Don Nicolás Ledesma García y don José María Esperanza y Sola, unidos en el éter del divino arte músico. In Memoriam. © Joaquín Julio Flores Peña.- Santa Cruz de Tenerife, 2009.- Todos los derechos reservados.- All rights reserved. UN MÚSICO EN LA HISTORIA Cuando en la larga evolución del ser humano, los gestos, los signos, la palabra y la escritura, no fueron suficientes para comunicar sus sentimientos más profundos, apareció un lenguaje nuevo, misterioso, seductor, compendio de las formas de expresión conocidas: el lenguaje musical. La música expresa lo más íntimo del compositor: los sentimientos. Los sentimientos simples, pero también los más complejos, y éstos hasta sus últimos vericuetos. Y una vez expresados por su autor, esos sentimientos dejan de ser suyos, pasan a ser “propiedad” de los intérpretes, que los saborean, diseccionan, mezclan y reelaboran, para después transmitirlos al oyente, que vuelve a confundirlos con los suyos, y más que confundirlos, a fundirlos. Incluso el rechazo de una obra musical, va más allá del mero carpetazo con que se puede terminar la lectura de un libro aburrido o del simple bostezo o ¡cállate! de una conversación poco interesante. Para desconectar de la música que escuchamos, no basta con marcharse de la sala de conciertos o con apagar el reproductor, hay que apagar el oído, el gusto, el olfato y el tacto. En definitiva, hay que silenciar el alma humana. Pues bien, don Nicolás Ledesma García, fue uno de estos modeladores, tallistas y escultores de sentimientos: ¡un músico! Y ¡qué músico!: compositor, organista, pianista y sobre todo maestro. Un maestro que dejó un buen número de sabios y virtuosos discípulos, algunos de ellos merecedores de tan alta estima como el docente. ¡Qué mejor elogio para un maestro, si un discípulo le iguala o incluso supera! El musicólogo, crítico musical, compositor, pianista y académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, José María Esperanza y Sola (1834-1905), escribió en la revista “La Ilustración Española y Americana” unos apuntes biográficos de Nicolás Ledesma que guían el presente trabajo. Nicolás Ledesma García nació a la sombra del Moncayo, en Grisel, provincia de Zaragoza, y fue bautizado el 9 de julio de 1791. Sucedía, casi dos años después de iniciarse la Revolución Francesa y de producirse la Toma de la Bastilla, cuando los principios y postulados revolucionarios comienzan a expandirse por toda Europa y sus gobiernos e instituciones se tambalean en 1 medio de una complicada situación política internacional; y unos cinco meses antes de que falleciera el que después sería su compositor idolatrado: Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791). Los progenitores del griselero Nicolás Ledesma fueron Manuel Ledesma Redrado y María Ana García Navarro, que procedentes del pueblo vecino de Los Fayos se habían afincado en Grisel. Todos sus ascendientes más próximos eran naturales de Los Fayos: los abuelos paternos Miguel Ledesma y Antonia Redrado, y los maternos Josef García y Eulalia Navarro. Los padres eran humildes y honrados labradores, que no querían ver a su hijo como ellos, apegados a la tierra, ganándose el pan de cada día con el sudor de su frente, en la más estricta acepción de la palabra. Y por eso, y viendo sus felices disposiciones para la música, no bien cumplida la edad de seis años, tramitaron el ingreso como niño cantor de coro o “seise”. En la capilla catedralicia de Nuestra Señora de la Huerta de Tarazona, aprendió solfeo, órgano y algunos elementos de armonía con sus primeros maestros Francisco Javier Gibert y José Ángel Martinduque más conocido por el apodo de “Martinchique”. Gibert fue elegido maestro de capilla de la catedral de Tarazona, en 1800. En esta época era canónigo de la citada catedral Antonio Allué y Sessé, que más tarde, en 1804, sería nombrado capellán de honor de la Real Capilla de Madrid, y después, en 1820, Patriarca de las Indias Occidentales. El catalán Francisco Javier Gibert, desde su estancia en Tarazona, mantuvo siempre una relación muy estrecha con el influyente y muy cercano a la Casa Real, Allué y Sessé. Así, cuando éste es nombrado capellán de honor, inmediatamente reclama la presencia de Gibert en Madrid, quien en 1804 abandonaría Tarazona para prestar sus servicios en el Monasterio de las Descalzas Reales. A Gibert le sustituyó “Martinchique” en 1806, con mucha probabilidad éste ya estaba vinculado anteriormente a su nombramiento al cabildo catedralicio turiasonense, porque fue seleccionado sólo por informes sin la reglamentaria oposición. Y seguramente, antes de su toma de posesión oficial del magisterio de capilla ya se encargaba de la enseñanza de los niños del coro −y por lo tanto de la de Nicolás Ledesma−, quizá desde el mismo año de la dimisión de Gibert. 