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DIÁLOGO: A TRAVÉS DE LA TEORÍA DE LOS
‘STAKEHOLDERS’ SUPERIOR
Bradley R. Agle, Thomas Donaldson, R. Edward Freeman,
Michael C. Jensen, Ronald K. Mitchell y Donna J. Wood
Resumen: Un vistazo rápido a lo que está ocurriendo en el mundo
empresarial deja claro que la idea de los stakeholders está viva, bien y
floreciente, y la cuestión ahora no es “si” la Stakeholder Theory superará los retos de su éxito, sino “cómo” lo hará. ¿Significa la “llegada” de
la Stakeholder Theory un dinamismo, refinamiento y relevancia continuados o un estancamiento? ¿Cómo continuará desarrollándose la
Stakeholder Theory superior? A la luz de estas preguntas y otras relacionadas, los autores de estos ensayos entablaron un diálogo continuo sobre el estado actual y futuro del pensamiento sobre los stakeholders. Comenzando con un repaso a la investigación y la teoría desarrolladas desde los grandes esfuerzos de teorización sobre los stakeholders de los años noventa, los autores ofrecen individualmente
sus perspectivas en relación con los asuntos clave relevantes hoy día
para del pensamiento sobre los stakeholders y para sugerir planteamientos posibles que podrían conducir hacia el desarrollo continuo
de la Stakeholder Theory superior y permitirlo.
Nota del editor: La asamblea nacional de la Academy of Management de
2007, celebrada en Filadelfia, presentó un simposio “panacadémico” sobre el
futuro de la teorización sobre los stakeholders en la empresa. Para poner a disposición de un público más amplio las variadas perspectivas representadas en
dicho simposio, sus participantes han facilitado estos ensayos breves e inducentes a la reflexión, que Business Ethics Quarterly ofrece a modo de diálogo sobre el estado actual y futuro de las perspectivas sobre los stakeholders.
El organizador del simposio, Bradley Agle, y Ronald Mitchell hacen una introducción a las cuestiones y perspectivas sometidas a consideración. Siguen a estos comentarios los ensayos de Donna Wood, R. Edward Freeman,
Michael Jensen, Thomas Donaldson y Ronald Mitchell, que concluyen con
unos comentarios de Bradley Agle y Ronald Mitchell.
Introducción: investigación reciente y cuestiones nuevas
Bradley R. Agle y Ronald K. Mitchell
L
a idea de los stakeholders está viva, bien y floreciente. La cuestión ahora
no es “si” la Stakeholder Theory superará los retos de su éxito, sino “cómo” lo hará. Una reciente muestra aleatoria de los sitios web (mirando declara-
AURKILAN SPANISH ANNUAL Special Issue on Business Ethics Quarterly, 1 (2009). ISSN: 1889-4364.
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ciones sobre la misión, visión, filosofía, valores, etc.) de 100 empresas extraídas de la lista Fortune 500 encontró que sólo 10 empresas defendían el énfasis
“puro en los accionistas” de la maximización del valor para los accionistas y 22
defendían un enfoque en los accionistas “delimitado legal y éticamente”, mientras que 64 abrazaban los enfoques de “maximizar el bienestar de todos los stakeholders” y 2 tenían como objetivo solucionar los “problemas sociales obteniendo al tiempo un beneficio justo” (Agle y Agle, 2007). Por tanto, la cuestión
ahora es si la “llegada” de la Stakeholder Theory supone un dinamismo, refinamiento y relevancia continuados o un estancamiento. ¿Continuará desarrollándose la Superior Stakeholder Theory y, de ser así, cómo? En esta introducción
a los ensayos que siguen, adaptados del simposio de la Academy of Management celebrado en 2007 sobre la Superior Stakeholder Theory, situamos el simposio global dentro de la literatura sobre los stakeholders desarrollada desde los
grandes esfuerzos de la Stakeholder Theory de los años noventa y ofrece una
introducción general al diálogo. Después de los ensayos de cada uno de los panelistas del simposio, ofreceremos como conclusión algunos comentarios sobre
las posibles avenidas que podrían conducir hacia el desarrollo continuo de la
Superior Stakeholder Theory y permitirlo.
En nuestro repaso preparatorio a la literatura reciente basada en los stakeholders (los participantes en el simposio) hemos observado tres corrientes
en las obras estudiadas:
1. Obras referentes al debate básico: stakeholder frente a stockholder (accionista).
2. Obras que se centran en el desarrollo instrumental de los enfoques sobre
los stakeholders.
3. Obras que generan nuevas cuestiones en la investigación de la Stakeholder
Theory.
La tabla 1 presenta artículos representativos de estas tres corrientes del pensamiento reciente en torno a los stakeholders. Nos resultó inmediatamente evidente que el objetivo primario de la corriente de “debate” de la investigación
sobre la Stakeholder Theory ha sido abordar las afirmaciones sobre los privilegios o las aportaciones relativas de los stakeholders y los accionistas. La tabla 1
contiene ejemplos de distintos artículos que han asumido esta tarea con rigor y
seriedad (por ejemplo, Freeman, Wicks y Parmer, 2004). Observamos también
un subtema dentro de la literatura del debate, según el cual los autores han trabajado para desarrollar la claridad y especificidad teórica de las dos teorías yuxtapuestas (por ejemplo, Phillips, Freeman y Wicks, 2003; Smith, 2003).
Este artículo ha sido publicado anteriormente en Business Ethics Quarterly, 18 (2), 2008, pp. 153190, con el título “Dialogue: Toward superior Stakeholder Theory”.
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En la corriente del desarrollo instrumental de la investigación reciente, vemos la premisa subyacente que se contempla: si la gestión sensible a los stakeholders es mejor, los accionistas deberían obtener mejores resultados (por
ejemplo, Berman, Wicks, Kotha y Jones, 1999; Hillman y Keim, 2001). Un
hallazgo primario y uniforme dentro de esta corriente de investigación –que,
con o sin énfasis en los stakeholders, los resultados empresariales son muy
parecidos– sugiere que hay espacio para una dirección centrada en los stakeholders que no perjudique los intereses de los accionistas y beneficie al mismo tiempo a un grupo de interesados más amplio (por ejemplo, Moneva, Rivera-Lirio y Muñoz-Torres, 2007).
En la tercera corriente del trabajo reciente, centrada en la agenda de investigación, hay cuatro áreas de investigación nueva, que incluyen lo siguiente:
a) Cómo las bases normativas de la Stakeholder Theory pueden ayudar al
campo de la ética empresarial proporcionando perspectivas éticas útiles en
los procesos de la gestión.
b) Cómo las alternativas al debate stakeholder/accionista pueden proporcionar razones normativas para una acción receptiva a los stakeholders en la
que el mercado falla a la sociedad; por ejemplo, un enfoque de fallos del
mercado/respuesta del gobierno en circunstancias en las que la búsqueda
del interés privado no conduce a un uso eficiente de los recursos de la
sociedad ni a una distribución justa de los bienes de la sociedad (Heath,
2006; consúltense los comentarios de Jensen más adelante).
c) Cómo la Stakeholder Theory puede proporcionar ideas y marcos que pueden ser utilizados por los directivos para gestionar mejor las organizaciones.
d) Cómo una teoría y métodos mejores –bien tomados en préstamo de otros
campos o propios del mundo de los expertos sobre los stakeholders– pueden servir al desarrollo de la Stakeholder Theory.
Tabla 1. ‘Superior Stakeholder Theory’: algunas aportaciones entre
1999 y 2007 (dispuestas cronológicamente por tema principal)
Stakeholder Theory
normativa frente a
Stockholder Theory
Autor(es)
Año
Distribución
Algunas ideas clave
Marens y Wicks
1999
BEQ
“Este deber fiduciario requiere el ejercicio de
cuidado, lealtad y honestidad con respecto a los
intereses financieros de los accionistas. Tales
obligaciones no entran en conflicto con los objetivos normativos de la Stakeholder Theory”.
Palmer
1999
BEQ
“En primer lugar, demuestro que las consideraciones utilitaristas favorecen claramente a la Stakeholder Theory. Argumento a continuación que,
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a pesar de que Hasnas acertadamente acentúa la
limitación deontológica básica que se encuentra
en el centro de la Stockholder Theory, está equivocado al pensar que reconocer dicha limitación
cuenta necesariamente en contra de la Stakeholder Theory”.
Hendry
2001
BEQ
“El artículo identifica tres tipos distintos de Stakeholder Theory normativa y tres niveles diferentes de reivindicación que tales teorías pueden
hacer y utiliza esta clasificación para argumentar
que los teóricos de la Stakeholder Theory han
puesto sus miras sistemáticamente demasiado alto o demasiado bajo como para engranar de forma
eficaz con la Shareholder Theory rival”.
Jensen
2002
BEQ
“Dado que es lógicamente imposible maximizar
en más de una dimensión, un comportamiento
con sentido requiere una función objetiva de un
único valor. Doscientos años de trabajo en la
economía y las finanzas suponen que, en ausencia de externalidades y monopolio (y cuando todos los bienes tienen un precio), se maximiza
el bienestar social cuando cada empresa en una
economía maximiza su valor de mercado total”.
Marcoux
2003
BEQ
“Propongo un argumento que pretende demostrar tanto el estatus moral especial de los accionistas en una empresa como la ineptitud moral
concomitante de la Stakeholder Theory”.
Phillips, Freeman
y Wicks
2003
BEQ
El objetivo de este artículo es como el de un
fuego controlado que despeja parte de la maleza
de las malas interpretaciones en la confianza de
privar de un combustible fácil a la conflagración
crítica que arrasaría la teoría”.
Smith
2003
Sloan Mgt
Review
“¿Deberían las sociedades buscar sólo maximizar el valor para los accionistas o esforzarse por
servir a los intereses a menudo en conflicto de
todos los stakeholders? Puede encontrarse orientación explorando exactamente lo que dice y no
dice cada teoría”.
Freeman, Wicks
y Parmer
2004
Org
Science
“Este artículo ofrece una respuesta al de Sundaram e Inkpen titulado ‘The Corporate Objective
Revisited’, aclarando errores sobre la Stakeholder Theory y concluyendo que se sirve mejor a
la verdad y la libertad considerando la ética y la
empresa de forma combinada”.
Velamuri
y Venkataraman
2005
JBE
“Los fundamentos normativos del modelo del
gobierno corporativo centrado en el inversor, representado en la línea central del pensamiento
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económico por la visión de la empresa como nexo
de contrato, han sido atacados, principalmente por
los proponentes de la Stakeholder Theory normativa. Nosotros argumentamos que la visión como
nexo de contrato es estática y limitada debido a su
asunción de la certidumbre precio-producto”.
Heath
2006
BEQ
“La cuestión que se plantea en este artículo es si
el paradigma de los stakeholders representa la
manera más fructífera de articular los problemas
morales que surgen en los negocios. A modo de
contraste, señalo otros dos planteamientos posibles de la ética empresarial: uno, una concepción
más mínima, anclada en la noción de una obligación fiduciaria hacia los accionistas; y el otro,
un concepto más amplio, centrado en el concepto de fracaso del mercado”.
Agle, Mitchell
y Sonnenfeld
1999
AMJ
“Hallamos un gran respaldo para la relación atributo-prominencia y algunas relaciones significativas entre los valores de los directores gerentes,
prominencia y resultado social corporativo, pero
no encontramos ningún apoyo para el vínculo
prominencia-rendimiento financiero”.
Berman, Wicks, Kotha
y Jones
1999
AMJ
“Los resultados proporcionan apoyo para un modelo de gestión basado en los stakeholders estratégico, pero ningún apoyo para un modelo de compromiso basado en los stakeholders intrínseco”.
Luoma y Goodstein
1999
AMJ
Este estudio examinaba las relaciones entre las
influencias institucionales y la representación
de los stakeholders en los consejos de administración.
Ogden y Watson
1999
AMJ
Este estudio examinaba un argumento muy importante de la Stakeholder Theory: que una empresa puede simultáneamente mejorar los intereses de sus accionistas y de otros stakeholders
relevantes. [...] Interpretamos este hallazgo como compatible con la Stakeholder Theory.
Hillman y Keim
2001
SMJ
“Nosotros [...] hallamos evidencia de que la gestión basada en los stakeholders conduce a un
valor mejorado para los accionistas, mientras que
la participación en los asuntos sociales se asocia
negativamente al valor para los accionistas”.
Omran, Atrill
y Pointon
2002
Business
Ethics: A
European
Review
“La conclusión global es que no existe ninguna
diferencia significativa en la rentabilidad para
los accionistas entre las empresas orientadas a
los stakeholders y aquéllas orientadas a los accionistas”.
Stakeholder Theory
instrumental
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Bartkus, Glassman
y McAfee
2006
EMJ
“Las formulaciones de la misión que incluyen
frases que se refieren a lo que muchos pueden
considerar las reglas fundamentales de la empresa tienen una relación positiva significativa con
los resultados financieros: preocuparse por los
empleados, ser responsable con la sociedad en la
que se lleva a cabo la actividad empresarial y
hacer hincapié en el sistema de valores propio y
comunicarlo”.
Moneva, Rivera-Lirio
y Muñoz-Torres
2007
Industrial
Management
and Data
Systems
“La conclusión principal extraída del análisis
muestra que los resultados financieros de los
sectores u organizaciones con un compromiso
estratégico mayor con los stakeholders no son
inferiores a los de los sectores u organizaciones
con un enfoque orientado a los accionistas”.
Cludts
1999
BEQ
“Aunque no nos oponemos al principio de justicia en sí mismo, afirmamos que, cuando este
principio se aplica solamente a aquéllos que invierten en la empresa, no puede servir como
base para una Stakeholder Theory ética”.
Donaldson
1999
AMR
“La cuestión más interesante en la Stakeholder
Theory hoy día es si puede hallarse un pegamento conceptual lo suficientemente fuerte como para unir las corrientes metodológicas separadas
de la Stakeholder Theory en un todo”.
Donaldson y Dunfee
1999
HBS Press
“Nuestro objetivo es ampliar significativamente
la aplicación de los contratos sociales a la empresa. [...] La ética empresarial, afirmamos, es
más un haz de visiones compartidas que un conjunto de pronunciamientos fijos”.
