Faro de Oriente

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Para mujeres que se atreven a contar su historia
Ta lle r DE M AC d e Autobiografí a
Fa ro d e O r i e n t e
Año 16, No. 50
Verano 2014
DIRECTORIO
ÍNDICE
Tal l er DEMAC de Aut o bio g ra f í a
Amparo Espinosa Rugarcía
Directora
Graciela Enríquez Enríquez
Coordinadora editorial
Amaranta Medina Méndez
Araceli Morales Flores
María Suárez de Fenollosa
Ángeles Suárez del Solar
Colaboradoras
Fa ro d e O r i e n t e
04
La voz de las palabras
María Teresa Pérez Cruz
06
¿Quién es Luz del Carmen?
Luz del Carmen Chamorro Quiroz
Zurdo Diseño
Diseño Editorial: Rodolfo Taboada
Ilustraciones: Mariana Zúñiga
08
¡Amigo! ¿Te gustan las habas?
Luz del Carmen Chamorro Quiroz
Impreso en Nea Diseño
Dr. Durán No. 4 Desp. 118, Doctores
Cuauhtémoc 06720 México, D.F.
10
Puerquito, mi alcancía
María Luisa Javier Morán
demac Para mujeres que se
atreven a contar su historia,
es el órgano de expresión y difusión de
Documentación y Estudios de Mujeres, A.C.
Publicación trimestral. Año 16, Núm. 50
Fecha de impresión: junio de 2014
Con un tiraje de 2,000 ejemplares.
Certificados de licitud de título y contenido:
números 12493 y 10064 otorgados por la
Secretaría de Gobernación.
Certificado de reserva:
número 04-2012-121817111500-102
12
Mi nombre
Beatriz Cristina López Saldaña
13
El mundo desde la suela de mis Converse
Beatriz Cristina López Saldaña
15
Tengo
Lilia Miranda Valdespino
16
Tengo
María de los Ángeles Moreno Camacho
18
Mis huaraches
Marcelina Gregoria Noyola Ventura
19
Que tengo
Verónica Graciela Ponce de León García.
20
Mi compañera la soledad
Carmen Sánchez Martínez
21
Secretos del alma
María Teresa Santiago Canarios
22
El sueño
María Teresa Santiago Canarios
Blanca Delgado Ocampo
Secretaria
Recibimos la correspondencia en:
José de Teresa No. 253, Tlacopac, San Ángel
Álvaro Obregón 01040 México, D.F.
Tel. 5663 3745 Fax 5662 5208
Correo electrónico: [email protected]
Internet: www.demac.org.mx
Derechos reservados. Se prohíbe la
reproducción total o parcial por cualquier
sistema o método, incluyendo electrónico
o magnético, sin previa autorización
del editor.
E ditori a l
E
ntre los muchos retos que deben superar las
coordinadoras de los Talleres Autobiográficos demac,
indudablemente uno de los más arduos es, por la
naturaleza misma de su labor, el de ganarse la confianza
del grupo. Y esto fue precisamente lo que logró María
Teresa Pérez Cruz en el taller que impartió en Faro de
Oriente. Como ella dice: “fue una bendición terminar con
nueve amigas más gracias a la escritura”. Los textos
producidos por quienes asistieron a su clase, y que
presentamos en este boletín, revelan realidades de las
mujeres que pocas veces salen a la luz. En lo personal,
uno de los párrafos que más llamó mi atención es de
Beatriz Cristina López Saldaña que dice: “Mamé rechazo
por haber nacido castrada y aquella leche me provocó tal
náusea existencial que todas las mañanas despertaba con
un asco de mí que derivó en misantropía”. Difícilmente
quienes hayamos experimentado algo semejante podríamos
describirlo de mejor manera. Sé que disfrutarán la lectura
de este número ilustrado con maestría por Mariana Zúñiga.
Amparo Espinosa Rugarcía
Fundadora y Directora demac
4
Año 16. Número 50
La voz
de las palabras
María Teresa Pérez Cruz
D
esafortunadamente, han sido pocas las
mujeres que se han apropiado de la escritura para contar su historia, su sentir y sus
deseos, y muchos los obstáculos que han debido
sortear para expresarse y plasmar su huella. Por
esta razón, coordinar el grupo de mujeres que
participó en el taller de escritura autobiográfica La
Voz de las Palabras fue muy gratificante, pues se
logró que sus integrantes descubrieran la importancia de la escritura en su vida, lo que significa
dejar testimonio y conocimiento.
A lo largo del taller compartimos lecturas,
vivencias y sentimientos, como dolor,
angustia, miedo, amor y alegría; también
nuestros deseos y sueños más preciados.
Más de una vez terminamos la sesión con un nudo
en la garganta, pero también con la esperanza de
que las cosas sean diferentes, pues la escritura
permite nombrar las cosas, liberarnos, conocernos, aprender, enfrentar y transformarnos para
rescatar nuestra humanidad y darle sentido.
Al inicio, las participantes manifestaban lo
difícil que era escribir; sobre todo porque nunca
lo habían hecho para contar su vida. Les atemorizaba y apenaba puntuar mal, escribir con faltas
de ortografía o no saber utilizar la computadora.
Poco a poco esos sentimientos se fueron alejando
para dar paso a la confianza. El grupo se integró
rápidamente, pronto se sintieron hermanadas al
compartir sus textos, al saber que su voz adquiría
importancia.
Junto con Beatriz Cristina, Luz del Carmen,
Lilia, María Luisa, Marcelina Gregoria, Verónica
Graciela, Carmen, María de los Ángeles y María
Teresa, desentrañamos muchos aspectos que nos
impiden trascender situaciones y conflictos que
merman nuestro desarrollo personal, y también
confirmamos que la escritura es como un mapa
que permite visualizar los diferentes caminos que
tomamos: los rectos, los sinuosos, las quebradas,
las zonas de peligro, de derrumbes, pero también
las de auxilio, donde podemos fortalecernos y
seguir adelante.
