Año VI—Núm. 272.-25 oónts.

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Baroelona, 28 de julio de 1904
Año VI—Núm. 2 7 2 . - 2 5 oónts.
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A.CTO
F»R^I]VlI3FiO
PARÍS: TEATRO DEL V A U D E V I L L E
NUMA ROUMESTAN
comdia tn cinco netos de Alfonso Dmidet.
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Numa Boumestan en una de las más conocidas novelas de
jv,
Daudet, y ciertamente una de las más lindas, con sus toques
';-;. Yf • de amarga observación y, para no faltar, con sus burlas deVMidi.
, El protagonista, como tantos otros personajes del autor de
Fulanito parece haber existido en carne y hueso, y aun llega el
parecido hasta llevar igual nombre de pila que el original.
La novela se reduce principalmente á pintar el carácter de
Roumestan, meridional excesivo, ligero en prometer, aturdido,
y como es natural, víctima de sus informalidades. Paralelamente á esta figura, esboza el autor los amores de una señorita de
exquisita educación y delicados sentimientos con un tamborilero de allá abajo (para los parisienses todo lo que se halla fuera
del radio de París es la bas). El artista en cuestión resulta muy
poético en el cuadro de su país natal, pero Roumestan le llama
á París, persuadido de que á llenarse de gloria y de dinero, y
en efecto, el infeliz sufre un fracaso espantoso, con lo cual se
le acaban de caer las alas del corazón á la señorita.
Sucedió con e-ta comedia lo que suele ocurrir con casi todas
las comedias sacadas de una novela: pasó, pero distó mucho de
alcanzar el éxito que otras obras, destinadas exclusivamente al
teatro.
El hecho puede parecer extraño, pero es exactísimo. Novelas admirables como tales no han podido resistir su transporte
á las tablas, y si por acaso lo han conseguido ha sido porque
se ha encargado de la faena un dramaturgo, en vez del propio
autor. Tal es el caso del Assomoir y de Jacques Damour de
Zola, arregladas á la escena por Busnach. En cambio el insigne
Flanbert quiso ensayarse dando en forma de comedia una novelita titulada El Candidato, y fué un desastre. Algunas comedias de Jorge Sand, muy bien recibidas, fueron también obra
de extraños, aparte de cierta intervención de la autora.
Es indudable que la novela y la comedia pertenecen á dos
regiones muy distintas de la literatura, y precisando más, á
dos clases de perspectiva enteramente opuestas. Por más que
se pretenda, hay géneros irreductibles, y argumentos que necesitan un ro^-aje especial. No es posible ponerlo todo en actos
y escenas, como no es posible tampoco ponerlo en solfa 6 en
colores. Esta pretensión ha dado lugar á muchas equivoca
cienes, no poco lamentables á veces, y contrasta ciertamente
ver estrellarse en el teatro á un Flaubert ó á un Cherbuliez
mientras triunfan tantas medianías que á falta de talento tienen
astucia y trastienda.
En España hemos podido ver numerosos casos de esto que
decimos en las comedias de Galdós, llevadas del libro al escenario; algunas de esas comedias como Gerona han sido verdaderos fracasos; otras han perdido todo el encanto del original,
como por ejemplo, El Abuelo Diríase que hay incompatibilidad
entre el novelista y el autor dramático.
• El autor dramático, Shakspeare, por ejemplo, es ante todo
hombre de acción. El inmortal inglés no era precisamente grande
inventor de argumentos (lo mismo que Moliere), pero sabía ver
enseguida todo lo que había de teatral en un asunto. Romeo y
Julieta y otros dramas están tomados de novelas italianas, pero
¿quien se acuerda de ellas, ni sabe siquiera que hayan existido?
Lo mismo ocurre en la música. MeyeEbeer,.que no era ningún genio, ni mucho menos, sabía en eata parte donde le apre
taba el zapato y jamás quiso meterse en camisa de once varas
abordando asuntos superiormente tratados ya en la novela ó en
el drama. No se le pudo convencer jamás de que pusiera en
música el Faust. Verdad es que lo han hecho Schumann, Berlíoz y Gounod, pero la Danmation del segundo toca solo incidentalmente el poema, y en cuanto á la famosa ópera del autor
de Mireio es pura y simplemente una bellísima mistificación
del original. Y es que no todos loa asuntos son musicales, cosa
que le constaba perfectamente á Wagner y de ahí sus óperas
de mitos, con exclusión de toda particularidad de color local
para inspirarse únicamente en los sentimientos fundamentales
de la humanidad.
