XXVII JORNADAS CATALANAS DE DERECHO DEL TRABAJO “IN MEMORIAM PROFESOR M.R. ALARCÓN” 17 Y 18 DE MARZO DE 2016 PRINCIPIOS DEL DERECHO DEL TRABAJO EN LA JURISPRUDENCIA DEL TRIBUNAL DE JUSTICIA DE LA UNIÓN EUROPEA JOSÉ MANUEL GÓMEZ MUÑOZ Catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social Catedrático Jean Monnet-European Law Universidad de Sevilla ÍNDICE 1. EL TJUE Y LOS PROCESO DE CAMBIO EN EUROPA: AMPLIACIÓN DE LA UE Y CRISIS ECONÓMICA 2. EVOLUCIÓN DEL DERECHO SOCIAL DE LA UE Y PAPEL DE LA JURISPRUDENCIA DEL TJUE 3. EL TJUE Y LA CARTA DE DERECHOS FUNDAMENTALES. 4. UN VECTOR DE AVANCE LLAMADO CUESTION PREJUDICIAL 5. LA ACCIÓN DEL TJUE SOBRE LA LIBRE CIRCULACIÓN DE TRABAJADORES 6. EL DERECHO DE LA ARMONIZACIÓN Y LA FUNCIÓN INTERPRETATIVA DEL TJUE 6.1.- Contratación temporal 6.2.- Obligación de informar al trabajador sobre las condiciones de trabajo 6.3.- Despidos colectivos 6.4.- Insolvencia empresarial 6.5.- Transmisión de empresas 6.6.- Tiempo de trabajo 7. EL PRINCIPIO DE NO DISCRIMINACIÓN POR RAZÓN DE SEXO 8. LA LIBERTAD DE EMPRESA Y LA LIBRE COMPETENCIA COMO PIEDRAS DE TOQUE DE LA DOCTRINA SOCIAL DEL TJUE 9. LA REINTERPRETACIÓN DE LOS DERECHOS SOCIALES A LA LUZ DEL DERECHO DE LA COMPETENCIA 10. APUNTES FINALES SOBRE SOSTENIBILIDAD SOCIAL DEL MODELO DE LIBRE COMPETENCIA EN EUROPA 1.- EL TJUE Y LOS PROCESOS DE CAMBIO EN EUROPA: AMPLIACIÓN DE LA UE Y CRISIS ECONÓMICA La dilatada labor jurisprudencial del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas en el ámbito del Derecho Social Comunitario1 es una de las manifestaciones más 1 Entre la bibliografía existente sobre la cuestión, podemos destacar, AA.VV:, Monográfico sobre el impacto de la jurisprudencia europea sobre las relaciones laborales en España, Revista Temas Laborales, nº 130/2015; vid. S. SIMITIS, “Dismantling or Strenghening labour law: the case of the European Court of Justice”, European Law Journal, vol.2, nº 2, 1996, pg.156 sigts; también M. ROCCELLA, “La Corte di Giustizia e il Diritto del Lavoro”, Giappichelli, Turín, 1997; S. O’LEARY, “Employment Law at the European Court of Justice”, Hart, Oxford, 2002; R. FOGLIA, “L’attuazione giurisprudenziale del Diritto Comunitario del Lavoro”, CEDAM, Padua, 2002. 1 preclaras del papel transformador del Derecho que poseen las Instituciones de la Unión Europea. Desde sus mismos orígenes, el TJCE ha plantado las bases de un Derecho propio de la UE, prevalente, interactivo e irrenunciable para los Derechos nacionales de los Estados miembros. La configuración del principio de primacía del Derecho comunitario a través de la STJCE de 15 de julio de 1964, Costa/ENEL, vino a establecer que el Tratado de la CEE constituía un ordenamiento jurídico propio integrado en el sistema jurídico de los Estados miembros que vinculaba a sus órganos jurisdiccionales. Esto marcaba políticamente la actividad legislativa de los Parlamentos y Gobiernos nacionales, imposibilitados para hacer prevalecer, contra un ordenamiento jurídico por ellos aceptado sobre la base de la reciprocidad, medidas legislativas unilaterales2. Muy poco antes, en la STJCE de 5 de febrero de 1963, Van Gend en Loos, el Tribunal de Luxemburgo declaró que el Derecho comunitario creaba obligaciones y derechos sobre los particulares que se integraban en su patrimonio jurídico, quedando los órganos jurisdiccionales nacionales obligados a su protección. Era el principio del efecto directo del Derecho comunitario, cuya aplicabilidad inmediata, depurada a través de la STJCE de 9 de marzo de 1978, Simmenthal, trazó el camino para que los jueces nacionales dejaran de aplicar el Derecho nacional ante la colisión de éste contra el Derecho comunitario. Es evidente que el recurso a la cuestión prejudicial por parte de los órganos jurisdiccionales nacionales ha tenido mucho que ver con el desarrollo de este principio de eficacia directa, lo que ha permitido consolidar el papel interpretador del Derecho comunitario por parte del TJCE y ha marcado la dinámica del principio iura novit curia en relación con este Derecho de cara a la actuación de los tribunales nacionales. Al mismo tiempo, el Tribunal de Justicia ha condicionado de manera directa la labor legislativa del Consejo y del Parlamento Europeo, siendo de la máxima relevancia reformadora algunas de sus más singulares sentencias, especialmente en el ámbito del Derecho Social Comunitario. Las transformaciones operadas sobre la legislación en materia de libre circulación de personas, como en la STJCE de 12 de diciembre de 1974, Walrave, o en la STJCE de 15 de diciembre de 1985, Bosman, dieron lugar a la modificación de la normativa de las federaciones deportivas nacionales. En el ámbito de la igualdad de tratamiento entre hombres y mujeres, sentencias como la de 8 de abril de 1976, Defrenne, o la de 17 de octubre de 1975, Kalanke, supusieron un replanteamiento normativo de las Directivas comunitarias en materia de igualdad y de las normas legales y administrativas de muchos Estados en relación con el principio de igualdad de oportunidades. En otros terrenos, en fin, como en la regulación del tiempo de trabajo, sentencias como la de 3 de octubre de 2000, SIMAP, o 18 de marzo de 2004, Merino Gómez, se han puesto las bases para una reinterpretación del Derecho comunitario existente, garantizándose de manera sólida derechos laborales que los órganos jurisdiccionales nacionales discutían aún. El TJCE se ha pronunciado en múltiples ocasiones sobre la relación entre los Derechos nacionales y el Derecho comunitario. En la STJCE de 13 de marzo de 2007, Unibet, asunto C-432/2005, el Tribunal dijo que "ante la inexistencia de normativa comunitaria en la materia, corresponde al ordenamiento jurídico interno de cada Estado miembro regular los requisitos para la concesión de las medidas cautelares destinadas a garantizar la salvaguardia de los derechos conferidos a los justiciables por el Derecho comunitario(...) En caso de duda sobre la conformidad de disposiciones nacionales con el 2 Sobre esta relación, M. ROCELLA, “Diritto comunitario, ordinamenti nazionali, diritto del lavoro”, Working Paper del centro “Massimo D'Antona”, nº 23, 2004; y P. SYRPIS, “EU Intervention in Domestic Labour Law”, Oxford University Press, Oxford, 2007. 2 Derecho comunitario, la concesión de medidas cautelares para suspender la aplicación de dichas disposiciones hasta que el órgano jurisdiccional competente se pronuncie sobre la conformidad de éstas con el Derecho comunitario se rige por los criterios establecidos por el Derecho nacional". Igualmente, el TJCE ha establecido en la STJCE de 25 de febrero de 1999, Annalisa Carbonari, asunto C-131/1997, que "corresponde al órgano nacional garantizar, en el marco de sus competencias, la plena efectividad del Derecho comunitario cuando resuelva el litigio de que conoce". En la STJCE de 16 de diciembre de 1976, Rewe, asunto 33/1976, estableció que "corresponde al ordenamiento jurídico interno de cada Estado miembro designar a los órganos jurisdiccionales competentes y configurar la regulación procesal de los recursos judiciales destinados a garantizar la salvaguardia de los derechos que el Derecho comunitario confiere a los justiciables". La realidad ha venido a mostrar, no obstante, que el TJCE no es ajeno a las transformaciones institucionales que se han venido operando en la Unión Europea, sesenta años después de la aprobación de los Tratados fundacionales. Además de sus transformaciones estatutarias y orgánicas, las diversas ampliaciones de la Comunidad Europea hasta el momento actual, han renovado de manera necesaria el panorama de Jueces y Abogados Generales que componen tanto el Tribunal como el Tribunal General, antes de Primera Instancia. Esto ha supuesto un cambio de personas, identidades, ideologías y formaciones jurídicas que se han terminado por plasmar en una relación de fallos cuyo efecto sobre el Derecho comunitario no puede considerarse menor. La manifestación más clara de este fenómeno evolutivo es la consagración de la primacía del derecho económico y del derecho de la competencia como marco de contraste del armazón jurídico del Espacio Social Europeo. En nuestra opinión este es el suceso más relevante de entre los condicionantes de la labor del TJUE en los últimos cincuenta años. No se trata tan sólo de un proceso exógeno que ha terminado por condicionar la jurisprudencia del TJUE, sino de un auténtico cambio de paradigmas en la adaptación del Derecho Social Comunitario a una realidad económica y social cuyo ritmo de cambio es sustancialmente más intenso que el que se generó durante los primeros treinta años de Comunidad Europea. La economía ha cambiado, todo ha cambiado en Europa y en el mundo. La jurisprudencia de ayer es, cada vez más, historia del Derecho. Pero junto a este fenómeno evolutivo, no podemos dejar de referirnos a la crisis económico-financiero-social de los últimos siete años en Europa, que forma parte de ese proceso de aceleración del cambio que ha incidido de manera decisiva en los fallos del TJUE en materia de política social, derechos sociales o libertades circulatorias. El principal efecto de la crisis en la Unión Europea ha sido la sustitución del método europeo por una Nueva Política Económica no recogida ni reconocida en los Tratados. De hecho, nos encontramos ante una reformulación de la lógica económica de Europa que se ha producido fuera de los canales institucionales de la mano del intergubernamentalismo más intervencionista que se ha conocido desde la misma fundación de la Comunidad Económica Europea. La consolidación fiscal se ha situado como prioridad de la política económica, por lo que la lógica coordinada de las Orientaciones Generales de Política Económica y de Empleo propias de principios del siglo XXI, ha sido preterida en favor de una disciplina orientada a la reducción del déficit público y el pago de la deuda. En segundo lugar, el reformismo institucional ha creado nuevos procesos de toma de decisiones en la Unión 3 Europea3, sin reformar los Tratados, dejando que la competencia entre mercados globales diseñe las políticas de Estado y que agentes no institucionales ajenos a la UE formen parte de dichos mecanismos (FMI, OCDE, BM, OMC, agencias de valoración). De esta forma, las instituciones europeas articulan reformas macroeconómicas que solo tienen en cuenta las exigencias de la competencia, olvidando la sostenibilidad del modelo social. Las exigencias macroeconómicas impuestas por la eficiencia de la competencia obligan a los Estados a reformar el sistema democrático basado en un modelo social estable. Estos fenómenos tienen, necesariamente, incidencia en la función de estabilización del Derecho de la Unión Europea que tiene el TJUE. El resultado de todo ello es que el TJUE se enfrenta ahora a una exacerbación de las divergencias de competitividad en el mercado único, que en el plano de los derechos sociales se traduce en brecha social4 (brecha salarial, de oportunidades, de reconocimiento de derechos, de igualdad, etc.) y en el plano del derecho de la competencia se traduce en la primacía de éste sobre el derecho social de la UE en sus más conocidas manifestaciones. Puede afirmarse que todos estos procesos han venido a introducir dosis crecientes de inseguridad jurídica en la labor del TJUE, pues se trata de mecanismos que condicionan de manera muy directa el funcionamiento de los operadores económicos y los agentes sociales en nuestros mercados de trabajo sobre la base de reglas que no se encuentran en los Tratados. Por ejemplo, el Six Pack, un paquete de cinco directivas y un reglamento comunitario, vino a determinar para la Zona Euro crecimientos nominales de los salarios no superiores al 9% en 3 años, y del 12% en países fuera de la zona, y todo ello, a pesar de que el artículo 153 TFUE, establece que la política salarial no es competencia legislativa de la Unión Europea. Esto se ha traducido en la realidad en una vinculación de los salarios nominales a la productividad real para garantizar la competitividad en las empresas radicadas en la Eurozona. De este modo, se ha podido comprobar la existencia de un cambio de paradigma en la labor garante e interpretativa de determinados Derechos sociales, muy vinculada antes de 1992 a la independencia temática de la Política Social respecto de las políticas económicas, que ha dado lugar a un nuevo modo de reinterpretación de los Derechos laborales a la luz de las exigencias económicas y mercantiles, por lo que se refiere al Derecho de la competencia, de la construcción del mercado interior. El filtro económico con el que ahora el Tribunal de Justicia lee aquellos Derechos laborales indiscutibles y autónomos con los que se construyó el modelo social europeo, se ha convertido en un modus operandi natural que ha puesto en entredicho la solidez misma del entramado jurídico de este modelo. 3 Pueden destacarse los siguientes procesos de reforma institucional abordados desde el comienzo de la crisis en Europa y que no tienen respaldo jurídico institucional en los Tratados: Estrategia Europea 2020; “Semestre Europeo” (noviembre 2010); Consejo Europeo de Riesgo Sistémico (CERS); Sistema Europeo de Supervisores Financieros (SESF) para la monitorización de riesgos financieros y macroeconómicos; “Six Pack” (2011) para la monitorización imperativa de indicadores como los costes laborales; “Pacto por el Euro” (2011) para la sostenibilidad de la moneda única reformando sistema de pensiones, sanidad y empleo.; “Pacto Fiscal-Fiscal Compact” (2012): Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza en la Eurozona (Fiscal Compact, Pacto de Estabilidad y Crecimiento, Pacto Euro Plus, Six Pack, Two Pack); Pacto de Crecimiento y Empleo (junio 2012, Hollande); Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) 4 Es numerosa la literatura económica que plantea la existencia de esta brecha y sus causas. Por todos, vid., Paul Mason. Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro. Paidós. 2016; Joseph Stiglitz, La gran brecha. Qué hacer con las sociedades desiguales. Taurus. 2015; Thomas Piketty. El capital en el siglo XXI. Fondo de Cultura Económica. 2014; Philip Mirowski. Nunca dejes que una crisis te gane la partida. Deusto. 2014; Jeremy Rifkin. La sociedad de coste marginal cero. Paidós. 2014 4 Todo ello nos lleva a plantearnos si, efectivamente, no resulta atávico hablar hoy de principios del Derecho del Trabajo en Europa. La existencia de dichos principios es incuestionable en el plano nacional. Dichos principios se han aquilatado en un proceso acumulativo de doctrina jurisprudencial en su labor interpretativa de los derechos nacionales. El TJUE, no obstante, posee un método de interpretación distinto de la norma, pues ha sido a través de la cuestión prejudicial como ha venido contrastando los derechos nacionales y su aplicación con la legalidad comunitaria. Del acervo social comunitario, de ese cuerpo común de normas sociales, sólo han podido extraerse muy pocos principios sociales, orbitando todos ellos en torno al principio de igualdad, que tiene una base legal en los Tratados cuyo efecto directo ha debido ser proclamado primero por el propio Tribunal. Pero, además, el TJUE limita la virtualidad y eficacia aplicativa de dichos principios, que no tienen un carácter autónomo, es decir, no pueden ser invocados al margen de la norma comunitaria cuya interpretación o aplicación se solicite. Reconocer el efecto directo de estos principios, equivaldría, como el TJUE determinó en la STJUE de 22 de noviembre de 2005, asunto C-144/04, Mangold5, a cuestionar el reparto de competencias entre los Estados miembros y la Unión Europea. En definitiva, el planteamiento lleva a excluir que los principios generales del Derecho reúnan los requisitos sustantivos para producir efecto directo (carácter incondicional y precisión suficiente) con carácter autónomo. Estos principios, como en el caso que nos ocupa, permiten la interpretación de una Directiva como la 2000/78/CE, concretándose a través de la Directiva. De hecho ese es el planteamiento de la sentencia del caso Rodríguez Caballero, donde no se aplica el principio general de igualdad y no discriminación de manera autónoma, sino como instrumento de interpretación de la Directiva 80/987/CEE. Reconocer este efecto directo equivaldría a cuestionar la distribución de competencias entre los Estados miembros y la Comunidad. 2.- EVOLUCIÓN DEL DERECHO SOCIAL DE LA UE Y PAPEL DE LA JCIA DEL TJUE Para una depuración de principios de Derecho del Trabajo en la jurisprudencia del TJUE hemos de partir del reconocimiento de dos principios estructurales de la arquitectura normativa del derecho de la Unión Europea. En primer lugar, el principio de subsidiariedad, que pretende determinar el nivel de intervención más pertinente en los ámbitos de las competencias compartidas entre la UE y los Estados miembros. Se puede tratar de una acción a escala europea, nacional o local. En cualquier caso, la UE solo puede intervenir cuando su actuación sea más eficaz que la de los Estados miembros. El Protocolo sobre la aplicación de los principios de subsidiariedad y de proporcionalidad menciona tres criterios cuyo objetivo es confirmar o no la posibilidad de una intervención a nivel europeo, para lo que habrá que comprobar si la acción posee aspectos transnacionales que no puedan ser regulados por los Estados, si la acción o inacción contradice los requisitos del Tratado o si la acción a nivel europeo representa ventajas manifiestas. En segundo lugar, el principio de proporcionalidad, cuya finalidad es establecer las acciones de las instituciones de la Unión dentro de unos límites específicos. En virtud de 5 En la que Tribunal tuvo que pronunciarse acerca de la compatibilidad con el artículo 6.1 de la Directiva 2000/78/CE, relativa al establecimiento de un marco general para la igualdad de trato en el empleo y la ocupación, de una disposición de Derecho alemán que preveía la celebración de un contrato laboral de duración determinada para los trabajadores que hubieran alcanzado la edad de 52 años. 5 esta norma, la acción de las instituciones debe limitarse a lo necesario para alcanzar los objetivos de los Tratados. En otras palabras, el contenido y la forma de la acción deben guardar proporción con la finalidad que se persigue. El principio de proporcionalidad está consagrado en el artículo 5 del Tratado de la Unión Europea. Los criterios para aplicarlo se recogen en el protocolo nº 2 sobre la aplicación de los principios de subsidiariedad y proporcionalidad anexo a los Tratados. Sesenta años de estructura supranacional europea han permitido un desarrollo de la Política Social Comunitaria en múltiples fases que han abocado hacia un modelo social europeo diferenciado a nivel mundial y con características definidas y propias. A ello ha contribuido notablemente el ingente acervo normativo desarrollado sobre la base de diversos procedimientos legislativos y la labor extraordinariamente prolija del Tribunal de Justicia. Estos dos principios fueron consecuencia lógica de un proceso de desarrollo normativo que venía produciéndose de modo natural desde los orígenes de la Unión Europea. Se formulan legalmente en los Tratados en 1992, con el Tratado de Maastricht, pero su existencia era un hecho empírico previo. Gracias a dichos principios el Derecho de la Unión Europea, así como el Derecho Social de la Unión Europea, ha cobrado vida a través de distintos instrumentos normativos. En el caso del Derecho Social, además, ha existido –aún lucha por su supervivencia- un modelo social estructurado que se manifiesta por los siguientes elementos caracterizadores y que mantiene con el Derecho Social una relación recíproca de causa-efecto: a. Articulación jurídica en los Tratados de un sistema socio-laboral y de protección social que se integra en los derechos nacionales. b. Diferenciación de políticas (Política Social Comunitaria y Política de Empleo) con procedimientos normativos propios. c. Sistema conectado con la economía real y productiva, por lo que es sostenible económicamente y está basado en la contributividad y la redistribución de riqueza. d. Sistema que crea bienestar a través de la protección social, porque es generacionalmente solidario. e. Existencia de compromisos financieros para el sostenimiento de estas políticas. f. Integración de una Carta de Derechos Fundamentales en el Tratado de Lisboa. g. Sistema basado en instituciones laborales y de protección social comunes y en tradiciones sindicales