LOS FASCISMOS: CARACTERES Y CIRCUNSTANCIAS EN QUE SE DESARROLLAN El Fascismo. En el plano político se presentó como una tercera vía entre el liberalismo y el marxismo. Del primero asumió ciertas ventajas, al no cuestionar las leyes del mercado y servirse de las conquistas de la tecnología, al mismo tiempo que repudiaba sus valores: individualismo, democracia, etc. con el segundo coincidió en la consideración de la violencia como motor de la historia, aunque en su origen se manifieste como un ideario que nace con el pretexto de frenar la revolución obrera. Ante todo, el fascismo fue una de las manifestaciones del totalitarismo, y en este sentido representa una involución. Se exalta el poder del Estado, la desigualdad de los seres humanos, la concentración de los resortes de mando en un hombre carismático, la inexistencia de normas que controlen el ejercicio del poder. Rasgos a) Omnipotencia del Estado. “Todo en el Estado, nada fuera del Estado” es una conocida proclama de Mussolini. Frente a la democracia, que señala como objetivo fundamental de la sociedad política la protección de los derechos del individuo, el totalitarismo establece como objetivo del individuo el servicio al Estado. b) Líder carismático. Se ensalza la desigualdad, como una realidad y aún más como un ideal. Para los fascistas, los gobernantes eran superiores a los gobernados, los ciudadanos de la nación a los de otras naciones, los hombres a las mujeres, los fuertes a los débiles, los soldados a los civiles... La virtud cívica radica en el acatamiento irreflexivo de las consignas que se lanzan desde el poder. En la doctrina de la jerarquización de los seres humanos se cimentaría una de las claves del fascismo, el líder carismático, el Gran Hombre o Mesías que debe ser obedecido sin excusa. c) Nacionalismo exaltado. Declara Mussolini: “nuestro mito es la nación, nuestro mito es la grandeza de la nación”. Se llega a hablar de “religión de la patria”. Lo mismo sucede en el caso alemán con el Mein Kampf de Hitler. d) Violencia. La exaltación de la violencia fue al mismo tiempo pilar del credo y bandera del estilo fascista. Mussolini hace apología del uso de la violencia y desprecia por débiles otros procedimiento de debate con el adversario. De este principio emana la desconfianza hacia los filósofos y profesores, y la escasa participación de intelectuales en movimientos fascistas. En el caso del nacismo alemán encontramos alguna excepción, como el filósofo Heiddeger. e) Teoría de las víctimas. Los pensadores fascistas organizan el mundo en amigos y enemigos. Los enemigos son los vecinos, eventuales disputadores de cualquier botín. Además, en la jerarquización de los seres, los verdugos eran considerados superiores a las víctimas; entre estas, como enemigo universal, aparecían los juidías, supuestos mentores de una conspiración mundial, aunque existen variantes de enemigos externos, como los gitanos, homosexuales o, en época posterior, los trabajadores extanjeros. Los orígenes. Tradicionalmente se señala la guerra de 1914 – 1918 como cuna donde nació y creció el fascismo. Sería la decepción por la derrota, caso de Alemania, o en el caso la decepción por la victoria, una victoria que no le había deparado ni los territorios ni el reconocimiento que los italianos esperaban, la que explicaría el nacimiento de un sentimiento de rencor entre las masas de excombatientes. Los fascios italianos habían sido a finales del S. XIX grupos armados de autodefensa, y de ahí se toma el nombre. Esta tesis no es fácil de sostener. Algunos de los hechos que contribuyen a su génesis son los siguientes: Transformación del capitalismo. Las transformaciones económicas de finales del S. XIX prudujeron un intenso éxodo rural hacia las ciudades o hacia otros continentes de nueva explotación. En el plano social, una parte de las clases medias se aprovechó de sus beneficios, pero otros sectores se vieron amenazados por una oleada de proletarización, como los artesanos, pequeños comerciantes y pequeños propietarios, etc. Entre los vencidos por la industrialización se extendió un clamor desesperado de rechazo, que proporcionó seguidores al anarquismo, al sindicalismo violento, y también al primer fascismo, que aparece como un ideario interclasista, frente a la ideología de clase del socialismo. Irrupción del irracionalismo. Frente a la primacía de la razón dentro de la cultura occidental, el fascismo exaltó