En Numa Roumestan hay delicadísimos análisis de caracte"
res, hondas reflexiones, crueles frases del autor que han de
desaparecer forzosamente en su conversión en comedia No
puede conservarse uno de los más conmovedores episodios de
la novela, cuando después del fracaso del tamborilero, la cuña
da de Roumestan ve aun, fijado en las esquinas, el cartel con
el retrato del tamborilero, lamentable, desteñido, ridículo. Tampoco cabe conservar la descripción admirable de la,/aríiBíiotó
en las Arenas de Nimes, ni multitud de frases que pintan de
cuerpo entero al atolondrado ministro, como aquella en que,
después de un disgusto de ordago ocasionado por su impremeditado obrar exclama, en un rapto de remordimiento: j Trop midü
\trop midil
Desaparece también todo lo que tiene referencia con las
costumbres provenzales, y que en la novela resulta uno de los
más importantes elementos. Además, es muy expuesto siempre
alterar la imagen que el lector ee ha formado de cada personaje encarnándola en determinado actor. A Numa Roumestan se
lo figura cada uno á su manera y se corre peligro de una desilusión si el cómico no acierta á coiocidir con la idea que de él
se ha formado cada uno. Es diferente cuando se trata, por ejem
pío, de Napoleón ó de Felipe I I : todos sabemos como eran; hay
su imagen, convencional si se quiere, pero fijada que no hay
más que copiar, pero no sucede lo mismo con los tipos imaginarios, entrevistes en las páginas de uti libro.
:A.CT^O
En el fondo de todo esto se adivina que hay dos cosas: ó
bien el amor excesivo del autor & su obra, ó bien el propósito
de sacarle todo el jugo á la obra. E n uno y otro caso se corre
peligro de estrellarse.
Al ravés: se dan casos de escribir novelas basadas en una
comedia, pero aquí si que se puede afirmar resueltamente que
la obra resultará un ciempiés, lo cual viene á corroborar que
entre uno y otro género hay una profundísima diferencia. A
ver quien es capaz de poner en novela Hamlet, Ótelo ó El drama nuevo.
Y sin embargo no faltan quienes se han atrevido á novelizar obras maestras, como D . Juan Tenorio La que escribió
Fernández y Ganzález es atrozmente mala, y lo mismo puede
decirse de cuantas han salido basadas en dramas y comedias
más ó menos merecedoras de tal honor.
Lo que también suele resultar execrable, salvo contadas
excepcione^, ed trasladar al lienzo escenas de comedia ó de
novela. Entre tantas ilustraciones del Quijote no hay ninguna
que esté bien, cuando menos los cuadros inspirados en el libro
inmortal; y lo mismo decimos de los poemas; no conocemos aún
ningún cuadro ni ilustración de Fausto que satisfaga completamente.
De todo lo cual resulta que bien está San Pedro en Roma,
y que hay que dejar tranquilas las obras maestras sin sacarlas
de quicio. Escríbanse comedias y novelas que sean verdaderas
comedias y novelas, y no queramos apurar la colilla transformándolas en lo que no eran ab ínitio. La experiencia enseña
que eso no conduce á nada bueno, digan lo que quieran los que
sostienen lo contrario.
Y sin embargo, pasa j a de castaño oscuro el empeño en
tornar comedias las novelas, sin que basten escarmientos como
el de La Montalvez. Como si no hubiera, por desgracia, verdadero exceso de producción novelera aun se quiere que tengan
ulterior existencia tales obras, sin recordar que tnunca segundas
partes fueron buenas» Toda buena comedia debe tener raices
propia', ó de m ser así es indispensable que el autor sea un
genio, como Sbskspeare, Moliere ó Eacine, y en menor escala
nuestro Morete, grande aprovechador de obras agenas. Siempre
valdrá más una obra natural que no otra prohijada.—C. M.
SíBGUJNÍDtJ
TARDES DE INVIERNO, cuadro de G. Andera
LECTURA INTERESANTE
U N DUELO-A-M-UEHTEEl 10 de julio de 1817, un regimiento de húsares debía
salir de Tolosa para dirigirse á Burdeos. La partida estaba
señalada para las cinco de la mañana y, según Ja costumbre
en tales casos, dábase un banquete al que asistían los oficiales
que permanecían en la ciudad y los que mudaban de guar-
nición. La comida fué abundante y el vino no dejó
de calentar la cabeza de los congregados,
Un joven, hijo de un emigrado, el conde de Belletnere, que
estrenaba sus charreteras de teniente, bebió á la salud del rey.
