cuenta
intentaba abrir la puerta.
Suspiró
y
bajó
la
desaparecían al despertar...
mirada.
Por
lo
menos
las
pesadillas
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
5. Circuitos empáticos
La astronauta miró
por la escotilla al planeta azul que
ponía el punto de color al abismo de negrura. Dennise Bowie volvería
a pasear por los bosques de sauces llorones de la finca de tío Gedeón
y volvería a tomar el pastel de carne que hacía la tía Sara,... bueno,
eso procuraría evitarlo, de momento, por si acaso.
Sí, pronto volvería a casa... Demasiado tiempo había estado en
la estación espacial comunitaria. Toda una vida. Una misión sencilla
de pocos meses se convirtió, gracias a un cúmulo de circunstancias
adversas, en una prisión de años. Abajo, mientras, habían pasado
muchas cosas: cambios de gobierno, recortes de presupuesto y,
claro, la locura de Caín, la extraña enfermedad que era una mutación
del mal de las vacas locas y que producía brotes de canibalismo
incontrolado. El mal había diezmado la población convirtiendo a dos
terceras partes del mundo en una hambrienta turba que veía con ojos
dementes al resto del planeta. Menos mal que aquí, todo el alimento
se sintetizaba en los campos hidropónicos del área norte de la
estación.
Jcn—225, la computadora de a bordo, se ocupaba de que no le
faltara nada a Dennise. Le daba comida, ocio enlatado y ocasionales
conversaciones que suplían las charlas humanas largo tiempo
olvidadas, pues hacía años que Dennise no hablaba con ningún
humano. Una de las primeras consecuencias del accidente que la
confinó a esta prisión orbital, fue la rotura de los sistemas de
comunicación. Las únicas noticias que tenía de la tierra eran las que
Josy (el diminutivo con el que se refería a Jcn—225) captaba de las
emisiones terrestres. Josy no era mal compañero, pero a veces era
tan insufriblemente lógico y puntilloso que Dennise temía perder los
nervios. Cuánto añoraba hablar con Tony, su hermano poeta, cuyas
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
palabras eran ambrosía sonora, o con Jaime, el cinéfilo de las mil
anécdotas. Cualquiera hubiera cubierto el hueco de calor humano que
cada vez se hacía más grande. Sí, cualquiera, hasta el creído de
David, pagado de su ego y conquistas,
o
Ramona, la insufrible
casera maniática que cada vez que podía le contaba los chismes de
los gays del ático,... Ahora sólo quedaba Josy, y aunque se afanaba
por ser lo más humana que su programación le permitiera,... en fin,
no era lo mismo.
Dennise
tenía largas conversaciones con la máquina, que
muchas veces terminaban con un sopor etílico, fruto de un alambique
y del néctar destilado de patatas del invernadero. A la mañana
siguiente se despertaba con la lengua seca y pastosa y con pinchazos
en la cabeza a causa de la resaca. Josy le preparaba un desayuno a
base de zumo de tomate y especias y un toque de alcohol de patata,
que ejercía efectos mágicos en una comatosa Dennise.
Y después, las tareas diarias. Hechas con desgana, pero que
ocupaban
sus
largas
y
solitarias
horas
con
experimentos
de
reproducción de moscas en estado de ingravidez y síntesis de nuevos
compuestos en gravedad cero. Josy siempre la tenía ocupada con una
agenda que a Dennise a veces le parecía algo inflada. Por la noche,
algo de diversión con una película o un juego de realidad virtual que
la evadía a mundos de fantasía, que la mayoría de las veces parecían
más reales y vivos que la propia realidad. Y luego la cama. Durante
una temporada tuvo pesadillas acerca de un prisionero en lo alto de
una torre de cristal al que todos los días amenazaba un dragón que
no le dejaba bajar a los pisos inferiores. El producto de una mezcla de
videojuegos y pastillas tranquilizantes, pensó.
Y cuando ya parecía que no había esperanza, vino la señal. Josy
había captado una emisión que decía que el programa espacial volvía
con fuerza y con renovados presupuestos, y que en cuestión de
escasos meses se prepararía una brigada de salvamento. Dennise no
pudo evitar que se le escapase una lágrima y un pequeño suspiro.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Llevaba unas semanas pensando en acabar de una vez por todas con
su padecimiento. La escotilla del área norte la llamaba cada vez más,
como una sirena en medio del océano. La visión de acabar viendo los
jardines hidropónicos de la nave cada vez le parecía mas atrayente...
Hasta ahora. Josy le había devuelto la esperanza.
Dennise miró por la escotilla a la tierra. En breve, vería un
puntito que se haría más grande y que vendría a sacarla de su
encierro. Hasta ahora nunca se había parado a contemplar el espacio
con esa sensación de paz, de tranquilidad,... Cerró los ojos
placenteramente y paladeó el momento...
Josy manejó los controles de atmósfera con gran precisión. Era
lo que se esperaba de ella: precisión, perfección,...
todas esas
grandes palabras terminadas en on, que definían a la maquina. Pero
ahora estaba haciendo algo extraño, fuera de su programación. De
hecho llevaba haciéndolo desde hacía meses... Desde que vio a
Dennise mirar con ojos sin esperanza la escotilla del área norte.
Entonces algo saltó, se trastocó, en su estructurada programación y
supo qué tenía que hacer. Inventó la transmisión de rescate. Sabía
desde hace mucho que nunca iban a venir a rescatar a su amiga. La
tierra se encontraba barrida por el Mal de Caín. El centro espacial era
un silencioso lugar lleno de huesos que no iban a mandar ninguna
operación de rescate...
Josy siguió combinando los gases hasta conseguir la mezcla
dulce y letal que Dennise estaba inhalando. Los últimos meses habían
sido una gloria. Con la esperanza en su cara, Dennise nunca había
lucido un aspecto mejor. Ese había sido el regalo de Josy...
—Deprimente —pensó Robin, mientras terminaba de releer el relato.
La primera vez en casi un año que volvía a escribir y le salía ésto...
Había aprovechado la hora de la comida en el trabajo para hacer el
relato. Tenía tantas ganas retenidas que le salió de un tirón. A pesar
de todo, el sabor agridulce no le desagradó en exceso y se prometió
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volver a escribir otra vez, pero el próximo sería un poco más
optimista... Si podía...
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
6. Mensaje en la botella
Lo había descubierto
por casualidad. Un día que su
ordenador no funcionaba y que tenía que entregar un informe
sorpresa ('¿No lo tienes? Te lo pedimos hace un mes... Tal vez tengas
el correo mal'), Robin se vio trasteando en la configuración de su
máquina. Sabía que si no lo hacía él, nadie se iba a ocupar de
arreglarlo. Conocía bien la cantinela. Si avisaba del incidente, los
encargados del mantenimiento informático le dirían que todos sus
recursos humanos (lo que antiguamente se llamaba equipo) se
encontraban ocupados y que en breves momentos le atenderían. Lo
de 'breves momentos' era un eufemismo de 'mejor que esperes
sentado, que nosotros tenemos cosas más importantes que hacer,
como
tomar
café
en
la
planta
baja,
por
ejemplo'.
Los
de
mantenimiento sólo tenían dos maneras de actuar. La primera,
apagando incendios, salvando la situación a un jefazo que lo más
cercano que había estado en su vida de un ordenador era viendo
jugar a su hijo con la consola de videojuegos. Se convertían en los
héroes del día apagando y volviendo a encender un portátil. Y la
segunda, la normal, dándote largas y escuchándoles risas apagadas
en el teléfono cuando te contestaban después de media hora de
espera martilleado con una música que creían relajante y que, lo
único que hacía era acentuar tu sentimiento de estupidez.
Así que, de esta manera, lanzándose a la salvaje selva del
software y de los procesos preprogramados, fue como Robin
descubrió que tenía acceso a Internet. Lo tenía cerrado casualmente
desde que la Bestia tomó las riendas del departamento,... justo el día
después para ser más exactos. Pidió por activa y por pasiva que se lo
restituyeran, pero lo único que obtuvo fue la promesa de que 'antes
del fin de semana lo tendría resuelto'. Y eso fue hace dos años. Podía
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
seguir trabajando, pero tenía cortadas las alas para navegar por la
red. Se sintió como un ciego que recupera la visión y que después
vuelve a perderla habiendo visto los mas bellos paisajes.
No sabía exactamente cómo lo había hecho, pero el caso era
que ahora funcionaba. Miró a un lado y a otro. El resto del
departamento seguía con sus labores, ajenos a Robin... Como
siempre.
—Bien, bien, bien. —Se dijo excitado y empezó a navegar por la
red,
redescubriendo
pequeños
tesoros,
información,
noticias,
periódicos, paisajes de las Antípodas, pequeños y grandes chismes,
todo, todo, todo... Tenía una pequeña ventana al mundo e iba a
utilizarla como escape virtual de su prisión real. Un hada salió de
debajo del ratón. Voló como una mariposa dejando una estela
luminosa detrás de ella y se acercó a Robin. Le dió un beso en la
frente y desapareció por el pasillo de mesas. Robin sonrió con una
satisfacción
oportunidad...
largamente
olvidada.
No
desaprovecharía
la
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
7. Dame un punto de apoyo
y moveré el mundo
Lo
primero
que
hizo
fue
crearse
unas
cuantas
personalidades virtuales. Sabía por experiencia que ésto le ayudaría
mucho para moverse por la red. Eran como trajes que se adaptaban
al protocolo de cada situación. Si necesitabas ser un superrefinado
ejecutivo, eras Víctor. Si, en cambio, tenías que ser un joven al que
le gustaban el hip hop y las películas de acción, usabas el alias de
Xcelso.
Las herramientas estaban al alcance de todos. Sólo dependía de
tu voluntad e imaginación usarlas. Era bastante sencillo de hacer,
sobre todo si habías trabajado estudiando tendencias sociales y usos
en Internet. Cuestión de acumular pequeñas mentiras, que al final se
convertían en una gran verdad.
Te metías en un concurso musical, contestabas a un par de
preguntas, y a la hora de meter los datos empezaba la gran bola.
Ponías los datos de Xcelso, nuestro joven inconformista de 16 años,
que vivía en el cinturón industrial de una gran ciudad y que compraba
más de dos discos al mes. Después ibas a la web de un famoso
refresco y, bajo la zanahoria de una camiseta exclusiva que meses
después encontrarías en un Todo a Cien, nuestro amigo Xcelso diría
que le gustaban los refrescos de cola con un toque de alcohol, las
hamburguesas, los megaconciertos de hip hop y, además, daba su
permiso para que sus datos se usasen por otras empresas del grupo
y/o colaboradoras para ofrecerle ofertas de viajes de agencias
(especializadas
en
overbooking),
tarjetas
bancarias
(que
te
recordaban lo 'guay' y 'Chachi' que eras con un lenguaje trasnochado
que pretendía ser muy joven y que había sido hecho por una agencia
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
publicitaria de cuarentones alejada de la realidad y allegada al
director de la sucursal central),y ONGs (que se apropiaban de una
enfermedad y que apelaban a tu empatía con los problemas del
mundo mundial), entre otros depredadores de datos.
Paso a paso, se iba creando en la red un archivo de datos con
cada personalidad aprovechándose del sistema. Sí, el sistema que,
como trabajadora hormiguita, recopila poco a poco tus datos
personales haciendo el puzzle de tu vida y los cruza con otros,
clasificándote
con estereotipos y bombardeándote con publicidad
indiscriminada ofreciéndote bicocas, a causa del pecado de juventud
de contestar una encuesta. Robin sabía cómo funcionaba esto, de
hecho era su trabajo antes de ser exiliado al olvido, a la isla rodeada
de restos de ordenadores.
Al final del día existían datos 'reales' de Xcelso, el chaval
inconformista, Víctor, el ejecutivo de grandes cuentas que leía el
Finantial Times, Trini, el ama de casa con problemas menstruales,
Ramón, el enfermo de los concursos y loterías y algunos más que, de
la noche a la mañana y sacados de la chistera de Robin, se convertían
en seres 'reales' con datos 'reales'.
Miró satisfecho a la pantalla del ordenador y de repente se
percató de que casi era la hora de salir. Se le había pasado el día
volando. Hacía tiempo que no tenía esa sensación de ser útil. Levantó
la mirada y miró al resto de sus compañeros. Estaban todos
embebidos en sus ordenadores haciendo que trabajaban después de
horas para ganar puntos delante de la Bestia. Robin pensó en la
ironía de cómo eran más valorados los que aparentaban trabajar y se
tomaban un café con Dina que los que realmente trabajaban y
llevaban el peso de la empresa. Sonrió. Apagó el ordenador, cogió
sus cosas y se dirigió a la salida. Por fin había dejado de estar sólo en
el trabajo. Ahora estaban Xcelso, Víctor, Trini, Ramón y los demás.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
8. El bravo nuevo mundo
Lorena pensó en el accidente. El joven repleto de éxtasis y
alcohol que se saltó el semáforo. Resultado: parapléjica de cuello
para abajo. Consecuencias: ninguna para el joven, ya que pertenecía
a la alta sociedad, y rabia e impotencia eternas para Lorena. Cada
vez que lo recordaba se le saltaban las lagrimas de coraje y se
mordía el labio hasta que unos pequeños hilitos de sangre le corrían
por la garganta.
Atada de por vida a la cama, descubrió la verdadera naturaleza
de sus amigos. Al principio unas visitas fugaces, luego nada. Estaba
sola la mayor parte del tiempo. Incluso su pareja que la iba a amar
para toda la vida, se acercó una tarde para decirle 'Tenemos que
hablar', y después de media hora de excusas y referencias a lazos,
sogas y libertades, abandonó la habitación para siempre, dejándola
sumida en una agonía.
Su vida parecía un círculo vicioso, sin salida, sin esperanza...
Hasta que conoció al Numantino y le dio un sentido a su vida. La
invalidez no había afectado a su boca. Aun le quedaba mucho que
decir y gritar...
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
9. Aún no he encontrado lo
que estoy buscando...
La primera vez que Robin supo de El Numantino fue en un
foro de relatos. Dispuesto como estaba a retomar sus historias, había
navegado por la red buscando la oportunidad de difundirlas a través
de algún concurso o web donde colgarlas. Las horas que antes
pasaba en la oficina haciendo que trabajaba, empezaron a llenarse de
actividades creativas.
Demasiado tiempo había dejado escapar la vida entre sus
manos. Demasiado. Se prometió que no volvería a ocurrir y que, poco
a poco, recuperaría la confianza en sí mismo que la Bestia le había
robado. Cada día era un paso más hacia ese objetivo. Se impuso una
rutina. A primera hora, las labores de oficina. En unos noventa
minutos podía quitárselas de en medio e igualar el trabajo de el resto
de sus compañeros de planta. Y después, el premio: Navegar por la
red emulando a sus homólogos de antaño, esos marineros mezcla de
sabio y aventurero que se adentraban en los océanos buscando
tesoros a través de sendas misteriosas.
Se sintió joven de nuevo. Cada día era un nuevo reto que le
hacía reafirmarse más. En sus viajes, descubrió sitios de magia donde
explicaban hechizos viejos para una nueva era. Nichos de cultura que
eran yacimientos de oro al alcance de cualquiera que quisiera verlos.
Y Robin volvió a sentir el deseo efervescente de despertarse cada día.
De esta forma retornó a su vieja pasión de escribir de manera
continuada. Como un bebé que da sus primeros pasos, dentro de la
rutina autoimpuesta introdujo los relatos poco a poco, de manera
pausada. Primero, escribió unas pocas líneas, después una hoja,
luego varias más. Al principio, le costó un poco, pero a medida que
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
desgranaba nuevas historias, la inercia le hacía escribir más y más...
Buscando un sitio donde difundir su obra se topó con el
Numantino de manera circunstancial. En el foro en el que había
entrado estaban de moda las arengas. Historias que enardecían los
ánimos
y
que
restañaban
orgullos
heridos
por
las
múltiples
humillaciones diarias. Unos contaban lo que les pasaba en sus vidas,
dando material a otros para escribirles arengas personalizadas.
Era una doble catarsis. Al confesar sus problemas daban un
primer paso para resolver sus problemas identificándolos, y la
segunda, al recibir un empujón de los demás para enfrentarlos.
El iniciador de esta curiosa, aunque poderosa terapia, fue El
Numantino, un seudónimo como otro de la red que ocultaba a alguien
que parecía realmente preocupado por los demás. Sus palabras
habían ayudado a muchos. Y el aura de misterio engrandecía aun
más a esta figura como un moderno Robin Hood que devolvía a los
humillados lo robado por los prepotentes y orgullosos.
El grupo que formaba las arengas era muy heterogéneo. Había
jóvenes y viejos, hombres y mujeres,...o por lo menos esos eran los
estereotipos que se movían en el foro. El anonimato favorecía las
confesiones, y si uno se sentía joven, o viejo o de otro sexo, era libre
de manifestarse así, sin cortapisas. Los prejuicios del mundo 'real' no
tenían cabida aquí. Lo único que eras, era lo que decías. Sin dar
justificación, sin pedir perdón por pensar así. Esas eran las normas
que había impuesto el Numantino para las arengas: cualquiera podía
escribir sobre su problema, cualquiera podía escribirle un relato. Todo
el mundo podía leerlo.
Y
no
sólo
se
circunscribían
a
la
red,
algunas
arengas
trascendían a ésta. Si se sabía de alguien que necesitase un relato de
ayuda, sólo tenía que exponer el caso, y una vez escrito se hacía
llegar a la persona de manera anónima con una carta que rezaba 'Un
regalo para ti'. Una señora de la limpieza plantó cara a su jefe
después de recibir una de estas cartas, y aunque la despidieron, ella
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
manifestó que nunca se había sentido tan bien como cuando le cantó
las cuarenta a ese 'chiquilicuatre que no tenía ni media ostia'.
La gente competía por hacer la mejor arenga y éstas eran como
una bola de nieve
que cayera por una ladera, pues los efectos
terapéuticos de las mismas también fortalecían a los escritores, ya
que en muchos casos, inconscientemente, escribían para ellos
mismos.
En esta sana competencia, despuntaban en estos momentos
Lady L y Klarking escribiendo para una chica maltratada por su padre.
Lady L había hecho un corto aunque poderoso cuento dando una
vuelta de tuerca al de la Cenicienta, actualizándolo y con un final un
tanto truculento y jocoso. Klarking, sin embargo, había realizado un
relato cargado de esperanza y reafirmación diaria sobre una niña que
guardaba en una caja la última estrella del cielo. Robin leyó ambos y
sintió la necesidad de participar. Se puso manos a la obra y las
palabras fluyeron como un torrente, como un potro desbocado
corriendo por un prado lleno de amapolas, ... Una tras otra, el baile
de letras formaba un himno,...
Robin estaba escribiendo una
canción, como las que escuchaba de joven, como las que le hacían
soñar las noches de verano. Le vinieron a la mente Joe Jackson y
Elvis Costello, y el resto de grupos de la New Wave. Todos unidos
cantando como en el Live Aid:
"Viernes para siempre.
Ya llegó el viernes, la luz al final del túnel.
Ya llegó el momento, la hora de la acción.
Deja de lado la impuesta rutina, toma ya el timón,
las riendas de tu vida,
que esperan tu dirección.
Hay una fiesta en el aire
La Arenga del Náufrago
Y no necesitas invitación,
El hombre del saco no puede
evitar tu diversión.
Es viernes para siempre.
Sólo tienes que llamar,
Decirles a los amigos
que pidan una copa más.
Es viernes para siempre, no pierdas la ocasión.
Tira la ropa diaria,
Te tienes que vestir para la ocasión.
Hay una fiesta en el aire
Y tú eres el anfitrión,
La maestra de ceremonias,
El quid de la cuestión.
Es viernes para siempre, no pierdas la ocasión.
La luz al final del túnel,
En eso te debes fijar.
Olvida las mentiras de niño,
que te quieren atrapar
en la oscuridad del silencio.
No te debes callar.
El viaje empieza ahora.
No mires hacia atrás.
Poco a poco, paso a paso,
no te volverán a atrapar
en las redes de la culpa,
nunca, nunca más.
Jorge Antares
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Es viernes para siempre, no pierdas la ocasión..."
Robin paró de escribir. Se sorprendió tarareando 'My Sharona' de The
Knack. Sonrió. Se sentía bien, muy bien. Releyó la canción y la envió
al foro con su seudónimo de EspartacoXXI.
Abandonó el lugar y se puso a hacer un informe inútil que la
Bestia le había mandado hacer a través de Lala. Era la enésima vez
que hacía uno parecido y sobre el mismo tema. En otros momentos
se hubiera agobiado, pero esta vez era distinto. Cogió un documento
anterior, le cambió el título y lo puso en la carpeta de salida para
enviar a última hora de la tarde. No le importaba. Era viernes para
siempre.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
10. ...Pero sigo buscando
Después de comer,
Robin pasó la tarde navegando por
webs de arte. Esa tarde decidió ‘ir de museos’. Descubrió la historia
oculta tras algunos cuadros de Velázquez. Le fascinó la personalidad
de éste y cómo conjugaba perfectamente su genio con la vida. Sólo
trabajaba lo suficiente para vivir bien, y si te fijabas, muchos de sus
cuadros más famosos estaban inacabados. Por ejemplo, en 'los
borrachos", los laterales de la obra eran meras pinceladas sueltas.
Pinceladas geniales que daban el pego, pero de lejos, y no tan
trabajadas como las partes centrales. Todo estaba estudiado.
Velázquez se ocupaba de saber donde iban a colgar el cuadro y la
distancia a la que lo iban a ver los espectadores. Entonces lo pintaba
desde esa distancia utilizando una escoba con un pincel al final de la
misma. Mientras muchos de sus contemporáneos se afanaban días
enteros en dar pinceladas y pinceladas consiguiendo poco realismo, él
en pocos segundos con dos movimientos de su escoba—pincel
conseguía resultados a años luz. Y después, a vivir con el dinero
ganado. Todo lo contrario del concepto que se tiene del artista que
parece que por definición debe ser un muerto de hambre dedicado a
su obra, un Van Gogh destinado a recibir reconocimiento después de
la muerte.
Reflexionó un momento. Sin lugar a dudas, era una lección
importante. Un paso más para recuperar la estima perdida. Pequeño
para el hombre pero grande para la humanidad... Sonrió al pensar
esto ultimo, porque nunca estas palabras tuvieron más sentido.
'Grande para la humanidad'. Era irónico que los momentos en los que
has perdido todo, sean aquellos en los que realmente empiezas a
ganar, a darte cuenta de lo que tienes. Cuando llegas a esta vida, te
ponen un dorsal y te mandan a correr. Corres por tener la plastilina
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
antes que nadie en la guardería. Corres por agradar a tus padres,
aprendiendo cosas que muestras como un mono amaestrado delante
de sus amistades. Corres por unas notas en una escuela en la que no
aprendes y sólo memorizas. Corres por una carrera de éxito, por un
deportivo vergonzosamente caro, por una casa en propiedad,...
Corres, corres, corres,... Simplemente por el hecho de que otros
corren a tu lado y no deben llegar antes que tú... ¿Llegar?¿A dónde?
Toda tu vida te la pasas corriendo, sin tiempo para pensar porqué
corres ni hacia donde. Casi tenía que agradecer a la Bestia el haberlo
exiliado, porque gracias a esto había parado en su carrera y había
podido pensar. Toda su vida había sido un Van Gogh. Había llegado el
momento de ser más Velázquez. Tenía que recuperar el tiempo
perdido.
Levantó la mirada de su ordenador y vio al resto de sus
'compañeros' trabajando o haciendo que trabajaban. Se habían
cebado en él, auspiciados por la Bestia. Ya fuera por miedo a ella o
simplemente por hacer leña del árbol caído, ninguno tenía el menor
perdón. A efectos prácticos habían marcado una frontera y la isla de
Robin estaba bien definida. Pero el Robin al que se enfrentaban ahora
era muy distinto al de hace unos meses, porque no era una victima a
la que pudieran hacer acoso y derribo impunemente. No, ya no.
Nunca más. Ya no sufriría cuando Lala le dijera por enésima vez que
entregase un informe nunca pedido. Ya no se enervaría cuando
Jaime, la mano derecha de la Bestia, le hablase como a un retrasado
delante de la gente. Ya no se comería su rabia cuando le pidiera un
cambio en una web a Tricia y recibiera un 'no te voy a cambiar nada.
Esto está perfecto'. Ya no se sentiría estúpido cuando viera sus
informes en la papelera. Tenía un gran poder. El poder de la
sabiduría. Sabía que era un náufrago y eso era muy importante, pues
sabiendo esto tenía todo un mar para escapar. Había tiburones, sí,
pero sabiéndolo estaba más cerca de esquivarlos que cuando no lo
sabía. Era cuestión de decisión, de un estado interior que ahora tenía,
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
o por lo menos estaba intentando conseguir. El primer paso estaba
dado.
Bajó la mirada a la pantalla del ordenador y se dio cuenta de
que tenía correo. Se sorprendió al ver el remitente. Era un mensaje
de El Numantino.
La Arenga del Náufrago
11.
Jorge Antares
Nunca conseguirás lo
que quieres... hasta que no
sepas qué es lo que quieres
¡El Numantino! Nunca hubiera esperado que se hubiera
puesto en contacto con él. En el e—mail felicitaba a EspartacoXXI por
la canción que estaba en boca de todos dentro del foro de arengas.
Muchos de ellos ya acompañaban sus firmas en los mensajes con
'Viernes para siempre' como si se tratase de un grito de guerra como
'Jerónimo' o 'Towanda'.
Robin se quedó perplejo. Sólo habían sido unas palabras, y sin
embargo, el efecto había sido una reacción en cadena que estaba
conmocionando el foro. El Numantino le decía que la canción le ponía
los pelos de punta y que había sido escrita desde el corazón y más
abajo. Robin esbozó una pequeña sonrisa. No era para tanto, pensó.
También le comentaba que la destinataria había denunciado a su
padre por malos tratos. Después de años de miedo y moretones
ocultos, había reunido el valor para hacerlo. Y todo gracias a la
canción que misteriosamente recibió en clase dentro de un sobre que
decía 'un regalo para ti'.
Robin se sintió bien, contento. Este inesperado giro en los
acontecimientos le abría nuevas oportunidades. Que sus palabras
fueran útiles a otras personas le llenaba de sueños largamente
olvidados y aplastados por una rutina de mera supervivencia. Y esto
era sólo el principio, porque al final de la carta, el Numantino le pedía
que escribiera de nuevo. Esta vez era algo especial, pues las palabras
no irían a nadie en particular. 'Haznos un regalo a todos' pedía. 'Algo
que se pueda llevar en el bolsillo y que sea nuestras espinacas'.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Robin soltó un pequeño sollozo y respiró como si fuera la
primera vez que lo hacía, como un recién nacido,... Pero esta vez con
una diferencia esencial: había elegido dónde nacer y cómo.
Espartaco XXI se puso a escribir mientras el resto de los
empleados seguían en sus estériles labores...
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
12. Sólo creer me mantiene
las puertas abiertas
Robin respiró hondo y empezó a escribir...
'La arenga del naufrago.
Me despierto cada mañana y abro las ventanas de par en par.
El Sol me muestra un día maravilloso. La brisa me dice que
estoy vivo. Vivo de verdad.
Y recuerdo las cosas como eran antes.
Recuerdo cuando tenía miedo de no agradar a los demás y ser
rechazado,... Antes de saber que me tengo que agradar a mí
mismo primero para poder hacer eso.
Recuerdo cuando temía no ser perfecto,... Antes de saber que
nadie es perfecto, ni tiene necesidad de aspirar a serlo.
Recuerdo
cuando me hacían correr detrás de quimeras,...
Antes de saber que pararse y pensar es adelantar camino.
Recuerdo cuando tenía miedo de tomar decisiones,... Antes de
saber que tirándose a la piscina aprendes a nadar.
Recuerdo cuando creía estar solo en una isla,... Antes de saber
que hay otros como yo que están leyendo esto en estos mismos
momentos.
La Arenga del Náufrago
Recuerdo
Jorge Antares
cuando me sentía atrapado por las circunstancias,
aplastado por todo,... Antes de saber que la llave de la salida
siempre estuvo en mi poder y que depende de mí utilizarla.
Me tomo mi desayuno y sonrió. Lo saboreo y me deleito con el
momento.
Hoy
es
un
nuevo
día
lleno
de
posibilidades
maravillosas, infinitas, fabulosas, excitantes. Y si se me olvida,
siempre puedo volver a leer esto y recordar quién soy'.
Robin se quedó quieto mirando la pantalla. Releyó lo escrito. Le
pareció increíblemente ingenuo,... pero tal vez él era un poco ingenuo
y estaba abocado a serlo. Necesitaba serlo. Al fin y al cabo, no era
tan malo como le habían hecho creer toda la vida. Era otro tipo de
zanahoria. Un objetivo inalcanzable. Pensar que unas palabras
cambiarían la vida de la gente era una estupidez... Y sin embargo,...
ahí estaba el ‘Viernes para siempre’. Al menos esta vez estaba
siguiendo una quimera elegida por él. Más real que otras, como creer
en un mundo justo o en hadas. En ese momento, se percató de que
no había vuelto a verlas. Las apariciones, los duendes, el unicornio,...
Todo eso había desaparecido. Borrado como su actitud negativa. Tal
vez era otro estadío de locura, otro escalón, pero se sentía bien, muy
bien y asombrosamente seguro. ¿Locura? Miró por encima del
ordenador y vio al resto de los empleados. ¿Quién era el loco? ¿Él por
estar apartado del mundo por el deseo de una inútil como La Bestia o
ellos por seguirla, pensando que así son las cosas y no querer
cambiarlas?
Recordó una anécdota leída en su juventud. Era sobre un
artista
inclasificable:
Ilustrador,
escritor,
mago,...
Se
llamaba
Steranko, Jim Steranko, y era un completo innovador en cualquier
área a la que se dedicase. Después de haber revolucionado el
mercado del cómic americano a finales de los 60 del siglo XX, decidió
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
dar un vuelco a su carrera y dedicarse a hacer exposiciones de arte.
Compró unos lienzos, unos acrílicos y unos pinceles y se puso a
experimentar con ellos. Cuando hizo su primera exposición, la crítica
y el público se pusieron de acuerdo en alabar unos cuadros preciosos
con una técnica nunca vista hasta el momento en el uso del acrílico.
