DISCURSO DEL PRESIDENTE DEL CONSEJO DE ESTADO, DON FRANCISCO RUBIO LLORENTE, EN EL ACTO DE TOMA DE POSESIÓN DE D. JUAN CARLOS RODRÍGUEZ IBARRA, DIRECTOR DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, COMO CONSEJERO ELECTIVO DE ESTADO. “Excmo. Sr. Presidente del Senado, Excmo. Sr. Ministro de la Presidencia, Excmo. Sr. Ex Presidente del Consejo de Estado, Sras. Y Sres. Consejeros, Sras. Y Sres. Letrados, Señores y Señoras: Tengo una vez más la satisfacción de dar la bienvenida en el Consejo de Estado a un hombre que puede poner a su servicio considerables méritos y capacidades. Una larga experiencia en la vida pública, una notoria firmeza de convicciones, una apasionada adhesión a los valores que nuestra Constitución proclama y una entrega decidida a la larga e inacabada empresa de realizar el modelo de organización territorial que en ella se diseña. Hacer realidad el derecho a la autonomía de nacionalidades y regiones sin poner en riesgo la unidad nacional, ni disminuir la fuerza del Estado. En este caso, esta satisfacción se ve incrementada por un motivo particular; el que viene de nuestros lazos de paisanaje. Don Juan Carlos Rodríguez Ibarra tiene, como yo, el orgullo de ser extremeño. Nació en 1948, en el seno de una familia republicana, en el barrio de los ferroviarios de Mérida, la ciudad de pasado glorioso que desde 1983 es capital de la Comunidad Autónoma de Extremadura. Allí, en el colegio de los Salesianos, cursa los estudios de primaria y secundaria. Al terminar el bachillerato, siguió los de Magisterio en Badajoz y, muy joven, en 1969, ganó por oposición plaza de maestro nacional en Puebla de la Reina, un puesto que ocupó poco tiempo, pues solo un año más tarde pide la excedencia para poder dedicarse plenamente a los estudios de Filosofía y Letras que ya había iniciado en la Universidad de Sevilla. Es allí en donde comienzan a tomar forma las inquietudes políticas del nuevo Consejero, que inicialmente se integra en un grupo de jóvenes maestros de orientación izquierdista, marxista y leninista. Un proceso no infrecuente en las agitadas universidades españolas de los últimos años del régimen franquista, pero que en la Universidad Hispalense encuentra un marco singular. Fue en el de esta Universidad de donde surgió el grupo de jóvenes socialistas de ambos sexos con la imaginación suficiente para proponerse la tarea de renovar el viejo PSOE y la energía necesaria para llevarla a cabo. Nuestro nuevo Consejero conoció allí y entonces a Alfonso Guerra, y a través de él entró también en contacto con el todavía ilegal Partido Socialista Obrero Español, en el que acabaría ingresando formalmente años más tarde. Esta incorporación a la vida política clandestina no le impidió proseguir sus estudios de Filología Moderna (especialidad de francés), licenciándose en 1974 tras un período como lector de español en el Liceo “Clémenceau” de Nantes. Recién licenciado, en octubre de ese año, retomó su actividad docente, ahora en la Escuela de Magisterio de Badajoz. De nuevo por poco tiempo, pues otra vez la llamada de la política, y ahora de modo decisivo, se habría de cruzar en la vida del joven profesor. En efecto, en 1976, todavía cumpliendo el servicio militar, Rodríguez Ibarra ingresa en el PSOE y comienza a desarrollar un intenso trabajo político interno, que pronto le llevaría primero a ocupar la secretaría general de la federación provincial de Badajoz y enseguida la de la organización regional del partido. En contra de lo que él esperaba (o temía, pues él mismo ha hablado de un cierto “engaño” de Alfonso Guerra y sus compañeros extremeños), en las elecciones del 15 de junio de 1977, Rodríguez Ibarra, que concurría a las mismas en un improbable tercer puesto por la lista socialista de Badajoz, obtiene escaño en el Congreso de los Diputados, que revalida, ya como número uno de la lista, en 1979 y 1982, lo que le permite desplegar una intensa actividad parlamentaria en el plano nacional, abandonando el escaño solo para asumir la presidencia autonómica en 1983. En paralelo a su trabajo en el partido y en las Cortes, Rodríguez Ibarra había comenzado también tempranamente a asumir responsabilidades de gobierno en el órgano preautonómico regional, como consejero de Sanidad y Seguridad Social en 1979 y como presidente de ese órgano en diciembre de 1982. Una vez aprobado el Estatuto de Autonomía de Extremadura, el 7 de junio de 1983, a raíz de las primeras elecciones autonómicas, ganadas por mayoría absoluta por el PSOE, fue elegido primer presidente de la Junta de Extremadura, cargo en el que, como de todos es sabido, se ha mantenido a lo largo de veinticuatro años, gracias a las reiteradas victorias (salvo en una ocasión, siempre por mayoría absoluta) de las candidaturas socialistas que él mismo encabezaba. En septiembre de 2006 –algo después de superar una grave situación personal-- anunció su propósito de no repetir candidatura en las elecciones que se habrían de celebrar en mayo de 2007 y en las que también obtuvo mayoría absoluta el PSOE, por lo que también socialista fue su sucesor don Guillermo Fernández Vara. Algún tiempo después, a mediados de 2008, Rodríguez Ibarra completaría esa retirada del primer plano político, renunciando también