El reto más grande como coordinadora fue inspirar confianza al grupo, lograr que las participantes
se sintieran en puerto seguro y que tuvieran la
necesidad de regresar a la siguiente sesión. Todo
se logró, y para mí fue una bendición terminar con
nueve amigas más, gracias a la escritura.
María Teresa Pérez Cruz
Nací en México, D.F., en 1965. Estudié hasta el
octavo semestre de la Licenciatura en Bibliotecología en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam.
Fui alfabetizadora y asesora de educación
primaria para adultos en el Instituto Nacional de
Educación para los Adultos, más tarde fui empleada en una librería de ciudad Nezahualcóyotl,
donde mi contacto con los libros se acrecentó.
Cuando cursaba el cuarto semestre de la licenciatura, inicié mi labor como bibliotecaria, primero en
la Biblioteca de México “José Vasconcelos”, donde
trabajé por catorce años desempeñando varios
cargos. Desde enero de 2004, soy la responsable
de la Biblioteca Alejandro Aura del Faro de Oriente
y de las dos aulas digitales.
He obtenido algunos reconocimientos, entre
ellos, el primer lugar en el concurso Premio al
Fomento a la Lectura México Lee 2011, en la
categoría de Bibliotecas Públicas, convocado por
el Conaculta, y en 2010, mención honorífica en el
mismo concurso. Actualmente estudio un Diplomado en Educación artística, cultura y ciudadanía
en el Centro de Altos Estudios Universitarios de la
Organización de Estados Iberoamericanos.
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Año 16. Número 50
¿Quién es Luz del Carmen?
Luz del Carmen Chamorro Quiroz
L
uz del Carmen es una mujer de complexión
media, medio gorda y medio chaparrita; de
edad media, medio joven e inmadura. Medio
vieja y tradicionalista; de clase media; medio mensa y presumida; medio cursi y medio tierna. Es de
la edad media no sólo por lo barroca y churrigueresca, sino por romántica posmoderna y amorosa
bipolar.
¿Te has fijado cómo se viste? Parece que su
ropa se la escoge su peor enemiga, aunque,
obviamente, su peor enemiga es ella misma.
Hay días en que creo que le roba la ropa a su
hija o a sus sobrinas para no comprarse de su
talla, y otros en que se pone la que le heredó su
abuelita. Aunque a ella le parezca que tiene buen
gusto, la moda retro no es lo suyo.
A veces usa un perfume tan suave y exquisito
que hace que te dé envidia o que te duela la cabeza, o si traes gripa, que se te destapen las fosas
nasales. Seguramente debe sudar como Rarotonga y eso hace que se exacerben las feromonas.
¿La has visto cuando baila? Cómo las lonjas
y otras protuberancias le escurren y le rebotan,
parece gelatina a medio cuajar, aunque hay que
reconocer su valor para ponerse los pantalones
y subirse al escenario a divertirse como enana.
De seguro que para ponérselos usa calzador o
debe embarrarse crema reductora en la panza
y acostarse para subirse el cierre. A su edad,
es una proeza entrar en ellos.
Dice que canta, que toca y que escribe la muy
presumida, y que su familia es única, como si en
verdad lo fuera, que son su más grande amor y
su dolor más fuerte. Justifica su vida y su pereza
diciendo que es muy sensible y que equivocó la
carrera, que debería de haber sido artista; que
no ha terminado de hacer su casa porque es
depresiva y le cuesta trabajo encontrar un motivo
que valga la pena.
Yo digo que está medio loca y que, para
que no la encierren en un manicomio, se va
a la Fábrica de Artes y Oficios,
porque ahí hay muchos como ella. Hombres y
mujeres en espera del salvador o del príncipe azul,
a los que les afecta hasta lo que comen y que
cambian con el clima, que sólo ven lo que quieren e ignoran olímpicamente aquello en lo que no
quieren participar ni hacerse responsables. Por
ejemplo, ella se las da de intelectual e hipercrítica,
y no se da cuenta de que es una enojona y criticona que sólo ve la paja en el ojo ajeno y no la viga
en el propio, que su apatía hace que casi no tenga
amigas.
Bueno, yo soy muy parecida a ella y puedo
compartir unas galletas y un café como si fuera
un gran manjar, pasarme las horas en tremendo
diálogo —o sea, en terrible soliloquio, como las
niñas solas que, para no sentirse así, se inventan
juegos y pláticas interminables—, justificándome
de no salir a pasear porque no tengo dinero ni con
quién salir, porque tengo miedo de volver a relaciones destructivas, como en el pasado; que vivo en
el pasado y no logro superar el trauma de que el
hombre al que amé me haya engañado, me haya
bateado sin misericordia.
Ella tiene miedo de que vuelvan a abandonarla,
como lo hicieron sus hermanos, y también de lastimar con su enfermedad y con su inconsciencia,
pero si la invitas a un concierto o a comer, ella ve
cómo le hace, pero consigue lo que quiere y va;
o sea, no es que la vida no le importe, más bien
es que hay muy pocas cosas que realmente le
interesan.
Muchos dicen que es egoísta, yo creo que así
es como se defiende del egoísmo y del miedo en
el que le tocó vivir; que si es vanidosa, voluble y
cortante, extravertida, apretada y esto o lo otro,
sus motivos tendrá, y si ella se da permiso de serlo y paga el precio, está bien que lo sea, porque
mañana bien puede dejar de serlo si lo decide.
Que si es hipocondriaca y le tiene miedo a
la enfermedad y terror a la crítica, miedo a los
escenarios y fobia al machismo, es porque bien
los conoce; que si tiene cicatrices y es manipuladora, también puede ser solidaria y amorosa,
independiente y amable; y si se burla hasta de
ella misma, qué más da. Los que la conocemos
sabemos que lo hace porque es una defensora
del bienestar propio y ajeno, que si no deja que
la conozcan fácilmente, es porque le duele que la
humanidad se destruya y autodestruya, que tiene
tanta necesidad de amar a tantos, que le teme a
toda la humanidad porque reconoce que la humanidad entera es inconsciente; cree que la palabra
es un arma de doble filo y que con una palabra
puede destrozar, así como la han destrozado a
ella, que sabe lo profundo y valioso que puede
ser el silencio. Sabe también lo valioso que puede ser un abrazo, pero, al igual que la palabra,
puede ser mal interpretado, y saber eso, lejos de
hacerla más feliz, la pone más pensativa y burlona, porque eso sí le gusta, no por parecer muy
fregona, sino por reconocer al fin quién es ella, y
eso es algo más que cumplir con una tarea para
entregar a la maestra, es una tarea para cumplir
con ella misma.