los factores irracionales del pensamiento y de la conducta. Pero ya a finales del S. XIX se habían sentado las bases de esta irracionalidad, en obras como Así hablaba Zaratustra o Más allá del Bien y del Mal, De Nietzsche, donde se sostiene la tesis de que la vida escapa a cualquier calificación moral. El irracionalismo afecta a todos los campo de la cultura, filosofía y arte, y también en la política. El fascismo se erige en la bandera de este rechazo de la razón, predicando la primacía de las emociones violentas y de los sentimientos irracionales. En 1909, Marinetti expone una serie de principios plenamente identificados con los del fascismo en su Manifesto: “Queremos glorificar la guerra –única higiene del mundo-, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, y el desprecio a la mujer. Queremos derrumbar los museos, las bibliotecas, atacar el moralismo...” Impacto de la guerra. La guerra se alzó como un gran revulsivo para los profetas de la violencia, porque se convirtió al mismo tiempo en tema de su ideario y proveedor de grupos sociales nostálgicos de una forma de vivir presidida por la muerte. el fascismo se nutrió de descontentos, de los antiguos combatientes que en la posguerra se entregaban a la nostalgia de la camaradería de las trincheras y se mostraban resentidos contra los capitalistas, que habían obtenido beneficios de su sacrificio, o contra los obreros, a los que consideraban antipatriotas. La tesis de que sin la guerra no habría existido el fascismo tiene bastante fundamento. Socialmente, la guerra proporcionó seguidores al fascismo, pero también generó una serie de contravalores, pues en un mundo pacífico no serían concebibles ni la exaltación de la violencia, ni la adoración al líder carismático, ni el sometimiento a la presión de la maquinaria estatal. Debilidad fundacional de las democracias de posguerra. Los apóstoles de la violencia accedieron al poder más por la debilidad de los regímenes democráticos que por la virtud intrínseca o la capacidad de arrastre de sus mitos. En una democracia estable difícilmente arraiga el fascismo. Hacia 1919, finalizada la contienda, parecía indiscutible la supremacía del régimen parlamentario. Con la introducción del sufragio universal desde finales del S. XIX, las masas irrumpieron con fuerza en la política. A captar esas masas se consagrarían en un primer momento los partidos socialistas, y más tarde lo harían los fascitas. A la crisis de las democracias contribuyeron además errores funcionales en cadena. Con la multiplicación del electorado y de los partidos que se disputaban su favor se desembocó en un régimen de mayorías inestables. Italia. El Estado de Mussolini. Concentración del poder. Con el discurso del 30 de enro de 1925, cuando Mussolini afirmó con arrogancia: “Si el fascismo fue una asociación criminal, yo soy el jefe de esta asociación criminal”, se borró toda ficción de respeto a la legalidad y se desembocó en una dictadura, el poder de un hombre no regulado por ninguna norma que no fuese su propio criterio. La concentración de la autoridad fue una realidad y además un principio defendido por Mussolini, que acumuló cargos de una forma hasta entonces desconocida: Jefe del Gobierno, Secretario del Estado, titular de varias carteras ministeriales, “Duce” o conductor de la nación, etc. Culto al Duce. El culto al hombre providencial, el Duce, se convirtió en una liturgia diaria. Se presentaba en las fotos con mandíbula de acero (elogiada por la propaganda hasta traspasar los límites del ridículo), vestido con uniforme de combate, con el torso desnudo trabajando la tierra, arengando a las masas, o practicando cualquier deporte, configurándose así la iconografía del Superhombre. En las escuelas el retrato del Duce se colocaba al lado del crucifijo. En la liturgia laica que se practicaba pueden encontrarse “perlas” como una oración enseñada en las escuelas italianas de Túnez: “Creo en el Sumo Duce, creador de las camisas negras, y en Jesucristo, su único protector. Nuestro Salvador fue concebido por una buena maestra y un laborioso herrero. Fue un valiente soldado, tuvo enemigos, descendió en roma; el tercer día restableció el Estado, subió al alto despacho...” El Partido Fascista. Frente a la pluralidad de las democracias, el fascismo propugnó el partido único, aunque a veces no se emplease la palabra partido para referirse a la “totalidad” o a “movimiento”. En el partido