cuarteto casals - Centro Cultural Miguel Delibes

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cuarteto
casals
CICLO cámara+piano
—
VALLADOLID
viernes 28 de noviembre de 2014 · 20.00 h · sala de cámara
centro cultural Miguel Delibes
centro cultural Miguel Delibes
Av. Monasterio Ntra. Sra. de Prado, 2
47015 Valladolid
T 983 385 604
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son susceptibles de modificaciones.
EDITA
© Junta de Castilla y León. Consejería de Cultura y Turismo
Fundación Siglo para el Turismo y las Artes de Castilla y León
© De los textos: sus autores
Valladolid, España 2014
cámara+piano
cuarteto casals
Vera Martínez
violín
Abel Tomás
violín
Jonathan Brown
viola
Arnau Tomás
violonchelo
Valladolid
—
viernes 28 de noviembre de 2014
20.00 h · sala de cámara
centro cultural Miguel Delibes
PROGRAMA
parte I
Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)
Cinco fugas para cuarteto de cuerda (transcripción de
El clave bien temperado de J.S. Bach, Volumen II), KV 405
Fuga nº 1 en Do menor (transcripción de BWV 871)
Fuga nº 2 en Mi bemol mayor (transcripción de BWV 876)
Fuga nº 3 en Mi mayor (transcripción de BWV 878)
Fuga nº 4 en Re menor (transcripción de BWV 877)
Fuga nº 5 en Re mayor (transcripción de BWV 874)
—
Franz Joseph Haydn (1732-1809)
Cuarteto de cuerda en Fa menor op. 20 nº 5, Hob III: 35
Moderato / Menuet:Trio / Adagio / Finale: Fuga a due soggetti
—
Wolfgang Amadeus Mozart
Cuarteto de cuerda en Fa mayor KV 168
Allegro / Andante / Menuetto / Allegro
PARTE II
Wolfgang Amadeus Mozart
Adagio y Fuga para cuarteto de cuerda en Do menor KV 546
Adagio / Fuga
Cuarteto de cuerda en Sol mayor KV 387
Allegro vivace assai / Menuetto: Allegro - Trio / Andante cantabile / Molto Allegro
músicos a la fuga
La causa de que esta fuga haya venido al mundo es realmente mi
querida Constanze. El Barón Van Swieten, a cuya casa voy todos
los domingos, me dio para llevarme a casa todas las obras de
Händel y Sebastian Bach −después de haberlas tocado para él−.
Cuando Constanze escuchó las fugas, se enamoró de ellas; no
quiere oír más que fugas […]. Ahora bien, como a menudo me ha
oído tocar fugas de memoria, me preguntó si yo había compuesto
alguna, y cuando le dije que no se enfadó mucho conmigo porque
no quería componer lo más artístico y lo más hermoso que hay en
la Música; y no dejó de rogarme hasta que compuse una fuga.
Carta de Mozart a su hermana Nanerl,
Viena, 20 de abril de 1782
El lapso de algo más de quince años en el que se inscriben las
obras del presente programa, entre 1772 y 1788, son un marco temporal
estrecho si nos atenemos a las fechas de composición, pero bastante
más amplio si fijamos la vista en el fondo que las anima o en cuanto a
los referentes a los que interpelan. Desde el Ariadne Musica de Fischer de
principios del xviii hasta las transcripciones de cuartetos de cuerda de un
Beethoven ya maduro, la trascendencia de este grupo de piezas supera
la que pudiera presuponerse en una primera escucha. Comparten
además una serie de puntos en común que van más allá del tipo de
formación –el cuarteto de cuerda– para el que fueron compuestas: son
un fresco de la Viena fin de siglo que las vio nacer, una especie de
manifestación identitaria de la efervescencia cultural europea. Pero el
elemento unificador y determinante que conecta esta serie de partituras
se nos presenta en un nivel más profundo que el timbre o la ciudad de
nacimiento. Se trata de la reivindicación de uno de los procedimientos
constructivos más importantes de todo el siglo xviii, conjuntamente
con la forma sonata: hablamos de la fuga.