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Año 16. Número 50
¡Amigo! ¿Te gustan las habas?
Luz del Carmen Chamorro Quiroz
Ésa fue mi pregunta. Y el gesto de la cara frunció
las cejas la fracción de segundo necesaria para que
mi plan de conquista se derrumbase. ¿Por qué no
simplemente llegué y le regalé un chocolate o algo
más convencional?
Por razones obvias, esta carta no llegará a tus manos, ni te enterarás del tiempo que he seguido tus
movimientos, ni de que me encanta tu nariz afilada
y que tus ojos color miel me recuerdan las tardes de octubre en el pueblo de mi padre,
y que tu piel y mejillas de manzana son el fruto más deseable después de tu boca.
Tampoco sabrás que te espío, que sigo tus gustos y tus gestos como quien estudia un
mapa de carreteras para llegar a un destino desconocido en el que se ha puesto la
ilusión de un buen descanso.
Jamás, jamás, jamás, como dice el bolero, te cantaré al oído. Cantaré mi
timidez al viento, con miedo de que me oigas. Cantaré lo que te he escrito en
mis canciones y mis textos en las fiestas y nadie sabrá que los he escrito por
ti. Seguiré buscándote en todos mis libros de poesía, en mis clases de pintura
y te oleré en las tardes de lluvia. Te miraré en la mañana, en el alba y en los
ocasos, para tenerte cada vez que se me antoje.
Seguirás siendo mi amor ideal, mi amor innombrable, que, al fin
y al cabo, para desgarrarme el alma me sobra tiempo; para
escribirte, tinta, y para soñarte, cama.
No sabrás de mis sueños contigo ni de mis desvelos por ti, de mis
insomnios, de mis fantasmas, de mis dietas ni de mi modelar
frente al espejo. No te esperaré en las noches para realizar
mis fantasías, no sabrás de mis celos ni de mis derivas.
No sabrás que espío tus pasos, que estoy al pendiente de tu mirada y de tus palabras. Tampoco te
enterarás de que el miedo me paraliza y no me
permite hablarte, conocerte tal cual eres
ni intentar que me conozcas, por temor
a la realidad.
Para mi serás siempre el ideal, el platónico que habita en lo más profundo de mis
sueños, de mis instintos, de mis secretos. Serás el protagonista de las películas de
amor que me hagan llorar cuando, ya vieja y bastón en mano, me arrepienta y llore
como quinceañera al dormir sola por lo que hubiera sido y no fue.
Tu recuerdo se quedará guardado para cuando escriba cartas de amor ridículas y
empalagosas; vendrá a mí cuando me vaya de fiesta y mire hombres tan guapos como
tú y que, del brazo de sus mujeres, sean también intocables.
Tendré la ventaja de no sufrir por ti, de no competir contigo a diario para ver quién
ama más y mejor, para ver quién muere menos. No compartiremos el dolor ni las
pérdidas, la dicha ni el llanto. Pero no te preocupes, estas letras desaparecerán en un
abracadabra, pues sólo son una manera de matar el tiempo mientras él no me mata,
¿Que soy trágica? Un poco. Por algo leí Romeo y Julieta hace apenas ayer y tanto de la
adolescencia. Y todo por demostrar que en todos lados se cuecen habas. Y todo por
no atreverme a salir de mis esquemas. ¿Será que seguirás siendo mi amor platónico?
¿Seguirás siendo el innombrable? Todo por no atreverme a invitarte una chela o un
refresco. Y la pregunta sigue en el aire: ¿te gustan las habas?
Atentamente: Tu enamorada
Luz del Carmen
C
1955 me vio n
acer
hamorro Quiroz
en Tlalpan, D.F.
Soy la cuar ta
de siete herman
os. Mi padre es
sastre y mi madre ama de casa
, ambos tlaxcalte
cas emigrados
al D.F. Estudié en
fermería en la un
am. Trabajé
hospitales del se
en
ctor público y pri
vado de 1989 a
2010, tiempo
suficiente para
estar en contact
la vida y la muer
o con
te ajena y evadir
la propia.
El estrés de un
divorcio y la pér
dida del empleo
me deprimieron
tanto que tuve qu
e cuestionarme
el sentido de m
i vida. En 2005 in
gresé al taller d
Música y creaci
e
ón ar tística en Fa
ro de Oriente.
Actualmente form
o par te del cole
ctivo Cuicacalli
y asisto a diverso
s talleres, entre
el
los el de
escritura autob
iográfica impar ti
do por demac.
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10
Año 16. Número 50
Puerquito, mi alcancía
María Luisa Javier Morán
D
escribir un objeto como tal me será difícil;
tengo muy presente el hábito del ahorro.
Desde que llegamos a vivir a Los Reyes La
Paz, mamá me obsequió una alcancía con la figura
de un puerquito, era grande, de color negro y
permanecía sentado. Estaba hecho de barro y me
fascinaba su olor a tierra mojada. Cuando recibía
una moneda, decidía guardarla toda. Llegué a
romperla una vez llena, aunque gastalona nunca
he sido.
Recuerdo que mi padre me hizo una alcancía
con cuatro azulejos cuadrados pequeños que
tenían grabada la figura de unas flores color lila.
En una cara hizo una ranura, el espacio suficiente
donde cabría la moneda más grande de aquellos
años. Algo que me pareció muy práctico fue que
se podía abrir, y después pegarla con un poco de
yeso blanco, como si nada le hubiera pasado.