Prodújose con tal motivo un movimiento de entusiasmo entre
los oficiales jóvenes, pertenecientes cati todos ellos á la aristocracia y que habían obtenido sus grados de Luis XVIII.
Pero entre los antiguos se hallaba un capitán de origen
corso, un tal Vitalis, que después de haber hecho las últimas
campañas del Imperio, había logrado conservar su puesto
dorante la Restauración. Vitalis prestaba rigurosamente su
servicio, pero vivía solo y guardaba siempre silencio.
Levantó su copa al mismo tiempo que los demás; pero en
el movimiento de sus ojos dio á entender que hubiera preferido abstener.-e. Aquel movimiento, por imperceptible
que fuese, no dejó de ser notado por el conde de
Bellemere, que á duras penas soportaba la presencia
de aquel oficial del antiguo régimen.
El conde llenó de nuevo su copa y bebió á la
vergüenza del usurpador, del monstruo sediento de
sangre, del déspota que había oprimido á Francia' x ••
y á quien la mano de Dios había justamente castigado.
Todas las miradas se dirigieron al capitán Vitalis, el cual se mordió los labios y df jó caer su copa
en el suelo.
Bellemere, completamente ebrio, se acercó al capi"
tan y le dio una tremenda bofetada.
Vitalis cogió á su adversario por los brazos y
lanzándolo hacia atrás, se disponía á caer sobre él;
cuando los concurrentes, apoderándose de su persona,
lo sacaron del comedor. Inmediatamente quedaron convenidas
ias condiciones del duelo. La pistola á quince pasos, pudiendo
disparar cada cual á voluntad.
El lance debía verificarse al amanecer, una hora antes de
la salida del regimiento. Bellemere llegó al sitio de la cita llevando en la mano un puñado de cerezas, que comía tranquilamente, divirtiéndose en arrojar las pepitas lo más lejos posible.
Los padrinos cargaron las pistolas y midieron el terreno.
Bellemere no se ocupaba más que de sus cerezas.
Dada la señal, disparó primero el
conde.
La bala rozó uno de los hombros de
Vitalis, el cual se sonrió plácidamente y
dijo á su adversario:
— Me parece que no le importa á usted nada la vida, y lo que es yo no tengo
interés alguno en privar á usted de una
existencia que le es indiferente.
—Dispare usted, caballero, ^contestó
Bellemere con altivez.—No aceptaré jamás gracias de ningún género.
—Se ha acordado,—dijo el corso,—
que podíamos disparar á voluntad; pues
bien, yo me reservo mi turno.
—jComp usted quieral—exclamó Bellemere sin dejar de
comer cerezas.
El clarín llamó á los oficiales al cumplimiento de su deber,
y al poco rato púsose en marcha el regimiento.
El conde iba á Burdeos y Vitalis se quedó en Tolosa.
Transcurrieron seis años y Vitalis no era más que comandante, pues sus opiniones le habían perjudicado para el aseen
so. Por aquel tiempo hallábase de guarnición en Perpiñán.
Una tarde, mientras comía, recibió una carta. Lanzó un
suspiro de satisfacción é ilumináronse sus ojos.
Al día siguiente obtuvo una licencia y partió para Burdeos
En el camino de Medoc, poco antes de llegar á Blanque_
fort, alzábase un hermoso castillo moderno, al que conducía un
sendero de preciosos tilos. Eran las ocho de la noche y el cielo
estaba tachonado de estrellas.
En la sala del piso bajo estaban reunidas varias personas.
Una joven, sentada junto á una ventana, tenia abandonada una
mano en las de un oficial, que le murmuraba al oído palabras
de amor. La joven contaba apenas
veintiséis años. Su perfil, de notable pureza, se destacaba en la penumbra, y estaba iluminado por la
luz de la luna.
Dos hombres de alguna edad
hablaban sentados en un sofá,
mientras un sacerdote conversaba
con una señora de unos cincuenta
años, que de cuando en cuando
pasaba sus dedos por los rubios
cabellos de un niño de tres años
que tenia á su lado.
—[A quince pasos!—mandó Vitalis.
El conde contó los quince pasos. El terreno estaba perfectamente iluminado por la clara luz de la luna.
La joven era la marquesa de
Mory, viuda desde hacia un año
El niño era su hijo, y los otros personajes individuos de su fainiiia.
La viuda iba á casarse en se.
gundas nupcias con el conde de
Bellemere.
De pronto se oyó un campanillazo en la verja del jardín.