Frooman
1999
AMR
“Cuando se busca influir en la toma de decisiones de las empresas, ¿de qué tipo de estrategias
de influencia disponen los stakeholders y qué
determina el tipo que eligen utilizar éstos?”.
Jones y Wicks
1999
AMR
“Dado que ninguno de los planteamientos es
completo sin el otro, proponemos una nueva
forma de teorizar sobre las organizaciones: el desarrollo de una Stakeholder Theory convergente,
normativa e instrumentalmente sólida”.
Treviño y Weaver
1999
AMR
“No estamos de acuerdo con el argumento de
Jones y Wicks de que han desarrollado una ‘Stakeholder Theory convergente’ que orienta la in-
Cuestiones nuevas:
desarrollo adicional
de la Stakeholder
Theory
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vestigación sobre los stakeholders hacia la integración teórica”.
Scott y Lane
2000
AMR
“Nosotros desarrollamos un modelo de construcción de la identidad de las organizaciones
que reestructura la identidad de las organizaciones dentro del contexto más amplio de las relaciones directivo-stakeholder e integra de forma
más eficaz la teoría sobre la identidad y la identificación de las organizaciones”.
Van Buren
2001
BEQ
“En este ensayo, propongo que puede combinarse un principio reconstruido de la justicia con la
idea del consentimiento según se señala en los
contratos sociales integradores (integrative social
contracts, ISCT) para dar lugar a una Stakeholder
Theory más normativa que tenga también ramificaciones para el gobierno corporativo”.
Jawahar y McLaughlin
2001
AMR
“Integramos la teoría y la investigación de áreas
dispares para desarrollar una Stakeholder Theory
descriptiva”.
Kochan y Rubinstein
2000
Org Science
“La idea de que la empresa debería ser responsable no sólo ante los accionistas, sino también ante
un conjunto más amplio de stakeholders, está ‘en
el aire’. Pero ¿cómo sería esa empresa?”.
Post, Preston y Sachs
2002
Stanford
University
Press
“Este libro presenta una visión basada en los stakeholders de la empresa en términos tanto teóricos como prácticos. Su proposición básica es que
la riqueza de la organización se crea (o destruye)
a través de las interacciones de la empresa con sus
stakeholders”.
Schneider
2002
Org Science
“El modelo basado en los stakeholders del liderazgo en las organizaciones ayuda a predecir la
efectividad de los líderes en organizaciones caracterizadas por límites de la organización confusos,
jerarquías aplanadas y relaciones laborales generadas en ocasiones a través de contratos en lugar
de empleo”.
Wolfe y Putler
2002
Org Science
“Nosotros argumentamos que un poderoso supuesto implícito en la literatura de los stakeholders –que las prioridades dentro de los grupos de
stakeholders basados en roles son relativamente
homogéneas– confunde nuestra visión de las relaciones entre la organización y los stakeholders”.
Phillips
2003
Berrett-Kohler “Las obligaciones de la justicia para con los stakeholders crean obligaciones morales (normativas) directas”.
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Richards
2004
Journal
of Mass
Media Ethics
“Un concepto adicional de la empresa y la dirección que parece directamente aplicable a los medios de comunicación informativos es la noción
de los stakeholders”.
Hall y Vrendenburg
2005 Sloan Mgt Rev “La gestión basada en los stakeholders –especialmente en los stakeholders secundarios– está cobrando cada vez más importancia en muchos sectores”.
Pajunen
2006
Journal of
Management
Studies
“Este artículo proporciona una teoría y un estudio de un caso real histórico que muestra cómo
se puede identificar a los stakeholders más influyentes y cómo gestionarlos durante la supervivencia de una organización”.
Bamet
2007
AMR
“Propongo que la investigación sobre los argumentos empresariales de la responsabilidad social corporativa debe explicar la naturaleza dependiente de la trayectoria de las relaciones empresa-stakeholders y desarrollo el constructo de
la capacidad de influencia de los stakeholders para llenar este hueco”.
Vilanova
2007
EMJ
“Este artículo propone una teoría alternativa sobre el papel de la dirección en el gobierno corporativo, la denominada Salient Stakeholder Theory a corto plazo, y la ilustra con el estudio de un
caso real longitudinal del Eurotúnel”.
Esta investigación y teoría proporcionó la base común para la interacción
entre los participantes en el simposio. Como se verá en las observaciones de
los miembros del panel, este intercambio se caracterizó por estar abierto a un
debate dinámico y por cierto desacuerdo. Sin embargo, le guió un genuino
espíritu de construcción de puentes para el entendimiento –y, cuando fue posible, el acuerdo– para el bien común, y esperamos que marque el tono para los
avances posteriores en esta área.
Aprovechando el debate de los stakeholders frente a los accionistas,
Donna Wood centra primero nuestra atención en los fundamentos: los supuestos y justificaciones de una teoría que proporciona alternativas creíbles a determinado pensamiento económico recibido. Ed Freeman nos pide después
que vayamos más allá de los manidos argumentos de “Friedman contra Freeman” para contemplar de forma colaboradora y operativa la pragmática de
una Stakeholder Theory mejor. Michael Jensen aborda algunas de estas cuestiones argumentando a favor de la compatibilidad de una Stakeholder Theory
superior, la ética, una distribución justa y una buena gestión con la maximización del valor a largo plazo, y considera en el proceso otros temas relevantes que abarcan desde el papel del gobierno hasta la irracionalidad de gran
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parte del comportamiento humano. A continuación, poniendo este debate en
un contexto más amplio, Tom Donaldson sugiere una lente por medio de la
cual puede verse que la aparición y la influencia de la idea de los stakeholders
–en comparación con la revolución copernicana– es la revolución normativa,
que conserva ideas valiosas del pasado, al tiempo que progresa hacia ideas
que pueden añadir más valor en el futuro. Respondiendo a la necesidad de que
se establezca la visión instrumental de la utilidad de los stakeholders, Ron
Mitchell emprende un estudiado experimento para esbozar el perfil del tipo de
pensamiento requerido y para esbozar el perfil para el pensamiento requerido,
la nueva entidad que podía resultar de la Stakeholder Theory superior, a la que
denomina la empresa joint-stake (en contraste con la joint-stock company),
centrándose específicamente en el papel de las nociones y prácticas de responsabilidad en dicha empresa. Sigue a continuación cada uno de los ensayos
de los panelistas, que reflejan sus observaciones en el simposio.
I. Responsabilidad corporativa y ‘Stakeholder Theory’:
recusación del paradigma neoclásico
Donna J. Wood
E
n enero de este año, George Akerlof, economista y ganador del premio
Nobel, pronunció su discurso presidencial ante la American Economic
Association (AEA). Akerlof hizo un llamamiento a un nuevo énfasis sobre la
economía sensata y pragmática: “Piensan ustedes en los problemas del mundo
–declaró– y preguntan: ¿puede hacer algo por ello el gobierno? Al mismo
tiempo, mantienen ustedes su escepticismo de que el gobierno es a menudo
ineficiente” (Uchetelle, 2007).
Ciertamente no hay escasez de “problemas en el mundo”. La globalización
ha dejado muy patente que las empresas multinacionales no tienen amo, y ha
puesto claramente de relieve las desigualdades en ingresos, la pobreza extrema, los abusos de los derechos humanos, la degradación medioambiental y
muchas otras cuestiones (Sen, 1997; Wood, Logsdon, Lewellyn y Davenport,
2006). Por otra parte, el ascendiente de la economía neoclásica en la esfera de
la política pública angloamericana desde los años setenta en adelante ha devastado la capacidad del gobierno para contener el abuso de las empresas o
mejorar la desesperación de los pobres (Phillips, 2006). Nos rodea la evidencia de que las políticas estrictas de libre mercado funcionan excelentemente
bien para los ricos y poderosos, pero, para muchos otros, la vida se ha vuelto
más difícil (Ehrenreich, 2001). También se ha hecho patente, tal como ha
expuesto magistralmente el lingüista cognitivo George Lakoff (1996), que la
economía neoclásica de la Chicago School es una agenda sociopolítica basada en valores que ponen de relieve la confianza en uno mismo sobre la salud
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comunitaria, la disciplina sobre la provisión de sustento y/o sufrir las consecuencias sobre crear oportunidades. En realidad, esta visión del mundo es un
regreso de la era moderna al darwinismo social (Hofstadter, 1944).
En su discurso presidencial en la AEA, Akerlof señaló ciertos supuestos
falsos sobre los que se asienta la teoría económica neoclásica. Mencionó en
particular la tendencia frecuente de las personas a conducirse “irracionalmente”, en el sentido estricto de no servir a los intereses propios económicos, y
está estudiando ahora las otras normas y valores que sustentan el comportamiento humano (Uchetelle, 2007). Esta idea, por supuesto, no es una novedad
para los filósofos y muchos científicos sociales. Y hay otros supuestos insostenibles que deben ser corregidos. Michael Jensen encapsuló muchos de estos
supuestos de la “sabiduría común” en las finanzas y la economía cuando escribió: “Dado que es lógicamente imposible maximizar en más de una dimensión, un comportamiento con sentido requiere una función objetiva de un único valor. 200 años de trabajo en la economía y las finanzas implican que en
ausencia de externalidades y monopolio (y cuando todos los bienes tienen un
precio), el bienestar social se maximiza cuando cada empresa en una economía maximiza su valor de mercado total” (Jensen, 2002).
He aquí los supuestos insostenibles incorporados en esta concisa afirmación, al menos en la medida en que se aplica a cualquier economía real:
1. Los agentes racionales intentan maximizar su interés propio, que se define
en términos económicos estrictos.
2. Maximizar implica necesariamente recursos limitados que no pueden desplegarse en direcciones múltiples sin pérdida.
3. El comportamiento con sentido es maximizar el comportamiento.
4. No hay externalidades.
5. No hay monopolio.
6. Todos los bienes tienen un precio.
7. El bienestar social equivale a eficiencia.
8. El valor de mercado de una empresa es su valor total.
El modelado matemático requiere supuestos como éstos, pero tales supuestos carecen de apoyo empírico –si se considera la evidencia fuera de los limitados confines de las finanzas y la economía– y son teóricamente destructivos.
Sabemos demasiado sobre la irracionalidad humana y de las organizaciones y
sobre la estrategia del satisficing [hacer lo suficiente para satisfacer las necesidades mínimamente] para cumplir objetivos múltiples (Egidi y Marris, 1995);
sobre problemas de agencia, incentivos y control (Mitnick, 1980); sobre la
imposibilidad empírica de “maximizar” frente a un conocimiento limitado,
asimétrico y a menudo distorsionado (Arrow, 1984); y sobre la presencia de
externalidades económicas y monopolio y el hecho de que no todos los bie-
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nes tienen un precio (Stone, 1982). Sabemos que la eficiencia en la asignación
de recursos es solamente un objetivo social deseable; otros incluyen el acceso justo a los beneficios y las cargas de la sociedad, así como su justa distribución, junto con la conservación de los derechos individuales y de los recursos compartidos en común. Sabemos del valor de las empresas como miembros de la comunidad, creadoras de conocimiento y agentes políticos. En resumen, sabemos demasiado sobre el papel institucional de la empresa en la sociedad como para que nos persuadan con argumentos sobre la gloria de los
mercados libres sin restricciones con agentes en busca exclusivamente de
maximizar su interés propio económico. Aunque hay muchas consecuencias
beneficiosas de la búsqueda del interés propio, también puede haber consecuencias tóxicas si se ignora el papel institucional de la empresa.
Las instituciones no existen para servir a sus propios fines, sino para servir las necesidades de las sociedades y sus pueblos. La empresa, como todas
las demás instituciones sociales (incluyendo la familia, la religión, la educación, el gobierno, etc.), sirve funciones vitales, pero nunca es completamente
libre de actuar como una entidad independiente. Todas las sociedades utilizan
mecanismos de control social para gobernar a las personas, las organizaciones
y las instituciones; estos mecanismos incluyen la legislación, la regulación
gubernamental, las sanciones económicas, los incentivos de las organizaciones, la persuasión moral, los comportamientos interpersonales y la internalización individual de las reglas y normas. El derecho de una empresa a contaminar un parque, etiquetar mercancía erróneamente o engañar a los accionistas no llega a causar daño a los stakeholders pertinentes. Los mecanismos de
control social de la sociedad ayudan a garantizar que no se violen tales derechos y, cuando lo son, que haya una compensación y retribución justa. Los
mecanismos de control social ayudan a asegurar que las instituciones funcionen de forma efectiva y que se conserven las áreas comunes en beneficio de
todos. Son un antídoto necesario para los efectos tóxicos de la búsqueda del
interés propio económico y se ocupan de varios de los supuestos falsos que
incorpora la economía neoclásica –en particular, los supuestos 4, 5, 6 y 7 enumerados antes–.
La teoría y la investigación sobre la empresa y la sociedad –incluidas las
teorías sobre los stakeholders– se han centrado de forma característica en la
comunidad, la provisión de sustento, las oportunidades y la evitación de daños; sus expresiones más certeras destacan los derechos humanos, la dignidad, la justicia y la necesidad de que las empresas contribuyan a tales efectos
deseables. El concepto de la responsabilidad social corporativa surgió con una
forma de expresar la expectativa de que las empresas “buenas ciudadanas”
reconocieran deberes para evitar daños a los stakeholders y contribuir al bienestar de la sociedad de forma que iban más allá de la ley y la misión económica de las empresas. Se pretendía originalmente que la responsabilidad social
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corporativa fuera un complemento, no un sustituto, del gobierno (Frederick,
2006; Wood, 1991).