2 Nicolás, siguió sus estudios musicales en Zaragoza de la mano de Ramón Ferreñac, primer organista de la Basílica de Nuestra Señora del Pilar desde 1785, con quien estudió más detenidamente el órgano y la composición, ejercitándose en la improvisación, arte que años más tarde llevaría a una perfección sin igual. Miguel Hilarión Eslava Elizondo (1807-1878), insigne músico navarro, en su libro “Museo orgánico español”, escribe sobre una prestigiosa escuela organística de Zaragoza (Nicolás Ledesma, Valentín Metón, José Preciado,…) creada por Ramón Ferreñac, y que junto a la de Montserrat gozaba de una gran reputación a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Hacia 1806, pasó al colegio de infantillos de la catedral de San Salvador de Zaragoza, conocida como La Seo, en la que desde 1756 era maestro de capilla el músico riojano Francisco Javier García Fajer “El Españoleto”, y lo siguió siendo hasta su fallecimiento en 1809 durante el segundo asedio francés a la ciudad zaragozana. García Fajer creó una gran escuela de compositores, surgidos de su enseñanza en el colegio de infantillos, que se extendieron por toda España ocupando numerosos magisterios de capilla, entre otros: Pedro Felipe Aranaz Vides, Francisco Secanilla, Julián Prieto, José Ángel “Martinchique”, Ramón Félix Cuéllar Altarriba, Plácido García Argudo y Nicolás Ledesma. El ilustre zaragozano Mariano Rodríguez de Ledesma (1779-1847), considerado el primer músico romántico español, también fue alumno suyo; era doce años mayor que Nicolás por lo que no es probable que coincidiesen en el colegio. Creció en la inestable y bélica España del siglo XIX, marcada política y socialmente por varias constituciones, regencias, reinados, gobiernos provisionales, restauraciones y la primera república. Tuvo que afrontar la prematura pérdida de sus padres muertos por las tropas napoleónicas en 1808. La inteligencia de Nicolás Ledesma, su actividad, y el deseo insaciable de saber, le hicieron avanzar rápidamente en los estudios. Sólo así se explica, dice Esperanza y Sola, que a la edad de dieciséis años obtuviese la plaza de maestro y organista de la Colegiata de Santa María la Mayor de Borja, que había quedado vacante por pasar su propietario, Pablo Rubla, a desempeñar el magisterio de capilla en la Catedral de Tudela. Ya anteriormente, incluso, había participado en otras oposiciones para ocupar esos mismos cargos en la Colegiata de Santa María de Calatayud, tal como se desprende de una carta de recomendación cursada por García Fajer al cabildo de la de Borja que fue leída, según consta en acta, en sesión del cabildo del 17 de marzo de 1808 −día en que tenía lugar el Motín de Aranjuez que provocó la renuncia a la corona española de Carlos IV en favor de su hijo Fernando VII−: “…se leyó una carta 3 de Don Francisco Xavier García maestro de capilla del Salvador de Zaragoza, …diciendo que si Nicolás Ledesma no lograse el magisterio en Santa María de Calatayud…escribiría para que desde allí pasase a esta iglesia en quien se lograría una persona de habilidad y conducta.” Esto nos indica que Nicolás Ledesma, en el mes de marzo de 1808, opositó al magisterio de capilla de la Colegial de Calatayud, no consiguiendo la plaza. Y que inmediatamente, comisionado por su maestro García Fajer, se dirigió a Borja donde obtuvo la maestría de Santa María, después de demostrar ante el Tribunal un conocimiento profundo de la obra de don Francisco Javier García Fajer y de haber realizado una exposición brillante de la misma. El 26 de marzo de 1808, el cabildo borjano le confirió el magisterio; y el 2 de abril siguiente, su secretario leyó a Ledesma la relación de obligaciones del puesto conferido. Ya ocupando esta maestría, según Esperanza y Sola: “…escribió algunas obras religiosas en las que algo se descubrían los gérmenes de su fecunda inspiración…” Téngase en cuenta que entre las obligaciones de los maestros de capilla estaba la de componer obras musicales para el culto, además de la dirección de la capilla y enseñanza de los infantillos del coro. Situaciones tristes y oprobiosas le tocaron vivir al jovencísimo maestro en Borja, con ocasión de la invasión francesa y de la Guerra de la Independencia. A los dos meses de haber tomado posesión de su cargo, el cabildo de Santa María acordaba elevar rogativas para implorar el auxilio divino y la tranquilidad pública en esas circunstancias, aprobando “que en los tres días de Pascua se cantasen tres misas solemnes con violines con Nuestro Señor expuesto, en el convento de la Purísima Concepción; y en los tres días siguientes se cantasen las letanías por la ciudad con tres misas en la colegial". El 7 de junio de 1808, −el mismo día en que el ejército francés salía de Pamplona dirección a Zaragoza− el cabildo, a requerimiento del ayuntamiento de la ciudad, acordaba entregar a éste una porción de las flautas de metal del órgano más tres o cuatro arrobas de plomo sobrante de la obra del chapitel de la torre de la iglesia, para hacer balas. En sesión del cabildo celebrada el 16 de septiembre de 1808, se leyó una Real Orden para que se hiciese una función implorando “…de Dios Nuestro Señor el desagravio por las profanaciones que en estos reinos han cometido las tropas francesas”. En estos tiempos era frecuente la movilidad de los maestros y músicos de las capillas por el territorio nacional buscando mejoras profesionales y salariales. Así, el 20 de julio de 1809, el cabildo borjano licencia al maestro para ir a concursar al magisterio de capilla de la iglesia parroquial de Santa María de Tafalla, vacante por no haber podido tomar posesión del puesto Francisco Andreví Castellar (7-XI-1786 a 23-XI-1853), como consecuencia de la guerra, que lo había conseguido, mediante oposición, el año inmediatamente anterior. 