EN LAS CARRERAS - Hemeroteca Digital

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!ítúm. 14
E L G R A N BVFON
14,
Semanario ilustrado de humorismo.
Núñez de Balboa.—Teléfono 3.760 —Apartado de Correos 618
EN
LAS
CARRERAS
l'l|'.l|,u
EL VIEJO.—jA los pies de usted, Lolita! (^Aparte.) Antes las hacía; ahora las ve.
Dibujo de R. Marín.
BAJO
EL
—Tres días sin trabajo y dos mudas
malos pasos, no me cabe la menor...
Esa amable sonrisa cotidiana...
El sueño es la paz, porque es el olvido. Cada dia, después de los dolores fatalmente inevitables, tiene la vida unas
horas piadosas. Son en lasque hace que
el sueño pose sus manos de plomo sobre
nuestros párpados. He aqui un gran
bien que no podemos excusarnos de tomar.
En las S(jmbras de la noche —esas
sombras tan temidas de los miserables;
tan rutinariamente abominadas—, pasan
sobre todas las inquietudes sobre todas
las inquietudes sobre todas las desesperanzas, sobre todos los dolores, sobre
todos los plazos de angustias perpetuas,^
_
SOI.
en el cielo del amanecer. Y estrellas en
la tierra las flores de los pa¡ ques, bien
plenas de color, de frescura y de aroma,
como niños recién lavados.
Ved que en la hora prima de la mañana tienen las voces de los hombres un
amplio sonido claro y diáfano que galopa por el aire nuevo hasta muy lejos.
Oid: El campan-llear rotundo de los
tranvías, bien templado, bien vibrante,
bien alegre, bien distinto de la opacidad
crepuscular. Y la clara canción del agua
que riega las calles. Y el pregón de los
vendedores fuerte y rotundo; y el eco
temblador de una campana que llega de
muy lejos, de muy lejos.
En esta hora, toda blanca y toda luminosa, os despertáis con la cabeza libre de
toda preocupación. Porque el sueño os
hizo perder la noción de todos vuestros
deberes. Y son los deberes, violencias,
sacrificios, renunciaciones...
Vuestra imaginación atravesó las horas de la noche, alejada del vivir como
vuestro cuerpo. Igual reposo que dio el
descanso á vuesti-as carnes, dio el olvido
á vuestras preocupaciones. Y gozáis la
inefable voluptuosidad del total abandono. Y así, al dejar que descanse el cuerdo sobre los colchones de vuestra cama,
labéis abandonado á la voluptuosidad
de una abulia transitoria todos vuestros
deberes.
Y en esta hora se pierde la noción del
mundo. Y parece que vivimos en un paréntesis de la vida, en una amable ausencia de nosotros mismos.
¿No lo habéis visto? La tierra sonríe,
sonríe... Es la hora amable del sol, porque en ella nos hace cotidianamente el
regalo de esta sonrisa. Un regalo digno
de un Dios. Es la sonrisa que compensa
de todas las acritudes, cuya continuidad
no es alterada más que por es'e paréntesis dorado.
En esta hora somos todos felices como
emperadores, como millonarios, como tiranuelos. Dominamos al mundo por la
propia felicidad. El esclavo es libre, el
pobre es rico, el desgraciado es feliz,
^emperadores, millonarios, tiranuelos, esclavos, ricos y todos los hombres son
bien amados de la felicidad, porque tienen la suya en un talismán único: la e s trepitosa independencia que da el poder
y el dinero, que todo es uno y lo mismo.
en la semana. Este recondenao anda en Y en esta hora gozamos de esta independencia. Y de la brevedad de lo que dura
depende el grado de la dicha. En esta
hora todos somos como viajeros de un
unas horas huecas para el dolor; unas mismo tren que aún no ha abandonado
horas que á las veces nos traen sueñes la e:;tación de partida. Unos momentos
de felicidad—acaso cuando más alejados después cada uno ha de acomodarse en
vivimos de la felicidad fuera del sueño. su sitio. E^l que viaja en coche-salón y el
fogonero que se abrasa durante el viaje
Oh! Pero la aurora!...
El amanecer es el más opimo regalo sujeto con la cadena de su esclavitud á
de la vida. Cuando amanece todos los la boca misma del hogar que respira fuedolores parecen lejanos y todas las ven- go. Oh! Pero mientras la vida diaria no
turas al alcance de nuestra voluntad. comienza á arrastrar á los hombres á sus
lugares...
Vedlo:
Esta primera sonrisa del Sol es iguaLa tierra refulge, iluminada por una
gran sonrisa. Y llega á nuestros oídos la latoria como la muerte. De los optimisalgarabía de las gorriones, de las golon- mos que despierta en cada corazón, dedrinas, de los vencejos que puntean la biera hacerse un culto. El Sol resuelve
diafanidad del dia nuevo con las raudas en esta hora todos los problemas sociamanchas negras de sus cuerpecillos. Es- les, tan complejos y tan arduos. Ved: El
tos pájaros son como estrellas errantes. mismo oro dejan sus rayos á través de
"¡""i»*H.¡d.kro.
i
Al m a r g e n
del
Quijotej
EN LA VENTA. - El bálsamo de Fierabrás.
Por Ricardo Marín.
la ventana de una bohardilla y sobre los
Gobelinos de una "casa grande". Y acaso sea más pródigo de luz con los humildes que madrugan. Porque á la frente de los grandes señores no suele llegar la primera sonrisa del Sol.
La sonrisa del Sol! La sonrisa del padre de las luminosas barbas de oro! ¡La
sonrisa que entra por los ojos y llega al
corazón y le inunda del optimismo y de
la bondad de su luz!...
La luz del sol en esta su primera sonrisa cotidiana es el mayor bien que nos
da la vida. Si amáis á una mujer buena,
surgirá en vuestros recuerdos su imagen á esta hora más bellamente que á
otra alguna. Si—mundanos y sentimentales tenéis una magnificaqueridaaventurcra, os la imaginaréis en esta hora
adornada do todas las virtudes. Y vuestros amigos os parecerán en los recuerdos, hombres neos de corazón y libres
de egoísmos. Y veréis fragantes en el
porvenir las más bellas ftores de la e s peranza. Y os sentiréis fuertes y muy
dueños de vosotros mismos. Y veréis
todos los años futuros de vuestra vida y
todas las horas de ahora iluminadas y
resplandecientes como el altar mayor de
una catedral con el Señor "de manifiesto". \'uestra propia consagración.
Benditas y alabadas sean estas primeras lanzas d¿l sol, nuevas todos los días,
porque de cada una pende un cascabel
que lleva en su ánima una gran carcajada optimista!
