El otro, huella de misericordia

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SUPERIORE GENERALE
CONGREGAZIONE DEI SACERDOTI
DEL SACRO CUORE DI GESÙ
Dehoniani
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Prot. N. 0041/2016
Roma, 1 de marzo de 2016
Carta para el 14 de marzo, nacimiento del P. León Dehon
El otro, huella de misericordia
A los miembros de la Congregación
A todos los miembros de la Familia Dehoniana
Queridas hermanas y queridos hermanos de la Familia Dehoniana:
Tal como establece el programa del Gobierno general, en los próximos años, con ocasión del
aniversario del nacimiento del P. Dehon, afrontaremos las obras de misericordia espirituales.
“Soportar a las personas molestas” es la referencia espiritual de esta primera carta. En nuestra
vida puede ser muy sanadora una nueva y profunda mirada de ternura y de misericordia hacia
otra persona. Saber reconocer el bien que cada persona ofrece, elogiar, apreciar, valorar,
genera fidelidad y estimula positivamente una acción capaz de crear confianza.
El P. Dehon en sus Souvenirs fue claro: “Os suplico, como también lo hacía San Juan: Nada
de divisiones entre nosotros. Pasemos por encima de todo con tal de estar unidos. Soportemos
pacientemente las ofensas y los roces. Amemos todas las naciones. En el cielo no existirán las
naciones”. 1 Era 1912 y aún no había estallado la Gran Guerra (1914-1918) entre las potencias
europeas del momento, que ya no se soportaban más. Y he ahí la llamada, un camino de vida
y de futuro apenas insinuado y apenas acogido en el gran escenario del mundo. Pero la
levadura permanece, el proyecto continúa, le desafío regresa.
1. El Jubileo de la misericordia
El Jubileo nos recuerda que la misericordia es una bienaventuranza evangélica (Mt 5,7) que
nace de la charitas divina. La encarnación del Hijo expresa la oblación activa de Dios que en
la pasión del Señor se convertirá también en oblación paciente. El P. Dehon, con lenguaje
para nosotros clásico, hizo síntesis de este estilo de acción: “el abandono de nosotros mismos
en espíritu de víctima del Sagrado Corazón, soportando con paciencia y hasta con alegría las
1
LCC 8090139/63; la traduzione italiana è tratta da Leone G. DEHON (1954): Lettere circolari, Bologna: Editrice Dehoniana,
n. 406.
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cruces que la divina providencia nos envíe”. 2 Dios, en su Hijo, se puso a sí mismo en común
con nosotros, hizo de su riqueza y diversidad fundamento para llegar a nuestra pobreza y
transmutarla (cf. 2Cor 8,9; Fil 2,5-11). Tras este primer movimiento suyo, Dios espera el
nuestro: en nuestra respuesta de amor la misericordia toma raíz y vigor.
El Señor Jesús es la modalidad divina de superar carencias, la ocasión para acercar lejanías, el
trigo de comunión que trasciende e integra oposiciones. Así, creer y contemplar al Dios
encarnado significa, en primer lugar, hacer que el prójimo se convierta en parte de nosotros,
en algo nuestro: “ut unum sint sicut nos unum sumus”, dice Jn 17,22; “Dios tiene compasión
de nosotros porque nos ama y nos ama como parte de sí mismo”, dirá santo Tomás de
Aquino. 3 El otro se convierte así en centro y se nos muestra que el fundamento del ser es la
relación, la aceptación de la diferencia, el apoyo, la ordenación hacia el otro en un decidido
existir en su favor. Este modo de existir nos libera de la soledad y del mutismo mortal que
resultan del egoísmo y de la falta de amor. La virtud de la misericordia se realiza mediante un
camino:
- surge de nuestros sentimientos, quizás como resonancia dolorosa y triste en el corazón
al sentir el sufrimiento del otro;
- se convierte después en virtud, cuando somos bondad que se inclina sobre la miseria;
- evoluciona, porque no es la situación la que hace que mi incline, ¡sino la persona!
- se convierte en obra perfecta, forma bella, la concreción del amor por el prójimo.
La misericordia es por lo tanto una modalidad, una manifestación de nuestro amor fraterno:
¡es verdadero y propio camino de seguimiento del Señor! (cf. Cst 29 y 43).