Preguntado
por
cómo
había
conseguido
esos
matices
y
texturas, él simplemente contestó: 'Tal vez sea porque no he ido a
ninguna academia de arte para que me enseñen lo que no puedo
hacer'.
Decidió esperar un poco antes de enviar la arenga. La releería
después. Sabía que esto le daría perspectiva sobre lo escrito y poder
ser mas objetivo.
Pensó en su mujer, Marrena, y en la pequeña Keva, y en el
gran tesoro que tenía con ellas. Un tesoro que no había podido
apreciar a causa de su destierro. Se prometió recuperar el tiempo
perdido con ellas, los momentos robados por la angustia y el miedo,
por la impotencia, por los días en blanco que habían minado su
confianza y que le estaban abocando a un abismo sin retorno.
Recordó las palabras que había escrito hacía unos momentos.
Ingenuas, pueriles, tontas,... Pero efectivas, más que un bálsamo.
Quizás era verdad que para acceder al paraíso tenías que ser un niño.
Creer en lo imposible o tal vez desaprender qué es imposible, como
Steranko. Cuando somos jóvenes, vemos las cosas más claras, más
sencillas. A medida que crecemos, las cosas se complican, cada
acción tiene mil consecuencias y mientras pensamos en ellas,
dejamos pasar la ocasión. La impotencia diaria da paso al desánimo,
y éste, al cinismo como medida preventiva para autoconvencernos
de que 'las uvas están verdes' y que no podemos aspirar a
alcanzarlas, que no tenemos derecho a pensar en ellas.
Robin se acordó de su juventud, de sus sueños olvidados, de
cómo quería comerse el mundo y como fue cediendo en sus
pretensiones, rebajando sus aspiraciones a medida que pasaban los
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
años. Siempre le había echado la culpa a las circunstancias, a la
suerte,
siempre
había
mirado
para
afuera.
Pero
aunque
las
condiciones externas tienen que ver mucho, hay que ser valiente y
mirar para adentro. Si te sientes derrotado antes de un combate es
inútil pelear, pues ya estás vencido y el mayor enemigo eres tú
mismo.
Robin se asombró de sus reflexiones, de los cambios internos
que estaba sufriendo, fortaleciéndose a cada paso. ¿Autosugestión?
Tal vez. El caso es que se sintió un poco tonto... por no haber
empezado antes. Pero, en fin, todo llega en su momento justo, no
antes. Hay que saber esperar. La diferencia entre estar bien o mal
está en tu mente. Siempre lo ha estado. Sólo necesita un catalizador,
una chispa que inicie el fuego. En el caso de Robin había sido este
foro de arengas. Le había dado un objetivo, un punto de apoyo para
mover el mundo con su talento. Y lo mejor era que cada palabra que
escribía le servía tanto de ayuda a él como al destinatario. Ayudar a
los demás ayudándose a si mismo. Salvarse, salvando. Los pocos
minutos que dedicaba diariamente a esta labor hacían que mereciera
la pena la jornada. Le justificaban como persona.
Se levantó de su sitio y se fue a tomar un café en la máquina.
Pasó por delante de sus 'compañeros' sentados en su sitio haciendo
que trabajaban, aparentando su puesto. Les dedicó una sonrisa. Esto
trastocó a Lala. Nunca había visto a Robin así,... Y no le gustaba.
Creía que acosarle hasta que se marchase iba a ser una labor fácil. Y
pensaba estar cerca de su objetivo hace unos meses, pero algo había
cambiado. Ahora era distinto. Pensó en que Dina se enfadaría. Tenían
una cena ese jueves y la semana no había sido excesivamente buena,
hablando políticamente correcto. Hablando normalmente había sido
una semana muy cabrona. Una auditoría interna estaba sacando a la
luz ciertas anomalías en la dirección del departamento. Nada de lo
que se tuvieran que preocupar en condiciones normales. Dina era una
experta en cubrir sus faltas y carencias así como las de su grupo.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Pero, de nuevo se estaba exigiendo una cabeza, un chivo expiatorio,
un sacrificio a los nuevos dioses del consejo de administración para
que cuadrasen las cuentas este ejercicio fiscal y, sobre todo,
para
que les dejasen tranquilos. El caso es que, como Dina le había
contado en una confidencia, no podían echar así como así a Robin.
Hacía su trabajo y no había ninguna causa justificada para prescindir
de sus servicios. Pero había habido un recorte de presupuesto y se
tenía que prescindir de un recurso humano. Y si no era Robin,
entonces... Mejor no pensarlo. Tenía que ser Robin. Harían que fuera
Robin. Tenía ciertas ideas que comentaría a Dina. Ideas para hacer
perder la paciencia al Santo Job y justificar el despido.
Robin, ajeno a la trama que se estaba tejiendo, siguió tomando
su café mirando por la ventana y preguntándose qué tal se estaría
fuera en esos momentos. Parecía un día esplendido sin nubes en el
horizonte...
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
13. Que otro muerda el
polvo.
El combate estaba
en su momento álgido. Ambos
luchadores estaban sacando sus ases guardados en la manga, las
reservas escondidas para el golpe final. Era el momento de la verdad
y el público enardecido quería sangre. Ramón hizo una finta, tropezó
y pareció perder el equilibrio durante un segundo. Su rival vio la
oportunidad de acabar con él. Por fin iba a poder utilizar su gancho
de izquierda a fondo con el viejo. Ramón, con 37 años, era un
dinosaurio comparado con Kid Heracles, el joven gallito que se
pavoneaba ante el público con su juego de piernas sincopado. Todo
parecía perdido para él... Y eso era justamente lo que Ramón quería
que creyera con la treta, que el pollito se confiase. Kid Heracles no
supo como llegó a la lona. Una lluvia de golpes cortos, potentes y
precisos le llovió por todo el cuerpo. Había abierto su defensa para
dar el golpe definitivo y el viejo púgil aprovechó la ocasión.
El árbitro levantó la mano victoriosa de Ramón mientras éste
recuperaba el aliento. Nadie se daba cuenta de lo cerca que había
estado de perder las fuerzas y el combate. Los últimos puñetazos los
había dado por pura fuerza de voluntad. Si no hubieran funcionado,
no le habría quedado nada, salvo languidecer y servir de saco para la
furia de Kid Heracles. Pero no había sido así y de nuevo había
utilizado su veteranía para dar la vuelta a la tortilla.
—Sabía que lo conseguirías. —Dijo Omar, su manager, el
mismo que dos asaltos atrás le había implorado que tirase la toalla.
Ramón le devolvió una sonrisa gastada y cansada como respuesta.
El público gritaba desbocado con su ración de adrenalina y
salvajismo recién servida. Todo era bullicio. Y entre toda la algarabía,
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Sofía, la hija de Ramón. Una pizpireta jovencita fruto de su relación
con Eva. Una relación que duró tanto como el éxito de Ramón en la
lona. Cuando se dio cuenta de que el joven púgil no iba a despuntar,
Eva dirigió su rumbo hacia otros objetivos mas prometedores: Un
músico pop con un único single de éxito y aficionado a las jovencitas
que bordeaban la edad legal, un actor de culebrones al que apodaban
Mister Snif y que siempre tenía ‘empolvada’ la nariz, un empresario
que perdió hasta la camisa en el boom del Nuevo Mercado,... Eva
siempre había tenido buen ojo para elegir el caballo ganador. Lo
mejor de todo es que debido a su ajetreada vida sentimental, Sofía
pasaba la mayor parte del tiempo con su padre ('Venga, Ramón. No
me la puedo llevar al yate del jeque. Hay muchas oportunidades:
productores, actores... Ya sabes, gente cool. No creo que sea muy
adecuado para ella. Es la última vez. Te lo prometo'). Ramón sabía
que nunca era la última vez y deseaba que los viajes de negocio de
Eva se prolongasen indefinidamente ('No te preocupes. Cuidaré de
Sofía. Venga, pequeña. ¿Te apetecen unas tortitas con nata?...').
Los momentos que pasaba con Sofía eran los mejores del día.
Le hacían olvidar los trabajos de mala muerte que tenía que aceptar
para subsistir. No importaba cuánto se hubiera quemado descargando
cajas en el mercado central o los continuos comentarios de Tomás, el
encargado de planta, que siempre que podía le llamaba "Sonado",
cariñosamente según el muy desgraciado. Nada de eso importaba.
Llegaba a casa, y con sólo ver a su Sofía dibujar garabatos y la
alegría que iluminaba su cara nada más verle, todo se olvidaba.
Deseando lo mejor para su pequeña volvió al boxeo para poder
darle lo mejor. Nadie apostaba nada por el ('Siempre puedes volver
aquí, "Sonado" dijo Tomás antes de besar el suelo 'cariñosamente''),
y sin embargo, contra todo pronóstico, su carrera despegó como un
cohete.
Nunca había dejado de entrenar, manteniéndose en forma,
dispuesto a volver en cualquier momento pero sin una razón
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
suficiente para hacerlo. Si lo había dejado había sido por eso. Cuando
Eva le abandonó, sintió que nada merecía la pena, que estaba
luchando batallas que no le correspondían y decidió tirar la toalla,
simplificar su vida. Total, 'nunca iba a llegar a más', según Eva.
'¿Para qué esforzarte si no vas a conseguirlo?'. Algunas noches
después de un día de trabajo agotador en el mercado, Ramón,
tumbado en su dormitorio y mirando al techo, se preguntaba qué
habría
sido
de
su
vida
si
hubiera
continuado
en
el
ring.
Inconscientemente, una congoja melancólica se apoderaba de su
cuerpo haciéndole llorar.
Ahora sabía lo que habría pasado. Podía haber llegado entonces
como había llegado ahora, pero él, y únicamente él, se había negado
a hacerlo, tal vez como un castigo autoimpuesto por no alcanzar la
meta todo lo rápidamente que quería Eva. Se dio cuenta de que,
como muchas cosas en la vida, esto era una carrera de fondo, no de
velocidad y que, tal vez, necesitaba un tiempo de maduración para
aceptar el éxito.
Conocía otros compañeros que habían empezado con él, y que,
como polillas atraídas por la llama, habían caído en los excesos de la
vida fácil. Miles de amigos, fiestas continuas, admiradoras dispuestas
a todo, drogas controladas en todo momento,... Y luego, detrás del
éxito, todo se iba por el desagüe. Primero el dinero y después los
amigos de toda la vida. Acostumbrados a un ritmo de vida que ya no
podían permitirse, los antiguos héroes languidecían entre decisiones
mal tomadas que aceleraban su caída a los infiernos. Ramón sintió un
golpe tremendo al ver por la televisión a su amigo 'el Potro del
arrabal' sirviendo de chico para todo en un poblado marginal,
supermercado de las drogas, a cambio de una papelina. El Potro
podía haber sido el más grande, y sin embargo... Ramón se dijo que
no repetiría estos errores. Y aunque era difícil resistirse al glamour y
a las sirenas que le ofrecían sus encantos, ejercía de hormiga y
ahorraba hasta el ultimo céntimo. Todo para su Sofía. En los dos
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
últimos años había ganado lo suficiente para retirarse y vivir
holgadamente de las rentas, pero nunca estaba de más otro combate
más. Como el viejo torero que nunca llega a abandonar el ruedo a
pesar de sus continuas despedidas definitivas, Ramón aceptaba un
último combate. Cada vez le costaba más mantener el tipo, pero
sabía que podía hacerlo por su Sofía... Y por él, por su orgullo
malherido durante años en el mercado.
Llegó
a
los
vestuarios
rodeado
de
periodistas
que
le
preguntaban sobre su victoria. Omar intentaba sin mucho éxito
apartarlos del campeón. Ramón sonreía pletórico, aun sudando por el
esfuerzo. La boca le sabía a sangre. Kid Heracles le había trabajado
bien la cara y sintió cómo un colmillo se movía al tocárselo con la
lengua. Omar cerró la puerta dejando fuera a los reporteros.
—Esos
comemierdas
nunca
se
cansan
—dijo
con
su
característico acento el entrenador cubano.
—Es su trabajo, Omar. Tienen que informar.
—Ya, pero son unos jodedores —Ramón le devolvió como
respuesta una sonrisa, asintiendo con la cabeza.
Omar recogió la bata de Ramón y mientras éste se duchaba,
preparó su 'masaje revolucionario', como él lo llamaba. Un ritual para
relajar a su pupilo después del combate. El summum de los masajes.
Primero encendió un habano. Cerró los ojos, aspiró a fondo y dejó
que el humo llenase sus pulmones. Se sintió como en Santiago de
Cuba, su patria. Después sacó de un pequeño arcón sus bálsamos.
Como un pintor que mezcla en su paleta los distintos colores hasta
alcanzar la tonalidad adecuada, fue dejando pequeñas muestras de
sus ungüentos y cremas encima de un espejito. Después, con mano
artesana los fue mezclando hasta obtener el tacto adecuado. Era
portentoso ver cómo este pequeño y arrugado anciano utilizaba sus
manos con una precisión cirujana.
Ramón salió de la ducha, se secó con la toalla y se dirigió a la
mesa donde iba a recibir el masaje de su amigo. Omar, el bueno de
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Omar, siempre había estado allí, defendiendo causas perdidas,
anteponiendo su corazón a la razón, apostando por pupilos que
tenían más coraje que talento. Había estado con Ramón desde que le
dejó Eva. El viejo gruñón de corazón de oro que siempre tenía una
anécdota divertida, que siempre sorprendía con su interminable lista
de conocidos, muchos de ellos famosos, otros no, pero que tenían
unas ocurrencias impensables. Omar, el de los dedos maravillosos,
que sabía por años de experiencia que músculo tocar y con qué
presión para relajar el cuerpo dolido del esfuerzo.
Ramón se tumbó en la camilla y el aroma de linimento y
especias le llenó la nariz.
—Venga, Omar. Hoy me lo he ganado —dijo el púgil cerrando
los ojos y saboreando anticipadamente el masaje. El viejo manager
empezó su trabajo. Ramón se dejo llevar.
—Me han dicho que te han ofrecido un puesto en el Sport Martz
—dijo Omar mientras rendía un hombro muy tenso.
—Así es. Algo de relaciones públicas. 'La lucha no tiene edad.
Pelea', creo que es el eslogan.
—Suena bien —dijo el viejo exhalando una bocanada de intenso
humo.
—La verdad es que sí. Es una nueva línea deportiva destinada a
ejecutivos de mediana edad. Dicen que soy un perfecto ejemplo para
ellos.
—¡Ja!
Claro.
La
mayoría
de
ellos
se
pasó
media
vida
descargando puercos en el mercado ¿verdad?
—No seas malo, Omar. Parece una buena oferta...
—Yo no dudaría en aceptarla.
—Es que ahora estoy en racha...
—No seas tonto. Ambos sabemos que cada vez te cuesta más
subir al ring. No eres ningún jovencito. Mejor dejarlo en un momento
de gloria.
—¿Y tú que harías? No quiero dejarte colgado.
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Jorge Antares
—Naah. No te preocupes de mí. No, no, no, mi amigo. No voy a
ser tu excusa. El viejo Omar no necesita mucho y no creas que eres
el único que ahorra. Estoy pensando en volver a Santiago.
—¿Me abandonarías?
—Sin pensarlo dos veces, chico. Aun me quedan muchos bollos
que comer.
—Eres un viejo verde, Omar.
—¡Eh! ¡Eh! ¡Eh!
No te consiento eso... Soy un interesante
maduro.
—Vale, vale, eres un interesante maduro. Tal vez lo de Sport
Martz no sea para mí, sino para ti.
—Pues,... no te digo yo que no. Con ese puesto no iba a perder
ninguna oportunidad. Les iba a enseñar a esos comemierdas lo que
es clase de verdad. Pero, dejemos los jokes, muchacho. Deberías
pensarlo. No quiero que acabes mal. El cuerpo tiene un límite...
—Lo sé, lo sé. Pero es que quiero darle lo mejor a Sofía...
—¿Sofía? ¡Otra excusa! Siempre pones una excusa. Si quieres
darle lo mejor, déjalo ya. ¿No querrás que tenga un papito 'sonado'?
—Omar notó que estas palabras tensaban el cuello de Ramón. Lo
había hecho a propósito. Siguió un incomodo silencio.
—Vale, Omar, déjalo ya. Soy suficientemente mayor para saber
lo que más me conviene.
— Pues no lo parece, te comportas como...
—¡Déjalo ya, Omar!¡No eres mi madre!.
—Oka, oka. Pero...
—No hay peros.
—No hay peros, no hay peros. Oka. Ya estoy terminando el
masaje y te dejo, por si quieres hacer una siesta. ¡Ah! Casi se me
olvidaba. Hay una carta para ti.
—¿De quién es?
—Ni idea, chico. Estaba aquí cuando llegué. Toma —el anciano
cubano le alcanzó la carta a Ramón.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
—'Un regalo para ti'. ¿'Un regalo para ti'? ¿Qué es esto?
¿Alguna groupie?
—No sé. Lo mejor es que la abras para salir de dudas. Hasta
luego. Tengo una cita con unos tragos de ron y no me gusta hacerles
esperar —Omar abandonó el vestuario con un paso firme que
desmentía su edad. Ramón, mientras, abría el sobre y sacaba unas
cuantas hojas. Era un cuento cuyo título era 'Mientras la
duerme'...
ciudad
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
14. Mientras la ciudad
duerme
Mientras la ciudad
duerme, Doc Coraje vigila desde el
ático del edificio Excelsior, el rascacielos más alto de la Gran
Manzana. Su dura mirada acerada observa la, por unos momentos,
silenciosa urbe sabiendo que es como la candela, que tras su aspecto
inofensivo tiene una llama que esconde la semilla de un incontrolado
incendio. Su agudo oído
se centra en el teletipo conectado a la
central de policía para escuchar cualquier atisbo de amenaza mundial.
Sabe que no hay que menospreciar ninguna pequeña anomalía.
Detrás de un, aparentemente, insignificante robo en una estación de
gasolina puede ocultarse un esquema de dominación mundial de
algún villano como el maligno doctor Chen Chu o Vladimir, el
emperador del Báltico. Hace mucho tiempo de su última batalla y
aunque ambos parecieron perecer en una pavorosa explosión en el
Polo Norte, Doc Coraje sabe que, como la mala hierba que nunca
muere, pueden volver a amenazar a ciudadanos inocentes. Por eso el
hercúleo paladín siempre está preparado, siempre dispuesto a
enfrentarse a esos que menosprecian la vida humana. Doc piensa en
su familia. Hace mucho tiempo que no les ve, mucho, demasiado.
Viven en otra ciudad protegidos por el anonimato. Nadie debe
relacionarles con él, pues sus enemigos le podrían atacar a través de
ellos. Doc anhela verlos, está huérfano de sus abrazos y calor,...
Pero, primero debe conseguir un mundo más seguro para ellos,...
Doc no sabe que espera en vano, que nunca llegará el temido
ataque. Sus contrincantes hace tiempo que abandonaron la lucha.
Unos yacen con un rictus de dolor eterno bajo helados bloques de
hielo en un lugar olvidado del Polo Norte. Otros han cambiado sus
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hábitos y, temerosos de su anterior vida, la han rehecho y se han
convertido en ciudadanos que viven con sus familias en el cinturón de
la gran metrópoli.
Doc no sabe que no llegará ninguna lucha más y ajeno al paso
del tiempo, espera, espera, espera... solo.
Lorena releyó la arenga en forma de cuento. 'Corto pero directo'
pensó. Se sintió plena, incluso más que antes del accidente. El
escribir para los demás le había abierto nuevas perspectivas y, de la
misma forma que uno aprende mejor una cosa cuando la enseña a la
gente, cada palabra que escribía para otros, le descubría facetas
desconocidas de su personalidad.
Cerró el archivo y lo mandó al foro de arengas con su
seudónimo de Lady L. Internet le había dado los brazos y las piernas
perdidas en el accidente. La voz la descubrió por el camino, cuento
tras cuento. El Numantino sólo le había ayudado a darse cuenta de su
potencial. Sorbió por la pajita que tenía al lado de la boca un poco de
limonada y miró a través de la ventana. El cielo era azul con nubes
grises, antesala de una tormenta veraniega que refrescaría el
ambiente...
—Siempre está enfrascada con ese portátil —dijo la enfermera
Victoria.
—Bueno, es su manera de evasión. No hace daño a nadie —
comentó Carlos, el ats. —Si estuvieras como esta ella, ¿Qué harías?
¿Quedarte mirando al techo todo el rato?
—No. La verdad, no, pero no sé. No es normal...
—Más de lo que crees. Hay mucha gente enganchada a
internet. Es su única manera de comunicarse con el mundo.
—A eso me refiero. ¿No crees que es triste hablar al vecino sólo
a través del ordenador? No es natural.
—¿Y a través del móvil? Tú siempre estás con él.
—Es distinto, Carlos, es distinto. No me compares.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
—Pues claro que te comparo. La mayoría de tus conversaciones
son
superfluas,
te
las
podías
evitar.
No
me
digas
que
es
imprescindible llamar a tu hermana para comentarle la última película
que has visto.
—Bueno, sí, podría esperar a verla el fin de semana, pero...
— Lo de la película es lo de menos, Vicky. El caso es que lo que
quieres es hablar con ella, comunicarte. Cualquier excusa es valida.
Pues eso le pasa a Lorena, solo que a través del ordenador. El doctor
Berlanga ha comentado que está mucho más animada que cuando no
lo tenía.
—Sí, la verdad que sí. Los primeros días después del accidente
estaba deprimidísima. Así por lo menos mata el tiempo y se olvida de
todo. Lo que digo, Carlos, es que en su caso está justificado.
Cuadrapléjica, sin posibilidad de moverse. Vale, es una necesidad.
Pero ¿y el resto de los que están enganchados?
—¿El resto? Pues no sé qué decirte. Supongo que cada persona
es un mundo. Hay muchas situaciones parecidas a la de Lorena.
—¿Sí? No creo. La mayoría de ellos no están atados a una
cama.
—Hay otro tipo de ataduras, Vicky. Por ejemplo, tú misma.
—¿Yo misma? No sé a qué te refieres. No veo la similitud.
— Ahora verás lo que quiero decir. Tú vienes de una pequeña
capital de provincia. ¿No es así?
—Sí, pero...
—Espera un poco, espera un poco... Vienes de un sitio pequeño
en el que todos se conocen. Los vecinos te han visto nacer, las
distintas familias comen juntas,... Y sin quererlo ya estás metida en
el ajo.
—¿El ajo?
—El ajo. Te conocen desde niña y pueden hablar de ti, opinar
sobre lo que haces y dejas de hacer. Te han marcado un camino y si
no lo sigues, pueden surgir problemas. Ya sabes, la doble moral, el
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doble rasero. Si ligas mucho y eres un chico, eres un machote, pero
si eres una chica,... Ya sabes. Los chismorreos en un sitio pequeño
tienen el mismo peso que los hechos contrastados.
—La verdad es que sí.
—Pues claro. Tú misma lo has sufrido en tus carnes. ¿No nos
decías que desde que llegaste a la ciudad habías conocido a más
chicos que antes en tu localidad natal? Sin miedo al qué dirán, te
soltaste. Cosa que no hubieras hecho en un sitio mas pequeño. A
esas ataduras me refiero.
—En ese caso, sí. Aun ahora, cuando vuelvo a casa me siento
observada, diseccionada por sus miradas.
—Pues imagina otra gente como tú, en un pueblo perdido de la
mano de Dios. Pero que no han tenido la posibilidad de salir de ese
ambiente como te ha pasado a ti. Imagina la gran ventana al mundo
que es Internet para ellos, la cantidad de gente que pueden conocer
sin miedo al qué dirán.
—Hombre. Planteado así, es más lógico...
—Por supuesto, Vicky. En la red no tienes los impedimentos del
mundo real. Puedes ser quien quieras ser.
—Oye, Carlos... ¿Y tú cómo sabes tanto de todo esto?
—Muchas guardias nocturnas, muchísimas. Hay que hacer algo
para entretenerse entre aviso y aviso.
—Ya veo. Así que te pasas chateando todas las noches que te
toca guardia.
—Todo el rato no, pero bastante. Es agradable conocer gente.
—Pues ya me dirás cómo se hace, porque a mí, las guardias se
me hacen eternas.
—Vale, ya verás que divertido es...
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
15. Abre la muralla...
Robin se estaba
haciendo un nombre dentro del foro de
arengas. Su 'arenga del naufrago'
Klarking
le
felicitaron. Incluso
había gustado mucho. Lady L y
le
propusieron un
divertimento
conjunto: una arenga a tres bandas. Empezaría uno, la seguiría otro
y la culminaría el tercero. A Robin le pareció atractiva la iniciativa.
Después de tanto tiempo solo en el mundo real, volvía a formar un
equipo. Y esto le agradaba mucho.
Pensando en los múltiples caminos que podría seguir el relato,
Robin recibió un aviso. Querían chatear con él. Miró a ver quién era el
solicitante y sonrió. Era el Numantino. Tranquilamente aceptó. Era la
hora de comer y estaba solo en la oficina. Cogió un sándwich de
queso con anchoa y empezó la charla...
Numantino> Hola. Me gustó mucho lo que te pedí
EspartacoXXI> Gracias. ¿No crees que era un poco pueril?
Numantino> Pues claro. Y en eso está la gracia.
EspartacoXXI> ¿Gracia?
Numantino> Sí. Me pareció que venía de muy dentro de ti.
EspartacoXXI> La verdad es que sí.
Numantino> Y te sentiste bien escribiéndolo
EspartacoXXI> Así es.
Numantino> Toda nuestra vida nos están controlando y han
refinado este control.
EspartacoXXI> ¿Refinado?
Numantino> Sí, refinado. Ahora nuestros controladores somos
nosotros mismos. Nosotros nos imponemos qué decir o no.
EspartacoXXI> ¿Estás hablando de lo políticamente correcto?
Numantino> Exactamente. Ese tipo de mierda que nos hace
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Jorge Antares
pensar cada palabra y que nos impide expresarnos con
naturalidad.
EspartacoXXI> La verdad es que sí. Cualquier colectivo puede
sentirse afectado por el sentido de tus palabras.
Numantino> Y no sólo son las palabras. Es lo que sientes. Si
no pasa unos umbrales de cinismo, piensas que eres estúpido.
¿Verdad?
EspartacoXXI> Sí.
Numantino> ¿Lo mismo que sentiste al releer tu arenga?
EspartacoXXI> Lo mismo.
Numantino> Eso es lo que sentiste tú y lo que sienten muchas
personas al escribir. Cuantas historias se habrán perdido por
este tonto prejuicio.
EspartacoXXI> Es que tienes miedo de que te cataloguen.
Numantino> ¿De qué? ¿De soñador, de estúpido?,…¿de
ingenuo?
EspartacoXXI> Si. Tienes miedo al ridículo.
Numantino> Un miedo que te han inculcado desde pequeño.
No hagas cosas tontas para que no te cataloguen de tonto.
EspartacoXXI> Eso mismo.
Numantino> Es una cuestión de relatividad. El traje del
emperador. Ya sabes, el cuento.
EspartacoXXI> ¿El del traje que sólo podían ver las personas
puras de corazón?
Numantino> El mismo. Todos por temor a ser tachados de
impuros veían lo inexistente sin rechistar aunque el emperador
estuviera desnudo.
EspartacoXXI> Y sólo un niño se atrevió a decir la verdad.
Numantino> Exactamente. ¿Ves lo que te estoy diciendo? Un
niño…
EspartacoXXI> Sólo un niño se atrevería a decir eso sin
pensar en las consecuencias.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Numantino> Efectivamente. Por eso desean que dejemos de
ser niños cuanto antes. ¿Qué mejor manera de controlarnos?
EspartacoXXI> Suena un poco paranoico. ¿No crees?
Numantino> Sí, pero ya sabes el triunfo del diablo es
habernos convencido de que no existe. Es como todo. Si tienes
algo, o crees que lo tienes, no aspiras a tenerlo. Fíjate en tu
alrededor. ¿Piensas que vives en una democracia?
EspartacoXXI> Bueno, más o menos. Nunca se es totalmente
libre.
Numantino> En una democracia todas las personas son
iguales. No hay individuos que estén más allá de las reglas y
que las infrinjan con total impunidad.
EspartacoXXI> Ya , ya, pero eso es utópico. No existe algo
así.
Numantino> Sí que existe y estamos hablando a través de
ello.
EspartacoXXI> ¿Internet?
Numantino>
Internet.
Aquí
todos
somos
iguales.
Sin
prejuicios. Cuando hablas con alguien en el mundo real, la
comunicación siempre está contaminada. Tu interlocutor puede
disparar en ti inconscientemente sentimientos de rechazo o
cariño dependiendo de sus características físicas, que te
recuerdan situaciones anteriores. Y el mismo mensaje puede
significar cosas distintas dependiendo de esto.
EspartacoXXI> Hombre, eso intentas evitarlo.
Numantino> ¿Hombre? ¿Cómo sabes que soy un hombre?
Podría ser una mujer. Aquí podemos ser cualquier cosa.
EspartacoXXI> Tienes razón. Aquí podemos ser cualquier
cosa. También es una forma de contaminación.
Numantino> Sí, pero la mayoría de las veces mostramos lo
que podríamos ser, no lo que somos o lo que nos dejan ser en
el llamado mundo real. Vivimos encorsetados en estereotipos y
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
no podemos salirnos de ellos. No conviene al poder.
EspartacoXXI> Otra vez la teoría conspiratoria.
Numantino> Sí, otra vez. ¿Crees que todo surge al azar?
Piensa
un
poco:
los
clubes
infantiles
de
televisión
te
bombardean con marcas desde pequeño cuando no tienes
criterio para discernir. El mejor coche de juguete para los niños,
la mejor muñeca para las niñas. Si no lo tienes, no serás feliz.
Te marcan un camino reducido: tenerlo o no. Y te cercenan el
resto de posibilidades: crear tus propios juguetes, desarrollarte.
EspartacoXXI> Tienes razón. Esos programas infantiles son
bastante agresivos.
Numantino> Fuegos artificiales para los críos. Bonitos sonidos
e
impactantes
imágenes.
Presentadores
veinteañeros
haciéndose pasar por quinceañeros histéricos de encefalograma
nulo. Una hermosa envoltura de nada. En vez de darte
herramientas para crecer, te las dan para seguir igual. No hay
diferencia entre los gustos de un chico, de un adolescente, de
un adulto. Sólo cambia el producto. El coche de juguete pasa a
uno de verdad, la muñeca se convierte en la mujer.