La responsabilidad social corporativa (corporate social responsibility, CSR)
se estructuró en un principio como un mecanismo de control social voluntario por el cual las organizaciones empresariales cumplirían todos sus deberes
en ausencia, o sin necesidad, de una intervención gubernamental demasiado
restrictiva (Frederick, 1994). Sin embargo, el cumplimiento “voluntario” de la
responsabilidad es en un sentido importante una contradicción de términos
(los deberes requieren mecanismos de ejecución) y el concepto de la CSR
lamentablemente ha venido a estar asociado en la práctica con la filantropía
voluntarista y las relaciones comunitarias (Wood y Logsdon, 2002; Logsdon
y Wood, 2002). Apareció entonces el concepto del resultado social corporativo como una manera de organizar los inputs, los rendimientos, los outputs y
los efectos de la actividad corporativa de manera que los stakeholders pudieran quizá alcanzar la transparencia y garantía de obtención de objetivos que
se requiere para que se satisfagan sus intereses legítimos (Carroll, 1979; Wartick y Cochran, 1985; Wood, 1991). A continuación, la Stakeholder Theory
comenzó a ofrecer datos específicos sobre ante quién debería ser responsable
una empresa y qué intereses y derechos específicos estaban en riesgo (Freeman, 1984; Mitchell, Agle y Wood, 1997). Sin una intervención con autoridad, sin embargo, estos intereses quedan a menudo sin satisfacer y los derechos se corrompen o violan.
En esta era de la globalización, es imperativo que todos hagamos a las empresas responsables de cumplir sus objetivos económicos de manera ética y
responsable socialmente. La empresa capitalista es la forma más eficiente que
conocemos de organizar una economía, pero los mercados libres, sin ninguna
intervención del gobierno o poderes compensatorios, no son la manera más
efectiva de alcanzar objetivos sociales tales como la sostenibilidad medioambiental, los derechos humanos y la justicia. Las empresas que no pueden obtener beneficios de forma legal, ética y responsable no merecen sobrevivir, ni
nuestro planeta puede permitirse que las empresas continúen tratando a sus
stakeholders simplemente como otro “factor medioambiental” que hay que “gestionar”.
En la práctica habitual, la CSR frecuentemente ofrece a las empresas la
oportunidad de tener una buena apariencia y quizá compensar las consecuencias negativas de sus operaciones a través de la gestión de su imagen. No obstante, en su uso mejor y más elevado, la CSR ofrece un mecanismo conceptual para el autocontrol corporativo en condiciones de falta de control por
parte de las instituciones. La historia reguladora occidental nos dice que los gobiernos y las empresas son aliados naturales, no enemigos; cuando los gobiernos no creen la infraestructura normativa y legal que equilibra los derechos
sobre la propiedad con otros derechos de los stakeholders, cuando las empre-
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sas se hallen en un entorno caótico, las empresas más fuertes buscarán racionalizar y estabilizar ese entorno creando y aplicando directrices; al principio
voluntariamente y en último término respaldando la acción gubernamental
para apoyar la igualdad de condiciones (Mitnick, 1981).
El economista Akerlof está en lo correcto al decir que “el gobierno es a
menudo ineficiente” (Uchetelle, 2007). Sin embargo, dado que nosotros conocemos el comportamiento humano, de las organizaciones y de las instituciones, el gobierno es el vehículo más efectivo para poner en práctica los controles sociales necesarios para apoyar la protección medioambiental, los derechos
humanos y la justicia (Goodsell, 1983). A falta de controles gubernamentales
apropiados (cuando los gobiernos son débiles, autoritarios o corruptos), la responsabilidad social corporativa es el segundo mejor sustituto para los amplios
intereses de los stakeholders y la sociedad en general. La Stakeholder Theory
y la responsabilidad social corporativa no pueden ofrecer una solución completa para tratar los problemas de las empresas en la sociedad. Sí pueden, no
obstante, apuntar la necesidad de que existan controles sociales para fomentar los efectos beneficiosos de los comportamientos de las instituciones y
regular o impedir que haya efectos perjudiciales.
II. Poniendo fin al denominado debate “Friedman-Freeman”
R. Edward Freeman
C
uanto más leo sobre lo que ha venido a llamarse Stakeholder Theory,
quizá más vergüenza me da por haber tenido cierto pequeño papel en sus
comienzos. La buena noticia es que la gente está tomando en serio estas ideas,
pero hay un punto crítico en el que no coincido con muchos de los teóricos de
la Stakeholder Theory. Es necesario que entendamos la Stakeholder Theory en
las líneas siguientes.
Milton Friedman, Oliver Williamson y Michael Jensen son teóricos de la
Stakeholder Theory. Con esto quiero decir que si se entiende el espíritu de su
obra, algunas de las palabras reales que han dicho recientemente y si tenemos
una idea ligeramente más expresiva de la empresa que la que tienen la mayoría de los economistas, entonces las tensiones entre economistas y teóricos de
la Stakeholder Theory simplemente se disuelven. Dado que Milton Friedman
ya no está entre nosotros y, por tanto, no puede argumentar en contra de esta
opinión, aprovecharé esta ocasión para poner fin al denominado “debate
Friedman-Freeman”. Utilizo las comillas porque francamente hay cierto exceso de orgullo desmedido al poner incluso mi nombre en la misma frase que el
de Friedman. Lo hago solamente en el contexto de esos dos artículos se imprimen repetidamente juntos en muchos libros de texto. Sólo se puede sentir
reverencia ante la considerable contribución de Friedman a nuestra visión de
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los mercados, la política monetaria, el comercio internacional y el papel de la
libertad en las sociedades de mercado democráticas.
Siendo pragmático, me aburre el debate entre lo normativo, lo descriptivo y
lo instrumental. Realmente no lleva a ninguna parte por un gran número de buenas razones. Como partidario de Dewey, me cansa el debate entre lo que realmente es el objeto de una empresa –en otras palabras, cuáles son los medios y
cuáles los fines–. Dewey nos mostró hace muchos años que los medios tienen
una forma de convertirse en fines que posteriormente encuentra la manera de
generar medios nuevos. Ésa es una forma más interesante de pensar en la Stakeholder Theory. Como capitalista y libertario acérrimo que cree en la esperanza y la libertad humana y en la solidaridad comunitaria como dos lados de la
misma moneda, me canso de estos debates que no hacen mucho por crear valor.
Para empezar, quiero sugerir cómo hacer que la Stakeholder Theory levante el vuelo. No existe necesidad alguna de una “justificación fundacional normativa”, como muchos han sugerido. Sí necesitamos algunas ideas sencillas y
muy prácticas. Sugeriré entonces por qué creo que Friedman, si se le lee correctamente, es realmente un teórico de la Stakeholder Theory. Hay cuatro
ideas principales que hacen que la Stakeholder Theory alce el vuelo: la tesis
de la separación, la tesis de la integración, el principio de responsabilidad y el
argumento de las preguntas abiertas.
La falacia de la separación es bastante sencilla, tal como Sen y otros han
sugerido1. He escrito sobre esto ad nauseum en otras partes2. La idea básica es
que ya no resulta útil separar las cuestiones de la empresa y las cuestiones de la
ética. Eso es lo que hay detrás de la idea de Donaldson de una revolución normativa en la empresa (consúltese Donaldson, más adelante). Yo considero más
útil llamarlo una “revolución integradora”. Se trata de cómo unir la parte normativa de la empresa con las demás partes. Eso es más interesante y útil que
centrarse simplemente en la parte normativa. Una implicación que extraen
Donaldson y otros es que la empresa necesita una justificación normativa. Interpreto que eso implica que necesitamos un aparato conceptual en la empresa que
no cometa la falacia de la separación. Sin embargo, una segunda implicación
quizá más importante es que tendríamos una ética más útil si incorporáramos a
nuestros ideales normativos la necesidad de entender cómo creamos valor y
comercio. Ésa es la pieza que a menudo falta en los análisis sobre la responsabilidad corporativa. Lo interpretamos como si este mundo normativo realmente
no tiene nada que ver con cómo creamos valor y comercio mutuo. No obstante,
al igual que las personas llevan contemplando las estrellas desde hace mucho
tiempo, también hemos estado creando valor y comerciando unos con otros
desde mucho antes de que hubiera empresas. Es por este motivo por lo que quiero sugerir que necesitamos esta revolución integradora, más que la normativa.
Así, la tesis de la integración es sólo una forma de decir que necesitamos unir
esas cosas. Establece que realmente no tiene sentido hablar sobre la empresa sin
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hablar sobre la ética y que no tiene gran sentido hablar sobre la ética sin hablar
sobre la empresa. Debe hacerse explícita aquí una suposición implícita, que es
la siguiente: no tiene sentido alguno hablar sobre la empresa o la ética sin hablar
sobre los seres humanos. Es necesario hacer esto explícito porque está produciéndose en las escuelas de negocios una contrarrevolución peligrosa. Gran
parte de la teoría que enseñamos en las escuelas de negocios se basa en teorías
parciales de los seres humanos que a menudo se derivan de la falacia de la separación (como la teoría de la agencia). No son teorías de seres humanos completos y plenamente integrados, con nombres, caras, familias y pasados, es decir,
teorías sobre empresarios reales. La tesis de la integración implica integrar la
empresa y la ética, en torno a las ideas de lo que es y puede ser un ser humano.
La tercera idea es el principio, o el conjunto de principios, de la responsabilidad. No hay nada aquí que sirva como fundamento o sea esencialmente
normativo. La idea es de sentido común. Si la ética tiene algún significado, si
“levanta el vuelo” y tiene sentido para nosotros como seres humanos, será porque necesitamos justificar nuestras vidas ante nosotros mismos y ante los demás, como nos han mostrado Sartre y otros pensadores. En alguna parte de
esta justificación encontramos normalmente la idea de la responsabilidad por
nosotros mismos y nuestras acciones. La “responsabilidad” puede resultar ser
una idea muy complicada, y aún más en los negocios, precisamente porque la
hemos separado de las ideas principales sobre la empresa, pero, sea cual sea
la visión que pueda tener la gente sobre la responsabilidad, quiero sugerir que
es apropiado incorporarla en la propia estructura de los negocios. Ahora, creo
realmente que la mayoría de las personas, la mayor parte del tiempo, quiere
asumir la responsabilidad por los resultados de sus acciones ante los demás.
Es fácil ver que tal idea es simplemente incompatible con la falacia de la separación. Si la empresa está en un lado y la ética en el otro, entonces tendremos
un espacio al que puede llamarse “responsabilidad social corporativa”. Quiero sugerir que nosotros evitamos este espacio teniendo cierta forma integrada
de pensar sobre la empresa y la ética, y la idea de la responsabilidad parece
una buena manera de empezar. Por supuesto, puede haber otros lugares desde
los que comenzar, y confío en ver cómo prospera este tipo de teorización integrada, en lugar de la ahora aburrida discusión con los economistas.
La última idea para hacer que la Stakeholder Theory levante el vuelo se la
debemos a un argumento de G. E. Moore llamado el “argumento de las preguntas abiertas”3. Aplicando este argumento aquí, tenemos lo siguiente: para
cualquier decisión que un directivo u otra organización vaya a tomar, tienen
sentido las preguntas siguientes (aunque puedan admitir muchas respuestas
distintas y controvertidas):
1. Si se toma esta decisión, ¿para quién se crea y destruye valor? ¿Quién
resulta perjudicado y beneficiado?
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2. ¿De quién eran los derechos que se habilitaron o no?
3. ¿Qué tipo de persona seré si tomo esta decisión de esta forma específica?
Puesto que es posible hacer siempre estas preguntas éticas sobre cualquier
decisión, tenemos consecuentemente que abandonar la falacia de la separación. Es necesario encontrar ideas y conceptos que ayuden a integrar la ética
y los negocios.
Todo esto es bastante simple y he sido un disco rayado a este respecto
desde hace muchos años. Sin embargo, ha sido hace poco cuando he comenzado a ver lo que ocurre cuando se unen estas cuatro ideas entre sí: tenemos
toda la justificación que necesitamos para la Stakeholder Theory4. El resumen
es éste. El argumento de las preguntas abiertas invalida la falacia de la separación, de manera que tomen la tesis de la integración y añadan alguna idea
de responsabilidad, y en mi opinión tienen que llegar a algo como la Stakeholder Theory. Las empresas y los directivos son responsables de los efectos de
sus acciones. Son responsables precisamente ante los grupos y las personas a
los que pueden afectar o por los que pueden resultar afectados. Como mínimo, entender los negocios significa pensar en los clientes, empleados, proveedores, comunidades y financieros. Otros grupos son importantes, al menos,
según ha argumentado Robert Phillips, en la medida en la que afecten a estos
stakeholders definicionales5.
Veamos ahora qué tiene que ver esto con el denominado “debate Friedman-Freeman”. ¿Deberían buscar los directivos maximizar el valor para los
accionistas o crear tanto valor como sea posible para los stakeholders? Friedman afirma que puede ser beneficioso para los intereses a largo plazo de un
gran empresario en una pequeña comunidad dedicar recursos a proporcionar
servicios a esa comunidad o trabajar para mejorar su gobierno. En éste y
muchos casos similares existe una fuerte tentación de racionalizar estas acciones como un ejercicio de responsabilidad social. Friedman dice algo como
“Bien, no es responsabilidad social. Sólo es capitalismo”. Declara que el objeto de una empresa es utilizar sus recursos, dedicarse a actividades diseñadas
para aumentar sus beneficios mientras permanezca dentro de las reglas del
juego –es decir, mientras se dedique a una competencia libre y abierta sin engaños ni fraude–.
Esto suena mucho como los argumentos que acabo de dar para la Stakeholder Theory. Podrían yuxtaponer la visión de Friedman con la mía, pero eso
podría depender de qué se quiere decir con engaño o fraude, o competencia
libre y abierta. Es plausible afirmar que “sin engaño ni fraude y con sujeción
a la costumbre ética” significa solamente “formular y responder a las preguntas del argumento de las preguntas abiertas y tener en cuenta cierta idea de responsabilidad, ya que es una gran parte de la costumbre ética como quiera que
se analice esa idea”. Así, en principio no parece que haya gran desacuerdo6.
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Resulta que el propio Friedman nos ha dado realmente en cierto modo una
forma de integrar el lado ético o normativo en los negocios. Friedman cree
que el voluntarismo es en sí mismo una visión normativa con un largo historial de justificación con respecto a los principios en torno a la libertad.