4 En reunión celebrada el 5 de agosto siguiente, el cabildo, se da por enterado de un memorial de Nicolás Ledesma en el que se despide de su cargo por habérsele conferido el de Tafalla, quedando a disposición y dando las gracias por los favores con que le habían distinguido. Desde 1808, la estratégica ciudad navarra de Tafalla se encontraba ocupada por el ejército francés. En 1813, tiene lugar su liberación por parte de las tropas de Espoz y Mina. Al año siguiente, se produce la salida de los franceses del territorio español, y el regreso de Fernando VII, retenido en Francia por Napoleón. Fernando “el Deseado”, disuelve las Cortes derogando toda la normativa constitucional. Nicolás Ledesma, a mediados de 1814, concurre a la oposición para ocupar la plaza de la maestría de capilla de la Basílica de Nuestra Señora del Pilar en Zaragoza, de cuyo tribunal formaba parte su maestro Ramón Ferreñac. No llegó a obtener el puesto, siendo elegido Antonio Ibáñez Telinga, que ejercía igual cargo en Santa María la Mayor de Borja. Camilo Villabaso, otro de los biógrafos de Ledesma, asegura que el maestro en la época en que Tafalla estaba ocupada “desechó las reiteradas ofertas que le hizo un aristócrata inglés de marchar con él a Inglaterra en busca de un porvenir más halagüeño y más seguro del que podía esperar en su patria,..y a las que hubiera preferido el impetuoso aragonés tomar un fusil para combatir al lado de las fuerzas británicas contra el injusto y odioso morador del patrio suelo.” Y no mucho tiempo después de la liberación de la ciudad, Ledesma, que era clérigo de primera tonsura o de corona, abandonando definitivamente su idea de recibir las órdenes sagradas, “fue a poner la lira de Apolo a los pies de una aguerrida doncella navarra, bella, hacendosa y virtuosísima, con la que vivió ligado en dichosa y santa unión por espacio de medio siglo.” 5 Nicolás Ledesma se casó el 2 de marzo de 1816, en la parroquia navarra de Santa María de Valtierra, con Antonia Ancioa (o Aincioa) Murillo, bautizada el 11 de junio de 1796 en la iglesia de San Juan Bautista de Cintruénigo. Era hija de Jerónimo Ancioa y de Manuela Murillo. Nicolás y Antonia tuvieron una hija, Celestina Ledesma Ancioa, bautizada el 8 de abril de 1822 en la parroquia de Santa María de Tafalla, que más tarde sería compositora y profesora de piano. Ésta se casó con el organista y compositor guipuzcoano Luis Bidaola (1814-ca.1886), natural de la localidad de Segura. Bidaola ejerció su oficio a principios de los años cincuenta en la parroquia de San Saturnino de Pamplona, y posteriormente en la Basílica de Santiago de Bilbao. Entre la descendencia del matrimonio Bidaola-Ledesma se encontraban, María Trinidad, que desde muy joven demostró su buena disposición para el piano, Severiana, que en 1887 se casaría con el político, periodista y escritor vizcaíno Enrique de Olea y de la Encina; otra hija llamada Sofía, y un hijo, Rufino Bidaola Ledesma, músico pamplonés nacido el 18 de noviembre de 1848, que con diecisiete años obtendría el primer premio de piano del Real Conservatorio de Música de Madrid. María Trinidad, contrajo nupcias con Lorenzo Guridi Area, violinista vasco oriundo de Guernica. Y fruto de ese matrimonio nació en Vitoria, el 25 de septiembre de 1886, el biznieto de Ledesma, Jesús Guridi Bidaola, que sería esplendor de la música vasca y española. Jesús Guridi es autor de las óperas Mirentxu y Amaya, de las zarzuelas El Caserío y La Meiga, de las deliciosas Diez melodías vascas, de conciertos como Homenaje a Walt Disney, de música de cámara, coral y religiosa. Fue profesor en el Conservatorio Nacional de Música de Madrid, del que llegó a ser director desde el 30 de mayo de 1956 hasta su fallecimiento el 7 de abril de 1961. En fin, sin duda una de las mayores figuras musicales españolas del siglo XX. Siguiendo el hilo cronológico de la vida de Nicolás Ledesma, lo hallamos desempeñando su cargo en Santa María de Tafalla, consagrado al estudio de las obras de Johann Sebastian Bach, Haendel, Haydn y de Mozart, su autor predilecto. Lo hizo con inusitado ardor y perseverancia, abriéndose un nuevo camino a la inteligencia y talento del maestro. El músico dio rienda suelta a su genio y compuso muchas obras religiosas, en las que desprendiéndose cada vez más de la imitación de los grandes modelos que tenía a la vista, fue imprimiendo el sello de la originalidad a cuanto escribía, adquiriendo un estilo propio, con una melodía espontánea, fácil e inspirada brillando ya en primer término. En estos años se producen en España luchas internas por el poder entre los absolutistas realistas o “blancos” y los constitucionalistas liberales o 6 “negros”. En 1820, Fernando VII se ve obligado a restaurar la Constitución tras el pronunciamiento de Riego y a otorgar el gobierno a los liberales, comenzando el llamado trienio liberal. En 1823, queda abolida otra vez la Constitución de Cádiz y se producen feroces persecuciones