Abrió el jardinero, y se dirigió al castillo un individuo á quien
nadie esperaba.
Al presentarse ante la ventana, dijo con tranquilo acento.
—¿El conde de Bellemere?
—¡Vitalial—exclamó el conde.
—¿Me reconoce usted?
—Si,—murmuró Bellemere.
—Tenemos que arreglar una antigua cuenta.
—Estoy á las órdenes de usted.
El conde salió inmediatamente.
De pronto se presentó la marquesa y exclamó sobresaltada:
—[Debe de ocurrir aquí algo horriblel ¡Óigame usted por
piedad, caballero! ¡No sabe usted lo que va á hacer!
—¡Retírate, Juana, te lo suplico!—dijo Bellemere.—El
señor es un antiguo oficial de mi regimiento, con el que tengo
que hablar de un asunto importante.
—¡No! ¡No!—repuso la marquesa—¡Me vuelvo loca! ¡Por
Dios, caballero! ¡Apiádese usted de mil Tiempo atrás engañé á
mi marido. Amaba á Gastón, quiero decir, al conde de Bellemere. ¡Mi marido me perdonó al morir, y yo no puedo casarme
más que con Gastón, & quien
adoro.
—¡A quince pasos!—gritó con
bárbara frialdad Vitalis, sacando
una pistola de su bolsillo.
La marquesa cayó en tierra sin
sentido.
A la luz de la luna creyó ver
Vitalis una lágrima que se deslizaba por la mejilla
de su adversario.
—Vamos á ver,—dijo el comandante.—¿Ya no
come usted cerezas?
Vitalis disparó, y el conde de Bellemere se desplomó en
el suelo con el cráneo destrozado.
AüRELIANO SCHOLL
^
-¿A dónde vatnos?—preguntó Vitalis.
-Al camino, si le parece á usted bien.
-Como usted guste.
-Aquí,—dijo Bellemere al cabo de pocos instantcp.
—Revelaba D. Fernando de Guzmán UQ secreto á un amigo suyo, y decíale:
~ "
"
—¡Señor! Ayudádmelo á callar, porque yo solo no puedo,
LA TENTACIÓN, cuadro de Casado del Alisal. Dibujo de M / í í á y Valor
E N T R E BASTIDORES
Aquella tarde bajó Conchita más temprano que de costumbre & casa de su prima Guadalupe.
Los veinte escalones que separaban el principal del entresuelo fueron descendidos en un instante por la hermosa rubia,
que oprimió dos veces el botón del timbre, sumergiendo luego
sus manecitas blancas en los bolsillos de su delantal, mientras
que sus grandes ojos azules se dirigían á lo alto de la escalera,
dando al rostro de Concha la expresión con que suele pintarse
á la Virgen que lleva su nombre.
No tardaron en abrir la puerta, y la joven se precipitó en
.el recibidor dando saltitos y gritan
do. con voz argentina y fresca:
—Buenas tardes, tía; soy yo.
MAGDA MIDINNETPE
Fot.Fialdro
Otra voz más grave, aunque también femenina, contestó
desde habitaciones lejanas:
—En el gabinete está Lupe: pasa si quieres.
Concha siguió un largo pasadizo que terminaba en una
habitación pequeña, separó f-1 portier y preguntó con su atiplada vocecita:
—¿Se puede?
Un torrente de palabras contestó á aquella interpelación.
—¡Chica! ¿Eres tú? ¡Qué prontcl Pero entra: te he de contar muchas cosas: tet-emos novedades.
Casi al mismo tiempo una muchacha de la misma edad que
Conchita salió al encuentro de ésta, besándola farinosamente
en las mejillas. •
Momentos después ambas jóvenes estaban sentadas, una
junto á otra, en dos sillas bajas del gabinete.
El reducido cuadrilátero era un verdadero almacén de
adornos y trofeos femeniles. En las sillas, en las rinconeras y
en el piano, se adivinaba á primera vista la mano de una
mujer hacendosa, pues los bordados sobre seda y cañamazo,
los adornos de crochet, los acericos, relojeras, cuadros de fotogralias y macetas de flores artificiales, denunciaban largas
horas de trabajo y daban al gabinetito ese aspecto de coquetería que se observa siempre en las habitaciones de las mucha-
chas solteras. Concha y Guadalupe eran dos tipos diametralmente opuestos en su figura y modo de conducirse y de pensar; pero en cambio se parecían en una cosa: las dos eran muy
bonitas.