Otra forma de contemplar el llamado “debate” es intentar entender lo que
quiere decir Friedman cuando afirma que la única responsabilidad del directivo es maximizar los beneficios7. Quizá, como a muchos economistas y teóricos de las finanzas, a Friedman le interesa más cómo funcionan los mercados, y tiene como su metáfora subyacente una transacción diferenciada que es
una entre muchas. Sin embargo, una visión más matizada de la empresa, que
Friedman parece a veces aceptar, afirmaría que maximizar el valor para los
accionistas podría ser algo como esto: “Tienes que tener grandes productos y
servicios que quiera la gente, que hagan lo que dices que van a hacer. Necesitas proveedores que quieran hacer que tu empresa sea mejor y que se responsabilicen de lo que hacen. Necesitas empleados que vayan a trabajar y
quieran estar allí, ser creativos y productivos. Necesitas comunidades para
quienes seas al menos un buen ciudadano de manera que no utilicen el proceso político (en las sociedades relativamente libres) para destruir el valor que
creas. Y tienes que hacer dinero para los financieros”.
Esta visión matizada de la empresa afirma que existe una acción conjunta con estos intereses y que la idea clave sobre el capitalismo es que el empresario o directivo crea valor capturando la acción conjunta de los intereses.
Sí, en ocasiones los intereses están en conflicto, pero con el tiempo deben
conformarse en la misma dirección. Si algo como esto es viable, entonces el
denominado “debate” es simplemente un desacuerdo sobre cómo funciona
realmente la empresa. No existe ningún desacuerdo en los valores fundamentales aquí, sólo un desacuerdo sobre lo que podría significar maximizar los
beneficios8. Yo creo que maximizar los beneficios es más cómo crear valor
para los stakeholders que lo que otros podrían leer en Capitalism and Freedom (Friedman, 1962). ¿Significa eso que considere que “maximizar los beneficios” es el fin o el objeto de la empresa? Absolutamente no. Creo que es
un efecto directo de una empresa bien gestionada y que la Stakeholder Theory es una idea sobre lo que significa estar bien gestionado. Los beneficios y
el objeto son dos ideas diferentes, y fundirlas es como concluir del hecho de
que necesito glóbulos rojos para vivir que el objeto de mi vida es fabricar
glóbulos rojos. Hay muchos objetos para una empresa, y cualquier semejanza entre todos ellos es sólo lo que Wittgenstein llamó un “parecido de familia”.
Un segundo desacuerdo puede ser que Friedman cree que si se quiere
maximizar los beneficios debería intentarse maximizar los beneficios. Y yo
creo, junto con Collins y Porras (Collins y Porras, 1994), que, como Aristóteles y Mill han sugerido, los beneficios pueden ser una de esas cosas para las
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que eso simplemente no funciona. Si una empresa intenta maximizar los beneficios, de hecho los beneficios no se maximizan, al menos en el mundo real.
La razón puede ser clara: se hacen concesiones a favor de los financieros, y
las concesiones son falsas debido a la complejidad, incertidumbre y racionalidad limitada. De nuevo, no hay aquí un gran debate, aparte de aquél sobre
qué conjunto de ideas es más útil para entender los negocios.
Efectivamente, el mayor punto de divergencia entre Friedman y la Stakeholder Theory tal como yo lo veo puede ser sobre qué “tratan”, en último
término, las dos ideas. Friedman y sus seguidores pueden estar dándonos una
teoría sobre cómo funcionan los mercados en determinados tipos de condiciones, y esta teoría es útil para ciertos fines. La Stakeholder Theory, en mi
opinión, no trata sobre los mercados y su funcionamiento (al menos no primordialmente). No es una teoría de la empresa9. Es en cambio una idea muy
simple sobre cómo crean las personas valor mutuo. Es una teoría sobre lo que
es la buena gestión10. El denominado debate puede ser sólo una diferencia
sobre la mejor forma de entender cómo funcionan y podrían funcionar las
empresas, y una diferencia sobre aquello sobre lo que tratan las “teorías”. Y
eso no es tanto un debate como un “fallo de comunicación”. Por tanto, Milton
Friedman, diría yo, podría haber escrito este párrafo:
La responsabilidad primordial del directivo es crear tanto valor como sea posible para los stakeholders porque es así como se crea tanto valor como es posible para los accionistas. Cuando hay conflicto entre los stakeholders y los
accionistas, los ejecutivos tienen que reconsiderar el problema de manera que
los intereses vayan unidos. No hay aquí ningún interés de los stakeholders independientes. Cuando los intereses entran en conflicto, la tarea del directivo es
buscar cómo redefinir las cosas para crear más valor para ambos. A veces esto
supone llegar a soluciones de compromiso en el mundo real. Cuando ocurre
esto, el ejecutivo debe resolver cómo hacer las concesiones y calcular cómo
mejorarlas para ambas partes. Gestionar a los stakeholders trata de crear tanto
valor como sea posible para ellos sin recurrir a soluciones de compromiso o al
fraude y el engaño.
La Stakeholder Theory mejor se centra en la multiplicidad de formas en
que las empresas y los emprendedores están ahí fuera creando valor, mejorando nuestras vidas y cambiando el mundo. Y necesita centrarse en los casos
en los que las cosas van mal. En consecuencia, daré la bienvenida a Milton
Friedman, a la gran tienda de los teóricos de la Stakeholder Theory, declarando al mismo tiempo que la aplicación general al mercado transaccional no es
la única manera útil de entender los negocios. La Stakeholder Theory ofrece
un conjunto distinto de metáforas e ideas, con la esperanza de que podamos
hacer que el capitalismo funcione mejor para nosotros.
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III. Comportamiento no racional, conflictos de valor, ‘Stakeholder
Theory’ y comportamiento de las empresas
Michael Jensen
L
as cuestiones sobre las que estamos hablando son muy importantes, y
quisiera comenzar haciendo hincapié en algunas cosas que creo que causan malentendidos entre nosotros. Al escuchar a mis compañeros panelistas,
encuentro que estoy de acuerdo con gran parte, pero no con todo cuanto se ha
dicho, y sin embargo mi frustración es que no tenemos una solución para las
cuestiones subyacentes. Una corrección menor que pediría a mis compañeros
del panel es dejar de utilizar a los accionistas como chivo expiatorio. La maximización del valor para los accionistas ha sido errónea desde el punto de vista
social desde el principio. No hay nada especial sobre los accionistas de una
empresa. Lo he dicho muchas veces antes de esto, y es hora de que aceptemos
que maximizar el valor de los fondos propios de una empresa no producirá el
valor máximo de la empresa en general. Y ciertamente no producirá el valor
máximo para la sociedad.
Maximizar el valor total de la empresa nos llevará a la frontera eficiente
para la sociedad, suponiendo que no haya monopolios de precio único, ni externalidades, y que todos los bienes tengan un precio.
La cuestión tal como la veo es la siguiente: si pudiéramos establecer las
reglas del juego del sistema que estamos diseñando, ¿qué tipos de comportamiento querríamos que tuvieran las empresas de nuestro sistema? Mi respuesta es que queremos que nuestras empresas se comporten de forma que maximicen el valor de la empresa a largo plazo total.
En este sistema, hemos de tener gran cuidado en tomar en cuenta el papel
apropiado del gobierno. Para permitir que la sociedad utilice sus recursos
humanos y no humanos la manera más eficiente, el gobierno debe hacer ciertas cosas. Simplificando un tanto en exceso, debe crear un sistema en el que
él mismo, el gobierno, tenga un monopolio sobre el uso de la coacción física
y la violencia en la sociedad. Debe utilizar ese monopolio sobre el uso de la
violencia para evitar que los ciudadanos empleen la violencia física entre sí,
para mantener la paz, y para hacer cumplir los contratos suscritos voluntariamente entre sus habitantes. Esto significa también, por cierto, que el gobierno
debe de alguna manera hacer que los seres humanos que dirigen el gobierno
a nivel local, estatal y nacional dejen de “alquilar” los poderes policiales del
estado a partes privadas que desean utilizar tales poderes para robar a otros en
el sistema.
El gobierno debe asimismo, establecer reglas del juego de forma que los
costes impuestos sobre la sociedad por las externalidades se minimicen. Con
externalidades queremos decir los costes (o beneficios) impuestos por los
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efectos físicos de las acciones de una persona sobre las demás, por las cuales
el agente no soporte los costes (o beneficios). Los ejemplos clásicos por
supuesto son la contaminación del aire y el agua. Los problemas creados por
las externalidades no pueden ser resueltos a nivel privado por las personas o
por las corporaciones empresariales. Estos problemas sólo pueden resolverse
por medio de la acción colectiva a través del gobierno y debemos empezar
reconociendo este hecho. Debido a que las externalidades deben resolverse a
nivel de gobierno (el que propone de reglas), hacer un llamamiento a las
empresas o las personas para que solucionen estos problemas es un juego perdido de antemano.
Si como responsables de formular las reglas pudiéramos diseñar un sistema en el que las empresas de éste se comportaran de manera que maximizaran su valor a largo plazo, sería un enorme paso adelante. Por supuesto, no
resolvería todos los problemas, pero sería un gran avance para maximizar el
tamaño del pastel que determina los niveles de vida en la sociedad.
El peligro con la Stakeholder Theory, tal como la he visto expresada en la
mayoría de los casos, es que quienes la defienden suponen simplemente que
los directivos harían lo correcto para beneficiar a la sociedad en general. Esa
posición es ingenua al menos por dos razones. Los directivos no tendrían
forma alguna de saber cómo beneficiar mejor a la sociedad, y además habría
un desacuerdo generalizado sobre cómo y qué hacer. Por otra parte, si se adoptara, la Stakeholder Theory causaría daños adicionales. Literalmente dejaría a
los directivos sin supervisión y sin responsabilidad, de ninguna manera basada en principios, por sus acciones con los amplios recursos bajo su control. Lo
cual es un desastre.
Observamos por todas partes cómo los representantes y gestores del sector
público no logran proporcionar servicios públicos que se acerquen a maximizar los beneficios que reciben los ciudadanos de los activos puestos en manos
de los gobiernos federales, estatales y locales. Los gerentes de las empresas se
diferenciarían muy poco con la Stakeholder Theory.
El argumento de que los directivos quedarían sin supervisión y no serían
responsables de su comportamiento fue una de las proposiciones lógicas que
hice en mi artículo de 2002 sobre la Stakeholder Theory. Implica la proposición de que no se puede maximizar en más de una dimensión a la vez. En consecuencia, tiene que resolverse el problema relacionado con la determinación
del objetivo social global, y mi pelea con la Stakeholder Theory en dicho artículo fue que los teóricos de la Stakeholder Theory no resolvían ese problema. Y
yo aducía que la Stakeholder Theory sería muy popular entre los directivos ya
que hace que directivos y consejos de administración no sean responsables de
cómo utilicen los recursos de la empresa. Y eso sería un desastre social.
Por tanto, la cuestión que creo que estamos tratando ahora es cómo queremos establecer las reglas de este juego para que los seres humanos tengan la
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mejor posición económica posible. Efectivamente, hay problemas relacionados con la distribución de los ingresos, con los monopolios, con los bienes sin
precio, etc. No perdamos de vista el hecho de que hay aquí un peligro considerable: al tratar de hacer que los directivos sean directamente responsables
del bienestar social, sin que exista ninguna manera de conseguirlo, aparte de
la “esperanza”, matamos la gallina de los huevos de oro. Y con esto me refiero al sistema que proporciona incentivos para que las firmas sirvan a sus clientes, empleados, proveedores de recursos financieros y otro tipo de recursos
reales o salgan perdiendo en la competencia por la supervivencia.
Argumento en mi artículo de 2002 en Business Ethics Quarterly que la
maximización de valor ilustrada [enlightened value maximization] es equivalente a la Stakeholder Theory ilustrada [enlightened Stakeholder Theory]. Y
estos sistemas, combinarían la preocupación por los stakeholders expresada
en la Stakeholder Theory con la noción de que la regla apropiada para la toma
de decisiones y acciones en la empresa sería la maximización del valor total
a largo plazo de todos los créditos financieros contra la empresa.
Y seamos claros al expresar que la maximización del valor a largo plazo
no puede realizarse ignorando o tratando mal a ningún stakeholder de la empresa, ya sean los clientes, empleados, proveedores, o la comunidad.
No hay nada en el sistema que concibo que requiera que los seres humanos sean racionales. Y sin embargo, en la expresión típica de la Stakeholder
Theory se asume implícitamente que todos los seres humanos son racionales.
Debemos efectivamente diseñar un sistema que se ocupe del hecho de que
los seres humanos no son racionales en aproximadamente el 50% de sus vidas. Pasé siete años trabajando en la Mind, Brain, Behavior Initiative [Iniciativa Mente, Cerebro, Conducta] en Harvard (incluyendo la participación como miembro en su comité de gobierno) en mi búsqueda del origen del comportamiento irracional sistemático de los seres humanos. Y con eso me refiero no sólo a las personas que están ahí fuera en el mundo, sino también a cada
persona individual que se encuentra en esta sala, incluyéndome a mí mismo.
El origen de este comportamiento irracional reside en la estructura básica del
cerebro humano. Los neurocientíficos han descubierto ahora la estructura que
conduce a todos los humanos a este comportamiento no racional. No entraré
aquí en detalles, pero es la fuente de lo que Richard Thaler y otros han caracterizado como problemas de autocontrol o problemas de agencia con el ser
propio. Éste es el origen de una cantidad muy grande de dificultades en el
mundo en el que existimos, no sólo en las empresas, sino en las familias, las
asociaciones y los gobiernos, en resumen, en todas las instituciones sociales,
así como en toda interacción humana.
Y lo que estamos buscando es un conjunto de reglas del juego que pueda
controlar esta parte no muy atractiva de nosotros mismos: esa parte de todos
nosotros que nos hace emprender acciones que nos perjudican a nosotros, per-
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judican a nuestro seres queridos, perjudican a nuestras empresas, perjudican a
las personas de nuestro entorno, y negarnos después a aprender de los daños
que causamos. Este es un problema grave y, como he dicho antes, calculo que
cerca del cincuenta por ciento del comportamiento humano entra dentro de esa
categoría. Visto desde esta perspectiva, podemos considerar que una gran cantidad de los problemas que intentamos resolver tiene como origen esta irracionalidad de los seres humanos, no la simple maximización de valor de las empresas. La irracionalidad no es, por supuesto, la única fuente de daños en la
sociedad. El puro egoísmo (la falta de preocupación por los demás) y las personas que son básicamente malvadas contribuyen también a los problemas.