Estrictamente hablando, una fuga es una composición en la que
tres o más voces realizan entradas sucesivas en imitación y siguiendo
una serie de reglas para hacerlo en cuanto a altura y desarrollo. Las
entradas periódicas de esta melodía inicial –llamada «sujeto»– son las
que proporcionan a la fuga esa sensación de dinamismo y de huida
hacia adelante. Es, dicho en términos más prosaicos, una persecución
musical, donde los protagonistas aceleran o se detienen en un afán por
demostrar sus capacidades. Al hablar de voces no nos referimos en este
caso a cantantes, sino a líneas melódicas internas de la propia música,
delimitadas por los registros donde aparecen. Así, una fuga podía –de
hecho era lo más habitual– estar interpretada desde el teclado de un
clave, y la melodía se iba introduciendo en las distintas alturas de un
único instrumento. Son piezas extremadamente complejas de construir
por las dificultades armónicas que presenta el hecho de mantener una
coherencia auditiva entre las distintas líneas melódicas sin contravenir
las leyes del contrapunto que lo articulan. El cultivador más asiduo y
que llevó el procedimiento a sus cotas más altas de desarrollo fue Johann
Sebastian Bach, pero Mozart, Beethoven o Shostakovich han seguido
manejando sus procedimientos ya fuera como desafío compositivo o
como mero homenaje.
De hecho, el aspecto más interesante de la fuga no es tanto
su uso sino su motivación. Los compositores que nos ocupan no la
entendieron como una dificultad o un reto por resolver en sí mismo
sino como una solución a un problema concreto previo. Sería
incorrecto entender entonces el uso de este procedimiento como un
síntoma de anquilosamiento, u observarlo únicamente desde la óptica
del homenaje bachiano. Ocurre más bien que nos encontramos con
una práctica que tardaría mucho tiempo en caer en desuso y que, al
menos en la ciudad de Viena, nunca llegaría a situarse en la periferia
de sus procesos compositivos, sino ubicada en pleno centro, como no
podía ser de otro modo en la ciudad que había visto publicarse medio
siglo antes el Gradus ad Parnassum de Fux, lo más cercano a un manual de
contrapunto de la época y best-seller entre compositores.
Las Cinco fugas para cuarteto de cuerda, KV 405 de Wolfgang
Amadeus Mozart aparecen fechadas por el propio autor entre marzo y
abril de 1782. Las cartas que remitió el compositor a su familia durante
estos meses –la que encabeza las presentes notas es un buen ejemplo de
ello– nos hablan de la relación de Mozart con el barón Gottfried van
Swieten, a quien dedicó estas cinco piezas. El barón había sido uno de
los principales valedores del Mozart niño prodigio que pisó Viena en
1768, y un dinamizador cultural de primer orden. Van Swieten sentía
una admiración inusitada hacia la música de Bach y Haendel, herencia de
sus años en Berlín donde llegó a encargarle seis sinfonías al hijo mayor
de cantor de Leipzig, Carl Philipp Emanuel. De regreso a Viena decidió
divulgar en la medida de sus posibilidades esa música, y hacer partícipes
a todos los compositores de su entorno de ese legado mediante unas
sesiones de dos horas que celebraba en su casa los domingos, a medio
camino entre el divertimento didáctico y la demostración erudita. De
estas sesiones fue cómplice Mozart, aún afectado por la desaparición
de su amigo Johann Christian Bach, el «Bach inglés», fallecido pocos
meses antes y al que hacía más de tres años que no veía –«¡Qué gran
pérdida para el mundo musical!», llegaría a decir en otra misiva–.
Mozart quedó fascinado por los materiales que pudo consultar gracias a
Van Swieten y le pidió permiso para trabajar con ellos en su casa. Fruto
de este trabajo surgieron estas cinco transcripciones de otras tantas
obras del volumen II de El clave bien temperado, de Johann Sebastian Bach
–concretamente la 2, 7, 9, 8 y 5–.
La adaptación al cuarteto de cuerda de fugas a cuatro voces
fue el fruto de un proceso de decantación natural, una clarificación
fundamental de la labor contrapuntística de Bach que encajó de forma
automática en el carácter pedagógico que las sesiones con el barón
pretendían. De esta forma, tampoco se contravenía el aliento original
de las piezas tal y como las concibió el cantor, esto es, como un conjunto
composiciones que funcionasen tanto a nivel teórico como a nivel
musical y que atravesaban una por una las 24 tonalidades, llegando
donde nadie lo había hecho antes. Era ésta una vieja aspiración de los
músicos de toda Europa: Johann Caspar Ferdinand Fischer en su Ariadne
Musica no supo pasar de las veinte tonalidades a principios de siglo por
cuestiones derivadas del sistema de afinación. El conocimiento de
este tipo de obras abrirá una crisis creativa en Mozart asociada a su
incapacidad por generar un universo expresivo propio y de manejar
un lenguaje íntimo y original en su peculiar espacio creativo. Las fugas
conseguirán, en este caso, mitigar ese desasosiego.