Tuve distintos objetos para esconder mis
ahorros, pero ninguno lo conservo. El último
que poseo, y que traigo conmigo, es quizás
el mejor recuerdo que representa un objetivo terminado.
Mi pequeña alcancía —y no por ello insignificante— atesoró en su pancita regordeta y dura la
cantidad que mes a mes habría de pagar por el
departamento. Sus orejas rígidas estaban pendientes para escuchar el sonido de las monedas
al caer dentro de ella, o bien para esperar que
pasaran por la ranura los billetes doblados. Sus
ojos tenían una mirada alegre que me decía: “Bien
por ti, por cumplir”. Su trompa, como un tapón en
espera de ser quitado, sobresalía como símbolo
de la lucha-victoria. Sus cachetes firmes, sonrosados, mostraban el entusiasmo: “No te des por
vencida. Cada día, mes y año que transcurre, te
acercas más a tu propósito”. El hocico abierto con
la lengua de fuera me daba las gracias; sus cuatro
patas, bien firmes (no se doblan), simbolizan la
salud, el trabajo, el amor y la familia.
Mamá siempre ha sido una excelente administradora. De muchas formas trató de inculcarnos el
hábito del ahorro. De cinco hermanos que somos,
sólo tres lo tenemos: Luisa, Lety y Gonzalo. Ella
nunca nos distinguió: compró cinco alcancías que
le representaron un esfuerzo adquirirlas. Tenía un
mueble en el comedor que adornaba con carpetas
que ella tejía y con las fotos de sus hijos. Para que
no hubiera pretexto, ahí mismo ponía las alcancías. Tenían la forma de un puerquito de color
negro grande sentado. Algo muy característico del
mío era su semblante serio, rígido, y su aire de
autoridad. Mi madre eligió el tamaño de cada una
de las alcancías por el lugar que ocupábamos en
la familia, es decir, la mía era la más grande por
ser la mayor. Como tengo las manos pequeñas,
tenía que bajarla con mucho cuidado cada vez que
guardaba una moneda, más bien la abrazaba contra mí para colocarla en el piso y así evitar romper
mi tesoro.
María Luisa Javier Morán
cua64, en el D.F. Tengo
Nací el 10 de abril de 19
y
signo zodiacal es aries,
renta y nueve años, mi
a
notas de los cursos los
tengo el hábito de tomar
y
Metalistería (repujado)
que asisto, como el de
a
tos. Soy miembro de un
en
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Co
chos humanos y alumna
asociación civil de dere
rica de Ar tes y Oficios,
del Faro de Oriente (Fáb
aTaller demac de Autobiogr
Oriente). Empecé con el
.
e una decisión acertada
fía y, sin lugar a duda, fu
controlar mis emociones
Gracias a él, he podido
e de la escritura como
y sentimientos valiéndom
un
lizar mis impulsos hacia
herramienta para cana
plano de paz.
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11
12
Año 16. Número 50
Mi nombre
Beatriz Cristina López Saldaña
S
oy Beatriz Cristina y
mi vida nada tiene
que ver con portar felicidad y seguir a
Cristo, según induciría
a pensar el significado
de mis nombres. Lo
que sí me atraviesa
son los motivos por los
que me llamo así. Mi
madre deseaba tener un
varón, pero como no se
logró, me regaló a mí —que
planeó que sería su última
hija— el nombre que en las
sociedades patriarcales se le
da al primogénito: el del padre.
Así me convertí en Beatriz (Bety)
por Alberto (Beto), aunque mi padre me llamó Cristina, por ser ése el
nombre de soltera de mi madre.
Casi puedo asegurar que desde el momento en el que mis órganos y mi alma se
convirtieron en Beatriz, no he podido aceptarme tal cual soy. Ahí comenzó mi insatisfacción por la vida. Al llevar el nombre que le hubiesen puesto a un varón, se anuló mi feminidad y,
con ello, mi existencia. Mamé rechazo por haber
nacido “castrada”, y aquella leche me provocó tal
náusea existencial que todas las mañanas despertaba con un asco de mí que derivó en misantropía.
Desde que nací hasta que cumplí catorce años,
para mi familia y mis conocidos fui sólo Bety. Todo
ese tiempo me rodeó una atmosfera nostálgica
que, aparentemente, no tenía razón de ser. Recuerdo haberme escondido a los ojos de mis compañeros de escuela como queriendo no existir, no
merecer nada. Luego la soledad fue tan pesada
como una insoportable carga de 100 kilos. Como
si eso no bastara,
somaticé mis conflictos emocionales: por
más de diez años los
dolores menstruales
fueron igual de fuertes que el rojo intenso
de mi sangre, y con
frecuencia me hacían
revolcarme en la cama,
tal como lo hace una
lombriz al quemarse
con sal.
Cuando entré a la preparatoria, me hice nombrar
Cristina. Quería ser diferente y que me trataran de otra
manera. Ésa era la oportunidad,
pues dejaba las escuelas de la
localidad para estudiar en el Distrito
Federal, donde encontraría a personas
que jamás había visto. Al mismo tiempo,
sin proponérmelo, me di cuenta de que serviría para cerrar el ciclo de mi infancia; curiosamente, entré a la adolescencia con el nombre de soltera de mi madre. Aunque en casa me
siguen llamando Bety —tal vez porque les resulta
difícil aceptar que soy adulta—, no me pesa. Ahora
me siento más Cristina, una joven en búsqueda de
su autenticidad, siempre pendiente de no convertirse en su madre.
En este momento de mi vida, sé que soy una
mujer moldeada por la falocracia, pero eso no me
determina. Como esclava de mi libertad, asumo
que tengo capacidad para transformarme a cada
momento, y lo hago con una fuerza rebelde, siempre a costa de mí misma, siguiendo la idea de que
mis actos trascienden mi propia vida y que debo
encarar la historia como un devenir.
El mundo desde
la suela de mis Converse
Beatriz Cristina López Saldaña
M
i perspectiva de la vida cambió cuando
adopté los tenis como calzado habitual.