El papel del gobierno, que es endógeno en este sistema, es una parte increíblemente difícil de desarrollar con acierto. Alchain y Demsetz y otros, hace
mucho tiempo, señalaron que es una falacia asumir que el gobierno, el responsable de formular las normas, no tiene un interés propio y no está sujeto a
estos problemas de autocontrol, o no es malo (Alchain y Demsetz, 1972). Si
miramos alrededor del mundo, vemos que el interés personal de los agentes
públicos que tienen problemas de autocontrol y/o son malvados es una parte
enorme del problema al que se enfrentan las sociedades. Consideren los daños
causados por un mal comportamiento por parte de los funcionarios en África,
Asia, Sudamérica, así como en lo que consideramos el mundo “desarrollado”.
Como he dicho antes, el papel esencial del gobierno es que nosotros los ciudadanos demos al gobierno el monopolio sobre el derecho a usar la violencia
y la coacción sobre todos nosotros para mantener la paz en la “familia”. Ahora, controlar el ejercicio del poder que se deriva de la concesión de este monopolio sobre el uso de la violencia es obviamente de suma importancia. Nunca
hemos conseguido que sea perfecto. Los atroces crímenes que los estados de
todo el mundo cometen contra la humanidad son evidencia suficiente de la
magnitud de este problema de control. En occidente hemos estado cerca de
lograrlo en ocasiones, pero incluso aquí fracasa a menudo. Mas si miramos a
oriente, por ejemplo en los estados islámicos donde no existe separación alguna entre la iglesia y el estado, podemos ver los inmensos problemas que surgen. Incluso aquí en este país, una de las mejores democracias del mundo,
ciertamente no somos perfectos. Existe la tendencia de que nuestros representantes en Washington y los gobiernos estatales y locales (por decirlo crudamente) “alquilen” el poder del Estado (el arma) a particulares y organizaciones que utilizan ese poder para robarnos al resto de nosotros. Sólo hay que
ver la vasta literatura sobre la teoría de la captura de las agencias reguladoras
para encontrar algunos ejemplos obvios.
Cuando contemplo el comportamiento de inadaptación en las empresas (y
Dios sabe que es numeroso), lo que me sorprende es la magnitud de éste que
no tiene ningún sentido. Lo que quiero decir con esto es que con dicho comportamiento no se alcanza lo que las personas que toman nominalmente esas
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acciones quieren alcanzar, que asumimos que es poder y riqueza. En cambio,
obtenemos la destrucción de Enron, la destrucción de Arthur Andersen y un
desfile de directores generales camino de la cárcel.
Creo además que incluso las personas que ganan nominalmente este juego,
pierden. Pierden personalidad. Pierden en términos de la vida que llevan,
incluso aunque no estén en la cárcel y puedan tener grandes fortunas. No es
fácil verlo porque esas historias no se cuentan muy a menudo, pero el comportamiento falto de integridad provoca un auténtico desastre en la vida de las
personas. Así, vista toda la evidencia de la imperfección de los seres humanos, estaríamos locos si pusiéramos ese poder en manos de directivos que
operen en un sistema que no tiene forma alguna, basada en principios, de
hacerlos responsables de sus actos. Ésa es mi preocupación con las afirmaciones habituales de la Stakeholder Theory. Este tipo de ilusión nos pondrá en
grandes dificultades.
Habiendo manifestado todo esto, permítanme decir también que veo que el
sistema actual tiene sus propios fallos. ¿Cómo hacemos que los directivos
vean que la maximización del valor a corto plazo y de estrechas miras causa
perjuicios? Vemos los resultados perjudiciales de este comportamiento a nuestro alrededor. Por tanto, aquí el problema es cómo hacer que los directivos
eviten caer en la maximización del precio de las acciones a corto plazo que
lleva fácilmente a la destrucción del valor. No tengo una solución fácil a este
problema. Cómo hacer que los directivos vean que no se puede explotar a los
clientes, a los empleados, los proveedores y la comunidad y crear valor a largo
plazo.
Quiero sumar mis palabras a las de mis colegas miembros del panel. No
creo que nos hayamos acercado siquiera a resolver cómo incorporar los valores normativos de los seres humanos a estas teorías positivas de los seres
humanos y las instituciones humanas que hemos estado analizando hoy. Me
refiero con esto a nuestro debate sobre cómo se comporta el mundo y cómo
podemos mejorarlo. He pasado gran parte de los dos últimos años de mi vida
con dos coautores trabajando en una teoría positiva de la integridad. Tardaría
demasiado tiempo en resumir ese trabajo aún inacabado, por lo que ni siquiera intentaré hoy hacerlo. Lo que pretendemos crear es una forma de contemplar estas cuestiones normativas que elimine la gran confusión que existe con
respecto a las nociones de integridad, moralidad y ética. Nuestro objetivo es
crear una ruta por la que las personas y los ejecutivos de empresa tengan a su
disposición un poder nuevo para lograr cosas que no podían conseguirse anteriormente. Si tenemos éxito, convenceremos a mis colegas economistas y de
dirección de que la integridad, tal como la definimos, es un factor muy importante de la producción. Con esto quiero decir que es al menos tan importante
como la tecnología y el conocimiento. En mis propios experimentos con mi
vida, quienes me rodean y mi empresa (SSRN), he visto los resultados: un
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aumento del 300% en productividad y un incremento sustancial en la felicidad de las personas. El título de esta obra es “Integrity: A positive model that
incorporates the normative concepts of morality, ethics, and legality” [“Integridad: un modelo positivo que incorpora los conceptos normativos de moralidad, ética y legalidad”].
Sin embargo, justo detrás de esto hay un problema que creo que no se ha
abordado en general; el problema de crear una teoría positiva de valores normativos. Me doy cuenta de que parece una incongruencia. Sin embargo, los
valores que existen en los grupos, las empresas, las sociedades, las culturas y
las subculturas, surgen de alguna parte y no son todos iguales. Estas creencias
normativas tienen dentro de sí un poder enorme tanto para el bien como para
el mal. Generalmente vemos estos valores como el origen de gran parte de lo
bueno de los seres humanos. Y, no obstante, son también responsables de mucha parte de lo malo de ellos. Estos valores normativos residen en el núcleo
de una enorme cantidad de violencia que los humanos cometen contra otros
humanos. Están en el núcleo de la lucha que está teniendo lugar actualmente
entre el islamismo radical y el mundo occidental. Y es probable que pasen
cien años antes de que veamos la resolución de este conflicto.
Así, estas diferencias en valores normativos, las propias cosas que todos
hemos puesto de manifiesto para hablar sobre ellas hoy, tienen una enorme
importancia, tanto para la creación de la paz y la cooperación como lamentablemente para crear conflictos y violencia, y destruir valor y niveles de vida.
Y nosotros como analistas, teóricos y empiristas no sabemos casi nada sobre
cómo surgen los valores y, lo que es más importante, cómo crean conflicto y
destrucción.
Al dar un paso atrás y ver el debate sobre la Stakeholder Theory frente a la
Stockholder Theory, creo que estamos involucrados en un ejemplo a pequeña
escala de los problemas que rodean los conflictos en torno a los valores. Y hay
demasiado ruido, demasiado descuido en las reflexiones, y demasiada poca
evidencia empírica presente. Pero considero que nos encontramos al borde de
un cambio en la profesión en estos asuntos. Hemos sido testigos de un cambio en la evolución de la economía, las finanzas y la gestión, a lo largo de los
últimos cuarenta y cinco años. Creo que estamos acercándonos ahora mucho
más a un ataque concentrado a estas cuestiones sobre los valores que puede ir
más allá de simples desacuerdos sobre lo que es mejor o peor o correcto o
erróneo.
Hay mucho por hacer, pero la compensación es enorme, de modo que quiero endosar los esfuerzos de aquellos en esta sala que están interesados en estos
problemas y cuestiones, incluyendo a mis compañeros miembros del panel.
Tenemos desacuerdos, pero en este asunto fundamental no creo que haya ninguna discrepancia. Éstas son cuestiones muy importantes. Y nosotros estamos
aún dando tumbos en la oscuridad. Los temas son muy, muy complicados.
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Están profundamente arraigados en la evolución, la biología y las tradiciones
filosóficas y religiosas. Son algunos de los asuntos más difíciles que he visto
en mis años en esta actividad. Veo a muchos de mis colegas en finanzas y economía (desde mi punto de vista personal) malgastando su tiempo, por ejemplo, dedicados a desarrollar modelos matemáticos cada vez más precisos de
los problemas de agencia o monísimos ejercicios de la teoría de juegos, mientras que estas cuestiones sobre el valor no son tratadas. Estos asuntos importantes no están recibiendo atención suficiente por nuestra parte en la economía y el comercio, así como en el resto de las ciencias sociales. Por tanto,
quiero expresar mi agradecimiento por este debate de hoy.
IV. Dos historias
Thomas Donaldson
Q
uiero contar dos historias.
Érase una vez, hace milenios, alguien que se echó hacia atrás y miró
hacia arriba al cielo en medio de la noche. Se dio cuenta de que los movimientos de los puntos brillantes allá en lo alto se desarrollaban siguiendo un
patrón fijo, que todos ellos viajaban en la misma dirección, y al observarlos
noche tras noche, comenzó a reconocer una regularidad notable y perfecta.
Era imponente. De hecho, él y otros llegaron lentamente a la conclusión de
que aquello que estaban presenciando era ideal y divino. Incluso Aristóteles,
Platón y la mayoría de los demás ancianos científicos aceptaron después la
idea de que los cuerpos celestes constituían cuerpos divinos y celestiales, y
que se movían con perfecta regularidad. Con el paso del tiempo, los astrónomos desarrollaron instrumentos de medición más precisos y pudieron hacer
predicciones exactas sobre el movimiento de los objetos celestes. Crearon
colecciones de datos elaboradas y precisas sobre el comportamiento de lo que
veían. Todo fue bastante útil. Tuvo como resultado calendarios más exactos y
predicciones de los eclipses lunares. Y ayudó a los navegantes.
Por supuesto, supusieron que la tierra estaba fija en los cielos. No tenían ningún motivo para suponer otra cosa. Pero había fastidiosas discrepancias. Algunos de los objetos tendían a aparecer en momentos inusuales y se comportaban
de forma diferente a lo largo de una serie de noches. Los sabios comenzaron a
trabajar sobre el problema. Demostraron que si se suponía que ciertos tipos de
objetos celestes viajaban en órbitas regulares, pero que otros viajaban dentro de
esas órbitas en órbitas propias más pequeñas, aún podría predecirse el movimiento de los objetos irregulares. El sistema era complejo, pero funcionaba. De
ahí surgieron los famosos “epiciclos” del sistema ptolemaico.
A lo largo de un largo período de tiempo fuimos abandonando esta imagen
de los cielos. Y hago hincapié en que fue un largo período de tiempo, porque
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aunque pensamos en la revolución copernicana como un destello súbito de
inspiración, hubo desacuerdo a lo largo de muchos siglos entre los sabios sobre si abandonar o no el sistema ptolemaico. Sin embargo, como todos sabemos por nuestras clases de ciencias del colegio, finalmente la concepción heliocéntrica sustituyó a la geocéntrica. Incluso aunque los epiciclos podían dar
respuesta al comportamiento heliocéntrico, el concepto de Copérnico era mucho más simple.
Esta revolución copernicana, no obstante, no desechó buena parte de lo
que la gente había aprendido antes. La mayoría de los sistemas de medición
permanecieron intactos, al igual que la mayor parte de las herramientas utilizadas para hacer tales mediciones. Por supuesto, los útiles evolucionaron en
precisión y sofisticación, pero el cambio fue incremental. Los calendarios permanecieron más o menos inalterados. Francamente, para los navegantes tenía
poca importancia si sus amigos científicos defendían la concepción ptolomeica o la copernicana. Un sistema ptolemaico complicado con sus muchos epiciclos podía hacer el mismo trabajo que un concepto copernicano más simple.
A los navegantes les preocupaba principalmente que sus navíos entraran y
salieran del puerto con seguridad.
Ésa es una historia. Aquí hay otra, esta vez narrada desde la posición estratégica de nuestro futuro.
Érase una vez, hace milenios, alguien que miró el mercado y se preguntó
cómo sacar sentido de él y cómo hacer que funcionara más eficazmente en
nombre de las personas que componían la comunidad. Por supuesto, asumió
que había, más o menos, una cantidad fija de riqueza a distribuir. No tenía
motivo alguno para suponer otra cosa: el dinero que había en su bolsillo tenía
que haber salido de los bolsillos de algunos otros. Esto, el primer acercamiento a una visión racional de los mercados económicos, tuvo como resultado el periodo al que ahora nos referimos como “mercantilismo”. El mercantilismo inspiró una gran cantidad de consejos sobre cómo comerciar bien e inteligentemente, y cómo gestionar las relaciones comerciales entre las naciones
para potenciar al máximo la riqueza de la nación propia (Ogg, 1961).
Sin embargo, más tarde, después de mucho derroche y mala regulación por
parte del gobierno (el mercantilismo exacerbó los embargos, las cuotas y
otras restricciones al comercio en su intento por acumular el oro en los erarios nacionales), un joven filósofo moral llamado Adam Smith sugirió que descartáramos la suposición del juego de suma cero (es decir, suponiendo que
hubiera una cantidad fija de riqueza) y comenzáramos a hablar sobre cómo
se crea la riqueza, especialmente a través del trabajo y el intercambio voluntario (Smith, 1776).
Esta teoría fue extremadamente útil. Ayudó a racionalizar y hacer más eficiente el comercio entre las naciones. Alentar a los gobiernos a alejarse de una
actividad reguladora ineficaz y que perjudicaba al bienestar público. Las eco-
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nomías occidentales comenzaron a expandirse y una revolución industrial
sacudió el mundo. La visión de Smith de agentes humanos individuales movidos más o menos por un interés personal en un mundo escasamente controlado de libre comercio se hizo dominante en Occidente.