Oh, la bendición de esta hora, que es
la ternura y la dulzura y la felicidad y el
bien! En esta hora—tan breve- todo es
bueno en la tierra. Habéis oído jamás
que se cometa un crimen de siete á ocho
de la mañana? Es la hora en que duermen los odios, los celos y las ambiciones. Por eso no se matan los hombres á
los hombres en esa hora tan blanca, tan
amplia, sin abracadabras ni malos pensamientos.
Y no obstante, es la hora de los ajusticiados. ¿Por qué el verdugo no trabaja
por la noche?
Oh! Cuando el patíbulo y la guillotina
sean nada más que unos abominables remordimientos lejanos de la Humanidad y
no se vendan churros en las esquinas
esas absurdas viejas patibularias, no habrá nubes en el cielo en ningún amanecer.
Y la bendición de la primera sonrisa
del padre de las barbas de oro será más
amplia, más fuerte, más profunda, más
optimista.
Odiemos, amigo, á la pena de muerte
y á las churreras quc nublan el sol algunas mañanas.
C«f«rtno " P . "Avícllla.
Una aventura de Don Juan
| o n Juan bostezaba y en h o m b r e s
del temple y de la estructura
de Don Juan e s el b o s t e z o hermano mellizo de la tristeza.
Don Juan...
- ¿He qué Don Juan s e trat a ? - iu'iuii irás r a z o u a b ' e m e n te, mi buen lector.
^ P u e s . . . n o s é más que Don Juan era Don
Juan: no me propasaré á asegurar que fuere
el calavera é irresistible Tenorio, c u y a s haza
ñas de amor e m p e z a d a s con trovas y finadas
con la tizona, fueron subidas á los á u r e o s e s trados del arte por Mozart, Moliere y Zorrilla; de igual suerte me abstendré de jurar que
este Don Juan de mi historia fuera el turbu
lento jibo de l o s c o n d e s de Manara, el que
transito por los muy ilustres claustros de Salamanca, el que h u y ó á F l a n d e s d e s p u é s de
atravesar á m á s de un galán y á más de un
padre escarnecido; el que, en fin, p u s o s o b r e
su sepultura una inscripción, que así puede
valer por un grito de arrepentimiento c o m o
por un testimonio de soberbia y altanería:
"Aquí yace el peor hombre que fué en el
mundo".
D o n Juan era D o n Juan, y D o n Juan bostezaba: rezumaba tedio y fastidio; estiraba las
piernas c o m o un p o d e n c o ocioso y harto;
abría y cerraba libros con el mohín desdichado del q u e hace desfilar viandas por su m e s a
y de ellas ninguna le apetece; silbaba la últi
ma canción de su última serenata ó tatareaba
un org.iUoso y descreído cantar de c a m p a mento en el que la muerte era una cosa cómi
ca, e n g a s t a d a en coplas de sensualidad y de
reto. IJon Juan s e aburría
Ni libros ni cantos eran q u i é n e s á ahuyen
tar de su ánima el nubarrón d e s o l a d o y turbio
del hastío. Ni el Asno de oro de A p u l e y o , ni
El Satincón
de Petronio, ni las galantes rom a n z a s de Italia, ni los rudos y bravios can
ticos g e r m a n o s alisaban las arrugas que nu
blaran la ternura de la frente de D o n j u á n . S e
aburría.
S o b r e el tapiz de los S o b e l i n o s . q u e s e e x
tendía bajo los pies de D o n j u á n , yacían d e s d e n a d o s y rotos varios billetes fragantes y
efusivos en los que A m o r había puesto la IHKHa de una lágriuia, ó el balbuceo de im repro
che ó la cálida é inaplazable d e m a n d a de
una entrevista Don Juan había arrugado, in
c o n m o v i b l e y displicente, aquellas e s q u e l a s .
que venían á ser hojas arrancadas al a"nor por
el viento victorioso de la pasión.
El fastidio de D o n j u á n era j u s t í s i m o . T o
d a s s u s a m a n t e s eran libros de memoria sabidos, atalayas rendidas, rosas l l e v a d a s del
rosal al búcaro y por e n d e en punto de m a r chitez.
I-a e s p a d a iba c u b r i é n d o s e d e motilas d e
ó . x i d o - i n d i c i o ó rastio de g o t a s de s a n g i e —
á fuerza de dormir en la vaina y di- cabecear
colgada del talabarte. En paz le dejaban los
c a n e s de la Justicia y amplia tregua le o t o i g a bán las traillas d e acreedores.
D o n Juan s e aburría El maesti o de esgrima
no sabía d e s c o n o c i d o s g o l p e s ; e l A i l e q u í n q u e
le solazaba en otras é p o c a s sudaba por orden
del rey, s o b r e una galera, en r e c o m p e n s a de
un libelo tan pérfido c o m o d o n o s o ; las c o m e dias de T i r s o le adormecían lo m i s m o que un
monorrítmico y lento estribillo de cuna.
L'n cortinón aleteó en el nmro y "Espuela*
a v a n z ó tres p a s o s , dobló la cintura y c a i r a s
p e o para dar advertencia de su entrada.
"Espuela" era el criado, m e s c o l t n z i rara
de e s c u d e r o , bufón, ojeador, celestina y cin
fidente á quien D o n Juan dispensab.i aprecio
y confianza, m á s por lo que el servidor tení.i
de pillastre y villano que de honrado y noble.
"Espuela* era un zorro para las g e n t e s y un
perro para D o n Juan. Astuto y ladino para
con t o d o s , fiel con el seftor. S u amo batii ara
lo con el burlesco a p o d o , porque D o n j u á n
sostenía que tantos puntapiés había d scarga
d o contra él salvohonor de su fámulo que y i
era tan vecino de su bota c o m o los a c i c a t e s .
—¿Qué quieres, bellacón.
- Y o , nada, l ' u a tapada, que por s u s lue »
g a s tocas y s u s e s p e j u e l o s doctoi ales, antójas e m e dueña, quiere que leáis d e s p a c i o e-)te
billete.
— Veámosle,
— T o m a d l o , señor; ojalá sea melecina q u e
o s restituya el buen humor.
—... "Don Juan: O s he visto y esto m e lis
pensa de confesar c ó m o o s adoro, no e s j . sto
q u e y o retenga por más tiempo lo que y.i i i O
me p e r t e n e c e . Venid por este corazón. D j n
Juan, que c o m o rosa galana, abierta a p e i u s ,
al borde del camino espera q u e tendáis hacia
él vuestra mano; vale m á s que una rosa y n o
cuesta tanto, que no le cercan espinas...* I?ah:
no iré... por m a s q u e . . . "Espuela", mi c p a ,
mi s o m b r e r o cébame las d o s pistolas de Milán; pronto, mis g u a n t e s de ámbar y una 1 olsa con e s c u d o s , por si la rosa está en lucr
cado.