comunes y un marco de diálogo social propio. h. Fuerte sector público prestador de servicios y estabilizador del empleo. La existencia de un modelo social europeo diferenciado en los Tratados fundacionales se deduce, pues, del propio texto de los Tratados. El art. 3.3 TUE consagra el modelo de economía social de mercado altamente competitiva, tendente al pleno empleo y al progreso social, combatiendo la exclusión social y la discriminación y fomentando la justicia y la protección sociales, así como la igualdad entre hombres y mujeres y la solidaridad intergeneracional. Las competencias en materia de política social son compartidas entre la Unión y los Estados miembros, art. 4 TFUE, siendo coordinables las competencias en materia de empleo, art. 5.2 TFUE, que posee una política propia desde el Tratado de Ámsterdam en 1997. También es compartida la competencia en materia de mercado interior, desde donde se ha desarrollado el núcleo duro de protección de derechos de los trabajadores, sobre la base de la unanimidad, en materia de despidos colectivos, protección contra la insolvencia empresarial y transmisión de empresas. Es inexcusable recordar, igualmente, que el art. 9 TFUE consagra una cláusula de sostenibilidad social de las políticas comunitarias que obliga a la Unión a tener en cuenta en la definición y 6 ejecución de sus políticas las exigencias de la promoción de un alto nivel de empleo, una protección social adecuada, la lucha contra la exclusión social, y un nivel elevado de educación, formación y protección de la salud humana. La interacción en la libre circulación de trabajadores, art. 45 TFUE, la libertad de establecimiento, art. 49 TFUE, y la libre prestación de servicios, art. 56 TFUE, delimita ahora el ámbito de confluencia de tres libertades básicas sobre las que el Tribunal de Justicia ha venido generando una jurisprudencia que, en estos momentos, contextualiza los derechos sociales derivados del ejercicio de la primera de estas libertades, en el marco del derecho de la competencia que rige a las otras dos. La Directiva sobre desplazamiento de trabajadores, ha sido el corolario de esta interacción, así como el Reglamento Roma I cuyo estudio forma parte de este tema del programa. Es el Titulo X, sobre la política social, el que desarrolla los mecanismos de evolución normativa del Derecho Social europeo. Los objetivos y el marco normativo quedan delimitados en el art. 151 TFUE, que convierte la Carta Social Europea, firmada en Turín en 1961, y la Carta de Derechos Sociales Fundamentales de los Trabajadores, firmada en Estrasburgo en 1989, en referentes interpretativos de la acción de la Unión y de los Estados miembros. Dicha evolución procederá tanto del funcionamiento del mercado interior, donde los 114 y 115 TFUE pueden proveer normas sociales al margen de los procedimientos del Título X, como de los procedimientos legislativos previstos en el Tratado y de la aproximación de las disposiciones legales, reglamentarias y administrativas. El diálogo social, art. 152 TFUE, será otra de las vías de desarrollo de la política social, sobre la base de los diversos procedimientos previstos en los arts. 153, 154 y 155 TFUE. Si bien las competencias en materia de política social son compartidas entre la Unión y los Estados miembros, el art. 153.1 TFUE determina los ámbitos del Derecho Social europeo en los que la Unión apoyará y completará la acción de los Estados miembros, lo que pone en manos del Parlamento Europeo y del Consejo el papel protagonista en el desarrollo de esta política. El Tratado diseña, así, dos vías de actuación preferentes. Por un lado la vía que la Estrategia de Lisboa, en 2000, denominó Método Abierto de Cooperación, que permite la generación de un "soft law" sobre la base de la cooperación entre los Estados miembros mediante iniciativas para mejorar los conocimientos, desarrollar el intercambio de información y de buenas prácticas, promover fórmulas innovadoras y evaluar experiencias, con exclusión de toda armonización de las disposiciones legales y reglamentarias de los Estados. En el marco de este método intergubernamental, los Estados miembros evalúan a otros Estados miembros (control de grupo) y la Comisión desempeña únicamente una función de supervisión. El Parlamento Europeo y el Tribunal de Justicia prácticamente no intervienen en el proceso del MAC. El MAC impone a los Estados miembros la elaboración de planes de reforma nacionales y los transmite a la Comisión. Por lo que respecta a nuestra área de interés, el MAC se manifiesta fundamentalmente en la política social, pero también en la de educación, empleo, juventud, formación profesional. De otro lado, el art. 153.2 TFUE deja en manos del procedimiento legislativo ordinario, mediante la aprobación de directivas, el desarrollo de disposiciones mínimas que habrán de aplicarse progresivamente, teniendo en cuenta las condiciones y reglamentaciones técnicas existentes en cada uno de los Estados miembros y evitando establecer trabas de carácter administrativo, financiero y jurídico a las PYMEs. Esta vía normativa tradicional, utilizada intensivamente durante los años 80 y 90 del siglo pasado, 7 es hoy la vía residual de avance de la política social comunitaria. Además, excluye su aplicación para el desarrollo de la seguridad social y la protección social de los trabajadores, la protección de los trabajadores en caso de rescisión del contrato de trabajo, la representación colectiva de trabajadores y empresarios, incluida la cogestión, y las condiciones de empleo de nacionales de terceros Estados, reservando para estos temas un procedimiento legislativo especial, sobre la base de la unanimidad, salvo que la Comisión decida por unanimidad aplicarles el procedimiento legislativo ordinario. En cualquier caso, la seguridad social siempre se desarrollará normativamente por el procedimiento especial de unanimidad. El papel reservado al diálogo social ha sido implementado especialmente tras la aprobación del Tratado de Maastricht en 1992 y, posteriormente, con la aprobación del Tratado de Ámsterdam en 1997. El art. 153.3 TFUE, prevé la adopción de acuerdos de transposición por parte de los interlocutores sociales, de directivas o decisiones en materia social, procedimiento que deja en manos de los Convenios Colectivos nacionales la aplicación de dichos instrumentos legales, y que no ha tenido, hasta el momento gran profusión. Por su parte, el art. 154 TFUE, prevé un procedimiento de legislación negociada, por el que la Comisión, antes de poner en marcha una iniciativa ante el Consejo y el Parlamento Europeo, consultará con los interlocutores sociales los aspectos esenciales de la iniciativa. Un tercer procedimiento de diálogo social, es el que se desarrolla en el art. 155.1 TFUE y que puede considerarse la auténtica negociación colectiva europea, en la medida en que los interlocutores sociales pueden desarrollar las materias recogidas en el art. 153.1 TFUE a través de convenios colectivos y acuerdos colectivos de escala europea. Hay una experiencia creciente en sectores productivos concretos en este sentido. Finalmente, el art. 155.2 TFUE permite que los acuerdos a los que lleguen los interlocutores sociales a nivel europeo, adopten la forma de directivas o decisiones. Esta vía ha generado, por ejemplo, las directivas sobre permiso parental o sobre trabajo temporal. Hay áreas preferentes de colaboración y cooperación, más allá de las fórmulas y mecanismos propios de desarrollo de la política de empleo del Título IX TFUE, que impulsará la Comisión en el ámbito del derecho del trabajo y las condiciones de trabajo, la formación y perfeccionamiento profesionales, la seguridad social, la protección contra los accidentes de trabajo y enfermedades profesionales, la higiene en el trabajo o los derechos de sindicación y negociación colectiva. En todo caso, el art. 153.4 TFUE excluirá el tratamiento de los principios fundamentales y equilibrio financiero de la seguridad social, y de los derechos de asociación, sindicación, huelga, cierre patronal y regulación del salario de cualquier procedimiento normativo o cooperativo en el marco de la Unión Europea. El efecto directo reconocido jurisprudencialmente por el Tribunal de Justicia de la Unión al art. 157 TFUE, en materia de principio de igualdad de tratamiento, hace de este precepto una referencia trascendental dentro del Título X del Tratado, siendo su desarrollo normativo profuso y prolongado en la evolución de la política social comunitaria, así como generador de una vasta jurisprudencia de hondo calado en los sistemas jurisdiccionales nacionales. Finalmente, para cerrar este esquema del cuadro normativo de la política social comunitaria, baste citar que las políticas de formación profesional, encuadradas dentro del Título XII TFUE, se desarrolla sobre la base de recomendaciones del Consejo, a propuesta de la Comisión, con exclusión de toda armonización de las disposiciones legales y reglamentarias de los Estados miembros, ex art. 165.4 TFUE. 8 Es, por tanto, sobre la base de esta estructura normativa, que se ha construido el modelo social del que Tony Judt hablaba como “modelo útil susceptible de emulación universal”6, que ha generado su propio cuerpo de Derecho Social y que ha dado lugar a una jurisprudencia propia del TJUE con un papel transformador de los derechos nacionales que, en virtud de los principios generales ordenadores del entramado jurídico de la Unión Europea, no es disponible por la mera acción política de las instituciones comunitarias ni tampoco por la de la acción intergubernamental de los Estados. La independencia de poderes se revela, en este sentido, esencial en el marco de relaciones institucionales de la UE. 3.- EL TJUE Y LA CARTA DE DERECHOS FUNDAMENTALES. ¿Es el Tribunal de Justicia de la UE un Tribunal Constitucional? El debate ha sido objeto de tratamiento en buena parte de la doctrina europea sin que se puedan depurar conclusiones definitivas. Un Tribunal Constitucional sin Constitución. Un Tribunal Constitucional con veintiocho Constituciones. La Carta Comunitaria de Derechos Fundamentales constituye una verdadera Constitución sin eficacia jurídica propia dentro de la estructura de Tratados Fundacionales de la Unión Europea. El frustrado proyecto de Tratado Constitucional de 2004, tiene su talón de Aquiles, precisamente, en esta Carta adoptada en Niza el 7 de diciembre de 2000 y que con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa el 1 de diciembre de 2009 toma carta de naturaleza propia junto al TFUE y al TU. Su art. 51 determina el alcance de su eficacia: 1. Las disposiciones de la presente Carta están dirigidas a las instituciones, órganos y organismos de la Unión, dentro del respeto del principio de subsidiariedad, así como a los Estados miembros únicamente cuando apliquen el Derecho de la Unión. Por consiguiente, éstos respetarán los derechos, observarán los principios y promoverán su aplicación, con arreglo a sus respectivas competencias y dentro de los límites de las competencias que los Tratados atribuyen a la Unión. 2. La presente Carta no amplía el ámbito de aplicación del Derecho de la Unión más allá de las competencias de la Unión, ni crea ninguna competencia o misión nuevas para la Unión, ni modifica las competencias y misiones definidas en los Tratados. Su valor radica, esencialmente, en constituir un instrumento poderoso de contraste interpretativo para los Derecho fundamentales reconocidos en el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y para las distintas Constituciones nacionales de los Estados miembro, tal y como destaca su art. 52. Es cierto que las disposiciones de la Carta que contengan principios podrán aplicarse mediante actos legislativos y ejecutivos adoptados por las instituciones, órganos y organismos de la Unión, y por actos de los Estados miembros cuando apliquen el Derecho de la Unión, en el ejercicio de sus competencias respectivas, pero sólo podrán alegarse ante un órgano jurisdiccional en lo que se refiere a la interpretación y control de la legalidad de dichos actos. De otro lado, su art. 53 determina que ninguna de las disposiciones de la Carta podrá interpretarse como limitativa o lesiva de los derechos humanos y libertades fundamentales reconocidos, en su respectivo ámbito de aplicación, por el Derecho de la Unión, el Derecho internacional y los convenios internacionales de los que son parte la Unión o todos los Estados miembros, y en particular el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales, así como por las 6 Tony Judt, Postguerra, Taurus, Madrid, 2012, pág. 1141 9 constituciones de los Estados miembros. De importancia capital para la ubicación jurídica de la Carta entre los instrumentos del Derecho originario es el art. 6 TUE, que determina que la Unión reconoce los derechos, libertades y principios enunciados en la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea de 7 de diciembre de 2000, tal como fue adaptada el 12 de diciembre de 2007 en Estrasburgo, la cual tendrá el mismo valor jurídico que los Tratados. Las disposiciones de la Carta no ampliarán en modo alguno las competencias de la Unión tal como se definen en los Tratados. Los derechos, libertades y principios enunciados en la Carta se interpretarán con arreglo a las disposiciones generales del título VII de la Carta por las que se rige su interpretación y aplicación y teniendo debidamente en cuenta las explicaciones a que se hace referencia en la Carta, que indican las fuentes de dichas disposiciones. El apartado 2, del art. 6 determina que la Unión se adherirá al Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales. Esta adhesión no modificará las competencias de la Unión que se definen en los Tratados. El apartado 3 declarará que los derechos fundamentales que garantiza el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales y los que son fruto de las tradiciones constitucionales comunes a los Estados miembros formarán parte del Derecho de la Unión como principios generales. El elenco de Derechos Sociales que recoge la Carta es extenso y se formula en forma de libertades públicas y derechos fundamentales. De este modo, y tras una concreta prohibición en su art. 5 al trabajo forzado u obligatorio, reconoce en su art. 12 el derecho a la libertad de reunión y a la libertad de asociación en todos los niveles, especialmente en los ámbitos político, sindical y cívico, lo que supone el derecho de toda persona a fundar con otras sindicatos y a afiliarse a los mismos para la defensa de sus intereses. En relación al efecto directo que puede desplegar la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, hemos de destacar que su inclusión como parte integrante del Tratado de Lisboa tiene una importancia trascendente. En la Sentencia JégoQuéré/Comisión, asunto T-177/01, el Tribunal de Primera Instancia recuerda que según el Tribunal de Justicia de las CE, el acceso al órgano jurisdiccional es uno de los elementos constitutivos de una comunidad de Derecho garantizado en el ordenamiento jurídico basado en el Tratado CE ya que éste ha establecido un sistema completo de recursos y de procedimientos destinado a encomendar al Tribunal de Justicia el control de la legalidad de los actos de las instituciones. El Tribunal de Justicia basa en las tradiciones constitucionales comunes a los Estados miembros y en el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales el derecho a un recurso efectivo ante un órgano jurisdiccional competente. Además, la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, proclamada el 7 de diciembre de 2000 en Niza reafirma este derecho en su artículo 47. El Tribunal de Primera Instancia considera por tanto que, para garantizar la tutela judicial efectiva de los particulares, debe considerarse que una persona física o jurídica resulta individualmente afectada por una disposición comunitaria de alcance general que le afecta directamente, si la disposición en cuestión afecta, actual e indudablemente, a su situación jurídica limitando sus derechos o imponiéndole obligaciones. El número y la situación de otras personas a las que la disposición también afecta o puede afectar carecen de pertinencia a este respecto. 10 No obstante, el TJUE ha tenido ocasión de manifestarse en las STJUE de 16 de junio de 2011, asunto C-617/10, Akeberg Fransson, y STJUE de 18 de diciembre de 2014, asunto C-354/14, Kaltoft, en el sentido de que si una situación jurídica no está expresamente incluida en un acto normativo de la Unión, el Tribunal carecería de competencias para conocer de ella, sin que los derechos y principios de la Carta puedan fundar por sí solos esa competencia7, lo que es acorde con la propia regulación que del valor interpretativo de la Carta hace el Tratado. Fallos como los recaídos en la STJUE de 21 de septiembre de 1999, Albany, STJCE de 11 de diciembre de 2007, Viking, o STJCE de 18 de diciembre de 2007, Laval, o STJCE de 3 de abril de 2008, Rüffert, vienen a cuestionar la dinámica separada del mercado del marco de derechos básicos para el funcionamiento del propio sistema de relaciones laborales en Europa. Los nuevos paradigmas, totémicos, si se quiere, de la competitividad, la productividad o la flexiguridad que mueven un mercado único cuya vocación es la Unión Económica y Monetaria, vienen a sustituir hoy a aquellos otros basados en la protección social, los derechos fundamentales, y el principio de igualdad, que tanto han hecho por la construcción del Derecho laboral de la Unión Europea. Los nuevos socios comunitarios, empeñados de forma obligada en transformaciones estructurales de sus propios sistemas económicos y sociales, no contemplan en sus hojas de ruta obstáculos de tipo normativo y garantista que puedan poner en entredicho su afán por integrarse plenamente en una economía de mercado. Puede que olviden que el artículo 3.3 del Tratado de la Unión Europea sacraliza la fórmula de la economía social de mercado como modelo económico para la Unión, pero, en todo caso esto no condiciona la independencia de unos nuevos jueces internacionales que, formados probablemente en unos esquemas jurídicos más económicos y liberales que los de antaño, están trayendo una nueva visión de los Derechos sociales reconocidos en el Derecho originario que no por novedosa, resulta menos inquietante. Para analizar el papel jugado por el TJCE en la depuración de estos principios, tarea imposible si se pretende ser mínimamente exhaustivo, hemos optado por realizar una selección de aquellos fallos que nos han parecido especialmente relevantes para confirmar nuestras hipótesis de partida; relevantes por el interés de la doctrina que contenían, en ocasiones; pero en otras por el impacto producido en los ordenamientos nacionales o en la propia dinámica del Derecho europeo. 4.- UN VECTOR DE AVANCE LLAMADO CUESTION PREJUDICIAL En este apartado queremos poner de manifiesto que la aplicación del derecho de la Unión corresponde al juez nacional como juez comunitario, que debe dejar fuera de juego las normas de derecho interno que sean contrarias a aquel ordenamiento jurídico, cuya interpretación corresponde al Tribunal de Justicia. Uno y otros están condenados a colaborar mediante la cuestión prejudicial: el Tribunal de Justicia debe pronunciarse a título prejudicial, dentro de un proceso incidental, sobre las cuestiones de derecho de la Unión que se planteen en los procesos de que conozcan los jueces nacionales. La evidencia de la ingente producción de jurisprudencia comunitaria viene a confirmar que, sin duda alguna, el vector procesal de avance más intenso y decisivo que ha tenido el Derecho 7 Vid. Molina Navarrete, C., Discriminación por discapacidad y despido por absentismo, Monográfico sobre el impacto de la jurisprudencia europea sobre las relaciones laborales en España, Revista Temas Laborales, 130, 2015, págs. 140-141. 