La rubia era un tipo que hubiera parecido del norte á no
mostrar en su rostro esa dulzura de facciones y ese brillo de
la mirada que sólo se nota en las mujeres del mediodía, por
muy pálidas que sean. Se parecía más á la Madonna de Sanzio
de Urbino que á la Sili de Goethe. Hermosos cabellos de un
dorado oscuro, recogidos sobre la nuca en ancho rodete; ojos
grandes y expresivos, tez de blancura mate, divinamente formada y con un aire de candidez y de modestia capaz de atraer
al hombre más indiferente y menos artista. Tal era Concha.
Guadalupe era morena, pero no tenía nada de español en
su figura ni en su aspecto. No la hubiera copiado Fortuny para
crear una de sus acuarelas inestimables, ni Madrazo para vestirla de maja en uno de sus apreciados cuadritos que representan chulas y cantaoras: más bien parecía desprendida de un
cuadro de Holbein ó de Rembrandt. Exuberantemente hermosa, con ojos que en nada cedían á los de su prima, y con cabe
líos de un negro tan intenso que tiraba á azul, parecía su rostro el de una burguesa de la antigua Flandes; fisonomía á la
cual sólo faltaba, para completar la ilusión, el ancho sombrero
con plumas de garza.
Las dos jóvenes vestían delantal blanco con peto, y colgaban de su cintura las tijeras de bordar, pendientes de largas
cintas encarnadas.
—Pues sí,—decía Lupe, mientras estrechaba entre sus
manos las de Concha;—ha venido ayer en el correo.
—Y ¿cómo ha sido eeo, chica?
—Pues, porque sí: no ha escrito á nadie ni se lo ha dicho
á ninguno tampoco, y se ha presentado así... de sopetón. Era
para darnos una sorpresa.
—Pero ¿viene destinado?
—No: con licencia para tres meses, pero creo que se quedará más.
Tratábase de un piimo teniente de húsares.
—¿Y tú le has visto ya?—interrogó Concha con cierta
intención.
—Un momento, anoche, en casa de la tía Enriqueta. Dijo
que vendría esta tarde á vernos.
—¿Y no te dijo nada más, embustera?
—Sí,—dijo Guadalupe ruborizándose;—me llamó linda.
Concha sonrió, y acabó por moderse los labios.
En aquel momento sonó la campanilla.
Las dos jóvenes se levantaron inmediatamente, cogieron
dos bastidores de bordar y se sentaron algo alejadas una de
otra, haciendo pasar la aguja enhebrada á través del tirante
lienzo. Las dos habían tenido la misma idea y habían obrado
bajo el mismo impulso sin dirigirse ni una sola palabra.
El portier se alzó dejando pasar á D.^ Lola, anciana señora, madre de Lupe, que dijo, dirigiéndose á un personaje invisible á la sazón:
—Entra, Fernando: aquí tienes á tus primitas.
Ninguna de ellas levantó la cabeza, pero las dos miraron
á hurtadillas hacia la puerta.
Entró Temando vestido de uniforme. Era un buen mozo en
toda la extensión de la palabra: el atacado pantalón azul, la
dorada guerrera forrada de piel, el guante blanco y el sonido
de las espuelas y del sable, realzaban su hermoso tipo de hombre. Tenía muy buenos ojos y muy buem s bigotes, cosa que
notaron las niñas inmediatamente.
El oficial de húsares avanzó tres pasos, sosteniendo el chacó sobre su pecho é inclinando la cabeza. Sonreía, y enseñaba
una dentadura cuidadosamente limpia.
—¿Cómo estás, Lupe? ¿Y tú, Conchita?—dijo tendiéndoles
la enguantada mano.
Ambas jóvenes levantaron entonces las lindas cabezas y
clavaron dos miradas cortantes como dos filos de puñal tuneci
no en los cordones dorados y en los ojos negros del primo; las
dos manos estrecharon la que se les tendía, y las dos bocas
angelicales sonrieron con verdadera satisfacción.
—Anda, chico, siéntate ahí con esas,—dijo D.» Lola;—yo
leeré, entretanto, el devocionario. Entre parientes no debe de
haber cumplidos.
Fernando estuvo indeciso un momento: después se sentó
entre las dos. A su derecha tenía á Concha, y á Lupe á su
izquierda; ambas provistas de los respectivos bastidores.
£1 teniente estuvo sin hablar algunos segundos, entretenido en colocar el sable entre las piernas y en quitarse lentamente los guantes. Después dijo, dirigiéndose á Lupe:
—Ya tuve el gusto, anoche, de verte en casa de la tía: así
me pude convencer de que tengo una prima muy hermosa.
