El mesero Albert Solá dice ser el hijo no reconocido del

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ECOS
a la
SOMBRA
DEL REY
El mesero Albert Solá dice ser el hijo no
reconocido del abdicado Juan Carlos I y afirma
que no quiere corona sino “sólo un padre”.
En enero su vida puede tomar un giro radical
cuando la justicia española decida si acepta o
no sus demandas de paternidad.
→ Por Sergio Marras, desde el Alto Ampurdán, Cataluña
Los escalofríos le recorrieron la piel centímetro a centímetro. En la televisión, su
supuesto hermano menor estaba siendo coronado rey. Y él se preparaba entretanto para algo tan
prosaico como servir los cafés de media mañana a los sempiternos jubilados del pueblo. Los
colores perfectos del plasma de 32 pulgadas del
Café Drac, de la villa de La Bisbal del Empordá,
le perturbaban su autoestima mancillada. “Tú
tienes que estar aquí y yo no” le balbuceaba a
Felipe, el nuevo rey, hacia el aparato. “No hay de
qué preocuparse. Tú fuiste el elegido, yo no”.
El estómago retorcido casi no lo
dejaba moverse.
En un rapto de lucidez apagó el televisor,
terminó de colocarse el delantal, cogió la
bandeja con cafés y tostadas con tomaquet y
salió a servir como lo hacía desde tiempos que
casi no recuerda.
Los comensales, vecinos de toda la vida, lo
recibieron con su apodo consuetudinario, burlones y demandantes.
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“Monarca”, Felipe te ganó la partida.
Deberías estar ahí tú. Ahora que Juan Carlos
dejó de ser intocable, tienes que reclamarle al
Tribunal Supremo.
Se sintió enfermo y corrió a su casa a echar
unos lagrimones.
Albert Solá Jiménez, camarero de profesión,
ojos azules, rubio, con mentón y nariz borbónica, en medio de mediterráneos castaños y
morenos, tiene un parecido notable con Juan
Carlos I y aunque la estatura le juega en contra,
él alega que no todos los borbones son altos y
que su madre es catalana.
Inmediatamente después de la asunción del
nuevo rey, decidió llamar a su abogado, Francesc
Bueno, para que ampliara la demanda contra
quien cree que es su padre, el rey Juan Carlos I,
que al haber abdicado dejó de ser intocable ante
la ley y ahora su petitorio puede prosperar.
—“ Yo nunca he querido ser rey. Sólo quiero
tener un padre”, repite compungido. “Y lo voy a
tener, cueste lo que cueste”.
Albert Solá Jiménez nació en 1956, doce
años antes que Felipe de Borbón y Grecia, el
nuevo rey español. Creció en una familia de
campesinos catalanes de Sant Climent de
Peralta, en el Alto Ampurdán, una pedanía muy
pobre, que lo adoptó a los seis años. Su casa no
tenía luz eléctrica ni agua potable.
En 1956, Juan Carlos I, nieto del último rey
Alfonso XIII, era entonces sólo príncipe de Asturias y el general Francisco Franco lo preparaba
para ser su posible heredero. El príncipe era
alumno de la Academia Militar de Zaragoza y
tenía 18 años. Viajaba seguido a ver a su novia
Anna María Bach Ramón a Barcelona, entonces
de 17 años, heredera de una acaudalada familia
de banqueros. Ellos, según los documentos que
Albert esgrime, serían sus padres biológicos.
Cuando nació, como se hacía entonces con
los hijos llamados ilegítimos, le fue quitado
a su madre por órdenes de su propia familia
y, después de unos días en la Maternidad de
Barcelona, fue entregado a una mujer a sueldo
Cuando Albert Solá
consiguió el acta
original, los papeles de la
maternidad describían
al recién nacido, en una
anotación al margen, con
el atributo de “chupete
verde”, término que en
aquella época se usaba
como clave para referirse
a los niños bastardos
de la realeza.
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Chaqueta Matías Hernán. Bikini Ripley.
Vea el saludo
de fin de año de
Diana Bolocco.