11 Social europeo ha sido la cuestión prejudicial, auténtico recurso en constatación de validez de la norma nacional y valiosísimo instrumento de depuración y avance de los ordenamientos sociales nacionales. El art. 267 TFUE dispone ambos tipos de cuestión prejudicial, a) sobre la interpretación de los Tratados, y b) sobre la validez e interpretación de los actos adoptados por las instituciones, órganos u organismos de la Unión, determinando su impacto y efectos generales. La primera cuestión relevante que plantea la cuestión prejudicial tiene que ver con el tipo de órganos jurisdiccional que puede elevarla al Tribunal de Justicia. En este sentido, la Sentencia Gabalfrisa y otros, asuntos acumulados C-110/98 a C-147/98, determinó que para apreciar si el organismo remitente posee el carácter de un órgano jurisdiccional en el sentido del artículo 177 del Tratado, cuestión que pertenece únicamente al ámbito del Derecho comunitario, el Tribunal de Justicia tiene en cuenta un conjunto de elementos, como son el origen legal del órgano, su permanencia, el carácter obligatorio de su jurisdicción, el carácter contradictorio del procedimiento, la aplicación por parte del órgano de normas jurídicas, así como su independencia (véase, en particular, la sentencia de 17 de septiembre de 1997, Dorsch Consult, C-54/96, Rec. p. I-4961, apartado 23, y la jurisprudencia que allí se cita). Tales garantías confieren a los Tribunales EconómicoAdministrativos la cualidad de tercero en relación con los servicios que adoptaron la decisión objeto de la reclamación y la independencia necesaria para poder ser considerados órganos jurisdiccionales en el sentido del artículo 177 del Tratado, a diferencia de lo que ocurría con el directeur des contributions directes et des accises del que se trataba en la sentencia de 30 de marzo de 1993, Corbiau (C-24/92, Rec. p. I-1277), apartados 15 y 16. El Tribunal dedujo, de este modo, y tras el estudio exhaustivo de la normativa española que regulaba los Tribunales Económico- Administrativos que debe considerarse al Tribunal Económico-Administrativo Regional de Cataluña órgano jurisdiccional en el sentido del artículo 177 del Tratado, por lo que procede declarar la admisibilidad de la cuestión prejudicial. En relación a las condiciones de admisibilidad de la cuestión prejudicial, si bien la decisión es facultativa para el órgano jurisdiccional nacional, art. 267 TFUE, el Tribunal de Justicia ha depurado algunos criterios interpretativos. En este sentido, la Sentencia Österreichscher Gewerksshaftsbund, asunto C-328/13, determinó que a este respecto procede recordar que una petición de decisión prejudicial planteada por un órgano jurisdiccional nacional sólo puede declararse inadmisible cuando resulte evidente que la interpretación del Derecho de la Unión solicitada no guarda relación alguna ni con la realidad ni con el objeto del litigio principal, cuando el problema sea de naturaleza hipotética o cuando el Tribunal de Justicia no disponga de los elementos de hecho y de Derecho necesarios para responder adecuadamente a las cuestiones que se le hayan planteado (véase, en particular, la sentencia Belvedere Costruzioni, C-500/10, EU:C:2012:186, apartado 16). Se abordará en este apartado el estudio de las condiciones de fondo para poder plantear la cuestión prejudicial, sobre la base de las exigencias del artículo 267.3 TFUE. Esencialmente, son tres las condiciones exigibles, a) que se suscite en el pleito una cuestión relativa a la interpretación o a la apreciación de validez de una disposición del Derecho de la Unión, b) que la cuestión surja en un asunto pendiente ante el órgano jurisdiccional que decide plantearla, y c) que aquella disposición sea la norma decidendi, apreciación que dependerá del propio órgano jurisdiccional. El juez nacional es libre de elevar la cuestión prejudicial incluso cuando en el orden interno exista un recurso de 12 apelación contra la decisión de remisión, tal y como estableció la Sentencia ERG y otros, asunto C-378/08. Resulta contrario al ordenamiento de la Unión Europea una previsión nacional que, en vía de recurso, permita a un tribunal superior desdecir con carácter vinculante al inferior que se haya remitido al Tribunal de Justicia, obligándole a hacer caso omiso de las pautas interpretativas suministradas por este último e imponiéndole las suyas propias, como se deduce de la Sentencia Elchinov, asunto C-173/09. Tampoco es posible que el planteamiento de la cuestión prejudicial por el juez nacional pueda estar condicionado al planteamiento de una cuestión de inconstitucionalidad previa en el ordenamiento nacional, como determinó la Sentencia Mecanarte, asunto C-348/89. Existen determinados criterios que pueden ayudar a dilucidar el momento y forma para la presentación de la cuestión prejudicial. En primer lugar, el procedimiento debe encontrarse concluso para sentencia una vez que ya se han fijado todos los elementos de hecho y de derecho para decidir. En segundo lugar, la cuestión prejudicial puede suscitarse de oficio o a instancia de parte. En tercer lugar, la forma de presentación es libre, aunque la "Nota informativa sobre el planteamiento de cuestiones prejudiciales por los órganos jurisdiccionales nacionales", publicada en el DOUE, serie C, n.º 160, de 28 de mayo de 2011, da algunas pautas a seguir. En cuarto lugar, las preguntas deben ser claras y concisas, incorporándose de forma claramente identificada al principio o al final de la resolución. En quinto y último lugar, el planteamiento de la cuestión suspende el procedimiento hasta que el Tribunal de Justicia se pronuncie, lo que no impide al juez nacional proveer la adopción de medidas cautelares, incluso suspensivas de los actos que, a su juicio, puedan estar viciados de validez comunitaria, como aclaró en su día la Sentencia Zuckerfabrik, asuntos acumulados C-143/88 y C-92/89. 5.- LA ACCIÓN DEL TJUE SOBRE LA TRABAJADORES LIBRE CIRCULACIÓN DE En el marco de la libertad de circulación de trabajadores han sido numerosos los fallos del TJCE con relevancia tanto en la fijación del concepto de trabajador comunitario, como en el del establecimiento de las restricciones y derechos asociados al ejercicio de esta libertad. La no discriminación por razón de nacionalidad, sigue siendo un planteamiento hoy inamovible en la jurisprudencia del TJUE a pesar de las quiebras de la libertad de circulación de personas que en el mundo de la política europea –singularmente la quiebra del Acuerdo de Schengen y la crisis de los refugiados- se están produciendo en estos momentos. El Tribunal, en STJUE de 5 de febrero de 2015, asunto C-317/14, Comisión vs. Bélgica, o en la STJUE de 24 de febrero de 2015, asunto C-512/13, Sopora, sigue manteniendo la prohibición que el art. 45 TFUE hace de las discriminaciones tanto directas como indirectas contra la libre circulación de personas. Especial relieve tuvo la STJCE de 15 de diciembre de 1995, Bosman, asunto C415/1993, que determinó que el principio de libre circulación no es predicable sólo para las autoridades públicas, sino que rige igualmente en el ámbito de normativas, como por ejemplo las dadas por instancias deportivas, en el caso de las federaciones, cuando tengan por finalidad regular colectivamente las actividades deportivas sujetas a relación de trabajo por cuenta ajena. El artículo 48 TCE resulta, por tanto, aplicable a las reglamentaciones de asociaciones deportivas como la URBSFA (Federación Belga de Fútbol), la FIFA o la UEFA, lo que impediría que las cláusulas de transferencia pudieran constituir un obstáculo para la contratación de jugadores comunitarios entre distintos equipos europeos. Esta sentencia, además, contempló la licitud de compensaciones económicas por formación de 13 jugadores, siempre que no supusieran un obstáculo a la libre circulación, y negó la validez de las normas UEFA que establecían restricciones cuantitativas al número de jugadores comunitarios que podían formar parte de la plantilla de los equipos. En cuanto al concepto de trabajador en el Derecho comunitario, la STJCE de 12 de mayo de 1998, Martínez Sala, asunto C-85/1996, vino a establecer que el mismo no es unívoco, sino que puede variar según el ámbito de aplicación de que se trate. Dicho concepto no puede recibir una interpretación diferente en función del Derecho nacional, sino que tiene un alcance comunitario8 y debe definirse según criterios objetivos que caractericen la relación laboral teniendo en cuenta los derechos y deberes de las personas afectadas9. Esta STJCE consideró que una persona tiene la condición a efectos de Seguridad Social, por el hecho de encontrarse asegurada aunque sólo sea contra un contingencia, en virtud de seguro obligatorio o voluntario en el marco de un régimen general o particular de Seguridad Social, y ello con independencia de que se haya contractualizado o no una relación laboral. La STJCE de 3 de julio de 1986, Lawrie-Blum, ya determinó que debe considerarse trabajador cualquier trabajador que ejerza actividades reales y efectivas, con exclusión de aquellas actividades realizadas a tan pequeña escala que tengan, desde el punto de vista económico, un carácter meramente marginal y accesorio10. En este sentido, y en el marco de los efectos de aplicación de la Directiva sobre despidos colectivos, el Tribunal ha tenido ocasión de pronunciarse recientemente sobre el concepto de trabajador, volviendo, de alguna manera, a su línea doctrinal clásica de la que casi nunca se ha apartado. Así, en la STJUE de 9 de julio de 2015, asunto C229/14, Balkaya y Abbruch, se ha reconocido la condición de trabajadores –a efectos del despido colectivo- a un miembro de la dirección de una sociedad de capital que actuaba bajo la dirección de otro órgano de la misma, y a una persona que realizaba prácticas en una empresa con una ayuda económica de un organismo público encargado de fomentar el empleo y sin que el empresario le pagara retribución alguna, lo que ha tenido el efecto de convertir una ayuda pública en retribución. Podemos destacar también la interesante jurisprudencia producida en el ámbito del reconocimiento de títulos para el ejercicio de profesiones reguladas. La STJCE de 8 de julio de 1999, Fernández de Bobadilla, asunto C-234/1997, vino a establecer que un organismo público de un Estado miembro obligado a respetar las normas establecidas por la Directiva 89/48/CEE, de 21 de diciembre de 1998, ya no podrá exigir la homologación de los títulos de un interesado por las autoridades nacionales competentes11. El TJCE entiende por profesión regulada aquella actividad profesional que, por lo que respecta a sus condiciones de acceso o de ejercicio, está directa o indirectamente regulada por disposiciones de carácter jurídico, esto es, disposiciones legales, reglamentarias o administrativas12. Según la doctrina de la STJCE de 19 de enero de 2006, Colegio de Ingenieros de Caminos, asunto C-300/2003, cuando el poseedor de un título obtenido en un Estado miembro presenta una solicitud de autorización para acceder a una profesión regulada en otro Estado miembro, las autoridades de este último Estado pueden estimar parcialmente dicha solicitud, si así lo pide el poseedor del título, circunscribiendo el alcance de la autorización exclusivamente a aquellas actividades a las que el título dé acceso en el Estado miembro en el haya sido obtenido. En la STJCE de 23 de octubre de 8 Vid. STJCE de 3 de julio de 1986, Lawrie-Blum, asunto C-66/1985; STJCE de 23 de marzo de 2004 Collins, asunto C-138/2002. 9 Vid. STJCE de 13 de abril de 2000, Lehtonen y Castors Braine, asunto C-176/1996 10 En este sentido vid. también STJCE de 7 de septiembre de 2004, Trojani, asunto C-456/2002 11 En este sentido vid. también STJCE de 14 de julio de 2005, Peros, asunto C-141/2004 12 Vid. STJCE de 8 de julio de 2001, Comisión/Francia, asunto C-84/2000 14 2008, Comisión/España, asunto C-286/2006, el Tribunal condena a España por supeditar la admisión a las pruebas de promoción interna en la función pública de ingenieros en posesión de cualificaciones profesionales obtenidas en otro Estado miembro al reconocimiento académico de dichas cualificaciones. También dentro del ámbito de la libre circulación de trabajadores, aunque de una manera transversal respecto de ésta, encontramos una de las construcciones más relevantes del TJCE, la de los desplazamientos temporales de trabajadores en el marco de una prestación de servicios transnacional. Con esta construcción la Corte afronta la compleja situación producida por el entrecruzamiento de las diversas libertades comunitarias, una vez quedó demostrado que la concepción original de las libertades comunitarias como derechos autónomos, sin interferencias mutuas, era irreal. En particular, la estrecha relación entre la libertad de circulación de los trabajadores y la libre prestación de servicios, cuando el ejercicio de esta última producía una movilidad, inducida y temporal, de los empleados de la empresa prestadora. En la archiconocida sentencia 27 de marzo de 1990, Rush Portuguesa, asunto C-113/89, nos encontramos ante un supuesto prototípico de este tipo de situaciones, con una empresa constructora establecida en Portugal que se desplaza con sus trabajadores a territorio alemán tras ganar un concurso para desarrollar determinadas obras públicas en este Estado miembro. La cuestión prejudicial planteada se refiere, básicamente, a determinar cuál era el régimen jurídico aplicable a esta movilidad de trabajadores, si el de la libre prestación de servicios o el de la libertad de circulación de los trabajadores. En lo sustancial, la sentencia reconoce el derecho de un prestador de servicios a desplazarse con su propio personal desde su Estado de origen al Estado de destino durante el período de duración del trabajo contratado. También se afirma que el Derecho comunitario no se opone a que los Estados miembros extiendan su legislación, o los convenios colectivos de trabajo celebrados por los interlocutores sociales, a toda persona que realice un trabajo por cuenta ajena, aunque sea de carácter temporal, en su territorio, con independencia de cuál sea el país de establecimiento del empresario: el Derecho comunitario no prohíbe tampoco a los Estados miembros que impongan el cumplimiento de dichas normas por medios adecuados al efecto. Esto incluye, en particular, la posibilidad de comprobar si la de otro Estado no se sirve de la libertad de prestación de servicios con otro fin, por ejemplo el de traer a su personal con fines de colocación o de puesta a disposición de trabajadores. Tales controles deberán respetar, sin embargo, los límites establecidos por el Derecho comunitario y, en particular, los derivados de la libertad de prestación de servicios, “que no puede reducirse a límites ilusorios y cuyo ejercicio no puede dejarse a discreción de la Administración”. En este pronunciamiento el TJCE elabora la técnica del “núcleo duro” de la legislación laboral nacional, que se aplica a todos los trabajadores que prestan servicios en su territorio, de manera permanente o temporalmente desplazados; se separa con ello de la técnica del reconocimiento mutuo con que se ha trabajado normalmente en el ámbito de la libre prestación de servicios. Rush Portuguesa ha sido sin duda uno de los fallos que más atención ha recibido en la historia de la jurisprudencia comunitaria, lo que no es extraño, toda vez que ha influido significativamente en el desarrollo del Derecho Social Comunitario, y del Derecho Comunitario en general. Como resultado más directo de su doctrina se aprobó la Directiva 1996/71/CE, de 16 diciembre, sobre desplazamientos temporales de trabajadores efectuados en el marco de una prestación de servicios transnacional, norma que pretende establecer un régimen más o menos uniforme para este tipo de movilidad de la mano de obra en todo el territorio de la Comunidad. 15 De la misma manera, esta trascendental sentencia dio origen a una larga serie de pronunciamientos del TJCE, en los que éste, más que ajustar y desarrollar esta doctrina, ha acabado por separarse de ella para volver a las construcciones tradicionales en el campo de las libertades comunitarias, basadas en el reconocimiento mutuo y en la aplicación de la legislación del Estado de origen. Sentencias como la de 9 de agosto de 1994, asunto C43/93 Van der Elst; de 28 de marzo de 1996, asunto C-272/94 Climatec; de 23 de noviembre de 1999, Arblade, asuntos acumulados C-369/96 y C-376/96; de 15 de marzo de 2001, Mazzoleni, asunto C-165/98; de 25 de octubre de 2001, Finalarte, asuntos acumulados C-49/98, C-50/98, C-52/98 a C-54/98 y C-68/98 a C-71/98; y de 24 de enero de 2002, Portugaia, asunto C-164/99, suponen el regreso de la Corte europea a su línea habitual de trabajo en relación con la libre prestación de servicios. Rush, con todo su impacto y su traslación al Derecho derivado, ha quedado como una sentencia atípica, marcando una línea de política del Derecho que ha terminado por ser prácticamente abandonada por la acción del mismo TJCE. 6.- EL DERECHO DE LA ARMONIZACIÓN Y LA FUNCIÓN INTERPRETATIVA DEL TJUE 6.1.- Contratación temporal Para el TJCE, la Directiva 1999/70/CE, de 28 de junio de 1999, que recoge el Acuerdo Marco sobre trabajo de duración determinada, tiene por objeto, según determina en su STJCE de 7 de septiembre de 2006, Vasallo, asunto C-180/2004, prevenir los abusos como consecuencia de la utilización de contratos o relaciones laborales de duración determinada, refiriéndose sus disposiciones principalmente a la renovación de estos contratos y a los requisitos a que tal renovación está sujeta13. Para el Tribunal, esta Directiva no se opone, en principio, a una normativa nacional que, en caso de abusos como consecuencia de la utilización sucesiva de contratos o relaciones laborales de duración determinada por un empleador del sector público, excluye la transformación de éstos en contratos o relaciones laborales por tiempo indefinido, siendo así que tal transformación está regulada para los contratos y relaciones laborales celebrados con un empresario del sector privado, cuando dicha normativa contenga otra medida efectiva para evitar y sancionar, en su caso, el uso abusivo por un empleador del sector público de sucesivos contratos de duración determinada. Sin embargo, en materia de concatenación indefinida de contratos temporales, el TJUE se ha pronunciado contra la adecuación al art. 5.5 de la Directiva de normas nacionales que, amparándose en razones objetivas, pero que tienen carácter estructural – especialmente en las Administraciones Públicas- permiten situaciones contractuales no admisibles desde el punto de vista del Derecho europeo. Es el caso de las STJUE de 26 de enero de 2012, asunto C-586/10, Kücük, de la STJUE de 26 de noviembre de 2014, asuntos acumulados C-22/13, C-61/13, C-62/13 y C-418/13, Mascolo y otros, o de la STJUE de 26 de febrero de 2015, asunto C-238/14, Gran Ducado de Luxemburgo. En cuanto al trato diferenciado que los trabajadores con contratos de duración determinada reciben respecto de los de duración indeterminada, la STJCE de 13 de septiembre de 2007, del Cerro Alonso, asunto C-307/2005, entendió que no puede impedirse a un trabajador con un contrato de duración determinada solicitar, con arreglo al 13 Vid. STJCE de 7 de septiembre de 2006, Marrosu y Sardino, asunto C-53/2004 16 principio de no discriminación, una condición de trabajo reservada únicamente a los trabajadores con contrato de duración indefinida, aunque la aplicación de dicho principio implique el pago de un diferencial de remuneración. Para el Tribunal, la Directiva se opone al establecimiento de una diferencia de trato entre trabajadores con contrato de diferente duración que esté justificada por la mera circunstancia de esté prevista por una disposición legal o reglamentaria de un Estado miembro o por un convenio colectivo celebrado entre la representación sindical del personal y el empleador. En la STJCE de 4 de julio de 2006, Adeneler y otros, asunto C-212/2004, el TJCE entendió que las “razones objetivas” que permiten justificar un trato diferente a los trabajadores con un contrato de duración determinada, se refieren a las circunstancias específicas y concretas que caracterizan una determinada actividad y que, por tanto, pueden justificar en ese contexto particular la utilización sucesiva de contratos de trabajo de duración determinada. Esas razones objetivas pueden tener su origen en la especial naturaleza de las tareas para cuya realización se celebran tales contratos y en las características inherentes a las mismas o, eventualmente, en la persecución de un objetivo legítimo de política social por parte de un Estado miembro14. 6.2.