Esto era una vulgaridad; pero á Concha, á quien gustaba
ya mucho Fernando, le pareció un exagerado elogio.
Hizo un mohín y un ligero movimiento, y el bastidor fué á
dar contra el brazo del húsar.
Este se volvió, y dijo mirándolas con ojos admirados:
—Pero no había tenido el gusto de ver á Conchita, hecha ya
una mujer; y te aseguro que eres una preciosidad, primita mía.
Lupe tosió ligeramente. Al mismo tiempo Concha miró á
su prima y Lupe á Concha, y las dos continuaron bordando.
Fernán dito las miraba alternativamente, y en honor de la
rerdad debo decir que las dos le gustaban sobremanera: así es
que se encontraba en una situación difícil. Además no quería
pasar por tonto, y era necesario que la conversación se animase.
—¿Qué es lo que bordáis?—preguntó.
—Unos pañuelos,—contestó rápidamente Concha.
—¡Ahí—dijo Fernando. Y se atusó el lado derecho del
bigote.
— SI: unos pañuelos para mi papá, —agregó Lupe.
—¿Son para el tío? ¿De veras?—dijo por lo bajo Fernando
á, Concha.
Lupe adelantó un hermosísimo pie calzado de terciopelo.
Fernando miró aquel pie y se puso encarnado hasta las
orejas.
Conchita, que iba á contestar á su pregunta, dejó de bordar,
y, apoyando con aire distraído su mano en la del teniente, le
hizo esta sencilla pregunta:
—Fernando, ¿te diviertes mucho por Madrid?
Esta vía de hecho hizo qae Lupe se mordiese los labijs.
La verdad es que Concha era una atrevida. ¡Vea ustedl [Tocarle la mano al primol Eso era una cosa muy fea: ya se lo diría
ella después.
Fernando contestó evasivamente, pero se fijó en el bordado
de Concha y dijo con tono de alabanza:
—Conchita: |qné primorosa eresl ¡Qué bordado tan monol
La verdad es que unas manitas tan blancas no pueden hacer
nada que no sea lindo.
Esto era ya una señal de ataque.
Lupe dejó de bordar, y dijo, riéndose con falsa risa y
haciendo dengues:
—Primo; te voy & hacer una pregunta indiscreta que tú
me perdonarás, pero, como ha dicho antes mamá, entre nosotros
no debe de haber cumplimientos.
—Pregunta, Lupe, pregunta.
—Dime: ¿quiénes te gustan más: las rubias 6 las morenas?
Fernando sintió el golpe y necesitó un instante para reponerse. Entretanto las dos miradas de las jóvenes expresaban
un ansia más que regular.
El pobre oficial estaba en un brete.
—Os diré,—balbuceó;—os diré: las...
—¿Quiénes?—dijo Concha mirándole casi con amor.
—¿Quiénes?—preguntó Lupe clavándole sus ojos negros.
—Las trigueñas, es el término medio,—dijo resueltamente
Fernando,—participan de los dos tonos y armonizan y juntan
los dos géneros de belleza.
Las dos primas suspiraron bajito y continuaron bordando.
ML,LB. DUBBHGEll
Fot. Fialdro
—Eso no impide,—replicó el primo por decir algo,—que
no me gustéis vosotras mucho. Tú, Lupe, tienes todo el tipo de
una muchacha que está reputada por la más bonita de la
corte...
—¡Babl iQué exagerado eres! ¿Oyes, Concha?
Aquello era ya un saetazo envenenado.
El teniente continuó:
—Y tú, Concha, tienes para mí todavía más derecho á mi
admiración.
—¿De veras?—dijo la rubia, palpitante.—Y ¿por qué?
Dilo.
—Porque te pareces mucho á mi novia.
Las dos se levantaron rojas como amapolas: los dos bastidores cayeron en el sofá.
—Me subo á casa,—dijo Concha.—Adiós, Fernando.
—Yo te acompaño. Hasta luego,—dijo Lupe.
Y el teniente quedóse mirando cara á cara á D.*^ Lola,
que leía con atención la vida y martirio del glorioso San
Esteban,
JOSÉ M » DE LA TORRE
•¿_ £ OFELIA, cuadro de J. Bertranü
IDILIO
No sufras, mi vida, levanta esa frente,
contempla un instante las olas del mar,
sus crestas de espuma coa fuerza se agitan,
ya vuelven ¡ae alejan! ¡se besanl ¡se vanl
Nuestros corazones semejan las olas
que ora ya se alejan, ora llegan ya,
y como la ausencia es corta, muy corta,
cada vez que vuelven se estrechan aun más.