contra los liberales que se mantienen fieles a los principios constitucionales. Se inicia la llamada “Década ominosa”, en la que son suprimidas las libertades y derechos del pueblo, entablándose una sórdida lucha entre los dos partidos, blancos y negros, absolutistas y liberales. Esperanza y Sola escribe lo siguiente: “Discurría lenta y solemnemente una procesión por las calles de Tafalla, cierto día de no sé qué año posterior y cercano al de 1823 (de lo cual deducirá el lector que quien me ha referido el suceso no estaba muy seguro de la fecha en que aconteció), cuando un hombre del pueblo, acercándose a un joven prebendado, que por razón de su cargo y no por tener las órdenes sagradas (pues que carecía de ellas), vestía hábitos sacerdotales, le dijo rápidamente unas palabras. No bien las oyó éste, cuando rebujando como pudo, y más que a paso, la capa de coro en que iba envuelto, abandonó la fila y apretó a correr como alma que lleva el diablo, no dándosele un ardite de la falta litúrgica que cometía, y dejando estupefactos a sus compañeros de cabildo y a cuantos fieles presenciaban aquella ceremonia religiosa, los cuales no acertaban a explicarse la causa de aquella salida de tono del maestro de capilla, ni de la fuga que había emprendido, tan antimusical y contraria a todas las reglas del arte. El caso, sin embargo, no era para menos. El aviso de aquella alma piadosa y caritativa no era otro sino que por su causa la procesión iba a concluirse como el Rosario de la Aurora, gracias a una turba de mozos que por una de las calles cercanas asomaba ya, y venía con el pacífico fin de darle una soberana paliza (y aún era de temer que la cosa pasase a mayores), en castigo del color algún tanto pardusco de sus opiniones políticas, en aquella época en que blancos y negros tenían dividida a España, y aquéllos andaban tomando venganza de cuanto éstos les habían hecho sufrir en los llamados tres años, como entonces se decía. El héroe de este suceso, cuyo final me es desconocido, pero que debió hacerse tablas cuando a poco se le vio ejerciendo de nuevo tranquilamente su prebenda, no era otro que el D. Nicolás Ledesma, de quien acabo de hacer mención.” El interesante relato nos dice que la procesión discurría “cierto día de no sé qué año posterior y cercano a 1823”, si tenemos en cuenta que el 1 de octubre de 1823 se puso fin al último foco de resistencia del gobierno liberal en Cádiz y que las tropas francesas del Duque de Angulema repusieron como monarca absolutista a Fernando VII, iniciándose inmediatamente la represión contra los liberales, y que esta importante represión inicial provocó que las potencias europeas presionasen al monarca para que pusiese fin a la misma, 7 por lo que se vio obligado a firmar el Decreto de Amnistía de 1 de mayo de 1824; podemos concluir que los sucesos descritos por Esperanza y Sola tuvieron lugar en los primeros meses del año 1824, seguramente en los últimos días de su cuaresma, dentro del marco de la represión absolutista y con un objetivo claro: el joven −tenía treinta y dos años−, liberal y constitucionalista maestro de capilla de Santa María de Tafalla Nicolás Ledesma. Con la expresión “en castigo del color algún tanto pardusco de sus opiniones políticas”, parece que el autor, y teniendo en cuenta el ideario político de blancos y negros, nos quiere indicar el carácter moderado de la condición liberal del maestro de capilla. El suceso “...debió hacerse tablas cuando a poco se le vio ejerciendo de nuevo tranquilamente su prebenda…”: se deduce que la cosa no fue a mayores y que todo continuó igual. Esto fue así relativamente, porque como consecuencia de esta persecución política, el maestro, abandonó Tafalla. Ese mismo año de 1824, pasó a desempeñar el magisterio de capilla de la Colegial de Santa María de Calatayud. Al año siguiente, cuando consideró que el ambiente hostil hacia su persona había desaparecido de Tafalla, regresó a esa ciudad para hacerse cargo otra vez de su puesto de trabajo. Nos encontramos otra vez a Ledesma opositando para el órgano de la Catedral de Santo Domingo de la Calzada, en el año 1827. Y seguidamente ejerciendo como organista en la iglesia parroquial de San Antón y Santa Natalia del pueblo riojano de Autol. En estos últimos años de la década de los veinte del siglo XIX, José Ángel “Martinchique” –uno de sus primeros profesores−, era maestro en la prestigiosa capilla de la Catedral de Santa María de Calahorra. No sería nada extraño, dada la protección que los maestros procuraban otorgar a los discípulos, que “Martinchique” influyera de alguna manera en el periplo riojano de Ledesma. Y quizá éste, −además de los posibles incentivos económicos que pudiera tener para cambiar de localidad de trabajo− ¿no estaría todavía sujeto a “acoso y derribo” de sus adversarios políticos navarros? Lo cierto es que, en 1830, participó en las oposiciones a organista de la iglesia parroquial y matriz del Señor Santiago de Bilbao, y obtuvo la plaza; abandonando su destino en Autol, donde le sustituyó Blas Hernández Domingo. La fama de sus obras, la sólida reputación de hábil organista de que gozaba, y los brillantes ejercicios que hizo, le abrieron