EspartacoXXI> Así es el sistema.
Numantino> Así es el sistema. Inamovible. ¿No?
EspartacoXXI> Bueno. Siempre se intenta cambiar.
Numantino> ¿Cambiar? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿En el futuro? ¿En
un entorno en el que temes hablar de conceptos más
complicados que el último evento deportivo o la última noticia
del corazón por temor a ser un bicho raro o que oigas cosas
como ´no estamos para pensar a estas horas'?
EspartacoXXI> Sé a lo que te refieres. Tú por lo menos tienes
un entorno. Yo me paso la mayoría de las veces solo. En el
trabajo me ignoran totalmente.
Numantino> No eres el único. Vivimos el mundo al revés.
Cuando tienes iniciativas para mejorar las cosas, en vez de
La Arenga del Náufrago
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potenciarte lo único que hacen es intentar hundirte para tapar
las odiosas comparaciones con su mediocridad.
EspartacoXXI> Suena un poco resentido, pero es así.
Numantino> Pero tú tienes la solución. Has mencionado la
clave de tu problema. Es el entorno. Igual que si plantas
semillas en un campo estéril, no esperes ninguna cosecha.
EspartacoXXI> Soy demasiado viejo para cambiar de trabajo.
El mercado ahora no está muy boyante.
Numantino> No me refería a cambiar de trabajo. De hecho,
ya has cambiado de campo. El foro de las arengas.
EspartacoXXI> Ya que lo dices, es verdad. Me siento muy
bien allí.
Numantino> El entorno es muy importante. Rodeado de gente
motivada, tú te motivas. Una sana competición. Una tierra fértil
donde desarrollarte y crecer.
EspartacoXXI> Te dan ganas de crear cada vez que entras.
Sientes que tu trabajo vale la pena.
Numantino> Pues claro que vale la pena. Las palabras pueden
cambiar la vida a una persona y este foro es la prueba. Una
canción puede despertar un corazón dormido, insuflar nuevas
esperanzas, abrir nuevos horizontes.
EspartacoXXI> "La pluma es más poderosa que la espada".
Numantino> Eso mismo. Si la gente lo viera, leería más,
sentiría ese deseo visceral. Por eso no quieren que leamos. Ya
sabes, información es poder. Los antiguos monjes guardaban
sus libros ajenos al pueblo llano.
EspartacoXXI> Ahora todo el mundo tiene acceso a los libros
pero no los usa.
Numantino> ¿Cómo van a usarlos si no tienen tiempo? Tienes
que pagar una hipoteca, tienes que comprar caprichos que no
necesitas. Estás todo el tiempo pensando en la olla de oro al
final del arcoiris, que nunca vas a encontrar. No hay tiempo de
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
leer el libro, esperas a que hagan la película. Y el problema de
ésto es como el de la religión.
EspartacoXXI> ¿La religión? No encuentro la relación.
Numantino> Es muy sencillo. La religión debería ser como las
matemáticas. Te deberían enseñar las reglas de sumar, restar,
etc. y luego tú deberías hacer tus propias cuentas. Pero en
cambio, la mayoría de la gente deja en manos de otros esa
labor y así durante siglos nos están haciendo creer que uno
más uno son tres.
EspartacoXXI> Es una cuestión de fe.
Numantino> Hasta cierto punto. También te dicen ´ama a tu
prójimo´ mientras apoyan gobiernos que perpetran genocidios
constantes. Hay dos tipos de personas: las que se creen todo y
las que lo cuestionan todo. Y no interesa que haya muchos de
los últimos, pues se podría venir abajo todo el montaje.
EspartacoXXI> Lo del traje del emperador.
Numantino> Exacto. No quieren que alguien diga en voz alta
lo que pensamos todos. Por eso se acallan las voces críticas. Y
la
mejor
manera
de
enterrar
a
los
disidentes
es
desprestigiándolos. Y de una manera muy sutil, con pinceladas
de información aquí y allá, al final forman el cuadro que ellos
quieren en tu cabeza. "Los que ven las conspiraciones son unos
paranoicos". "No pienses, es malo y además no sabrías hacerlo.
Déjanos a nosotros hacerlo por ti".
EspartacoXXI> Son muy poderosos.
Numantino> Tanto como los sastres que hicieron el traje del
emperador. Nosotros somos sus mejores aliados. Hasta que
venga un niño que les descubra.
EspartacoXXI> Hasta ese momento.
Numantino> Y no vamos a esperar ese momento sentados,
¿verdad? Por eso estoy haciendo esto. Enseñando a la gente a
ver su potencial. Propiciando que se desarrollen.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
EspartacoXXI> Una pregunta… ¿Quién eres?
Numantino> ¿Quién crees que soy? En el mundo real puedo
no ser nadie,… según sus baremos. Aquí soy como ves que soy.
No hay trampa, ni cartón. Soy lo que hago. No hay nada más.
Creo que todo puede cambiar, que el sistema no es inamovible
y que si jugamos con sus cartas estamos abocados a perder.
Así que estoy construyendo otra baraja, otro juego, para que
podamos jugar todos.
EspartacoXXI> Por cierto, tengo que dejarte. Hay que volver
al trabajo.
Numantino> Lo sé. Pero tengo un regalo para ti.
EspartacoXXI> ¿Un regalo para mí?
Numantino> Sí. Te lo envío por mail. Espero que sea de tu
agrado.
EspartacoXXI> Muchas gracias. ¿Qué es?
Numantino> Ya lo verás ;—) Hasta luego.
EspartacoXXI> Hasta luego.
Robin miró el correo y allí estaba un mensaje del Numantino. Tenía
un archivo adjunto cuyo nombre era "El pequeño planeta al borde del
abismo"….
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
16. El pequeño planeta al
borde del abismo
"El verdadero valor comienza con el miedo"
Proverbio
—Y ahora, para
mi siguiente número de magia necesito la
ayuda de un joven amiguito —dijo pomposo el mago Sterankho.
Cientos de pequeñas manitas se alzaron en un griterío. Los ojos del
mago recorrieron los apremiantes rostros. Y su mano hizo un rápido y
vertiginoso giro para señalar a la pequeña Rhea Sinkler. La sorpresa
se dibujó en la sonrisa de la niña y sus pupilas azul manganeso
amenazaron con humedecerse. Rhea salió corriendo al encuentro del
mago ondeando su cabello verde jade. Éste le tendió la mano.
—Bienvenida, intrépida aventurera. Prepárate para el viaje de
tu vida —canturreó el mago con voz de presentador de circo.
Sterankho le indicó que se acercase a la gigantesca urna que
permanecía tapada por una sabana negra con intrincados dibujos
cabalísticos en oro y púrpura.
—Ante vosotros,... los secretos del Universo —dicho esto, el
mago Sterankho descubrió con un misterioso ondear de la sábana, la
urna que estaba llena de un líquido azul oscuro trufado con multitud
de estrellas brillantes. Era una forma indefinida que producía
escalofríos, pues cada vez que uno se fijaba en la urna veía distintas
cosas: soles binarios, nebulosas con forma de medusa, cíclopes
peleando con demonios en el centro de la tierra, fabulosas pirámides
formando dibujos sólo visibles desde fuera del planeta, leviatanes de
las profundidades marinas acechando a los barcos pesqueros,
furiosas tempestades de cristales de hielo multicolor en desiertos
La Arenga del Náufrago
ámbar,
Jorge Antares
planetas en colisión con supernovas hambrientas, insectos
gigantes medrando en la piel de un gigante,... Era difícil mantener la
vista, pues las visiones te atraían al mismo tiempo que producían un
miedo ancestral que ponía los pelos de punta.
Rhea Sinkler parecía una mota de polvo ante tal maravilla. El
mago Sterankho se acercó y, cogiéndola de la mano, le dijo
mirándola a los ojos con una mirada eléctrica:
—¿Quieres entrar? —La niña le miró sorprendida y asustada a
partes iguales. Una parte de ella estaba aterrada pero otra le
apremiaba para ir corriendo. Rhea iba a entrar cuando...
—No, no, no, mi buen amigo, creo que ha habido una pequeña
equivocación —dijo Alther Baranyan, el jefe de Pista del Pequeño
Circo de Maravillas. Sterankho le miró con una mezcla de sorpresa y
disgusto. Nadie antes había interrumpido ninguno de sus actos de
magia. Siempre buscaba crear un ambiente sobrenatural utilizando
sus palabras y el lenguaje corporal, pero ahora la magia se había roto
como una pompa de jabón por esta inesperada interrupción.
Sterankho miró a los ojos de Alther y detectó vergüenza y miedo en
ellos, así que prefirió callar y esperar una explicación.
—Sí, amiguitos, ha sido todo un error, la... la persona elegida
es este niño
—continuó Alther Baranyan señalando a un pequeño
de cabello gris plástico. Sterankho iba a decir algo, pero una seña
disimulada del jefe de pista le convenció de lo contrario. Rhea se
quedó parada y sintió que sus mejillas empezaban a sonrojarse, un
nudo en la garganta le impedía segregar saliva. El mago, viendo lo
que le estaba pasando a la niña, le susurró al oído:
—No sabía nada de esto. Venme a buscar después de la
actuación. Confía en mí, pequeña —Rhea anduvo con rápidos pasos
hacía el público, reprimiendo una lagrima mezcla de dolor y de ira.
Sus padres la abrazaron pero nadie se dio cuenta, pues sus miradas
se centraban en Sterankho y el niño del pelo Gris.
—¿Por qué? ¿Por qué no me han dejado? —su madre la abrazó
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
más fuerte y su padre acalló una maldición en sus apretados labios,
mirando con impotencia al niño del pelo gris y luego a su padre, el
poderoso Señor Zhisco Denalm. ¿Cómo iba a decirle a su hija que no
eran más que gusanos ante Denalm y que podía hacer lo que quisiera
con ellos ahora y siempre? Era un axioma del que creían poder
apartar a Rhea durante su infancia, pero los hechos son implacables
y no pueden guardarse mucho tiempo escondidos. Los Denalm habían
regido ese mundo al borde de la Vía Láctea durante muchas
generaciones y seguirían haciéndolo cuando el polvo de los huesos de
los tataranietos de Rhea fuera sólo un recuerdo.
El mago Sterankho continuó su acto con el hijo de Denalm. El
niño entró en la urna y todas las formas terroríficas cambiaron y se
iluminaron. La luz se hizo y todo se convirtió en un paraíso con
formas angelicales y hadas de grandes ojos volando de aquí para allá
entre el público que profería ovaciones y gritos de felicidad. Los niños
saltaban con risas espontáneas y sus padres se miraban entre sí con
tontas sonrisas de asombro. Y en el centro de todo, el hijo de Denalm
sonreía levitando por encima de la urna. Zhisco Denalm miró
complacido a su pueblo...
Las luces del circo se estaban apagando y los últimos rezagados se
dirigían a coger el tranvía de iones en la Plaza J´sant.
padres se dirigieron al callejón trasero del
Rhea y sus
Pequeño Circo de
Maravillas. Entraron y mientras los empleados iban recogiendo las
pistas y las redes, llamaron a una puerta en la que se veía
"Sterankho" en mitad de un planeta venusiano y rodeado de estrellas
con efecto caleidoscópico. La puerta se abrió sola y una voz lúgubre
les indicó que entrasen. Rhea y su familia traspasaron la puerta con
paso dubitativo.
Dentro del camerino se podían ver extraños objetos como aves
fénix en pequeñas lámparas o espejos que devolvían las imágenes de
las personas como si fueran monstruos. Tanto Rhea como su familia
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
miraban con ojos como platos, temiendo separarse, amparados en la
vana ilusión de la seguridad del grupo.
Sterankho apareció detrás del padre de Rhea y éste dio un
respingo.
—Bienvenidos a mi humilde espacio en este mundo. Por favor,
tomen asiento mientras cumplo mis deberes como buen anfitrión y
como disculpa por lo sucedido. Sobre todo por eso —dijo el mago
poniéndose tenso en las últimas palabras. Rhea y sus padres se
sentaron en unos cómodos sillones ingrávidos y pequeños efebos
voladores les ofrecieron uvas—grosellas y aguamiel dorada. Al
principio dudaron en tomar las bebidas pero un guiño de Sterankho
deshizo toda desconfianza.
—No saben cómo lamento lo sucedido. Tendrán que perdonar la
inexperiencia de un extranjero con las "costumbres locales". Alther, el
jefe de Pista, me puso al corriente después. He viajado por
numerosos
planetas
y,
desgraciadamente,
me
he
topado
con
situaciones parecidas... y la verdad, si les soy sincero, nunca he
podido adaptarme a ellas. Pero claro, tenemos que comer y, a pesar
de todo, tenemos que vivir con lo que trae el destino, esperando
tiempos mejores.
El padre de Rhea
calló algo que salía sin control desde su
corazón. Mejor así. Nunca se sabía quién podía estar escuchando.
Sterankho asintió cómplice y bajó la mirada. La pequeña Rhea no
comprendía de lo que estaban hablando los mayores, pero sabía que
debía ser muy importante, pues nunca había visto a su padre tan
tenso. El mago cambió su faz y con una sonrisa pícara y un guiño se
dirigió a Rhea.
—Bien, pequeña, ha llegado tu momento. Te prometí los
secretos del Universo, y soy un hombre de palabra. —Sterankho hizo
un gesto mágico con su mano izquierda y detrás de él se abrieron
unas cortinas. Detrás de ellas se podía ver un espacio superior al que
pudiera albergar la habitación y un extenso jardín lleno de criaturas
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
extrañas: aves gigantescas de enormes patas, camaleones con
cabeza humana, centauros con cuerpo de mono, etc. Un paraíso de
seres inexistentes. El mago cogió la mano de la niña y entraron en el
recinto mientras decía:
—Bienvenida al Paraiso.
—¿Es de verdad? —dijo Rhea.
—Tan de verdad como tu corazón quiere que sea —contestó
Sterankho. El mago indicó con un gesto a los padres de Rhea que
entrasen. Éstos así lo hicieron, preguntándose cómo era posible que
pudiera existir algo tan grande en un sitio tan pequeño: el cielo sobre
sus cabezas, los montes lejanos llenos de esculturas gargantuescas,
un mar en el que se vislumbraban peces desconocidos, y hasta una
tribu de ardillas en una ciudad hecha en el esqueleto de una estrella
de mar gigante. No sabían cómo el mago podía hacer estas cosas,
pero pronto se despreocuparon de esos asuntos y empezaron a gozar
del jardín y de su aire fresco y dulce.
Sterankho se acercó con Rhea a un mirador cercano. Desde él
se podía ver una cascada de casi 15 kilómetros de altura bordeada
por un arcoiris perpetuo. Rhea se quedó parada, muy quietecita.
Nunca había visto algo tan majestuoso, tan salvaje, tan puro... El
mago le puso una mano en el hombro.
—Y el secreto del Universo es muy simple, Rhea. Sólo tienes
que escucharlo. ¿Serás capaz de guardar el secreto?
Rhea asintió con la cabeza. El mago se acercó a su oído y
musitó unas palabras que no pudieron oír sus padres. La niña empezó
a sonreír, miró al mago y éste se llevó un dedo a la boca en signo de
silencio. Sterankho miró a los padres de Rhea y con calmada voz
anunció:
—Podéis quedaros una hora en el jardín e ir donde queráis. No
hay ningún peligro. Sólo quiero que recordéis que otro mundo es
posible. Adiós —entonces empezó a transparentarse y desapareció.
Los padres de Rhea se acercaron a la niña y curiosos le
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
preguntaron:
—¿Qué te ha dicho? ¿Cuál es el secreto del universo?
—¿Sabéis guardar un secreto? —dijo Rhea. Los dos padres se
miraron y asintieron. Le niña les contestó con un ojo guiñado:
— Pues yo también —hizo un gesto de saludo y se fue sola a
dar una vuelta por el parque. Los dos padres se quedaron con cara
de pasmarotes.
Rhea Sinkler se acercó con los últimos informes a Lara Denalm. Los
ojos de la Suprema Dama miraron los holoarchivos que se formaban
delante y puso un gesto adusto como si los comprendiera.
—¿Y? —dijo dubitativa Lara Denalm. Rhea se calló lo que
pensaba de los grandes conocimientos de su jefa, sacó un puntero
láser y empezó a señalar en el holoarchivo.
—Como habrá podido deducir por este informe, la amenaza que
se cierne sobre el Planeta Denalmia es inminente.
—¿Eh...?¿Qué tipo de amenaza? —preguntó la Suprema Dama.
El rostro de Rhea permaneció impasible pero por dentro se
preguntaba "¿Cómo demonios habrá accedido a un puesto tan
importante este zote? ¡Ah! ¡Claro! Tal vez el apellido Denalm tenga
algo que ver".
—Bien, ¿cómo se lo explicaría yo? ¿Ve esas ondas en el
hemisferio Norte del holomapa? Bien, son restos de la energía
primigenia que se desencadenó al crearse el universo.
De alguna
forma ha rebotado y estamos en su camino —continuó Rhea mientras
señalaba con el puntero. Sus ojos azul manganeso se movieron
detrás de las gafas, esperando encontrar una pregunta inteligente de
su jefa.
—¿Y eso significa...? —Escuchó impertérrita Rhea. "Mala suerte.
A lo mejor dentro de un millón de años. Es como explicarle a un
mono la teoría de la relatividad. Lo malo es que este mono dirige el
puerto de investigación galáctica... En fin, se lo explicaré". El suspiro
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
de Rhea fue inaudible.
—Eh... bien, en pocas palabras: ESTAMOS CONDENADOS. La
ola de energía nos va a barrer —explicó con flema a su jefa.
—¿Cómo? ¿Estás segura, Rhea? —gritó Lara Denalm con su
habitual educación. — ¡Tiene que haber un error!
—Los datos no mienten. Como bien puede ver, está clara la
interpretación
—dijo por cortesía, suponiendo a propósito que
hablaba con un profesional y no con una persona designada a dedo.
"¡Ay, la endogamia! ¡Que mala es!" pensó Rhea.
—¿Y hay alguna posibilidad de salvación?—exclamó asustada la
Suprema Dama.
—Pues no —cortó tajante Rhea con el pensamiento de "Me
gusta verte así, perra. Sabiendo lo que es tener miedo" y continuó—.
El plazo de llegada de la onda es de 8 meses. No hay tiempo de
evacuar el planeta...
—¡Al
planeta
que
le
den!
¡Por
Danox,
Rhea,
te
estoy
preguntando si yo puedo... digo, si podemos salvarnos los Denalm! —
Rhea estaba disfrutando viendo perder los estribos a su jefa. "En el
fondo no somos tan diferentes la plebe y vosotros.... Vale, te daré la
respuesta, que si no te va reventar una vena del cuello".
—El caso es que tampoco hay dónde ir. La onda fundiría las
naves como un cuchillo caliente la mantequilla. Sólo hay una
posibilidad...
—¿Cúal?¿Cúal? ¡¡Dímela de una maldita vez o si no...!! —
interpeló Lara Denalm demostrando de nuevo su exquisita educación
y maneras. Una lluvia de ligera baba duchó la cara de Rhea. "Un gran
líder para un gran pueblo.... La publicidad hace maravillas".
—Hay una pequeña posibilidad: Bajo tierra —dijo Rhea,
señalando al suelo.
—¿Bajo tierra?
—Sí, bajo tierra. Hacer un túnel lo suficientemente hondo y
crear un refugio donde aguantar la embestida espacial. Es arriesgado
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
y puede ser peligroso, pues pasarían miles de años hasta que la
superficie fuera habitable de nuevo. Pero es la única posibilidad. —El
rostro de Lara Denalm era un poema, lejos de la arrogancia que
demostraba con sus inferiores. Con una mano nerviosa recorría su
boca y con la mirada perdida era la viva estampa de la preocupación.
—¿Y... quién sabe esto, Rhea?
—Sólo usted. En el mismo momento que he terminado todas las
pruebas
y
comprobaciones
he
venido
a
informarla.
Tal
vez
tendríamos que advertir a los denalmitas de lo que pasa...
—No,... no podemos permitir que cunda el pánico. Tenemos
que actuar en secreto. De todas formas, si se hiciera ese refugio, no
habría sitio para 40 millones de personas, y mucho menos víveres
para alimentarlo. No hay tiempo, ni materiales...
—Entonces... ¿qué vamos a hacer?
—Preservar lo mejor de este planeta... —sentenció Lara
Denalm. Rhea pensó "Y seguro que todos sus apellidos empiezan por
D".
Se eligió un sitio apartado en mitad del amplio desierto de Mogazee.
El lugar era ideal para el refugio: lo suficientemente cerca de los
lugares habitados para proveerse de materiales e infraestructuras y
lo suficientemente lejos de ojos curiosos que pudieran preguntarse
qué sentido tenía ese gran agujero en mitad de la nada...
Yam Kalarma esperaba nervioso en el Gran Salón Franfran del Palacio
Imperial de los Denalm. Como príncipe consorte de Ariel, hija de
Zhisco Denalm, había tenido que hacer muchos sacrificios,
sobre
todo para mantener el status quo de su familia de rancio abolengo
venida a menos. Su boda con Ariel había sido un ejercicio
premeditado de estrategia dinástica en el que ambas familias salían
favorecidas:
Los
Kalarma
recuperaban
parte
de
su
esplendor
económico y los Denalm ganaban riqueza genética para su propia
La Arenga del Náufrago
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Estirpe, algo empobrecida por sucesivos enlaces entre primos (y a
veces hermanos). Tampoco es que ganasen mucho emparentándose
con los Kalarma, pero era mejor que gastarse el erario público en
pañales para la incontinencia de futuros príncipes. Yam Kalarma
había cumplido su parte y había proporcionado 4 hermosos nietecitos
a Zhisco Denalm, comiéndose las náuseas que le provocaba la faz de
la princesa Ariel, cuyos ojos tendían a unirse en la nariz y cuyo tenue
bigotillo tenía que rasurarse diariamente como si se tratara de un
camionero espacial.
Delante de Yam se encontraban otros miembros menores de la
familia Denalm. Como él, esperaban nerviosos el resultado de la
reunión entre Zhisco y
su grupo de asesores. El asunto debía ser
muy importante y muy secreto, pues allí se encontraban miembros y
allegados a los Denalm dispersos por todo el planeta y con los que
sólo se veía en bodas, bautizos y funerales. La tensión se mascaba y
Yam casi podía leer los pensamientos de sus compañeros de sala. Allí
estaba el poderoso Paul K. Rezram,
dueño de la mayor cadena de
publinoticias del mundo y que con sus informativos de investigación
provocó la guerra con el vecino planeta de Serejonía ("Sólo soy un
instrumento del pueblo para acabar con la injusticia. Ese planeta
tenía armas de destrucción masiva, o al menos eso parecía. Más vale
prevenir que curar. Tenía que ayudar al mundo libre a tomar
decisiones,... aunque me tuviera que inventar las noticias. Unos
buenos misilazos de plasma y muerto el Rwolf se acabo la rabia").
Sentado más allá, el alto señor papal Sonjak Guerbal, representante
de Danox en la tierra, rodeado de su guardia barbilampiña y de 2
niños menores de 3 años ("El amor es algo que debe darse desde
pequeñitos. Cuanto más tiernos, mejor"). En el mueble bar de estilo
Aghatesko, bebía nervioso Jary Franz, presidente mundial electo por
el pueblo dentro del nuevo juego perverso de Zhisco llamado
democracia ("¿Qué más pueden pedir si se les da lo que desean?
¿Querían libertad? Pues les damos libertad. Soy su libre elección y
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además, la única. Y si hay alguna más, nos ocuparemos de que no la
haya. Eso sí, con toda libertad") .
En todos los sitios en que pusiera su mirada había eminentes
hombres y mujeres de gran fama: Cantantes de ópera de voz
menguada con contratos millonarios, deportistas con ventaja por
decreto en todas las carreras, hombres de negocios con títulos
comprados en las más prestigiosas universidades, ilustres escritores
con un millar de "auxiliares" a su cargo, jueces de gran rectitud,
inamovibles en su ideal de adecuar las leyes a su favor, etc, etc,etc.
En fin, en esa sala se encontraba lo mejor de lo mejor, la creme de la
creme mundial. El Club más selecto del planeta: la Estirpe Denalm.
El sudor caía descontrolado por la frente de Yam Kalarma. De
pronto, se abrió la gran puerta de la sala de reuniones y un borbotón
de personas salió cadencioso. El príncipe consorte se acercó al río
humano, urgido por la necesidad de noticias.
—¿Qué pasa? —preguntó Yam a la mujer de gran dentadura y
gestó huraño que reconoció como Vivana Franz, la mujer de Jary
Franz, el presidente mundial. Todo el mundo sabía quién era el que
llevaba las riendas en esa relación. De todas formas, los duros rasgos
de Vivana se endulzaron un poco ante la presencia de Yam y
esbozaron una falsa sonrisa, amenazando con romper la gruesa capa
de maquillaje con el que tapaba su faz. No en vano, de todos era
sabido su debilidad por los miembros de la Casa Real, en todos los
sentidos.
—De momento, no puedo comentarte nada, pero eres de los
afortunados —dijo la presidenta. Yam se quedó patidifuso y más
dubitativo que al principio. Debería estar acostumbrado a estas
estrategias reales en las que no contaban con él para nada, salvo
para dar lustre a la inauguración de algún triste museo en los países
de la frontera o para procrear. E incluso, hasta en esto último, todo
estaba pactado de antemano. Ojalá su vida fuera más sencilla, de
otra forma, pero no podía ser así si se quería mantener el apellido
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Jorge Antares
Kalarma en unos mínimos de lujo que sólo la corona real podía
mantener.
Nuelm Gaga, uno de los más antiguos consejeros de Zhisco
Denalm apareció con su gesto adusto y curtido. Las malas lenguas
hablaban de un arcano proceso de momificación en vida, y su piel
estirada por métodos quirúrgicos no contradecía la hipótesis. Todo el
mundo se le quedó mirando. A pesar de su avanzada edad, su sola
figura podía llenar cualquier habitación con su presencia. Era como
algo mezcla de animal y electricidad. Una fuerza de la naturaleza.
Con un gesto seguido por todos los asistentes, señaló al Gran Teatro
Real, indicando que todo el mundo se dirigiera allí. La muchedumbre
empezó a moverse sin apenas cuchicheos. El miedo era latente.
Nunca antes había ocurrido algo así, y aunque no sabían de qué se
trataba, lo que sí sabían es que, casi seguro, su existencia dependería
de lo que se dijera tras esas paredes. Yam Kalarma bajó la mirada y
siguió andando embutido en la masa humana...
Rhea
Sinkler
miró descansada al techo del dormitorio desde la
cama. A su derecha, el cuerpo dormido de Berht Rhin—Gaion yacía
durmiendo boca arriba y soltando un ronquido runruneante.
Rhea
dejó escapar un suspirito de gusto recordando la noche de pasión.
Berht era un miembro (y vaya miembro) de la guardia real de Zhisco
Denalm que estaba asignado al proyecto ARCA TOTAL. Y bueno, la
carne es débil, el chico estaba allí y ella tenía unas invitaciones para
una fiesta en la ciudad cercana. Unas copas aquí, unos cócteles allá,
y en fin, una cosa llevó a la otra.
ARCA TOTAL. Bonito nombre para lo que en el fondo era hacer
un agujero en el suelo y meter en él la cabeza como los avestruces,
ese pájaro imaginario de la mitología Predenalmiana. Un sitio para la
élite hecho por la élite... Pero ¡que demonios! Eso era demasiado
cerebral para esos momentos. Ahora lo que importaba es que tenía a
su lado un cuerpo joven y viril, y que encima podía articular algún
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Jorge Antares
polisílabo de vez en cuando. Estas oportunidades no se podían dejar
escapar. La vida son dos días y cuando te das cuenta de esto, ya sólo
te quedan unos minutos...
Jary Franz esperó a que su mujer terminara de restaurarse la cara.
La labor no era cosa sencilla, pues las múltiples cicatrices de un acné
juvenil mal curado daban al rostro de Vivana Franz la impresión de
una luna y todos sus cráteres, con ojos. Jary se sirvio otra copa de
Milenario de 20 años y saboreó el aroma que desprendía el licor
mientras miraba a su alrededor. Parecía que fue ayer cuando empezó
en su cargo de presidente mundial y ya llevaba más de 7 años
cuidando
del
"rebaño",
que
era
como
Lord
Denalm
llamaba
cariñosamente al pueblo denalmita. Quién le iba a decir a él hace 20
años que ese gris funcionario se iba a convertir en la persona más
poderosa del planeta,... por lo menos cara al público y al resto de
planetas de la Confederación Estelar. Bien sabía que todo había sido
una jugada de Lord Denalm para poder entrar en la Confederación y
apropiarse de las ayudas y beneficios que daban a sus miembros y,
claro, como en la Confederación estaba mal visto un régimen como el
que tenía el planeta, era el momento de hacer un cambio e ir a más.
Así que, en el momento adecuado y en el sitio adecuado, el humilde y
ambicioso Jary Franz consiguió ser elegido unánimemente por el
pueblo Denalmita en unas elecciones democráticas que, al ser las
primeras, se vieron salpicadas por pequeños fallos (como que no
llegasen a tiempo las papeletas de la oposición) y accidentes fortuitos
y no premeditados del resto de los candidatos.
Miró la foto de su hija, casada con un rico consejero asesor y
pensó en la familia, en la Estirpe. Su esposa pertenecía a ella con un
parentesco lejano, pero al fin y al cabo era una Denalm. Y como
Denalm, tenía una predisposición genética a ser obedecida. Lo sabía
cuando se conocieron, pero era un reto en su relación enseñarle
quien era el cabeza de familia...
La Arenga del Náufrago
—¡¡Jary!!
Jorge Antares
—graznó
gracilmente
Viviana
Franz.
El
alto
mandatario no perdió tiempo en acudir a la llamada, dejando casi
caer la copa de Milenario.
—¿Sí, querida?
—Hum, me parece que alguien ha sido malo y se ha dejado la
tapa del servicio levantada...
—Yo... —Jary Franz no pudo terminar la frase. Su esposa le dio
una bofetada que le dejó marcados los cinco dedos en la cara como si
fueran cinco cicatrices.