D
portada
Es la animadora que todos
los canales quisieran tener,
pero acaba de renovar con la
ex estación católica donde
conducirá un nuevo programa
de concursos y otra
temporada de Vértigo. Todo
antes de tener a su cuarto
hijo, la primera mujer después
de tres hombres. Asegura
estar orgullosa de mostrarse
embarazada en esta etapa
de su carrera, reivindica
la maternidad y llama a no
postergar los hijos en pro
del éxito profesional.
la Última
tentación
de diana
→ Por Paula Palacios
→ Fotos Javiera Eyzaguirre
→ Producción Gabriela Cordero
→ Maquillaje y pelo Iván Barría
→ Post producción digital Estudio Fe
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EFE
“El poeta se había enamorado
en Chile, en vísperas de
salir como embajador, de
una mujer bastante joven,
de piel clara, de formas
exuberantes”, escribió Jorge
Edwards en Adiós poeta.
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historia desclasificada
N
Alicia Urrutia Acuña —sobrina de Matilde, la
mujer de Neruda—, fue el último amor del Nobel
de Literatura. Mantuvieron una relación clandestina que fue descubierta por la esposa y que después
de muchos años develaron en sus libros escritores
como Volodia Teitelboim, Jorge Edwards y la periodista Inés María Cardone, en Los amores de Neruda.
Pero Alicia siempre guardó un silencio inquebrantable respecto de esa historia, que sólo rompió
una mañana de julio de 2012 en que llegó hasta
la oficina del ministro de la Corte de Apelaciones
Mario Carroza, en calle San Antonio de Santiago.
En el marco de la investigación judicial que lleva a
cabo el magistrado, que busca determinar la causa
de muerte del poeta, hace dos años quiso testificar y
por primera vez contar parte de su verdad. Tenía 88
años y vivía en Arica junto a su hija Rosario.
Alicia era hija de Francisco Urrutia, hermano
de Matilde, y de Rosa Acuña. Todo comenzó cuando ella tenía 29 años y una hermosa hija pelirroja
de apenas dos. En aquella época, Neruda tenía 59.
Lo contó ella misma ante el juez:
“En el año 1963 y por problemas con mi marido
fui invitada junto a mi familia a vivir a la casa de mi
tía ubicada en el barrio Bellavista. En dicho lugar
se produce la separación definitiva de mi marido,
quedándome con mi hija Rosario. A los pocos meses, nos trasladamos a la casa que Matilde y Pablo
tenían en Valparaíso. Debo indicar que ellos prácticamente vivían en tres casas que poseían, a lo que
debe agregarse que en esa época viajaban por todo
el mundo, permaneciendo poco tiempo en Chile…”
“…El año 1964 mi tía me solicitó que le ayudara
a confeccionar sus vestidos de fiestas de gala, ya
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que yo era modista, motivo por el cual me pide que
trabaje para ella, trasladándome hasta la casa de
Isla Negra junto a mi hija, comenzando a vivir con
ellos en Isla Negra, donde le era más fácil probarse
la ropa que le confeccionaba, ya que dicha casa era
más amplia, sumado a que ésta era donde permanecían la mayor cantidad de tiempo…”.
Una mujer mayor, sencilla, delgada, con el pelo
corto ondulado y con esa candidez de las personas
de provincia. Alicia llegó a la oficina del magistrado
Carroza acompañada de su hija Rosario, muchas
veces fotografiada siendo una niña con Neruda, que
la quería tanto. En 2012, la pelirroja tenía 51 años.
El último amor de Neruda contó ante la
Justicia la forma en que ella y su hija vivían en Isla
Negra y se relacionaban en esa casa con Neruda
y Matilde: “Me prepararon un dormitorio con un
baño y un taller de costura. Debo indicar que no
necesariamente permanecía todo el tiempo en ese
lugar, ya que circulaba libremente por toda la casa,
al igual que mi hija Rosario, toda vez que éramos
parte de la familia y nos consideraban para todos
los eventos que se organizaban en esa casa”.