— S e ñ o r , l e ñ e m o s q u e mandar decir algun a s m i s a s por C u p i d o ; e s t e niño n o p u d o su
bir al cielo
— E n el infierno te toparás con él, g a n d u l .
- F u e r z a e s q u e y o baje al infierno, si h e
de a c o m p a ñ a r o s á todas partes.
Don Juan y su e s c u d e r o s e echaron á la ca
lie. La n o c h e era negra espesa c o m o cuerda
m e n t e decía "Espuela": algún s e ñ o r principal
s e encaminaba á procer tertulia ó á su mora
da v o l v í a s e , en la c o m p a ñ a de un paje q u e esclarecía el c a m i n o c o n un farol d e bronce y d e
un e s c u d e r o que lo guardaba con un e s p a d ó n
a b n e g a d o y quizá h e r o i c o .
A l o s p i e s d e un Cristo temblaba c o m o una
flor amarilla y piadosa la llama tímida de una
lámpara.
D o n j u á n , el m á s afortunado y r e s u e l t o pirata del amor, con su ropilla d e terciopelo
azul o s c u r o , r e c a m a d o d e oro, con su capa jam á s perforada por rival a c e r o , con su ancho
y altivo c h a m b e r g o d e castor, e n el q u e ardía
un rico broche de e s m e r a l d a s y ó p a l o s , y del
q u e salía, d e s m a y a d a y gentil, una pluma
magnífica; con a q u e l l a s ricas y e s p u m o s a s
blondas de Brujas en l o s p u ñ o s , con tan s e ductor atavio m á s el b o r d e de la c a p a ergui
d o por la e s p a d a — p r o n t a para acometer y re
m o l o n a y tarda para e n v a i n a r s e , la diestra
en el m o s t a c h o e m p i n a d o y gallardo, y la s i niestra acariciando l o s d a m a s q u i n a d o s del
p u ñ o d e la e s p a d a , c o n el d e s e o en l o s o j o s
y la s e d u c c i ó n en l o s labios, llegó al lugar q u e
el billete aquel marcaba.
— Nadie, señor,
— P o r Satán "Espuela", q u e si el amor s e
mofa, la e s p a d a s e divertirá d e lo lindo. Si la
doncella falta, mi hierro b i s c a r á d o s ó tres
p e c h o s d o n d e apagar su hambre de a v e n t u r a s ,
— A l b r i c i a s mi amo: ó y a n o s é ver en las
tinieblas c o m o l o s g a l o s ó una dauía v i e n e .
— R a z ó n s o b r a d a p a i a q u e te e v a p o r e s .
U n a tapada con aii e de gran cautela y mis
terio s e acerca á don J u a n . D o n j u á n roza l o s
p i e s d e la d a m a con la pluma del chápiro.
— S e ñ o r a , s u e l e n las r o s a s aguardar por l o s
c a b a l l e r o s , m a s n o l o s caballeros por las rosas.
— D o n j u á n , vais p e r d i e n d o en galantería
lo q u e g a n á i s e n petulancia.
— E s c u c h a d m e señora S é e s p e r a r la nmerte, l o s rivales; pero no s é aguardar al amor.
— j S a b é i s amar d o n Juan."
— C a s i tan bien c o m o ..
— C c m o olvidar, ¿verdad?
— V o s lo h a b é i s dicho, s e ñ o r a . N o a p r e n diera y o á olvidar, y nial podría a m a r o s , p u e s
prisionero sería d e pretérito amor.
— Para q u e no o s o l v i d é i s de mí, v o y á ha
c e r o s un presente: mi traje nupcial. E n e s t e
hatillo v a .
—¿Sois casada'
— I b a á s e r l o ; pero p e n s a n d o en v o s , a b o rrecí al e s p o s o p r o m e t i d o .
—Mucho me lisonjeáis,mas n o e s sabio desdeñar m a r i d o y e s m á s c o n v e n i e n t e burlarlo.
— jEgoístal T e n e d mi p r e s e n t e .
—¿Y después?
— H o y e s tarde;-mañana... m a ñ a n a m e t e n dréis.
La tapada d e s a p a r e c i ó con r u i d o s o aleteo
d e m a n t o s . D o n Juan q u e d ó perplejo y a b s traído: de pronto a l z ó la c a b e z a y l l e v ó un
silbato de o r o á la boca. "Espuela" a c u d i ó .
— T o m a e s t e e n v o l t o r i o — d í j o l e el a m o .
N o bien l l e g a r o n al a p o s e n t o d e d o n Juan,
e x c l a m ó c o n el d e s p i a d a d o c i n i s m o d e l o s
a v e n t u r e r o s del a m o r en trance d e desilusión:
— D e s a t a e s e fardo: v e a m o s el e x t r a ñ o tributo q u e la virginidad rinde al vicio;si a r r e o s
d e b o d a s o n , quisiera mancillarlos d e s p u é s de
s u e s t r e n o y n o recibirlos c o m o ofrenda a n tes, q u e m á s n o s e m b e l e s a y fascina a q u e l l o
q u e n o s v e d a n que aquello que n o s d a n .
— S o i s , s e ñ o r , el á n g e l q u e c a y ó d e s p u é s
de L u z b e l . La l e y esa de la g r a v e d a d falló, y
caísteis en la tierra. Q u i z á á e s t o s e d e b a el
q u e t e n g á i s por criado á un c o n d e n a d o . . ;Eh?
¡Maldición, el fardo lloriquea!
— , Q u é dices, mentecato?
— Q u e o s han regalado un niño. V u e s t r o s
c o l o n o s e m p i e z a n á traer el fiuto á c a s a
El a s o m b r o de d o n Juan fué c o m p l e t o : de
la s o r p r e s a al túror hay m e n o s de un p a s o ;
así q u e d o n Juan m e s ó s e l o s c a b e l l o s , b l a s f e mó c o m o un ballestero d e s g a r r ó las b l o n d a s
tinas de s u s puños, luiró inexorable al niño
y., lo b e s ó con ternura tan inusitada c o m o
honda.
El niño sonrió con esa p i e d a d tan humana
q u e n o s d o m i n a c u a n d o v e m o s á algún infeliz en ridículo: alargo una manecita y le tiró
di'l I igote á don J u a n .
X a m ó n ^ t r n ó n i í » 5tlato.
Mantillas al viento...
Protesto contra la idea corriente de
que la Semana Santa renueva los tiempos del paganismo. Los albores primaverales soplan con sus brisas perfumadas
en el rescoldo sensual de los pueblos del
Sur, y creeríase que tornara á flamear la
hoguera helénica mientras en los árboles persista la floración, mientras las rainas se encorven al peso de los frutos.
Ya el otoño procurará reducirnos á la
perdida religiosidad. Sí; acaso ocurriría
el deseado fenómeno por obra y gracia
del sol, el agua, la tierra y el aire. Pero
surgen á oponerse el jueves y viernes de
dolor.