No obstante, seguía habiendo problemas fastidiosos. Los más irritantes tenían que ver con las grandes organizaciones productivas, es decir, lo que ahora denominamos “empresas con ánimo de lucro”. Incluso Adam Smith cometió un error. En Wealth of the Nations (Smith, 1776) dedica únicamente dos
párrafos a las empresas, e informa a sus lectores de que estas organizaciones
probablemente no tienen ningún futuro real salvo quizá la banca y la construcción de canales. Ahora sabemos más.
Con el paso del tiempo, resultó obvio que necesitábamos alguna herramienta para entender estas poderosas organizaciones. No parecía que hubiera
mercados dentro de las empresas, así que, ¿qué estaba ocurriendo? Y entonces algunas personas muy inteligentes empezaron a sugerir que podíamos, de
hecho, presuponer la existencia de un tipo de mercado dentro de las empresas.
Sólo había que recordar, argumentaban, que debido a que hay costes al llegar
a acuerdos y suscribir contratos en cualquier tipo de mercado, podemos considerar a las empresas como dispositivos para minimizar esos “costes de transacción” (Coase, 1937; Williamson, 1985). Empezamos a aprender cosas. Estas teorías, también, resultaron ser de gran utilidad. Nos ayudaron a entender
los conflictos potenciales entre los directivos de las empresas y los propietarios. Desarrollamos modelos de mercados dentro de la empresa. No los llamaré “epiciclos”, pero no eran totalmente distintos de los epiciclos ptolemaicos. Los teóricos podían dejar escapar un suspiro de alivio. No era necesario
después de todo abandonar la visión del mercado inspirada por Smith. Las
empresas resultaron ser simplemente herramientas eficientes, propiedad de
inversores y utilizadas para el mismo objeto que habían tenido siempre los
participantes en el mercado: hacer dinero.
El supuesto, todo el tiempo, era que la visión de Smith de personas en un
mercado libre era una visión de un mundo mejor, un mundo más justo, en el
que la mayoría de la gente tendría una mejor posición económica. Pero había
molestos problemas para todo este sistema de pensamiento.
Uno de ellos era: ¿por qué debería una empresa abandonar una apuesta
desesperada de último minuto y de alto riesgo que sin embargo fuera la única
apuesta posible que podría salvarla de la quiebra, incluso aunque hubiera más
posibilidades de que el resultado perjudicara enormemente al mundo exterior
de los clientes? Otro era que la visión no parecía explicar por qué los directivos debían respetar los derechos de los empleados en los casos en los que
hacerlo así contradice la búsqueda de la maximización de la riqueza para los
propietarios. Consideren la famosa historia de Jack y Jill de Amartya Sen:
Jack y Jill solicitan el mismo empleo de supervisor/a, y el único otro puesto
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de trabajo disponible para cualquiera de ellos es el de secretario/a. Jill posee
un extraordinario conjunto de competencias. Resulta que está mejor cualificada para desempeñar tanto el trabajo de secretaria como el de supervisora.
Pero también resulta que si hacemos que Jill sea la secretaria y Jack el supervisor, obtendremos realmente una mayor productividad para la firma (Jack
resulta ser un chovinista recalcitrante que no trabaja muy bien cuando tiene
mujeres como jefas). La teoría de la empresa como un agente eficiente para
sus propietarios parece prescribir que deberíamos contratar a Jack como supervisor aunque Jill esté más cualificada (Sen, 1987).
Lentamente, y como respuesta a muchas anomalías semejantes, comenzó
a surgir un tipo de revolución copernicana que vino a llamarse la “revolución
normativa”. La función de la empresa debe estar justificada por algo más que
el modelo de transacciones voluntarias no limitadas en un mundo idealizado
de individuos. Comenzamos a entender que debemos, llegados a cierto punto,
preguntar por la base normativa de los mercados en general y por la base normativa de la empresa.
Es una revolución que abarcó muchas, muchas décadas. Mientras los primeros pioneros luchaban por descubrir las bases normativas de los mercados
y las empresas, algunos vinculaban la excelencia de un sistema de mercado a
la forma en que promovía los derechos morales. La obra de Amartya Sen, por
ejemplo, mostraba una asombrosa compatibilidad entre un sistema económico de laissez-faire del mercado y ciertos principios normativos, especialmente el derecho a la libertad (Sen, 1987). Otros, incluyendo a Sen, vinculaban las
elegantes y poderosas ventajas de un mercado libre a los bienes consecuentes,
en especial el bienestar económico global. Él y otros empezaron a ir más allá
del regalo automático pero moralmente decepcionante ofrecido por la teoría
del libre mercado, es decir, el óptimo de Pareto.
Otros propusieron teorías nuevas sobre las empresas y las instituciones del
mercado, perfeccionando nociones tales como stakeholders y contratos sociales. Como ocurrió con la revolución copernicana, se conservaron muchos de
los conceptos y útiles antiguos. Estos teóricos mantuvieron, y continuaron
perfeccionando, el análisis de las transacciones del mercado y la teoría marginal. Continuaron utilizando reglas generales, como la teoría de la agencia,
que ayudaban a centrar la atención en los conflictos que perjudican a los
inversores innecesaria e injustamente. Algunos, como Michael Jensen, argumentaban que, a menos que se mida y recompense a los directivos exclusivamente sobre la base de la contribución financiera a los accionistas, resulta difícil medir su rendimiento con precisión (Jensen, 2002). Otros mostraban cómo términos tales como legitimidad podían revelar usos de doble vertiente, tanto normativos como predictivos/descriptivos, y que estos términos de doble
uso eran prácticos para interpretar el comportamiento de las empresas (Mitchell, Agle y Wood, 1997).
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Ahora, igual que para los navegantes en el amanecer de la era copernicana, la mayoría de los empresarios e inversores en el alba de esta revolución
nueva, la revolución normativa, no precisaban elegir bando teórico. Continuaban utilizando muchas de las mismas herramientas que antes, incluyendo
modelos para la determinación de precios de los activos, el riesgo moral y la
oferta y la demanda. Continuaban consultando a los investigadores empíricos
que descubrían correlaciones y hacían predicciones. Continuaban empleando
modelos de estrategia competitiva como el modelo de las “cinco fuerzas” y el
modelo “basado en los recursos”.
Sin embargo, el resultado final fue una revolución del pensamiento, tan
profunda para la economía como lo fue la revolución copernicana para la astronomía.
Los paralelismos entre mis dos historias son obvios. Por supuesto, he narrado la historia sobre la revolución copernicana desde el punto de vista de su
evidencia histórica, y he contado la historia sobre la revolución normativa
desde la perspectiva de la extrapolación de su evidencia actual.
Hoy, al examinar la revolución normativa desde la posición de encontrarnos en medio de la misma, podemos distinguir dos perspectivas clave. Una
es que cualquier institución o sistema económico sea cual fuere precisa una
justificación normativa. Esto es especialmente cierto en el caso de la institución económica moderna más importante, la empresa. Debemos abandonar
finalmente el justificar tales instituciones por entero en términos de teorías
parcheadas de atrás adelante, como los sistemas de libre mercado y las transacciones voluntarias. Hemos de enfrentarnos, como estamos comenzando a
hacerlo, a las preguntas de “¿Por qué existe la empresa?” y “¿Para qué son
estas instituciones?”. Las empresas, más grandes y más ricas que la mayoría
de nosotros, son, antes que nada, artefactos. Nosotros las hicimos; nosotros
las creamos y nosotros las haremos diferentes en el futuro. En obras anteriores expliqué por qué creo que la mejor manera de responder a estas preguntas es pensar en términos de un hipotético contrato social en el que las personas con intereses económicos en un estado natural, carente de toda organización productiva, se pregunten: “¿Deberíamos introducir las organizaciones
productivas?”. Y la respuesta mayoritaria que darían tales habitantes en un
estado natural es “Sí, deberíamos introducir las organizaciones productivas
porque son condenadamente eficientes” (Donaldson, 1982). Por ello, resulta
que la responsabilidad moral principal, aunque no la única, de los directivos
es producir eficientemente y satisfacer a los inversores y maximizar, al menos dentro de unos límites, su bienestar financiero. Sin embargo, no debería
ser sorprendente que conceptos progresistas como éste y los de otros expertos contemporáneos guarden cierta semejanza con las nociones tradicionales
de la empresa. La revolución normativa, igual que la revolución copernicana
antes que ella, no altera la imagen del mundo por completo. Tanto Ptolomeo
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como Copérnico podían predecir que la constelación de Leo aparecería en
verano.
Hoy las estrellas continúan moviéndose, y nuestra revolución normativa
avanza. La segunda perspectiva clave que guía la revolución normativa es que
los directivos deben atribuir cierto valor intrínseco a los stakeholders. Es
decir, debe concederse a un stakeholder, como, por ejemplo, un empleado, un
valor intrínseco que no sea un derivado del valor que crean para otros. Los
seres humanos tienen valor en sí mismos. Sus derechos valen por sí mismos.
Estos propios derechos son moral y son lógicamente prioritarios a la forma en
que respetar sus derechos pueda generar más productividad para otros o para
la empresa. Esto es una verdad ineludible para la revolución normativa actual.
En resumen, el objetivo primario de la empresa seguirá siendo el máximo
beneficio, es decir, beneficio financiero, para sus propietarios. El sol aún se
levanta. Sin embargo, gracias a la revolución normativa, estamos llegando
lentamente a entender más claramente por qué es cierto. Y, lo que es más importante, en esta teoría económica nueva y más valiente, las personas importan más.
V. La ‘joint-stake company’ y la responsabilidad por la oportunidad:
¿qué pasaría?
Ronald K. Mitchell
S
imposios como éste, especialmente cuando se trata sobre cuestiones sociales en la dirección, son el lugar donde uno puede formular preguntas
importantes del tipo “qué pasaría”. Así, en el espíritu del “qué pasaría”, me
pregunto si dentro de 500 años nuestro uso de las herramientas sociales, por
ejemplo, la empresa, será elogiado o deplorado; si las herramientas que nos
han traído “aquí” son adecuadas para llevarnos “allí”. También me pregunto:
¿Ha pasado de moda la joint-stock company [sociedad por acciones])? Quisiera que considerásemos juntos algo a lo que podríamos llamar la joint-stake
company, [sociedad por interés], un juego de palabras con la noción de John
Stuart Mill (1848) de la joint-stock company.
La idea de la joint-stock company tiene que ver con la puesta en común de
recursos; específicamente con el hecho de que los inversores pongan en
común sus recursos, suscribiendo cada uno conjuntamente acciones o propiedad de una empresa para acumular capital suficiente para grandes operaciones. Cuando una empresa tal enviaba un “barco a las Indias”, se llenaba, por
ejemplo, con especias y, si regresaba, se vendía ese cargamento a cambio de
un beneficio. A lo largo de los años, hemos adornado este concepto; y el resultado es el desarrollo de la sociedad anónima moderna. Jensen (2002) señala
con precisión que un problema clave de la Stakeholder Theory, a diferencia de
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la Joint-Stock-Company Theory, donde por una variedad de motivos se ha
considerado menos relevante, es la cuestión de que los directivos sigan siendo responsables de sus actos con respecto a los objetivos sociales y los valores defendidos por los teóricos de la Stakeholder Theory:
Como la Stakeholder Theory no proporciona ninguna definición mejor, los
directivos y administradores no son responsables de su gestión de los recursos
de la empresa. Sin criterio alguno en cuanto a su actuación, no puede evaluarse a los directivos de ninguna manera basada en principios. (Jensen 2002: 242).
Las preguntas que quisiera formular en consecuencia son las siguientes:
¿existe una posibilidad de empresa joint-stake que pueda conceptualizarse? y,
de ser así, ¿podría aplicarse tal idea a los dilemas anteriores planteados por
Jensen (2002)? Y, si estamos dispuestos a dar ese paso, entonces el paso siguiente será preguntar: ¿qué supondría el pensamiento basado en la empresa
joint-stake? Así, esto nos lleva a preguntarnos sobre todo tipo de cosas que podrían resultar afectadas por un concepto revisado de una empresa creadora del
valor como una firma joint-stake. Los convenios sociales afectados podrían
incluir los derechos sobre la propiedad, sistemas tributarios, divisas, regulación, reclamaciones, responsabilidad y sistemas contables. Hagamos por tanto
algunas comparaciones entre “aquí” y “allí”, y consideremos las condiciones
de la responsabilidad en la empresa joint-stock actual frente a algún tipo futuro de organización joint-stake (véase la tabla 2).
Convenios sociales
Mercado de derechos
de la propiedad
Tributación
AQUÍ (joint-stock)
Mercados de valores
Impuesto sobre la renta basado
en el resultado
Nacional
Divisa
Normas nacionales
Base reguladora
Tipo de reclamación residual Reclamaciones basadas en los
inversores*
Responsabilidad ante el control
Responsabilidad
Coste histórico
Base para la contabilidad
ALLÍ (joint-stake)
Mercados de acciones de redes de
valor
IVA (Tributación del valor
añadido)
Transnacional
Normas internacionales
Creación de valor/oportunidad
Responsabilidad ante la oportunidad
Proporciones del recuento de
transacciones en una “contabilidad
libre de balances”
* Explícitos frente a implícitos.
Tabla 2. Comparación de “qué pasaría”.
“Aquí” tenemos mercados de valores –mercados para los valores (derechos de propiedad a los beneficios residuales) de los recursos puestos en
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común–. Tenemos una tributación basada en la línea final del resultado del
balance –principalmente el impuesto sobre la renta–. Tenemos divisas nacionales y tenemos una regulación nacional. Tenemos reclamaciones basadas en
la inversión (y con esto me refiero a la inversión explícita como una cantidad
de dólares determinada para comprar acciones) y tenemos una responsabilidad ante aquellos con control de la propiedad: responsabilidad ante los accionistas. Y sí, tenemos el coste histórico como la base de la responsabilidad.
Consideremos ahora el “allí”: la situación joint-stake (no sugiero que las
ideas siguientes sean lo que “debería” ser, pero sí que esto no es tampoco muy
“fantasioso”, y que bosquejar las líneas generales de una empresa joint-stake
podría servir al desarrollo instrumental de la Stakeholder Theory). “Allí” podríamos encontrar un mercado para las acciones o stakes [intereses] basadas
en redes de valor en lugar de (o adicionalmente a) un mercado para los valores –reclamaciones sobre la participación en el proceso de creación del valor–.