Fue en mi segundo año de bachillerato y,
desde ese entonces, cada mañana que anudo las
agujetas sé que me estoy amarrando a una clara
ideología: mi vestimenta no será la del estereotipo femenino que trata de iniciar a la mujer en su
“destino” pasivo y sumiso.
Aunque suene estúpido, la ropa nos marca
una forma de ser y estar en el mundo. En mi
caso, toda la educación y la cultura que recibí
estuvieron orientadas a encadenarme a esa
ropa incómoda con la que la mayoría de las
mujeres “se arregla” para sentirse “bonita”.
Me refiero a esas blusas apretadas que dificultan
la respiración, a esas faldas, vestidos o pantalones tan justos que impiden la movilidad, y a esas
zapatillas de alto tacón con las que caminar es
antinatural.
Cuando era niña, nunca elegí mi propia ropa. Mi
padre me la proveía. Le gustaba comprarme vestidos y zapatitos que me mantenían la mayor parte
del tiempo estática, no se me fueran a ver los
calzones o me fuera a resbalar. En esas circunstancias, cuándo se me iba a formar un carácter
dominante si nunca pude dominar la naturaleza
trepando árboles ni medir mis fuerzas en juegos
rudos que me enseñaran a defenderme sin miedo.
Tampoco me atreví a explorar el mundo alejándome de las faldas de mi madre, donde no podría
conocer la independencia.
Más tarde, en mi etapa de pubertad, aprendí —casi como regla— que la mujer debía vestir y
calzar como si deseara torturarse. Recuerdo que,
en reiteradas ocasiones, los zapatos de tacón me
dejaron el pie ensangrentado después de caminar
con ellos, durante horas, en el Centro. Era común
Año 15. Número 50
13
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Año 16. Número 50
que buscara un “curita” porque los zapatos me
lastimaban. Así, una vez más, pero ahora con los
zapatos que tanto me cansaban y me hacían ver
ridícula, me sometía a una estúpida pasividad
que, al mismo tiempo, me alejaba de la libertad de
pensamiento. Buscando una explicación de por
qué algunas mujeres nos comportamos así, encontré que desde temprana edad nos empezamos
a mirar como objetos en vez de
sujetos.
Afortunadamente, a los dieciséis
años decidí comprar, por primera vez, tenis en vez de zapatos.
Confieso que no lo hice por iniciativa propia, fue mi pareja de aquel
momento quien me motivó a
hacerlo, a quien puedo catalogar
de feministo frustrado. La primera semana que me
los puse y pude sentir la planta de los pies a ras
del suelo conocí una seguridad que jamás había
experimentado. Me di cuenta de que podía vestir
cómoda y sentirme atractiva; por primera vez no
tenía que sudar la gota gorda pensando cómo llegar de una esquina a otra sin cansarme ni caerme.
Empecé a usar tenis en un momento
oportuno, pues estaba en una edad en
la que lo único que quería era caminar y
avanzar por la vida, acumular experiencias
y recuerdos, crecer.
Con mi tenis puestos conocí la vida cultural de la
ciudad de México, recorrí las calles de la mano de
mi primer amor por las tardes lluviosas de junio,
me los quité para tener mis primeras relaciones
sexuales, me convertí en una comerciante de apellido autogestiva que debía vestir como comerciante autogestiva; ahora soy promotora cultural y periodista.
Sólo hay un problema con
mis tenis que, en un gesto de
honestidad conmigo misma, no
quiero ocultar: siempre han sido
marca Converse. Sé que cada vez que compro un
par, contribuyo a la explotación laboral, pues está
documentado que los obreros que los fabrican,
que a veces son niños, sufren maltratos físicos y
reciben un sueldo miserable. Para tener una idea
de lo que hablo, se ha llegado a hablar de cincuenta centavos de dólar por
hora. Irremediablemente
soy producto de una sociedad patriarcal y capitalista,
pero eso no me determina,
puedo transformarme a
cada momento.
Beatriz Cristina López Saldaña
es hija de un exiliado económico, periodista
independiente y promotora cultural en el Faro
de Oriente. Su interés por la escritura despertó
cuando apenas tenía catorce años. En ese tiempo
disfrutaba redactar las impresiones cotidianas que
experimentaba en su arremolinado mundo adolescente. En su búsqueda por desarrollar la escritura,
llegó al Faro de Oriente, donde no dudó en inscribirse al taller de Periodismo Comunitario. Acercarse a esta disciplina le sirvió para definir el rumbo
que tomaría su vida. Decidió dejar atrás los textos
existenciales para generar compromisos sociales,
por eso estudió Comunicación y Periodismo en la
fes Aragón. Por mucho tiempo su tema de interés ha
sido el impacto emocional en la familia de los migrantes, así que al ser ella misma su principal objeto
de estudio, se hurga a través de la autobiografía.
Tengo
Lilia Miranda Valdespino
C
icatrices que se han ido desvaneciendo al
sacar el dolor que me causaron.
Una historia que, buena o mala, es mi historia.
Tengo:
Una vida por delante que espero vivir cada día con
fe, esperanza y amor.
Tengo:
Un hijo que espera recibir el amor y las caricias
que alguna vez le negué.
Tengo:
Unos brazos que buscan encontrar a alguien que
reciba los abrazos que tengo para dar.
Tengo:
Una madre a quien perdonar por las cuentas pendientes.
Tengo:
Sueños que realizar.
Tengo:
Unas manos que me sirven para trabajar y que me
sacarán adelante.
Tengo:
Un espíritu fuerte que, a pesar del dolor y el sufrimiento, no pierde la fortaleza que me mantiene en
pie.
Tengo:
Que darle las gracias al Ser Supremo porque, bien o mal, me dio una vida. De mí
depende si florezco en medio del desierto
o dejo que las arenas me sepulten.
Tengo:
La esperanza de que día a día encontraré la mano
de Dios para que tome la mía y me haga caminar a
su lado bajo su protección.
Tengo:
Que darle las gracias a cada una de ustedes por
brindarme su amistad y escuchar mis palabras.