El Cuarteto de cuerda en Fa mayor, KV 168 está fechado en
agosto de 1773 y forma parte de los denominados “cuartetos vieneses”.
Fue compuesto durante el viaje a Viena organizado por Leopold,
el padre de Mozart, aprovechando las vacaciones que se tomaba el
conde de Colloredo en Salzburgo, para quien ambos trabajaban.
Leopold aspiraba a colocar a su hijo en la corte vienesa y organizó una
audiencia con la emperatriz María Teresa poco después de llegar a la
ciudad austríaca, con resultados infructuosos. A pesar del fracaso de
la tentativa, Mozart parecía mostrarse en aquellos meses satisfecho por
salir de la atmósfera asfixiante de la corte de Colloredo. Fue entonces
cuando inició la composición de los cuartetos, probablemente como
respuesta a las repetidas peticiones de Leopold por ampliar y mejorar
el corpus de piezas que su hijo podía presentar en las cortes de cara a un
mecenazgo más estable. La idea era infundir sensación de versatilidad
y dominio en cualquier disciplina musical, argumentos necesarios para
complacer los caprichos de la nobleza. Pero además de este enfoque
meramente mercantil, encontramos un importante incentivo artístico:
los cuartetos op. 20 que había publicado Joseph Haydn un año antes
–uno de ellos, el número 5, pondrá fin al presente concierto– y que el
joven escuchará por primera vez en su visita a Viena, en el entorno de
Franz-Anton Mesmer, viejo amigo y gran admirador de Haydn. Tanto
la crítica de la época como el círculo de compositores que tuvo acceso
a las piezas fueron feroces en sus comentarios sobre estos cuartetos,
considerados como una imitación de aquéllos y no entendidos como la
crisálida del proceso de metamorfosis de Mozart.
Tomando innovaciones de todo lo escuchado, Mozart distribuye
por primera vez el cuarteto en cuatro movimientos –Allegro, Andante,
Menuetto/Trio y Allegro– e intenta amalgamar la forma sonata con
un espíritu contrapuntístico modernizado. Sirviéndose de líneas
melódicas de Haydn –del cuarteto nº 3, op. 17 en el Allegro, o del nº
5, op. 20 en el canon del Andante–, buscó un atisbo de la madurez
creativa e independencia expresiva recién alcanzada en los cuartetos
del Sol. Esa cierta levedad que protagonizaba la música de cámara
mozartiana hasta ese momento –como en los “cuartetos milaneses”,
por ejemplo– desaparece definitivamente en una partitura cargada de
motivos imitativos, cánones e inversiones. En realidad estos cuartetos,
escritos a una velocidad de vértigo, responden a una necesidad personal
de experimentar una libertad expresiva con ecos del Sturm und Drang
más salvaje y recientemente llegado a la escena. El impacto de estos
nuevos movimientos estéticos hubo de ser muy hondo en un Mozart
que es, no lo olvidemos, un producto íntegro y quintaesenciado de la
Ilustración, un ejemplo superlativo de modelos, influencias y escuelas
aprehendidas gracias a sus viajes por toda Europa. Sabrá hilvanar con
apenas 17 años óperas serias, bufas, sinfonías, cuartetos y cualquier tipo
de composición y sabrá hacerlo en el estilo exacto que ha aprendido.
Pero aún no ha sentido la pulsión de hacerlo en un estilo propio. El
descubrimiento de los cuartetos del Sol de Haydn pondrá al joven
Mozart en el camino de su propia expresión, y si bien no lo conseguirá
en fechas tan tempranas, aquí ensayará los rudimentos para ello. El
cuarteto finaliza con una nueva fuga que funciona en sentido estricto
y metafórico: casi una década tardará Mozart en volver a componer
un cuarteto, y pero entonces ya tendrá soluciones a muchos de los
problemas que en estas fechas le acuciaban.