Caminamos ciertamente entre sentimiento y virtud, pero sobre todo en compañía. De todos
modos, existe el “sentimiento de Caín”, aquel que “todo lleno y ocupado en sí mismo, no
siente nada por ninguno”; 4 esta es la indiferencia, la negación de la fraternidad humana y
evangélica que, ante la desventura del otro, permanece ciego, sordo, mudo… e inmóvil, con
corazón de piedra. Dehon nos lo explica: “Es la dureza de corazón que nace del amor
desordenado de nosotros mismos, porque este amor hace que naturalmente no seamos
insensibles más que a nuestros propios intereses, y que nada nos conmueva excepto lo que nos
afecta, que veamos las ofensas a Dios sin lágrimas y las miserias del prójimo sin compasión;
y que no queremos incomodarnos para ayudar a los demás, que no podemos soportar los
defectos, que nos inquietamos contra ellos por las mínimas razones, y que conservamos por
ellos en el corazón sentimientos de amargura y de venganza, de odio y de antipatía”. 5 Esta
dureza del corazón lleva a juzgar severamente al prójimo y, peor, a condenarlo sin piedad..
En DSP 476 se puede visualizar la versión original; la traducción española está tomada de León DEHON (2007): Directorio
Espiritual de los Sacerdotes del Sagrado Corazón, Torrejón de Ardoz: Editorial El Reino, n. 277.
3
La cita evangélica está en latín para evidenciar la presencia del Sint unum; la de santo Tomás, se encuentra en STh II-II, q.
30, a. 2, ad 1 y dice: “Ad primum ergo dicendum quod Deus non miseretur nisi propter amorem, inquantum amat nos
tamquam aliquid sui”.
4
Las palabras del obispo intelectual y escritor Jacques Benigne Bossuet (1627-1704), muy leído por el P. Dehon, son: “Plein
et occupé de soi-même, on ne sent rien pour les autres, on ne leur témoigne que froideur et insensibilité” [Bossuet (1841),
“Pensées chrétiennes et morales” in Ouevres de Bossuet IV, Paris: Firmin Didot Frères, 769
5 El original en ASC 5/191. Otro testo interesante de Dehon sobre este argumento en VAM 542.
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Esta dureza del corazón, no ajena a los consagrados, degenera fácilmente en aversión, que
aleja, divide, nos cierra llevándonos a evitar encontrar a nadie, a rehuir la compañía, a amar la
distancia…, si no a ir más allá y ceder a la malevolencia y al odio.
Ante estos desafíos, “¿cómo comprender el amor que Cristo nos tiene, si no es amando como
él, en obras y de verdad?” (Cst 18). Pide espacio un obrar bello, inspirado por Dios, que sea
capaz de salvar: una misericordia declinada en obras, las obras de misericordia.
2. Invitación a redescubrir las obras de misericordia corporales y espirituales
Hoy el Papa Francisco dirige una viva invitación a ‘re-descubrir’ las obras de misericordia
corporales y espirituales. Lo hace en base a una triple intención:
- “despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza”
(volver a aprender a ‘ver’)
- “entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados
de la misericordia divina” (volver a aprender a ‘discernir’);
- “darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos” (volver a aprender a ‘actuar’),
todo porque “no podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos
juzgados”. 6
Así, las obras de misericordia son recuperadas por el sucesor de Pedro como llaves de la
puerta santa, de la esencia del Evangelio, del subir hacia Dios saliendo hacia el prójimo. La
historia de la fe nos muestra que el Evangelio solo fue buena noticia para los pobres; y que el
Espíritu Santo es para los pobres (cf. Cst 52).
El empuje a “salir”, a gustar lo que no es mío, es un don fruto de la acogida en nosotros del
“instinto del Espíritu Santo”. 7 Esta ‘instintividad’ divina nos renueva y se convierte en la
clave de la vida espiritual; es la dinámica de la charitas que nos habilita para ‘ver-discerniractuar’ en los puestos y en las tareas adecuadas a los problemas urgentes de hoy. La respuesta
como religiosos es, ciertamente, personal, pero orgánicamente hecha como cuerpo
comunitario; como Congregación, estamos llamados a dar soluciones ‘in solidum’ (cf. Cst
63). Debemos ser conscientes: las emergencias actuales no se repetirán nunca así como se
presentan hoy, sobre todo ya no estarán aquellos que hoy las están padeciendo (cf. Cst 35-39).
El instinto espiritual nos hace disponibles delante de estas visitas de Dios que transforman el
hoy de Dios en kairós, en tiempo lleno de gracia que salva. Este instinto espiritual es el único
capaz de proponer exigencias a la vida cotidiana y volver a ponernos al servicio del Reino de
Dios en su urgente realidad.
Este empuje confiado, misericordioso genera una nueva “lógica del corazón”, transforma
nuestro obrar en misericordioso, constructivo, en apertura de nosotros mismos hacia quien
carece de algo. Dehon nos ofrece un ejemplo luminoso: San Vicente de Paúl; cuya “caridad
fue verdaderamente universal y su corazón estuvo ampliamente abierto a todas las obras de
Francisco, Misericordiae Vultus, 15.