Torna á mi tus ojos, mi hada querida,
y plácida calma dome el vendaval;
si he sido un ingrato, la culpa no es mía,
el destino arranca la felicidad...
¿Aun lloras, sultana? Enjuga esas lágrimas,
desecha tus celos, firmemos la paz...
¿Ves esa barquilla frágil y ligera
qae izando sus velas avanza hacia acá?
Es el casto nido de añejos amores
que llenos de savia jamás morirán;
volvamos al nido, la dicha está cerca
al fin el pasado... se puede olvidar.
Y en noches tranquilas, remando... remando
de amor y caricias surja un vendaval;
la barca sin rumbo se agite en los mares
al par que mis brazos te oprimen más... más. .
No sufras, mi vida, levanta esa frente,
contempla un instante las olas del mar;
sus crestas de espuma con fuerza se agitan...
lya vuelvenl [se alejanl |se besan! |se vanl
TEODORO E . GUZMAN
ANSOTAN'AS
DOS BESOS
Cabe una fuente serena
" ,
y al fulgor de blanca luna,
contemplaba una por una
las bellezas de mi Elena.
..••)
Era una noche tranquila,
de esas azules de mayo,
cuando del amor el rayo
que brillaba ea su pupila
abrasó mi pecho ardiente,
y en ensueño arrobador
pedí á su boca inocente
un beso de casto amor.
Llenas de luz y embeleso
nuestras almas se juntaron
y en el santuario del beso
nunca olvidarse juraron.
Más tarde, en la misma orilla
de la fuente rumurosa,
la vi triste y lacrimosa
demacrada y amarilla.
Me besó la boca yerta
de aquel ser ya corrompido
y tristemente en mi oido
murmuró: —Mi alma e^tá muerta.
El primer beso hasta el cielo, •
mi espíritu transportó,
el segundo, sepultó
mi alma en montañas de hielo.
CAMPESINAS D E L VALLE D E ANSÓ EN T l l A J E DE FIESTA
ISAAC VIERA
UN D Í A D E CAMPO, cuadro de Margarita Loewe
E)
A UNA MUJER
L a vi postrada de hinojas
y no la vi más después;
grandes tenia los ojos,
¡y que pequeños los pies!
Corazón, no te desmandes,
si á turbar vienen tus sueños,
aquellos ojos tan grandes
y aquellos pies tan pequeños.
ENUIQUE DEL R E Y
HERCULES
El eminente arqueólogo D. José Ramón
Mélida, ha trabado en la última de las
cuaferancias que viene dando sobre La
Mitología en el Arte, en el Museo de Reproducciones de Madrid, del famoso Hércules, siendo tan interesante lo que expuso
que bien vale la pena de dar una ligera
idea tan notable lección.
Dijo que este personaje mítico por su
carácter solar, por su analogía con el dios
asirio Izdubar (que fué ropresentado
ahogando un león), con el 8andon lidio y
el Melkarte fenicio, por la gran extensión
de su culto por todo el mundo antiguo y
por su brillante ascensión al Olimpo, debe
ser considerado como un dios y no como
un simple héroe. Es el dios de la fuerza,
descubriéndonos el mito su naturaleza
solar.
Sagún la fábula, nació en Tebas (Brocia) de la unión de Tees con Alemana,
esposa de Anfitrión, Hércules, niño, es
tando todavía en la cana, ahogó dos ser
pientes que lanzó contra el Hera, implacable enemiga de los hijos que Tens tuvo
fuera del matrimonio.
Edúcase en el monte, y á los diez y ocho
años vence al león del monte Citerón,
desgarrándole las fauces, como el Sansón
bíblico.
Casa con Megara, y un día perturbado
por la malévola influencia de Hera, da
muerte á sus hijos, pensando son los de
Euristeo, de quien deseaba vengarse.
Cuando vuelve á su razón deplora su
crimen y va á Delfos para purificarse.
El oráculo le dice que para conseguirlo se ponga al servicio de Euristeo por
espacio de doce meses (los doce signos
del zodiaco).