Es curioso comprobar cómo la fuga va a seguir siendo uno de
los recursos más tenidos en cuenta por Mozart ante las sucesivas crisis
artísticas y vitales. El epítome de esta dependencia lo representa el Adagio
y Fuga para Cuarteto de cuerda en Do menor KV 546, fechado el 26 de
junio de 1888 aunque no deja de ser una reelaboración de la fuga para
dos pianos en Do menor KV 426 de 1783, a la que añadiría un preludio.
Aquí el simbolismo pasa a primer plano. Es 1783 un año especialmente
triste para Mozart, al menos en lo que afecta a sus aspiraciones y a su
entorno familiar. La falta de confianza del Emperador en el singspiel, en
la ópera alemana, desbarata uno de los proyectos estéticos en los que el
compositor más fuerza e ilusión había puesto, sin olvidarnos del enorme
éxito de El rapto en el serrallo. La vuelta a la ópera italiana, a la bufonería de
la Comedia dell’Arte, supone para Mozart una amargura que le va a costar
casi un año superar, sin imaginar a esas alturas que la simiente más
importante de su eclosión operística había acontecido sin darse cuenta
–esa primavera conocerá a Lorenzo Da Ponte, autor de sus tres más
importantes libretos de ópera y catalizador de su genio–. Para redondear
su desencanto, Mozart viaja con Constanze a Salzburgo para presentar
a su padre y su hermana al nuevo miembro de la familia, su hijo, con
una aceptación nula por parte de ambos y un rechazo evidente hacia su
mujer. Con carencias, pues, tanto en el entorno creativo como en el
afectivo, las composiciones de ese año se suceden sin fecha consignada,
como muestra de su falta de entusiasmo. El retorno a la senda luminosa
ocurrirá el 29 de diciembre de 1873, momento en el que finaliza –y
fecha– la composición de la fuga para dos pianos basada posiblemente
en una melodía de Boccherini y que más tarde transcribiría el propio
Beethoven. Su forma de reconciliarse con el mundo será, pues, de
nuevo la fuga, será la sustanciación de su espíritu combativo, su tótem
liberador que le permite recuperar las ganas de componer. Cuatro años
más tarde, buscando algo de consuelo ante el progresivo deterioro de
sus relaciones con el público aristocrático vienés, transcribirá la pieza a
dos pianos para cuarteto de cuerda y añadirá un adagio demoledor para
iniciarlo. El desgarro de la composición refleja de forma magistral ese
desamparo frente a un círculo social que cada vez le entendía menos y
que acababa de recibir el Don Giovanni con una desconcertante apatía. La
fuga nos ofrecerá, en este caso, una salida catártica y enésima muda de
piel para los últimos años de Mozart.
Para cuando compone el Cuarteto de cuerda en Sol mayor, KV
387, que data del 31 de diciembre de 1782, los ideales tanto estéticos
como expresivos del compositor han cambiado de forma neta. Al igual
que ocurriera con su anterior colección de cuartetos, los “vieneses”
de los que hablábamos unos párrafos más atrás, uno de los principales
desencadenantes de la presente pieza es de nuevo Haydn, con la
publicación de su opus 33 –los llamados “cuartetos rusos” –. Como
respuesta a ellos Mozart publica una colección dedicada íntegramente
al maestro, aunque en esta ocasión la personalidad del salzburgués está
definida por completo y su independencia creadora vehicula ya cada
partitura. La elaboración temática acude mucho menos al contrapunto
clásico y las estructuras son utilizadas de una forma más orgánica.