las puertas de la Basílica de Santiago a despecho de todas las cábalas e intrigas que se armaron en su contra. Dos años después, también fue nombrado maestro de capilla por vacante dejada por Pedro de Estorqui. Esperanza y Sola, destaca la ejemplaridad de la vida de Ledesma, hombre honrado, modesto, pero con la conciencia de su propio valer, religioso 8 sin afectación ni gazmoñería, bondadoso hasta la debilidad, salvo en sus ideales políticos, en los que siempre mostró gran energía, y a lo que tal vez no fuera extraña la aventura de Tafalla, que anteriormente se ha relatado; laborioso hasta lo sumo, y consagrado por entero al culto del divino arte y al amor de su familia. Y otra vez tiene que enfrentarse nuestro músico con la guerra. A la muerte de Fernando VII, el 29 de septiembre de 1833, se produce en Bilbao un enfrentamiento entre carlistas y liberales con el triunfo de la causa carlista. El 25 de octubre siguiente, el ejército “cristino” llega a Bilbao poniendo fin al dominio carlista sobre la capital. Posteriormente la capital vasca sufriría en los años 1835 y 1836, varios sitios por parte de las tropas carlistas intentando recuperarla sin éxito. En los siete años que duró esta primera guerra carlista, Nicolás Ledesma debido a las penurias económicas que pasó, compartió sus obligaciones en la maestría de la capilla de Santiago con el desempeño de un puesto de clarinetista en la orquesta del Teatro de la Villa, hasta que con su incansable trabajo y su mérito real e incontestable logró una posición patrimonial más desahogada. Benito Pérez Galdós, en su Episodio Nacional titulado Luchana, cita al maestro Ledesma con ocasión de la narración de los bombardeos sobre Bilbao por parte de las tropas carlistas que tuvieron lugar los días 17 y 18 de noviembre de 1836, y lo sitúa acompañando por la calle a una de las protagonistas y a Manuel Chávarri. El maestro de capilla, es obvio que en estas fechas también estaba donde tenía que estar: fiel a sus ideales liberales. En 1840, en la Real Capilla de Madrid, se escucharon las Misas de Ledesma dirigidas por el propio autor. Ejerció su magisterio con gran efectividad dentro de la capilla bilbaína de Santiago y fuera de ella. Fueron discípulos aventajados suyos, que más tarde llegarían a ocupar un lugar importante en la música vasca y española: José Aranguren de Aviñarro (1821-1903), Antonio Reparaz Cruz (1831-1886), Valentín María de Zubiaurre Urionabarrenechea (1837-1914), Avelino Aguirre Lizaola (1838-1901), Aureliano Valle Tellaeche (1845-1918) y Cleto Zabala Arambarri (1847-1912). Mantuvo una incesante actividad musical durante toda la vida. Su trabajo como compositor, organista y pianista no sólo mereció la admiración y el respeto de la sociedad vasca y española, sino que incluso autores y músicos extranjeros celebraron su obra con exaltación. Louis Moreau Gottschalk, compositor americano y pianista virtuoso, conocedor de la música de Ledesma, le incitó para que publicase sus Estudios para piano, que más tarde serían incluidos dentro de los planes de estudio de la Escuela Nacional de Música y 9 Declamación de Madrid. Francis Planté, gran pianista francés, apodado “le dieu du piano”, elogió altamente la colección de Preludios del maestro de capilla. Presidió la Sociedad Filarmónica bilbaína en 1851. Esta sociedad contaba con una orquesta de cuarenta músicos, y ofreció su concierto inaugural el 22 de febrero de 1852. En 1855, viajó a Lesaka (Navarra) a probar el órgano que Pedro Roqués había construido para el Monasterio de Nuestra Señora de los Dolores de las Carmelitas Descalzas de esa localidad. El viaje continuó hasta Pamplona para visitar a su familia, y a la vez, convencer a su hija y a su yerno, el organista Luis Bidaola, para que trasladasen la residencia a Bilbao, ofreciéndole a éste último trabajar en la Basílica de Santiago. En este año, Grisel −el pueblo de nacimiento del maestro−, se vio especialmente mermado en su población por el azote de epidemias estivales causadas por el tifus y el cólera. De casi 500 habitantes que lo poblaban, murieron 74 de ellos. De éstos, 61 fallecieron en los meses de julio y agosto. En 1857, por motivos de salud se distanció de sus cargos en la Basílica de Santiago. Luis Bidaola, de común acuerdo con Ledesma, le sustituyó en el órgano bajo el beneplácito del ayuntamiento bilbaíno. El 18 de julio de 1860, se produjo un eclipse total de sol que la Revista de Obras Públicas describe en su número 16 del año 1860, y que nos permite revivir el hecho, simultáneamente, en la tierra de adopción del maestro de capilla y en la de su nacimiento. En Bilbao, las observaciones solares se realizaron en ese día tan esperado, por varios profesores del Instituto Vizcaíno con la dirección del físico D. Manuel de Naverán. En el Moncayo, se estableció uno de los puntos más importantes para la observación del fenómeno, reuniendo a una comisión de astrónomos franceses mandada por el gobierno imperial y a otra del Observatorio Astrofísico de Madrid con el Sr. Novella al frente. A este fin el Cabildo de Tarazona, reservó todas las habitaciones del Santuario del Moncayo para hospedaje de los comisionados. Las condiciones