Fascina y embauca á la mayoría de los
curiosos y los definidores, el insólito
agrupamiento de mujeres en la calle. Y
de ahi extraen la consecuencia de que
resucitan las horas felices de las ninfas
y los sátiros. En verdad, yo no hallo común á las dos contrarias épocas, sino
que no circulan los tranvías y que crucificamos á Jesús. También'evoca á los risueños dioses antiguos esta templanza
celeste, la dorada pureza del azul á que
responden los jardines con sus rosas. El
espectáculo de la carne corrompida en la
progresiva coloración turbia del cadáver
¿cuándo fué señuelo que deslumhrase á
los contemporáneos de Anacreonte, ni á
los de Horacio? Aún más nos separa el
sentimentalismo morboso, ignorado por
los faunos que acarreaban hierbas aromáticas con destino á las' grutas de los
primitivos ermitaños, tan enfermizamente sensibles. La melancolía de las vírgenes y los esclavos devotos de Cristo d e generó en la sequedad y adustez católilicas, mal disfrazadas de misericordiosa
ternura; y he aquí las palabras que no
balbucearon nunca ni el alma equilibrada de los griegos, ni el esf)íritu de Roma,
la enorme...
Sin embargo, no será discreto afirmar
que la tristeza ocasionada por el martirio del Gólgota contribuye á deshacer el
ensueño primaveral. Estas cálidas hembras españolas que si profesan de esposas del Se-ior, adóranlo y lo desean con
el fuego, la murria y el encono de una
embrujada pasión andaluza, en cuanto
acaba el divino amado semejan andariegas viudas no del todo imposibles de
consolar. Cabalmente los perifollos cort
que exornan su luto simbolizan las dificultades que no consigue destruir el ímpetu de los exaltados elementos. La mantilla y los claveloncs, más que en la Cibeles, diosa de paganos, hacen pensar
en otra jamona madrileña, que enganchó
á su calesa el cachorro ibérico, y asi ganaba la cuesta de Alcalá, kis tardes de
toros, en vísperas de ta Revolución.
Dui-ante el sueño beatifico de Carlos IV, la reina apacentaba sus amores
en los sotillos del río. Ya habían pasado
las grandes aventuras romancescas, y no
volverán. Los idilios reales, dignos de la
elevada alcurnia, murieron asesinados
en la gentileza del de Villamediana. Busca la reina en las riberas del Manzanares
un bravo que disputai". á las indomables
tíerecillas de las verbenas y los bailes de
candil. Triunfan los guapos inozos. La
augusta dama disfrázase al estilo y rumbo de la plebe. Todas las damiselas,
aquellas cuyas cejas y cuyos labios avivaban los diestros pinceles del pintor
aquel que moraba en la casuca fluvial,
entí-e los chopos, se apresurai-on á caracterizarse con la mantilla y las flores en
el descote. P'ernando VII. Las chulescas
comedietas de los encajes de Almagro
han cristalizado en la costumbre típica,
famosa en el mundo. Isab-1 II. Los republicanos convirtieron la mantilla en g é nei'o de exportación.
Al cabo de los años, un teatro chico y
las gárrulas bailaoras, imponen de nuevo la mantilla y los claveles. Ninguna
novia de hortera deja de retratarse con
los cabellos rizados y un calado manto
de sonajas sombreándole las pupilas. El
sutilísimo chai ha perdido la exquisitez
adquirida con la lejanía del recuerdo, y
es significativo emblema de las pasiones
rudas y firmes, con bravuras del macho
y la humillación de la mujer. Buena
)rueba de la fogosidad que despierta en
os pechos varoniles la mantilla, está en
el sentir general, que siempre adornaría
con las clásicas blondas el busto erguido
de una hembra cobriza; los ojos negros
y veloces; un lunar ensortijado en la
.suave redondez de la barba, las crenchas retintas, y que se llamase Carmen
ó Lola, y hubiera nacido en el paradisiaco infierno andaluz.
Flamenquismo... que no conocieron
los griegos y romanos. Porque el fla. itienquismo no significa más que la caricatura de las gallardías y altiveces, en
virtud de las cuales glorificó el oí be á
los españoles del siglo xvi. Los hidalgos
de Carlos y Felipe consideraban empresa baladi la muerte de un toro. Los hidalgüeios de hoy solamente aciertan á
brindar, imitando las arrogancias de los
espadas. Las devotas del jueves y viernes santos convierten los atrios de las
iglesias en afrodisíacos tendidos del circo. ¿Quién no se sentirá torero de los
señalados con letras grandes en el cartel de abono?
* *
Una vez...
En Sevilla, desde el Guadalquivir, yo
oí un regocijado alboroto de campanas.
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Al regresar á la ciudad contáronme que
acababa de celebrarse solemnemente la
entrada del nuevo cardenal. Ya pasó la
fiesta. Fué un día cualquiera, y el herrero machacaba su yunque, y un morazo
de chambergo haldudo pregonaba unas
encendidas naranjas. Crepúsculo. Cielo
azul sin brillo; la mole catedralicia, n e grea; algunas lucecitas en las casucas de
los soportales. En esto rozó las gradas
un arcaico lando, y en sus almohadones
iban dos sevillanas, las dos delgadas y
rubias, con mantillas blancas, con antiguos abanicos de concha, con los trajes
de seda ya desvanecida, uno verde esmeralda, púrpura el otro. Acaso venían
de cumplimentar á Su Eminencia. Yo
sólo sé que el aire murmuraba versos
de Becquer.
7 « 6 « r l c o (Barcia Sancktx.
Ber e n s u libro último. "Esa muerte de E n
rique H e i n e " e s un p o e m a d e dolor... d e buen
tono, e s u n a d e s p e d i d a al m u n d o h e c h a c o n
una inchnación trágica, un p o c o g r o t e s c a , d e
bailarín d e m i n u é q u e s e c a e d e boca. L a figura de H e i n e está magistralmente encajada.
L o s ú l t i m o s h o r r o r e s d e s u vida e s t á n conta
dos por quien s a b e por e x p e r i e n c i a m u c h o d e
e s t a s c o s a s . E s t e A l e j a n d r o Ber, q u e n o cuenta todavía treinta a ñ o s , y q u e s a b e lo q u e e s
el hambre r o d e a d o d e s u s hijos, y ha luchado
c o m o un león e n América; e s t e h o m b r e e s t u v o
paralítico c o m o H e i n e , c l a v a d o e n la cama,
s i e n d o s u s m ú s c u l o s t r e m e n d o s la estupefacc i ó n d e l o s m é d i c o s q u e lo asistían
N a d i e , e n m e n o s tiempo, e s c a p a z d e hacer
las c o s a s q u e lleva h e c h a s A l e j a n d r o Ber.