- Obligación de informar al trabajador sobre las condiciones de trabajo De gran interés fue también la STJCE de 4 diciembre de 1997, Kampelmann y otros, asuntos C-253/1996 a C-256/1996, que valoró el alcance de la Directiva 91/533/CEE, de 14 de octubre de 1991, relativa a la obligación del empresario de informar al trabajador acerca de las condiciones aplicables al contrato de trabajo. Para el Tribunal, la comunicación que informa al trabajador sobre los elementos esenciales del contrato de trabajo, lleva aparejada una presunción de veracidad comparable a la que, en el ordenamiento jurídico interno, se atribuiría a un documento de este tipo emitido por el empresario y comunicado al trabajador. No obstante, añade el TJCE, deberá permitirse al empresario que aporte cualquier prueba en contrario y que demuestre, bien que los datos contenidos en la comunicación son falsos, bien que ha resultado desmentidos por los hechos15. El TJCE entiende que los particulares pueden invocar directamente el precepto de la Directiva 91/533/CEE, relativo a la información en el contrato de la denominación, grado, calidad o categoría del puesto de trabajo desempeñado o la descripción resumida del mismo, ante los órganos jurisdiccionales nacionales frente al Estado o a cualesquiera organismos o entidades que estén sometidos a la autoridad o al control del Estado o que dispongan de poderes exorbitantes en relación con los que se derivan de las normas aplicables en las relaciones entre particulares, bien cuando el Estado se haya abstenido de adaptar el Derecho nacional a la Directiva dentro del plazo previsto, bien cuando haya efectuado una adaptación incorrecta. Para el TJCE, la Directiva debe interpretarse en el sentido de que no se opone a que los Estados miembros puedan eximir al empresario de la obligación de informar por escrito al trabajador acerca de los elementos esenciales del contrato de trabajo o de la relación laboral, aunque el trabajador así lo solicite, cuando tales elementos hayan sido ya mencionados en un documento o contrato de trabajo anterior a la entrada en vigor de las 14 Vid. igualmente, STJCE de 22 de noviembre de 2005, Mangold y Helm, asunto C-144/2004 En relación con el régimen de inversión de la carga de la prueba respecto de la veracidad de los datos aportados en el contrato por el empresario, vid. STJCE de 8 de febrero de 2001, Lange, asunto C350/1999 15 17 medidas de adaptación del Derecho interno a la Directiva. En la STJCE de 8 de febrero de 2001, Lange, asunto C-350/1999, el Tribunal entiende que debe ponerse en conocimiento del trabajador por cuenta ajena cualquier elemento que por su importancia deba ser considerado como un elemento esencial, con independencia de que el mismo aparezca expresamente mencionado entre el listado de elementos que contiene el art. 2.2 de la Directiva. Entre éstos, tiene el carácter de esencial la cláusula por la que se obligue al trabajador por cuenta ajena a realizar habitualmente horas extraordinarias a petición del empresario, y como tal éste tiene la obligación de informar por escrito al trabajador sobre la misma. 6.3.- Despidos colectivos En el ámbito de los despidos colectivos el TJCE ha profundizado, fundamentalmente, en la definición o noción de este tipo de extinciones de contratos, contribuyendo de manera notable a la evolución normativa desde la Directiva 75/129/CEE, de 17 de febrero de 1975 y su primera modificación con la Directiva 92/56/CEE de 24 de junio de 1992. En la STJCE de 12 de octubre de 2004, Comisión/Portugal, asunto C55/2002, el Tribunal determinó que no puede definirse el concepto de despido a que se refiere el artículo 1, apartado 1, letra a) de la Directiva 98/59/CE, de 20 de julio de 1998, de aproximación de legislaciones de los Estados miembros que se refieren a los despidos colectivos, mediante una remisión a las legislaciones de los Estados miembros, sino que tiene un alcance comunitario. El citado concepto debe interpretarse en el sentido de que engloba cualquier extinción del contrato de trabajo no pretendida por el trabajador y, en consecuencia, sin su consentimiento. Tal concepto no exige que las causas subyacentes correspondan a la voluntad de empresario, aplicándose esta también, en principio, a los despidos colectivos a raíz de un cese de las actividades del establecimiento resultante de una decisión judicial. Portugal limitaba en su legislación, el Decreto-Ley nº 64-A/89, de 27 de febrero de 1989, el concepto de despido colectivo a los despidos por motivos de índole estructural, tecnológica o coyuntural, no habiendo ampliado el citado concepto en el sentido indicado por el Tribunal. De esta forma, como también quedó de manifiesto en la STJCE de 7 de septiembre de 2006, Agorastoudis y otros, asuntos C-187/2005 a C-190/2005, incluiría cualquier causa de extinción no inherente a la persona de los trabajadores, y, según la STJCE 8 de junio de 1994, Comisión/Reino Unido, asunto C-383/1992, cualquier extinción en la que el empresario despide a los trabajadores por motivos de reorganización de la empresa, independientemente del nivel de actividad de ésta. También hay que destacar la jurisprudencia en torno a la definición de “centro de trabajo” a efectos del ámbito objetivo donde se producen los despidos colectivos. La STJCE de 7 de diciembre de 1995, Rockfon, asunto C-449/1993, entendió que el concepto de “centro de trabajo”, en el marco de una empresa, es el de una entidad diferenciada, que tenga cierta permanencia y estabilidad, que esté adscrita a la ejecución de una o varias tareas determinadas y que disponga de un conjunto de trabajadores, así como medios técnicos y un grado de estructura organizativa que le permita llevar a cabo estas tareas. El centro de trabajo es la unidad a la que están adscritos los trabajadores afectados por el despido para desempeñar su cometido, sin que resulte esencial que dicha unidad disponga de una dirección facultada para efectuar autónomamente despidos colectivos, ni tampoco es preciso que exista una separación geográfica entre ella y otras unidades e instalaciones en la empresa. 18 Dado que el procedimiento previsto en la Directiva es de información y consulta, el Tribunal ha tenido ocasión también de pronunciarse sobre la obligación de consulta a los trabajadores y la notificación a la autoridad pública competente. En la STJCE de 27 de enero de 2005, Junk, asunto C-188/03, el TJCE entendió que el deber de consulta y de notificación nacen con anterioridad a la decisión del empresario de extinguir los contratos de trabajo. De esta forma, la extinción del contrato de trabajo sólo puede efectuarse con posterioridad a la finalización del procedimiento de consulta y después de la notificación a la autoridad pública. Es importante, finalmente, resaltar que la Directiva constituye un conjunto de disposiciones mínimas que los Estados miembros únicamente pueden derogar mediante disposiciones más favorables para los trabajadores, lo que quedó de manifiesto en la STJCE de 18 de enero de 2007, Consejo de Estado de Francia, asunto c-385/2005. En relación al procedimiento de consultas, es necesario, para finalizar, mencionar la STJUE de 10 de septiembre de 2009, asunto C-44/08, Akavan vs. Fujitsu Siemens, en la que el Tribunal vino a flexibilizar el rigor aplicativo del art. 2.3 de la Directiva, en el sentido de que la obligación de información del empresario durante el transcurso de las consultas y en tiempo hábil, no implica que toda la información esté disponible antes del periodo de consultas, por lo que puede haber información que el empresario no pueda proporcionar antes por no disponer de ella. 6.4.- Insolvencia empresarial Ha sido numerosa la jurisprudencia del TJCE relativa a la problemática aplicativa de la Directiva 80/987/CEE, de 20 de octubre de 1980, sobre protección de los trabajadores asalariados en caso de insolvencia del empresario, hoy modificada por la Directiva 2002/74/CE, de 23 de septiembre de 2002. Es destacable también, la gran cantidad de fallos recaídos en asuntos planteados a través de la cuestión prejudicial por Tribunales españoles16. La identificación de las entidades de garantía responsables del abono de los salarios dejados de percibir ha sido una de las cuestiones clave en el trabajo del TJCE. La STJCE de 17 de septiembre de 1997, Mosbaeck, asunto C-117/1996 vino a resolver la determinación de la responsabilidad del abono de las cantidades debidas en caso de que la prestación de servicios por cuenta ajena se realizara en Estado miembro distinto del Estado donde se encontrara radicada la empresa contratante. En esta sentencia, el TJCE determinó que cuando el empresario está establecido en un Estado miembro distinto de aquel en cuyo territorio el trabajador reside y ejerce su actividad por cuenta ajena, a los fines previstos por la Directiva 80/987/CE, para el pago de los créditos de dicho trabajador en caso de insolvencia del empresario, es la institución del Estado en cuyo territorio bien se ha decidido la apertura del procedimiento concursal, o bien se ha constatado el cierre definitivo de la empresa o del centro de actividad del empresario. Esta sentencia vino a completar la jurisprudencia nacida de la STJCE de 13 de noviembre de 1990, Marleasing, asunto C-106/1989, en la que se indicaba que cuando los trabajadores víctimas de la insolvencia trabajen para una sucursal de sociedad constituida con arreglo al Derecho de otro Estado miembro, pero establecida en el mismo Estado 16 Entre otras, pueden destacarse las STJCE de 21 de febrero de 2008, Robledillo Núñez, asunto C498/2006, la STJCE de 17 de enero de 2008, Velasco Navarro, asunto C-246/2006, la STJCE de 7 de septiembre de 2006, Cordero Alonso/FOGASA, asunto C-81/2005, la STJCE de 12 de diciembre de 2002, Rodríguez Caballero/FOGASA, asunto C-442/2000, o la STJCE de 16 de diciembre de 1993, Wagner Miret/FOGASA, asunto C-334/1992. 19 donde se realiza la actividad por cuenta ajena, es la institución de garantía del Estado donde se han prestado los servicios la responsable de la garantía de pago17. Las cuestiones relativas a la limitación de las cuantías garantizadas han sido objeto también de varios pronunciamientos relevantes. En la STJCE de 16 de julio de 1998, AGS Assedic Pas de Calais, asunto C-235/1995, el Tribunal estableció que la Directiva 80/987/CE, no se oponía a la aplicación de disposiciones nacionales que fijaran un tope para la garantía de pago de los créditos impagados de los trabajadores asalariados, cuando el Estado miembro no haya cumplido con la formalidad exigida por la Directiva de informar a la Comisión de los métodos utilizados para fijar dicho tope. En la STJCE de 9 de noviembre de 1995, Francovich/Italia, asunto C-479/1993, se reconoció a los Estados miembros la facultad de establecer un tope para la garantía de los créditos impagados con el fin de evitar el pago de sumas que excedieran la finalidad social buscada por la norma comunitaria, consistente en garantizar a todos los trabajadores por cuenta ajena un mínimo comunitario de protección en caso de insolvencia del empresario mediante el pago de los créditos impagados que resulten de contratos o de relaciones laborales y que se refieran a la retribución correspondiente a un periodo determinado. En la STJCE de 21 de febrero de 2008, Robledillo Núñez, asunto C-498/2006, el Tribunal consideró que un Estado está facultado para excluir de la garantía de pago asegurada por la institución de garantía unas indemnizaciones concedidas por despido improcedente cuando dichas indemnizaciones han sido reconocidas en un acto de conciliación extrajudicial, siendo así que dicha exclusión, objetivamente justificada, constituye una medida necesaria para evitar abusos. La falta de adaptación de los ordenamientos nacionales a la Directiva ha sido también objeto de tratamiento, y ha permitido depurar una interesante doctrina relativa al efecto directo de la norma comunitaria. En la STJCE de 3 de diciembre de 1992, Suffritti, asuntos C-140/1991, C-278/1991 y C-279/1991, continuadora de la jurisprudencia nacida con la STJCE de 19 de noviembre de 1991, Francovich y Bonifaci, asuntos C-94/1995 y C95/1995, se declaró que los particulares no pueden invocar el efecto directo de la Directiva ante los tribunales nacionales si el cese de la relación laboral y el procedimiento de quiebra o de ejecución que ponen en marcha el mecanismo protector previsto en la Directiva se produjeron son anterioridad a la entrada en vigor de la Ley, siendo así que dicho efecto director sólo puede producirse cuando haya vencido el plazo fijado para la adaptación a la Directiva del ordenamiento jurídico de los Estados miembros18. 6.5.- Transmisión de empresas Los problemas derivados de los procesos de transmisión de empresas, partes de empresas, centros de trabajo o de actividad han generado una extensísima jurisprudencia del TJCE que ha tenido efectos no sólo sobre el acervo comunitario sino también sobre las legislaciones nacionales y la doctrina jurisprudencial de los Estados miembros. La identificación del objeto de la transmisión ha constituido un problema principal para el TJCE, habida cuenta de que las cambiantes y novedosas formas de transmisión requieren una permanente y dinámica interpretación a la luz del marco de la Directiva 77/187/CEE, de 14 de febrero de 1977, sobre mantenimiento de los derechos de los trabajadores en caso 17 Vid. igualmente, STJCE de 16 de diciembre de 1999, Everson y otros, asunto C-198/1998 Vid. en este sentido, STJCE de 3 de marzo de 1994, Vaneetveld, asunto C-316/1993 y STJCE de 18 de enero de 2008, Velasco Navarro, asunto C-246/2006. 18 20 de traspasos de empresas, modificada por la Directiva 2001/23/CE, de 12 de marzo de 2001. La STJCE de 11 de marzo de 1997, Süzen/Zehnacker, asunto C-13/95, estableció que para que la Directiva sea aplicable es necesario que la transmisión se refiera a una entidad económica organizada de forma estable cuya actividad no se limite a la ejecución de una obra determinada. No se precisa, sin embargo, que existan relaciones contractuales directas entre el cedente y el cesionario, pudiendo producirse la transmisión en dos etapas, a través de un tercero, como el propietario y el arrendador19. La inexistencia de vínculo contractual entre el cedente y el cesionario no puede revestir, por tanto, una importancia decisiva para la aplicación de la Directiva a pesar de que puede constituir un indicio de que no ha tenido lugar una transmisión en el sentido de la misma. La STJCE de 10 de diciembre de 1998, Sánchez Hidalgo y otros, asuntos C-173/96 y C-247/9620, declaró que para determinar si se reúnen los requisitos necesarios para la transmisión de una entidad económica en el sentido buscado por la Directiva, han de tomarse en cuenta todas las circunstancias de hecho características de la operación de que se trata, entre la cuales figuran, en particular, el tipo de empresa o de centro de actividad de que se trate, el que se hayan transmitido o no elementos materiales como los edificios y los bienes muebles, el valor de los elemento inmateriales en el momento de la transmisión, el hecho de que el nuevo empresario se haga cargo o no de la mayoría de los trabajadores, el que se hay transmitido o no la clientela, así como el grado de analogía de las actividades ejercidas antes y después de la transmisión y la duración de una eventual suspensión de dichas actividades. Sin embargo, estos elementos son únicamente aspectos parciales de la evaluación de conjunto que debe hacerse y no pueden, por tanto, apreciarse aisladamente21. Así, en un caso de sucesión de contratas, la mera circunstancia de que los servicios prestados por el antiguo y el nuevo concesionario sean similares no es suficiente para afirmar que existe, entre las sucesivas empresas, una transmisión de entidad económica. En efecto, dice el Tribunal, tal entidad no puede reducirse a la actividad que se le ha encomendado. Su identidad resulta también de otros elementos, como el personal que la integra, sus directivos, la organización de su trabajo, sus métodos de explotación, o en su caso, los medios de explotación de que dispone. En la medida en que, en determinados sectores en los que la actividad descansa fundamentalmente en la mano de obra, un conjunto de trabajadores que ejerce de forma duradera una actividad común pude constituir una entidad económica, dicha entidad puede mantener su identidad aún después de su transmisión cuando el nuevo empresario no se limita a continuar con la actividad de que se trata, sino que además se hace cargo de una parte esencial, en términos de número y competencias, del personal que su antecesor destinaba especialmente a dicha tarea. En este supuesto, el nuevo empresario adquiere, en efecto, el conjunto organizado de elementos que le permitirá continuar las actividades o algunas actividades de la empresa cedente de forma estable22. En cuanto a las condiciones de trabajo resultantes tras la transmisión, la STJCE de 6 de noviembre de 2003, Serene Martín y otros, asunto C-4/2001, el Tribunal entendió que 19 En el mismo sentido STJCE de 7 de marzo de 1996, Merckx y Neuhuys, asuntos C-171/94 y C- 172/94 20 En la misma línea argumental se van a expresar las STJCE de 10 de diciembre de 1998, Hernández Vidal y otros, asuntos C-127/96, C-229/96 y C-74/97 21 Vid. STJCE de 18 de marzo de 1986, Spijkers, asunto 24/85 22 Vid. STJCE Süzen cit. 21 la imposición de condiciones menos favorables que las que les correspondían en el marco de su relación laboral con el cedente, obliga al cesionario a efectuar las compensaciones necesarias para equipararlas a las condiciones aplicables en el marco de su relación con el cedente. La Directiva no permite que el cesionario modifique desfavorablemente las condiciones de trabajo de los trabajadores afectados por la transmisión, salvo que se trate de una modificación que el cedente pudiera realizar de acuerdo con el Derecho nacional de los Estados miembros, no siendo válido el eventual consentimiento prestado por los trabajadores a una modificación de sus condiciones de trabajo. Los trabajadores del cedente, por otra parte, pueden oponerse a la transmisión, lo que la Directiva no impide, siempre que dichos trabajadores adopten libremente esa decisión, correspondiendo a los Estados miembros regular en su Derecho nacional la suerte reservada a la relación laboral con el cedente23. 6.6.