FIESTA DEL BAUTISMO DE JESUS (C) Ev.: Lc 3,15-16.21-22 Con gran acierto coloca la Iglesia esta fiesta del bautismo de Jesús al final del tiempo de Navidad y al comienzo del nuevo ciclo del tiempo ordinario. También el evangelio de san Marcos, desde su mismo título inicial, está señalando al bautismo de Jesús como el “Comienzo del evangelio de Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios”. San Lucas, ligeramente más matizado, vincula el comienzo de la historia evangélica a la unión del bautismo con la predicación inaugural de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Con estos dos relatos san Lucas quiere presentarnos a Jesús como Mesías y como profeta, si bien, como es característico del evangelista, no lo dirá explícitamente hasta el capítulo 10, 38 de los Hechos de los Apóstoles. Sin embargo, a pesar de la importancia programática que tiene para san Lucas el comienzo de la historia de la salvación, en este fragmento que acabamos de leer la preocupación del evangelista no fue relatar el bautismo, cosa que la despacha en media frase, sino resolver la dificultad que planteaba a la Iglesia primitiva, enfrentada con los discípulos del Bautista, el hecho de que Jesús recibiera el bautismo de penitencia de Juan: Si Jesús no tenía pecado, ¿tenía necesidad de ser bautizado? Esta sigue siendo la pregunta crucial que se plantea hoy día la investigación sobre el Jesús histórico: ¿Acudió Jesús a Juan porque, como individuo, se sentía empujado a ello por la conciencia personal de ser un pecador? Según la definición de Mc (y Lc) el bautismo era un rito de expresión de arrepentimiento con vistas a obtener el perdón de los pecados y, así también, la salvación el día del juicio airado de Dios. El evangelio de san Mateo resuelve este problema en un diálogo entre Juan y Jesús: “Soy yo el que necesita ser bautizado por ti y ¿vienes tú a mí?” dice Juan. Y Jesús le responde: “Deja ahora, conviene que de este modo cumplamos lo que Dios ha dispuesto”. Pero si este diálogo es – como parece – una creación posterior del evangelista destinada a soslayar el embarazo teológico que sentían los cristianos ante la imagen de Jesús recibiendo el bautismo de penitencia de Juan, ¿hay que concluir que Jesús se veía como un pecador necesitado de arrepentimiento y de perdón? He aquí una pregunta que resulta insoluble a los métodos histórico-críticos de la investigación moderna. El evangelista san Lucas, para evitar esta conclusión radicalmente opuesta a la fe de la Iglesia, convierte el bautismo histórico de Jesús en una teofanía. En efecto, tal como nos ha llegado a nosotros este relato es un midrás cristiano, es decir, una utilización erudita de varios textos del Antiguo Testamento destinada a ofrecer al lector del evangelio una explicación inicial de quién es Jesús. Según este relato, el verdadero bautismo que recibe Jesús no es el bautismo de penitencia de Juan. En realidad Jesús recibe el primer bautismo cristiano. Cuidadosamente coloca san Lucas el bautismo de Jesús después de que Juan ha sido encarcelado. En la administración del bautismo ni siquiera se menciona a Juan. Según san Lucas el bautismo que recibe Jesús es el bautismo en Espíritu que Juan había anunciado, el que iba a administrar otro más fuerte que él, que venía detrás de él. Este bautismo de Jesús en Espíritu no va inmediatamente unido al agua sino a la oración que Jesús realiza una vez fuera del agua. “Entonces se abrió el cielo, descendió el Espíritu en forma de paloma y vino una voz del cielo: “Tú eres mi hijo, el amado, en quien me complazco”. Mientras Marcos narra todo esto en forma de una visión de Jesús, Lucas sitúa este acontecimiento apocalíptico en el plano real de la historia. Lo que en la tradición era una visión apocalíptica acompañada de una voz, se convierte en la pluma de Lucas en una escena histórica con una intervención divina tangible. Pero en toda la descripción destaca el cumplimiento de las profecías del A.T.: 1) La voz del cielo proclama que Jesús es el Hijo de Dios utilizando las palabras del salmo 2,7 dirigidas por Dios al rey davídico el día de su entronización en Jerusalén. Este salmo regio unido a la unción simbólica con el Espíritu implica que este Hijo de Dios es también el Mesías davídico prometido, si bien es cierto que el sentido de unción mesiánica san Lucas no lo desvela hasta el capítulo 10,38 de los Hechos de los Apóstoles.(Jesús el de Nazaret. Cómo lo ungió Dios con tal fuerza del Espíritu Santo que pasó haciendo el bien y curando a todos los que estaban dominados por el diablo porque Dios estaba con él”) 2) El Hijo “amado” en este contexto, señala a Jesús como predilecto respecto de Juan; 3) Las palabras “en ti me complazco” proceden de Is 42,1: “Este es mi siervo… en quien me complazco, sobre el que he puesto mi espíritu”. El Mesías – Hijo de Dios es, pues, el Siervo de Dios. En el 2º Isaías este misterioso siervo ha sido habilitado por el espíritu de Dios para restablecer la comunidad de la alianza de Israel mediante su justicia, su mansedumbre, su enseñanza, su ministerio profético. La reagrupación de un Israel disperso no es, pues, tarea que corresponda realizar a Juan, como creían algunos, sino a Jesús, el siervo en quien Dios se complace, como contemplábamos en la fiesta de la Epifanía. Lo que subraya el evangelio de hoy e interesa para la fiesta del bautismo que inaugura el nuevo ciclo litúrgico, es que lo que nos revela la verdad auténtica acerca de Jesús no es el bautismo de penitencia que administraba Juan el Bautista, sino una teofanía en la que el protagonismo lo asume el Espíritu Santo unido a la voz del cielo que interpreta el acontecimiento diciendo a Jesús “Tú eres mi Hijo, el amado, en quien me complazco”.