Lilia Miranda Valdespino.
Soy una mujer de treinta y nueve años, cursé hasta el tercer grado de secundaria. Por
carencias económicas, no pude continuar
con mis estudios. En la actualidad me dedico a los trabajos manuales, ya que esto me
da una satisfacción enorme, pues soy capaz
de crear cosas bellas, luego de vivir mucho
tiempo con personas que me hacían sentir
inútil. Hoy trato de ver la vida desde otra
perspectiva, luchando contra mis miedos,
sin dejarme vencer, viendo hacia el horizonte y siempre esperanzada de que día con
día llegarán a mí cosas buenas. La escritura
me ayudó a conocer mi verdadero valor y
a descubrir mi capacidad para afrontar los
retos de la vida.
Tengo:
Que agradecerle a la escritura que me haya permitido desahogar mis penas, mis alegrías, mis
tristezas, mis triunfos y mis fracasos, pero, sobre
todo, que me dejara limpiar mi corazón y sentir
que soy valiosa.
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Tengo
María de los Ángeles Moreno Camacho
T
engo infinidad de sueños, ilusiones y fantasías que fueron mi refugio cuando más
lo necesité, ahí todo es posible, hay amor,
apoyo, comprensión y liderazgo. ¡Yo soy mi propia
heroína!, entre muchas cosas más. Y no, no evado
la realidad, porque de ser así, ya hubiese perdido
la razón hace mucho tiempo. Soñar tiene muchas
ventajas. Por ejemplo, me permite hacer planes
que, al llevarlos a la práctica, no encuentran
obstáculos que no pueda vencer. Me encanta esta
parte, tanto, que podría decir que se ha convertido
en mi especialidad, pues sueño despierta, dormida y hasta caminando.
Soñar es tan indispensable para mí como comer.
Lo empecé a hacer desde muy joven ante mi incapacidad de enfrentar situaciones difíciles. Primero
fue con mi madre, de quien llegué a pensar que
tenía los poderes de una bruja cuando me decía:
“¿Crees que no sé lo que estás pensando?” Como
respuesta puse en mi mente: “Mi madre tiene
razón”, los demás pensamientos los dejé de lado,
para que, con la complicidad de la noche, no los
pudiera ver ella.
Así… soñé y soñé con la imagen de lo que la tía
Leonor le dijo a mi padre: “Un día vendrá su príncipe azul”, y de verdad lo creí (veía los cuentos de
Cachirulo), lo visualicé como un joven atractivo,
alto, amable, educado e inteligente. Lo de trabajador y responsable no sabía lo que era, mucho
menos lo de machista y controlador-dependiente.
Me lo imaginé vestido con un traje azul claro que
brillaba como la diamantina, estilo militar, y hasta
me di a la tarea de buscarlo cuando tenía yo doce
o trece años. Para tener un referente, me fui a las
iglesias cercanas los sábados, a la hora de las ceremonias religiosas, y vi puros trajes negros. Yo me
decía: “El que espero ha de ser diferente”.
Tengo promesas no cumplidas, como ésa que
hice estando en la vocacional: si no paso mis materias, me voy a meter de monja. No me fue muy
bien, reprobé dos. No encontré la forma de hablarlo con mi padre, pero un día, a la hora de la cena,
él comentó: “Lo que menos quiero en la vida es
que mi hija sea monja o enfermera”. Pensé para
mí: “Me lleva, ¿ahora cómo le hago para cumplir
mi promesa si no sé a dónde ir ni cómo es eso de
ser monja?” Así que abandoné la idea (éste es un
secreto que por primera vez cuento).
A los dieciocho años, el mundo real era
decepcionante para mí. Un día hice un comentario: “¿Por qué la vida no es como en
los cuentos?” Mi padre respondió: “Ya estás
grande, tienes que crecer”.
Tengo la suerte, o tal vez deba darle gracias a
Dios, a la naturaleza o a mis padres, por haberme
obsequiado, primero, tres hermanos a los que
considero mis hijos, pues tuve que protegerlos
y cuidarlos; y luego, a mis tres hijos, todos ellos
maravillosos, a quienes debo agradecer su amor,
paciencia, apoyo y comprensión a través de estos
años. Hago particular mención de mi hijo, que, a
pesar de su corta juventud, tuvo la madurez para
dejarme valiosos mensajes de vida, y de mis hijas,
esas hermosas mujeres llenas de ideas e ilusiones que siempre están ahí para alentarme.
Tengo la fortuna de haber dejado, recientemente, una pesada carga que llevé por muchos años:
haber idealizado tanto a mi padre que me exigí
perfección.
Tengo también la certeza de que todo lo que quiera cuesta tiempo, dinero y esfuerzo; la esperanza
de una vida mejor; miedo del futuro incierto, de las
enfermedades, de perder la razón.
Tengo un sentimiento de carencia de amor y
afecto de mi madre, pero estoy muy enojada con
ella, aunque también la quiero.
Tengo que quitarme ese afán de demostrar que
soy fuerte y capaz, y ese sentimiento de culpa por
haber nacido.
Finalmente, tengo muchos tengo, pero el más
importante ahora es descubrirme, perdonarme
y amarme. Tengo fe en que todo va a cambiar; si
no, no podría seguir adelante. Tengo pánico de
perder la vista, por lo tanto quiero verlo todo, lo
más que pueda, y no lamentarme de lo que no
intenté hacer.
María de los Ángeles
Moreno Camacho
Nací el 19 de mayo de 1953 bajo el signo de
tauro, estudié la vocacional, enfermería y,
actualmente, en el Faro de Oriente. Mi vida es
como un rompecabezas en el que el tiempo
ha ido colocando poco a poco las piezas
en su lugar.
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Mis huaraches
Marcelina Gregoria Noyola Ventura
S
iempre me han gustado los huaraches,
siempre y cuando sean cómodos. Tengo varios, pero siempre me cansan, ya sea por la
altura o por las correas que me aprietan, y luego
ya no me los pongo, los regalo o los desecho.