- Tiempo de trabajo La jurisprudencia en materia de tiempo de trabajo ha tenido que perfilar los ámbitos de aplicación subjetivo de la Directiva 93/104/CE, de 23 de noviembre, relativa a determinados aspectos de la ordenación del tiempo de trabajo, modificada por la Directiva 2003/88/CE, de 4 de noviembre de 2003, ante el contencioso planteado por diversos colectivos de trabajadores cuya inclusión no quedaba clara. De este modo la STJCE de 5 de octubre de 2004, Pffeifer, asuntos C-397/2001 a C-403/2001, declaró que la actividad de los socorristas realizada en el marco de un servicio de asistencia médica urgente están comprendida en el ámbito de aplicación de la Directiva, lo que incluye a los socorristas que acompañan a los pacientes en ambulancias o vehículos sanitarios de intervención. Igual sucede con los bomberos integrantes del sistema de seguridad organizado por el Estado, Auto TJCE de 14 de julio de 2005, Feuerwehr Hamburg, asunto C-52/2004, con el personal que presta servicios en los equipos de atención primaria, STJCE de 3 de octubre de 2000, SIMAP, asunto C-303/98, o con el personal médico y de enfermería sin distinción por la categoría que ostentan, Auto TJCE de 3 de julio de 2001, Sergas, asunto C241/1999. La aplicación de la Directiva 93/104/CE, se ha visto condicionada por el ámbito de aplicación de la Directiva 89/391/CEE, de 12 de junio de 1989, marco para promoción de la mejora de la seguridad y salud de los trabajadores en el trabajo. En la STJCE de 3 de octubre de 2000, SIMAP, asunto C-303/98, el tribunal entendió que la actividad de los médicos de equipos de atención primaria se encontraba incluida en ambas Directivas. De este modo, y habida cuenta de la inexistencia de norma nacional que desarrolle las excepciones previstas en el art. 17 de la Directiva para la actividad de estos profesionales sanitario, el Tribunal entendió que el tiempo dedicado a atención continuada por médicos de equipos de atención primaria en régimen de presencia física en el centro sanitario, debe considerarse como tiempo de trabajo en su totalidad y, en su caso, horas extraordinarias en el sentido de la Directiva 93/194. Por lo que respecta a la prestación de servicios de atención continuada por dichos médicos en régimen de localización, sólo debe considerarse tiempo de trabajo el correspondiente a la prestación efectiva de servicios de atención primaria. La STJCE, de hondos efectos en el sector sanitario, determinó también que estos profesionales no pueden considerarse trabajadores nocturnos según la Directiva, sin que los órganos jurisdiccionales nacionales diluciden si, a tenor de la normativa nacional, y 23 Vid. STJCE Merckx y Neuhuys cit. 22 teniendo en cuenta la relación de Derecho público de estos trabajadores, los médicos de atención primaria que cíclicamente realizan trabajo nocturno tienen esa condición. No obstante, el Tribunal entendió que a tenor de la Directiva sí son trabajadores por turnos, y que, a falta de normas nacionales que adapten el Derecho interno a la Directiva, ésta surte efecto directo por lo que se refiere al derecho de los médicos a que el periodo de referencia para el establecimiento de la duración máxima de su tiempo de trabajo semanal no exceda de doce meses. En cuanto al reconocimiento de derechos laborales vinculados a la regulación del tiempo de trabajo, citaremos como más relevantes la STJCE de 26 de junio de 2001, BECTU, asunto C-173/99, que estableció que la Directiva 93/104/CE, no permite que un Estado miembro adopte una normativa nacional con arreglo a la cual un trabajador no comienza a adquirir el derecho a vacaciones anuales retribuidas hasta que haya realizado un periodo mínimo de trece semanas de empleo ininterrumpido con el mismo empresario. En esta misma línea garantista, la STJCE de 18 de marzo de 2004, Merino Gómez, asunto C-342/01, vino a trazar una red de interpretación sistemática entre la Directiva 93/104/CE, la Directiva 89/391/CE y las Directivas 92/85/CEE, de 19 de octubre de 1992, sobre mejora de la seguridad y salud en el trabajo de la trabajadora embarazada, y 76/207/CEE, de 9 de febrero de 1976, sobre principio de igualdad de trato entre hombres y mujeres en relación al empleo, formación y promoción profesional. El fallo de esta STJCE, determinó que la Directiva de tiempo de trabajo habría de interpretarse en el sentido de que una trabajadora deberá poder disfrutar de sus vacaciones anuales en un periodo distinto del de su permiso de maternidad, también en caso de coincidencia entre el periodo de permiso de maternidad y el fijado con carácter general, mediante acuerdo colectivo, para las vacaciones anuales del conjunto de la plantilla. La Directiva 92/85/CEE, por su parte, habría de interpretarse en el sentido de que se refiere también al derecho de una trabajadora que se encuentre en unas circunstancias como las del asunto principal a unas vacaciones anuales más largas, establecidas por la normativa nacional, que las vacaciones mínimas que establece la Directiva 93/104/CE24. Esta vía abrió el camino a la STJUE de 20 de enero de 2009, asunto C-520/06, Schultz-Hoff, que vino a reconocer que cuando un trabajador se encuentre en situación de incapacidad temporal durante el periodo de vacaciones anuales fijado previamente, tiene derecho, a petición suya y al objeto de poder disfrutar efectivamente de sus vacaciones anuales a tomarlas en fecha distinta a la de la incapacidad temporal. Esta sentencia propició, entre otros cambios normativos, la adaptación de nuestro art. 38 ET, tras la STJUE de 10 de septiembre de 2009, asunto C-277/08, Pereda. Toda esta línea jurisprudencial se redondea con la STJUE de 21 de junio de 2012, asunto C-78/11, ANGED, en la que la incapacidad temporal se producía con anterioridad al comienzo del periodo de disfrute de las vacaciones. Finalmente, en términos de retribución de salario durante las vacaciones, la STJUE de 22 de mayo de 2014, asunto C-539/12, Lock, ha venido a plantear la incompatibilidad con la Directiva 2003/88/CE, de tiempo de trabajo, de aquellas prácticas que centran la retribución del trabajador durante vacaciones exclusivamente en el salario base, sin tener en cuenta las retribuciones normales o habituales del mismo como, por ejemplo, las comisiones por ventas. 24 En materia de permiso parental también han sido relevantes la STJCE de 21 de octubre de 1999, Susanne Lewen, asunto C-333/1997, y STJCE de 14 de abril de 2005, Comisión/Luxemburgo, asunto C519/2003. 23 7.- EL PRINCIPIO DE NO DISCRIMINACIÓN POR RAZÓN DE SEXO Resulta enormemente difícil elegir algunas de entre las numerosísimas sentencias del TJUE dictadas en relación con el principio de no discriminación por razón de sexo, una de las políticas comunitarias más incisivas y exitosas, y en las que el papel del Tribunal ha sido más relevante. Continuando líneas jurisprudenciales anteriores, y abriendo otras nuevas, la Corte ha mantenido un perfil muy alto en este campo, actuando de motor tanto para el legislador comunitario como para el nacional, dirigiendo a las jurisdicciones nacionales y en general operando como un factor de progreso en el reconocimiento de derechos para los hombres y las mujeres de la Unión. Las numerosas reformas constitucionales experimentadas por ésta a lo largo del período estudiado ponen de manifiesto el protagonismo de la igualdad y no discriminación por este motivo en el aparato jurídico comunitario, distinguiéndose de otras causas de discriminación en su regulación y tutela. Y ha sido sin duda el Tribunal el que más ha contribuido a esta preeminencia, utilizando en cada momento los instrumentos normativos disponibles; de este avance se han beneficiado también otros colectivos discriminados, que han sido reconocidos por el Derecho europeo siguiendo la senda de las mujeres en un claro efecto de spill-over virtuoso. Si quisiéramos señalar tan sólo unos pocos pronunciamientos especialmente relevados nos centraríamos en cuatro de éstos, que han tenido una especial incidencia en el desarrollo de los Derechos antidiscriminatorios nacionales y en el mismo Derecho europeo. Se trata de cuatro sentencias que se suelen estudiar como si fueran dos, ya que en todos los casos encontramos parejas de sentencias, tratando de materias conexas, que de modo conjunto vienen a determinar una única regla de Derecho. Hablaremos de pares o binomios de pronunciamientos, que se suceden en el tiempo completándose o corrigiéndose, según los casos. El primero de ellos se refiere a la legalidad de las acciones positivas desde el punto de vista de la legislación europea sobre no discriminación por razón de sexo y acciones positivas, y lo forman las sentencias de 17 de noviembre de 1995, asunto Kalanke; y de 11 de noviembre de 1997, asunto Marschall. En la primera el Tribunal sostuvo una interpretación que fue universalmente considerada como muy restrictiva, si no directamente opuesta, a la discriminación positiva en la contratación laboral, afirmando que una norma nacional que establece que, en una promoción, las mujeres que tienen la misma capacitación que sus competidores masculinos gozan automáticamente de preferencia en los sectores en los que estén infrarrepresentadas, entraña una discriminación por razón de sexo. Tal fallo tuvo una gran repercusión en los medios jurídicos europeos, siendo contestada desde múltiples instancias, incluyendo las europeos. En Marschall el Tribunal vino a completar y en parte corregir su primera construcción afirmando que una normativa nacional que, en caso de que candidatos de ambos sexos presenten igual capacitación, obliga a conceder preferencia en la promoción a las candidatas femeninas en caso de subrrepresentación, puede resultar conforme con el Derecho Europeo siempre que dicha norma garantice, en cada caso particular, a los candidatos masculinos con igual capacitación que las candidatas femeninas, que las candidaturas serán objeto de una apreciación objetiva que tenga en cuenta todos los criterios relativos a la persona de los candidatos de ambos sexos e ignore la preferencia concedida a las candidatas femeninas cuando uno o varios criterios hagan que la balanza se incline a favor del candidato masculino; y siempre que tales criterios no sean discriminatorios en perjuicio de las candidatas femeninas. 24 La diferencia entre Kalanke y Marschall radicaba en que en el segundo caso la legislación nacional estudiada incluía una cláusula abierta que permitía que en condiciones de igualdad entre candidatos de ambos sexos pudieran considerarse otros factores, y no inclinarse automáticamente por el candidato del género subrrepresentado. Y esto fue lo que permitió al TJCE salvar la legalidad de la norma aplicada, que efectivamente contenía un mecanismo de acción positiva a favor de la mujer. La combinación de ambos fallos nos delimita así el régimen jurídico de este tipo de medidas en el Derecho Europeo, lo que es sin duda importante; seguramente lo es más que como consecuencia del debate planteado en torno a estos fallos se regularan a nivel europeo estas técnicas jurídicas, expandiéndose de manera inmediata a los ordenamientos internos de los Estados miembros. En su conjunto, el efecto de este par de sentencias fue el de extender la acción afirmativa, más que restringir su desarrollo25. El otro par de sentencias lo forman las de 30 de abril de 1996, P v. S. and Cornwall Country Council, asunto 13/94; y la de 17 de febrero de 1998, asunto C-249/96, Grant v. South-West Trains Ltd. Las dos sentencias aplican normativa europea sobre no discriminación por razón de sexo, pero lo hacen en asuntos que poco tienen que ver con los tradicionales en este campo: en el primer caso, respecto de una discriminación por transexualidad; en el segundo, por orientación sexual. Es evidente que nada tienen que ver un fenómeno con el otro, homosexualidad y transexualidad, más allá de ser los dos manifestaciones de la identidad sexual de las personas, y de suponer motivo de discriminación para quienes ejercitan ésta. Se suelen estudiar de manera conjunta porque la segunda se apoya en la primera, y porque las colaboraron en la producción de un mismo efecto, la aceptación de la orientación social. Y eso que ambos fallos son muy diferentes: para el TJCE la discriminación a una persona por haber cambiado de sexo es contraria al Derecho europeo, en tanto ha sido el sexo la causa del tratamiento diferenciado y lesivo que ha sufrido; mientras que una normativa que no reconoce a una pareja homosexual los mismos derechos que a una heterosexual no lo hace. Haciendo una interpretación bastante literal y restrictiva del antiguo artículo 119 del Tratado, vino a afirmar que “en su estado actual el Derecho comunitario no se aplica a una discriminación basada en la orientación sexual”. Lo significativo de estas sentencias es el momento en que se dictan, relativamente reciente pero en el que la lucha por los derechos de los colectivos homosexuales se encontraba en pleno apogeo. Con escaso reconocimiento en las legislaciones nacionales, y una jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos claramente insuficiente para apoyar las pretensiones que se manejaban, hacía falta un detonante para lograr avances significativos en este campo. De alguna manera, la jurisprudencia del TJCE cumplió este papel, llamando la atención sobre las limitaciones de los Derechos nacionales en su defensa de estos colectivos, y poniendo de manifiesto la necesidad de una intervención legislativa decidida que permitiera progresar en ésta. Entre P v. S. y Grant se aprueba el Tratado de Amsterdam, cuyo artículo 13 reconoce por primera vez a nivel comunitario a la orientación sexual como un factor de discriminación a combatir; de ahí pasó a los ordenamientos internos de manera bastante rápida. De hecho, el propio asunto Grant fue promovido por organizaciones de defensa de los derechos de gays y lesbianas, en un ejercicio de litigación estratégica que no les dio resultado en primera instancia, al fallar el Tribunal en contra de sus pretensiones; pero que a la larga dio fruto promoviendo una jurisprudencia que se ha mantenido hasta hoy. 25 Otras sentencias del TJCE se han ocupado con posterioridad de esta cuestión, como la de 28 de marzo de 2000, asunto Badeck y de 6 de julio de 2000, asunto Abrahamsson y Anderson vs. Fogelqvist. 25 En materia de discriminación por razón de edad, tema con profundas connotaciones laborales, el TJUE también ha fallado dentro de unas pautas de avance y progreso que han permitido interpretaciones restrictivas de las excepciones al principio de igualdad de trato. Desde la doctrina sentada en la STJUE de 22 de noviembre de 2005, Mangold, se ha avanzado en la delimitación del principio de no discriminación dentro del marco de la Directiva 2000/78, que vino a facilitar el contraste con la norma comunitaria de las medidas discriminatorias. Así en la STJUE de 13 de septiembre de 2011, asunto C-447/09, Prigge, en el que se contrastaba una medida de retirada de la vida profesional activa a pilotos con 60 años cumplidos con la Directiva 2000/78, marco de igualdad de tratamiento, el TJUE entendió que dicha medida no se consideraba necesaria para la seguridad pública y la protección de la salud, dado que existían normativas nacionales e internacionales que permitían la vida activa de estos profesionales hasta los 65 años. Dado que se trataba de una excepción al principio de igualdad de trato, su interpretación debía ser restrictiva, por lo que no era admisible ni cabía como excepción dentro del art. 2.5 de la mencionada Directiva. Finalmente, podemos destacar cómo la jurisprudencia del TJUE ha llegado a delimitar, sobre la base del principio de no discriminación, entre la baja por enfermedad común, y la baja por enfermedad basada en discapacidad del trabajador, al objeto de exigir un tratamiento diferente para ambas situaciones cuando de ello se puede derivar una actuación laboral desfavorable para el trabajador discapacitado. Este es el caso de la STJUE de 11 de abril de 2013, asuntos C-335/11 y C-337/11, Ring, en el que el Tribunal entendió que la Directiva marco de igualdad se opone a una disposición nacional –en este caso, danesa- que permita despedir a un trabajador discapacitado cuando las bajas médicas hayan sido consecuencia de que el empleador no adoptó las medidas apropiadas para distinguir entre días de baja por enfermedad ligada a la discapacidad y días de baja por enfermedad, lo que implicaría una diferencia de trato indirecta por motivos de discapacidad en el sentido del art. 2.2 de la Directiva. 8. LA LIBERTAD DE EMPRESA Y LA LIBRE COMPETENCIA COMO PIEDRAS DE TOQUE DE LA DOCTRINA SOCIAL DEL TJUE Es en el plano de colisión entre los sistemas nacional y europeo de libre competencia, donde se producen los conflictos más significados entre los derechos económicos de los operadores mercantiles y empresariales en ejercicio de sus libertades circulatorias garantizadas por los Tratados, y los derechos sociales de los trabajadores empleados por estas empresas, lo que ha generado una jurisprudencia creciente por parte del Tribunal de Justicia de la Unión Europea que ha venido a cuestionar profundamente los principios de orden social que han servido para interpretar dichos derechos sociales reconocidos por los Tratados y por el Derecho derivado europeo. Nuestro Tribunal Constitucional (TC) ha tenido múltiples ocasiones de pronunciarse acerca de la concurrencia mercantil, entendida en el marco del Derecho de la Unión Europea como Derecho de la competencia, en sentencias como la 225/1993, de 8 de julio, en la que, vinculando dicha concurrencia al desarrollo de la libertad de empresa regulada en el artículo 38 de la Constitución (CE), la ha elevado a la categoría de “garantía institucional en el marco de una economía de mercado”.26 Surge la cuestión de la protección de esta libertad de empresa desde la abstención del legislador a intervenir en su núcleo o reducto indisponible, que no 26 Vid. Ruiz Peris, J.I., “Normas laborales y defensa de la competencia”, en Goerlich Peset, J. M. (dir.) Libertades económicas, mercado de trabajo y derecho de la competencia, CES, Madrid, 2011, pág. 184. 26 viene determinado por la CE sino por la depurada doctrina del TC, como deja de manifiesto la STC 112/2006, de 5 de abril. Todas las medidas que puedan incidir en la libertad de empresa, sometida a reserva de ley27, deben respetar el funcionamiento libre del mercado y, consiguientemente, no pueden constituir obstáculos al ejercicio de esta libertad económica sobre la que se construye todo un sistema en el que tanto las normas nacionales como las de la Unión Europea deben coordinarse bajo los principios rectores del Derecho de la Unión. Existen unos objetivos constitucionales que deben cumplirse en el ejercicio natural de la libertad de empresa, lo que obliga al legislador, tanto nacional como comunitario, a actuar en el ámbito de la interdicción de una serie de prácticas que puedan alterar las reglas de la competencia o concurrencia mercantil entre empresas, lo que, como indica la STC 88/1986, supone establecer mecanismos de defensa de la competencia, que no pueden entenderse como restricciones de la libertad de empresa y de la economía de mercado, “que se verían amenazadas por el juego incontrolado de las tendencias naturales de éste”28. Como dejó sentada la jurisprudencia de la STC 227/1993, de 9 de julio, la libertad de empresa posee una doble dimensión, subjetiva y objetiva, que, por un lado permite el ejercicio de la actividad económica de los empresarios dentro del respeto al marco jurídico, y, por otro, protege el mantenimiento de la competencia efectiva entre las empresas en beneficio del consumidor y de la economía general. El marco legal para la regulación de la dimensión objetiva de la libertad de empresa viene determinado en nuestro sistema nacional por la Ley 15/2007, de 3 de julio29, de Defensa de la Competencia (LDC) y por toda una serie de reglamentos de desarrollo en el plano nacional y autonómico, que constituyen en entramado jurídico con algunos problemas de adecuación al marco europeo. La Comisión Nacional de la Competencia (CNC) es el órgano encargado de velar por la legalidad de las conductas empresariales dentro del mercado nacional, siendo sus resoluciones objeto de control judicial a través de la Audiencia Nacional y de la Sala de lo Contencioso Administrativo del Tribunal Supremo, lo que ha generado una sustanciosa jurisprudencia delimitadora de conductas prohibidas. Los Juzgados de lo Mercantil, competentes para las acciones de nulidad o de reclamación de indemnizaciones de daños y perjuicios derivados de la infracción de normas de la competencia, actuarán igualmente en la protección de la legalidad de las actuaciones empresariales, lo que propicia la intervención de las Audiencias Provinciales y la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo30. La intervención de los poderes públicos en defensa de la competencia en el mercado nacional, se encuentra, por tanto, garantizada en esa línea de protección al núcleo duro de los principios de la economía de mercado que nuestro TC ha venido trazando. Lógicamente, todo el sistema se encuentra “replicado” en el plano del mercado único o mercado interior europeo, en la medida en que las operaciones mercantiles que tengan incidencia transnacional y puedan suponer prácticas colusorias o abuso de posición dominante en el mercado, deberán estar sometidas al control de la Comisión y, posteriormente, a la validación del Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Junto a estas prácticas, aparecen, con un elevado grado de incidencia sobre la libre concurrencia, las políticas de ayudas de Estado, con una fuerte disciplina comunitaria y un determinante grado de afectación sobre los derechos sociales31. 27 STC 112/2006, de 5 de abril Vid. Ruiz Peris, J.I., op. cit. pág. 185. 