Expresión tomada de STh 1-2, q. 68, a. 2, ad 2, donde el Doctore Angélico escribe: “Ad secundum dicendum quod per
virtutes theologicas et morales non ita perficitur homo in ordine ad ultimum finem, quin semper indigeat moveri quodam
superiori instinctu spiritus sancti, ratione iam dicta”; la cursiva es nuestra.
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misericordia”. 8 La experiencia de ser amado por el Señor pone en nosotros el deseo de un
servir misericordioso a la integralidad del ser humano (cf. Cst 50). Re-descubramos, por lo
tanto, las obras de misericordia corporales y no olvidemos las obras de misericordia
espirituales, porque “estamos llamados a servir a Jesús crucificado, en toda persona
marginada, a tocar la carne de Cristo en quien está excluido, tiene hambre, tiene sed, está
desnudo, encarcelado, enfermo, parado, perseguido, prófugo. Ahí encontramos a nuestro
Dios, ahí tocamos al Señor”. 9
3. Una obra de misericordia espiritual: soportar con paciencia las personas molestas
Vamos por tanto con la obra de misericordia espiritual que dice: soportar con paciencia las
personas molestas, o en palabras del fundador: “una perfecta caridad hacia el prójimo para
soportar sus defectos, y un gran amor por Jesucristo para llevar su cruz”. 10 Ante todo, ¿por
qué esta obra en primer lugar? Responde el padre Dehon: “Nuestra misión es muy bella en la
Iglesia, pero nosotros respondemos muy débilmente. Nuestro Señor nunca ha hecho un más
grande acto de misericordia que el de soportarnos”. 11 Molesto es alguno que provoca
sufrimiento, fatiga, pesadez, que pide de nosotros un ‘trabajo extra’. En este sentido puede ser
molesto un hermano de comunidad, un laico que trabaja con nosotros en alguna obra nuestra.
Molestos podemos ser nosotros mismos, pero también los pobres que nos importunan, como
la viuda del evangelio (cf. Lc 14,13). Ante el efecto que una persona provoca
espontáneamente en nosotros, encontramos un doble desafío cotidiano: aceptar a las personas
como son y, al mismo tiempo, recibir en nosotros la revelación de cómo somos en el fondo.
Sin olvidar que también se nos ha puesto delante una ulterior realidad: ¡nosotros podemos ser
molestos para los demás!
No está mal por tanto comenzar por aquí. La molestia, que puede quedar en el nivel del
fastidio, si bien otras veces puede convertirse en una verdadera cruz, tiene diferentes causas:
temperamento, ser invasivo, falta de tacto, prepotencia…
Dehon especificaba: “¿Cuáles son estas cruces? Las encontramos en todos los estados, en el
claustro y en la familia, allí donde haya deberes que cumplir, reglamentos de vida que
observar, caracteres diferentes del nuestro que soportar”. 12 Para nosotros, esta obra de
misericordia se declina en primer lugar en nuestra vida comunitaria, cuyo objetivo cotidiano
es “crear un ambiente que favorezca el progreso espiritual de cada uno” (Cst 64). Por lo tanto,
nos pone siempre en el camino del otro, de la reciprocidad, en la que “la caridad debe ser una
esperanza activa de lo que los otros pueden llegar a ser con la ayuda de nuestro apoyo
fraterno” (Cst 64). La vida comunitaria se convierte para nosotros en escuela de misericordia
en la que la primera tarea es acoger “a los demás como son, con su personalidad y sus
funciones, con sus iniciativas y sus límites, y que se deje interpelar por sus hermanos” (Cst
66). Y la primera lección es esta: aprender siempre de nuevo a gobernar nuestros
sentimientos, que nos pueden conducir a rebelarnos, a quejarnos, a callar o, todo lo contrario,
Se encuentra en su Panégyrique de saint Vincent de Paul: DIS 9050035/4.
Francesco (2016): Il nome di Dio è misericordia, Milano: Piemme, 108 (nuestra traducción).
10 Vues prophétiques diverses relatives à l’apostolat religieux dans les derniers temps de l’Église: NTD 9130017/22.
11 Carta del P. Dehon al futuro P. Héberlé del 6.5.1912: B20/13, inv. 330.05.
12 El original en ASC 3/308. Il testo italiano L’anno con il Sacro Cuore si trova sul sito Dehondocs International.
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a reaccionar con violencia agresiva; pero ellos nos conducen también a soportar, sobre la
“base de un verdadero diálogo, en el respeto mutuo, el amor fraterno, la solidaridad y la
corresponsabilidad” (Cst 67).