No era una clásica relación entre una ayudante doméstica y sus patrones, efectivamente. Una
fotografía de 1965 revelada en el libro Los amores
de Neruda, muestra al escritor, Matilde, Alicia y la
pequeña Rosario junto a un grupo de personas en el
matrimonio de Rafael Plaza, ‘Rafita’, el carpintero
de Isla Negra. El poeta y su esposa eran los padrinos
y Alicia aparece junto a su niña en la otra esquina.
Matilde controlaba el mundo de Neruda, según relata la periodista Inés María Cardone
en Los amores de Neruda: “La experimentada
Matilde llevaba ya largos años de convivencia con
Neruda. Primero, como amante clandestina en la
época de Delia del Carril y luego, como su legítima
esposa. Nada parecía turbar la tranquilidad de Isla
Negra y menos todavía la de Matilde. Pero cometió
un grave error: confiar”. La tercera esposa del autor no se imaginó jamás lo que estaba sucediendo
en su propia casa desde hace algunos años. Hasta
que lo descubrió ella misma a fines de 1970.
Lo relató Teitelboim en su libro Neruda:
“(Matilde) se encontró un día con un cuadro
que no era exactamente una naturaleza muerta.
Era demasiado vivo, un episodio en cueros, semejante al que produjo la ruptura del matrimonio
Neruda-Hormiga, pero esta vez con un personaje
distinto. Y los papeles parecían cambiados. Pues
no era ella la que ahora ocupaba la cama como
vino al mundo, sino una joven a quien había llevado a Isla Negra a vivir como familiar, para que
la ayudara con el arduo trabajo doméstico y tener
a alguien con quien conversar en confianza…”.
“…Pablo se aficionó a esa segunda mujer que
se movía silenciosamente por la casa aislada
“pablo amor que
seas feliz amor.
todas las horas
del día y de la
noche estés
donde estés y
con quién sea,
sé feliz”, escribió
alicia urrutia a
pablo neruda en
julio de 1972.
junto a la playa. Parecía cariño de padre. Y
oficiaba un poco de abuelo. Porque ella trajo a
su hija, una pequeña pelirroja, que asistía a la
escuela primaria del lugar. Dibujaba, a juicio del
poeta, tan bien, que decidió convertir uno de sus
monos infantiles en la portada algo chillona de
una voluminosa antología de su poesía…”.
En la primera versión de su libro, Teitelboim
apenas había sugerido lo que sucedió a fines de los
’60. Recién con la muerte de Matilde en 1985, el
escritor comunista entregó todos los detalles de
esa mañana en que Matilde descubrió en primera
persona la infidelidad de Neruda con su sobrina directa: “Introduzco unas pocas líneas más explícitas
dos años y medio después de la muerte de Matilde.
Ahora este recuerdo no puede dolerle”, explicó.
Teitelboim cuenta que poco después de la escena de Isla Negra, visitó a su amigo el domingo
8 de noviembre de 1970, pocos días después de la
proclamación de Salvador Allende como Presidente. Llegó hasta La Sebastiana, en Valparaíso,
cuando observó que “Matilde reprendía a su marido con risa violenta y palabras fuertes”. “Apenas
entré –escribió Teitelboim– junto a Neruda con
cara de niño culpable, sorprendido comiéndose
el dulce a escondidas, comenzó a acusarlo”:
—Te diré que tu amigo no es un santito. Se ha
metido con mujeres sucias y ahora está enfermo
de la parte correspondiente. Y no sana. Por
donde pecas, pagas.
—No sea exagereda, Patoja. No hable así,
contestaba Neruda, según Teitelboim.
Los tres fueron a Viña del Mar, junto al editor
Gonzalo Losada. En un momento, Neruda se quedó
a solas con su amigo Teitelboim y le dijo: “Yo tengo
que poner distancia. Salir por un tiempo, pero al
servicio del gobierno. Creo que debo ser embajador
en Francia. Convérsalo con los compañeros. Y si
están de acuerdo, que se lo propongan a Salvador”.
Fue el inicio de la misión de Neruda en Francia que tenía un trasfondo puramente sentimen-
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