meteorológicas fueron parecidas en los dos puestos de observación. En Bilbao, el día amaneció lluvioso con viento del noroeste y cielo muy cubierto; dejó de llover alrededor de las diez de la mañana y comenzó a aclararse después de las once reinando el nordeste, pudiendo hacerse la observación. En el Santuario del Moncayo, el día 10 amaneció en densísima niebla; pero afortunadamente el viento fresco del norte que a mediodía se levantó permitió observar el eclipse. Como efectos curiosos del eclipse, los observadores bilbaínos señalan: “Salieron algunos murciélagos de sus escondrijos, los pájaros parecían inquietos y se retiraban, la mosca común buscaba abrigo bajo las ramas que se habían colocado para proteger del sol a los observadores, y los insectos que se hallaban sobre la flores permanecieron tranquilos en ellas. En los hombres produjo un sentimiento de admiración en unos y de terror en otros”. A la sazón, tenía Nicolás Ledesma sesenta y nueve años recién cumplidos. Y seguro que él se encontraba entre los hombres en los que el fenómeno produjo un sentimiento de admiración. Fue uno de los fundadores del primer coro “La Armonía” (1862), germen del Orfeón Santa Cecilia, que tanta importancia tendría en el desarrollo de la música coral en la capital vizcaína. En 1863, se jubiló oficialmente de sus cargos en la Basílica de Santiago. Bidaola continuó como organista hasta 1865, en que renunció para trasladarse a la iglesia parroquial de San Andrés de Eibar. Durante todo el tiempo en que Luis Bidaola ejerció su oficio en Santiago, estuvo compartiendo parte de sus emolumentos con Ledesma. Desde 1865, y durante dos años, fue organista de la Basílica de Santiago el donostiarra José Antonio Santesteban. En 1866, Ledesma se desplazó a la localidad guipuzcoana de Azpeitia, a petición de su ayuntamiento, para probar el funcionamiento del órgano construido por Juan Amezua para la parroquia de San Sebastián de Soreasu. Emitió informe negativo el 12 de abril. En este mismo año, a los setenta de edad, falleció su esposa Antonia Ancioa Murillo. El maestro de capilla burgalés Cándido Aguayo, sustituyó a Santesteban en la Basílica de Santiago en el año 1867, trabajando en la misma hasta tres años después en que presentó la dimisión. Mientras tanto, pasados unos años desde la jubilación, Ledesma sufre estrechez económica al verse privado del salario que compartía con Luis Bidaola -por renuncia de éste al órgano de Santiago- y de los ahorros que tenía invertidos en una casa de comercio que quebró. Ante esta situación, en 1870, al quedar vacantes otra vez el magisterio y el órgano de Santiago, solicita al ayuntamiento bilbaíno, y este le concede, la reposición en los puestos que tanto tiempo había desempeñado. 11 En 1871, el consistorio bilbaíno, entidades musicales y aficionados, iniciaron los preparativos de un homenaje a Ledesma, y encargaron al pintor Juan Barroeta Anguisolea un retrato del músico. Este retrato actualmente forma parte de la colección del Museo de Bellas Artes de la capital. Era alcalde de la Villa de Bilbao, el liberal fuerista Félix Aguirre Laurencín, que falleció el 4 de octubre de ese mismo año, y su secretario Camilo Villabaso de Echevarría (1838-1889), escritor, periodista e historiador, además de cronista de la ciudad, que sentía una profunda admiración y respeto por Nicolás Ledesma. En la cuaresma de 1872, teniendo el maestro de capilla ochenta años de edad, el Ayuntamiento de Bilbao le nombró bilbaíno de honor y se produjo el homenaje, que en su biografía se describe así: “El Salón de Bilbao (se me dice en un curioso apunte que a la vista tengo), sociedad fundada por los aficionados de aquella villa, organizó una sesión musical en homenaje del respetable Ledesma, cantándose su Stabat Mater, en fa menor, y la grandiosa e inspirada Lamentación del Miércoles Santo, para barítono, con acompañamiento de cuarteto. Se adornó el salón como la solemnidad del caso requería, y en el escenario se colocó un retrato de aquél, hecho por el distinguido pintor Barroeta, y al pie un sinnúmero de coronas. Ledesma, a pesar de su avanzada edad y de que, según confesión propia, no había alcanzado en su vida una ovación comparable a aquélla, aunque lleno de profundo agradecimiento, no estaba afectado, sino jovial y satisfecho, al ver aquella muestra espontánea de cariño y estimación que le daban sus discípulos y admiradores. Justo tributo, añadiré yo, al hombre que, aparte de sus obras, había difundido el amor al arte músico en aquellas provincias; había creado un plantel de artistas, de indisputable valer muchos de ellos, no dándose para ello paz a la mano, ni economizando esfuerzo alguno, sino dedicando todo el tiempo que sus ocupaciones de la Basílica se lo permitían,…” Al mes escaso de celebrado el homenaje, estalló la tercera guerra carlista, y el País Vasco y Navarra se vieron de nuevo teñidos en sangre y destrucción. Las tropas carlistas sitiaron Bilbao desde finales de diciembre de 1873 al 2 de mayo de 1874. Un testigo ocular relata algunos acontecimientos del sitio en la Revista Europea: “El bombardeo continuaba casi sin interrupción, y el día primero de Marzo comenzó a hacer fuego