E n el libro h a y d i e z c a p í t u l o s d e d i c a d o s á
Dante A l i g h i e r i . S o n t o d o s d e u n a a m e n i d a d
y u n a g r a n d e z a q u e n o tienen par e n ninguna
íle l a s o b r a s d e d i c a d a s e n s u m i s m a patria al
poeta florentino, viajero g l o r i o s o y siniestro
del .Vverno c o m o decía A l e j a n d r o S a w a .
El capítulo d e d i c a d o á la c e g u e r a d e Milton
e s p r o d i g i o s o ; s e v e . s e o y e al poeta é p i c o ,
m e d i o t e n d i d o e n su sitial, dictando á l o s s e
r e s familiares l o s c a n t o s d e s u e p o p e y a .
La aventura d e s c o n o c i d a d e G u i l l e r m o T e l l
tiene toda la poesía d e las m o n t a ñ a s s u i z a s .
Es, e n conjunto una obra genial.
Los últimos libros
Vno
de A l e j a n d r o
Ber
Entre la balumba literaria d e l o s ú l t i m o s
días llegan á mí d o s libros a d m i r a b l e s . H o y
s o l a m e n t e hablaré d e u n o d e e s t o s libros: al
otro le daré lo s u y o en la p r ó x i m a s e m a n a
S e trata d e un c u a d e r n o a b s u r d a m e n t e ti
r a d o — t a m a ñ o , cuarenta c e n t í m e t r o s d e alto
por treinta y d o s d e a n c h o — , titulado Las
Y c o m o toda obra d e r e l a m p a g u e o s , tiene
b a r b a r i d a d e s tan g r a n d e s c o m o "la hora d e
amor d e B o n a p a r l e . ' E s o e s m u y m a l o , se- ;
ñor D . A l e j a n d r o .
]
*
grandes horas históricas, su autor A l e j a n d r o
H e d i c h o q u e e s t e libro d e A l e j a n d r o B e r
no e s una obra d e público. P u e s h e dicho u n a
tontería L o e s S i al público e s p a ñ o l y a m e ricano le d a n l o s e d i t o r e s una obra c o m o
ésta, bien editada, c o n lujo si e s posible, s e
cansan d e ganar dinero.
Ber, e d i t a d o e n Caracas. Y l o m á s e s t u p e n d o
de e s t e libro, ó lo q u e s e a , e s q u e lleva al
frente el s i g u i e n t e epitafio:
"Ejemplar núm. i d e la s e r i e única d e cincuenta e j e m p l a r e s q u e hace el autor para s u s
amigos."
P'ste libro, publicado s u n t u o s a m e n t e para
el público rico espaflol y americano, á cinco
p e s e t a s , s e i i n un v e r d a d e r o n e g o c i o . Y o r e s
p o n d o d e e l l o . S i h a y algún editor q u e quiera
intentarlo, n o tiene m á s q u e ponerlo e n mi
conocimiento.
¡ E s t u p e n d o ! Villiers d e L'Inle A d a m , B a r b e y D ' A u r e v i l l y n o habían l l e g a d o á s e m e jante atrocidad j a m á s .
Todo el gran m e r c a d o editorial a m e r i c a n o
n o s e s p e r a N o h a y s i n o l a n z a r s e c o n libros
c o m o e s t e q u e A l e j a n d r o B e r o s ofrece.
A l e j a n d r o B e r e s un gran escritor conoci-
d o . S u s crónicas d e Mundo Gráfico, un cuen
to magistral publicado en El Imparcial y t i tulado nada m á s q u e La muerte de lord By.
ron... n o s d a n idea d e la fuerza y la originalidad de e s t e escritor j o v e n , d e t e m p e r a m e n
to a b s u r d a m e n t e fantástico q u e , m u r i é n d o s e
de hambre actualmente e n Madrid, e s c a p a z
d e tirar e n Caracas cincuenta e j e m p l a r e s d e
un libro s u y o para l o s a m i g o s . Bien e s v e r d a d
q u e el libro n o e s para el público. P e r o n o
importa, h o m b r e s e prueba.
El libro e s una maravilla. Y o c r e o q u e h o y
nadie, e n E s p a ñ a , e s capaz d e tratar m e j o r l o s
a s u n t o s h i s t ó r i c o s d e q u e habla A l e j a n d r o
TPon 3 u a n A« "l^mtrla
LOS LIBROS DEL DÍA
El doncel.
La niña estaba d u r m i e n d o
S o ñ a n d o estaba la niña;
S o ñ a n d o , c o n el doncel
Q u e ha d e e m b e l l e c e r su vida.
El doncel e s alto y rubio
Y su v e s t e e s n o b l e y rica.
L l e v a c a s q u e t e con p l u m a s
Y e s p a d a , al cinto ceñida.
B u s c a n d o las a v e n t u r a s
Ha tiempo el doncel camina.
Diz q u e su brazo e s potente
Diz ( [ U c s u f a b l a e s
polida;
Mas d i z también q u e un encanto
D e e n a m o r a r s e le priva.
Q u e si el d o n c e l s e e n a m o r a
P e n a tiene d e la vida.
Junto á la fuente del S a u c e
U n a mañana florida.
El doncel, q u e va á la guerra,
Encontróse á Rosalinda.
D e s c a b a l g ó del caballo
Al mirarla tan garrida,
Y c o g i é n d o l a una m a n o
La dijo así, d e rodillas:
« A m o r e s , por te guardar
Entre m i s b r a z o s un día
Diera m i s s u e ñ o s de gloria
Diera mi lanza fornida.>
S o o r e el c é s p e d e n l a z a d o s
L o s n a m o r a d o s caminan
Y h a y un d e s t e l l o en s u s o j o s
D e pasión, d e amor, de vida.
A la n o c h e recatado
En la alcoba s e d e s l i z a ,
Y c o n un b e s o despierta
A s u amada q u e dormía.
«¡Dame tu amor, nina h e r m o s a ,
A u n q u e mi vida te rinda!»
T o d a la n o c h e festejan
El doncel y la infantina
Y á la alborada, l e s v e n c e
La tan g u s t o s a fatiga.
C u a n d o á l o s b e s o s del S o l
Despertara R o s a l i n d a
Halló m u e r t o entre s u s b r a z o s
Al doncel; en s u s mejillas
A ú n d e la p a s i ó n perduran
L a s rosas; s u frente nimba
D e s u s g u e d e j a s el o r o
Y a u n una dulce sonrisa
Como en éxtasis de amores
S u muerta faz ilumina.
(Barios ' K t r n á n i t x 6 « Tftrrtra,
D'Annunzior Valle
Inclán y Sem Benelli
La h i s t o r i a del b a s t ó n de Valle-Inclán
ra una gran época tle fiestas.