Hay unos en particular que me gustan. Ya están
viejos, son blancos, mejor dicho: eran blancos,
ahora son grises, están un poco cuarteados por
el uso y dejan que se me asome un callo que
me provocaron los zapatos apretados. Como me
dijo un amigo: “Quieren sentirse guapas, aunque
estén sufriendo, la vanidad las mata”.
Me encantan éstos en particular, porque con ellos puedo caminar kilómetros
y kilómetros y no me cansan, me siento
ligera, cómoda, y voy más rápido.
Se complementan perfectamente con mi pie,
me siento acariciada por ellos, subo colinas, praderas, cerros, y esto me permite respirar el aire
libre, tener un contacto directo con la naturaleza.
Cuando los mojo en ríos, mares o lagos, cambian
la temperatura de mi cuerpo en un momento y
es agradable, no me percato cuando se secan,
y además me dan seguridad, me siento guapa y
sexy, pero, sobre todo, libre para desplazarme a
dondequiera sin ataduras. Tal vez me identifico
con ellos porque no me gusta sentirme maniatada, angustiada; me gusta mi libertad.
Respecto a la libertad, sin llegar a los egoísmos,
me gusta compartir esos momentos con los amigos, por lo que viene a mi mente esta frase: “Amor
es la realización de una persona en otra, conservando ambos su independencia”.
Marcelina Gregoria
Noyola Ventura
Nací el 26 de abril de 1954 en Pinotepa Nacional,
Oaxaca. Mi signo zodiacal es tauro, quizá por eso
soy tan terca. Mi color favorito es el verde, porque
el verde es vida. Estudié dos carreras: Contaduría
Privada y Cirujana Dentista en la fes Zaragoza.
Trabajé en el gobierno federal de 1972 a 2012, la
última dependencia en la que estuve fue la Semarnat. Soy pensionada y trabajo en mi consultorio particular. También tomo talleres en el Faro de
Oriente: Computación Básica y de escritura autobiográfica demac, La Voz de las Palabras, el cual me
permitió conocerme, empoderarme y valorarme
como mujer.
Que tengo
Verónica Graciela Ponce
de León García.
T
engo cincuenta y cuatro años y un hijo al
que adoro; es parte importante en mi vida.
Tengo dos nietos (Ingrit Arais y Fernando
Ismael), a los que quiero mucho y con los que me
gusta convivir.
También tengo una nuera con la que llevo una
buena relación; nos apoyamos mutuamente
y tenemos una convivencia armoniosa.
Tengo a mis padres, a los que quiero mucho y
los cuido, estoy al pendiente de ellos.
Tengo nueve hermanos y muchos sobrinos.
Somos una familia muy numerosa y en los momentos difíciles nos apoyamos. Hemos tenido
experiencias positivas y negativas, dolorosas
y felices.
Amo a mi familia y agradezco a Dios y al universo por todo lo que tengo.
Verónica Graciela Ponce
de León García
Nací el 9 de julio de 1965, bajo el signo de cáncer. Estudié Contabilidad administrativa. Trabajé
como niñera, administrando un sanatorio. También estudié encuadernación y computación. Mi
vida es como un bosque, me gusta la naturaleza,
el olor de la tierra, el verde de los árboles, las flores, el canto de las aves y disfrutar de la tranquilidad junto con la familia.
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Mi compañera la soledad
Carmen Sánchez Martínez
E
n mis tiempos de juventud, cuando por primera vez fui mamá, recuerdo con mucho dolor
el abandono de mi marido. Él andaba en sus
parrandas y no llegaba a la casa. Yo, con mi niño
chiquito, me sentía abandonada, ignorada y sin
ningún valor.
A mis dieciocho años, mi marido significaba todo para mí, y al no tenerlo en
esos momentos que para mi eran tan
importantes, mi soledad era terrible, me
angustiaba y lloraba sola entre las cuatro
paredes del cuarto que rentábamos.
El olor a muebles nuevos me daba ansiedad, tristeza y mucho dolor. ¿De qué me servía tener cosas
materiales si lo que yo quería era estar con él?
¡Qué tristeza poner en manos de otro tu valía!,
pero ya me perdoné por eso y creo que lo superé.
Ahora, aunque no tenga a nadie a mi alrededor,
no me siento sola; he aprendido a estar conmigo,
a disfrutar mi soledad, quizá también por mi edad.
A estas alturas de la vida ya no me asusta. Ahora
vivo la vida de otra manera. Gracias, soledad,
existir y ser mi compañera siempre que
te necesito.
Carmen Sánchez Martínez
Nací en México, D.F., el 18 de mayo de 1960. Soy
ama de casa y comerciante. En mis ratos libres me
gusta leer, bailar y hacer ejercicio. Disfruto compartir experiencias de vida con las demás mujeres,
por eso estuve muy contenta de tomar el Taller
demac de Autobiográfia en la Biblioteca Alejandro
Aura del Faro de Oriente. Viví mi niñez y adolescencia en color negro, pero desde que escribo, se va
llenando de luz. He luchado con toda mi alma por
cambiar esa oscuridad. No lo he logrado del todo,
pero estoy en el camino.
Secretos del alma
María Teresa Santiago Canarios
S
é, intuyo, que no es bueno desear la
muerte de alguien, menos de alguien
que conoces y que es de tu familia. Hace muy poco me descubrí con un
sentimiento desconocido para mí: el odio.
Sería mucho decir que nunca lo había experimentado, recuerdo haber odiado a alguien que coqueteaba con mi pareja, pero no con tanta fuerza
como esta vez. En verdad deseé que se muriera,
más que nada por sus hijos y mis sobrinos. Esa
persona es mi cuñada, la pareja de mi hermano
menor. Se llama Cristina, es de Michoacán, y la
mayor parte de su vida ha vivido allá. Sé, por mi
hermana, cómo tratan a los niños en ese lugar.
Ella ha ido varias veces por su esposo, que también es de allá. Decía que sólo traen al mundo a
las criaturas, y que ellas se encargan de sobrevivir. Si lo logran, qué bueno, pero si no, a nadie le
importa, al fin que seguirán naciendo más.