la batería carlista de Ollargan. Continuó de esta suerte durante los primeros días de este mes, arreciando en unos y haciéndose más lento en otros, pero no interrumpiéndose por completo en ninguno. Los destrozos de la población iban en creciente aumento: había casas que contaban varios proyectiles en muy corto trecho… Ocurrían entre tanto algunas desgracias, que no sonaban mucho por verificarse en su mayor parte en gentes del pueblo…El ilustre músico Ledesma, que comparte con Eslava las glorias del género religioso en nuestra patria, y que a pesar de sus 12 ochenta años solía hacer el servicio de veterano, acudía al club de regatas y dirigía el ensayo de algunos cánticos marciales que había compuesto durante el sitio. Todos rodeaban con veneración y respeto a tan eminente profesor y cariñoso amigo.” Esta narración nos muestra el carácter decidido y enérgico de Ledesma y la profundidad de su ideario liberal. El maestro, cuando sucedían los hechos relatados, contaba ochenta y dos años de edad. Compuso la música del himno patriótico ¡Bomba!, letra de Francisco Izaguirre; y la del Himno al ejército libertador con letra de Adolfo Aguirre. Por esta época, destaca la donación de obras musicales realizada por Ledesma a la Biblioteca de la Escuela Nacional de Música y Declamación de Madrid −hoy Real Conservatorio Superior de Música−, ejemplo que años más tarde también seguiría el musicólogo Esperanza y Sola legando a la misma biblioteca una importante selección musical. El navarro Pascual “Emilio” Arrieta Corera, director de la Escuela Nacional de Música y Declamación, promovió la concesión a Nicolás Ledesma de la encomienda de la Real Orden de Isabel la Católica y su nombramiento como profesor honorario del citado centro musical. El 8 de julio de 1878, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando nombró al maestro de capilla académico correspondiente en Bilbao. En cuanto a sus obras, fue tal el número que escribió, que en los últimos años comentaba que había no pocas suyas que podían composiciones ejecutarse ante él sin temor alguno de que las conociera. Hilarión Eslava menciona la obra de Ledesma, a la que considera de indisputable mérito y preferente entre la de los autores españoles contemporáneos. Esperanza y Sola, describe a Ledesma como “…un maestro tan insigne como modesto, y cuyo nombre,… ha de brillar en alto lugar en los fastos de la música religiosa española del siglo XIX.” Como compositor de música sacra, lo encuadra dentro del llamado “género moderno”, en que dando la participación debida a los adelantos del arte, la música conserva el carácter severo y grave que exige el culto religioso. No se equivocó el crítico y musicólogo. El griselero Nicolás Ledesma García sobresale por las muchas e interesantes composiciones, por la fama como organista, la perfección pianística y por el magisterio impartido a lo largo de su dilatada carrera. 13 Entre su producción destaca el primer Stabat Mater, obra magna, y a la vez, la síntesis más sublime y acabada de la inspiración del maestro. Hilarión Eslava la consideraba como una composición excelente. Otras importantes obras suyas del género religioso son: un segundo Stabat Mater, la primera Lamentación del Miércoles Santo, hermosa página de valor incontestable; veinticinco Misas entre las que merecen especial mención las que escribió en re y en fa mayor; Miserere, Ave María, Salve Regina, Letanías y Motetes. En la creación musical para piano u órgano, hay que resaltar seis Sonatas, verdaderos modelos de clasicismo y de pureza de estilo, Sonatinas y Preludios, Estudios para piano, Valses, e Impromptus para piano. Tanto en las grandes obras religiosas como en las composiciones pianísticas, se perciben las influencias de Haydn y de Mozart. La avanzada edad de Ledesma, y el deterioro de la salud, hicieron imposible que en los últimos tiempos de su existencia se dedicase a la composición, la enseñanza y al órgano de la Basílica de Santiago, en el que le sustituyó Aureliano Valle en 1881. El ayuntamiento bilbaíno concedió una pensión al maestro por cuatro años, transmisible a su familia, en justa recompensa por los servicios prestados y en reconocimiento de la alta labor que había desarrollado. Querido y respetado por todos, murió en Bilbao el 4 de enero de 1883, a los noventa y un años de edad. En opinión de Esperanza y Sola, “perdiendo la patria un hombre honrado, merecedor de toda estima y respeto, y el arte músico español, un insigne maestro”. Y así como en el año en que nació se produjo la irreparable pérdida del joven genio Mozart, cuando falleció, quiso el destino que otro gran músico acompañase al maestro de capilla en el último viaje: Richard Wagner (18131883). …… Mucho se ha escrito sobre el desconocimiento por parte de las generaciones más actuales de la música religiosa del siglo XIX. Ello es así. Sin duda se debe a la reforma, revisión, y por que no decirlo, a la exclusión de las iglesias de la música que, hasta finales de dicho siglo, había acompañado el sentir religioso de los creyentes católicos en las celebraciones litúrgicas. La gran labor compositora y pedagógica de la mayoría de los maestros de capilla 14 decimonónicos, fue