a la secretaría general del partido en Extremadura. Este relativo distanciamiento de la política le permitió volver a la docencia en la Facultad de Educación de la Universidad de Extremadura, en donde la ha ejercido hasta su reciente jubilación. He dicho relativo distanciamiento de la política, porque si renunciando a cargos, no se ha desprendido ni de su vocación ni de su preocupación. El peso que la una y la otra tienen en su vida es bien patente en su dedicación cada vez mayor a la reflexión política, cuyos frutos se plasman en frecuentes publicaciones y sus intervenciones en los medios. Siempre con un reconocible estilo rotundo, una voz clara y fuerte y una inclinación a la iconoclasia. Buen ejemplo de ello lo ofrece el título que escogió para el libro del 2008 en el que presentó un primer balance de su vida pública, Rompiendo cristales. Seguramente cabe esperar mucho de esta nueva etapa de la vida de Rodríguez Ibarra, pero en todo caso, son sin duda sus veinticuatro años al frente de la Junta de Extremadura el período más intenso y fértil de la biografía política del nuevo Consejero y los que han forjado su imagen pública, inseparablemente unida a nuestra tierra común. Como gobernante regional, Rodríguez Ibarra no solo ha puesto en pie una eficiente administración regional y dotado a Extremadura de unos potentes servicios públicos; también, y sobre todo, ha sabido dar un impulso ejemplar a la modernización de la región, con políticas de fomento del emprendimiento, especialmente entre los jóvenes, e iniciativas pioneras en la implantación de las nuevas tecnologías, el atrevido recurso al software libre o la dotación prácticamente universal de equipos informáticos en el ámbito, para él tan querido, de los centros de enseñanza, pieza esencial de la “sociedad de la imaginación” a la que tantas veces ha apuntado en sus intervenciones públicas como culminación de la sociedad de la información y del conocimiento. Abogando por unas fuertes instituciones autonómicas, pero concibiendo al mismo tiempo el desarrollo del Estado autonómico bajo el prisma de la solidaridad y el equilibrio entre las distintas Comunidades Autónomas, la claridad y hasta contundencia con que ha expresado este planteamiento le ha valido no pocas críticas e incomprensiones desde otras formas de entender la descentralización política, pero también le ha procurado un profundo respeto su afirmación de la idea de España y su oposición a toda clase de egoísmos localistas. Estas ideas las ha sabido también transportar y hacer valer al nivel de la integración europea por su implicación en las políticas comunitarias, que tanto han ayudada al desarrollo español y extremeño, especialmente desde las altas posiciones que ocupó en el Comité de las Regiones y en otros foros de la Unión Europea. Pero no son estas cuestiones las únicas presentes en su reflexión. La voz y la opinión de Rodríguez Ibarra se han hecho sentir también en torno a los más variados aspectos de nuestra vida pública y de la sociedad contemporánea, con cuyas preocupaciones ha sabido conectar. Así lo muestra, por ejemplo, su atención a los problemas de la desafección y el desarraigo que se expresan en el movimiento de los indignados, del que ayer mismo se ocupaba desde las páginas de opinión de un diario nacional, pero de cuya problemática y potencialidad ya advirtió tempranamente –como cuando en 2005 señalara plásticamente, alabando la capacidad, la formación y la imaginación de nuestra juventud, que “un joven indignado, con un teléfono móvil en las manos, es capaz de cambiar hasta el gobierno de una nación”, advertencia, dicho sea de paso, que no solo vale para nuestros indignados del 15-M, sino en términos mucho más globales. Y es quizás esta actitud de permanente alerta ante las necesidades de los tiempos nuevos la que lo ha llevado a pensar y decir que si bien nuestra Constitución está envejeciendo bien, hoy pueden apreciarse en ella algunas insuficiencias que podrían y deberían remediarse, pues la reforma de la Constitución es un proceso propio de la normalidad democrática. Muestra de ese respeto son las muchas distinciones de que se ha sido objeto Don Juan Carlos Rodríguez Ibarra en su dilatada vida pública. Por no abrumarle a él mismo con un repaso exhaustivo de esos honores, permítanme en todo caso que me refiera a las que a mi juicio mejor las sintetizan. No por tener yo el honor de compartirla con el Sr. Rodríguez Ibarra, me he de referir así, en el plano regional que tan caro no es a ambos, a la Medalla de Extremadura, que le fue concedida en 2008; en el plano nacional, a la Gran Cruz del Mérito Militar, con distintivo blanco, que se le otorgó en 2009 por sus servicio a la defensa nacional; y en el plano europeo e internacional, a la Gran Cruz de la Orden del Infante don Henrique y a su designación como miembro de la Academia Europea de Yuste; sin olvidar, en el plano estrictamente académico, el doctorado honoris causa por la Universidad Nacional de Córdoba de la República Argentina. No podía ser, pues, de otra manera: el Consejo de Estado se ve honrado con nombramiento de don Juan Carlos Rodríguez Ibarra como nuevo Consejero Electivo. En nombre de todos los Consejeros y en el mío propio, le doy la bienvenida”.