“Allí” podría suponer una tributación auténticamente basada en el valor añadido (no el impuesto sobre el valor añadido tradicional que es un juego de
manos legislativo para añadir simplemente más impuestos por encima del
impuesto sobre la renta). “Allí” podría suponer más divisas trasnacionales.
“Allí” podría suponer normas internacionales; por ejemplo, para la seguridad
de los productos. “Allí” podríamos encontrar también que, en lugar de tener
solamente reclamaciones basadas en los inversores, las reclamaciones de los
stakeholders podrían ampliarse para incluir reclamaciones sobre la contribución a la oportunidad y reclamaciones basadas en la creación del valor (por ejemplo, Schneider, 2002). Consecuentemente, “allí” podríamos encontrar también
la responsabilidad ante la oportunidad (es decir, dar cuentas por las ocurrencias favorables de “lo que podría ser” o “lo que es pero podría no haber sido”,
donde la oportunidad se define como una conjunción favorable de circunstancias).
Hagamos una pausa por un momento y pensemos en el significado de una
idea como la responsabilidad ante la oportunidad. Instrumentalmente, la implementación práctica de la responsabilidad ante la oportunidad se encuentra
con el antiguo problema de la “subestimación”, en el que los auditores
encuentran mucha mayor dificultad para verificar el haber (ingresos, pasivo y
fondos propios) que el debe (activo y gastos). Esto es así porque la evidencia
requerida para identificar la subestimación en los saldos acreedores basados
en el libro mayor (es decir, ingresos, pasivo, fondos propios) no están fácilmente disponibles. Por ejemplo, las rentas malversadas estarían subestimadas
porque nunca se habrían registrado. En este caso el problema de la subestimación se produce porque “lo que podría ser” no se habría capturado jamás
en el sistema contable. Comparen el problema “complejo” anterior con el problema mucho “más simple” de determinar la sobreestimación en los saldos
deudores en el libro mayor (es decir, gastos, activo), que requiere sólo proce-
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sos contables efectivos y eficientes. Si, por ejemplo, se ha robado de la caja
(como un activo), este fraude podría detectarse fácilmente contando el efectivo disponible y comparándolo con la cantidad de efectivo que según los registros contables debería haber. Así, probar “lo que debería ser” o “lo que es,
pero podría no haber sido” (subestimación) es mucho más difícil que la simple prueba de lo que “es” (sobreestimación). La auditoría basada en el coste
histórico de las oportunidades que “pueden o no haber llegado a ser” es, por
tanto, problemática por causa del problema de la subestimación en la contabilidad basada en los balances; y así la contabilidad del coste histórico no
sirve bien a la tarea de dar cuentas de los fenómenos proclives a la subestimación como la responsabilidad ante la oportunidad. En resumen, la contabilidad de balances según el coste histórico crea problemas especiales que tienen prioridad sobre la contabilidad efectiva por los problemas singulares basados en la subestimación que se encuentran al dirigir y gestionar la empresa
joint-stake. Esto me ha hecho preguntarme: ¿Y qué pasaría con un sistema de
contabilidad libre de balances que pudiera superar muchos retos contables
inducidos por la subestimación?
¿Desde qué perspectiva sugiero una ampliación de nuestro sistema contable para permitir la responsabilidad ante la oportunidad? Yo llego a la gestión
académica desde el campo contable. Soy un censor jurado de cuentas11 al que,
como parte de su formación, se requirió que entendiera conceptos tales como
la “ecuación de la identidad”, al igual que los muchos conceptos incorporados
en los pronunciamientos del FASB (Financial Accounting Standards Board,
Consejo de Normas Contables Financieras) y su predecesor, el APB (Accounting Principles Board, Consejo de Principios Contables), que forman los
cimientos basados en el establecimiento de normas de la profesión contable.
Por ello, a partir de estos antecedentes, exploremos, por ejemplo, este elemento clave de la lista anterior de “qué pasaría”: la responsabilidad ante la oportunidad, como un medio posible para permitir e implementar una forma basada en principios para que los directivos y administradores sean responsables
de su gestión ante los stakeholders. Esta exploración se centrará en la relación
contable con arreglo a la Stakeholder Theory, simplemente porque (según hice
constar en mi cita de Jensen, 2002) este tema parece estar donde “la acción
comienza de verdad”. Expresado simplemente, si no hay forma alguna de hacer que haya responsabilidad según la Stakeholder Theory, ¿cómo sería posible reivindicar una Stakeholder Theory superior?
Aquí, sin embargo, solo podemos señalar lo esencial de un posible sistema
contable ampliado para ilustrar qué se necesita para una Stakeholder Theory
superior. Si dentro de 500 años mirásemos hacia atrás y dijéramos “Hicimos
lo copernicano”, nosotros sí conservamos lo que nos trajo “aquí”, pero cambiamos lo suficiente para que nos llevara “allí”, quizá incluiría la adición de
algo llamado contabilidad libre de balances. La contabilidad libre de balances
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podría definirse en términos que sirvieran como sustitutos en lugar de los
balances de coste en dólares desarrollados históricamente y residentes en las
cuentas del libro mayor, información (basada en algunos atributos comunes
fácilmente discernibles) que cumple los objetivos comparativos de la información financiera (es decir, comparaciones de resultados presentes con resultados pasados, con puntos de referencia actuales (esto es, intersectoriales) y
con presupuestos/previsiones futuras). Estas bases comunes para la comparación han sido denominadas similitudes compositivas (por ejemplo, Chan,
1990; Rousseau, 1985), donde la comparación basada en los atributos comunes puede alcanzarse utilizando, por ejemplo, modelos funcionales/aditivos,
de consenso directo, de cambio de referente, dispersión y proceso de similitud compositiva (Chan, 1998). Utilizando estos modelos, el desarrollo de la
contabilidad libre de balances podría centrarse en la identificación y explicación de sistemas de comparación coherentes respecto a su composición entre
el pasado, el presente, y el futuro. Esta incorporación al léxico contable podría
tener consecuencias de utilidad, según la lógica siguiente.
Las empresas tienden a verse habilitadas y limitadas por sus sistemas de
medición. Existe entre los directivos la sabiduría común de que una vez que
se empieza a medir algo, no se captan muchas otras cosas (por ejemplo, externalidades). La responsabilidad empresarial está en este sentido limitada por
los sistemas de medición utilizados. Éste es uno de los motivos por los que
teóricos y prácticos de la contabilidad tienen problemas con la contabilidad
basada en los costes históricos: se excluyen fenómenos importantes del proceso contable. Por ejemplo, los teóricos de la contabilidad han examinado en
el pasado las razones subyacentes de sistemas de clasificación particulares de
cuentas basadas en el coste histórico en los balances de situación, formulando preguntas como ¿sobre la base de qué surgiría tal clasificación? y ¿por qué
deberían ser la base de los estados contables los costes históricos frente a, por
ejemplo, importes ajustados según el nivel general de precios? (Abdel-Magid,
1979; Mitchell, 1976; Vickrey, 1979)12. La literatura contable ha tratado muchas de estas preguntas. Y a lo largo de los años (especialmente en las últimas
dos décadas aproximadamente), la aparición de la teoría de la contabilidad
crítica ha producido estudios que “tratan de llevar más allá los límites” de la
teoría contable recibida con preguntas similares pero no idénticas a las que se
plantean aquí. Los temas relacionados en cierto modo que se abordan incluyen por ejemplo (pero no como una lista exhaustiva): la economía política de
la contabilidad (por ejemplo, Briloff, 1990; Cooper, Taylor, Smith y Catchpowle, 2005), la contabilidad crítica (por ejemplo, Arthur, 1993; Gallhofer y
Haslam, 1997; Pesqueux, 2005), el papel de la contabilidad financiera en los
procesos de formación de capital internacional (por ejemplo, Neu y Ocampo,
2007); el papel de la contabilidad de gestión en la organización del proceso
laboral (por ejemplo, Marsden, 1998), la relación entre la contabilidad y el
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estado en distintas formaciones sociales (por ejemplo, Jönsson, 1994), antagonismos entre el carácter social y privado de la contabilidad (por ejemplo,
Bryer, 1999; Gray, 1998), y el efecto recíproco entre la contabilidad, el conflicto social, y la burocracia (por ejemplo, Kaghan y Bowker, 2004). Pero la
construcción de instituciones contables drásticamente nuevas (por ejemplo, la
contabilidad libre de balances) para apoyar un tipo de empresa sustancialmente nuevo (por ejemplo, la empresa joint-stake del tipo de redes de valor)
no ha recibido aún gran atención en la literatura de la contabilidad crítica. Así
que parece que tenemos libertad para preguntarnos juntos: ¿“Qué pasaría”
(para hacer tales conceptualizaciones nuevas posibles) si creáramos una nueva base para la responsabilidad; y qué pasaría si esa base fuera (por ejemplo):
recuentos de transacciones tal como ocurren en un entorno joint-stake? Es
interesante que este tipo de técnica de base para la medición se haya implantado ya en cierto modo.
Según mi experiencia, una auditoría comienza con un proceso llamado
APT (el audit program for transactions, o “programa de auditoría para transacciones”). Este proceso requiere que el auditor seleccione –de entre los estados
financieros elaborados por los administradores– transacciones para su examen
que se ajusten a un umbral de materialidad determinado estadísticamente,
para invocar la auditoría de un número y valor de transacciones suficientes, y
permitir hacer afirmaciones sobre la imagen fiel de las cuentas históricas auditadas. Las transacciones son la base del APT, porque tienen en sus atributos
generalidad suficiente como para poderse tratar con un sistema de auditoría
que tiene como objetivo clave la comparabilidad de los resultados financieros.
El tipo de métrica que hallaríamos por consiguiente en una contabilidad
libre de balances basada en las transacciones sería también, en este sentido, de
unidades universales. Así en el proceso Copernicano examinado por Donaldson (en el presente), no nos desharíamos necesariamente de las cuentas del
libro mayor en un balance de situación: las cuentas reales (lo esencial de activo, pasivo y fondos propios) o las cuentas nominales (los ingresos y los gastos). Sin embargo, empleando las propiedades generales de las transacciones
en igualdad de condiciones –intercambios entre compradores dispuestos y
vendedores dispuestos–, podríamos utilizar estadísticas simples como recuentos de transacciones para construir métricas nuevas que amplíen el sistema de
responsabilidad: proporciones, por ejemplo, tanto para la clasificación del sistema como para la declaración de los resultados.
Para la contabilidad de la empresa joint-stake, significaría que esta “empresa” del tipo de redes de valor podría ser entonces responsable, por ejemplo
según las stakes computadas como proporción del flujo de transacciones.
Quizá tales “empresas del tipo de redes de valor” explicarían la estadística
basada en transacciones entre fronteras, entre jurisdicciones, entre sectores:
permitiendo un enfoque “entre-entre-entre” (es decir, un enfoque compositi-
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vo de múltiples facetas) que libere nuestro pensamiento y nuestros procesos
de gestión de limitar las líneas divisorias del tipo de rendimientos decrecientes. Sería un sistema integrado en el sentido de que tales ideas han sido sugeridas por los demás autores de este artículo. El supuesto del flujo podría basarse en un “sistema” de cadena de valor. Por supuesto, requeriríamos entonces
una nueva ecuación de identidad.
La ecuación de identidad actual utilizada en los estados contables de hoy
en día es bien conocida: activo es igual a pasivo más fondos propios. Pero
¿qué pasaría si hubiera una ecuación de identidad basada en el sistema que utilice los recuentos de transacciones para establecer las participaciones proporcionales en los resultados? En este ejemplo la ecuación de identidad para la
responsabilidad de la empresa joint-stake libre de balances podría basarse en
la conocida ecuación del sistema siguiente: inputs más proceso igual a outputs
(es decir, contribución del recuento de las transacciones a inputs + contribución del recuento de las transacciones a procesos = participación proporcional
en los outpus, donde la proporción de transacciones dedicadas a entradas, y a
procesos de producción/servicios que utilicen tales entradas proporcionaría las
proporciones para la asignación de los outputs). Para establecer la responsabilidad sobre una base libre de balances del libro mayor (con el fin de gestionar
mejor el problema de la subestimación de la responsabilidad ante la oportunidad), proporcionaríamos un medio con el que identificar qué stakeholders
contribuyen a las transacciones de entrada, de proceso y de resultados a través
de los límites tradicionales hasta ahora, y dentro de las nuevas entidades jointstake. Así capturaríamos muchas más externalidades no capturadas (véase en
el apéndice un ejemplo que ilustra y desarrolla con mayor detalle este argumento). Las implicaciones de tal enfoque para el análisis y examen adicional
serían, por ejemplo, una comparabilidad más universal, reducciones en entropía y un incremento en el valor creado por la empresa joint-stake.
Consecuentemente, la noción de Pacioli (1494) de “dará” y “recibirá” en
la que se fundan los sistemas contables por partida doble adoptaría un significado añadido, amplificado y creador de valor. Como afirma Venkataraman
(2002), dos procesos, la creación del valor y el reparto del valor, son terreno
común tanto para el estudio del comercio como de la ética empresarial. Esta
afirmación hace eco de los escritos de Víctor Hugo, quien en el siglo XIX sugirió también que los dos problemas principales a los que se enfrenta cualquier
sociedad son (1) la producción de riqueza y (2) su distribución (Hugo, 1982:
722). Una ecuación contable basada en un sistema nuevo podría entonces (ya
que contribuye al establecimiento de la responsabilidad ante la oportunidad)
contribuir también a la conversación de la producción (inputs + procesos)/distribución (distribución del valor del outputs), centrando así más atención en el
dilema espinoso y aún presente (Jensen, 2002) referente tanto a la producción
como a la distribución del valor: proporcionar una definición para lo “mejor”
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generado por los stakeholders; y definir una administración de la responsabilidad que pueda ser evaluada de una forma basada en principios.
¿Cómo proporcionaría tal sistema responsabilidad ante la oportunidad?