—¡Que sea la última vez! —gritó con unos ojos inyectados en
sangre, la piadosa dama. —Estas cosas me sacan de mis casillas y lo
peor es que al gesticular he agrietado el maquillaje. Así no puedo
salir. ¡Y encima hoy tenía sesión de fotos con unos pobres de los
suburbios
de
Casvall!
¡Jary,
eres
un
completo
estúpido
desconsiderado!
—Pero, Viviana,...
—¡No hay peros que valgan! Tengo que volver a restaurarme la
cara. Espero que por lo menos estos pobres estén limpios. Ya sabes
cuanto detesto la suciedad.
—No te preocupes, cariño. Se les pasa por un baño de iones
antes de posar contigo.
—Pues la última vez, vi que uno tenía manchas en la mano. ¡Así
no se puede hacer caridad!
Encima de maleducados y sucios, con
enfermedades. No. ¡Pero a ti eso no te importa, no! No aprecias mis
sacrificios acercándome a esa chusma para tus intereses políticos.
—¿Mis intereses?¿Mis intereses? Pero, por Danox, Viviana, si
no necesitas hacerlo. No hace falta. Las elecciones están ganadas de
antemano. No necesito votos y la opinión pública me da igual... Otra
cosa es que quieras ganar puntos ante la liga del señor Papal y sus
allegados. Menuda panda de...
—¿De qué?... No consiento
que hables de esa manera de
Sonjak Guerbal, ni de su piadosa obra. Él es nuestra salvación. El
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
último bastión de amor del planeta...
—Amor por los niños...
—¿Qué insinúas? ¿Qué quieres decir, Jary?
—Nada. No quiero decir nada. No he dicho nada. Olvídalo.
—No me gusta lo que has dado a entender.
El señor Papal
Guerbal es una inspiración para todos nosotros y está más allá de
toda esa porquería e injurias que cuentan los descreídos.
Tendrías
que hacer algo contra esos degenerados. Diles a los jueces que
promulguen una ley que persiga esas injurias.
—Vale, vale, Viviana, lo haré. Igual que hicieron con la ley de
marcas obligatorias o de culto a Danox en todas las instituciones.
Pero hay que hacerlo con cuidado, con tacto...
—¡Tendría que ser de inmediato! Es nuestra obligación y deber
con los semejantes llevarles por el buen camino,... aunque no
quieran. ¿Qué van a saber ellos de moral o de buenas costumbres?
Hay que enseñarles, y si no quieren, mano dura.
—Pero,.. pero, Viviana... A Lord Denalm no le gustaría que el
resto de la Comunidad Estelar pensase que hemos tenido una
"regresión" democrática. Nos quitarían muchas ayudas y acceso a
tecnología punta que necesitamos para desarrollarnos.
Ya estamos
bordeando ciertos matices que están levantando voces en el congreso
planetario...
—¡Qué van a saber ellos! Danox está con nosotros y la mayoría
de ellos son monstruos herejes. ¿Tú te crees que un arácnido con 2
cabezas va a creer en Danox? No nos engañemos, Danox nos hizo a
su imagen y semejanza. Esos de la Comunidad Estelar son...
—¡Serán lo que sean, pero no podemos decir lo que pensamos,
mujer! El plan de Lord Denalm se podría ir al traste si sospechasen
que no ha habido ningún cambio en Denalmia.
—¡Ay! Señor, ilumínale porque no sabe lo que piensa. Si el
señor Papal Guerbal te escuchara...
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Sonjak Guerbal se relamió de gusto ante las fotos que le habían
traído. Después del anuncio de la futura catástrofe, su principal
ocupación había sido procurarse la adecuada compañía para después
de la hibernación. Por ello había mandado mensajeros por todo el
mundo para que recogieran muestras genéticas y Holofotos de niños
de todo el planeta. Sus emisarios sabían sus gustos: su debilidad por
los ricitos rubios, su color de ojos preferido, etc. El catálogo era muy
completo. Hasta el momento sólo había utilizado los servicios de
clonación humana a nivel elemental de usar y tirar porque, ¿qué
derechos tiene un clon? Se disfruta de él y cuando se cansa uno,
siempre hay una chimenea que alimentar en el Santo Palacio. Pero
ahora la Gran Catástrofe había sido una inspiración para él. Viendo
tanto material genético junto, no pudo evitar fantasear con múltiples,
infinitas posibilidades, mezclas, injertos y verdaderos ángeles que le
acompañarían después del largo sueño. El amor resurgiría del frío
letargo con fuerzas renovadas.
Sonjak pensó en Viviana Franz, su más fiel seguidora, y en todo
el bien que había hecho a sus semejantes llevando los intereses de
Danox por todo el mundo, y los de Sonjak en particular. Ay, aquellos
efebos de los suburbios de Casvall...
Paul K. Rezram sintió que el destino le había jugado una cruel broma.
Después de años sirviendo a la causa de la Estirpe, se sentía
traicionado por un evento de la naturaleza. Y lo peor de todo es que
no podía alterarlo, ni tergiversarlo, ni omitirlo. No podía cambiar la
realidad a su antojo como hacía a diario en su sistema de noticias. Su
poder de crear y derribar mitos no podía obviar esta verdad
inmutable: estaban condenados. Punto y final.
No era justo, ni
mucho menos. Y lo peor de todo es que no sabía a ciencia cierta si
iba a estar entre los elegidos a acompañar a Lord Denalm en el Largo
Sueño. Tal vez tendría que hacer periodismo de investigación para
averiguar esto...
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Nuelm Gaga sorbió los fluidos vitales de un Fénix de Ciagal. Tiempo
atrás había descubierto las propiedades regenerativas de esta especie
protegida en vías de extinción. Sopesó los hechos de los últimos días
y se alegró de que Lord Denalm siguiera confiando en él para
cualquier crisis. No en vano habían compartido muchas cosas juntos:
las cacerías de rinofantes en las lejanas sabanas de Moldibia, los
despellejamientos de disidentes del levantamiento del Dique espacial
del 65, etc, etc. Todos los cargos pasaban, pero Nuelm Gaga
permanecía. Era una constante, como las estrellas o el sol. Escupió
los últimos trozos del fluido, que le dejaron un regusto amargo y
ácido en el paladar. Miró, con el gesto frío del que debe ser
obedecido, a su fiel mayordomo, y éste recogió los restos del Fénix
para llevárselos al taxidermista. A Nuelm Gaga le gustaba su
colección de trofeos y no entendía el porqué tenía tan mala prensa
entre los sectores ecologistas del parlamento. ¡Ay! ¡Estos hijos
débiles! Se quejaba, pues había conocido a los padres de la mayoría
de los que estaban en el parlamento. Siempre había temido la
debilidad de la vida acomodada, y el ver a estos barbilampiños
prepotentes le llenaba de ira. Pero no había otra opción. De la vieja
guardia de Lord Denalm sólo quedaba él. El último de una gran
generación, anterior al mismo Lord Denalm actual. Aunque ahora, tal
vez gracias a está infortunada catástrofe, se pudiera hacer una
limpia...
—Y, dime, ¿cómo va todo, Rhea? —Dijo Lara Denalm con gesto
preocupado. Rhea
Sinkler sacó una serie de tubos azules de su
pequeño bolso y los puso en el holoproyector. Las imágenes
tridimensionales mostraban el túnel que se había hecho en el
Desierto de Mogazee. Rhea carraspeó un poco y empezó su informe.
—Bien, los trabajos van muy avanzados. Gracias a las nuevas
técnicas nucleares, se han horadado las...
—¿Hora...qué? —interrumpió la Suprema Dama.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
—Hora... —intentó terminar Rhea Sinkler, pero viendo que iba a
ser un esfuerzo estéril, decidió dar un vuelco a su discurso. —
Bien,...eh... se ha hecho un "agujero" en el planeta, ¿vale? y estamos
construyendo
los
habitáculos
animación suspendida hasta
criogénicos
para
permanecer
en
que pase la catástrofe. Se han
habilitado contenedores con todas las comodidades posibles para
cuando termine todo: alimentos y toda clase de diversiones:
holopelículas, brainbol, etc. Gracias a que está muy profundo, muy
profundo, cuando llegue el impacto de la ola de energía, los
habitáculos permitirán sobrevivir a los que estén dentro. Y pasado el
tiempo, cuando el planeta permita de nuevo la vida, se saldrá de la
hibernación y se podrá reanudar la actividad normal.
Lara Denalm se quedó parada durante un momento y balanceó
ligeramente con aprobación su cabeza. Rhea continuó.
—Todo se ha hecho con el más alto de los secretos. Sólo los
elegidos por la Estirpe Denalmita están al tanto de la estrategia que
se va a seguir. Incluso la mayoría de los obreros piensan que se trata
de la construcción de un nuevo palacio para Lord Denalm. Sólo hay
un pequeño problema...
—Sí, ¿y cuál es?
—Faltan algunas plazas... La causa es la escasez de ciertos
materiales de aislamiento. Lo malo es que los suministros están fuera
de nuestro sistema solar y no hay tiempo material de conseguirlos.
Por eso hemos optado por seguir adelante y terminar con la mayor
celeridad posible todas las plazas que pudiéramos en condiciones
óptimas. Es mucho el tiempo que se va a pasar abajo.
—¿Cuánto al final, Rhea?
—30 o 40.000 años. Aunque es un cálculo estimado, pues
desconocemos mucho sobre la radiación de la ola. La superficie del
planeta no podrá permitir la vida durante mucho, mucho tiempo. Tal
vez se tenga que pasar toda una eternidad abajo.
—¡Qué engorro! El año que viene me iba a casar y esto tira por
La Arenga del Náufrago
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los suelos todos mis planes. Tío Zhisco me había prometido una Gran
Boda y ahora habrá que esperar todo ese tiempo... ¡qué desastre!
—Sí, qué desastre —apostilló Rhea Sinkler mordiéndose la
lengua por lo que realmente iba a decir.
Agradeció que los delnamitas no fueran telépatas, porque de
otro modo ahora estaría condenada por alta traición a causa de sus
pensamientos. La mofa de la familia Real o de cualquiera de sus
miembros era un delito capital. De todas formas, Rhea se calmó.
Cualquier don cerebral, salvo el de idear nuevas formas de opresión
sobre la gente, estaba vedado para le Estirpe de Denalm.
—En fin, salvo esas plazas todo va según lo previsto. Tal como
Lord Denalm acordó en la reunión de hace un mes, la migración de la
Estirpe se debería hacer poco a poco para no despertar sospechas
entre el pueblo.
—Es una gran idea. Mi tío es un superdotado en cuestiones de
Estado. Así el pueblo no tendrá malas ideas, ni tonterías de igualdad.
En estos casos debe prevalecer el sentido común, nuestra Estirpe
debe sobrevivir porque somos los más aptos. Selección natural, Rhea,
selección natural.
—Sí, Gran Dama. Selección natural —Rhea no pudo disimular
una sonrisa cuando dijo estas palabras, pero supuso que podía
confundirse con una actitud de asentimiento servilista.
—Bien, puedes irte y continuar con los preparativos—dijo
desdeñosa, como si nunca hubiera bajado unos momentos antes a un
nivel de confianza con la plebeya que tenía delante.
—Así que faltan plazas en el ARCA —dijo Lord Denalm sopesando con
una mano en la boca. Su sobrina Lara esperó asustada la reacción del
glorioso e invicto líder. La tensión se mascaba en el ambiente y casi
se podía oír el murmullo de los pensamientos del gran patriarca. Miró
a los ojos de Lara y de repente preguntó.
—¿Cuántas plazas? —inquirió mientras Lara sentía que algo
La Arenga del Náufrago
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viscoso y caliente resbalaba por la parte de detrás de su muslo.
—Unas cien, pero tal vez sean menos al final. Todo depende de
la rapidez de los trabajos. —Otro momento de tensión se plantó entre
ambos. Lord Denalm sopesó las posibilidades.
—No hay problema entonces —sorprendió el Regio Señor
Planetario —Entre bufones, jueces y periodistas podemos llegar a esa
cifra. Aunque supongo que tú también habrás seleccionado a algunos
más. ¿Verdad, sobrina?
—Así es, tío. Ya tengo algunos nombres que no nos serán de
utilidad —sonrió maliciosa ante su tío. Éste también sonrió...
Paul K. Rezram sintió un escalofrió en la nuca. Las palabras de Lord
Denalm le habían llegado a lo más hondo. Las micromoscas espías,
que tantas veces le habían servido para remover los trapos sucios de
la gente,
le confirmaron su secreto temor. Había valido la pena
introducirlas en el Palacio Imperial.
—Así
que
orgiástica!—pensó
"bufones,
desde
jueces
y
su transporte
periodistas",...
¡Hijo
espía, camuflado
de
como
furgoneta de jardinería hidropónica, que se encontraba a escasos
doscientos metros de la descomunal residencia.
—Tengo que hacer algo, pero ¿qué?... Tiene que ser sutil. No
me puedo enfrentar directamente a Lord Denalm. Veamos,... el
problema son las plazas... faltan plazas... ¡Sagrada Oblea!¡Lo tengo!
Es una lista de personas, si consigo que algunas pierdan el favor de
Lord Denalm, éste las apartará y yo subiré en el escalafón. Bien, me
gusta volver a las campañas de acoso y derribo, me gusta...
Rhea Sinkler estaba ultimando los últimos preparativos en el salón de
su barracón al pie de las obras. Sorteó ecuaciones y cifras para llegar
a su objetivo: intentar que llegase al número de habitáculos
convenido. Sorbió un poco de Java té dulce y sonrió como el gato que
se comió al ratón. Una mano fornida se posó en su hombro. Era
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Berht. Su torso desnudo le recordó la pasión de una horas antes.
—¿Siempre estás
trabajando? —dijo el guardián mientras se
servía una copa de refresco de azulhielo.
—Por supuesto. Si queremos llegar a tiempo, hay que hacerlo.
Creo que acabo de conseguir un invento para arañar 10 plazas más...
Lord Denalm estará contento.
—Me gusta ver tu fidelidad hacia nuestro señor. Hay pocas
como tú, Rhea.
—Bueno, no tiene tanto mérito. Estoy trabajando un poco para
mí, Berht. A mí también me gustaría salvarme.
—No
te
preocupes
entonces.
Nuestro
Señor
sabrá
recompensarte —Rhea miró con una sonrisa al poderoso espécimen.
Se levantó y le cogió el trasero con un seductor pellizco que
sorprendió a Berht. La mujer de cabellos verde jade dejó sus gafas
encima de los papeles y acercó la boca al oído del hombre desnudo.
—Creo que tal vez podríamos celebrarlo un poco antes, ¿no lo
crees así, oh, mi bestia?
—Eh...bueno. ¿Otra vez? Pero si ya lo hemos hecho... No. Veo
que no te voy a convencer ¿verdad?
—No. Además el once siempre ha sido mi número favorito. Un
número primo, como muchas personas —Rhea metió lasciva su
lengua en el oído de Berht...
Sonjak Guerbal recibió a Viviana Franz en su residencia de descanso
del Alto Valle del Carr. Viviana vio al Alto Padre rodeado de genetistas
y hololibros.
—Disculpa, querida, estoy con mi último gran proyecto: La
clonación de nuestras personas Santas. Imagina que pudiéramos
cultivar las células y conseguir trozos de esos Santos. Podríamos
venderlos por todo el mundo como reliquias cuando renazcamos.
Incluso ya me han adelantado la publicidad: "Siempre contigo". Por
supuesto, todo el dinero iría a nuestra Fundación de Ayuda Selectiva,
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Caridad Integral y Orden Mundial.
—Como siempre, Su Elevada, pensando en los demás.
—Es mi labor y mi obra. Por cierto, ¿qué tal llevas los
preparativos para el Gran Sueño?
—Bien. Tengo un equipo asesor que está empaquetando todo y
enterrándolo cerca de la ARCA TOTAL. Dirigidos por Rhea Sinkler,
estamos
sacando
muchas
obras
y
tesoros,
algunas
incluso
desconocidas y que creíamos desaparecidas. Con mucho tacto y
sigilo, estamos trayéndolas para poder conservarlas de la Gran
Catástrofe.
—Eres buena y piadosa, Viviana Franz. Nuestro mejor legado.
Por cierto, ¿no le habrás dicho a tu marido que no va a
acompañarnos en el Gran Sueño?
—Por supuesto, tiene que continuar en su puesto hasta el
último minuto, y no sería bueno tentar su fidelidad a la Estirpe
sabiendo su futuro. Es una pena, pero es una pérdida asumible. Me
convertiré en una desconsolada viuda...
Nuelm Gaga lanzó un plato lleno de sopa Excelsior contra la pared.
Su
fiel
sirviente,
Boris,
esquivó
a
duras
penas
el
proyectil
improvisado. Nunca había visto a su señor tan enfadado. Sólo
recordaba otra ocasión parecida, cuando los tiempos de las primeras
elecciones democráticas, pero se calmó pronto, cuando vino el
mismísimo Lord Denalm y tuvieron una conversación privada en la
almena de la biblioteca. Luego volvio todo a la normalidad, incluso
atisbó a ver algo parecido a una sonrisa en el pétreo rostro de su
señor. Pero ahora, era incluso peor...
—¡Malditos Sectasectarios! ¡Han debido ser ellos! ¡No hay duda!
¡Sólo ellos podían saber eso de
Mayr Riabek! ¡¡Pero que se estén
quietos y tranquilos porque no van a escapar de mi ira!! —En el
suelo, medio destrozado por las garras de Gaga, se encontraba el
holoperiódico con la noticia de que Mayr Riabek había empleado
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
fondos de la lucha contra el Mal Negro para la compra de Aurum
magnus, el metal más preciado del planeta, para fines propios. Nuelm
Gaga sabía de los pequeños "deslices" de su protegido y bienamado
delfín, pero siempre se los había disculpado, porque ¿quién no ha
desviado riqueza en algún momento cada mes? Siempre que tu mano
izquierda no supiera lo que hacía tu derecha, todo estaba permitido.
Y si lo sabía, siempre se podía compartir el botín. Pero nunca, y eso
era ley no escrita, nunca debía saberlo el pueblo, pues el poder sobre
ellos es, como ha sido siempre, darles unas normas igualitarias para
que todos la siguieran,... menos la Estirpe, claro. ¿La Estirpe? ¡La
Gran Catástrofe! Algo se iluminó en el cerebro del rancio consejero.
Nuelm Gaga reflexionó y pensó que tras estos ataques tal vez
no estuviera ningún Sectasectario. Nunca habían estado tan bien
organizados. Así que el enemigo era otro. La Gran Catástrofe era un
motivo más que suficiente para que hubiera una sangrienta lucha a la
hora de ocupar los puestos del ARCA TOTAL. Tal vez pediría ayuda a
alguien informado de todos los trapos sucios para descubrir a los
culpables. Nuelm Gaga recuperó la compostura, pues sabía bien que
para ejercer venganza debía tener la cabeza fría y la cuchilla afilada,
y llamó a su sirviente:
—Boris, ponme en comunicación con Paul K. Rezram. Seguro
que él sabrá quién está detrás de todo...
Jary Franz golpeó con rabia la mesa de metal rústico, con tanta
fuerza que se fracturó el dedo meñique.
—¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿No he sido fiel más
allá de todo? —sollozó con furia a la menuda figura que tenía delante.
—Lord Denalm dispara el rayo, pero no apunta el arma —
contestó estoico Paul K. Rezram.
—Entonces, ¿quién? ¿Quién ha hecho que me dejen fuera del
ARCA TOTAL?
—Pues, aunque parezca un tópico, y lo es, el marido siempre es
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
el último en enterarse —respondió, sopesando las palabras el paladín
de la prensa libre.
Jary Franz recibió la noticia como un aldabonazo. Siempre
había basado sus pilares en la institución familiar y ahora parecía que
todo era un castillo con cimientos de barro.
—Hay que hacer algo —dijo determinado Jary Franz.
Paul K.
Rezram asintió satisfecho. Su pequeño mecanismo de relojería estaba
empezando a dar sus frutos...
Pasaron los meses y la fecha de la Gran Catástrofe se acercaba,
ajena a la gente del planeta. Todo era igual que siempre: los
denalmitas se levantaban cada día e
iban a su trabajo, se
preguntaban porqué sus sueldos cada vez eran más efímeros y les
costaba más llegar a fin de mes, mientras la Estirpe
pasaba sus
vacaciones en los anillos coralíferos del Océano del Sur. Después los
denalmitas jugaban a las múltiples loterías que les ofrecía el estado,
soñando con escapar de su vulgar destino gracias a un azar
imposible, y se dormían ante el televisor viendo un Holo Reality Show
de esperpentos clonados. En fin, lo de siempre, y para siempre...
como Danox manda...
La Estirpe sonreía con su "pequeño" secreto cuando veían cómo
la plebe continuaba con su carrera de hormigas. Era el sádico placer
de ver a alguien en la cuerda floja deseando verlo caer. Incluso,
provocado por este conocimiento del futuro desastre, algunos
olvidaron sus máscaras de bondad y sacaron su autentica naturaleza,
como el Alto Comisario Tegunsu que reprimió más salvajemente las
manifestaciones pacifistas que se estaban celebrando en las ciudades
limítrofes. Ya no tenía que aguantar su rabia por miedo a un
levantamiento general, por la sencilla razón que no había tiempo para
un levantamiento general,... y si lo había, se encontraría con una
enorme ola de energía que lo barrería todo. Su ejemplo fue seguido
por otros grandes señores que dejaron salir su mejor vena absolutista
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
ante la mirada perpleja de sus fieles acólitos. Y el día del juicio final
estaba cada vez más cercano...
Viviana Franz recogió sus últimas pertenencias del cuarto. Había
preparado una serie de viajes presidenciales para su marido con el
objetivo de hacer el equipaje en su ausencia y abandonarle con
destino al ARCA TOTAL. Ojos que no ven,... En fin, había pasado una
buena vida con Jary, habían tenido hijos y demás... pero nunca había
estado a la altura de su Fe. Los comentarios contrarios a Sonjak
Guerbal bastaban para expulsarle de su piadoso corazón. Ahora se
disponía a encaminarse a una nueva vida...
—¿Dónde vas, cariño?—sólo tres palabras y un escalofrió de
temor recorrió el cuello de Viviana. Detrás de ella estaba Jary,
extrañamente sonriente, extrañamente confiado...
Las últimas semanas habían sido muy sorprendentes. La muerte se
había cebado con la Estirpe Denalmita... La muerte, con una ligera
ayudita de Paul K. Rezram, que ponía las dianas mortíferas a las que
apuntaba la ira de Nuelm Gaga, quien aconsejado por el sagaz
periodista, había puesto al descubierto el "entramado conspirador"
que había hecho caer en desgracia al delfín del consejero, Mayr
Riabek, hasta excluirle del ARCA TOTAL. La venganza de Nuelm Gaga
fue precisa, innecesariamente dolorosa y llena de violencia gratuita.
Cada extraña coincidencia mortal significaba un puesto más
cerca para Paul K. Rezram, y ahora necesitaba de esos puestos, ya
que había nuevas inclusiones de última hora como Jary Franz, que
milagrosamente había recuperado el favor de Lord Denalm, gracias a
una desconsolada llamada videofónica de Viviana Franz, que no
podría "soportar la existencia sin su querido marido"...
Yam Kalarma miró por última vez a través de las ventanas del piso 4º
del palacio de Verano de la Dama Ariel. Se fijó en el jardinero que al
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
final de la jornada se encontraba con su amada, que le estaba
esperando en los aledaños de la gran mansión. Ambos se besaban
con fruición, con esa pasión que tienen los jóvenes amantes o los
amantes infieles.
Yan Kalarma no pudo evitar dejar escapar un
suspiro de pena. ¿Cómo habría sido su vida si hubiera nacido en otra
cuna? No lo imaginaba, pero sí sabía que la tensión de pensar en el
Gran Sueño y su consiguiente despertar viendo el mismo rostro
vulgar de la Princesa Ariel, habían golpeado su tranquila y dócil
existencia.
Era
ahora
o
nunca,
la
única
decisión
tomada
verdaderamente por él...
—Una verdadera pena —comentó Jary Franz a su amigo Paul K.
Rezram, mientras veían en la holovisión la noticia de la trágica
muerte del príncipe consorte Yam Kalarma al caer descuidadamente
por la ventana del palacio de Verano.
—Por otra parte, no hay mal que por bien no venga. Ya casi
estás dentro de la lista de los elegidos —continuó impertérrito el
presidente.
—Lo cual no es decir mucho. Faltan escasos días y aun me
quedan cientoveinte de la Estirpe por delante de mí. No sé qué hacer
—se quejó el intrépido paladín de la verdad.
—¿No quedan más objetivos a los que puedas dirigir a Gaga,
Paul?
—No,
no
he
tenido
tiempo
material
de
crear
"pruebas
acusatorias". Gaga puede empezar a plantearse la validez de mi
información privilegiada.
—Ya, ya, si lo supiera, tu vida y futuras reencarnaciones se
verían muy,.. digamos, afectadas —dijo Jary Franz con un gesto frío.
Paul K. Rezram le sostuvo la mirada en un tácito duelo.
—Y no sería el único, ¿verdad? —sentenció el periodista,
señalando con la cabeza a la nevera del invernadero de la casa
presidencial. Jary Franz se movió nervioso ante estas palabras. Sabía
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
que con los ases que tenía Paul, nunca podría ganarle.
—Vale, vale, creo que habrá que pensar en alguna manera de
que entres en la lista de Lord Denalm – dijo Jary Franz intentando
cambiar el tono de la conversación. Miró hacía arriba buscando una
inspiración que casi siempre había rehuido su gris persona y de
pronto, al bajar la mirada, vio a Paul K. Rezram recortado en la
ventana por la luz del atardecer...
—¿Sabes una cosa, Paul? Nunca me había fijado lo parecido
que eres a Viviana de perfil...
Rhea Sinkler dejó un racimo de flores Mondragonas en la tumba de
sus padres. Se quedó mirando en silencio con sus pupilas azul
manganeso a punto de mojarse. Detrás de ella, el inmenso Berht
Rhin—Gaion, vestido con un traje negro, miraba su reloj con mirada
preocupada marcada en su peludo entrecejo.
—Rhea, vamos, queda poco tiempo. La nave aérea está a punto
de salir. Sé que era importante para ti despedirte de tus padres, pero
el ARCA TOTAL espera
—dijo con voz profunda y modulada el
musculoso guardia.
Rhea se llevó la mano derecha a la boca y lanzó un tenue beso
a sus padres. Después se dirigió a su amante. Le miró a los ojos
durante un momento, buscando un consuelo que no encontró, y se
alejaron.
—No te preocupes, Rhea. Tus padres estarían orgullosos del
trabajo que has hecho para Lord Denalm y el ARCA TOTAL —dijo
Berht
Rhin—Gaion, intentando consolarla. Rhea le devolvio un
pequeña sonrisa de compromiso...
—Descanse tranquilo, su eminencia, todo estará a punto cuando
llegue el momento —dijo el barbilampiño guarda a la enormidad
bonachona de Sonjak Guerbal, que salía del molde de plasticera azul
transparente donde había dejado la huella
de su figura. Se estaba
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
haciendo un cubículo especial para el tamaño del Santo Apóstol de
Danox.
Más grande que la vida, así era este humilde santo
denalmita.
En estos últimos días antes del mortal acontecimiento, Sonjak
Guerbal había empleado los largos momentos de espera dentro del
ARCA TOTAL haciendo
reflexión y pensando
en las múltiples
posibilidades genéticas. Se relamió sus gruesos labios pensando en
todo el amor que iba a derramar. Pero no todo era placer, también
había intentado hablar con su fiel discípula Viviana Franz para
enterarse de su cambio de parecer sobre el destino de su marido
Jary. Ésta le había evitado los últimos días y esto le había parecido
raro. Él no era una persona que aguantase el rechazo. Tal vez tendría
que dar un pescozón cariñoso a esa hembra baladí...
—¡Jary, me va a descubrir! ¡Ese gordo santurrón va a averiguar que
no soy Viviana! —gritó Paul K. Rezram embutido en un corsé rojo y
con una capa de maquillaje de 2 centimetros. Jary Franz se apresuró
a tapar la boca del disfrazado paladín de la verdad con su mano.
—¡Calla! —le dijo llevándose el dedo a la boca en señal de
silencio. —Has engañado al resto, incluso a Lord Denalm. Tienes
suerte que nunca hayan tratado con ella mucho tiempo. El único
problema es Guerbal.
—¡Pues claro! ¡Es lo que te estoy diciendo, Jary! ¡Y si yo caigo,
tú caes! ¡Tenlo claro!
—Vale, si el único problema es ese gordo degenerado, entonces
no tenemos problema.
—¿Hay algo que debería saber?
—Hombre, todo el mundo debe de saber algo. La información
es poder, ¿sabes qué pasa si los sistemas de mantenimiento vital
fallan durante el Gran Sueño, querido amigo?
Paul K. Rezram esbozó una sonrisa que agrietó su maquillaje...
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
—Quedan escasas horas —dijo Rhea Sinkler a la entrada del ARCA
TOTAL. Lara Denalm escuchaba intentando disimular un creciente
temor que le tomaba el pecho. Los últimos días, la Estirpe los había
pasado en el interior de la antesala del ARCA con la intención de
prepararse para los rigores de la animación suspendida. Desde allí,
habían podido ser testigos de cómo los cielos se estaban volviendo
poco a poco de un rojo carmín volcánico. Las Holopantallas
mostraban la situación en todo el planeta y a las muchedumbres
presas del pánico sentenciadas al trágico destino: pobres ratones a
punto de ahogarse en un mar de lava milenaria.
—Bien, bien. Lo has hecho muy bien, Rhea Sinkler. Has
conseguido construir
Grandísimo Zhisco
todos los habitáculos a tiempo. Mi tío, el
Denalm, está muy satisfecho. Incluso me ha
prometido una boda a nivel planetario por cómo he llevado todo este
asunto... claro que se celebrará dentro de mucho tiempo, pero
gracias a la hibernación no lo notaremos. Lo importante es que se
haya dado cuenta de mi valía.
—Gracias, Alta Señora. Todo esto no hubiera sido posible sin
vuestra magistral dirección y gestión —contestó sumisa Rhea. Lara
Denalm la miró un rato, después sonrió.
—Tengo que marcharme con el resto de la Estirpe a ponerme
los trajes de Suspensión, pero antes falta una cosa, Rhea Sinkler... —
La mujer de cabellos de Jade se quedó sorprendida ¿Qué faltaba?