Este mayor grado de libertad lo encontramos muy bien expuesto en
el “Allegro vivace assai”, donde la alegría inicial se va oscureciendo
durante el desarrollo, y a su vez esta oscuridad se matiza con algunos
recursos concretos –como los trinos–, lo que nos habla en resumidas
cuentas de la independencia de cada instrumento y la capacidad de
Mozart para transmitir paisajes complejos. Homenajeando a Haydn, el
segundo movimiento es un “Menuetto” aunque sin la carga humorística
de los scherzos del austríaco. El contraste es por todo ello mucho
menor y el interés se mantiene por una escritura amable en un primer
momento pero que se va tornando más solemne a medida que avanza
la pieza. El “Andante cantábile” que conforma el tercer movimiento se
enuncia mucho más reflexivo que dramático, no está sujeto a pasiones
desbordadas sino que fluye sin necesidad de anegarse en la tristeza. El
final, “Molto allegro”, como no podía resultar de otra manera en esta
velada es una fuga, pero con un lenguaje contrapuntístico totalmente
personalizado y moderno que ya apenas recuerda a los ejemplos
bachianos. Ésta se va alternando con paisajes homofónicos de tal manera
que la contraposición de atmósferas dentro del propio movimiento
pasa a primer término, y el trabajo de planos se torna mucho más
intenso que en cuartetos anteriores. La fuga se convierte aquí en una
demostración de independencia, tanto del pasado –Bach– como del
presente –Haydn–, y apunta a un fututo en la medida en la que esta
colección de procedimientos se reutilizarán tanto en La flauta mágica
como en el finale de una sinfonía tan paradigmática como la Júpiter.
El repaso que propone el Cuarteto Casals de esta mayoría de
edad del cuarteto de cuerda finaliza por el principio. No hay mejor
manera de reflexionar sobre el proceso de maduración de un lenguaje
propio, sobre el cómo se llegó a instaurar un determinado patrón y qué
procedimientos sirvieron para conciliar los desequilibrios intrínsecos
que planteaba la propia forma que remitirse al origen. El Cuarteto de
cuerda en Fa menor op. 20 nº 5 Hob III: 35 fue compuesto en 1772,
como parte de un ciclo publicado en París y subtitulado “cuartetos
del Sol” por el grabado de la portada de la edición. El quinto tiene
cuatro movimientos, el primero y tercero –“Moderato” y “Adagio”
respectivamente– en forma sonata mientras que el segundo responde
al típico “Menuetto/Trío” y el último aborda una fuga con doble
sujeto, ambos sin indicación de tempo. Como ocurriera con Mozart,
la composición de cuartetos de cuerda no fue para Haydn ni constante
ni mucho menos extendida en el tiempo de manera uniforme. En
realidad, la composición de estas piezas pivota centralizada en fechas
concretas de gran intensidad y separadas en ocasiones por lapsos de
ocho o diez años sin acercarse al género, algo que no ocurría con las
sinfonías. Conjuntamente con el op. 33, los cuartetos de esta época
suponen una revolución en lo que respecta al establecimiento de lo que
luego será una forma comúnmente aceptada.
El arranque muestra todavía un progresivo distanciamiento a
las formas antiguas, aunque hereda aún una escritura necesariamente
desequilibrada hacia el violín primero, una especie de atavismo del
pasado del cuarteto entendido como concierto para violín o trío.
Con todo, el material temático comienza a repartirse y, algo que sí es
nítidamente novedoso, este material no está circunscrito únicamente a
un único movimiento, sino que se transfiere de unos momentos a otros
de la pieza en una búsqueda de un sentido mayor de la arquitectura
y la coherencia interna. El movimiento final es una impresionante
demostración de las capacidades contrapuntísticas de un compositor
que no encontraba dificultad alguna en combinar distintas técnicas e
influencias en su proceso compositivo. Al igual que para Mozart la fuga
suponía una solución a un conflicto concreto, no hemos de entender
el uso de este procedimiento en Haydn únicamente como un homenaje
bachiano, sino más bien como un método de resolución de una serie
de problemáticas formales, texturales y principalmente de equilibrio
que le obsesionaron durante toda su vida.