29 BOE de 4 de julio 30 Vid. Ruiz Peris, J.I., op. cit. pág. 185 31 Vid. Gómez Muñoz, J.M. Derecho del Trabajo, libre competencia y ayudas de Estado, Mergablum, Sevilla, 2007 28 27 En el plano europeo, la libertad de empresa tiene la consideración de “libertades” que forman parte del Titulo II de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, cuyo sucinto artículo 16 reconoce la libertad de empresa de conformidad con el Derecho de la Unión y con las legislaciones y prácticas nacionales. La cláusula de “economía social de mercado” del artículo 3.3 del Tratado de la Unión Europea (TUE), enmarca dentro de la Constitución Económica de la UE a dicha libertad, asociándola ontológicamente a la competitividad –economía social altamente competitiva-, al pleno empleo, al progreso social y a la protección del medio ambiente. Este carácter programático va a determinar que el artículo 3.1 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE), reserve para la Unión la competencia exclusiva en materia de establecimiento de las normas sobre competencia necesarias para el funcionamiento del mercado común, así como la política comercial común. Dado que el desarrollo del mercado interior forma parte de las competencias compartidas entre la Unión y los Estados miembros, ex artículo 4.2 TFUE, la legislación nacional en materia de Derecho de la Competencia pivotará en un complejo equilibrio entre la disciplina europea en la materia, indisponible para los Estados miembros sobre la base del principio de primacía del Derecho de la Unión, y la necesaria construcción del mercado interior y la política social, lo que nos conduce al debate, resuelto, en parte, por el TJUE de manera claramente lesiva para el ejercicio de los Derechos sociales dentro de dicho mercado. Los artículos 101 a 109 TFUE constituyen el Derecho originario de la competencia, dedicándose el 101 TFUE a las conductas colusorias, el 102 TFUE a la explotación abusiva de posiciones dominantes en el mercado interior, y el 107 TFUE a las ayudas de Estado. Las conductas colusorias, determinadas en el plano nacional por el artículo 1 LDC, se encuentran prohibidas cuando comprendan algunas de las siguientes actividades: a) fijar directa o indirectamente los precios de compra o de venta u otras condiciones de transacción b) limitar o controlar la producción, el mercado, el desarrollo técnico o las inversiones c) repartirse los mercados o las fuentes de abastecimiento d) aplicar a terceros contratantes condiciones desiguales para prestaciones equivalentes, que ocasionen a éstos una desventaja competitiva e) subordinar la celebración de contratos a la aceptación, por los otros contratantes, de prestaciones suplementarias que, por su naturaleza o según los usos mercantiles, no guarden relación alguna con el objeto de dichos contratos La STJUE de 1 de junio de 1999, Eco Swiss, asunto C-126/97, vino a determinar que estos preceptos del TFUE constituyen disposiciones fundamentales de funcionamiento del mercado interior. La labor del TJUE ha sido intensa en la identificación del concepto de empresa como destinataria de las normas del Derecho de la competencia, estableciéndose que es el ejercicio profesional de una actividad económica de cualquier género, que ofrezca bienes o servicios para el mercado, con independencia del estatuto jurídico de dicha entidad y de su modo de financiación, concepto no coincidente necesariamente con el de empleador laboral al ser mucho más restrictivo32. El TJUE ha entendido que el control directo o indirecto de una sociedad sobre otra que actúa directamente sobre el mercado, constituye un elemento definitorio a efectos de identificar al sujeto que realiza prácticas colusorias, por lo que no basta con la mera participación societaria en el caso de grupos de empresas, sino que para 32 STJUE de 10 de enero de 2006, Cassa di Risparmio San Miniato, asunto C-222/04; STJUE de 12 de septiembre de 2000, Pavlov, asuntos acumulados C-180/98 a C-184/98; STJUE de 23 de abril de 1991, Höfner y Elser, asunto C-41/90, entre otras. 28 imputar conductas prohibidas por el Derecho de la Competencia, se requiere control efectivo del operador que actúa directamente en el mercado. La conducta colusoria se identifica por la sustitución de la autonomía de decisión de los operadores empresariales individualmente considerados por la concertación entre ellos33, conducta que lesiona los intereses de los consumidores, competidores y de la economía general. No se exige la existencia de contratos expresos entre las empresas que cometan actos colusorios, bastando los acuerdos tácitos34, y excluyéndose los contratos de concesión otorgados por autoridades públicas, como por ejemplo, los ayuntamientos35, para la prestación de servicios públicos. Alcanza la prohibición del artículo 101 TFUE a la actuación de asociaciones empresariales, aún sin ánimo de lucro, y aunque las decisiones revistan la forma de meras recomendaciones36. Igualmente, la calificación jurídica que cada ordenamiento nacional otorgue a los acuerdos que originen prácticas colusorias, no obstará a la aplicación de la disciplina comunitaria, de forma que incluso acuerdos interprofesionales entre organizaciones no dedicadas directamente a operar en el mercado, sino a través de sus asociados, pueden tener esta consideración de prácticas prohibidas37. Esta caracterización de las conductas colusorias ha sido objeto de contraste con el papel que pueden desempeñar los convenios colectivos como posibles acuerdos colusorios, en la medida en que la Comisión Nacional de la Competencia, sobre la base del Convenio de colaboración entre esta institución y el Ministerio de Trabajo38, tiene competencias de intervención sobre aquellos convenio colectivos de ámbito superior a la Comunidad Autónoma que incluyan cláusulas y compromisos que contravengan las disposiciones de la LDC. La CNC recibida la comunicación pertinente por parte de la Dirección General de Trabajo, realiza una primera evaluación preliminar al objeto de emitir informe en el plazo de cinco días. Dicho informe podrá considerar que no hay conflicto con el Derecho de la competencia, en cuyo caso el procedimiento de intervención de la CNC finalizará, o bien, que puede hacer vulneración de la LDC, ampliándose el plazo de estudio hasta diez días. Si hubiera observaciones de la CNC, la DGT pondrá en conocimiento de la comisión negociadora la existencia de las mismas otorgando un plazo de subsanación ordinario que es el mismo para el caso de registro de convenios. Las observaciones, de ser asumidas por la comisión negociadora, darán lugar a la publicación del convenio. Si no fueran asumidas, la DGT y la CNC conservan sus respectivas competencias para actuar de conformidad con sus respectivos procedimientos de impugnación39. Por lo que se refiere al abuso de posición dominante en el mercado, los artículos 102 TFUE y 2 LDC necesitan ser interpretados a la luz tanto de la jurisprudencia comunitaria 33 Vid. Ruiz Peris, J.I., op. cit. pág. 189; STJUE de 8 de Julio de 1999, Anic Participazioni, asunto C-49/92. STJUE de 11 de noviembre de 1990, Sandoz, asunto C-277/87 35 STJUE de 4 de mayo de 1988, Bodson, asunto C-38/87 36 STJUE de 15 de marzo de 2000, Cimenteries CBR, asuntos acumulados T-25/95 y T-26/95; STJUE de 27 de enero de 1987, Verband, asunto C-45/85 37 STJUE de 30 de enero de 1985, Guy Clair, asunto C-123/83 38 Resolución de 1 de febrero de 2010, de la Secretaría General Técnica del Ministerio de Trabajo, BOE de 26 de febrero. 39 Vid. Mazo Venero, M.J., “La aplicación del Derecho de la competencia a los convenios colectivos”, Anuario de la Competencia 2009, UAB, 2010, págs. 177 y ss.; Goerlich Peset, J.M., “Normas laborales y defensa de la competencia”, en Goerlich Peset, J.M. (dir.), Libertades económicas, mercado de trabajo y derecho de la competencia, op. cit. pág. 399; Guamán Hernández, A.,”La aplicación de la Ley de Defensa de la Competencia a los convenios colectivos: crónica de una resolución anunciada”, Relaciones Laborales, 2007-II 34 29 como de la Comunicación de la Comisión Europea de 2009 40, que vino a establecer los elementos identificativos de tales posiciones. En este sentido, el TJUE determinó41que la posición dominante debe permitir a la empresa obstaculizar la competencia efectiva 42 y que su actuación suponga obviar la posible reacción de sus competidores, clientes y consumidores 43. Dicha posición requiere “poder de mercado”44, esto es, cuota de mercado claramente definida, competencia potencial de otras empresas, capacidad financiera y superioridad técnica, para que pueda apreciarse de manera efectiva la conducta prohibida, que, en todo caso, es una conducta propia de la empresa que la ostente y no una mera situación estructural de la misma. En definitiva, debe tratarse de una conducta competitiva que recurra a métodos diferentes de la competencia por eficiencia. 9. LA REINTERPRETACIÓN DE LOS DERECHOS SOCIALES A LA LUZ DEL DERECHO DE LA COMPETENCIA La tensión entre el Derecho de la competencia europeo, sobre el que gira la libertad de empresa, y el Derecho social europeo se ha puesto de manifiesto, como hemos indicado, en la labor del Tribunal de Justicia de la Unión Europea45. El reparto de roles entre la Unión y sus miembros ha estado en permanente tensión, espacialmente por la tendencia al spill-over de la regulación comunitaria, que invade espacios de regulación propiamente nacionales. El potente Derecho de la competencia, y las casi omnímodas libertades económicas comunitarias, han dejado caer su sombra sobre el Derecho del Trabajo por la acción de un Tribunal de Justicia que en este asunto no ha tenido sus mejores actuaciones. Entre los pronunciamientos del TJUE que más ha cambiado las cosas en el ámbito de los ordenamientos laborales nacionales, al margen de su propia relevancia en cuanto a la construcción del Derecho europeo, se encuentra la STJUE de 23 de abril de 1991, Klaus Höfner & Fritz Elser vs. Macrotron, asunto C-41/90, en la que se analizó el monopolio público de la colocación desde la perspectiva del Derecho de la Competencia. En esta sentencia, dictada respecto de uno de los servicios públicos de empleo más reputados, el alemán, presenta a nuestro juicio una doble relevancia. De un lado, fue pionero en la aplicación de las reglas comunitarias de la competencia en los ámbitos tradicionalmente regulados por el Derecho del Trabajo; de otro, forzó cambios sustanciales en la regulación del mercado de trabajo en los Estados miembros, e incluso a nivel mundial. Para el TJUE este modelo de organización de la colocación, que era el predominante en Europa en el momento de pronunciarse, suponía un abuso de posición dominante, incompatible con un Derecho europeo que exige la presencia de múltiples sujetos en éste. Esta decisión fue continuada por otras posteriores, como Merci Generali di Genova46 y Carra47, marcando una línea jurisprudencial que obligó a los Estados miembros más 40 Vid. Comunicación de la Comisión de 24 de febrero de 2009, 2009/C045/02, Orientaciones sobre las prioridades de control de la Comisión en su aplicación del artículo 82 del Tratado CE a la conducta excluyente abusiva de las empresas dominantes 41 Vid. la STJUE de 14 de febrero de 1978, United Brands, asunto 27/76, que constituye la base jurisprudencial para el estudio de la figura 42 STJUE de 18 de febrero de 1971, Sirena SRL, asunto 40-70 43 STJUE de 21 de febrero de 1973, Continental Can, asunto 6-72 44 Vid. Ruiz Peris, J.I., op cit, pág. 197 45 Vid. Rodríguez-Piñero Royo, M, y Gómez Muñoz, J.M., “25 años de jurisprudencia laboral del Tribunal de Justicia de la Unión Europea”, Relaciones Laborales, monográfico, diciembre 2010, págs. 156 y ss. 46 STUJE de 10 de diciembre de 1991, asunto C-179/90 47 STJUE de 8 de junio de 2000, asunto C-258/98. 30 restrictivos en su ordenación del mercado de trabajo a modificar sus legislaciones de empleo internas, admitiendo ciertas formas de iniciativa privada en el ámbito de la intermediación. Y aunque en muchos casos el efecto real fue pequeño, al admitirse tan sólo la iniciativa privada no lucrativa, supuso el inicio de un proceso de superación del modelo tradicional de regulación de la colocación, que llevaba décadas funcionando y que se correspondía con el diseñado por la Organización Internacional del Trabajo en su convenio nº 96 de 1949. Esta misma organización supo reconocer el cambio de paradigma predominante en el Derecho del Empleo, y reaccionó frente al proceso de denuncias de este convenio por parte de Estados europeos con la aprobación de uno nuevo, el nº 181 de 1997, que recoge un marco mucho más permisivo y equilibrado para la iniciativa privada en los servicios relacionados con el empleo. El efecto de la STJUE Macrotron se aceleró porque su doctrina, sirvió de apoyo a pretensiones liberalizadoras de la regulación de los servicios relacionados con el mercado de trabajo. Amparándose en la jurisprudencia comunitaria, y utilizando técnicas de litigación estratégica, forzaron al TJUE a pronunciarse sobre la legalidad de regulaciones nacionales concretas, y así obtener reformas favorables a sus intereses. Las sentencias Job Centre I48 y Job Centre II49 son claros ejemplos de este uso interesado, y de este efecto quizás nos deseado, de un pronunciamiento del TJCE que a casi todos pareció poco meditado y razonado. De una u otra manera, en este caso concreto el Derecho de la Competencia tuvo un impacto real en la evolución de los ordenamientos laborales de los Estados miembros de la Unión, forzando a un auténtico cambio de modelo50. En esta línea, es preciso poner de manifiesto el fallo recaído contra España en la STJUE de 11 de diciembre de 2014, asunto C-576/13, Comisión vs. España, a propósito de la pervivencia del modelo de los puertos de interés general en la actividad de estiba y desestiba que resulta contrario a la libertad de establecimiento, art. 49 TFUE, al imponer a las empresas de otros Estados miembros que deseen desarrollar esta actividad en puertos españoles la obligación de inscribirse en una Sociedad Anónima de Gestión de Estibadores Portuarios y, en su caso, participar en el capital de ésta, así como la obligación de contratar con carácter prioritario a trabajadores puestos a disposición por dicha sociedad anónima51. Los intentos de usar el Derecho de la competencia para forzar reformas de la legislación social nacional continuaron durante las dos décadas posteriores a Macrotron. Así, en la sentencia García vs. Mutuelle de Prevoyance52, se estudió la aplicación de la Directiva 92/49/CEE del Consejo, de 18 de junio de 1992, sobre coordinación de las disposiciones legales, reglamentarias y administrativas relativas al seguro directo distinto del seguro de vida al sistema público de seguridad social francés, entendiendo el TJCE que no cabía porque esta aplicación haría imposible que los seguros sociales cumplieran su función social. En C. Poucet et alia vs Assurances Generales de France et alia53 se estudia una legislación nacional que obliga a los empresarios a contratar la cobertura de cajas de seguros de enfermedad. En FFSA, Paternelle, UAP y CAPMA vs Ministere de l’Agriculture et de la Peche 54, se valoró la 48 STJUE de 19 de octubre de 1995, asunto C-111/94. STJUE de 11 de diciembre de 1997, asunto C-55/96 50 Vid. Rodríguez-Piñero Royo, M. y Gómez Muñoz, J.M., op cit. pág. 165 51 Vid. Rodríguez-Ramos Velasco, Patrocinio Teresa, La relación laboral especial de estibadores portuarios, Trotta, 1997; Rodríguez Piñero y Bravo Ferrer, M., La libertad de establecimiento ex. Art. 49 TFUE y el régimen español de trabajo portuario, Revista de Derecho de las Relaciones Laborales, nº 1, 2015. 52 STJUE de 26 marzo 1996, asunto C-238/94 53 STJUE de 16 de febrero de 1993, asuntos acumulados C-159/91 y C-160/91 54 STJUE de 16 de noviembre de 1995, Asunto C-244/94. Esta sentencia es conocida generalmente como “COREVA”, en atención al sistema de protección social cuya legalidad comunitaria se analiza. 49 31 legalidad comunitaria de un régimen de Seguro de Vejez destinado a completar el régimen básico obligatorio, establecido por la ley con carácter voluntario y que funciona según el principio de capitalización. En las sentencias Albany, Brentjens55, Drijvende Bokken56 y Van der Woude57 lo que se estudia es un fondo de pensiones de afiliación obligatoria por mandato de un convenio colectivo sectorial, sin ánimo de lucro y que cumple una función social. En CISAL vs INAIL58, una entidad aseguradora de accidentes laborales. En Van Schijndel y Van Vee, un fondo profesional de pensiones complementarias59. Resulta singularmente destacado entre todos estos fallos del TJUE contextualizadores de la relación entre Derecho del Trabajo y Derecho de la Economía el pronunciado en el caso conocido como Albany, de 21 de septiembre de 1999, asunto C-67/96. Este asunto produjo en su momento una profunda preocupación en los círculos laboralistas, especialmente tras la publicación de las conclusiones del Abogado General Jacobs, porque se entendía que los efectos de un fallo del Tribunal cercano a las pretensiones planteadas podían resultar devastadores para el mismo Derecho laboral, como mecanismo regulador de un conjunto de relaciones sociales de producción con sus propia reglas y principios. El asunto giraba en torno a la validez de una regla, contenida en un convenio colectivo sectorial, que hacia obligatoria la afiliación de una empresa a un fondo de pensiones. Esta obligación, se alegaba, limitaba la libre concurrencia en el mercado de la protección social complementaria, lo que en última instancia llevó a la Corte a analizar si el convenio resultaba lícito desde la perspectiva del Derecho de la competencia60. El Tribunal adoptó una solución que en general dejó bastante satisfechos a sindicatos, gobiernos y laboralistas europeos en general, afirmando que no resultaban de aplicación estas normas a aquellos acuerdos. En sus palabras, aunque “es verdad que determinados efectos restrictivos de la competencia son inherentes a los acuerdos colectivos celebrados entre las organizaciones representativas de los empresarios y de los trabajadores”, ello no obstante, “los objetivos de política social perseguidos por dichos acuerdos resultarían gravemente comprometidos si los interlocutores sociales estuvieran sujetos al artículo 85, apartado 1, del Tratado en la búsqueda común de medidas destinadas a mejorar las condiciones de empleo y de trabajo”. El Tribunal, siguiendo lo que cien años antes habían hecho ya otros tribunales en los Estados Unidos y en el Reino Unido, diseña un espacio de inmunidad del Derecho Europeo de la Competencia, en el que guarecerse los convenios colectivos en razón de su particular naturaleza y objetivos. Esta doctrina, continuada y consolidada en varios pronunciamientos posteriores61, hizo albergar esperanzas de que el conflicto latente entre Derecho del Trabajo y Derecho de la Economía se había solucionado sin llegar a plantearse. Algunos años después, sin embargo, se pudo comprobar que ello no era así. 55 STJUE de e 21 de septiembre de 1999, asuntos acumulados C-115/97 a C-117/97. STJUE de 21 de septiembre de 1999, asunto C-219/97. 57 STJUE de 21 de septiembre de 2000, asunto C-222/98. 58 STJUE de 22 de enero de 2002, asunto C-218/2000. 59 STJUE de 14 de diciembre de 1995, asuntos acumulados C-430/93 y C-431/93. 