Creía que ya lo había previsto todo. La Alta Dama continuó:
—Un pequeño ajuste de cuentas con una zorra listilla —los ojos
de Rhea se abrieron como platos cuando el ceño de su Señora se
frunció maligno —Es el momento de pagar tu insolencia.
—¿Insolencia? ¿Qué insolencia? —musitó Rhea Sinkler.
—¿Es que te crees que nunca
me he dado cuenta del modo
como me hablabas, con esos dobles sentidos, tratándome como una
estúpida?¿Esa suficiencia propia de la clase plebeya? ¿Acaso pensaste
que no podía notarla? ¿Te piensas que soy tonta? —Rhea calló su
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
sincera respuesta. De repente, notó una gran presencia a sus
espaldas. Era Berht Rhin—Gaion vestido con su traje de combate.
Sus ojos implacables hacían olvidar al gran amante de la noche
anterior. Ahora era otra persona, tal vez la que había sido siempre.
Rhea se puso lívida. Ante el susto de la científica, Lara sonrió
mostrando sus dientes desiguales.
—¿Acaso te creías que ibas a compartir nuestra ARCA? ¡Qué
ilusa! Pues de eso nada. Sólo te dejé confiarte hasta que hubieras
terminado tu trabajo, pero ya no hay nada que me impida darte tu
merecido. Guardia Rhin—Gaion, ya sabes qué tienes que hacer.
Rhea notó cómo unos fuertes brazos la levantaban mientras sus
pies buscaban tímidamente el suelo. Lara mostró su satisfacción
segregando un poco de saliva que amenazaba con desbordarse de su
boca. El fiel lacayo se llevó a la científica hacia la salida del ARCA
TOTAL...
—¿Desde cuándo sabías que me iba a pasar esto? —comentó
enfadada Rhea, zarandeada como una muñeca de trapo por el
impasible guardián.
—Desde siempre. Me asignaron para vigilarte muy de cerca. Y
creo que he cumplido mi deber más allá de toda duda.
—Por supuesto, nunca creí que llegases a trece. Otro número
primo, por si no lo sabías, Berht.
—¡Déjate de números primos! ¡Estoy harto de ti y todos tus
grandes conocimientos! Comprendo perfectamente a la Gran Dama
Lara. ¡Eres insufrible!
—Sí, tal vez, pero prefiero ser eso a un pobre fanático. Creí que
podía salvarte de eso, pero ha sido inútil. Tienes lo que te mereces.
—Pues claro. Si no, dime ¿Quién se va a quedar en la BÓVEDA
y quién se va a quedar fuera?
—Tú siempre has estado dentro de una BÓBODA, querido... —
Rhea no pudo terminar la frase pues Berht le soltó un tremendo
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
bofetón que la lanzó contra la exclusa de salida.
—¿Y ahora qué, sabionda? ¿Tienes otro juego de palabras para
reírte de la gente? —Rhea se llevó los dedos a los labios y saboreó la
sangre. Miró a los ojos de Berht y empezó a reírse. Éste le propinó
dos patadas en el estómago. Rhea levantó la mano pidiendo
clemencia, pero el fiero guardián no paró su furia. Un puñetazo en las
costillas y otro bofetón sacaron definitivamente a Rhea del ARCA.
Agachada
de
rodillas,
llevándose
los
brazos
alrededor
de
su
estómago, la mezcla de sangre y lágrimas empezó a salpicar el suelo.
El cielo estaba cada vez más revuelto y rojo y el viento atroz barría la
zona como una segadora. Berht pulsó con furia el botón de clausura
y la puerta se cerró con un sonido eléctrico...
El Gran Señor Zhisco Denalm vio satisfecho las filas de cubículos con
su Estirpe hibernada a modo de helada matriz. Pensó que cuando
todo terminase y volvieran a la superficie, conquistaría todo el
universo pues, seguramente, la mayoría de los planetas habrían
vuelto a un estado bárbaro y primitivo fácil de subyugar. En el fondo,
esta ola de energía podía ser lo mejor que le había ocurrido nunca.
Podría dejar de ser sólo un pobre tirano en un planeta limítrofe y ser
el rey del universo.
La
llegada
de
su
sobrina,
Lara,
sacó
de
estos
altos
pensamientos al invicto líder.
—Ya he resuelto mi pequeño asuntillo, tío —dijo maligna la
Gran Dama mientras iba poniéndose los últimos dispositivos de su
traje de hibernación.
—Espero que hayas disfrutado, Lara. Siempre es agradable una
pequeña diversión, sobre todo ahora que nos queda tanto tiempo
para
nuestro
regreso—ambos
se
dirigieron
a
sus
respectivos
cubículos—. Somos los últimos, querida. Pero antes de dormir,
quisiera darte las gracias por todo. Has salvado nuestro glorioso
linaje.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
—Gracias, tío, con sólo complacerte estoy satisfecha.
—Sí, ya, pequeña mentirosa. A tu tío no puedes engañarle,
pero me gusta que seas así. Tu boda será la más grandiosa que se
haya celebrado nunca en Delnamia.
—Oh, gracias, tío, muchas gracias. No sé como agradecértelo.
—Ya se me ocurrirá algo. Como cuando eras pequeña... pero
ese es nuestro pequeño secreto. Ahora duerme.—Ambos cerraron las
portezuelas trasparentes de sus habitáculos y pulsaron los botones de
inicio de sesión. Las brumas de frío gas empezaron a inundar el tubo
de hibernación...
Rhea Sinkler permaneció con la cabeza agachada y sollozando
dolorida. Cuando oyó la puerta del ARCA cerrarse lentamente las
quejas se empezaron a tornar en fiera risa, una risa que competía
con el cruel medio ambiente en furia. Se levantó lentamente, pero no
paró de reír. Una parte de su cara se estaba amoratando, pero nunca
había sido tan feliz en toda su vida.
—Si alguien te viera, se iba a pensar que te habías vuelto loca
—Rhea se volvió ante estas palabras, y allí estaba Sterankho,
enmarcado en el fiero viento como si se tratase de una estatua de
piedra. Su gabardina negra ondeaba, dándole un aspecto misterioso y
mágico. El tiempo parecía no haber pasado por él, y sólo unas canas
en las sienes denotaban su edad.
—Siempre te gusta hacer buenas entradas.
—Por supuesto, Rhea, Deformación profesional. Además, ¿no es
justo lo que se espera de uno cuando hace el mayor truco de toda su
vida?
—Estoy de acuerdo, viejo amigo. Me descubro ante ti. Te has
superado.
—Pero nada de esto habría sido posible si no hubiera sido
gracias a ti y tu idea.
—Sí, como decía la cancioncilla "con un poco de ayuda de mis
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
amigos". Por cierto ¿puedes parar ya todo este viento? Me empiezan
a doler los oídos.
—Sus deseos son órdenes, bella dama —el mago chasqueó los
dedos y el viento paró. El cielo volvió a la normalidad. Los ojos del
mago chispearon de gozo y se agachó con una reverencia teatral.
Rhea aplaudió sonriente.
—El gran Mago, el único e inigualable Sterankho. El que me
enseñó el secreto del Universo.
—Y un aplauso para mi hermosa ayudante, que tan buen uso
hizo de este conocimiento —continuó el mago, tomando de la mano a
la mujer del pelo verde jade. Ambos siguieron al unísono:
—Porque El Gran secreto del Universo es que puedes hacer
creer lo que quieras, si tienes la vista del público alejada de donde
vas a hacer el truco –los dos terminaron con una risotada.
—¡Para, para!, ¡je je...ay..je! Me están empezando a doler los
golpes que me dio ese bestia.
—Vale, Rhea. Pero nunca comprenderé qué viste en ese
bárbaro.
—No sé, tal vez pensé que... déjalo. Soy una mujer y tengo mis
necesidades... y debilidades. Pensé que tal vez fuera de otra manera.
Da igual. Eligió la opción equivocada. Nadie puede luchar contra la
estupidez, ni aunque tenga el mejor equipo de trucos del mundo.
—Sí, eso está más allá de mis capacidades.
—De las de cualquiera, amigo —ambos se quedaron un rato
callados. Miraron de refilón al ARCA.
—¿Y ahora qué? —preguntó Sterankho.
—¿Ahora? Pues ahora nos toca lo más difícil. Tenemos un
mundo que construir desde cero. Depende de nosotros que sea un
paraíso o no... por lo menos nos hemos quitado la serpiente de en
medio.
—Y la serpiente esta vez hará el bien. Será un buen abono para
el nuevo mundo.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
—El mejor, amigo, el mejor —apoyada en su amigo, Rhea
Sinkler y el Mago se marcharon por el camino amarillo empedrado,
hacia la cercana ciudad...
Robin dejó de leer y se percató de que tenía dibujada en la cara una
sonrisa pícara.
—Steranko —pensó.
Le pareció irónico que el Numantino hubiera
homenajeado a
Steranko, una referencia común que, aparte de sus múltiples
talentos, también era un maestro escapista al estilo de Houdini...
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
17. Sonrisas y lágrimas
Javier Antón recogió
sus
objetos
personales
del
desvencijado armario que utilizaban como taquilla en El Foro Discos.
Recordó cuando trajeron ese mueble y cómo ayudó a montarlo
cuando empezó a trabajar en la pequeña tienda de música hace
quince años. Recordó lo feliz que era al haber convertido su temprana
afición en su modo de ganarse la vida.
—Con lo que sabes de música, serías un dependiente ideal. No
veas lo difícil que es encontrar a alguien que sepa tanto sobre grupos
y tendencias. —Le dijo Miguel, el dueño de El Foro Discos. Recién
salido del servicio militar y sin otras expectativas de trabajo a la
vista, la oferta le pareció lo mejor del mundo. Siempre le gustó la
música, todo tipo de música: Rock, funky, Heavy, power pop, etc.
Sus gustos eran muy variados y se había convertido en un
coleccionista compulsivo desde, recordaba, que tenía uso de razón y
una paga semanal que apenas alcanzaba para comprar vinilos de
segunda mano.
Debido a su necesidad de comprar música se hizo asiduo de un
mercadillo que ponían en su ciudad cada domingo. Allí conoció a otros
coleccionistas como él y mantenían tertulias acaloradas sobre si ese o
a aquel guitarrista hubiera encajado perfectamente en el grupo de
moda, o en imaginar la formación ideal del supergrupo definitivo. Por
fin, después de mucho tiempo de sentirse un bicho raro al que le
"privaban
las
músicas
extrañas",
encajaba
en
un
variopinto
maremagno de personalidades que cada domingo por la mañana se
veían atraídos como polillas a la luz a la caza y captura de joyas de
vinilo. Javier era una esponja viviente, absorbiendo todo dato de
oscuros grupos minoritarios, anécdotas de los mitos del rock, etc. Se
convirtió en una biblioteca andante que sabía hasta el número que
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
calzaban las estrellas de la música... y otras medidas menos
conocidas. Su grupo de los domingos le sacaba de la rutina diaria de
su casa y sus padres urgiéndole a buscar un empleo. Aún era
demasiado pronto, había mucho que vivir en aquellos locos ochenta
en los que la ciudad era un hervidero de culturas y acontecimientos
de todo tipo, muchas fiestas a las que ir, muchas juergas que
rematar y muchos grupos que escuchar. A través de su afición llegó a
conocer a cantantes que la historia convirtió en míticos, a groupies de
fin de semana que colgaban su uniforme de colegio para ofrecerse en
los camerinos ante los músicos más canallas, fiestas que luego
terminaban en orgías y demás desenfrenos que en aquellos tiempos
eran el pan nuestro de cada día.
Cuando conoció a Miguel, éste se quedó maravillado ante el
torrente de datos que ese rubio melenudo con gafas soltaba sin
despeinarse. Anécdotas como las enyesadoras del grupo Kiss, los
discos satánicos escuchados al revés, el fantasma con acento de
Liverpool de Abbey Road, etc, etc. Javier se las sabía todas, incluso
algunas las había vivido en sus propias carnes como cuando una
noche de borrachera él y su grupo de freaks pusieron una cadena en
Arthurlandia, la pequeña discográfica que publicaba al grupo Nórdico
Thundergod y cuyo "pecado" había sido mutilar la portada del disco
debut de esta formación.
castigo ejemplar.
Tal afrenta estética pedía a gritos un
El dueño de la discográfica tuvo que serrar la
puerta para quitar la dichosa cadena, ya que el candado con el que la
cerraron estaba inutilizado por palillos y silicona, y, encima, para más
Inri, tuvo que sufrir llamadas anónimas a horas intempestivas
diciéndole que habían encontrado la llave del candado de marras.
Eran
unos
tiempos
bastantes
locos,
eran
jóvenes
y
no
se
preocupaban de nada más.
Pero llegó el momento de sentar la cabeza, que coincidió con su
vuelta del servicio militar. Tras aguantar las múltiples humillaciones
castrenses, había decidido no depender de nadie y eso le hizo buscar
La Arenga del Náufrago
trabajo. No
teniendo
Jorge Antares
una formación adecuada a los cánones
establecidos, su abanico de opciones se reducía sensiblemente. Lo
único para lo que era un experto no tenía demanda,... hasta que llegó
Miguel y le ofreció el puesto en la tienda que iba a abrir
próximamente. Javier no cabía de gozo. Trabajaría en lo que le
gustaba y encima escucharía todos los discos que quisiera.
Allí conoció a otros dos dependientes que en un principio le
parecieron buena gente: Cletus y Manny. Nada más lejos de la
realidad, como viviría en sus carnes años después. Tras la fachada
amable de Cletus, se escondía una caja registradora de corazón de
hielo que engañaba muy bien a aquellos de los que se podía servir.
Ninguno de sus regalos era desinteresado y con memoria de elefante
te lo recordaba cuando tenía que sonsacarte algo. En definitiva, un
claro
triunfador. Manny en cambio, era más suave, sin querer
molestar a la gente, el individuo perfecto para apoyar sin rechistar las
maquinaciones de Cletus.
Durante años Cletus, Manny y Javier fueron los dependientes de
El Foro Discos. La pequeña tienda empezó a crecer rodeada de un
aura de pequeños grupos que empezaban y otros consagrados que
venían gracias a la labia de Miguel, que podía encandilar a un
encantador de serpientes. Había fiestas semanales, promociones y
artistas que sabían que si querían ser alguien se debían dejar caer
por la pequeña tienda. Y mientras, todos se maravillaban con los
extensos
conocimientos
de
Javier.
Comprarle
un
disco
podía
convertirse en llevarse la discografía entera del batería del grupo que
'hace cosas más interesantes' o una recomendación sobre una sala
de baile. Algunas veces conseguía encandilar a alguna cliente y se
iban a tomar alguna copa y desayuno (si las cosas iban bien).
Fueron buenos tiempos, como se recuerdan todos los pasados.
La mayoría de su grupo de los domingos pasaron a ser sus clientes
habituales. Él sabía exactamente lo que necesitaban y se lo
proporcionaba en dosis semanales en un ritual que culminaba los
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
viernes en algún bar cercano tras la jornada en la tienda. El pequeño
grupo fue ampliándose y aunque el tema de la música seguía siendo
el nexo de unión de ese conglomerado dispar, se traspasó el mero
compañerismo
en muchos casos, formando amistades profundas.
Eran como una familia. Atípica, pero una familia. Todo es muy bonito
y bucólico en tiempos de bonanza. Todos son amigos del alma,... si te
hacen un descuento de un diez por ciento en tus compras.
Pero como todo, la rueda de la vida siguió girando y girando,...
y casi sin darse cuenta, los años pasaron. Algunos del grupo se
casaron, otros descubrieron sus verdaderas preferencias sexuales,
unos desaparecieron del mapa y otros volvieron a reaparecer como el
Guadiana tras años de ausencia, unos se hicieron serios y personas
respetables y cabales, otros continuaban siendo unos balas perdidas
con las hormonas alborotadas como si siguieran teniendo quince años
a pesar de peinar canas, unos habían conseguido una inmensa e
indecente colección fonográfica que era la envidia de todos y que
continuaba creciendo y creciendo..., otros habían vendido sus "joyas"
al sentar la cabeza, para regocijo de sus compañeros que adquirían
verdaderas
maravillas
a
precio
de
saldo,
unos
continuaban
creyéndose Peter Pan y otros se habían convertido en el capitán
Garfio. Y lo único que permanecía era la reunión semanal de los
viernes en El Foro Discos,...y Javier Antón con sus anécdotas y
vivencias, un poco más viejo, un poco más sabio.
El mundo de Javier Antón parecía inamovible, hasta que un día
el sueño se acabó. Y el despertador fue la confianza de Miguel. Tras
muchos años de bonanza y creyendo que el negocio podía continuar
solo, el dueño
de
El Foro
Discos se
embarcó en proyectos
estéticamente excitantes pero económicamente catastróficos, que
minaron la línea de flotación del negocio principal de la tienda de
discos. Las deudas contraídas por la pequeña discográfica que creó
para promocionar a grupos amigos (cuyos discos yacían en el
almacén acumulando polvo), los regalos espléndidamente caros que
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
hacía cuando ejercía de relaciones publicas para promocionar su
capricho musical, y la falta de prevención para tener un colchón
económico para afrontar los pagos necesarios para abastecerse de las
novedades semanales, empezaron a hacerse notar cuando los
proveedores se negaban a enviar los pedidos.
Javier Antón y el resto de los dependientes veían muy negro su
futuro cuando las nóminas tardaban en pagarse y temían los
momentos
en que Miguel les pillaba por banda y les decía
individualmente 'tengo que contarte algo. No te preocupes',
y
después se los llevaba al pequeño sótano que tenían en la tienda y
que utilizaban como almacén. Allí les hacía partícipes de sus
"empresas millonarias con las que se iba a forrar" y de que tenía un
problema de liquidez que se resolvería en unos días (que luego se
convertirían en semanas y meses). Al final aceptaban las excusas
para no cobrar y no le presionaban, pues ya sabían que si lo hacían,
lo único que conseguirían sería un cheque sin fondos.
Debido a esta serie de acontecimientos y la consecuente
decadencia del negocio, Javier Antón, Cletus y Manny se reunieron.
—Tenemos que proponérselo. Si las cosas siguen así, el año
que viene cerramos —dijo Cletus con el ceño fruncido que sólo
mostraba cuando quería imponerse.
—No sé si aceptará nuestra oferta. Últimamente sólo viene a
recoger el dinero y no se preocupa de más. —Comentó Javier.
—Pues hay que convencerle de alguna forma. Si no le
compramos la tienda, esto se va a ir a pique, Javier.
—Lo sé, lo sé. Tú lo sabes, Manny también y hasta muchos de
nuestros clientes lo saben. Algunos me compran las novedades dos
meses después sólo porque son colegas. Ellos son los que están
sacando a flote la empresa. Pero no va a durar. A nada que Neutrón
Rock o cualquier tienda de los alrededores se percate y les haga el
mismo descuento que les hacemos aquí, se irán para allá de cabeza
sin pensarlo dos veces. Sé como son porque yo soy igual. Quieren
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
tenerlo todo y lo quieren ya.
Están esperando que se cambie la
política aquí, pero no van a esperar siempre. Si no consiguen su vicio
aquí, lo conseguirán en otro lado. ¡Joder, Cletus!¿Qué vamos a hacer
si no accede??
—Lo primero, tranquilidad. Hay que convencer a Miguel de que
nos traspase la tienda. Tal como está ahora, podemos darle lo que
vale si nos juntamos los tres y ponemos la pasta. Aun no está todo
perdido. Con apretarnos el cinturón una temporada, podemos
recuperar
el
negocio.
Los
proveedores
confiarán
en nosotros.
Tenemos que ser una piña. —Arengó Cletus. Javier asintió y Manny
se dejo llevar, como siempre...
Así de esta manera los tres dependientes convencieron a Miguel y
pasaron a convertirse en ilustres propietarios de una de las tienda de
discos de más abolengo de la ciudad. Echaron horas y fines de
semanas y a base de muchos esfuerzos consiguieron dar un golpe de
timón al negocio. Todo iba sobre ruedas, los proveedores volvieron a
servir puntualmente las remesas de novedades, los clientes volvieron
a comprar y la caja volvió a sonar continuamente superando todas las
expectativas. Todo iba bien,... por lo menos cara al exterior. La
famosa piña de Cletus.
Pero en todo Paraíso hay una serpiente y Javier se dio cuenta
demasiado tarde de quién era. Los indicios fueron tenues y una
vocecita cada vez más alta le decía "Cuidado". Ciertos sucesos
inconexos empezaron a formar el rompecabezas. Los proveedores
sólo querían hablar con Cletus, algunos clientes se reían a sus
espaldas cuando pasaban a su lado y lo peor: se estaba labrando una
fama inexplicable de persona difícil entre su grupo de allegados.
Cierto era que Javier tenía su genio, pero no más que otros. Alguien
se estaba encargando de resaltar sus cualidades negativas de la
misma forma que si le comentas a alguien que una persona es coja.
Si la ve tropezar, dará por hecho que es debido a su minusvalía, a
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
pesar de que la caída sólo haya sido eventual. El sistema es tan
antiguo como el hombre. Rumorea que algo queda. Y en este caso, lo
peor era que los que creía sus amigos habían admitido con
demasiada facilidad los bulos. Durante una temporada no dio
demasiada importancia a esas cosas. "Ya se darán cuenta de cómo
soy" pensaba engañándose... Pero cuando quiso parar la bola, ya era
demasiado tarde.
Cletus había tejido su red cuidadosamente y había hecho la
precisa luz de gas a Javier, arrinconándolo y aislándolo. Para Javier
llegó a ser un autentico suplicio ir a la tienda y escuchar regañinas
por "no implicarse en el negocio", por "ser tan negativo con las
nuevas
iniciativas"
y
por
cualquier
tontería
explícitamente
magnificada delante de los clientes para añadir leña a su leyenda
negra de persona intratable.
Las intenciones de Cletus eran claras: divide y vencerás. Como
un moderno Cesar, había convencido al elemento más débil de la
terna para poder conseguir su objetivo, jugando con su codicia,
utilizando las matemáticas. Dos partes es mejor que tres. Manny
aceptó sin darse cuenta de que una parte es mejor que dos.
Tras un año de continua lucha contra lo que parecían molinos
de viento, Javier claudicó. No podía aguantar más. El acoso continuo
había socavado su ánimo y sólo deseaba que le dejasen en paz. Si al
menos hubiera tenido el apoyo unánime de los que creía sus
amigos... Pero las maquinaciones de Cletus habían dado su fruto y
habían dividido el grupo. El diez por ciento de descuento era algo a
lo que se habían acostumbrado muchos de ellos, y no iban a
permitirse perderlo por apoyar a alguien que "se merecía lo que le
estaba pasando por su manera de ser".
Javier aceptó la "generosa" oferta de Cletus. Era una cantidad
ínfima de lo que realmente valía su parte del negocio y, tal vez, se
podía haber negociado un precio mayor. Pero Javier estaba hastiado,
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
cansado, aburrido. No quería otra cosa que abandonar ese lugar que
en otros tiempos, ya lejanos, era el sitio perfecto para trabajar.
Cerró su mochila y suspiró aliviado. Todo se había acabado y
era lo único que importaba en esos momentos. Fuera de la tienda le
esperaban los restos de su antiguo grupo, aquellos a los que le
importaban más otras cosas que un diez por ciento de descuento.
Mientras abandonaba El Foro Discos vio de refilón a Cletus haciendo
relaciones publicas con unos clientes veinteañeros y sintió el
incontrolable deseo de atizarle una somanta de hostias. Pero uno de
sus amigos se percató y cogiéndole del brazo le dijo:
—Otro día, Javier, otro día. No le des el gusto de demostrar que
lo que decía es cierto. Está esperando que lo hagas. No caigas en su
juego —Javier miró los ojos de su amigo y reprimió su furia.
Abandonaron el local y se dirigieron a un bar cercano. Cuando fue a
colgar su cazadora se dio cuenta de que había un sobre en el bolsillo.
Extrañado lo cogió. Ponía con letras de molde "Un regalo para ti"...
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
18. Cuéntame un cuento y
verás que contento...
Había una vez
una niña llamada Adela que se dedicaba a
contar. Contaba desde pequeña y contaba de todo. Árboles, perritos y
periquitos. Su familia y amigos estaban orgullosos de ella. Cuando
había algo que contar la llamaban.
—Adela, me han traído estos cuencos para guardar jalea. ¿Me
puedes
decir
cuantos
son?
—Y
entonces
Adela
se
ponía
a
contar,..uno, dos, tres,...
—Son diez, Héctor. Hay diez cuencos.
—Gracias, Adela. Son los que pedí. Ni más, ni menos. —Adela
sonreía y seguía jugando con sus piezas de construcción.
Adela tenía un sueño desde pequeña: poder volar. Veía las
naves espaciales surcando el cielo azul dirigiéndose a mundos más
allá de esta galaxia y se imaginaba dentro de ellas dirigiendo los
mandos en la cabina del piloto, viendo novas, supernovas y agujeros
negros, surcando peligrosos campos de meteoros y llegando a
misteriosos planetas salvajes. Siempre que podía recortaba las fotos
de las expediciones a otros planetas.
Adela sabía que si quería volar algún día, tenía que ir poco a
poco. Pero no era fácil. Apuntarse a la academia espacial costaba
muchos créditos. Así pues, empezó a trabajar en una fabrica
para
costearse la academia. Su trabajo era de contadora. Contaba los
pedidos, contaba las personas, contaba y contaba. Después de una
dura jornada contando, empezaba otra más dura yendo a la
academia a aprender sobre constelaciones, nebulosas y coeficientes
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
de fricción de reentrada en planetas. Por la noche caía rendida en su
cama, y al día siguiente vuelta a empezar...
De esta forma pasaron tres años y sus jefes en la fábrica fueron
cambiando mientras Adela permanecía contando, y contando, y con
su sueño de llegar a ser una astronauta. Parecía cercano el día en
que por fin iría a la estación espacial y conduciría una astronave,...
pero como en todo cuento que se precie, debe de haber un malo que
se oponga al protagonista. En este caso, el villano se llamaba Esteban
IV y aparte de malo, era inútil. Había llegado a jefe de Adela gracias
a ser hijo de uno de los mayores accionistas de la fábrica. En
principio, cuando llegó a su puesto parecía bastante normal en su
trato con todo el mundo, pero su actitud cambió cuando se dio cuenta
de la vocación de Adela. Él también era un apasionado de los viajes
espaciales, pero no tenía la capacidad para, ni siquiera, ser admitido
en la academia. Ni su poderoso Papá podía mover los hilos para
ayudarle, pues, por desgracia para Esteban IV, aun quedaba gente
insobornable
que
no
permitiría que
ningún
incapaz
condujera
potentes naves poniendo en peligro las importantes misiones.
La rabia se apoderó del joven al ver cómo esa joven de 'baja
extracción social' estaba consiguiendo llegar a lo que él había soñado.
Se sintió robado y estafado. Su glorioso destino esfumado, y al
buscar un cabeza de turco para su ineptitud, Adela se convirtió en el
blanco de su ira.
Esteban IV se encargó personalmente de truncar las ambiciones
de
Adela.
Primero
cargándola
de
un
sobretrabajo
abusivo
y
denigrante ('Cuéntame los granos de arena de este tarro... Para
mañana’), después, no permitiéndola salir a su hora para asistir a la
academia espacial ('Es importante que termines esto. Sí, ya sé que te
lo he mandado cinco minutos antes de terminar la jornada...') y
finalmente, menospreciando la calidad de su trabajo ('No sabes
contar. Empiezo a dudar que seas apta para el puesto').
La Arenga del Náufrago
Adela
Jorge Antares
aguantaba
las
continuas
humillaciones.
Tenía
que
aguantar por su sueño. Tenía que aguantar para seguir pagando la
Academia Espacial a toda costa.
En un momento determinado y viendo que la actitud de Esteban
IV no cambiaba, se decidió a pedir el traslado a otra sucursal para
seguir su trabajo. El cambio le fue concedido y a pesar de tener
peores condiciones (Tenía que levantarse antes para poder llegar a
tiempo, con lo que tenía que robarle más horas al ya recortado
sueño), lo afrontó con entereza.
Al poco se percató de que nada había cambiado y que el brazo
de Esteban IV (y sobre todo el de su Papá) era alargado. El mismo
sobretrabajo y vejaciones. Apiadado por la situación de Adela, su
nuevo superior le hizo una confesión.
—Da igual a dónde vayas, Adela. En todos los sitios va a ser
igual.
—¿Por qué? —preguntó anhelante la pequeña chica.
—¿Por qué? No lo sé. Sólo recibo ordenes, no las cuestiono.
Aprecio mi trabajo y mi posición. Por lo poco que he tratado contigo
eres trabajadora y
muy positiva. En otra situación seria un placer
trabajar contigo, pero por desgracia para ti, las condiciones no son
las adecuadas. No sé lo que has hecho, pero estás en el punto de
mira y da igual donde vayas dentro de la empresa. En las otras
sucursales va a ser igual que aquí.
—¿Qué puedo hacer?
—El jefe de Adela
levantó la mirada y
miró a la puerta como toda respuesta. Adela comprendió que ya no
había nada
más que hablar y que sólo era cuestión de tiempo.
Agradeció a su superior la confidencia y salió del despacho.
El pequeño universo de Adela se estaba destruyendo. Si dejaba
el trabajo, no habría dinero para la Academia y se acabaría el sueño
de ser astronauta, pero si continuaba sólo era cuestión de tiempo que
la echasen por alguna pequeña falta producida por el trabajo bajo
presión. Cuestión de tiempo, cuestión de tiempo... Sintió un
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
acongojante vértigo mientras se dirigía a su sitio. Se sentó y se puso
a contar robóticamente. Su sueño se había esfumado...
De repente y sin darse cuenta, se hizo de noche. Todo el
mundo abandonó la fabrica,... Todos menos Adela, que seguía
contando y contando ajena a todo. Tal era su estado de ánimo que se
había olvidado de ir a la Academia.
—¿Me puedes hacer un favor? —Oyó Adela mientras salía del
círculo vicioso de contar y contar. Era Alberto 9, el señor de la
limpieza, un enjuto hombre de mediana edad con un bigote cuidado a
lo Errol Flinn y una perilla que le daba el aspecto de un lobo de mar.