En el caso que nos ocupa, la dificultad radica en la forma de realizar
una exposición contrapesada de los materiales temáticos que disemina
a lo largo de todo cuarteto, es decir, ¿cómo nivelar la importancia y las
intervenciones de los distintos instrumentos? ¿Cómo conseguir no hacer
de un cuarteto un concierto para violín y cuerdas? Al presentar el tema
fugado, la proporcionalidad se convierte en el principio constitutivo
del movimiento. Consigue, de esta manera, crear una mesa redonda de
Arturo, un lugar sin cabeceras ni protagonismos que destierra cualquier
intento jerárquico. De hecho, la fuga, con sus habituales juegos entre
sujetos, respuestas y contrasujetos, es el procedimiento formal que más
profundamente se maneja en los seis cuartetos del opus, y que aquí
Haydn presenta cómodamente gracias a un tema sencillo, alegre, cuyo
final nunca se oye con claridad enturbiado por las sucesivas entradas,
transmitiendo una atmósfera de dinamismo. Formalmente hablando,
el movimiento podría haberse firmado varios años antes, por su estricta
observancia con los procedimientos contrapuntistas clásicos, por su tema
en valores largos, por su aplicación reglada del desarrollo musical o por
la severidad de sus evoluciones. Pero precisamente Haydn lo utiliza para
contraponer, en su cuarteto número 6, una fuga mucho más moderna
y libre. Es decir, nos encontramos ante una especie de demostración
de aptitudes, de primera y seconda prattica monteverdianas, un nuevo alarde
intelectual y de capacidad en plena época de madurez, pero aplicadas al
incipiente mundo del cuarteto de cuerda. Acaba, en resumidas cuentas,
de crear un lenguaje nuevo que perfilaría más adelante con su siguiente
opus, el 33. Había expulsado el diletantismo de la música: los cuartetos
ya no volvería a ser accesibles para los aficionados.
Mozart con seis años había recorrido más kilómetros que Haydn en
toda su vida, pero el periplo vital de sus composiciones es justamente el
inverso. Mientras que las sinfonías de Haydn se interpretaban en media
Europa, Mozart seguía a la búsqueda de aceptación y de acomodar sus
anhelos de libertad creativa. En ese entorno, tardó cerca de dieciocho
años en asimilar los avances que propuso Haydn. La mitad de su vida.
Disfrutemos de este proceso de maduración, de este viaje a la semilla
que nos propone el Cuarteto Casals, centrado en dos gigantes de la
historia que compartieron época, amistad y genio.
© Mario Muñoz Carrasco
Vera
Martínez
violín
Abel
Tomás
violín
Jonathan
Brown
viola
CUARTETO CASALS
Arnau
Tomás
violonchelo
“A quartet for the new millennium if I ever heard one” – escribía el Strad
Magazine después de escuchar al Cuarteto Casals por primera vez, poco
después de su formación en 1997.
Tras ganar los primeros premios en los Concursos Internacionales de Londres y Brahms (Hamburgo), el Cuarteto Casals se ha establecido como uno de los cuartetos de cuerda más importantes de su
generación, invitado regularmente a los festivales y ciclos de conciertos más prestigiosos del mundo. El cuarteto ha actuado de forma asidua en Wigmore Hall, Carnegie Hall, Musikverein de Viena, Kölner
Philarmonie, Cité de la Musique Paris, Schubertiade Schwarzenberg,
Concertgebouw Amsterdam y Philarmonie Berlin entre otras salas de
referencia del circuito internacional.
Asimismo, el cuarteto ha realizado una importante producción
discográfica con Harmonia Mundi grabando compositores desde el
periodo clásico hasta música del siglo xx.
Críticas internacionales destacan, entre muchas otras cualidades, el gran registro de sonoridades del Cuarteto Casals. Tras ganar
el prestigioso premio de la fundación Borletti-Buitoni de Londres,
el cuarteto empezó a utilizar arcos del periodo barroco-clásico para
los compositores desde Purcell hasta Schubert, reportando así al grupo
una nueva dimensión acústica que diferencia aún más sus diferentes
lenguajes estilísticos. El Cuarteto ha recibido una profunda influencia
de su trabajo con compositores vivos de nuestra época como György
Kurtag y ha realizado estrenos mundiales de los compositores españoles
más notables de la actualidad.
En reconocimiento a su posición de primer cuarteto español con
una importante carrera internacional, el grupo ha recibido los galardones Premio Nacional de la Música y el Premio Ciutat de Barcelona.
El Cuarteto ha sido invitado por la Casa Real para acompañar a los Reyes de España en visitas diplomáticas al extranjero y para tocar con los
Stradivari de la colección del Palacio Real en Madrid.
Los conciertos del Cuarteto Casals han sido frecuentemente retransmitidos por televisión y radio tanto en Europa como en los Estados Unidos. El grupo tiene una temporada propia de conciertos en
L’Auditori de Barcelona, además de impartir clases en la Escola Superior de Música de Catalunya.
www.auditoriomigueldelibes.com
www.facebook.com/auditoriomigueldelibes
www.twitter.com/AMDVAlladolid
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Av. Monasterio Ntra. Sra. de Prado, 2
47015 Valladolid · T 983 385 604
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