fascista se integraron funcionarios, estudiantes, profesores, militares, propietarios, etc. Mussolini lo consideraba como una vanguardia, y el artículo 20 de los estatutos lo definía como “milicia civil al servicio del estado fascista”. En 1928 el partido ya estaba presente3 en todos los rincones de la sociedad italiana, monopolizando la educación, asignando los puestos de los funcionarios, etc. Al lado de la fascistización del Estado también se había producido la de la sociedad. Los “sábados fascistas” eran citas para tener a la población ocupada y controlada. Obsesionados los dirigentes por conseguir la militarización de la ciudadanía, se publicaban consignas de una moral frívola: “los fascistas [...] no deben beber café o limitar al mínimo su consumo”, e impartían consignas paramilitares. Inseguridad jurídica. En el caso italiano se procuró crear un nuevo corpus legal, mediante un conjunto de disposiciones severas que se denominaron “Leyes de defensa del Estado” por sus partidarios, y “Leyes fascistísimas” por sus detractores. Con su aplicación se suprimían los derechos individuales a viajes, pasaporte, fijación de residencia, y se creaba un tribunal especial para la defensa del Estado. La ley, supremo recurso de una sociedad civilizada, había sido sustituida por el arbitrio o falseada, convertida por lo tanto en un recurso más de sometimiento del pueblo. Salvatorelli, uno de los historiadores que más criticó al fascismo, escribió: “Ya no hay salvación para el que se opone a los camisas negras, no hay piedad para el que no se inclina ante el amo de la casa... La pena de muerda y el tribunal fascista son cosa hecha”. Alemania. El Estado Nazi. Culto al Führer. Los rasgos del totalitarismo fascista italiano fueron elevados hasta el máximo en el modelo totalitario nazi. Lo más perceptible, el culto al hombre providencial, había alcanzado tal exaltación en Italia que parecía imposible su superación; pero si en el ritual de las expresiones podrían equipararse los cultos del Duce y del Führer, en el plano de la realidad social la liturgia hitleriana fue más intensa por la mejor organización germana. Se convirtió en símbolo el saludo “Heil Hitler”, obligatorio en todas las circunstancias. En el “Dios Ario” se concentraron todos los entusiasmos, y todos los medios del Estado moderno se pusieron al servicio de su divinización. El culto al Führer se apoya en seis pilares: era la personificación de la nación por encima de las posiciones egoístas de los partidos; fue el taumaturgo del milagro económico alemán, al conseguir la eliminación de la bolsa de seis millones de parados; representaba la justicia popular, auqnue la justicia estuviera manchada de crímenes; algunas autoridades eclesiásticas lo consideraban un moderado rodeado de fanáticos; se presentaba como un defensor de los derechos de Alemania en una Europa que la había humillado; en la guerra, recurso inevitable para que Alemania recuperara su status, demostró su virtudes de genio militar. El Partido Nazi. La marcha hacia un modelo de partido único fue muy rápida. En las primeras semanas fue prohibido el partido comunista. En junio de 1933 fue puesto fuera de la ley el partido social-demócrata, aunque un mes antes, inaugurando la monstruosa retroactividad del derecho, sus líderes habían sido encarcelados. A continuación se obligó a los nacionalistas radicales a incorporarse a las filas nazis. Por último, la extinción de todos los partidos recibió su refrendo legal en el decreto del 15 de julio, que establecía: “el único partido existente en Alemania es el Partido Obrero Nacionalsocialista”. La domesticación de la cultura. La cultura fue instrumentada en un grado muy superior a lo sucedido bajo el fascismo en Italia. Los jóvenes eran adoctrinados en las escuelas en todos los párrafos de los programas nazis, y de forma especial en los centros “Adolf Hitler”, en los que se formaban los cuadros del partido. La universidad se dirigió por consignas de nota militar y se obligó a abandonar sus cátedras a cualquier científico o intelectual independiente. Los libros considerados subversivos o carentes de espíritu alemán fueron quemados. En la Plaza de la Ópera de Berlín se elevó una gran hoguera con 20.000 libros, y piras con el mismo combustible se encendieron en Munich, Dresde, Breslau, etc. Tras ordenar la limpieza de las bibliotecas, Goebbels dispuso la utilización de la radio en la predicación de