Las niñas se van de sus casas a los catorce
años, y después de un tiempo regresan con su
bebé. Es una situación terrible. Aunado a la miseria y a la ignorancia, los niños ya tienen un gesto
de desesperanza en sus pequeños rostros. También mi madre me relataba que alguna vez presenció el caso de una pequeña que, al enfermar,
en lugar de llevarla al médico, la familia sólo esperaba ya el desenlace final. Decían que le habían
hecho mal de ojo y que, en esos casos, los niños
siempre mueren. Es de no creerse, pero así ocurre
en algunos pueblos de ese estado.
¿Será ésa la mentalidad de mi cuñada? Como
vive con nosotras —mi madre y yo—, no dejamos
de notar cómo trata a sus hijos, mis sobrinos. No
soporto ver que no los cuida, los regaña, les pega,
les grita, los encierra, no les da de comer y un
interminable etcétera. No puedo entender que una
madre trate así a sus hijos. Todo un caso. ¿Qué no
le duelen sus hijos? Varias veces le he dicho que si
no los quiere, que me los regale. Son unos angelitos; el mayor cumplirá cuatro años, el mediano tiene poco más de dos y medio, y el chiquitín, meses.
Al más pequeño no he visto que le grite, pero noto
que a veces no le da pronto el alimento, que pide
como sólo los bebés pueden hacerlo. Además, no
los defiende de su propia familia, de las burlas,
las bromas, de que los fastidien, los hagan enojar
en la casa de al lado, que es como le digo al lugar
donde vive su madre y donde siempre está metida
mi cuñada. Los siento desorientados, no saben si
portarse como allá o como acá, sólo se me ocurre
que se muera mi cuñada para que se queden con
mi hermano. No sé qué haría él, pero yo los querría como si fueran míos. Tal vez sea una solución
muy drástica, pero viendo como es mi cuñada,
creo que sería lo mejor para ellos. Sé que existen
otras soluciones, pero ésta me parece la mejor.
¿Es malo querer algo mejor para ellos? Ya he hablado con mi hermano, pero cree que exagero.
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Año 16. Número 50
El sueño
María Teresa Santiago Canarios
U
na vez tuve un sueño en el que me veía
cargando a un bebé en la entrada de una
pequeña casa. El cielo era intensamente
azul, con sus respectivas nubes blancas, y esperábamos al padre de ese bebé. Lo que más me
quedó grabado, fue la sensación de plenitud, de
completa armonía con el universo, en la que nada
faltaba ni sobraba. Al despertar, tenía en la boca
un sabor dulcísimo que nunca jamás he vuelto a
experimentar. Fue un sueño feliz, y tal vez fue buscando ese sueño por lo que soporté muchas cosas
que, finalmente, no me condujeron a nada.
Lo irónico es que, ahora que tengo cuarenta y siete años, ni tengo hijo ni creo
cumplir ese sueño, pero siento que éste es
un momento de reflexión en que los sueños
cambian de perspectiva, color y significado.
Ahora iría en busca de esa plenitud, de esa paz y
armonía en la que nada falta y nada sobra, de ser
una con el universo y encontrar mi lugar en él.
Aún siento que tal vez no he luchado por ello,
pero gracias a este taller, La Voz de las Palabras,
me ha dado la oportunidad de reflexionar acerca
de varias situaciones que he vivido, y en las que
no siempre tomé la mejor decisión para mí. Escri-
birlo me ha ayudado a verlo desde otra perspectiva; recordarlo me ha vuelto a causar dolor, llanto,
pero cada vez duele menos, como que el dolor se
exorciza al pasarlo al papel, y en él se queda. Tal
vez el recuerdo no se vaya, pero el dolor, las cosas
negativas, las que no nos dejan vivir, las que nos
causan resentimiento, se van quedando en la
escritura y alivian un poco nuestra alma de esa
especie de carga que a veces nos empeñamos en
llevar a cuestas. Ya alguna vez comprobé que al
plasmar en papel el enojo, la molestia, además de
que disminuyen, se ven desde otra perspectiva, y
como que se queda ahí y ya no lacera el alma.
Hay palabras que me han dicho y me las he quedado, me las he creído. Ahora pretendo deshacerme de ellas, reflexionar antes de aceptar que una
sola palabra me etiquete. Ahora me veo como una
mujer con muchas cualidades, a las que no les
había reconocido ese carácter. Es muy importante
la autoestima, y yo he carecido de ella por mucho
tiempo. Nos ayuda a ser fuertes, a avanzar, a ser
nosotras mismas, a trabajar día a día en ello. Es
parte del trabajo que hemos de realizar, pero no
como una obligación, sino como parte del crecimiento personal que nos ha de llevar al conocimiento de nosotras mismas.
María Teresa Santiago Canarios
Nací en el D.F., en 1966. Fui la mayor de siete hijos, tres hombres y cuatro mujeres. He sido comerciante, cocinera y, actualmente, artesana. Estoy
tomando el taller de vitrales en el Faro de Oriente,
y antes estuve en el curso de computación y en
el Taller de Autobiografía demac que imparte María
Teresa Pérez Cruz en la Biblioteca del Faro. Quién
me iba a decir que a mis cuarenta y siete años
me preocuparía por saber de mí misma…, pero
eso lo logré en el taller de escritura. Sé que me
falta, pero ahí encontré las bases y perdí el miedo
a muchas cosas que no me dejaban ser. Descubrí
que había más mujeres que se encontraban en la
misma situación y con las que me identifiqué plenamente. Encontré solidaridad, amistad, comprensión y compartí esas cosas que nos guardamos
y que nos causan dolor, lo que nos ayuda a que
éste sea menor, y al escuchar nuestra propia voz
enunciando el problema, éste pierde poder sobre
nosotras. Tal vez no deje de existir, pero lo vemos
claro y quizá le encontremos solución.
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DOCUMENTACIÓN Y ESTUDIOS DE
MUJERES A.C.
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