60 Vid. Rodríguez-Piñero Royo, M. y Gómez Muñoz, J.M., op. cit. pág. 171 61 Como señala la posterior STJUE VAN DER WOUDE, “en las citadas sentencias Albany, Brentjens' y Drijvende Bokken, este Tribunal de Justicia declaró que los acuerdos celebrados en el marco de negociaciones colectivas entre interlocutores sociales destinados a mejorar las condiciones de empleo y de trabajo no deben considerarse comprendidos, en razón de su naturaleza y de su objeto, en el ámbito de aplicación del artículo 85, apartado 1, del Tratado”. STJUE de 21 de septiembre de 2000, asunto C-222/98. Vid. las críticas a esta jurisprudencia en Guamán Hernández, A., “Normas laborales y defensa de la competencia”, en Goerlich Peset, J.M. (dir), op. cit. pág. 207 56 32 Recientemente, la STJUE de 4 de diciembre de 2014, asunto C-413/13, FNV Kunsten Informatie, en la lógica de la Sentencia Albany, pero en relación a los trabajadores autónomos, ha venido a establecer que cuando los convenios colectivos regulan el régimen retributivo de los trabajadores autónomos, conculcan el art. 101 TFUE en materia de libre concurrencia. Deja, no obstante, el TJUE en manos de los tribunales nacionales la labor de dilucidar si dichos trabajadores autónomos son “falsos autónomos”, en cuyo caso el régimen aplicable sería similar al de los trabajadores asalariados, o si son verdaderos autónomos, en cuyo caso habría conculcación de las reglas de la competencia. El problema, destacado por la doctrina62, es qué ocurre con los acuerdos de interés profesional que regula nuestro Estatuto del Trabajo Autónomo, art. 13 para los trabajadores autónomos económicamente dependientes. Es muy posible que el posicionamiento del TJUE con estos acuerdos fuera contrario a reconocer su compatibilidad con el Derecho del competencia. Después de la Sentencia Albany el TJCE experimentó una deriva hacia unas posiciones mucho más radicales en este aspecto, condicionando la legitimidad de legislaciones laborales nacionales a su adecuación a determinadas reglas extraídas directamente de su Derecho del mercado, en particular de la regulación de las libertades económicas fundamentales de circulación de mercancías y de prestación de servicios. Por un lado, y como se ha visto, fue reduciendo progresivamente el alcance de su doctrina Rush Portuguesa, limitando la aplicación de la potestad de los Estados en los que se prestaban sus servicios trabajadores desplazados para aplicar su legislación laboral nacional a éstos. Por otro, en varios pronunciamientos cuestiona directamente la aplicabilidad de derechos laborales reconocidos en Estados miembros en caso de que éstos concurran con derechos económicos de empresas europeas. En concreto, en un corto espacio de tiempo el Tribunal emitió cuatro fallos de enorme impacto, que contribuyeron a cambiar definitivamente la percepción que de éste se tenía en la Comunidad iuslaboralista europea. De sólido defensor de los derechos sociales pasó a ser visto como uno de sus principales enemigos, sostenedor de una aplicación irracional y desmedida de las libertades económicas comunitarias poniendo en peligro el propio modelo social europeo. La primera de estas sentencias es la de 11 de diciembre de 2007, asunto C-438/05, Viking, en la que la Corte analiza una medida de presión sindical internacional contra una empresa naviera que pretendía deslocalizar un centro de trabajo para beneficiarse de costes laborales inferiores. Los sindicatos mantenían que su derecho de huelga estaba reconocido por la Carta Social Europea y la Carta comunitaria de los derechos sociales fundamentales de los trabajadores; se apoyaban, por otra parte, en lo afirmado por el TJUE en sentencias como Albany, Pavlov y Van der Woude. En una primera cuestión prejudicial se dilucidó si la libertad de establecimiento, excluye de su ámbito de aplicación una medida de conflicto colectivo cuyo resultado puede disuadirla de ejercer esta libertad, a lo que el Tribunal dio una respuesta positiva. En la segunda cuestión se plantea si esta libertad comunitaria puede conferir derechos a una empresa privada que ésta puede oponer a una organización sindical, para lo que la respuesta fue igualmente afirmativa. En consecuencia, el reconocimiento de la libertad de establecimiento opera también respecto de las actuaciones sindicales que intentan, directa o indirectamente, limitarla; y que esta libertad es oponible por sus titulares también frente a organizaciones sindicales. La siguiente sentencia en esta misma serie fue la de 18 de diciembre de 2007, asunto C-341/05, Laval, que giró también en torno a la validez comunitaria de unas medidas de 62 Vid. Cruz Villalón, J. Monográfico sobre el impacto de la jurisprudencia europea en las relaciones laborales en España, Revista Temas Laborales, 130, 2015. págs.. 26-27 33 conflicto colectivo iniciadas por una organización sindical frente a una empresa que pretende instrumentalizar las libertades comunitarias para beneficiarse de las ventajas competitivas que suponen los menores salarios que se pagan en los nuevos Estados de la Unión. A diferencia de Viking, en este caso se manejó también la Directiva 96/71. La línea argumental es similar a la establecida en Viking. El derecho a adoptar medidas de conflicto colectivo forma parte de los principios generales del Derecho comunitario, cuyo respeto garantiza el Tribunal de Justicia; pero su ejercicio puede supeditarse a ciertas restricciones, particularmente cuando se trata de medidas adoptadas contra una empresa que ejercita su derecho a la prestación de servicios. El Derecho Comunitario se aplica a estas medidas de conflicto colectivo; y se aplica también a “las normativas de naturaleza no pública que tengan por finalidad regular colectivamente las prestaciones de servicios”, o sea, los convenios colectivos. En consecuencia, las medidas de presión colectiva deben analizarse desde la perspectiva del Derecho comunitario; en este caso se produce una restricción a la libre prestación de servicios, no justificada suficientemente por razones imperiosas de interés general, y por lo tanto contraria a éste. En un supuesto de hecho más reciente, y siguiendo la estela de la jurisprudencia Viking, la STJUE de 8 de julio de 2014, asunto C-83/13, Fonnship, ha venido a sembrar enormes dudas sobre la proyección extracomunitaria de determinadas normas de orden público laboral como son los convenios colectivos negociados en el sector del transporte marítimo de mercancías. Este fallo ha venido a establecer que si las empresas armadoras navegan con banderas de conveniencia pero están radicadas en el Espacio Económico Europeo (en el caso, Noruega), serán objeto de aplicación de la normativa en materia de competencia por el hecho segundo, esto es, estár radicadas en el EEE. La sentencia abre una incertidumbre importante al no hacer pronunciamiento acerca de la obligación de cumplimiento de las normas de orden público laboral europeo en buques de bandera de conveniencia, que sí serían objeto de aplicación en Noruega. El TJUE continuó su construcción con la sentencia de 3 de abril de 2008, Rüffert, asunto C-346/06, en la que se analiza una normativa nacional relativa a la contratación pública, en cuanto a las condiciones de contratación del personal adscrito al servicio que imponía. En la cuestión prejudicial el tribunal nacional plantea si puede aplicar esta la legislación, que establece la obligación de pagar los salarios fijados en convenio, debido a que no es compatible con la libre prestación de servicios porque representa un obstáculo para las empresas procedentes de otros Estados miembros. La conclusión a la que llega es el Tribunal es que la Directiva 96/71, interpretada a la luz del artículo 49 CE, se opone a una medida como ésta, puesto que puede constituir una restricción que puede impedir, obstaculizar o hacer menos interesante la ejecución de sus prestaciones en el Estado miembro de acogida, sin que se pueda encontrar justificación suficiente a esta restricción ni en el objetivo de garantizar la protección de la organización autónoma de la vida profesional mediante sindicatos, ni en el garantizar la estabilidad financiera de los regímenes de seguridad social, objetivos ambos argumentados por el Gobierno alemán. El Tribunal reconoce que el efecto de dumping social es una posible consecuencia de la libertad de prestación de servicios; y que para evitarlo está la directiva, que es en sí misma una restricción de dicha libertad justificada por razones de interés social. Esta Directiva fija el equilibrio entre la protección de los trabajadores y la libertad de los empresarios; por lo tanto, ir más allá de lo que ésta establece supone una restricción excesiva de la libertad comunitaria, ilegítima por ello. La directiva es el máximo, no un mínimo como son por lo general las normas laborales comunitarias. En la línea de la jurisprudencia Rüffert, encontramos la STJUE de 18 de septiembre de 2014, asunto C-549/13, Bundesdruckerei, que negará al ayuntamiento de Dortmund 34 (Alemania) la posibilidad de incorporar, por incompatibilidad con el art. 56 TFUE que regula la libre prestación de servicios, a los contratos públicos cláusulas que regulen salarios mínimos pactados con los trabajadores del servicio, lo que viene a confirmar un posicionamiento rígido frente al papel que la negociación colectiva puede desempeñar en la dinámica de la libre prestación de servicios. Otra de estas sentencias, tan controvertidas y contestadas, es la de 19 de junio de 2008, Comisión de las Comunidades Europeas v. Gran Ducado de Luxemburgo, asunto C-319/06, en la que el TJUE estudia la validez de una Ley nacional de transposición de la Directiva 96/71que declaraba una serie de regulaciones nacionales como normas imperativas, de obligado cumplimiento para los prestadores de servicios que desplacen trabajadores a su territorio. El Tribunal entiende que la reserva de orden público constituye una excepción al principio fundamental de la libre prestación de servicios, que debe ser interpretada de forma restrictiva y cuyo alcance no puede ser determinado por los Estados miembros unilateralmente. Hay que operar, pues, con un concepto comunitario de éste; concepto que estaba ya presente en la misma Directiva. En la opinión del Tribunal, la calificación de disposiciones nacionales de leyes de policía y de seguridad por un Estado miembro se refiere a las disposiciones nacionales cuya observancia se ha considerado crucial para la salvaguardia de la organización política, social o económica del Estado miembro de que se trate, hasta el punto de hacerlas obligatorias para toda persona que se encuentre en el territorio nacional de ese Estado miembro o con respecto a toda relación jurídica localizada en él. El apartado 10 del artículo 3 no exime a los Estados miembros de cumplir las obligaciones que les incumben en virtud del Tratado y, concretamente, las relativas a la libre prestación de servicios; a la hora de utilizarlo para decidir la aplicación de una determinada materia a los prestadores de servicios extranjeros deberá tener en cuenta no sólo lo previsto en la directiva, sino también el principio general de no restringir esta libertad. La Directiva 96/71, ha sido objeto de una profusa jurisprudencia no exenta, como se ha visto, de polémica. Uno de los últimos fallos se produce con la STJUE de 12 de febrero de 2015, Sähköalojen ammattiliitto ry, asunto C-396/13, que referencia la jurisprudencia surgida de la STJUE Laval. En este caso se dilucidaba la validez de una norma polaca alegada por una empresa de esa nacionalidad que desplazaba a sus trabajadores a Finlandia, que negaba la legitimación a los sindicatos finlandeses del sector eléctrico a poder plantear ante sus propios tribunales una reclamación por créditos salariales reconocidos en el convenio finlandés del sector a estos trabajadores desplazados. El TJUE tras reafirmarse en la tesis nacida con Laval, según la cual la Directiva 96/71 no sólo garantiza los derechos de los trabajadores en el Estado de acogida, sino la libre competencia entre las empresas que operan en el mercado único europeo, negó la posibilidad de que la empresa polaca impidiera a los sindicatos finlandeses ejercer acciones judiciales de reclamación de salarios para sus propios trabajadores desplazados. Lo interesante del caso es que, siete años después, la línea jurisprudencial del TJUE parece no haberse quebrado. Para finalizar este recorrido, y en la línea de la jurisprudencia inaugurada por la STJUE Albany, es preciso hacer mención de la STJUE de 4 de diciembre de 2014, FNV Kunsten Informatie, asunto C-413/13 que ha venido a establecer, fiel a aquella jurisprudencia que hizo objeto de control de las normas sobre competencia a los convenios colectivos, que el Derecho de la Unión debe interpretarse en el sentido de que únicamente quedará excluida del ámbito de aplicación del artículo 101 TFUE, apartado 1, la disposición de un convenio colectivo que establezca unos honorarios mínimos para el prestador autónomo de servicios que esté afiliado a una de las organizaciones de trabajadores que celebran dicho convenio y 35 que a través de un contrato por obra o servicio realice para un empresario la misma actividad que los trabajadores por cuenta ajena de éste en el supuesto de que este mismo prestador sea un “falso autónomo”, es decir, un prestador que se encuentra en una situación comparable a la de esos trabajadores, correspondiendo al tribunal remitente proceder a tal apreciación. 10. APUNTES FINALES SOBRE SOSTENIBILIDAD SOCIAL DEL MODELO DE LIBRE COMPETENCIA EN EUROPA El sistema normativo de los Tratados, sobre los que el TJUE se pronuncia constantemente en sus fallos, determinó desde sus inicios la existencia de un procedimiento legislativo único para el desarrollo de la libertad de empresa y de normas sociales en el mercado interior. Normas sociales del mercado interior son aquellas con contenido netamente laboral que se vinieron desarrollando por un procedimiento de unanimidad dentro del capítulo del antiguo Tratado destinado al desarrollo de normas del mercado interior63. Un primer efecto formal que estas normas evidenciaban es que estas normas sociales, estas directivas sociales del mercado interior, tenían que ser aprobadas por unanimidad pues aproximan legislaciones nacionales con incidencia en el establecimiento y funcionamiento del mercado interior. Por tanto, dentro del acervo social comunitario debían ser normas de referencia puesto que no sólo sirven a los 63 Singularmente, pueden destacarse la Directiva 75/117/CEE del Consejo, de 10 de febrero de 1975, relativa a la aproximación de las legislaciones de los Estados Miembros que se refieren a la aplicación del principio de igualdad de retribución entre los trabajadores masculinos y femeninos cuya base jurídica era el artículo 100 TCE. Con posterioridad la Directiva 86/378/CEE del Consejo de 24 de julio de 1986 relativa a la aplicación del principio de igualdad de trato entre hombres y mujeres en los regímenes profesionales de seguridad social y la Directiva 86/613/CEE del Consejo de 11 de diciembre de 1986 relativa a la aplicación del principio de igualdad de trato entre hombres y mujeres que ejerzan una actividad autónoma, incluidas las actividades agrícolas, así como sobre la protección de la maternidad, ambas aprobadas con la base jurídica del art. 100 TCE –art. 115 TFUE- cierran el elenco de directivas en materia de igualdad integradas dentro de las normas del mercado interior. También se encuentran en esta situación la Directiva 80/987/CEE del Consejo, de 20 de octubre de 1980, sobre la aproximación de las legislaciones de los Estados Miembros relativas a la protección de los trabajadores asalariados en caso de insolvencia del empresario que también se fundamentaba en el art. 100 TCE y la Directiva 98/59/CE del Consejo de 20 de julio de 1998 relativa a la aproximación de las legislaciones de los Estados miembros que se refieren a los despidos colectivos, fundamentada también en el antiguo art. 100 TCE, así como la Directiva 2001/23/CE del Consejo, de 12 de marzo de 2001, sobre la aproximación de las legislaciones de los Estados miembros relativas al mantenimiento de los derechos de los trabajadores en caso de traspasos de empresas, de centros de actividad o de partes de empresas o de centros de actividad. Con igual base jurídica están la Directiva 83/477/CEE del Consejo, de 19 de septiembre de 1983, sobre la protección de los trabajadores contra los riesgos relacionados con la exposición al amianto durante el trabajo (segunda Directiva particular con arreglo al artículo 8 de la Directiva 80/1107/CEE), única directiva en materia de seguridad y salud laboral que se integra dentro de las normas del mercado interior, o la Directiva 91/533/CEE del Consejo, de 14 de octubre de 1991, relativa a la obligación del empresario de informar al trabajador acerca de las condiciones aplicables al contrato de trabajo o a la relación laboral. Finalmente, encontramos Directiva 97/74/CE del Consejo, de 15 de diciembre de 1997, por la que se amplía al Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte la Directiva 94/45/CE sobre la constitución de un comité de empresa europeo o de un procedimiento de información y consulta a los trabajadores en las empresas y grupos de empresas de dimensión comunitaria con base jurídica en el antiguo art. 100 TCE. Sorprende que la Directiva 94/45/CE no tenga la misma base jurídica que la que amplía sus efectos a aquel Estado miembro que, en su momento, se acogió al mecanismo del Acuerdo sobre Política Social anexo al 14º Protocolo del Tratado de Maastricht para no aprobarla. De hecho, la base jurídica de la Directiva sobre el comité de empresa europeo se encuentra, entre otros, en el art. 17 de la Carta de Derechos Sociales Fundamentales y se integra plenamente dentro de los procedimientos normativos de la política social que se regulaban en el antiguo artículo 189.C TCE 36 objetivos desarrollados en el artículo 151 TFUE en materia de política social64, sino que forman parte de las normas del mercado interior sobre la base del máximo grado de consenso entre los Estados miembros. Esta pertenencia implica necesariamente su adecuación sistemática a las normas que regulan la libre competencia y la fiscalidad, pues al encuadrarse dentro del mismo marco su interacción con estas normas debe ser, como mínimo, respetuosa con ellas, pero, a la vez, las normas sobre competencia y fiscalidad deben mantener recíproca relación de respeto normativo con estas directivas sociales. El marco debe funcionar armónicamente en todas direcciones. Las normas que construyen y soportan estructuralmente el marco del mercado interior responden a una misma finalidad, que es la integración del mercado único europeo con normas de libre competencia, fiscalidad y derechos sociales aceptadas unánimemente por todos los Estados miembros. El hecho de que el Tratado de Lisboa haya conectado sistemáticamente a las normas sobre libertad de establecimiento, libre circulación de personas y servicios, así como a las normas sobre capitales y pagos, no hace más que apoyar la tesis de que la construcción del mercado interior no puede seguir realizándose como hasta ahora, es decir, contando esencialmente con las normas sobre libre competencia y fiscalidad y mediante una regla de unanimidad. Si el mercado común europeo es desde sus orígenes en 1957 un espacio de libertad, integrado por las cuatro libertades básicas, no tiene mucho sentido que, todavía hoy, para construir normativamente ese mercado interior las únicas normas que cuenten sean las normas sobre competencia y sobre fiscalidad. Pero la realidad es que las normas sobre libre circulación de personas y servicios y libertad de establecimiento, se han desarrollado al margen del mercado único, y sólo han tenido en cuenta el hecho de las migraciones reales de personas en el interior de ese mercado. Es decir, son normas que han respondido a estímulos, a los estímulos de un mercado que en unos momentos históricos exigió movimientos masivos de mano de obra con una serie de necesidades de tipo laboral, de reconocimiento de igualdad de condiciones de trabajo, de reagrupamiento familiar, de escolarización de hijos, etc. Nunca se han valorado las normas sobre libre circulación desde la óptica de la libre competencia, porque si así se hubiera hecho desde un principio, y para ello habría que haber empleado la regla de la unanimidad, probablemente el mercado único europeo habría alcanzado a estas alturas de la historia de la Unión Europea un grado de integración y desarrollo inimaginables. Lo que ha venido sucediendo y lo que está sucediendo desde la óptica social en la construcción del mercado único europeo sí se conoce ya. Faltan, quizás, las valoraciones adecuadas acerca de cómo se ha integrado lo social con lo comercial dentro de ese mercado único. Y ello no es fácil, insistimos una vez más, porque la dispersión temática de las normas sociales integradas en el marco de normas del mercado interior es grande. La regulación de los despidos colectivos, la protección por insolvencia empresarial y la protección de derechos en caso de transmisión de empresas responde, necesariamente, a la necesidad de equiparar los efectos dentro del mercado interior que las situaciones de crisis de empresa pueden generar 64 El primer párrafo del artículo 151 establece que la Comunidad y los Estados miembros, teniendo presentes derechos sociales fundamentales como los que se indican en la Carta Social Europea, firmada en Turín el 18 de octubre de 1961, y en la Carta comunitaria de los derechos sociales fundamentales de los trabajadores, de 1989, tendrán como objetivo el fomento del empleo, la mejora de las condiciones de vida y de trabajo, a fin de conseguir su equiparación por la vía del progreso, una protección social adecuada, el diálogo social, el desarrollo de los recursos humanos para conseguir un nivel de empleo elevado y duradero y la lucha contra las exclusiones. 