S e conmemoraba en
Roma el centenario de la
unidad de Italia.
I Inbianllegado á laCiudad Eterna jirincipes de las Artes, príncipes de la sangre }• del dinero. Una muchedumbre cosmopolita y suntuosa gritaba, sin respeto, al pie de las santas y
melancólicas ruinas.
Marconi, que ya había sido coronado
ciudadano de Romj en el Goloseo, se
paseaba por las tardes á caballo y cruzaba, como un emperador de la decadencia, bajo el Arco de Tito, y desfilaba
ante las Termas, y pasaba de noche,
ante el silencio de la Villa Borghese, sonando como una sinfonía, las campanadas de los cascos musicales del caballo.
El corcel de Marconi era negro como
la pez, con las ancas relucientes de azabache, y las crines tan oscuras que tenían renejos azulados de metal: los ojos
ardientes y espantados: la cabeza pequeña, con movimiento constante de martillo. ¡Era un caballo!
Yo—que tenia reservado en las fiestas
conmemorativas un papel de indiscutible importancia, puesto que iba en representación nada menos que de mí
mismo—yo, repito, me situaba todas las
tardes en la \^a Apia, y viendo pasar
la gente, me fumaba, como los buenos,
un veguero de diez reales. Y saludaba á
todo bicho vi/iente. Los principes, los
grandes artistas, las cortesanas, contestaban ceremoniosamente á mi saludo, y
se preguntaban intrigados é intrigadas:
—¿Quien será ese caballero que está
todas las tardes pegado á ese farol como
una lapa?
Las gentes empezaron á llamarme el
saludador de la Vía Apia.
Pero yo estudiaba y aprendía. Allí me
di cuenta del genio de Zacconi viéndolo
pasar despacio á mi lado, con su aspecto absoluto de clon de circo. Allí -contemplé de cerca la cara de Shara Bernhard: una cara sin lineas, hecha con
manchas, inquietante como un dibujo
impresionista. Detrás de una caravana
de boxeadores negros, las pinceladas
púrpura de dos cardenales.
Muy interesante, un derroche de t o nos, el paseo del atardecer de la ilustre
Via romana.
Una tarde, sentado en un rincón de
los claustros de San Juan de Letrán, vi
un grupo de hombres que me produjo
impresión. Los vi de frente y los reconocí á todos uno por uno. juro que lo
que digo es cierto. Aquellos hombres
eran: D'Annunzio, Valle-Inclán y Sem
Benelli.
D'Annunzio iba vestido normalmente;
llevaba el bigote recortado á la inglesa
y nada había en él que delatase al principe de la Belleza y de la Poesía: parecía
un elegante, un deportista, un clubman.
Valle-Inclán —un Cristo bizantino —
con la mano derecha, por detrás de la
cintura, sujetaba la manga de su brazo
mutilado.
, \ u n lado Valle-Inclán; á otro D'Annunzio; en medio Sem Benelli.
El autor de AÍI cena de las hurlas, traducida de un modo magistral por Catarineu al castellano, se da un aire ligero
al Alpabeho.
Hablaban. S e sentaron en los grandes
sitiales de coro que se alzan ante la cel •
da del santo cardenal Bambanelli. Muy
despacio, asi distraídamente, me senté
detrás.
Sem Benelli decía:
—Aqui tenéis. Este bastón de ébano
con puño de oro, me lo regaló el rey de
Noruega. Se lo agradezco inmensamente; pero no me explico cómo una joya
como ésta, de altísimo abolengo latino,
pudo haber ido á parar á aquellas tierras
del Norte.
D'Annunzio preguntó:
- D e altísimo abolengo latino esta
joya, ¿por qué?
Sem Benelli no contestó. Valle-Inclán
extendió la n ano: examinó el bastón.
Un silencio.
—Este puño de oro—dijo—está, sin
duda, tallado por la mano incomparable
de Benvenutto. Las estrias de la corona, la manera de tallar los paños de este
escudo diminuto, los cabellos tendidos
de esta"Venus... Nada {de esto necesita
firma. Es una joya de Benvenutto.
—¿Estás seguro? -preguntó el autor
de La Jiglia de Jorio—. De Cellini pueden contarse las joyas que quedan: el
salero de Francisco I, el cáliz de oro de
San Esteban, el broche de Margarita de
Farnesio...
Es un Benvenutto —aseguro Sem
Benelli . Lo sé yo. Tengo la identificación on pergamino.
— ¡Oh! aunque no la tuvieras -interrumpió Vrlle-lnclán—. Yo estoy seguro
de lo que veo.
—Muy b i e n - d i j o D'Annunzio — esa
seguridad tuya, unida á la certificación
que posee éste...
Nada. No importa nada la certificación—insistió Valle-Inclán—. Esto es un
Benvenutto.
— Si, hombre. Es un Benvenuto. ¿Que
reis ver el certificado?—preguntó Benelli.
— No hace falta certificación. ¿Va alguien á dudar de lo que afirmo?
¡Pero si nadie duda!...
— Entonces.
—Entonces. Esto es Benvenutto.
Se inclinaron los tres de nuevo á contemplar la joya.
Sem Benelli le ofreció el bastón á Valle-Inclán.
—Te lo regalo. Lo había usado Cellini con la mano conque lo cinceló. Tú IJ
usarás también con la mano conque cincelas. Os parecéis en espíritu Cellini
y tú.
—¿La certificación está firmada por el
mismoBenvenutto?—preguntóD Annunzio sonriendo.
Firmada, rubricada y escrita por el
inmortal orfebre.
Entonces regálamela á mí—concluyó
D'Annunzio
Este no necesita el certificado para nada. Le sobra con su palabra.
Asi quedó acordado.
Y esta es la historia del bastón de Valle-Inclán: ese bastón episcopal que habréis visto algunas veces sirviendo de
apoyo á la misma mano que ha de inmortalizarse por haber cincelado Romance
de lobos, Agnila de blasón... Voces de
gesta.
~9.
3tU«Ui*
K t m t i * ,
S a l i d a de la e s c u e l a
El.
viFjo.-
Ditujo de Tito.
[Claro! ¡Les quitan el Catecismo y al prójimo que lo parta un rayo!
U n a mujer que
pasa
'V-
1-A MUJER.—
¡Perdonad hermanos! Ni yo tengo dinero ni vosotros juventud. No podemos entendernos.
Fauna
nacional
Dibujo de Tito.
El. N1END1GO.—En este pueblo me parece que no se puede cantar lo de Dame un beso de amor. El cacique
ha echao á perder eí arte.
Lejos de los brahmanes y de sus flautas mágicas, los reptiles eran los emis.tEl s i l e n c i o y la s o m b r a .
rios de la Gran .Segadora.
Se acostarían en los bancos donde
En Londres se ha suicidado un niño
durante otras travesías plácidas los pade quince años.