—¿Eh? ¿Oh?... ¡Ah! Hola, Alberto,... ¿En qué puedo ayudarte?
—dijo Adela.
—Pues, verás, es que me estoy volviendo viejo y mis ojos no
son los de antes. Ya sabes, no son tan agudos. El caso es que
necesito contar una cosa y me he dicho 'Seguro que Adela me puede
echar una mano'.
—Por supuesto, Alberto. No me cuesta nada. Veamos qué es...
El limpiador sacó una pequeña caja negra alargada. Adela la
cogió con cuidado. Sea lo que fuera lo que contenía, Adela sintió una
confortable sensación de calor en las manos.
Cuando la chica abrió la caja, Alberto sonrió...
Esteban IV estaba pletórico. Por fin lo había conseguido. Le habían
avisado de su pequeño triunfo anunciado a primera hora de la
mañana: Adela abandonaba la fábrica.
Se le escapó un grito histérico de triunfo mientras recogía sus
papeles y salía de la fábrica, dirigiéndose a la pequeña sucursal del
extrarradio. Tenía que verlo con sus propios ojos.
Al llegar saludó al encargado de la sucursal. Éste le miró triste
mientras Esteban IV le felicitaba por el 'gran servicio prestado'. Sin
mediar más palabras
(pues no hay que confraternizar con los
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
subalternos más de lo debido), Esteban IV le preguntó dónde estaba
ella en esos momentos.
—Está recogiendo sus cosas. No quiere retrasar más su
marcha. —Contestó el encargado.
En esos momentos, Adela salía de la habitación donde
guardaban los efectos personales. Esteban IV sonrió triunfal al verla.
Ella se le quedó mirando unos momentos directamente a los ojos, de
una forma como nunca le había mirado antes cuando trabajaba para
él. Esteban IV se sintió atravesado e incómodo. Nadie se había
atrevido hasta entonces a hacer algo así. Todos agachaban su cabeza
instintivamente.
Adela empezó a andar hacia él y Esteban IV sintió el impulso de
salir huyendo, pero se quedó petrificado en el sitio viendo cómo la
menuda chica se acercaba más y más. ¿Qué iba a hacer? Los
animales acorralados se revuelven incontrolados ¿Qué demonios iba a
hacer la chica? Sintió aflojarse su esfínter cuando Adela se plantó
delante de él. Se preparó para lo peor...
—Gracias —dijo la chica. Esteban IV respingó. Para eso no
estaba preparado. La chica continúo hablando.
—Si hubiera seguido con mi plan tal vez hubiera llegado a ver el
espacio el año que viene,... en el mejor de los casos. Hay mucha
gente esperando para subir a la estación espacial. Mucha gente mejor
que yo. Con más posibilidades de conseguirlo. Lo sabía y no me
importaba. ¿Sabes porqué? Porque lo estaba intentando con todas
mis fuerzas y porque era mi sueño. Así que tal vez hubiera llegado o
tal vez no. Nunca lo sabremos. El caso es que apareciste tú y todo
cambió. Creí que todo estaba perdido, pero no fue así. He conseguido
algo mejor.
—¿Algo mejor? No... no entiendo. —Dijo Esteban IV sintiendo
cómo algo viscoso resbalaba por la pernera de su pantalón.
—Sí. Algo mejor. Si no me hubieras mandado aquí nunca habría
conseguido mi nuevo trabajo.
La Arenga del Náufrago
—¿Nuevo trabajo? Eh,... oh.
Jorge Antares
—Esteban IV sintió que la masa
viscosa llegaba ya a la altura de la rodilla. A pesar de todo, tuvo la
curiosidad de preguntar—. ¿ Y en qué consiste tu nuevo trabajo?
Adela le miró y se dibujó una sonrisa plácida en su rostro.
—Básicamente en lo mismo. En contar. Lo bueno es que ahora
cuento cosas que me gustan. —La chica empezó a quitarse la
camiseta. Esteban IV ya no podía más. Las cosas no iban por el
camino que él había marcado. Pobre niño rico. ¿Pero qué demonios
está haciendo esta mujer? pensó mientras sintió aflojarse de nuevo
su esfínter.
Adela se quitó la camiseta y en su espalda mostraba orgullosa
unas imponentes alas blancas que hacían daño a los ojos si te
quedabas mirándolas un rato, igual que cuando miras al Sol. La cara
de Esteban IV era todo un poema.
—Ahora voy a contar estrellas. Maravillosas y deslumbrantes
estrellas. Infinitas en el firmamento. Hermosas. Grandes y pequeñas.
Soles rojos y amarillos. Y las veré tan de cerca como te estoy viendo
aquí. Como nadie las ha visto —dijo Adela mientras empezaba a
mover suavemente las alas. Todo parecía moverse a cámara lenta
como en un sueño. Esteban IV vio cómo la chica cogía su maletín y
emprendía el vuelo hacia arriba y arriba en un cielo increíblemente
azul tachonado con nubes algodonosas.
Adela se iba convirtiendo en un punto. Esteban IV y el director
de la sucursal alcanzaron a oír sus últimas palabras.
—¡Ah! ¡Un último consejo, Esteban!... ¡Cambia de desodorante!
—Después de esto, se perdió de vista.
El director miró a Esteban IV de refilón y un aroma peculiar le
hizo darse cuenta de lo que había pasado. Se permitió una pequeña
sonrisa mientras veía cómo el joven movía disimuladamente la pierna
derecha para expulsar algo viscoso de color marrón por la pernera del
pantalón. Una vez terminada la operación, Esteban IV se volvió al
director. Éste disimuló como si no hubiera visto nada, rezando en
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
silencio para que no se le escapase una sonora carcajada. Esteban IV
se fue sin terciar ninguna palabra.
El director esperó a que el joven se fuera en el descapotable
último modelo para permitirse la carcajada retenida. Se dio cuenta de
que alguien le estaba mirando. Era Alberto 9
con su escoba
barriendo la entrada de la sucursal.
—¡Que cosas más extrañas ocurren! —dijo el director para romper
el silencio, manteniendo la sonrisa.
—Y que lo diga. ¿Quién iba a pensar que esa chica era un ángel?
—el director sonrió a Alberto 9 y se dirigió hacia la oficina.
Alberto 9 continuó barriendo…
Nora terminó de leer el cuento que acababa de encontrar en el bolso.
Su situación en el banco era muy parecida a la de Adela. Como no
tenía alas de ángel, decidió hacer otra cosa...
Germán terminó de leer el cuento que encontró de repente en la
bolsa donde compraba el pan. Había sufrido una fuerte depresión a
causa de unos socios con los que se había aliado para crear una
ciudad de mucho futuro en internet y de la que después le apartaron
vendiendo el producto por una cantidad astronómica (de la que no vio
ni un billete) a una multinacional del negocio de la red. Él tampoco
tenía alas, pero tras leer el cuento las consiguió, al poder olvidar la
traición que se había convertido en su losa diaria y volver a volar
libre. Tenía otras ideas mejores para explotar y ahora era más
sabio...
Dolores leyó el cuento que había llegado a través de su buzón de
correos. Aun se preguntaba qué había hecho para que sus otros
socios la echasen de la inmobiliaria que habían levantado de la nada
hacía 3 años. Todo buenas palabras por delante, pero por detrás
habían movido los hilos adecuados para echarla, ahora que el negocio
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
daba sus frutos. Dolores salió de la encrucijada y supo poner el
nombre adecuado a aquellos a los que erróneamente concedía el
beneficio de la duda... y no era un nombre muy bonito.
Javier Antón termino de leer el cuento en el servicio del bar al que
había ido con sus amigos. ¿Quién le habría dejado ese cuento? Podía
haber sido uno de sus allegados, o tal vez un cliente. No lo sabía.
Sólo sabía que lo mismo que se tienen alas de ángel, también se
puede tener rabo de demonio. Sonrió pícaro. Sabía los puntos débiles
de su adversario y mientras saboreaba una jarra de cerveza sopesó
por donde empezar a atacarlos...
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
19. Con un poco de ayuda de
mis amigos...
Se habían reunido
en una sala virtual privada porque
querían más. No conocían quiénes eran físicamente pero sabían
'quiénes' eran. Sólo sabían su objetivo y su determinación para
conseguirlo. No necesitaban más. Eran anónimos, pero a su vez
estaban más cercanos que el mejor amigo. Se habían conocido en el
Foro de Arengas y sabían lo que era sufrir. Habían compartido sus
penas con los demás y habían visto que no estaban solos. Habían
recibido
una
inyección
de
moral,
las
famosas
espinacas
del
Numantino, y luego habían plantado semillas de arenga en otras
personas
como
ellos.
Habían
regalado
generosamente
sus
recuperadas fuerzas de vivir en forma de pequeños cuentos, relatos,
canciones, etc. que restañaban corazones rotos e insuflaban fuego en
forjas largo tiempo apagadas. Y todo esto estaba muy bien... pero
querían más.
Por eso decidieron juntarse en este pequeño grupo anónimo y
anónimamente expusieron lo que sabían hacer. Cada uno por
separado no tenía ni idea del poder que tenía en sus manos, pero los
ojos de los demás se lo descubrieron. Cada uno era una pieza de un
ajedrez y dejaron de ser peones para convertirse en caballos, en
torres, en alfiles, en reyes y reinas. Los brazos de uno hicieron
realidad los sueños de otros.
Su idea era ayudar directamente a las personas, sin que ellas lo
supieran, como Ángeles de la Guarda anónimos y tácitos, librándoles
de los que
les humillaban, investigando y siguiendo a esos
fanfarrones prepotentes capacitados para hacer la vida imposible,
erigiéndose en horma de zapato sin que lo supieran. De forma sutil,
La Arenga del Náufrago
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tenue,... Un pequeño apunte en una cuenta es un gran paso para
tener problemas con la justicia. Una dirección adecuada puede ser
publicada en muchos sitios y un historial clínico puede airearse sin
saber la fuente,... múltiples formas, granitos de arena que al final
forman una poderosa montaña, un muro para encerrar a los
indeseables.
Lo mejor de todo es que nunca podrían cargar las culpas a la
persona que ayudaban pues, primero, no sabía que la estaban
ayudando y segundo, amparados en la sutilidad,
los valentones
nunca podrían saber de dónde les vendrían los golpes. Ahora sabrían
lo que sienten la mayoría de los mortales...
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
20. Tuviste tu oportunidad y
la dejaste escapar
Lala se había
preparado a fondo. Trabajó durante todo el
día preparando el informe que presentaría al final de la sesión del día
siguiente. Todo estaba estudiado al milímetro. Después de presentar
los logros del departamento, cuidadosamente maquillados, expondría
los impedimentos con los que se habían encontrado y al lado de todas
estas cosas negativas un nombre asociado. Sabía de sobra que un
culpable por asociación es igual de bueno que un verdadero culpable
y Robin Gulliver había eludido demasiadas veces su destino.
El consejo buscaba una cabeza para adecuar presupuestos y
ella les ofrecería una en bandeja de plata. No importaba que los
hechos estuvieran tergiversados y que se hubieran magnificado las
carencias y omitido los logros. Nadie saldría a defender a ese bicho
extraño... y ella lo sabía. Tenía en su mano el grifo de la información
y dosificaba su uso a conveniencia. Sonrió al saberse tan poderosa
como el cazador al que abren la veda para cazar su pieza favorita.
Mandó imprimir el informe. Se había hecho tarde y no quedaba
nadie en la oficina salvo una señora de la limpieza que recogía el
polvo de un día de duro trabajo. Se levantó y fue a la impresora, vio
salir las últimas hojas, grapó todo el informe y lo metió en una
carpeta azul celeste. Lo dejó encima de la mesa de su despachito y se
marchó pensando en un aromático te de jazmín que se prepararía
nada más llegar a casa. Se sintió pletórica después del trabajo bien
hecho...
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Jorge Antares
21. Salvando a Rbin Vorg.
(Pequeña
Ópera
Rock
del
Nuevo Milenio)
Acto 1
Siete encapuchados vestidos de negro aparecen en escena.
Todos tienen un número romano de color blanco a la altura del
corazón. Detrás de ellos se alza un túnel de color verde pantano con
circuitos impresos. El Túnel va al palacio Imperial Cree y es enorme,
cubriendo todo el escenario. Hay un silencio que se empieza a romper
con
unos
tambores
lejanos
in
crescendo.
Los
encapuchados
moviéndose sigilosamente empiezan a cantar.
Encapuchado I:
Estamos aquí tras una larga travesía. Por fin nos hemos juntado.
Sois como yo esperaba. ¿Estamos todos del mismo lado?
Encapuchado II:
Mis manos están preparadas. Sólo tenéis que pensar,
donde apuntar mis puños, y a donde queréis llegar.
Encapuchado III:
Tengo en mis bolsillos la llave que abre su corazón,
ningún guardián comprado eludirá nuestra razón.
Encapuchado IV:
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Tal vez estemos locos. Es algo duro de sopesar,
pero en estos momentos, el pensamiento debe esperar.
Encapuchado V:
Mi vida no era nada. Estaba a punto de enterrar
toda esperanza soñada, todo sueño por realizar...
Encapuchado VI:
Nos han hecho un regalo, amigos, que juntos debemos honrar.
Nos han devuelto la vida, empecemos a vivirla ya.
Encapuchado VII:
Por eso estamos aquí. Por eso y por mucho más.
Debemos rescatar a aquel que se sacrificó por liberar.
Encapuchado I:
Todos sabemos su nombre, su lucha por alcanzar
el conocimiento perdido, que repartió con los demás.
Es el momento de hablar,
de decir su nombre.
¿Quién es este gran hombre,
que nos ha hecho luchar?
Todos los encapuchados a la vez:
¡¡Rbin Vorg!!
Encapuchado I:
¿Quién es él? No oigo bien.
Todos los encapuchados a la vez:
¡¡Rbin Vorg!!
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Encapuchado I:
Quizá sea el momento, hermanos,
en que debamos descubrir
nuestro rostro y talentos
antes de seguir.
Sabemos quiénes somos,
pero es bueno recordar.
Recordar evita piedras
en las que volver a tropezar.
Encapuchado I:
(Se quita la capucha y es Lorena, la cuadrapléjica)
Él me dio la palabra
y me hizo pelear.
Él me dio nuevas piernas
y me enseñó a andar.
Encapuchado II:
(Se quita la capucha y es Ramón, el boxeador)
Yo siempre había luchado,
golpeado sin pensar.
Él me enseñó el momento
de decir: ¡Basta ya!
Encapuchado III:
(Se quita la capucha y es Marta, una señora de la limpieza)
Toda mi vida me callaron,
apagando mi estima.
Fregando descubrí
el tamaño de mi valía.
Planté cara al estúpido hombretón
que se creía superior.
La Arenga del Náufrago
No sé lo que el imbécil pretendía,
pero pasmado quedó
humillado de por vida.
Perdí el empleo ¿y qué?
Gané algo mejor.
¡Gané una mejor vida!
Encapuchado IV:
(Se quita la capucha y es Javier Antón)
Yo trabajé en un sueño
sin pensar con quien lo hacía.
La música era mi vida,
era lo único que oía.
Tendría que haber sido más cauto, ya lo sé,
pero al final averigüe
quién es amigo y quién no lo es.
Las serpientes del camino pueden engañar,
pero dales tiempo y se mostrarán.
Lo que más duele es descubrir
que Judas puede ser
ese amigo de verdad
que jura que nunca traicionará.
Encapuchado V:
(Se quita la capucha y es Dolores, la de la inmobiliaria)
Es extraño descubrir,
pero la vida es así,
cuánto proliferan amigos
ávidos por conseguir
tu puesto, tu vida y dinero,
sin siquiera pestañear,
tomando sin ningún permiso
Jorge Antares
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
lo que tanto te costó ganar.
Piensas que el malo eres tú,
que fallaste de algún modo,
porque no puedes creer lo que pasa,
porque has hecho tu casa
sobre cimientos de paja
y todo tu esfuerzo cae
cuando sopla el viento
que esos veletas recogen
con innato talento.
Encapuchado VI:
(Se quita la capucha y es Germán, el que tenía un negocio en
Internet)
Confiar es nuestro pecado,
pero a mí me gusta pecar,
no encuentro otra manera
para crecer de verdad.
Creé una ciudad de la nada
y los otros la vendieron,
no me pagaron nada
y dejé la piel en el esfuerzo.
Bajé al infierno deprisa,
mi ánimo se quebró,
la losa de la traición
dejó mi alma rendida.
Hasta que descubrí la manera
de poder salir
de esa agonía en vida,
de ese sinsentir.
Y era pecando de nuevo,
volviendo a confiar,
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
siendo de nuevo un niño
y volviendo a regalar.
Encapuchado VII:
(Se quita la capucha y es Nora, la que trabaja en un banco)
A punto estaba de claudicar,
de tirar la toalla
pero una misiva extraña
me regaló una espada.
Me buscaron las cosquillas,
hablaron mal de mí.
Si tú has sufrido un infierno,
yo he sufrido mil.
Encapuchado I:
Todos hemos sufrido
en las carnes y alma
muchas vejaciones.
Ahora ha llegado la hora
de pagar retribuciones.
Encapuchado II:
Todos íbamos errantes
por caminos perdidos,
atajos más o menos largos
a un aciago destino.
Encapuchado III:
Nos robaron algo más que la vida.
Nos robaron lo que pudimos ser.
Grandes y pequeñas opciones
desperdiciadas en el ayer.
La Arenga del Náufrago
Encapuchado I:
Pudimos ser una cosa
y ahora somos otra.
No lloremos lo pasado,
pues el momento no retorna.
Encapuchado III:
Tienes razón, amiga mía.
No debemos permitir
que las cadenas pasadas
nos vuelvan a dejar morir.
Encapuchado I:
Pues claro, mi hermano y compañero,
nuestro objetivo es triunfar
sobre los escollos del camino
que nos suelen dejar.
Tenemos un corazón fuerte
que no deja de palpitar.
Los muy tontos se creen
que tenerlo es debilidad.
Encapuchado III:
Por el corazón perdí,
por el corazón gane.
No voy a permitir
que me lo quiten otra vez.
No voy a dejarles llevar
mi capacidad de amar
y de sentir fuego interno
por una canción escuchar.
Luché antes y lucharé ahora,
Jorge Antares
La Arenga del Náufrago
con ánimo renovado
y con fuerzas aumentadas
por el conocimiento dado.
Encapuchado I:
¿Estamos pues dispuestos para la hazaña,
preparados para ganar?
Quiero oír de nuevo las voces,
dispuestas para triunfar.
Todos los Encapuchados:
¡Si! ¡Estamos dispuestos!
Dispuestos estamos ya.
¿Cuándo demonios
vamos a comenzar?
Encapuchado I:
Se acabó la espera, hermanos.
Tapemos nuestras caras.
Pues en las sombras debemos actuar,
para no despertar las sospechas
que en su mente puedan anidar.
Los encapuchados se vuelven a poner las mascaras.
Encapuchado I:
Y ahora una cosa más.
Que nadie sepa,
ni nosotros mismos,
los dones que podemos prestar
a la causa antes perdida
Jorge Antares
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
y vuelta a recuperar.
(Los encapuchados se arrancan los números romanos cosidos en su
pecho y los tiran al aire quemándose de manera casi mágica.
Ahora parecen todos iguales).
Encapuchado I:
(Señalando al túnel)
Venga, vamos presto.
Volvamos a entrar en un túnel
que de negro parece no tener final
y que la luz de la esperanza
nos alumbra sin dudar.
(Los encapuchado se dirigen al túnel y se pierden entre sombras. Los
tambores suben el nivel, suenan muy fuertes y con ritmo rápido y en
crescendo. De repente el silencio).
Baja el telón.
Fin del Acto 1
Acto 2
Se ve la sala donde guardan la AMEBA Nebular. Tres científicos
calvos de bata blanca con botas negras altas y gafas redondas de
color esmeralda oscuro esperan firmes. Detrás de ellos, en la cubeta
gigante montada en una grúa de ingravidez, la AMEBA Nebular de
color carmesí burbujeando en el liquido alimenticio y dentro flotando
las diversas víctimas.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Científico 1:
Nervioso estoy esperando a la Gran Dama.
Científico 2:
Ya sabes, estimado colega, que hace lo que le viene en gana.
Científico 3:
¡Cuidado con esas palabras!
Contened esa lengua o me veré en la obligación
de denunciaros por alta traición.
Científico 1:
Por un momento pensé que me iban a condenar.
Tu sentido del humor el corazón nos va a parar.
Científico 2:
¡Eres muy condescendiente con él! No le voy a perdonar
el mal rato que pasé por su manera de actuar.
Científico 3:
La chanza valió la pena. El rostro blanco se os quedó...
Científico 2:
¡Y a ti la cara te va a cambiar si de verdad me enfado yo!
Científico 1:
¡Haya paz entre nosotros! ¡Haya paz!
Su broma cruel fue
pero no debemos olvidar
que otras parecidas él tuvo que aguantar.
La Arenga del Náufrago
Científico 3:
Como cuando casi caí en la AMEBA Nebular.
A punto estuve de morir por vuestra gracia de empujar.
Científico 2:
Sí, ja, aun recuerdo ese día.
Te tuviste que cambiar
el uniforme mojado
por nuestra forma de actuar.
Científico 3:
Pues, estimado colega,
ésta es la justa reacción.
Donde las dan la toman
y ahora eres tomador.
Científico 2:
Aunque me duela admitirlo,
tienes toda la razón.
Perdona por mi mal perder.
Olvidemos lo que pasó.
El Científico 2 le tiende la mano al 3. Éste la acepta.
Científico 1:
Arreglado todo está.
La razón se impuso aquí.
Por un momento pensé
que los puños iban a decidir.
Jorge Antares
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Se oye un murmullo de gente por el lado izquierdo del escenario. Los
científicos se cuadran para dar un aspecto más protocolario y serio.
Científico 1:
Ya vienen. Ya llegan.
Dejemos de lado las bromas,
pues la Corte Real por ahí ya asoma.
Científico 2:
Ahora nuestro rostro debemos calmar,
pues frialdad y profesionalidad debemos mostrar.
Se escucha el sonido de trompetas imperiales tocando un himno
pomposo.
La Emperatriz Deena llega a la sala donde guardan la
AMEBA Nebular. Está rodeada por su cohorte de allegados que le ríen
las bromas.
Séquito al completo
Ja,ja, ja y mil veces Ja.
Vuestro ingenio mejora como los buenos vinos.
Esas ocurrencias son sublimes, maravillosas
y, además, tienen buen tino.
Emperatriz Deena
No esperaba menos de vosotros, el saber apreciar
estos jocosos pensamientos que suelo crear.
Dama Laalah (una cortesana favorita)
Sabes que estamos deseosos de paladear
esas palabras con que nos honras deleitar.
Permitidme la confesión.
Somos afortunados por tener
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
una dama tan lúcida a la que obedecer.
Emperatriz Deena
Me vais a hacer sonrojar. Pero no está de más
que de vez en cuando me queráis lisonjear.
Ahora sin más retraso tener,
no hagamos esperar,
lo que hemos venido a hacer:
a los prisioneros observar.
La Emperatriz y su séquito se acercan a los tres científicos.
Emperatriz Deena
Hombres sabios...
Los tres científicos (a la vez)
¿Sí, Gran Dama?
Emperatriz Deena
Mostradme ya sin dilación
lo grandes logros que habéis avanzado
en la forma de castigar
a aquellos que tuvieron la osadía
de mi ánimo desagradar.
Los tres científicos (a la vez)
Sí, Gran Dama.
Los tres científicos sacan al mismo tiempo con una coreografía
estudiada de movimientos precisos unos informes, después sacan un
pequeño lapicero y empiezan a cantar. Con música de la Rapsodia
bohemia de los Queen.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Científico 1
¿Por dónde empezar?
Científico 2
¿Tal vez sea por aquí?
Científico 3
Hay tantos reos,...
Científico 1
... Las cosas han de ser así.
Mira hacia allá, y la AMEBA te contará,
Científico 2
(Poniendo voz a la AMEBA)
"Soy un pobre engendro, dispuesto a servirte a ti".
"y tengo muchas más, de un millar, de historias por contar".
" De todas las formas, por alguna he de empezar..."
(La gran AMEBA eructa una burbuja carmesí como si estuviera
excitada)
Científico 2
Dama, te voy a mostrar
los sueños que planté, las vidas que creé, y que luego robé.
Dama, te va a gustar,
tanto dolor como queráis.
Dama, ooh, esto es lo que hay
¡Que pasión, que pasión! La emoción casi me mata.
Tu ley, se debe respetar
Dama,
Acabas de llegar
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Te estamos esperando.
Y no debe haber gente
Que se atreva a cuestionar
Tu gran razón
Oh, si, señor
Llena de gracia eres.
Oh, Dama mía, Dama mía
¿Con qué quieres empezar?
Tenemos
para mostrar
los grandes logros para castigar a todo el que no te quiere...
Mirad todo el mundo y empezad a temblar con lo que vamos a
enseñar
Dama, oooh,
Y ardemos en deseos de mostrarlo...
Científico 2
(Señalando a la cubeta)
¡Veo una silueta en la AMEBA aparecer...!
Todos los científicos:
¡Es Rbin Vorg!¡¡Rbin Vorg!! ¿Te gustaría martirizarlo?
El Científico 1 le da a la Emperatriz una especie de artilugio
parecido a un mando a distancia de color metal. En su extremo un
punto de luz amarilla que se ilumina cuando Deena pulsa una tecla.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
De repente, un pinza gigante como las de las maquinas de peluche de
las ferias se introduce en la AMEBA y coge la cabeza de Rbin Vorg.
Una gran pantalla antigravitatoria flota al lado del dormido prisionero
chorreante de fluido carmesí.
En ella se muestra lo que está pensando Rbin. Se ve una escena
submarina con el tiburón Sssar nadando con un hígado humano en la
boca.
Científico 1
¡Este es el momento! ¡Vamos ya a comenzar!
Cortesanos
(Es tu reo.)
Es tu reo. (Es tu reo.)
Es tu reo, es tu reo. Míralo.
Tortúralo.
En la pantalla aparece la cara de Rbin Vorg entre brumas. Tiene los
ojos cerrados y aspecto triste y dolorido.
Rbin Vorg
Sólo soy un inútil, nadie se ocupa de mí.
Científicos
Es sólo un inútil, nadie se ocupa de él
¿Es el momento de dejarle por fin?
Emperatriz
Tal vez sí, tal vez no. ¿Cuál es vuestra opinión?
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Cortesanos.
(Fingiendo tener opinión propia, toman posturas. Unos están a favor
de
liberarlo,
otros
no.
Momentos
después
intercambian
las
opiniones).
¡Divina! No, mejor humíllalo.
(¡Libéralo!) ¡Divina! Por nosotros, déjalo.
(¡Libéralo!) ¡Divina! Por nosotros, déjalo.
(Libérale) Humíllalo.
La Emperatriz apunta el mando y lo presiona. En la pantalla aparece
una plataforma espacial con la astronauta Dennise flotando ingrávida
mirando con ojos muertos. La Emperatriz mira a los cortesanos.
Cortesanos.
(Libérale) Humíllalo. (Libérale) Humíllalo. Ah.
La Emperatriz apunta el mando y lo presiona. En la pantalla aparece
Rbin Vorg encerrado en un cubo claustrofóbico que se está
reduciendo. Se le ve muy agobiado. La Emperatriz mira a los
cortesanos.
Cortesanos.
No, no, no, no, no, no, no.
(Oh, Dama mía, Dama mía) Dama mía, disfrútalo.
La Emperatriz apunta el mando y lo presiona repetidas veces. Las
imágenes de la pantalla adquieren un aspecto estroboscópico y
subliminal.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Emperatriz
Habéis logrado hacerme muy feliz, feliz, feliz.
(Se ve como la Emperatriz sube en una plataforma automática hasta
estar a la altura de Rbin Vorg. Surge un humo neblinoso y azul a su
alrededor.
Entonces la pantalla coge un plano cercano de la
emperatriz mirando a Rbin Vorg con desdén).
Emperatriz
¿Así que pensabas de mí, escapar?
¿Así que pensabas que te iba a perdonar?
Que risa, me matas de la risa...
(En la pantalla se ve la cara de Rbin Vorg llorando con los ojos
cerrados. Tiene una expresión de dolor).
Emperatriz
Volvedle a meter, nos volveremos a ver otro día.
Laalah, la cortesana.
Todo fue ilusión, nada aquí pasó
No tuvo perdón,
Todo fue un error
Nada va a cambiar... para Rbin Vorg...
La emperatriz sonríe excitada mientras vuelven a introducir en la
AMEBA a R'bin Vorg. Tiene cara de loca. Suda y de su boca cae saliva
como la de un perro rabioso.
Los cortesanos la miran un poco asustados. Hasta los científicos
acostumbrados a tratar con ella se muestran asombrados.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Se produce un silencio.
La Emperatriz se da cuenta de que la están mirando. Disimula su
demente goce limpiándose con un pañuelo las babas. Entonces mira
desafiante a todos despectiva y regiamente.
Los asistentes bajan la mirada al unísono.
Ella sonríe maligna. Después su rostro se queda sin expresión.
Se acerca a la cortesana Laalah. La chica está muy asustada y
tiembla. Sigue con la cabeza agachada. La Emperatriz le coge
suavemente la barbilla con una mano levantando su cara para mirarla
a los ojos. Laalah se espera lo peor. Deena sonríe.
Emperatriz Deena:
(Con música de "Bailando" de Alaska y los Pegamoides)
Reinando.
Me paso el día reinando
Y los vasallos mientras tanto,
no paran de molestar.
La emperatriz empieza a bailar y señala con la mano como si
estuviera dando su bendición. Los cortesanos mueven los brazos
alabándola y llevando el ritmo.
Inaugurando
Me paso el día inaugurando.
La consejera avisando.
Llena de evento y glamour.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Tengo los días muy atareados,
la agenda tengo muy ocupada;
pero eso es lo normal
para mi posición social.
Reino todo el día,
con o sin simpatía
Renuevo un ministro, muevo un ujier;
Veo aquellos que quieren crecer;
corto su cabeza, con gran decisión,
(La Emperatriz hace un gesto con la mano de cortar el cuello)
Echo a quien quiero siempre que tengo ocasión.
Tengo al pueblo muy aterrado,
(La Emperatriz hace un gesto de asustar con las dos manos)
los cortesanos están de mi lado;
(La Emperatriz chasquea los dedos y los cortesanos se agachan
haciendo una reverencia).
tengo una vida genial,
nada me puede salir mal.