37 sobre colectivos importantes de trabajadores. Esto tiene, a su vez, un evidente efecto sobre la libre competencia, porque impide que las empresas puedan obtener ventajas competitivas del hecho de que las disposiciones nacionales en materia de despidos colectivos, insolvencia empresarial y transmisión de empresas puedan ser diferentes. Esa es la línea a la que apunta el artículo 116 TFUE según el cual en caso de que la Comisión compruebe que una divergencia entre las disposiciones legales, reglamentarias o administrativas de los Estados miembros falsea las condiciones de competencia en el mercado común y provoca, por tal motivo, una distorsión que deba eliminarse, procederá a celebrar consultas con los Estados miembros interesados. Añade el precepto que si tales consultas no permitieren llegar a un acuerdo para suprimir dicha distorsión, el Parlamento Europeo y el Consejo adoptarán, con arreglo al procedimiento legislativo ordinario, que es un procedimiento por mayoría cualificada, las directivas necesarias a este fin. Igualmente, podrán adoptar cualesquiera otras medidas apropiadas previstas en el propio Tratado65. Por esta razón, resulta poco comprensible que otras normas, como por ejemplo todas las directivas relacionadas con el principio de igualdad cuyo fundamento jurídico está en el artículo 19 TFUE, no sean consideradas, salvo las excepciones que ya hemos señalado más arriba, normas del mercado interior. Si hay alguna directiva que pueda tener incidencia sobre las normas de libre competencia y la construcción del mercado interior esa es, sin duda, la Directiva 76/207/CEE que garantiza la igualdad de tratamiento en el empleo entre hombres y mujeres. Es obvio que las diferencias de tratamiento entre sexos constituyen una ventaja competitiva real, fundamentada en un claro dumping social, que es aprovechada por muchas empresas para obtener posiciones de ventaja en el mercado interior. De ahí que estuviera claramente justificada la inclusión de esta directiva en el marco señalado. ¿Será lícito pensar que el legislador comunitario valora, antes de fundamentar cualquier disposición normativa en el artículo 115 TFUE, si los efectos de integrar una directiva social en el marco de normas del mercado interior pueden resultar perjudiciales para la libre competencia? ¿Cabe pensar que la introducción de una directiva social dentro del marco de las normas del mercado interior es una elección política interesada que valora primero los efectos comerciales de dicha medida antes que los sociales? Desde luego no hay que descartar el efecto disuasorio que provoca en la Comisión la puesta en marcha de un procedimiento normativo basado en la regla de la unanimidad. Cada vez es más difícil avanzar por esa vía. Pero ello no debería ser justificación al hecho de que tan pocas normas sociales se hayan integrado dentro de la base jurídica del artículo 115 TFUE, máxime cuando las demás normas sobre derecho de la competencia y fiscalidad están aprobadas según esa regla. A esta realidad, hay que añadir el hecho indiscutible de que la aproximación de legislaciones sociales por la vía de la directiva es un mecanismo al que el Tratado de Niza 66, precursor de las tres ampliaciones posteriores de la Unión y de la aprobación del Tratado de Lisboa, puso en cuestión desde que su artículo 2 modificara el entonces artículo 137.2 TCE, hoy art. 153.2.a) TFUE, en el sentido de excluir la armonización de las disposiciones legales y reglamentarias de los Estados miembros en materia social y en el de rebajar el grado de 65 Vid. Aguado Mendoza, R.M., “Permanencias y cambios en el Consejo Europeo, el Consejo y la Comisión a la luz del proyecto de Tratado Constitucional. Sus luces y sus sombras”, en AAVV, Gómez Corona, E., Gutiérrez Vega, P., y Leñero Bohórquez, R. (coord.), Una Constitución para la ciudadanía de Europa, op. cit., págs. 234-246; igualmente, en la misma obra colectiva, Sánchez Sáez, A.J., “La democratización de las fuentes del Derecho en el proyecto de Constitución europea”, op. cit., págs. 267-277. 66 DO C 80 de 10 de marzo de 2001. 38 incidencia de las directivas sociales a la mera fijación de normas de mínimos de aplicación progresiva y no obstaculizadoras de la creación y desarrollo de las PYME67. Por su parte, el artículo 151 TFUE68, que sirve de pórtico a la política social comunitaria, recoge una aseveración que, aunque pudiera parecer una fórmula retórica, en realidad es una declaración de principios que indica claramente por dónde vienen dirigiéndose las políticas sociales en Europa. Los párrafos 2º y 3º de este precepto establecen que la Unión Europea y los Estados miembros emprenderán acciones en las que se tenga en cuenta la diversidad de las prácticas nacionales, en particular en el ámbito de las relaciones contractuales, así como la necesidad de mantener la competitividad de la economía de la Unión. Consideran que esta evolución resultará tanto del funcionamiento del mercado común, que favorecerá la armonización de los sistemas sociales, como de los procedimientos previstos en el presente Tratado y de la aproximación de las disposiciones legales, reglamentarias y administrativas. Es decir, además de que el legislador comunitario no recurre motu proprio a integrar normas sociales dentro del marco del mercado interior, existe una justificación de principio, recogida en el pórtico a la política social, que avalaría toda omisión reguladora por parte de la Comisión, esto es, la creencia soteriológica en la bondad armonizadora del mercado común, que justificaría la no adopción de normas sociales de armonización integradas dentro de las normas del mercado interior. ¿Una desregulación por omisión encubierta?69. No es fácil sentenciarlo, pero la realidad es que, abandonada toda armonización social a la suerte de un mercado común o interior que de manera natural debe propiciarla –ex artículo 153.2.a) TFUEy rebajada la directiva social a su mínima expresión para que no pueda constituir un obstáculo a la libre competencia –ex artículo 153.2.b) TFUE- no es difícil imaginar por qué existen tan pocas disposiciones sociales dentro del marco normativo del mercado interior en Europa. Sencillamente, el legislador comunitario parte de un convencimiento previo en la actuación 67 El art. 153.2 TFUE establecé que para la consecución de los objetivos sociales del art. 151 TFUE la Comisión apoyará las iniciativas de los Estados miembros, y a tal fin “a) podrá adoptar medidas destinadas a fomentar la cooperación entre los Estados miembros mediante iniciativas para mejorar los conocimientos, desarrollar el intercambio de información y de buenas prácticas, promover fórmulas innovadoras y evaluar experiencias, con exclusión de toda armonización de las disposiciones legales y reglamentarias de los Estados miembros; b) podrá adoptar, en los ámbitos mencionados en las letras a) a i) del apartado 1, mediante directivas, las disposiciones mínimas que habrán de aplicarse progresivamente, teniendo en cuenta las condiciones y reglamentaciones técnicas existentes en cada uno de los Estados miembros. Tales directivas evitarán establecer trabas de carácter administrativo, financiero y jurídico que obstaculicen la creación y el desarrollo de pequeñas y medianas empresas.” 68 La transformación más importante que ha recibido el antiguo artículo 117 TCE vino de la mano del Tratado de Ámsterdam que le dio su actual formulación, aunque el último párrafo del precepto, que es el que se comenta en el texto, ha permanecido invariable desde la creación de Comunidad, lo que viene a indicar que la creencia en la bondad natural del mercado común es una idea primigenia que no ha cambiado en medio siglo de Comunidad Europea. 69 Lo que resulta evidente es que los desarrollos de la Estrategia de Lisboa están sometidos a una dinámica de simplificación normativa que puede derivar en desregulación. Vid. al respecto Comunicación de la Comisión de 25 de octubre de 2005, COM(2005), 535 final, “Aplicación del programa comunitario sobre la estrategia de Lisboa: Una estrategia para la simplificación del marco regulador”, en cuya pág. 2 se afirma que “El desarrollo de la Unión Europea en el último medio siglo ha generado un amplio corpus de legislación comunitaria, el «acervo» comunitario, en el que a menudo se han sustituido veinticinco conjuntos de normas por uno solo, ofreciendo a las empresas un marco jurídico más seguro y unas condiciones más justas para sus actividades. Este acervo ha sido fundamental, por ejemplo para establecer el mercado único, desarrollar la política de medio ambiente de la UE y fijar niveles de protección de los trabajadores y los consumidores a escala comunitaria. Pero la legislación puede también entrañar costes, frenar la actividad empresarial, desviar recursos de un uso más eficaz y, en algunos casos, obstaculizar la innovación, la productividad y el crecimiento. Se busca, pues, un equilibrio adecuado para que, además de necesario, el marco regulador sea sencillo y eficaz”. 39 natural del mercado común –la libertad de empresa y el Derecho de la competencia- en pro de la mejora de las condiciones de vida y trabajo de los ciudadanos y, consiguientemente, sólo adopta directivas sociales en el marco de ese mercado interior cuando, existiendo una situación política propicia para alcanzar acuerdos por unanimidad, dichas directivas puedan contribuir a la mejora de la situación de libre competencia en el mercado70. Junto a esta tesis, condescendiente en grado sumo con la bondad natural de la libre competencia para propiciar un marco social sostenible, nos inclinamos también por avanzar otra mucho menos complaciente. El mercado único europeo debe competir globalmente con otros mercados mundiales mucho más desregulados socialmente y, por ello, en una situación competitiva más favorable desde el punto de vista de los costes sociales y laborales. Esto supone una desventaja estratégica desde la óptica de la competencia de las empresas europeas, sometidas a un marco regulatorio laboral más constrictivo que el norteamericano, el japonés, el chino, el indio o el del sudeste asiático. Las “normas sociales del mercado interior” actúan, desde esta perspectiva, como un mínimo común denominador social que impide la autocompetencia de empresas europeas dentro del mercado único de la Unión Europea. Pero, al mismo tiempo, ese zócalo social mínimo del que hablaba Delors a finales de los ochenta y que evita el dumping social interior, constituye una barrera de máximos regulatorios que el mercado único no quiere rebasar porque así se pueden mantener aún estándares mínimos de competitividad interna entre empresas europeas que permitan mejorar el grado de competencia, eficiencia y productividad de las mismas de cara a las exigencias competitivas del mercado global. Es decir, no hay más normas sociales del mercado interior porque, en definitiva, la Unión Europea ve una oportunidad competitiva en la existencia de mercados de trabajo nacionales con marcos regulatorios diferentes. Alcanzados ya los estándares mínimos y comunes de protección social –y en ello se afanan ahora con una preocupante deriva desreguladora los Estados de la ampliación- la diversidad contribuye a la mejora de la competitividad general de las empresas de la Unión Europea de cara a los mercados globales rivales. La “prueba del nueve” de esta tendencia nos la proporciona el propio TFUE, que, de un lado, instaura en su artículo 9 una cláusula de “sostenibilidad social” de las políticas del mercado interior 71, pero, por otro, destierra la aproximación de legislaciones sociales por la vía de la Directiva en el artículo 153.2.a) y abandona la vía de la unanimidad para desarrollar el mercado único. ¿Un triunfo de la lógica de la libre competencia sobre la lógica del trabajo? ¿Más mercado único con menos identidad social europea?72 Con este marco jurídico, cargado de una intencionalidad económica evidente, no debe extrañar, por tanto que el TJUE haya venido fallando en el sentido expresado en los apartados anteriores. Hay una clara subordinación, diseñada desde los propios Tratados, del Derecho social al Derecho de la competencia, siendo 70 El legislador lo expresa abiertamente en el art. 151, párrafo 3º, en sede de política de social, cuando afirma “…que esta evolución será consecuencia tanto del funcionamiento del mercado interior, que favorecerá la armonización de los sistemas sociales, como de los procedimientos establecidos en los Tratados y de la aproximación de las disposiciones legales, reglamentarias y administrativas”. 71 El artículo 9 TFUE dice, “En la definición y ejecución de las políticas y acciones contempladas en la presente Parte, la Unión tendrá en cuenta las exigencias relacionadas con la promoción de un nivel de empleo elevado, con la garantía de una protección social adecuada, con la lucha contra la exclusión social y con un nivel elevado de educación, formación y protección de la salud humana”. Añadamos a esto el hecho de que las políticas sociales y de empleo pasan de ser armonizables a ser coordinables 72 Vid. las reflexiones de Benjamín, P., “Who Needs Labour Law?. Defining the Sope of Labour Protection., en AAVV. Labour Law in an Era of Globalization, op. cit., págs. 75 y ss.; D’Antona, M., Labour Law at the Century’s End: An Identity Crisis?, op. cit., pág. 40. 40 evidente que la libertad de empresa viene elevada por el propio Derecho de la Unión Europea a la categoría de fundamento de desarrollo de la política social. Por lo que se refiere al proceso de modernización de la legislación europea de competencia, la Comunicación de la Comisión de 2004 sobre una política de competencia proactiva para una Europa competitiva73, marcó un antes y un después en el desarrollo de esta política central de construcción del mercado interior. Esta política proactiva de competencia, se encuentra indisolublemente ligada a la Estrategia Europa 2020, que debe concluir su programa de reformas económicas destinadas a convertir a la Unión Europea en la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo. La idea central sobre la que gira esta política de la competencia en Europa es toda una reafirmación en los ideales de una economía libre de mercado: la política de la competencia contribuye a la competitividad y al crecimiento económico. Para la Comisión, la competitividad es un indicador de la capacidad de una economía de crear bienes y servicios valiosos de manera productiva en un mundo globalizado al objeto de aumentar el nivel de vida de los ciudadanos y generar niveles de empleo elevados74. Los valores a tener en cuenta por la Comisión son, básicamente, la competitividad y la productividad. La competencia vigorosa favorece ambos valores en un proceso que recompensa a las empresas que ofrecen precios más bajos, mayor calidad, productos nuevos y una oferta de productos más amplia. Pero, ¿está produciendo una mejora en la calidad de vida de los trabajadores y en sus condiciones de trabajo? Este planteamiento acerca de la competencia está claramente volcado hacia el crecimiento económico y el crecimiento de la productividad. En eso consiste la política proactiva de competencia. No se puede, más allá del alcance de esta modernización, olvidar en qué tipo de economía se están produciendo estos cambios proactivos, y para ello tendremos que volvernos a los artículos del Tratado que trazan el perfil de este marco económico. Según el artículo 119 TFUE, antiguo art. 4 TCE, la adopción de una política económica por parte de la Unión Europea se llevará a cabo de conformidad con el respeto al principio de una economía de mercado abierta y de libre competencia75. Economía de mercado abierta y de libre competencia que en la reformulación efectuada por el art. 3.3 TUE, que constituye un referente ineludible a la hora de interpretar la evolución inmediata de las políticas comunitarias, se convierte en “una economía social de mercado altamente competitiva”. Esta es la óptica que nos interesa mantener porque corremos el riesgo de ceñirnos estrechamente al texto de las orientaciones en materia de libre competencia olvidando el cambio que la economía de mercado abierta y de libre competencia debe experimentar hacia una economía “social” de mercado “altamente” competitiva. En definitiva, ponemos otra vez frente a frente a la lógica de la libre competencia y la lógica del trabajo. ¿Es posible una libre competencia proactiva que favorezca la competitividad y la productividad y, a la vez, sea proactiva con lo social? ¿La economía social de mercado es sólo una fórmula retórica o una propuesta de futuro incierta introducida en el TFUE por algún motivo concreto? ¿Se materializará esa economía social de alguna manera tangible?, o, como sucedía con la armonización natural derivada del mercado interior76, 73 Vid. Comunicación de la Comisión sobre “Una política de competencia proactiva para una Europa competitiva”, de 20 de abril de 2004, COM(2004) 293 final. 74 Vid. Comunicación de la Comisión sobre “Una política de competencia…”, op. cit. pág. 3 75 Texto que permanece invariado desde la introducción del art. 3.A en el TCE a través del Tratado de Maastricht. 76 Vid. supra, las reflexiones realizadas al respecto en el apartado 1.4. 41 ¿habremos de conformarnos con esperar los efectos socialmente benéficos de la política proactiva de la competencia? De entrada, el marco definidor de la política de la competencia muestra una irresistible vocación de servicio a los valores de la productividad y la competitividad. En términos de mercado puro, la preocupación de la Comisión, indisimulada, es que unos mercados competitivos garanticen la producción de la variedad y la cantidad deseadas de bienes y servicios, el que éstos respondan de la mejor manera posible a las necesidades de los consumidores y el que sean producidos con el menor coste posible para la sociedad 77. La competencia fuerza a las empresas a innovar y a reorganizar sus actividades económicas para mejorar su estructura de costes y aumentar continuamente su productividad. La aparición de nuevos productos, tecnologías virtuales y procesos más avanzados termina por expulsar del mercado a las empresas ineficaces y reasignar sus recursos productivos a nuevos competidores o competidores más eficientes. Para ello, la Comisión pide que estos procesos estén respaldados por mecanismos adecuados para promover la adaptabilidad de los trabajadores y las empresas, la flexiguridad y las transiciones profesionales de que hablaba el Libre Verde de la Comisión para la Modernización del Derecho Laboral de noviembre de 2006, proceso de adaptación estructural permanente que redunda a largo plazo en una mayor prosperidad. La I+D se frena por la falta de competitividad, y el crecimiento de las empresas para competir a escala mundial sólo es factible en un entorno nacional de competidores locales donde afloren las redes de proveedores y de prestadores de servicios de apoyo especializados. Hasta aquí podemos decir que el discurso oficial sobre la competitividad no nos sorprende y que, desde un punto de vista económico, es congruente con otros discursos globales sobre la libre competencia que desde instancias internacionales, G-20, G-8, OMC, FMI, Banco Mundial, OCDE, se pronuncian a menudo y constituyen una suerte de doctrina oficial acerca de la libre competencia en una economía de mercado abierta. Y todo ello, sin contar con los efectos devastadores de una crisis económico-financiero-social que ha indicado el camino de salida a un capitalismo de casino que se resiste a morir. Pero no podemos olvidar que, a pesar de las dificultades, de las erróneas políticas de austeridad y de la obsesión por la desregulación de los mercados, nos encontramos en un mercado interior europeo, un mercado único e integrado que destaca frente a otros mercados regionales por el hecho de disponer de una política social propia que le confiere un especial carácter social del que el artículo 3.3 TUE tan sólo se hace eco78. Es decir, nuestro modelo de mercado único es ya un mercado social único, por lo que toda reforma en el derecho de la competencia debe tener presente este horizonte si quiere que las reformas sean posibles, esto es, socialmente sostenibles. La cuestión es si merece la pena pagar el precio de perder nuestro modelo social a cambio de mejorar la competitividad de nuestro mercado único79. La respuesta debería ser no. 77 Vid. Comunicación de la Comisión sobre “Una política de competencia…”, op. cit. págs. 3-4 El concepto de economía social de mercado está aún por desarrollar. Mientras el TUE proclama que “La Unión obrará en pro del desarrollo sostenible de Europa basado en un crecimiento económico equilibrado y en la estabilidad de los precios, en una economía social de mercado a altamente competitiva, tendente al pleno empleo y al progreso social, y en un nivel elevado de protección y mejora de la calidad del medio ambiente. Asimismo, promoverá el progreso científico y técnico”. 79 Vid. Ashiagbor, D., The European Employment Strategy, op. cit., págs. 215-235, donde reflexiona acerca de los efectos de las políticas de la OMC sobre la flexibilización de las formas de gobierno en Europa, el “soft law” y el método de coordinación abierta como mecanismo de gobernanza social. 78 42