¿No podría argumentarse que en el mismo sentido en que las reivindicaciones
residuales de los accionistas se dividen ahora según la proporción de propiedad en una empresa por acciones, esa asignación basada en la joint-stake
podría ser posible? ¿No podría argumentarse que según las leyes de los “rendimientos crecientes” (por ejemplo, Arthur, 1996; Apéndice) los accionistas
con derechos de propiedad en una “empresa” joint-stake de redes de valor
podrían (por las mismas razonas por las que invirtieron) ceder a los stakeholders (cuya alineación con los incentivos de creación de valor incremental podría operar rendimientos crecientes), una parte de oportunidad de residuales
mayores (a distribuir sobre la base de proporciones basadas en la ecuación de
identidad nueva/libre de balances)? Admito que esta especulación, un tanto
novedosa, se expresa tan solo en su forma más básica, pero se ofrece en el
espíritu del “qué pasaría” para reabrir un diálogo que puede haberse cerrado
prematuramente; y en su lugar, para afirmar que la idea de la joint-stake no
tiene por qué perecer debido a problemas de responsabilidad. Les invito a
unirse a esta importante conversación, de manera que dentro de 500 años
pueda decirse de nosotros: las personas de comienzos del milenio eran realmente capaces de ajustar sus herramientas sociales para continuar poniendo
en común sus recursos eficiente y eficazmente.
Conclusión: del sueño a la actualización en el desarrollo
de la ‘Stakeholder Theory’
Bradley R. Agle y Ronald K. Mitchell
E
l sueño de Carkson (1998) de una Stakeholder Theory superior buscaba
redefinir la empresa “como el convertidor en mercancías y servicios de
los recursos y los intereses que están en riesgo, para crear riqueza o valor para
todos sus stakeholders, sin exponer a ellos o a otros a un daño o pérdida involuntarios... y desarrollar una economía de responsabilidad personificada en
nuestra ética empresarial” (1998: 9). En sus observaciones Wood desarrolla
esta postura revisionista, sugiriendo que una empresa construida sobre nuestra ética empresarial (frente a lo opuesto) puede ser el depósito de la responsabilidad económica. Y, según Donaldson, esta (r)evolución está ocurriendo.
Necesitamos empujarla hacia delante, especialmente –como argumenta Freeman– mientras se desarrollan soluciones pragmáticas para los millones de
directivos que van a trabajar cada día y administran nuestras organizaciones.
¿Estamos construyendo una estructura de soporte superior basada en los stakeholders que pueda aguantar las tensiones y las pruebas a las que la somete-
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rán de buena fe aquellos que se basan en las afirmaciones que hacemos en
nuestra investigación y enseñanza?
Como observó Mitchell, tal estructura requerirá herramientas sociales nuevas para su construcción: prácticas actuales perfeccionadas y modificadas; y
cuando sea necesario, dejar atrás o rejuvenecer herramientas o formas de pensar antiguas, según indica Jensen, sin aminoramiento de los problemas significativos del mundo, con sus profundos orígenes cognitivos e institucionales.
Mientras que la teoría económica anterior ha creado una gran riqueza económica, Jensen sugiere que una teoría nueva y mejor quizá pueda continuar
creando este mismo valor económico o uno mejor, ayudando simultáneamente a la sociedad a crear valor nuevo de múltiples formas y solucionando con
ello muchos problemas de la sociedad. No obstante, aún quedan preguntas.
¿Por qué sigue ganando popularidad tanto entre directivos como entre académicos la idea del stakeholder? Y dada esta creciente popularidad, ¿en qué
medida estas inquietudes por los stakeholders abstractas y de boquilla se traducen en una gestión basada en los stakeholders concreta y de profundas convicciones? ¿Es la idea del stakeholder una moda pasajera, o hay sustancia creciente en las bases teóricas? ¿Está el concepto aparentemente sencillo de la
orientación en el stakeholder haciéndose más fácil de implementar que cuando se introdujo al principio? ¿O después de todo la idea no es realmente tan
simple? Preguntas como éstas sugieren que para ser superior, la Stakeholder
Theory debería cumplir criterios de una teoría buena y útil, criterios como una
mayor elegancia, facilidad de uso, eficacia explicativa, sencillez (en comparación con las alternativas), e incluso ser instintivamente grata.
Tal como ha señalado Donaldson, cada nuevo paso en el desarrollo de las
grandes teorías se construye sobre sus predecesoras. En su progreso desde
Aristóteles y Ptolomeo, pasando por Copérnico, Newton, Einstein y quienes
desarrollaron la teoría cuántica y de supercuerdas, las hipótesis sobre nuestro
entorno físico que hemos llamado nuestras grandes teorías del universo se han
hecho cada vez más útiles. Como habrán observado los lectores, en los cinco
temas contados aquí hay evidencia de que el proceso de la construcción hacia
una mayor elegancia en la Stakeholder Theory sigue incompleto. Aunque la
Stakeholder Theory es instintivamente agradable para muchos (lo que puede
ser motivo de su cada vez mayor popularidad), su facilidad de uso en la gestión basada en los stakeholders concreta y de profundas convicciones, la eficiencia explicativa y la fuerza de sus fundamentos teóricos, y su sencillez de
implementación, siguen siendo aún trabajo en curso. Se precisa, por tanto, la
inspiración y la motivación para continuar construyendo.
Agle, Mitchell y Sonnenfeld (1999) apuntan a los fundamentos normativos de la Stakeholder Theory como un punto de partida para inspirar la creación de estas teorías, métodos y herramientas mejores. Jensen (2002) argumenta que, mientras la maximización del valor para los accionistas sea el objeti-
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vo de la organización, ese objetivo no proporcionará una inspiración para los
directivos o sus stakeholders. Cumplir sueños requiere tener sueños que merezca la pena cumplir. La Stakeholder Theory superior es uno de tales sueños.
¿No sería extraordinario si pudiera también servir como medio para la consecución?
APÉNDICE
Ejemplo y explicación: Aumento del rendimiento, la ‘joint-stake
company’ y la “contabilidad libre de balances”
Ronald K. Mitchell
S
egún Arthur (1996: 100), existen rendimientos crecientes y rendimientos
decrecientes en todos los sectores y se definen como “la tendencia de
aquello que está por delante de ir aún más por adelante y de que aquello que
está perdiendo ventaja pierda más ventaja”. En esta conceptualización, las
economías modernas contienen dos mundos de la empresa interrelacionados
que se corresponden con los dos tipos de rendimiento, cada uno con técnicas
de gestión, cultura, estilo, comportamiento, economía, estrategias y códigos
de regulación gubernamental, etc. diferentes. Estas diferencias se ilustran a menudo mediante explicaciones de cómo operan los rendimientos crecientes en
los sectores de servicios y alta tecnología. No obstante, dado que estas diferencias pueden ser de aplicación dondequiera que tenga lugar el impulso socioeconómico, la noción de los rendimientos crecientes puede aplicarse razonablemente a la joint-stake company como contribuye a mostrar al ejemplo siguiente:
Consideren “el mercado de los sistemas operativos para ordenadores personales a comienzos de la década de los años ochenta cuando los sistemas CP/M,
DOS y el Macintosh de Apple competían. Los sistemas operativos presentan
rendimientos crecientes: si un sistema va por delante, atrae a más creadores de
software y fabricantes de hardware que lo adoptan, lo que le ayuda a ir más
adelante. CP/M fue el primero en el mercado y para el año 1979 estaba bien
establecido. El Mac llegó más tarde, pero era extraordinariamente fácil de usar.
DOS nació cuando Microsoft cerró un trato en 1980 para suministrar un sistema operativo para el PC de IBM. Durante uno o dos años no estuvo en absoluto claro qué sistema prevalecería. La nueva plataforma DOS para el PC de IBM
era una solución poco ortodoxa. Sin embargo, la creciente base de usuarios de
DOS/IBM animó a creadores de software tales como Lotus a escribir para DOS.
La prevalencia de DOS –y de los PC de IBM– cobró mayor auge y finalmente
la combinación DOS/IBM llegó a dominar una parte considerable del mercado.
Esa historia es ahora bien conocida. No obstante, observen varias cosas: no
podía predecirse por anticipado (antes de la operación con IBM) qué sistema
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llegaría a dominar. Una vez que DOS/IBM tuvo la ventaja, aprisionó el mercado porque a los usuarios no les era rentable cambiar. El sistema dominante no
era el mejor: DOS era ridiculizado por los profesionales informáticos. Y, una
vez que DOS aprisionó el mercado, su patrocinador, Microsoft, pudo distribuir
sus costes a lo largo de una gran base de usuarios. La empresa disfrutaba de
unos márgenes agresivos.
Estas propiedades, por tanto, se han convertido en el sello de los rendimientos
crecientes: inestabilidad del mercado (el mercado se inclina para favorecer al
producto que obtiene la ventaja), múltiples resultados potenciales (de haberse
producido hechos diferentes en la historia, podrían haber ganado otros sistemas
operativos), impredecibilidad, la capacidad de aprisionar un mercado, la posible predominancia de un producto inferior y enormes beneficios para el ganador”. (Arthur, 1996: 102).
Como alternativa al modelo tradicional, la contabilidad de la responsabilidad ante la oportunidad incorpora externalidades al capital (por ejemplo, Duncan y Pollard, 2001: 4), que pueden salpicar a toda la economía y producir
rendimientos crecientes a escala a través de, por ejemplo, mecanismos del
“aprendizaje mediante la práctica” (Romer, 1986; Lucas, 1988) o la investigación y el desarrollo (Grossman y Helpman, 1991; Romer, 1990), en condiciones de inestabilidad del mercado, múltiples resultados potenciales (dependiendo de cómo se conforme la historia) y los efectos del aprendizaje de los
clientes. Por consiguiente, la responsabilidad ante la oportunidad basada en el
sistema lograda a través de, por ejemplo, las alineaciones con los incentivos
que hace posible la contabilidad libre de balances dentro de la empresa jointstake13 podría invocar un aumento del aprendizaje mediante la práctica, el
aprendizaje de los clientes impulsado por las redes, y un impulso basado en la
escritura de la historia que podría producir incrementos en valor creado (tales
como externalidades al capital) que se hacen disponibles para permitir la distribución ampliada impulsada por la participación en los resultados. La cuestión por consiguiente no es cómo, a posteriori, deberían dividirse de forma
distinta los beneficios de Microsoft, sino –dadas las externalidades al capital
positivas posibles con un sistema operativo mejor (por ejemplo, CP/M o Mac)–
¿podría la responsabilidad ante la oportunidad haber cambiado la historia para
mejor y, con ello, la magnitud de rendimientos crecientes, con el triunfo de
CP/M o Mac? La premisa es que la empresa joint-stake/de redes de valor
puede hacer más para añadir valor si se resuelven las proporciones de responsabilidad ante los contribuyentes stakeholders de entrada y del proceso. En
consecuencia, la responsabilidad ante la oportunidad es fundamentalmente un
problema de subestimación listo para ser abordado con herramientas nuevas
invocadas por la idea de la joint-stake. Las ideas e ideales de la empresa jointstake ofrecen un “qué pasaría” viable. En otras palabras, la responsabilidad
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ante la oportunidad para todos los implicados, utilizando conceptos nuevos
como la contabilidad libre de balances, puede considerarse razonablemente
–como experimento razonado– que apunta a aspectos prácticos en la responsabilidad de la empresa joint-stake.
Notas
Las notas 1-10 son de Freeman (pp. 162-166); las notas 11-13 son de Mitchell (pp. 176181) y el Apéndice (pp. 183-184).
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Amartya Sen: On Ethics and Economics, Wiley-Blackwell, Oxford, 1991.
En cuanto al último argumento, véase R. Edward Freeman, Jeffrey Harrison y Andrew
Wicks: Managing for Stakeholders: Survival, Reputation and Success, Yale University
Press, New Haven (Connecticut), 2007.
Véase G. E. Moore: Principia Ethica, Cambridge University Press, Cambridge, 1903.
De hecho, esto se debe a trabajar con varios coautores (Jeffrey Harrison, Andrew Wicks, Simone deColle y Bidhan Parmar) en un libro titulado tentativamente Stakeholder Theory and
Business, que esperamos concluir en 2008.
Sugiero aquí que no será muy útil hablar sobre la “empresa” sin hablar sobre los clientes,
proveedores, empleados, comunidades y financieros. No pretendo hacer aquí ninguna reivindicación ontológica, sino simplemente una sugerencia pragmática.
De hecho, una forma interesante de enseñar el denominado debate es hacer que los alumnos
simplemente disuelvan el debate y entiendan que puede haber puntos de desacuerdo más
sutiles.
Este debate es mucho más importante que un debate textual sobre Friedman y la Stakeholder
Theory, ya que la forma moderna de la teoría de la empresa, que se imparte en todas las clases de finanzas de todas las escuelas de negocios, adopta alguna forma del argumento de
Friedman, sin la sutileza y sin la noción de que se apoya sobre diversas afirmaciones esencialmente morales.
Estoy en deuda con Gordon Sollars por no dejar nunca de señalarme que muchos de los
denominados “desacuerdos morales” son frecuentemente tan solo desacuerdos instrumentales sobre la forma en la que funciona el mundo.
La Stakeholder Theory no trata de la responsabilidad social. He sido un crítico incesante de
la idea de la responsabilidad social durante más de veinte años. Me gusta el motivo que hay
detrás de la RSC, pero creo que, una vez que se explica la corporate stakeholder responsibility (responsabilidad de los stakeholders corporativa), no es necesario decir nada más. El
hecho de si la Stakeholder Theory es un “marco”, una “teoría” o una “hipótesis” es otra de
esas cuestiones sin interés para un pragmatista como yo. Espero que encierre algunas ideas
muy útiles para que calculemos cómo crear valor mutuo de una forma mejor.
Durante varios años, Mitchell hizo prácticas en Haskins & Sells y más tarde en Deloitte
Haskins & Sells (una de las antiguas “ocho grandes” de las empresas de contabilidad), en la
actualidad Deloitte & Touche.
Abdel-Magid supervisó a Mitchell, quien ayudó en dicho proyecto con un trabajo preparatorio en 1976.
La contabilidad libre de balances en la empresa joint-stake se define de la siguiente manera: asignación proporcional del valor creado sobre la base de una concepción más amplia del
proceso de creación del valor en “empresas” del tipo de redes de valor.
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