Reinando...
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Todos se quedan unos segundos parados. Laalah empieza a aplaudir
con una mezcla de miedo y falsa alegría. Casi al instante, todos los
asistentes la secundan.
La Emperatriz
agasajada.
permanece regia con falsa humildad mientras es
Empiezan
a
salir
fuegos
artificiales
mientras
los
cortesanos sacan unas banderitas con la cara de la Emperatriz.
Baja el telón.
Fin del acto 2
Acto 3
Gran Final teñido de carmesí
Sube el telón.
Se ve la sala donde guardan la AMEBA Nebular. Tres científicos
están recogiendo las cosas después de la visita.
Científico 1
Por fin llegó el fin de la jornada.
Hemos vuelto a triunfar,
la Emperatriz esta encantada
con nuestra forma de actuar.
Científico 2
No se puede pedir más
Continuamos en nuestro puesto,
¡Y la cabeza sin cortar!
Ha sido todo un acierto.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Científico 3
Aunque tengáis cierto temor,
Ella es fácil de contentar.
No os debéis preocupar,
a la dama regia le gusta torturar.
Todos los Científicos:
¡Tenemos el mejor manjar
para su sublime paladar!
¡Tenemos la química necesaria,
Para su gran Ego saciar!
Podemos hacerles pensar que en el Nirvana están.
Para momentos después en el Hades caer.
¡Que grande genios hemos llegados a ser
en el fino arte de torturar!.
¡Tenemos la química necesaria,
Para su gran Ego saciar!
Científico 1
Esto hay que celebrarlo.
Sacad las copas. Hay que regarlo
Con buen vino espumoso y centenario.
El Científico 2 saca unas copas escondidas en unas probetas. El
Científico 3 saca una botella negra de un armario donde guardan
componentes químicos. Con pasos de claque abren la botella y llenan
las copas.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Científico 1
Un brindis por nosotros.
Científico 2
¡Por nosotros!
Científico 3
¡Por nosotros!
Los Científicos levantan las copas, brindan y después se las beben.
De fondo la pantalla muestra la cara de Rbin Vorg con los ojos
cerrados sumergido en la AMEBA. Se le ve que está sufriendo.
Científico 1
No hay nada como el sabor de este caldo.
Me podría acostumbrar a todos los días tomarlo.
Científico 2
Sin dudarlo yo también.
Es fácil acostumbrarse a este tipo de vida.
Científico 3
Ya ves lo aposentada que está nuestra Dama, la temida.
Científico 2
Esas palabras denotan poca devoción,
Te voy a denunciar por alta traición.
Científico 3
¡Uy! ¡Que miedo! ¡Ay!¡Que terror!
Voy a tener que hacer un acto de contrición.
La Arenga del Náufrago
Científico 2
Vaya. No funcionó mi broma.
Pensaba en devolver tu anterior chanza.
Científico 3
Lo único que provocas es risa en mi panza.
Científico 2
No te preocupes. Intentaré mejorar.
Te juro que la próxima te voy a asustar.
Científico 3
Soy perro viejo. No me vas a pillar.
Pero si tanto te gusta, vuélvelo intentar.
Científico 1
Cuidado con lo que hacéis.
Poco a poco podéis llegar
a una guerra cruenta comenzar.
Científico 3
No tienes que tener preocupación.
No le guardo al pobrecillo ningún rencor.
Científico 2
¿A quién llamas pobrecillo, so botarate?
¡Estás acumulando papeletas para pegarte!
Científico 3
Si quieres acción, la tendrás,
Pero luego no me vengas a llorar...
Jorge Antares
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
El Científico 1 da un golpe en la mesa. Los otros dos se callan.
Científico 1
¡Por Viricón, ya está bien! ¡Vuestras puyas dejad!
¿Qué he hecho para merecer con estos críos estar?
Científico 2
¿A quién llamas críos?
¿Nos quieres insultar?
Científico 1
¡Basta! ¡Basta ya!
¡Dejemos de lado esta conversación banal!
Científico 2
Pero...
Científico 1
¡No hay peros que valgan!
Nuestra fuerza es la confianza.
No debemos traslucir
Ninguna imagen pueril.
¿Que diría la Gran Dama si nos viera?
¿Creéis que dejaría títere con cabeza?
Los otros Científicos callan avergonzados. El Científico 1 les mira
sulfurado durante unos segundos de silencio.
Científico 1
Bien. Creo que con mi exposición,
Habéis entrado al fin en razón.
Es el momento de partir,
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
La jornada acabó
Mañana habrá más.
La hora del descanso llegó.
Los científicos se marchan por una puerta al fondo del escenario. Al
salir apagan las luces.
La estancia esta iluminada por un fulgor carmesí fantasmagórico que
emite la AMEBA Nebular.
Pasan unos segundos. De repente se oye desenroscar una tapa
metálica en el suelo. La tapa se quita y aparecen los encapuchados
del agujero sigilosamente.
Encapuchado 1
¡Venga, rápido, salid!
Pongamos a esta tragedia fin.
Se quedan mirando la cubeta donde está la AMEBA Nebular. El fulgor
carmesí les baña mientras buscan a Rbin Vorg.
Encapuchado 1
¡Tenemos que ser raudos en encontrar
a aquel que hemos venido a salvar!
Encapuchado 2
¡Mirad creo que es él!¡Allí está!
Encapuchado 3
¡No, demasiado joven! Vuelve a mirar.
Encapuchado 1
Hay tantos. Es difícil de encontrar,
La Arenga del Náufrago
como una aguja en un pajar.
Encapuchado 4
Hay tanta injusticia en el ambiente.
Este martirio no deja indiferente.
Encapuchado 5
Son muchos años de tiranía
Este holocausto una revolución pedía.
Encapuchado 1
Pues claro, hermanos, por eso estamos aquí.
Por eso vuestra ayuda pedí.
Sola no puedo, con amigos sí.
Encapuchado 5
Solos no podemos, con amigos, sí.
¡Que gran pensamiento! ¡Que sencillez final!
Transparente como una bola de cristal.
Encapuchado 1
El poder que tenemos es un poder sin igual.
A mí me lo enseñaron. Yo lo debo enseñar.
El conocimiento es poder, tan duro como el metal.
Cuantos más lo sepan, mejor nos irá.
Encapuchado 6
Mucho tiempo estuvimos huérfanos de la luz de la razón.
Mucho tiempo extraviados en un laberinto de dolor.
Jorge Antares
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Encapuchado 7
Y fue este hombre quien la luz nos dio.
Pequeño de estatura, grande de corazón.
Nos enseñó el camino, la senda de la razón.
Encapuchado 1
Nos devolvió la vida extraperlada por esos ladinos.
Es justa recompensa rescatarle de su sino.
El encapuchado 4 de repente señala alborotado a la AMEBA.
Encapuchado 4
¡Mirad!¡Mirad!
Ahí está. Rbin Vorg
El que vinimos a salvar
Encapuchado 1
Sí, es él. Tienes razón.
Saquémosle sin dilación.
Los encapuchados se acercan al centro de mandos y empiezan a
activar los controles. La pinza se dirige a la cuba. Todos miran la
operación.
De repente la puerta del fondo se abre dejando pasar una luz que
corta la oscuridad. Es el científico 1 que ha vuelto.
Científico 1
Con los nervios de con esos chiquillos discutir,
Olvidé unos papeles y tengo que venir
Otra vez al trabajo volver
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Esos estúpidos siempre me van a jo...
El científico 1 se queda parado al ver a los encapuchados. Durante
unos segundos todos permanecen inmóviles.
De repente el científico 1 corre hacia un panel para dar la alarma.
Científico 1
Vándalos. Ladrones. Tengo que avisar
a la guarda de seguridad.
Pero antes de que el Científico llegue al panel, un encapuchado se
pone delante de él.
Científico 1
Quita de en medio, perillán.
Encapuchado 1
Quítame de en medio, si te atreves, gañán.
Científico 1
No quiero discutir.
Encapuchado 1
No tienes nada que decidir.
Tus opciones están limitadas
a callar y no hacer nada.
El resto de los encapuchados se acercan como arañas a su presa.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Científico 1
¿Creéis que estoy vencido?
¿Creéis que el asunto está decidido?
Encapuchado 1
Tu soberbia no nos impresiona,
Al igual que nosotros, eres sólo una persona.
Encapuchado 2
Tanto tiempo con la Prepotente Dama a su lado,
no me extraña que esté contaminado.
Científico 1
Vosotros sí que estáis contaminados,
por la gran locura que habéis anidado.
¿Cómo siquiera pensar
que esta empresa vais a ganar?
Encapuchado 1
Porque tenemos la convicción
De que siempre tuvimos la razón.
Cuando nos robaron soñar
se les olvidó ocultar
el estigma de la rebelión
que se oculta en la esperanza
y en el corazón.
El Científico 1 se queda mirando y se lleva la mano a uno de sus
guantes. Todos los encapuchados se juntan más a él. De repente, el
científico levanta el puño. Tiene algo dentro. Los encapuchados
paran.
La Arenga del Náufrago
Científico 1
¡La locura os da osadía!
Pero hoy no será el día
en que un puñado de paletos
venza a mi gran intelecto.
Encapuchado 5
¡Tened todos cuidado!
No sabemos qué tiene en la mano.
Quizá un artilugio
para ser inmolado.
Encapuchado 2
¿Qué tienes ahí?
¿Con qué nos vas a amenazar?
Sabemos que eras ruin,
pero no loco de atar.
Científico 1
Tengo el temor refinado.
Vuestro sueño más temido.
Todo lo que habéis sido,
las claves de vuestro pasado.
Encapuchado 7
¡Este tipo ha enloquecido!
Se inventa la realidad,
como la mayoría de nuestros conciudadanos
a los que les gusta imitar
al avestruz, y la cabeza esconder
antes que enfrentar
lo que de verdad es
Jorge Antares
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
y no lo que será
en un futuro imperfecto
que nunca llegará.
Científico 1
A ver si eres tan gallito
cuando te enfrentes
al pago de tu delito...
El científico 1 lanza lo que tenia en las manos: Unas cápsulas azules
que al chocar contra el suelo explotan y un humo azul surge de ellas.
El humo rodea a los encapuchados como una mortaja de humo.
Encapuchado 1
(Dirigiéndose al científico)
¡Estás loco! Ese humo también te va a afectar.
Científico 1
¡Ja, ja, ja!
¡Yo no tengo sueños que matar!
El humo hace revivir a cada encapuchado su temor más escondido.
Encapuchado 1
Crecen muchas cadenas alrededor del encapuchado 1 (la parapléjica
Lorena). Son cadenas flotantes y transparentes que le impiden
moverse.
¡¡¡No, no otra vez!!!
¡¡La quietud infinita!!
¡¡No poderme mover!!
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Encapuchado 2
El encapuchado 2 es Ramón, el boxeador. El humo a su alrededor
forma boxeadores demoníacos. En las manos de Ramón aparecen
guantes de boxeo gigantes y pesados.
¡¡¡No, no otra vez!!!
La vuelta de la lucha eterna,
los mil golpes
de la vida moderna.
No quiero volver a pelear...
Luchadores demoníacos
Aquí tenemos algo para tu opinión cambiar.
Uno de los luchadores saca un frasco y en el está Sofía, la hija de
Ramón. Éste al verla se revuelve.
Encapuchado 2
Dejadla en paz, desgraciados.
Si le hacéis daños, soy capaz...
Luchadores demoníacos
¿De volver a pelear?
Eso es lo que buscamos
¡Empieza ya!
El encapuchado 2 comienza a dar golpes a los contrincantes
fantasmas.
Encapuchado 3
La Arenga del Náufrago
Aparecen
Jorge Antares
a su alrededor un tipo encorbatado y engominado y una
señora mayor de unos 80 años (Rosa, la madre de Marta). El
encapuchado 3 es Marta, la señora de la limpieza
¡¡¡No, no otra vez!!!
No creo que lo pueda aguantar.
Engominado
Eso es porque todo lo haces mal.
Ni barrer, ni fregar, ni una familia tener.
Te debes humillar.
Porque sin estudios
¿Qué puedes esperar?
El engominado saca una fregona y un cubo y se lo ofrece a Marta.
Engominado
Toma esto y ocupa tu lugar
¡Tómalo, si quieres seguir!
Porque si no, te voy a despedir.
Y no te voy a perdonar.
La escoba se convierte en una forma serpentesca que rodea a Marta.
Rosa
Hija mía, debes aguantar
El destino que Dios nos da.
Me debes obediencia
Y a mi lado estar.
Aguanta tu cruz,
No mires la luz.
Te debes postrar
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Tu destino no da para más.
Encapuchado 4
El encapuchado 4 es
Javier Antón. A su alrededor surgen cuchillos
voladores que se le clavan en la espalda y las pequeñas figuras de
sus antiguos socios de la tienda de discos montados encima de cada
cuchillo.
¡¡¡No, no otra vez!!!
¡El eterno padecer
de cada día despertar
para volver a trabajar,
y un enfado coger
ante la calumnia extendida
por los que en más confías.
Encapuchado 5
El encapuchado 5 es Dolores, la expropietaria de una inmobiliaria.
Aparece un pulpo gigante con las cabezas de sus exsocios. Los
tentáculos la recubren y atenazan. Ella lucha contra ellos sin fruto.
¡¡¡No, no otra vez!!!
No quiero volver a caer
en la rutina diaria
de demostrar mi valía
a toda hora del día.
No me puedo librar
de vuestro abrazo mortal
que mi alma apagó
y mis lagrimas secó.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Encapuchado 6
El encapuchado 6 es Germán, el que creó una ciudad en internet. A
su alrededor se forma un muro cilíndrico que le empareda vivo. De
los ladrillos del muro van saliendo pequeñas casas y edificios.
¡¡¡No, no otra vez!!!
Mi creación robada
de nuevo me deja
la razón bloqueada.
Es un encrucijada
No sé por donde seguir.
Me agarro a la nada.
No sé para donde ir
Tengo el alma cansada.
Encapuchado 7
El encapuchado 7 es Nora, la de la sucursal bancaria. Un remolino de
dinero se forma a su alrededor amenazando con ahogarla.
¡¡¡No, no otra vez!!!
Da igual donde vaya.
No me podré librar
de su larga zarpa,
de su inmunda carpa
con mil pistas preparadas
para al payaso mortificar
¡Corre aquí!¡Salta allá!
La risa es el plato del día.
Y si no quieres la comida,
toma dos tazas más.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
El Científico 1 se carcajea con risa histérica ante el sufrimiento de los
encapuchados.
De repente se oyen unos aplausos. Es la Emperatriz Deena
aplaudiendo con gozo en su rostro. Se hace el silencio mientras los
encapuchados siguen luchando con sus miedos. El Científico 1 se
queda quieto no sabiendo como reaccionar.
Emperatriz Deena
¡Bravo!¡Bravo!
¡Que le den el rabo!
No me podía imaginar
un tan buen broche final.
Volví para mi ego regocijar
con una última mirada
a la AMEBA Nebular
¿Y qué me encuentro?
Un espectáculo cruento,
digno del mejor paladar.
¡Bravo!¡Bravo!
Os vuelvo a repetir,
Ten por seguro que esta noche
a gusto voy a dormir.
El científico 1 reacciona poniéndose firme y orgulloso.
Científico 1
Siempre a vuestro servicio,
Trabajar para vos es mi vicio.
Emperatriz Deena
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
¡Hasta para adular sois experto!
Y te digo, ten por cierto,
que tu grado aumentaré,
tu posición fomentaré
y seréis un delfín más
en mi zoo particular.
Científico 1
Muchas gracias, su alteza.
No sé si estaré preparado
para tales lindezas.
Pero me esforzaré en besar
allá por donde piséis.
Pues intentaré realizar
todo lo que deseéis.
De repente la Emperatriz se lleva un dedo a la boca con mirada
maligna.
Emperatriz Deena
¿No podríamos el rizo rizar?
Científico 1
¿Qué me queréis indicar?
Emperatriz Deena
La Emperatriz señala a Rbin Vorg dentro de la AMEBA.
Esos desgraciados vinieron a rescatar
a ese guiñapo de la AMEBA Nebular...
¿No sería pues refinado
poderle al cautivo mostrar
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
que todas sus palabras
al abismo destinadas están?
Científico 1
¡Magnifica idea, Oh Gran Dama!
Mostrar el suplicio
de aquellos a quien ama
es una delicatessen sólo reservada
para alguien como vos,
de una gran cuna tan cuidada.
El Científico 1 va hacia el panel de control y mueve unas palancas y
botones. La pinza se acerca a la AMEBA Nebular y coge la cabeza de
Rbin Vorg. En la pantalla del fondo se ve la cabeza de éste que va
abriendo los ojos poco a poco. El Científico 1 sonríe triunfante.
Rbin Vorg
¿Qué es lo que pasa?
Estaba en mi casa,
y ahora estoy dentro
de un horrible engendro.
¿Es un sueño tenebroso,
una pesadilla sin fin?
¿Acaso mi vida era sueño
y la pesadilla, mi vivir?
Emperatriz Deena
Es delicioso hurgar
en la maraña de pensamientos
jugando con la realidad,
pero más sabroso es
al interfecto regalar
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
con aquellos momentos
de los que no puede escapar
mostrándole la celda
y haciéndole dudar
de su vida, de su historia,
de todo desconfiar.
Científico 1
Mil vidas le hacemos vivir,
Mil vidas podemos matar.
¿Por qué permitirnos
sólo una torturar?
Emperatriz Deena
Hazle que pueda ver
lo que ha conseguido.
A sus seguidores perseguidos
por sus pesadillas internas.
Que vea que no hay escape
a nuestro gran poder
que controla la vida moderna
y lo que pueda llegar a ser.
El Científico 1 sigue moviendo los paneles de mando. Rbin Vorg
empieza a ver a los encapuchados luchando con sus demonios
internos.
Rbin Vorg
¡¡¡No, no otra vez!!!
No me lo puedo creer.
Acabo de despertar
en el peor lugar,
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
sin esperanza de poderlo abandonar.
Es tan horrible de pensar.
La prisión perfecta,
la muerte en vida directa.
¿Qué pecado tan horrible cometí
que tan desmedida pena recibí?
Y allí, gente a la que hablé, veo sufrir.
No sé cómo, pero lo puedo sentir.
Emperatriz Deena
Muy bien, fiel vasallo, ahora le veo sufrir
El imbécil quiso osar hacerme sombra
¿eso no te asombra?
Científico 1
Pues claro que sí, Gran Dama
¿Cómo alguien puede pensar
que de ti se puede mofar?
Emperatriz Deena
Yo tampoco lo puedo imaginar.
Pero ahora su justo castigo,
estoy disfrutando contigo.
El científico 1 y la Emperatriz Deena sonríen malignos al ver como
Rbin Vorg sufre al ver a los encapuchados.
En las butacas del teatro sólo hay un espectador. Es Robin Gulliver.
Está mirándolo todo con cara de asombro e indignación.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Robin Gulliver
Esto no puede ser.
El científico 1 y la Emperatriz Deena se vuelven a Robin y le hablan
maliciosos.
Emperatriz Deena
¿Por qué no? Así es la vida y cuanto antes te des cuenta, mejor será
para ti. Cada uno tiene su lugar inamovible. Vasallo o noble. Eso no
va a cambiar nunca.
Robin Gulliver
No. Así es como nos hacéis creer que es. Pero no, no lo es. Hay más,
mucho más…
Emperatriz Deena
La gente no necesita más. Fíjate en tu alrededor,… tienen circo, un
poco de pan y les damos la ilusión de ser como nosotros, dejándoles
endeudarse con gustos de millonario y sueldos de proletario. No
necesitan nada más… y nunca lo necesitarán.
Robin se queda callado.
Robin Gulliver
Yo…yo necesito más.
Emperatriz Deena
No. Estás engañado, querido. No necesitas más, porque no puedes
aspirar a más. Nunca te dejaremos hacerlo. Ese es tu lugar y no
albergues esperanza porque no va a venir ningún séptimo de
caballería a salvarte en el último momento. No te has salvado…
solamente has retrasado tu sentencia.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Científico 1
Así que no nos molestes. Permanece en tu asiento y disfruta de la
función.
Robin Gulliver se da cuenta de que, de repente, el patio de butacas
está lleno de gente. Pero no es gente cualquiera, están todos
congelados, como metidos en hielo. Robin reconoce a muchos de sus
amigos. De pronto se asombra, pues a su lado,
una de los
congelados es su esposa Mareena llevando a su pequeña hija Keva.
Robin Gulliver
¡Mareena!
Robin la coge con sus brazos. Nota un frío glacial y no recibe
respuesta, pero puede ver en los ojos de ella una impotencia infinita,
un dolor profundo, un anhelo, una súplica …
Robin se lleva las manos a la cabeza y la baja desesperado. Durante
unos momentos se queda quieto, hasta que estalla en un sollozo
incontrolado. Nota que las lagrimas le resbalan por las manos.
De pronto oye una voz. Es el Numantino, que está a su lado. Es un
busto romano con la cabeza tapada por una máscara.
El Numantino
Así son las cosas ¿no?
Robin
¿Quién?
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
El Numantino
Sabes quién soy, aunque nunca nos hemos visto.
Robin
¿Eres... eres el Numantino?
El Numantino
Sí.
Robin
¿Me vas a ayudar?
El Numantino
Por supuesto, para eso estoy aquí.
Robin
¿Qué tengo que hacer?
El Numantino
Lo sabes. Siempre lo has sabido. De hecho, ya has empezado a
luchar contra ellos aun sin saberlo. Desde dentro de ti, sabías cómo y
te mandabas señales. ¿Te acuerdas de las cosas raras que veías?
¿Los unicornios, las hadas, los gnomos…?
Robin
Sí. Creí que me estaba volviendo loco.
El Numantino
¿Acaso no lo estamos todos con lo que tenemos que aguantar? Me
extrañaría
encontrar
desequilibrado.
Bueno,
a
alguien
sí,
los
que
no
muertos,
estuviera
esos
sí
un
que
poco
están
equilibrados. No padecen,… pero no sienten... Bien, no perdamos
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
tiempo que hay gente que salvar. A algunos los conoces, a otros no,
pero estáis hermanados, tenéis un vínculo más fuerte que la sangre.
Todos estáis en el mismo barco. Si se salva uno, se salvan todos.
Robin Gulliver
Pero... ¿Qué tengo que hacer?
El Numantino
Ya lo has hecho. Sólo tienes que recordarlo y decirlo bien alto.
Robin Gulliver se queda mirando a la Emperatriz Deena, que guarda
un parecido asombroso con la Bestia, y piensa en todo lo que le ha
ocurrido en los últimos años. Mira a su esposa y a su hija congeladas.
Y tiene claro lo que hay que hacer. Su cabeza se llena con melodías
de la New Wave y sentados en las butacas de a su alrededor están
Joe Jackson, Lloyd Cole, Elvis Costello, The Clash, e incluso los
Ramones y su ritmo espídico. Robín Gulliver empieza a hablar. De
fondo la música de "I´m Walking on Sunshine" de Katrina and the
Waves.
Robin Gulliver
Me despierto cada mañana y abro las ventanas de par en par.
El Sol me muestra un día maravilloso.
La brisa me dice que estoy vivo. Vivo de verdad.
La Emperatriz Deena se vuelve sorprendida y malhumorada. El
científico 1 también se vuelve temiendo la ira de su ama.
Emperatriz Deena
¿Qué es ese intento de canción
que osa molestar mi diversión?
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Científico 1
Hay algunos memos desgraciados
que no saben permanecer callados.
Robín Gulliver les mira con determinación y continúa...
Robin Gulliver
Y recuerdo las cosas como eran antes...
Emperatriz Deena
No escuchéis lo que os dice,
A todo el que lo oye, maldice.
Robin Gulliver
Recuerdo cuando tenía miedo de no agradar a los demás y ser
rechazado,... Antes de saber que me tengo que agradar a mí mismo
primero para poder hacer eso...
El encapuchado 1 se queda quieto escuchando. Es Lorena, la
parapléjica. Se quita la máscara y muestra su rostro.
Lorena
No hay como a los problemas a la cara mirar
para las cadenas de ti apartar.
Las cadenas que la inmovilizaban caen hechas mil añicos brillantes
con una explosión muda a cámara lenta.
Lorena sale del escenario y se dirige al patio de butacas al lado de
Robin Gulliver.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Robin y Lorena
Recuerdo cuando temía no ser perfecto,... Antes de saber que nadie
es perfecto, ni tiene necesidad de aspirar a serlo.
El encapuchado 2 se para a escuchar. Los demonios boxeadores
continúan golpeando. Es Ramón, el boxeador y se quita la máscara.
Ramón
Tan de valientes es seguir como saber parar.
Ha llegado el momento de decidir la lucha acabar.
Los boxeadores demoníacos
¡No, no!¡ Debes continuar!
Si no quieres luchar,…
desaparecemos ya.
Los demonios intentan unos últimos golpes, pero atraviesan a Ramón
sin hacerle daño. La urna donde guardaban a Sofia desaparece y el
espíritu de ésta se acerca a Ramón y le da un beso en la mejilla antes
de desaparecer.
La Emperatiz Deena empieza a perder los estribos al ver lo que está
pasando.
Emperatriz Deena
¡Mira, mira, científico! ¡Es como un virus maldito!
¡Se extiende por todo! ¡No era Lo previsto!
Científico 1
No os preocupéis por eso, Alteza.
No irá a más. Son sólo personas,
contad con su bajeza.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Ramón sale del escenario y se dirige al patio de butacas al lado de
Robin Gulliver.
Robin, Lorena y Ramón
Recuerdo cuando me hacían correr detrás de quimeras,... Antes de
saber que pararse y pensar es adelantar camino.
El encapuchado 3 se para a escuchar. Es Marta, la señora de la
limpieza. Se quita la máscara y sonríe.
Marta
Una vez dije "basta" y no me arrepentí.
¿Creéis, amigos, que no lo puedo repetir?
Las escobas que la ataban se convierten en agua. Marta se dirige al
engominado.
Marta
¿No entendiste la primera vez?
Te dije que de mi vida te fueras.
Si no te lo pudiste creer,
Te lo repito: ¡Puerta!
El engominado se amedrenta y se empieza a reducir y reducir hasta
desaparecer. Marta se dirige a la señora de 80 años. Es su madre.
Marta
Y a ti,... por favor, Mamá, mantén la boquita cerrada.
Estás muchísimo más guapa cuando estás callada.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
Emperatriz Deena
¡Horror! ¡Horror! ¡Horror! ¡¡Ésto no tiene parangón!!
Hasta las limpiadoras están en la rebelión.
Marta sale del escenario y se dirige al patio de butacas al lado de
Robin Gulliver.
Robin, Lorena, Ramón y Marta
Recuerdo cuando tenía miedo de tomar decisiones,... Antes de saber
que tirándose a la piscina aprendes a nadar.
El encapuchado 4 se para a escuchar. Es Javier Antón, el de la tienda
de discos. Se quita la máscara y guiña un ojo.
Javier Antón
¡Ah! ¡Esa música quería escuchar!
La letra que da el ritmo a mi vida,
¡No me podéis dañar!
Y os voy a echar enseguida.
Javier Antón empieza a girar como un torbellino repeliendo los
cuchillos montados por las pequeñas réplicas de sus exsocios, que
salen disparados como diminutos meteoros que se clavan en el suelo.
Emperatriz Deena
¡Maldición! Otro más se les ha juntado
¿Es que acaso no hay final para este desaguisado?
La Emperatriz coge de la pechera al Científico 1 que pone cara de
circunstancias y no sabe qué decir mientras su Dama le maltrata.
Javier Antón sale del escenario y se dirige al patio de butacas al lado
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
de Robin .
Robin, Lorena, Ramón, Marta y Javier Antón
Recuerdo cuando creía estar solo en una isla,... Antes de saber que
hay otros como yo que están leyendo esto en estos mismos
momentos.
El encapuchado 5 se para a escuchar. Es Dolores, la de la
inmobiliaria. Se quita la máscara y sale volando arrastrando al pulpo
con las cabezas de su exsocios. Coge los tentáculos y empieza a
hacer girar al engendro por encima de su cabeza.
Dolores
Siempre tuve la duda de qué teníais por dentro
Y ahora lo voy a averiguar...
Dolores tira el pulpo al suelo que explota como un globo. Dentro hay
miles de culebras que desaparecen reptando a toda velocidad.
Dolores
Poco más o menos
lo que podía imaginar.
Emperatriz Deena
Tienes que hacer algo. Lo tienes que parar.
Antes de que el esquema que hemos montado,
se vaya al Más Allá.
Científico 1
¡Aaah, aah, aaah! ¡No puedo, Oh Gran Dama! Ésto está más allá de
la razón
¿Quién en su sano juicio hubiera pensado tan extraña coalición?
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
La Emperatriz abofetea al científico.
Dolores sale del escenario y se dirige al patio de butacas al lado de
Robin Gulliver.
Robin, Lorena, Ramón, Marta, Javier Antón y Dolores
Recuerdo
cuando me sentía atrapado por las circunstancias,
aplastado por todo,... Antes de saber que la llave de la salida siempre
estuvo en mi poder y que depende de mí utilizarla.
Los encapuchado 6 y 7 se paran a escuchar. Son Germán, el de la
ciudad de Internet y Nora, la del Banco. Se quitan las máscaras y
miran a los que les están hablando. Se miran entre si y se acercan. El
remolino
de
billetes
choca
contra
el
cilindro
de
ladrillos,
destrozándose mutuamente. Sale un polvo naranja de ladrillos y
trozos desmenuzados de billetes.
Germán
Siempre fui aficionado a la fina ironía.
Y nunca poder supondría
que aquello que provocó mi caída
al final me liberaría.
Nora
Yo tampoco lo creía,
pero bien utilizado,
y en su justa medida,
nos hemos liberado
Y ganado la vida.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
La emperatriz, presa de la rabia, no para de golpear al Científico
Emperatriz Deena
¿Qué nos queda más por ver?
Es el fin de nuestra Gloria.
¿Cómo les vamos a controlar
si no tenemos zanahoria?
Germán y Nora salen del escenario y se dirigen al patio de butacas al
lado de Robin Gulliver.
Robin, Lorena, Ramón, Marta, Javier Antón, Dolores, Germán y
Nora.