Esta noticia tan desoladora, tan in- sajeros contemplaran, serenos, el mar
comprensible dentro de su vulgaridad, extenso; se retorcerían como en una aletiene una justificación mucho más amar- goría de Félicien Rops, sobre las baranga y cruel que el hecho mismo de esta dillas de hierro pintadas de blanco; treparían por las verjas sintiendo la nostalniñez buscando la eterna sombra.
Era sordo y tartamudo. El mundo no gia de los troncos añosos de sus selvas;
existió para el niño visualmente,y apren- fingirían en los rincones obscuros cuerdió á dibujar como un consuelo y como das enrolladas...
Y tal vez á las altas horas de la noche
un medio de expresar lo que avanzaba á
jasos tácitos en el silencio de su alma; quedarían inmóviles, fascinadas por el
o que florecía en la sombra de su jar- canto sobrenatural de las sirenas que
atrajeron hace muchos siglos los navios
din interior.
La familia del suicida se encogía de de los héroes y de los dioses.
¿No se manifie.sta con este episodio el
hombros ante su carácter huraño, sin
comprenderlo. Quizás en algún momen- alma indomable del Oriente?
Fs el Oriente misterioso y trágico
to, alguien, la madre, volvería asustada
la cabeza para no ver la mirada angus- que no se resigna á ser vencido y que
tiosa, penetrante, del niño interrogando sobre un barro, símbolo de la civilización, impone la silenciosa tiranía de sus
á la vida.
Y como la vida en los amores ajenos, peligros con la ondulación siniestra y
en las ajenas gallardías varoniles, en la muda de sus serpientes.
imaginada dulzura de las voces de muLa picardía f r a n c e s a .
jer—sólo podía predecirle la infelicidad,
La Vie Parisieniie, uno de los semanael niño tuvo la valentía de ser cobarde
rios más admirablemente frivolos d e
frente á ella.
Entre el silencio y la sombra, eligió Francia, ha publicado un tomo titulado
Pantalomiades, con cien dibujos galantes
la sombra.
de Fabiano, Préjelan, Touraine, Nam,
El a l m a del O r i e n t e .
Leonnec, Cardona, etc.
Son páginas deliciosas de picardía y
A Marsella ha llegado un steamer alemán procedente de Calcuta, la ciudad de limpieza lineal. Forman un capitulo
que no figura en La femme daiis la camisteriosa erizada de templos.
El steamer atravesó los mares como ricature fraiicaise, de Gustave Kahm;
un barco maldito. A bordo de él iba ti pero que debía figurar en ese fundamenterror como un pasajero inevitable. La tal libro. Porque estos nietos de Gavarmarinería trepaba á los más altos palos ni, deGrevin, de Constantin Gruys; esinterrogando con más impaciencia que tos artistas que continúan la obra de
nunca, pidiéndole la obscura linea de Villette, de Guillaume y de Bac, dibujan
tierra. Entre los equipajes había una á las frivolas muñequitas contemporájaula llena de serpientes. Alguien, ó tal neas con la misma galante finura é idénvez "nadie" —que es el nombre del des- tico amor á su belleza.
tino—, abrió la jaula y las cobrax veneEl amor no tiene para ellos un solo
nosas se escaparon.
momento serio y juegan con él como
La muerte de un marinero aumentó chiquillos traviesos con juguetes que no
el pánico y los reptiles fueron dueños son suyos y pueden romper impunemente.
del steamer.
No dibujan feas más que á las muje¡Oh las noches claras, serenas, en alta
mar, cuando sobre la cubierta se desli- res viejas ó á las madres complacientes
zaran, silenciosas, las serpientes de pu- de cocotte.
Mientras una mujer pueda hacer feliz
pilas encendidas!
á los hombres con la mentira del amor,
mientras pueda inspirar deseos y arruinar á los absurdos banqueros y á los
jovenzuelos, para cuyas madres Le Gau lois es como la Biblia para las protestantes, el humorista francés cuida de que
sus mujercitas de talle breve, de labios
anchos, carnosos, sean lo más atractivos
posibles.
Cuidan sus dibujos como un bijoutier
de la calle de la Paz sus joyas de gran
precio para sus desnudables, de gran precio también.
Hay momentos en que parecen fundirse con las siluetas elegantísimas de Carlos Dana Gibsson. Porque también son
rubias.
Naturales ó artificiales; igual da. El
rubio en ellas simboliza la finalidad sensual y la perversión imaginativa.
No se concibe casadas—dentro del
criterio, que Dios nos conserve muchos
Mientras el mundo rueda-.
años, español—á estas muñequitas. lían
nacido exclusivamente para queridas,
para amantes que nunca son fieles á su
protector ó á su amant de ca'ur (caprichito, que dicen las exseñoritas de la Lista
de Cv>rreos.(
La fidelidad no existe en las parisienses de la tan parisiense Vie Parisienne.
Dan su corazón—llamémosle asi -con
la misma facilidad que la mano y se desnudan con la misma facilidad qUe se
acuestan, para no dormir, y sino para
otro cualquier infinitivo.
Claro es que para eso deben ser los
hombres tontos de remate; pero también
son tontos los franceses dibujados por
estos dibujantes de La Vie Parisienne.
En cuanto al ingenio de los pies ó chistes, dicen las mayores enormidades }•
las más crudas audacias, sin tropezar
nunca en la grosería.
Esta grosería de aqui tan española,
que casi siempre nace de emplear el artículo y los pronombres posesivos antes
del verbo, ó que lleva á los periódicos
1 is palabras obscenas del arroyo, no
asoma nunca en el ingenio francés.
Y, sin embargo, es más perverso, más
sensual, está más cerca del placer con
sus frases que las soeces salacidades
que eivilecen nuestro ingenio desde
hace algún tiempo.
No se alegue que tan inmorales son
unos como otros. Precisamente los semanarios humorísticos españoles necesitan un poquito de inmoralidad, siempre que sea fin... elegante, aristocrática
en su sensualidaí!.
De lo contrario PO pasaríamos nunca
de los semanarios políticos que hablan
de los harapos de Weyler, la nariz de
Sánchez Toca y las sotanas de Maura,
ni de los semanarios que causan el regocijo de cocheros, cobradores de tranvía, modistillas, tobilleras de cine y viejos senadores.
Y en el mundo, amigos míos, hay que
aspirar á más exquisitos regocijos y á
conquistar nn público más inteligente.
Pandereta.
¡Los toros!
Con este grito suena la voz de España. Al brotar como un surtidor que e s pejea con acuosidades de seda ae sangre y de oro, bajo el sol, parece que
tremola nuestra bandera y que un huracán de tragedia pasa por los espíritus
martirizándoles 3' cegándoles y embruteciéndoles.