En la Escritura, quien soporta es Dios (cf. Num 14,27; Mt 17,17; Rm 9,22-23). Al
soportarnos, Dios muestra una historia de paciencia, de perseverante fidelidad junto a un
respiro de pasión, de amor que acepta sufrir esperando con magnanimidad nuestra conversión
(cf. 2Pe 3,15). Jesús en su entregarse a la muerte se convierte en modelo de resistencia, de
soportar, de aceptación de la realidad. Ante él, debemos decidir si aceptar que Dios sea Dios
y… confiar (esta es la fe originaria), o hacer de nosotros valor y meta suprema (este es el
pecado original). La grandeza es que Dios ve más allá del momento insoportable, ve lo que
podemos llegar a ser en Cristo. Por esto nos lo entrega. Dios acepta “llevar el peso”,
“soportar” nuestro ser incompletos y nuestra inadecuación tomando sobre sí los momentos en
los que elegimos el pecado (eso que molesta a Dios), sabiendo que es el camino para rehacer
los lazos de verdad, de comunión, de reino… Todo se juega en el terreno de la fraternidad, es
más, en el de las relaciones sociales. En Cristo encontramos la actitud del fuerte ante la
adversidad y el dolor; nos da la capacidad de padecer, con firmeza, resistiendo… La paciencia
de Cristo expresa el amor de Dios y es sacramento suyo: “El amor ‘paciente’ ” (1Cor 13,4),
“todo lo soporta” (1Cor 13,7). La historia del padre Dehon está marcada por la ‘soportabilidad
dehoniana’ hecha de amor paciente. 13
4. Con paciencia y dulzura
“Si encuentras alguna oposición alrededor tuyo, sopórtala con paciencia y dulzura”. 14 La
paciencia de Dios es intención de amor hacia el hombre. Por eso es fruto del Espíritu (Gal
5,22), que por nosotros se declina como el arte de vivir nuestro ser incompletos que
encontramos sea en los otros, sea en nosotros mismos, sea en la realidad, sea en Dios mismo.
La paciencia no es por tanto debilidad, tampoco complicidad con el mal cometido (cf. Jer
44,21-22), ni ausencia de cólera, como mucho capacidad de dominarla. Pero, la paciencia de
Dios al soportarnos lo expone al riesgo de no ser tomado en serio, de no ser útil (cf. Rm 2,4).
Todo esto solo es posible gracias a la lógica que emana de su naturaleza: amor, amor también
al enemigo, amor hasta entregar la vida, amor que da significado, aceptabilidad al soportar.
Estamos ante el triunfo, en la cotidianidad del amor, sobre al humana debilidad y fragilidad.
¡He aquí el reto para nosotros!
Todo parte del saber que somos soportados. Cuando yo resulto molesto se me muestra un
límite mío que, soportado, es amado: ¡ser soportado quiere decir ser amado! Por lo tanto, el
soportarse mutuamente es manifestación de caridad, finalizada a conservar la unidad y la paz,
concretamente, en nuestras comunidades (Cst 8; cf. Gal 6,2). El soportar paciente es la virtud
que no nos consiente actuar compulsivamente, sino que nos deja la posibilidad de ser capaces
de edificar, de triunfar sobre la ferocidad humana. Por otro lado, la falta de paciencia es
afirmación individualista de sí mismo contra el otro; es cancelación de la alteridad y de la
Sobre este aspecto véase: carta al P. Dehon del 6.1.1920: B 18/6.9, inv. 211.00; Y. Ledure (2005), Leone Dehon: un prete
con la penna in mano, Bologna: EDB, 192-195. Carta del 6.12.1905: B 83/1, inv. 584.28; LCC 8090139/40 y NQT 19/114.
14 Carta del P. Dehon al P. van Hommerich del 14.3.1918 (B19/7a.23, inv. 266.25).
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distancia que permite la correcta relación con Dios y con los otros. Cierto, existe también la
‘impaciencia virtuosa’, la que nos hace decir ‘no’ ante el abuso, la violencia, el abuso de
poder, la explotación. Vivimos también la impaciencia que rechaza una vida monopolizada
por personas invasivas, celosas, totalizantes, así como la que nos hace enfrentarnos a las
perversiones que construyen el infierno sobre la tierra. Imitando a Dios, llevando sobre
nosotros el peso de los hermanos, no caemos en los mecanismos de provocación, rechazando
responder al mal con el mal; el enemigo viene reconocido solo como diverso, es más como
camino de Dios (cf. Ef 4,1-3; Col 3,12-13).
Soportar con paciencia las personas molestas es la obra de misericordia que, en cuanto virtud
activa y fecunda emanada de la charitas de Dios, nos hace aprehender el amor por el
enemigo, realiza una apertura de futuro por el otro, confirma la confianza en él, lucha junto a
él, por él y no contra él. Soportar libremente, pacientemente, verdaderamente, caritativamente
al prójimo en sus contradicciones y sus lados negativos, nos pone del lado de Dios. He aquí
una primera huella en nosotros del Dios misericordioso.
A toda la Familia Dehoniana deseamos una alegre memoria del nacimiento del P. Léon
Dehon.
In Corde Jesu
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