las consignas, para lo cual se fabricaron aparatos que sólo podían conectar con las emisoras alemanas, y se amplió la difución de noticias y consignas mediante altavoces colocados en los lugares oportunos de los mapas urbanos. Lo mismo se hizo en el campo del Arte. Racismo. El rasgo sobresaliente del Estado nazi sería, en aplicación de su doctrina racista, la óptica en el enemigo interior, al que había que exterminar. Este enmigo era para Hitler y sus acólitos el pueblo judío, “un parásito dentro de la nación”, como se decía en Mein Kampf. Los judíos fueron excluidos primero de las escuelas y hospitales, se les obstaculizó su actividad comercial, se confinaron en ghettos, se planteó incluso la conveniencia de impedirles el disfrute de los bosques y aguas alemanas, que podrían contaminar con su mera presencia. A lo largo de la guerra, en el estremecedor programa de la “solución final”, esta marginación de un colectivo lograría cotas incomparables de terror. Diferencias entre fascismo italiano y nazismo. En el culto al líder carismático y en la configuración de un estado totalitario, así como en la práctica de una política exterior expansionista, coincidieron ambos regímenes, pero no se trataba de dos calcos de un mismo modelo, sino que existieron entre ellos algunas diferencias, de las cuales señalaremos cuatro: raza, partido, economía, sistema de terror. Raza. En Alemania las severas leyes emitidas sobre la pureza de la raza aria perseguían la mezcla con sangres inferiores. De forma tan estricta no es posible encontrar legislación paralela en ningún otro país europeo, incluida la Italia de Mussolini. Sin embargo, de forma lenta, la Italia fascista se aproximó a los ideales de su aliado natural; en 1938 el Manifiesto de defensa de la raza sostenía el principio de desigualdad de las razas humanas y la pertenencia de los italianos a la raza aria, a pesar de que caracteres somáticos identificativos como el color rubio y los ojos azules resultaban ampliamente desmentidos por la realidad; también se aprobaron medidas discriminatorias contra los judíos. A pesar de todo, no existió persecución sistemática, y menos aún un programa de exterminio, y las medidas de 1938 deben ser entendidas como recursos de refuerzo de los lazos con su aliado antes que la aplicación de principios intrínsecos del régimen. Partido. El papel de los dos partidos, fascista y nazi, fue también diferente. En Italia se identificó con el Estado, y resultaba obligatoria la inscripción en el partido para cualquier funcionario, profesor o magistrado. En el III Reich no era imprescindible pertener al partido para desempeñar una función relevante; se trataba de una estructura dual, partido – Estado, con una sola cabeza, personificada por el Führer, a quien se dirigía el juramento de lealtad de los militares. Economía. La política dirigista de ambos regímenes señaló una nota de coincidencia, a pesar de lo cual también existieron en este orden diferencias. Mussolini orientó la maquinaria económica hacia niveles óptimos de producción, mediante los planes denominados con el apelativo bélico “batallas”: de los nacimientos, del trigo, de la lira; y se obsesionó con conseguir la autarquía, la total independencia del exterior. El dirigismo hitleriano se ordenó en planes cuatrienales, teniendo como horizonte último la guerra; para eso convenía la formación de “Konzern”, grandes concentraciones industriales, en tanto en Italia se respetaba la pluralidad de empresas, aunque se fomentara la concentración o la dirección de cada sector por la firma más poderosa. Sistema de terror. La eliminación de los oponentes es un rasgo genérico de todos los Estados totalitarios, pero precisamente aquí encontramos una diferencia esencial entre el mussolinismo y el hitlerismo. El ciudadano pasivo podía disfrutar de cierta seguridad en Italia, pero en Alemania se aplicó el concepto totalitario de culpa, entendida no en la comisión de un delito, sino en su simple posibilidad, es decir, concebido por la imaginación del juez, acusación de la que nadie podía sentirse libre. El primer campo de concentración, Dachau, fue edificado por los nazis a los dos meses del régimen para encerrar a los enemigos políticos. Se Inauguraba así una institución siniestra, que adquiría una grandeza trágica en la guerra, y mediante la cual se realizaron programas de exterminio en masa, que nunca tuvieron lugar bajo el régimen de Mussolini.