Las empresas que Hérculás realiza
mientras dura su servidumbre, llamadas
los doce trabajos, son las siguientes:
1.° Vencimiento del león en el valle de
Vemea. 2.» Destrucción de la hidra de
los pantanos de Lerna. 3.» Captura del
jabalí de Erimantes. á° Dispersión de
ITT O í^
las aves de Estinfalia 5." Captura de la
cierva de Cerinea. 6," Limpieza de los
establos de Auguías. 7." Captura del toro
A^ Creta. 8.° Conquista del cinturón de
Hipólita. 9." Lucha con Grerión. 10. Lucha con el gigante Anteo. H . Conquista
de las manzanas de oro del jardín de las
Hespérides. 12. Encadenamiento de Cerbero.
En todas estas hazañas re3alta la acción de Hércules, que es el sol sobre la
tempestad, que es el león, el jabalí, etc.,
sobre Ijs vapores de los pantanos ó las
pestilencias de los establos, etc., y con
fundida con esta idea de la acción purificadera del i?ol, la de la obra civilizadora
de los primitivos habitantes de la Grecia,
que limpiaron el país de monstruos y de
focos insalubres.
Acabadas estas pruebas, Hércules casa
con Dejanira, y caminando con ella le
ocurre el episodio del Centnuro Neso,
que pasaba á los viajeros de una á otra
orilla de un rio, y que al pasar á Dejanira quiso abusar de ella, demasía que le
hizo pagar Hércules con la muerte. Neso
al morir, dice á Dejanira que empape en
su sangre una túnica, que si la necesitare obrará como filtro para recuperar el
amor de su marido, caso de perderlo.
Y la ocasión de someter á Hércules á
tal prueba llega cuando el héroe regresa
de haber conquistado el amor de Yola,
hija del rey Euristeo; pide una vestidura
para rendir un sacrificio; Dejanira le da
la túnica envenenada, y bajo su acción.
Hércules, poseído de vértigo, incendia
un bosque, entre cuyos fulgores (imagen
de la puesta del sol) es elevado al Olimpo
y colocado en el número de los dioses.
El Arte representó todos estos episo
dios, siendo de notar que en las imáge
nes arcaicas y aun en las clásicas de la
buena época, Hércules aparece imberbe
y juvenil, y en la de la decadencia, barbado y de edad muy madura.
Quien mejor le representó fué Escopas
á quien se debieron 12 grupos de bronce
representando los 12 trabajos. Da una
de estas obras podemos juzgar por un
bronce del Museo de Ñapóles que representa la lucha del héroe con la cierva de
Cerinea.
Del Hércules «epitrapecios» de Lisipo,
6 sea el Héroe en el ban^iuete de los dioses, puede juzgarse por el magnífico torso del Belvedere, formado por Apolonio,
hijo de Néstor, ateniense, obra por la
cual tuvo predilección Miguel Ángel, en
cuyo estilo influyó. Ea una estatua que.
RESERVADOS LOS DERECHOS DK PROPIEDAD ARTÍSTICA Y LITERARIA
I^^
como el Hércules Farneaio, firmado por
Glicón de Atenas, corresponde al estilo
anatómico, que constituye la última fama
del arte griego.
Una patera de plata repujada del tesoro de Hildesheim muestra & Hércules
niño ahogando las serpientes.
¿AMOR..?
De un jardin por la enramada
solitaria y misteriosa
asi'ias las blancas manos
iban dos niñas hermosas
alegre y viva la una
triste y pausad» la otra.
Contando á la niña alegre
l a la niña melancólica
de rejas y serenatas
no se qiie reciente lii.storia
en que la palabr* amor
brotó dulce de su boca.
Sorprendida la inocente
—iQiie es amor?—dijo curiosa.
—Esto—repuso mostrándole
la triste, dos blancas rosas
que al blando impulso del céfiro
confundían sus aromas.
FERNANDO DE URQÜIJO
ÍNFIMAS
Tu madre te dice:
' ,
«Déjale que es pobre.»
Y el eco contesta: ¡Qué mundo! ¡Qué madre.sl
¡Y que corazones!
Pobre la quería,
pobre la adoraba;
hoy luce brillantes en todo su cuerpo
¡y me causa lástima!
En la iglesia la miré
y, creyéndola la Virgen;
ante ella me arrodillé.
MAMEUTO PÉREZ SERRANO
CHAllADA
Prima segunda ps caserna,
ó cueva; segunda tres
figura de la retórica;
tercia \\i\ río; la cuarta es
una iiof.a musical.
Quinta cuarta dirá usted
de toda figura enana,
ó bien de toda mujer
ó persona mal criada,
necia, estúpida ó soez.
Del tod.o que Dir s nos libre,
pues se trata aquí de un ser
salvaje entra los salvajes,
tan horrible como cruel.
La solución en el próximo
número
INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL
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