puesta ya en cuestión por parte de la jerarquía eclesiástica y la crítica musical contemporánea −con Felipe Pedrell a la cabeza− en el último cuarto del siglo XIX, empezándose a considerar su música como poco adecuada, poco “espiritual”, o de otra forma, muy “mundana” o profana para ser interpretada dentro de los templos. Era la crónica de una muerte anunciada. Más que para definirla, para combatirla, se acuñaron términos como música sagrada italianizada, operística, melódica, teatral, dramática u orquestal. Para esta música se entonó el réquiem con el Motu Proprio del Papa Pío X publicado en 1903, considerado el “código de la música sagrada”, que la excluyó definitivamente de su ámbito natural de desarrollo: las iglesias. Las composiciones de Nicolás Ledesma siguieron el mismo camino que el resto de las de sus contemporáneos: el olvido. Aunque, en su caso, el pertinaz empeño de los discípulos, sobre todo de Aureliano Valle, y la profunda huella dejada por el maestro de capilla de la Basílica de Santiago en la memoria colectiva de la sociedad bilbaína, hiciesen que el olvido fuese retardado. Hoy en día es precisamente esa misma sociedad musical bilbaína la que se está empeñando en que, al maestro Ledesma, se le redescubra y valore en sus justos términos. Cualquier amante de la música, en general, y de la religiosa, en particular, si se acerca al Stabat Mater, a las Lamentaciones o a la Salve de Ledesma, podrá comprobar cuán equivocados estaban los agoreros revisionistas de finales del siglo XIX y principios del XX. Es arte verdadero, arte de los sonidos, “divino arte músico” como diría Esperanza y Sola. Llena el espíritu del oyente, ya sea éste laico o religioso. En definitiva, la música del griselero Nicolás Ledesma García, puede tener plena vigencia en la época actual y la tendrá sin duda en el futuro, porque es: ¡música! ¡buena música! ….… 15 Bibliografía y publicaciones periódicas: • Don Fernando el Emplazado.- J.M. Esperanza y Sola.- Revista Europea.Año I, Núm. 7.- Medina y Navarro, Editores. Madrid, 12 de abril de 1874. • El sitio de Bilbao.- Revista Europea.- Año I, Núm. 13.- Medina y Navarro, Editores. Madrid, 24 de mayo de 1874. • Don Nicolás Ledesma.- J.M. Esperanza y Sola.- Revista “La Ilustración española y americana”. Año XXVIII. Núm. XVI y XVII.- Madrid, 30 de abril y 8 de mayo de 1884. • Jesús Guridi (Inventario de su vida y de su obra).- Jesús María de Arozamena.- Editora Nacional.- Madrid, 1967. • Genios de la música española.- La Música Religiosa en el Siglo XIX.- Juan Arnau y Carlos María Gómez.- Zacosa.- Madrid, 1981. • Obras de los maestros de la capilla de música de la colegial de Borja (Zaragoza) en los siglos XVII-XIX.- Emilio Jiménez Aznar.- Institución Fernando el Católico.- Excma. Diputación Provincial.- Zaragoza, 1988. • Catálogo de obras de Jesús Guridi (1886-1961).- Víctor Pliego de Andrés.Centro de Documentación de la Música Española Contemporánea.Fundación Juan March.- Madrid, 1989. • Actos del Cabildo de la colegial y del Capítulo parroquial de Santa María la Mayor de Borja (Zaragoza) 1546-1954.- Emilio Jiménez Aznar.- Institución Fernando el Católico.- Excma. Diputación Provincial.- Zaragoza, 1994. • Diccionario de la Música Española e Hispanoamericana.- Director y coordinador general Emilio Casares Rodicio.- SGAE.- Madrid, 1999-2002. • F.J. García Fajer (1730-1809): hacia una biografía crítica.- Raúl Fraile Jiménez.- Berceo, nº 138.- Logroño, 2000. • Cantos litúrgicos sobre los santos en el archivo catedral.- Miguel Calvo Fernández, Petra Extremiana Navarro, Pilar Camacho Sánchez.- Kalakorikos: Revista para el estudio, defensa, protección y divulgación del patrimonio histórico, artístico y cultural de Calahorra y su entorno.- Núm. 5.- Amigos de la Historia de Calahorra.- Calahorra, 2000. • La música en la Catedral de Burgos.- José López-Calo.- Vol. XIII. Música (IV). Siglo XIX (I).- Cajacírculo.- Burgos, 2003. • ¡Los carlistas en palacio!: la depuración política de la Capilla Real (18341835).- Antonio Manuel Moral Roncal.- Revista Espacio, Tiempo y Forma. 16 Serie V, Historia Contemporánea, Vol. 16.- UNED: Facultad de Geografía e Historia.- Madrid, 2004. • El método teórico-práctico para aprender a acompañar de Ferreñac y Preciado.- Luis Antonio González Marín y María Carmen Martínez García.Nassarre. Revista Aragonesa de Musicología. XXII.- Institución Fernando el Católico.- Excma. Diputación de Zaragoza.- Zaragoza, 2006. • Gente de Grisel.- María Cruz Ramírez.- Boletín informativo nº 30 de la Asociación Cultural La Diezma.- Grisel, agosto 2007. • Cien años de música para órgano en el País Vasco y Navarra (18801980).- Esteban Elizondo Iriarte.- Duo Seraphin.- San Sebastián, 2007. Recursos Internet: - http://www.dpz.es/ifc2/libros/ebook2618.pdf - http://www.ateneodemadrid.net/biblioteca_digital/RevistaEuropea.htm - http://www.euskomedia.org/aunamendi/ - http://www.periodistasvascos.com/imagenes/cap_5.pdf - http://ropdigital.ciccp.es/public/detalle_articulo.php?registro=796 - http://www.asociacionlossitios.com/sitiomallen.htm - http://www.cervantesvirtual.com/hemeroteca/academiabellasartes/ - http://www.musicadehispania.net/aut/s1901.htm 17