Rueda, ruidosa, la jardinera. Suenan
los cascabeles. Centellean las gemas y
los alamares de los trajes toreriles y en
el vértigo y en el polvo se adivinan rostros bestiales y íanés pálidas. Corren
detrás de la jardinera la carne de presidio, la carne de matonismo y la carne
de la guerra.
Nuestra fiesta va á empezar. Las manos toscas, las manos pulidas, las manos
que saben tirar una botella, pero que no
se atreven á empuñar un estoque ó á
mover el paño rojo de una muleta, secan
el sudor en las frentes ávidas del pelig i o ajeno.
Suena el clarín.
3s>«
7ranci>.
Al m a r g e n del Quijote.
L a a v e n t u r a del cuerpo m u e r t o .
,,. el caballero con hambre, y el escudero con ganas de comer...
El cocinero de Su Eminencia.
|u eminencia el Nuncio apo.stólico de su Santidad en
la cortesana villa de las lispañas, por aquel entonces
(que 30 tengo tanta man a
en traer á cuento), estaba
tan bien servido que cerca
hallábase de poder decir con toda ceñida
justeza y lumino.sa verdad que:
Domelliis curaban del,
princesas de sn rocino.
Pero si no esto al pie de la letra, porque no es ejemplar que los señores clérigos, por altos y encumbrados que estén,
hagan publicidad de las doncelleces que
se marchitan bajo sus hábitos, ni de las
grandezas que merecen estar en sus cuadras más que privando en la corte, pudiera refundirlo ó parafrasearlo en estotro sentido:
Tengo (i Minerva por
á Apolo por cocinero.
anuí,
Y acá fuera como dicen, dar en el chivo, que si no Apolo en persona, si un
muy cumplido servidor de su olímpica
majestad, era jefe en las cocinas de la
Nunciatura.
Las crónicas olvidaron su nombre,
pero no así sus hechos y hazañas, famosos en les floridos campos de las Letras.
El bueno del maeso, entre el borboritar de las ollas y el freir de las sartenes,
emborronaba pausadamente luengos y
barbados pliegos de papel, muchos de
los cuales sirvieron poco antes de envoltura á especies y harinas. Y no vayan á
:>ensarse que era lo que escribía fórmuas complicadas de sustanciosos guisos,
sino comedias y comedias, varoniles y
de enjundia, á la manera de las más famosas y discutidas de Lope.
Y diz que una vez acabó una en la que
tenia puestas como en garrida moza, las
niñas de s u s ojos y las telillas de su alma,
y así como púsola la bomba de rigor y
por debajo el //«/'.v, quitóse mandil y g o rro, y encasquetándose chambergo, tabardo y espada, encaminóse hecho un
d u q u e de Alba hacia la posada del muy
alto ingenio don Francisco de Quevedo.
Hízose anun ijr como quien era. Y
don Francisco, en gracia al amo á quien
servía, excusóle de antesala prolija, aunque sin tener tan pur|)urado señor hicier.i lo mismo qu • L.i-^ ingenios de ley,
como toda la gravedad y grandeza tienen la en las obras acontecen ser harto
sencillos y familiares en las costumbres.
- -f-A qué le envía su eminencia? —
(lijóle como le tuvo delante.
A lo que con toda meliflua y monjil
cortoanía respondió el mantenedor y
curador de la gula cardenalicia:
-No es su eminencia mi amo, quien á
vuesamerced me envía, sino mis obras.
-En el alm-i vos lo estimo, hermano —
irplicó don Francisrc) c o n muy buena
le ; pero no sé yo en que pueda haberos
loado para que me regaléis con alguna
iiuignitica golosina. Aunque en esta casa
no se hace penitencia más de los Viernes, sabed que acepto lo <HK- sea y de
muy buena gana.
Señor mío -tornó á repetir el del fogón—, aunque no me lo perdone vuesamerced, sepa que no es dulce ni fritanga
lo que le traigo por ahora, aunque sí lo
haré mañana, si vuesamerced es servido
dello, sino cosa que amañó mi claro intelecto y elaboraron mis ágiles manos.
Tráigole á vuesamerced una comedia.
Don P'rancisco quedó tan sorprendido
que se le mudó la color.
—Yo quiero—prosiguió el pretendiente—que vuesamerced la lea, y por la impresión que la lectura deje en su ánimo,
que me diga si es verdad que sufren las
musas un grave perjuicio con tenerme
amarrado á los fogones de Su Eminencia.
Desembarazóse de los pliegos cosidos
que componían su obra y dejóla sobre la
mesa en que el señor de la Torre de
Juan Abad laboraba, besóle humildemente la mano, y salió con la mesma
compostura que había entrado.
Desde entonces cada dos ó tres días
abandonaba su menester y acudía en demanda del fallo del supremo señor de
las burlas y de las veras. Pocas veces le
hallaba, porque el bueno de don Francisco no atrevíase á dar la justa opinión
que de la comedia tenía formada; ¿qué
(Dibujo de R. Marín )
gano con traerme un enemigo? pensaba.
¿Pero qué bien me echo con alentar á un
iluso? Famosos sonetos asará el pecador.
Al fin un día llamó y el gran maestro
mandóle que pasara.
Ilizole muy melifluo, besóle la mano
V le dijo cómo cada noche teníale presente en sus oraciones.
Mostró complacencia y agradecimiento dello el autor de Las zahiirdas y luego le dijo:
—Amigo mío, hoy soy yo el nue necesito de vuestro autorizado y para mí valioso consejo.
¿Cómo asi?—respondió el otro confundido—, el más alto ingenio del Parnaso español, puede necesitar para nada
á este pobre aprendiz... quizá con el
tiempo...
—Es ello -continuó Quevedo — que
hame entrado en vena el cocinear, veo
que esto de las Letras no es cosa que
aproveche, mientras que el oficio que
vos dejáií por el que hasta aquí llevé,
nunca tiene peligro de ayuno forzoso, y
á este fin he preparado como ensayo
esta menestra: probadla y dadme v u e s tra leal opinión.
y descubriendo una batea que había
en una mesilla baja, apareció un deslavazado guisote.
No más que con verlo, conociera el
más profano en el arte culinario, ciue
aquello era peor que bazofia para los
perros; pero el procer de los guisos, entendiendo que si no alaba iría en perjuicio de su obra, probolo con un dedo
como han por costumbre los de su raza,
limpióle desnués en la ropilla, sin acordarse que no era tr^je para oficiar, y
dijo, poniendo los ojos en blanco, que
en toda su vida había hecho cocinero en
el mundo nada tan sabroso.
A lo que respondió el ingenio poniéndole la malhadada comedia entre las
manos:
Pues a s i e s vuestra obra; andad,
hijo, y que Dios lo provea, que sólo para
esto vale y aun no mucho, que el papel
es de granillo, y raspa...
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