Me tomo mi desayuno y sonrío. Lo saboreo y me deleito con el
momento. Hoy es un nuevo día lleno de posibilidades maravillosas,
infinitas, fabulosas, excitantes. Y si se me olvida, siempre puedo
volver a leer esto y recordar quien soy.
De repente se escucha un trueno que llena toda la sala y
sorprende a todos. Viene de la gigantesca urna de la AMEBA Nebular.
Para la música.
En la pantalla gigantesca, la cara de Rbin Vorg está muy
enfadada. Empiezan a salir pequeñas descargas azul celeste
menudo cuerpo que se van extendiendo por toda la AMEBA.
El Numantino habla a Robin Gulliver y a los demás.
de su
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
El Numantino
Sentaos y disfrutad. Pocas personas llegan hasta aquí.
Robin Gulliver se acomoda. Todo el mundo está pendiente de la
pantalla y sobre todo de la Emperatriz.
Rbin Vorg
Tú. Tú me condenaste a esta vida.
Tú, a quien consideré la más temida.
Tú, que al fin y al cabo no eres nada.
Tú, una pobre mediocre de mediocre camada.
La emperatriz se muestra muy asustada, señala al Científico 1
agachado y magullado en el suelo.
Emperatriz Deena
No, yo... no, fueron ellos.
Yo me dejé llevar
por su labia sin igual.
Al fin y al cabo, y en el fondo,...
No me gusta torturar.
Todos se quedan callados. Rbin Vorg empieza a enfurecerse más. Los
rayos comienzan a crecer y a extenderse por toda la AMEBA. Van
cambiando de color como un arcoiris circular y eléctrico. Se escucha
un crepitar in crescendo en toda la sala.
La urna que contiene a la AMEBA empieza a resquebrajarse. La
Emperatriz pretende huir y va hacia un lado y a otro intentando
esquivar su destino.
La urna explota y una masa gigante de gelatina carmesí con todos los
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
cuerpos de los cautivos cae al suelo.
La Emperatriz está empapada por los restos de la AMEBA. Se
encuentra acurrucada a un lado del escenario muy asustada.
En el centro de la escena el cuerpo desnudo de Rbin Vorg agachado,
lleno de restos de la AMEBA cayendo como trozos de gelatina. Rbin se
empieza
a levantar,
se mira las manos y se lava la cara. Mira al
frente y ve a Robin Gulliver y a los demás, que están en el patio de
butacas.
La
Emperatriz
le
mira
aterrada.
Rbin
se
acerca
a
ella
lentamente. Cuando está al lado, la Dama se tapa la cara con los
brazos, aterrorizada...
Rbin continúa andando y pasa de largo, ignorándola y saliendo
del escenario. Se dirige a donde están Robin Gulliver y su grupo.
Rbin Vorg
Gracias.
Lorena
Gracias a ti. Era lo menos que podíamos hacer.
Robin señala al torso romano encapuchado.
Robin Gulliver
No olvidemos a quien inició todo. El Numantino.
El Numantino
Creo que ha llegado el momento de descubrir mi rostro.
La Arenga del Náufrago
Robin
Gulliver
quita
Jorge Antares
cuidadosamente
la
mascara
y
se
queda
sorprendido, al igual que el resto, pues ¡No hay nada debajo!
Lorena
¡Es asombroso!
Voz del Numantino
Más asombroso es vuestra hazaña. Porque vosotros lo habéis hecho
todo. Yo sólo he ayudado a iniciar el fuego. Vosotros sois el incendio.
Se empieza a escuchar la canción "Fiesta" de Joan Manuel Serrat.
Todos sonríen.
El teatro ha desaparecido y están en una fiesta en mitad de un campo
verde de noche. Robin Gulliver se da cuenta que toda la gente
congelada ha vuelto a la vida. Su esposa Mareena con la pequeña
Keba se acerca a el. Robin la abraza y le da un dulce beso. Serrat al
fondo sigue cantando.....
Robin Gulliver despertó con una sonrisa en los labios. Echó un suspiro
de gozo como el ronroneo de un gato satisfecho. Hacía años que no
estaba tan a gusto. Miró el rostro de su esposa dormida y recordó
porqué la quería tanto...
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
22. El efecto carambola
Robin llegó a
su trabajo con un estado de ánimo excelente,
incluso mejor que el de las últimas semanas. Y subiendo por el
ascensor se dio cuenta de algo muy importante: había perdido el
miedo que le había acompañado los últimos años. El temor de ser
despedido ya no le afectaba, con lo cual el temor a la Bestia le
resbalaba. Era una sensación extraña pero placentera.
Al llegar a su planta, tuvo, sin embargo, la sensación de que
algo estaba pasando y que le iba a afectar. De pronto se dio cuenta
de lo que ocurría. ¿Donde estaban el resto de sus "compañeros"?
¿Acaso una reunión fantasma de la que no había sido previamente
avisado?
Todo era muy extraño. Se sintió en un episodio de "En los
limites de la realidad.
Se dirigió a la sala de café. 'Estarán allí todos' pensó,
celebrando alguna cosa. Pero cuando llegó, allí nadie estaba.
Empezaba a estar preocupado. Tenía la certeza de que algo
gordo estaba pasando en esos momentos, como aquella vez que les
reunieron a todos para comentar una crisis repentina y el asunto se
saldó con el despido de un tercio de la plantilla.
De pronto, vio a una señora de la limpieza, se acercó a ella y,
dubitativo, le preguntó:
—Eh... ¿Qué pasa hoy?
—Pues no sé. Ha habido un cierto revuelo cuando llegaba. Me
ha sorprendido ver a tanta gente tan pronto. Estaban en el auditorio
de la planta sótano.
—Gracias. Iré a ver qué está pasando.
La Arenga del Náufrago
Robin
Gulliver
preguntándose
qué
Jorge Antares
salió
corriendo
estaría
ocurriendo
hacia
y
los
haciendo
ascensores
múltiples
conjeturas al respecto.
Mientras bajaba se fue calmando. Recordó el sueño de la noche
anterior y se sintió tranquilo. Fuera lo que fuera a ocurrir, se sentía
protegido, con una paz interior que no había tenido en mucho tiempo.
Llegó a la planta sótano y vio a varios becarios a la entrada del
auditorio.
—¿Qué ocurre? —les preguntó.
—Un lío de miedo —contestó una becaria de pelo corto y gafas
rectangulares de concha. —Han echado a la mayoría de los
responsables y aun no sabemos por qué.
—No me haga caso, pero parece ser que les han llegado a los
de muy arriba unos papeles que los relacionan con tráfico de
influencias. —Dijo un becario con peinado beat y patillas.
—No
lo tenemos claro —continuó la becaria de las gafas. —Pero
parece que quieren público para dar un escarmiento.
—Parece
un linchamiento –apuntilló el otro becario.
Robin Gulliver entró a ver qué estaba pasando. Al fondo se veía
a todos sus ‘compañeros´ muy compungidos. Algunos no podían
reprimir las lágrimas, otros
estaban destrozados. No se esperaban
esto. Creían que sus puestos eran eternos e intocables.
Lo que más chocó a Robin fue ver a Dina, la Bestia, sentada en
una silla con la mirada perdida en el espacio. Robin sintió pena por
ella, a pesar de todo lo que le había hecho.
¿Qué había pasado para trastocar de tal manera el orden
universal? Tal vez nunca se sabría. El hecho fundamental es que esta
gente había caído en desgracia ante los de arriba. El mayor pecado
empresarial. Con o sin motivo, daba igual,... lo cual le llevó a
preguntarse ¿Y a mí? ¿Qué me pasará a mí?
Vio a Lala acercándose. Se le había borrado la sonrisa sardónica
de su cara.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
—Qué suerte tienes, Gulliver —dijo cabizbaja.
—¿Suerte? —dijo sorprendido Robin.
—Sí, suerte. A ti no te ha salpicado el asunto. Eres de los pocos
que se han salvado. —Dijo Lala a punto de gimotear.
Robin respiró aliviado. Por alguna increíble coincidencia del
destino no se había hundido con el buque.
No pudiendo soportar la escena pues, a su pesar, se sentía
conectado con sus
‘compañeros’, se dirigió de nuevo al ascensor
hacía su sitio de trabajo.
Mientras subía soltó un bufido de alivio. Se sintió un hombre
nuevo, renacido. Las naves se habían quemado de algún modo y sólo
quedaba un amplio horizonte que ir descubriendo día a día. Un
horizonte demasiadas veces prohibido de alcanzar por mediocres
temerosos de perder su puesto.
Cuando se dirigía a su puesto se cruzó de nuevo con la señora
de la limpieza.
—¿Se arregló ya todo? —preguntó sin dejar de fregar el suelo.
—Todo. Por fin todo está arreglado. De momento… —contestó
radiante Robin.
—Ya se sabe. Dios aprieta pero no ahoga.
—Debe ser eso. Pero hay días que aprieta tanto que… ya me
entiende.
—Sí, claro, pero hoy no es uno de esos días ¿verdad? Si me
permite decírselo, le noto más contento.
—La verdad es que sí.
—Bueno, a pesar de todo, tenemos que seguir con nuestras
obligaciones. Menos mal que hoy es viernes.
—Menos mal. Bueno, habrá que seguir pues. Hasta luego —se
despidió Robin.
—Hasta luego.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
La mujer reanudó las tareas de limpieza mientras Robin se dirigía a
su cubículo. Todo estaba fantasmalmente solitario. Robin se sentó,
miró las piezas de ordenador desperdigadas del improvisado almacén
de desechos en que se había convertido su lugar de trabajo y luego
miró por la ventana ¿qué le traería el futuro? No lo sabía, pero sí
sabía que se sentía bien, como nunca se había sentido en años.
Era viernes, como bien había dicho la señora de la limpieza, y
eso era un broche perfecto para un día como éste, igual que la
canción que había compuesto. Estaba deseando llegar a casa y
abrazar a Mareena y a la pequeña Keba. Tenía que compartir con
ellas su alegría. Era como un estudiante después de haber finalizado
el último examen de junio. Tenía ganas de hacer miles de cosas. Se
le ocurrió llevarle unas flores a su mujer y un juguetito a su hija. Sin
falta las llevaría mañana al observatorio de la Ciudad de la Ciencia
para poder ver toda la ciudad, y luego a comer a las terrazas que
había en unos jardines naturales cercanos, y después… y después,
cualquier cosa era posible. Se sentía como un adolescente excitado
ante su primera cita.
Entonces se percató del sobre. Estaba encima de la alfombrilla
del ratón. Lo cogió y se quedó asombrado. En el remite ponía con
letras de molde ‘un regalo para ti’. Lo abrió y empezó a leer…
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
23. Galletas de Troya
—¡Hey, hey, chinita! Si, tú. Anda, ven aquí y atiéndenos,
que no tenemos todo el día. —La camarera de ojos rasgados y
kimono rojo brillante se acercó a la mesa de Bad Jim y Kevin con su
pequeña libreta en la mano. Kevin detectó un ligero desdén en los
ojos de la muchacha mientras tomaba nota del menú elegido por su
compañero. No era para menos. Bad Jim era muy especial...
—Veamos,...hum, hum,... de primero para mí, tres rollitos y
para la maricona esta,... "ensalada de plimavela". —Bad Jim se
deleitó diciendo las últimas palabras como si fuera el mejor humorista
del mundo y acabase de contar el chiste perfecto. Kevin bajó la
mirada con vergüenza. Bad Jim le miró y frunció sus pobladas cejas
negras.
—¿Qué pasa?¿Que pasa ahora, Prima Donna? —espetó Bad Jim
al no recibir los aplausos esperados. Mirando a su compañero,
continuó hablando.
—¡Kevin, eres un jodido aburrido! No sabes apreciar una
bromita. ¡Pero si siempre se hacen aquí, demonios! Ellos ya están
acostumbrados. Para eso están. ¿A que sí, chinita? —La muchacha le
miró y entonces apareció una sonrisa de cortesía en su carita
nacarada.
—No me extraña que seas la oveja negra de tu familia. Si no le
hubiera prometido a tu padre cuidarte en su lecho de muerte, te
habría dado la patada hace tiempo. Eres un puñetero lastre ¿Lo
sabes?... ¡Joder! ¡Voy a dejarlo, que me estoy sulfurando...! —Bad
Jim siguió dictando a la camarera sus preferencias. Hizo un
comentario soez sobre el tamaño del rollito y la boca de la chica que
sonrojó a Kevin. Ella permaneció impertérrita con su sonrisa de
compromiso, mientras Bad Jim seguía con el menú y los "típicos"
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
chascarrillos sobre el pan de gambas, el cerdo agridulce y "dónde
estaba el abuelo Chen, ese sí que tenía buen sabor"...
La chica se marchó a la cocina estoicamente cuando el
presunto humorista terminó de dictarle. Bad Jim la siguió con mirada
libidinosa y media sonrisa chusquera.
—No está mal... para ser china, claro. ¿Eh, Kevin? Le pondría el
estandarte del imperio en ese culito respingón... —Kevin se llevó la
mano a la cabeza y volvió a bajar su mirada.
—¿Qué pasa? ¿Qué he dicho ahora? Kevin, tienes un cierto
problema con tu educación victoriana.
—No.
No
tengo
"un
cierto
problema
con
mi
educación
victoriana" —dijo Kevin a punto de perder su flema británica. —El
único problema aquí, eres tú.
—¿Sí? No me digas. Te he sacado las castañas del fuego desde
que tenías quince años y te daban para el pelo en el internado, Mister
Buenos Modales. ¡Me cago en tus buenos modales y en tu sangre de
horchata! —Kevin se le quedó mirando unos segundos, fulminándole
con sus ojos azules. Era inútil tratar con él. Sus modales eran...¿qué
modales? Este zafio patán no sabía qué era eso. Seguro que se le
habían quedado atragantados en ese cuello de toro. Los modales y la
sangre hacia el cerebro. Kevin contó hasta 10 antes de volver a
hablar.
—Mira no sé si lo sabrás pero estamos en una misión de
incógnito, Jim. Tu...tu actitud es...
—"Mi actitud es...","mi actitud es...".
No me vengas con
tartamudeos, Kevin. Ya sé que estamos en una misión para
desbaratar los planes de ese diablo amarillo. ¡Y sé permanecer de
incógnito! —dijo levantando la voz mientras los comensales de las
mesas aledañas se volvían hacia él.
Kevin le miró cansado. No había nada que hacer. No era la
primera metedura de pata de ese estúpido, ni sería la última. Cada
cual tiene su cruz y la suya era ese paleto de Brighton, ese mono con
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
cabeza humana llamado Bad Jim. Cogió una galletita de la suerte
para distanciarse del momento.
La gente volvió a sus comidas mientras Kevin despedazaba con
desgana
el pastelillo. Abrió el papelillo de la fortuna y lo leyó: "El
final de un camino tortuoso puede ser el principio del camino hacia la
utopía".
Extraña profecía. Entonces Kevin se percató de un olor dulzón y
penetrante que se le introducía en los pulmones, como un bálsamo de
madera tostada y eucalipto. No pudo averiguar de donde provenía
pues, de repente, empezó a caer en un pozo oscuro, muy oscuro,...
...Se vio convertido de nuevo en niño y se encontró paseando por la
antigua mansión de su bisabuelo. Allí estaba el viejo Leviatán en su
silla de ruedas, como un tótem, dirigiendo los destinos de su familia.
Su bisabuelo, el espía, el que había salvado tantas veces al Imperio
de los planes del Maligno Doctor. El que había mandado a sus hijos, y
luego a los hijos de sus hijos, a misiones suicidas de las que volvían
con heridas que no se veían y que hacían gritar en sueños.
Vio a su padre empujando la silla de ruedas. Parecía cansado,
agotado, gris, muy gris. Entonces se dio cuenta de que su progenitor
estaba atado a la silla por los pies y las manos con unas finas
cadenas de oro, y detrás de él, el abuelo Henry, al que no conoció y
que murió "honorablemente" en el campo de batalla luchando contra
el Demonio Amarillo en un fumadero de opio de Hong Kong.
Miró sus manos y vio una cartera. Su estomago se hizo un nudo.
Sabía de donde era esa cartera y lo que significaba el escudo del león
llevando la corona. Levantó la mirada con miedo y se encontró de
nuevo en el internado. El maldito internado. Allí le mandaron para
recibir
"disciplina".
¿Disciplina?
¿En
qué?
¿En
aberraciones
humillantes por parte de sus mal llamados compañeros? Tal vez esa
era la famosa disciplina inglesa que aplican en muchos burdeles de
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
lujo con cuero y pequeños látigos, pero no lo que se espera para
formar a un chaval de quince años. Era un campo de concentración
pervertido en el que imperaba la ley del más fuerte y la hipocresía
mas fina que se pueda hilar. El sitio perfecto para hijos de reyes,
herederos de vastas fortunas y trepadores sociales. El infierno en
vida para Kevin, que había podido evitar el camino de la familia
gracias a su madre, que se impuso a los deseos de su padre,
costándole el divorcio; y que, sin embargo, volvió a encarrilar a la
muerte de ésta.
El maldito internado... Una mano se posó en su hombro. No se dio la
vuelta. Sabía a quién pertenecía esa zarpa venosa y peluda. Ni en
sueños podía librarse de él. Prepotente y rudo, pagado de si mismo,
Bad Jim le habló.
—No te preocupes, Kevin. Aquí estoy para ayudarte. Los
destinos de mi familia han estado ligados a los de la tuya por muchas
generaciones... Siempre estaré a tu lado. —Kevin sollozó. ¿Por qué
no le habían dejado ser pintor, que era su vocación temprana? ¿Por
qué le hacían seguir una senda de odio y mentiras, de juegos de
espías en los que nunca sabías si realmente habías ganado, y que lo
único que te dejaban era una sensación de vacío cada mañana
delante del espejo?
No tuvo tiempo de seguir pensando. Ahora se encontraba
corriendo junto a Bad Jim por una calle de Londres, detrás de ellos
una enorme explosión. Los almacenes del Maligno Doctor estaban
ardiendo por cortesía de los servicios pirotécnicos de la Agencia. Otra
trama digna de Maquiavelo desbaratada. Otro peldaño más hacia el
sótano oscuro en que se estaba convirtiendo su vida.
Y no podía dejarlo, decir basta y empezar una nueva vida. No,
no era tan sencillo. Sabía demasiado,... aunque realmente no supiera
nada mas allá de esas misiones para "salvar al mundo de los planes
malignos del Demonio Amarillo". Es más, y ahora se daba cuenta del
La Arenga del Náufrago
hecho,
nunca
se
Jorge Antares
había
topado
directamente
con
el
Doctor.
¿Realmente existía...o era otra excusa para justificar cualquier cosa,
como invadir un país y apoderarse de sus recursos? No le extrañaría
nada de nada. Había visto cosas que rivalizaban con los supuestos
planes locos del Doctor...y que urdían los "buenos"... Sintió nauseas y
todo empezó a girar. El vértigo se apoderó de el...
—...pierta de una vez, estúpido —oyó decir con un tono in
crescendo. Sentía la cabeza abotargada y los labios pastosos. La
lengua empezaba a despertar. Abrió los ojos legañosos y vio a Bad
Jim sentado en una silla. Estaba atado y no amordazado... Una pena.
La pequeña celda donde se encontraban tenía paredes de
piedra y una puerta metálica con remaches que contrastaba
fieramente con la antigua construcción.
—¡Hemos caído en una puta trampa! ¡Estamos condenados! —
gritó Bad Jim golpeando los oídos de Kevin como en el día después
de la madre de todas las resacas.
—Tranquilo,... tranquilo, Bad Jim... Sobre todo no hables tan
alto, por Dios... Seguro que nos están escuchando en estos
momentos...
—¿Escuchando? ¡Ah, claro! Ese es su modo de hacer las cosas,
retorcido y ladino... Bien, bien pues... Pues que sepan que... que
estamos apoyados. Tenemos no menos de vein... treinta agentes
siguiéndonos. Agentes duros y ...y con la última tecnología en armas
letales.
soltando
¿Me oís, radicales amarillos? Será mejor que nos vayáis
¿Eh?
Por
vuestro
bien
—dijo
Bad
Jim
guiñando
maldisimuladamente un ojo a Kevin. Éste se le quedó mirando
asombrado. ¿Se creía este patán fanfarrón que alguien podría creerse
un farol tan burdo? Si los destinos del Imperio recaían en gente como
Bad Jim,.. tenían lo que se merecían.
De inmediato, y para sorpresa de ambos ingleses, una de las
paredes se abrió dejando una pantalla de video que ocupaba casi
todo el espacio. Chisporreteó un poco revelando la imagen de su
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
archienemigo. Increíblemente joven, increíblemente poderoso, su
presencia electrizaba el aire. Con gesto real y voz profunda, el
oriental empezó a hablar.
—Bienvenidos a mi humilde morada. Por fin tengo cara a cara a
los retoños de mis enemigos. Creo que es el momento de hablar con
vosotros antes de que vengan vuestros refuerzos. —La pantalla se
apagó.
Bad Jim dirigió una media sonrisa cómplice a Kevin. Un Kevin
extrañado y meditabundo. ¿Qué demonios estaba pasando allí?
La gran puerta metálica se abrió dejando entrar a tres esbirros
embozados, armados y apuntándoles con unas pistolas de bizarro
diseño. Soltaron las ataduras de Bad Jim, y mientras le quitaban las
suyas, Kevin se dió cuenta de que la pistola de uno de sus captores
colgaba en el cinto a una distancia de la mano de Bad Jim demasiado
seductora...
—Espero que no se le ocurra... pensó Kevin y no pudo terminar
la frase. Como en esas pesadillas en las que, hagas lo que hagas, tu
destino está sellado, Bad Jim cogió el arma y apuntó a los
embozados. Uno de ellos intentó atacarle recibiendo un...¿Cómo
podría describirse? Era una descarga azul entre rayo y láser. El tipo
cayó al suelo inmóvil con un humo rojo saliéndole del pecho. Los
demás se quedaron quietos. Bad Jim, sudando, les amenazaba con la
mortífera arma.
—Voy en busca de ayuda, Kevin. No te preocupes. Te
salvaremos... —Dichas estas palabras salió huyendo hacia un pasillo
que había al fondo...
Kevin se quedó quieto. Así que este era el concepto de Bad Jim
de estar siempre a su lado, pensó mientras medía su mirada con los
esbirros en un silencio incomodo. De repente, los embozados
empezaron a reír. La figura inmóvil del suelo comenzó a moverse,
quitándose del pecho una placa humeante. Después se quitó el
turbante que cubría su cara y...
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
—¡Eres la camarera! —Dijo Kevin sorprendido.
—Sí, soy la " camalela" —dijo la chica con sorna. Los demás
embozados siguieron riendo mientras se quitaban sus turbantes.
—Aurora Ling —dijo la joven mientras le tendía la mano. Kevin
dudó un momento pero su educación le hizo devolver el saludo,
condicionado como un perro de Paulov.
—Venga, Kevin. Sígueme, tenemos poco tiempo —continuó
Aurora.
—¿Poco tiempo? ¿Poco tiempo para qué? Ésto es muy raro. —La
chica sonrió.
—Vamos. El abuelo te espera.
Kevin siguió a la muchacha franqueado por los otros dos
orientales. Caminaron por pasillos oscuros llenos de paneles con
circuitos impresos de hipnótico diseño, una mezcla de tapices
orientales y el sueño de un Escher llevado al borde de la locura
electrónica. Subieron a un ascensor y Kevin seguía preguntándose
qué diablos estaba pasando. Llegaron a un piso de cuidada
decoración mandarina que trasmitía tranquilidad a cada paso. Los dos
orientales se quedaron cuidando la entrada del ascensor, mientras el
inglés y la muchacha continuaban el camino. Pequeñas fuentes
ornamentales susurraban un ritmo acuoso sedante al paso de Kevin y
Aurora. Al fondo, sentado en una silla milenaria,
un viejo de largo
bigote lacio y ojos almendrados y vigorosos que desmentían su edad.
Con una mano de largas uñas indicó a Kevin que se acomodase en
una silla cercana. Aurora permaneció de pie.
—Por fin nos vemos cara a cara, Kevin —dijo el anciano.
—¿Es...es usted el Doctor? —El viejo oriental asintió a la
pregunta de Kevin.
—Parecía...eh... otro en la pantalla.
—Las pantallas mienten. La realidad es arcilla de la imagen.
Toda noticia puede convertirse en la contraria en manos de hábiles
alfareros. Pero es algo que ya sabes ¿verdad? —Kevin se quedó
La Arenga del Náufrago
pensativo.
Sabía
Jorge Antares
bastante
de
eso:
montajes
para
aparentar
accidentes aéreos y echar las culpas a pequeños países hostiles,
conspiraciones para destruir la credibilidad de un líder sindical
"molesto",... Sí, Kevin lo sabía. No podía evitar saber en qué
trabajaban sus colegas de la Agencia.
—Pero ha llegado el momento de terminar con toda esta farsa.
El planeta necesita una purga. —Sentenció el doctor.
—No sé de qué está hablando. Si es otro de sus planes, quiero
que sepa que estamos preparados... —El anciano le miró a los ojos y
sonrió condescendiente.
—¿Como los veinte,... digo, los treinta agentes de los que
hablaba tu colega Bad Jim? —Kevin puso cara de circunstancias.
—No te preocupes. Estoy al tanto de lo que hacéis y no
representáis ninguna amenaza para mis planes —sentenció el
anciano.
—Entonces ¿Por qué estoy aquí? No le veo ninguna lógica.
—Kevin, estas aquí porque te estoy pidiendo ayuda. —El joven
inglés dio un respingo. Esto sí que no se lo esperaba.
—¿Ayuda? ¿Después de lo que ha hecho con mi familia? Usted
bromea.
—No, en absoluto. De todas maneras quiero que sepas que el
único causante de los problemas de tu familia siempre fue tu
bisabuelo. Su odio visceral le llevó a cometer locuras...
—¿Como enfrentarse a usted y a sus planes?
—No, hijo. Su locura no fue combatirme, su locura era del tipo
de Bad Jim. Su superioridad, su fanfarronería de raza superior... La
prepotencia mata. Pero es la peor de las muertes, porque no deja
crecer nada.
—No nos pongamos filosóficos ¿vale? Mi bisabuelo se enfrentó a
sus planes de dominación mundial y los desbarató... —El viejo sonrió
de nuevo.
—¿Mis planes de dominación mundial? Está claro que la historia
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
la escriben los vencedores. Me temo que no estás bien informado,
Kevin. No soy el villano de opereta de una novelucha del tres al
cuarto, como siempre me han presentado al mundo. Voy más allá...
—¿Más allá? ¿Más allá de qué?
—Revolución. La más fiera que hayas soñado. La que puede
cambiar el mundo.
—¿No tendrá que ver con los movimientos políticos que se han
producido últimamente en China? Mi Padre me advirtió...
—¿Del Coloso Dormido? ¿Que habría que hacer todo lo posible
para que no despertase?
Kevin, muchacho,... el Coloso nunca ha
estado dormido.
—Entonces...
—Siempre ha estado despierto. ¿Sabes que a veces el gato se
hace el dormido para ver qué hace el ratón? Pero eso no tiene
importancia ahora. Lo que te digo es algo que cambiará la tierra. A
China y al mundo entero.
—¡Una revolución! No sé qué habrá tramado, pero...
—El problema de toda revolución son los valores. Si el valor en
que se basa es malo, al final pervertirá los logros. Puedes hacer una
silla con cualquier material pero si la haces con un material endeble,
como el cartón, es posible que te caigas más tarde o temprano.
—Ya. Así que el problema son los valores...
—Sí, Kevin. ¿En qué se basa todo actualmente? ¿En qué se
mide el bienestar?
—En... ¿el dinero?
—Exacto, en el dinero. Todo en el dinero. Ése es el problema, el
valor erróneo. Hay que cambiar ese patrón.
—¿Me está planteando algún tipo de utopía comunista o algo
así?
—No, Kevin, el comunismo también se basa en el dinero, pero
desde otro punto de vista. Te estoy hablando de algo diferente, de
una realidad. Está a tu lado.
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
—Pues no me he fijado en nada extraño, ni he visto tipos con
cócteles Molotov, ni gente echada a las calles.
—Claro,
porque
es
otro
tipo
de
revolución,
Kevin.
Una
revolución silenciosa en la que todo el mundo tiene acceso a todo.
—¿Y cómo piensa hacer eso? ¿Regalándoles a todos un millón
de libras?
—Comprendo tu escepticismo, pero como te he dicho, ya se
está haciendo. Tenemos el mayor regalo de todos los tiempos... y se
llama Internet. Millones de personas compartiendo todo...
—¿Está hablando del pirateo de películas y música? Pues,
menuda revolución...
—No te quedes en la superficie, muchacho, aráñala. Te estoy
hablando de conocimiento. De todo tipo de conocimiento, y no del
racionado a cuentagotas por los estados. Conocimiento puro sin
adulterar. Una sociedad en la que se comparte todo, y los que más
comparten son los más apreciados. Una manera de vivir que deja
poso y que salta de la red a la vida real.
—¿Y para qué me quiere? Parece que todo va viento en popa
sin mí...
—Porque necesito un aliado que pelee contra mis pantallas de
humo, mis planes de “destrucción masiva” o lo que se le ocurra, que
gaste los recursos de los estados mirando en la dirección equivocada,
mientras hago que todo funcione y sea ya demasiado tarde para dar
marcha atrás... Un árbol se tiene que cuidar de pequeño evitando que
los parásitos se apoderen de él.
—¿Y cómo?
—Bueno, para empezar, tu compañero está dando vueltas en
un laberinto. El pobre sólo sabe gritar y apuntar con su arma a
cualquier sombra. "Rescátale" y "desbarata" otro de mis "planes
siniestros". Sé el héroe del día. Conviértete en mi Némesis. Salva al
mundo... Pero esta vez de verdad...
Kevin sopesó la idea, y sólo el pensar que su bisabuelo se
La Arenga del Náufrago
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revolvería en su tumba hizo que se cruzase una sonrisa inesperada
en su rostro...
Robin Gulliver terminó de leer. Por fin sabía lo que tenía que hacer
cuando volviera el lunes. Empezó a tararear el ´’Fiesta’ de Serrat…
La Arenga del Náufrago
Jorge Antares
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centrándose sobre todo en microrrelatos, cuentos
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